Capítulo 16: Yo te quiero
La música estaba empezando a sonar cuando Chilli se acomodó el vestido. Frisky sonrió mientras le hacía un gesto con los pulgares hacia arriba. Ella respiró profundamente mientras el murmullo incesante de la gente se disipaba en las grandiosas notas del órgano.
Las puertas del salón se abrieron y los invitados se pusieron de pie. El vestido que llevaba puesto la Heeler roja era de encaje desde la punta de los dedos hasta el cuello y un estampado de flores desde el pecho hasta los talones, mientras que el velo que cubría su rostro tenía el mismo estampado de flores.
Muchas veces el Heeler azul se había referido a su novia como un ángel, pero aquella palabra nunca encajó tanto como esta vez.
Cuando ella finalmente llegó al altar, él le tendió la mano. "Te ves radiante, mi ángel", dijo, como cumplido. Ella se rió entre dientes mientras tomaba la mano que le ofrecía y el sacerdote se aclaró los pulmones.
El comienzo de la boda fue genial, un poco más largo (y lleno de más tos) de lo que habrían esperado, pero en general, bastante decente.
—"¿Aceptas, Chilli Cattle, a este hombre como tu esposo, para tenerlo y cuidarlo, desde este día en adelante, en las buenas y en las malas, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe?"
Chilli sonrió desde debajo de su velo: "Sí, acepto".
—"¿Y tú, Bandit Heeler, aceptas a esta mujer como tu esposa, para tenerla y cuidarla, desde este día en adelante, en las buenas y en las malas, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe?"
El Heeler azul trató de hablar, pero las palabras no pudieron salir de su boca. Los nervios le jugaron en contra. No podía expresarse correctamente, incluso parecía que ni siquiera recordaba cómo contener la respiración.
Después de unos segundos de silencio, la Heeler roja comenzó a hablar con una voz suave: "Sé que te da miedo pensar que esto es el fin de nuestra relación. Que este será un gran punto de inflexión en tu vida. Pero debes mantener la frente en alto, ¿De acuerdo? Yo te amo y no volverás a estar solo".
El Heeler azul dejó escapar el aliento que no sabía que estaba conteniendo: "Acepto".
—"Entonces puedes besar a la novia", declaró el sacerdote.
Bandit sonrió y sus manos se deslizaron por los brazos de Chilli. Podía ver su sonrisa por debajo del velo.
—"¡Yo me opongo!", se escuchó de una voz que interrumpió el momento y todos jadearon mientras volteaban para ver a un labrador retriever en la entrada.
—"¡Pat!", exclamó Chilli al reconocerlo.
—"¡Chilli! ¡Me equivoqué!", vociferó desde la entrada. "¡No puedo vivir sin ti! ¡Por favor, dame otra oportunidad!"
La Heeler roja miró un momento a su prometido y, pese a las palabras que había dicho hace menos de cinco minutos, se despidió de él con un "lo siento", corrió hacia el labrador retriever y juntos escaparon. El Heeler azul detuvo el sollozo que amenazaba con apoderarse de él. Todos los demás desaparecieron. Estaba solo. El lugar se puso lúgubre. Todo reventó como una pompa de jabón.
Cuando abrió los ojos de golpe y vio la hora que era, Bandit suspiró. Estaba borracho, como lo había estado después de ayer y la noche anterior, y se sentía jodidamente bien. En realidad, no se sintió como nada en absoluto, lo que definitivamente era más que suficiente para él. Solo podía pensar en su trabajo como una distracción bastante buena, pero cada vez que terminaba con huesos, tierras, informes y consultas, todo volvía a la superficie y el dolor dentro de él era tan intenso que se sentía asfixiado. Todo en su vida se había ido directo al infierno. Todo fue tan rápido, sucedió, y antes de que se diera cuenta, todo había desaparecido. Chilli, las niñas, su familia, su hogar… y le dolía tanto que no podía permitirse sentirlo. No fue ceder. No fue ceder ni darse por vencido, fue simplemente cómo fueron las cosas. Era la historia de su vida. El pobre y jodido Bandit Heeler decepcionó a todos.
El Heeler azul no estaba experimentando la felicidad conyugal que aparentemente debería haber tenido, pero no le molestaba. Desde que tiene uso de razón, sabía que la mayoría de matrimonios empezaban bien, empeoraban y terminaban de forma catastrófica. Había visto que eso sucedía incontables veces: la gran mayoría de las parejas mayores vivían en un matrimonio miserable. Por eso, en su opinión, empezar las cosas de forma poco convencional podría ser incluso bueno.
Excepto que todo en esto era poco convencional, al menos desde su punto de vista…
Nunca pensó que se sentiría como realmente lo es: agotador, desconocido y pesado a la vez.
Nunca pensó que todo caería tan repentinamente. Y a medida que las cosas comenzaron a cambiar a su alrededor, desmoronándose y reformándose en pedazos extraños con bordes irregulares, él había comenzado a asumir que no todo es miel sobre hojuelas, incluso aunque tuviera la vida perfecta. Quizás ese fue su error. Probablemente debería haberlo sabido mejor antes de hacerse ilusiones. Es irónico, piensa, como trataba de preparar a sus hijas para un mundo al que pudieran enfrentar y él vivió en carne propia una situación que creía inexistente.
Lo que lo hizo sentir relativamente más cuerdo fue que su primer pensamiento después de ese primer sorbo de whisky en el bar no fue el segundo sorbo, ni el segundo vaso, ni la segunda botella. Era su sobriedad que se iba por el desagüe. Pensó en todas las personas a las que estaba decepcionando (además de él mismo), pensó en lo duro que había luchado durante años por nada. Ese segundo sorbo estuvo a punto de no haber existido nunca cuando algo más le vino a la mente. O alguien, mejor dicho. Bandit pensó en su esposa, la mujer con la que había decidido pasar el resto de su vida, solo para que ella lo desdeñara. Su esposa había tenido una aventura extramatrimonial y de repente ese segundo vaso estaba justo frente a él, desafiándolo a seguir adelante, a tomar un trago más, a hundirse más en el abismo. No hace falta decir que lo había hecho, repetidamente.
Había dormido en un hotel esas últimas tres noches. No era de cinco estrellas ni tan popular como otros; de hecho, ni siquiera era uno tan concurrido, pero a él eso le tenía sin cuidado. Buscaba uno que fuera asequible y que estuviese aislado. Su suerte no fue tan casual, había tenido que buscar bastante para encontrar el lugar perfecto y esas noches habían sido como esperaba: Vacío, frío y solitario. Había muy poca gente hospedándose allí, así que la mayoría de las habitaciones estaban vacías. Justo lo que quería. Bandit no solo oscilaba entre borrachera y borrachera, mientras pretendía ser el arqueólogo perfecto, también tenía la misión de evadir, entre todos, a varias personas en particular: una de ellas era Chilli, donde el sentimiento era mutuo y que la había estado evitando como a la plaga, el resto eran sus familiares. Estaba seguro de que tarde o temprano se enterarían del distanciamiento y no tardarían en contactarlo. Lo peor era tratar de explicarles lo ocurrido.
Afuera llovía a cántaros. No recordaba si la lluvia cayó primero o si él se desmayó primero, pero en un instante se olvidó por completo de la posada y de lo que estaba haciendo, incluso las palabras filosas de aquella hembra roja parecieron disolverse brevemente. El aguacero inundó la ciudad, empañando todo de un gris húmedo, y los que salían se convirtieron de inmediato en perros que se esconden de un látigo. Los contornos de las calles se desdibujaron en la visión, torciendo en una dirección desconocida. ¿Es verano o invierno?
Él había permanecido acostado en aquella cama durante lo que parecieron horas. Su cuerpo estaba frío y entumecido. Sus oídos se volvieron sordos a todo ruido de fondo; No podía oír los bocinazos de los taxis, ni la gente que pasaba, ni la televisión de fondo. Su cerebro confuso no podía idear ningún tipo de plan, solo se quedó mirando el techo fijamente. Sintió que sus mejillas se estiraban un poco, su nariz estaba roja y los círculos bajo sus ojos eran más oscuros de lo habitual y odiaba eso; en estos días lo odiaba por completo. A menudo había aprovechado al máximo la tranquilidad y la calma que ofrecía esta habitación, este hotel, pero su corazón se apretó ante el recuerdo y la ira ardió a través de él por dejarse caer en eso de nuevo. No importaba cuánto intentara ser lo más rudo posible, no podía evitar que esa debilidad que intentaba reprimir le doliera cada vez que pensaba en lo ocurrido, cada vez que pensaba en ella. No pudo evitar sentirse solo, traicionado, dolido...
Por primera vez en mucho tiempo, el macho azul sollozó. Después de todo, él también es capaz de amar, odiar, sentir.
Por más tonto que fuera, esperaba que ella estuviera a su lado. Y tal vez le dolía mucho no tenerla allí porque él sabía que no era así: después de todo, ella era su esposa. Ella nunca iba a quedarse con alguien más y arruinar su vida. Esa parte de él que no podía desconectar tenía esperanzas de que las cosas se solucionarían de algún modo, que todo volvería a ser como antes. Pero parecía que lo que construyeron entre ellos siempre había tenido una fecha de vencimiento.
Todavía recordaba el aspecto que ella tenía en su cama, con la mejilla aplastada contra la almohada y la luz de la mañana iluminaba su rostro a través de las ventanas; o la forma en que ella se escabullía por la mañana, mientras él mantenía los ojos cerrados y fingía dormir.
La respuesta que ella le dio aquel día importante nunca dejaría de quedar grabada permanentemente en su cerebro: "Yo también te amo"
Pero eso no cambia nada. Probablemente la parte más molesta de todo fue que él sabía que tenía razón. No cambiaba nada. Al final, nada de eso importó: todo lo que habían logrado juntos, la magia que habían creado, la relación que construyeron...
Debería haber sido fácil volverse contra ella. Todavía se lamenta por no haber aclarado la situación, así como las palabras que tuvo que omitir. La parte más tonta de todo fue cómo pensó que ella había hablado en serio cuando le dijo aquellas declaraciones.
Hoy quizás sería un día mejor. Con suerte, la agonía probablemente podría dejarlo descansar. Quizás una taza de té o un buen libro puedan curar sus emociones, aunque aún lo duda.
El trabajo solo puede hacer mucho para anclarlo, y aunque se siente notablemente mejor y más cómodo cuando está dando órdenes o desarrollando los detalles más finos de un descubrimiento importante que incluso le haría ganar más notoriedad… Ella siempre está ahí, en el fondo de su mente. Vale, a veces ella está en primera línea. Bien, la mayor parte del tiempo ella es cada uno de sus malditos pensamientos. ¿Es eso un crimen?
A veces escucha su voz con tanta claridad que juraría que ella estaba allí con él, como un fantasma que ronda por el lugar y que nunca podrá sacarse de su cabeza. Y él comienza a resentirse con ella, sólo un poquito. Es una de esas cosas de las que no está exactamente orgulloso, pero es prácticamente imposible no hacerlo, por la forma en que ella desaparece y regresa actuando como si nunca la hubiera conocido.
Su teléfono sonó. Era un mensaje, quizás de su esposa. Había estado ignorándola desde que salió de casa. Solo le había dicho que consiguió un lugar donde quedarse y se encontraba bien. Luego de eso, no paró de recibir mensajes de ella, además de llamadas, en que insistía con saber dónde se encontraba.
Por pura curiosidad, levantó el teléfono y le echó una mirada rápida.
Wendy… Casi que la había olvidado por completo. Estaba tan inverso en esta vorágine de sentimientos que no había pensado en su vecina, algo curioso teniendo en cuenta que técnicamente ella estaba implicada en el motivo de la discusión con su esposa y que lo llevó a terminar donde estaba.
Fueron otros mensajes que recibió al instante.
El Heeler azul se percató de que su vecina le había llamado durante el día anterior. No lo había visto, o quizás en aquel momento no estaba en las mejores condiciones para verificar las llamadas. Quizás había asumido que era su esposa y por eso ignoró por completo su teléfono.
Bandit estuvo a punto de dejar su teléfono, pero finalmente respiró hondo, lo tomó y lentamente fue escribiendo.
Wendy
Qué sucede? Las respuestas las recibió casi de inmediato.
Él miró con indiferencia aquellos mensajes mientras respondía.
Estoy bien
No tienes de qué preocuparte
Nuevamente estuvo a punto de dejar el teléfono, hasta que recibió otra ronda de mensajes al instante.
Él hizo una mueca ante ese pedido.
No es el mejor momento. Su respuesta fue fría. Ni siquiera agregó nada más.
Trató de insistir. En otro momento, en otra circunstancia diferente, él no habría tenido problemas en verla. Sin embargo, ahora mismo la situación estaba muy delicada.
Wendy
Es mejor que no nos veamos Fue una respuesta tajante, pero segura.
Por qué no?
De verdad necesito verte
Necesito hablar contigo
Yo te necesito
Aquellos mensajes provocaron algo en él. A pesar de su negación, a pesar de su frialdad, a pesar de lo que creía mejor… esa debilidad que tiene por ella le duele como un moretón. Al menos puedes decirme dónde estás?
El Heeler azul leyó detenidamente ese último mensaje durante unos largos segundos. Suspiró. Sabía que se lamentaría por lo que haría. Gruñó. Le pasó su ubicación. No obtuvo más respuestas de su vecina. Dejó su teléfono y continuó mirando la nada.
Habían pasado unos veinte minutos, aproximadamente. En su estado actual, apenas notó el suave golpeteo en la puerta. A la tercera ronda de golpes, se obligó a levantarse de la cama y abrió la puerta para revelar a la chow-chow, con un paraguas en la mano. Sólo verla es a la vez tranquilizante, estimulante y exasperante. Ella no ofrece ninguna explicación por su visita, pero viniendo de ella, eso últimamente es normal. Parece asumir que ella sabe lo que él está haciendo aquí, como si pudiera leer su maldita mente o algo así.
—"Hola…", saludó, mientras lo miraba con un cariño inconfundible. La comisura de su boca se curvó en una pequeña sonrisa y sus ojos brillaron como joyas preciosas. —"¿Por qué estás aquí?"
Ella frunce los labios, como si la sola pregunta la molestara.
—"Um, yo… Quería verte", la forma en que levanta la voz al final implica que cree que debería ser obvio. —"¿Cómo sabías cual era mi habitación?" —"Hablé con el recepcionista y… bueno… tuve que convencerlo".
El Heeler azul suelta un largo resoplido.
—"Bueno… ¿Vas a dejarme pasar?", preguntó con la mejor de sus intenciones. —"No".
La chow-chow parpadea, atónita ante la palabra que sale de los labios de su vecino.
—"¿Qué?", pregunta mirándolo de sorpresa. —"No", repite él, cruzando los brazos sobre el pecho. "Deberías irte a casa".
Eso realmente la deja perpleja. Ella se pone un poco más erguida.
—"¿Por qué?", cuestiona. —"Porque no es bueno para…" —"¿Para quién?", interrumpe, "¿Para mí? ¿Para ti? O ¿Para Chilli?"
Ahora era el turno de él de sorprenderse.
—"Hablé con ella ayer y…", suspiró cabizbaja, "me dijo lo que ocurrió".
El lugar quedó en silencio mientras él finalmente decidió ceder ante su reiterado pedido de simplemente hablar. Hizo un gesto para que ella entrara, luego cerró la puerta silenciosamente detrás de ella una vez que ingresó. La chow-chow apoyó el paraguas contra la pared y se quedó observando la habitación detenidamente, con una mezcla de curiosidad e inquietud. Había una cama grande, un escritorio con una silla y un mueble con un televisor encima. Al costado de la entrada, se encontraba un viejo sofá floreado de amarillo que no parecía muy cómodo, incluso para su vecino, que era más alto que el ancho del pequeño mueble cuyos cojines estaban caídos; a su izquierda, se encontraba una puerta abierta, la cual daba lugar al baño, mientras que a la izquierda había una puerta de vidrio corrediza, con la que se accedía al balcón.
—"Es… muy acogedor", suelta ella, sonriendo levemente. "Al menos tienes un mini refrigerador", dice, notando el electrodoméstico a la derecha de la cama.
—"¿Qué es lo que Chilli te dijo?" pregunta, ignorando aquel comentario, mientras cuadra los hombros y le sostiene la mirada, manteniendo la expresión de su rostro uniforme.
La chow-chow inhaló con fuerza y las palabras salieron a borbotones de su boca.
—"Me llamó para citarme a hablar en algún lugar. Yo por supuesto que acepté. Pensé que iba a ser una salida con nuestras hijas, pero… Me pidió que fuera sola"
El rostro de Bandit parece cambiar. Sus ojos brillan con una dureza cautelosa.
—"Me pareció un poco raro", pudo continuar, "Pero… creí que… a lo mejor quería ponerse al día conmigo". —"¿Qué pasó luego?" Ella resopla. "Al principio estaba todo bien hasta que…", hace una breve pausa para reunir todo el coraje que necesita. "Me dijo que sabía lo que hicimos", declara ante la mirada atónita de su vecino. "Y también me dijo que… le dijiste lo del beso". El Heeler azul resopla. "No podía mentirle…", afirma, cabizbajo.
Un silencio incómodo empieza a formarse entre ellos. Ella intenta acercársele, pero él retrocede.
—"¿Qué más te dijo?", pregunta fríamente. —"Bueno… Que te marchaste de casa por mi culpa". Él frunce el ceño. "¿Eso te dijo?"
Ella asiente.
—"Maldición…", refunfuña. —"Bandit, te juro que yo no…", intenta hablar, pero él la interrumpe, haciendo un gesto con la mano. —"Escucha, tú no tienes la culpa de que me haya ido de casa". —"Pero el…" —"Pero nada", volvió a interrumpir. "Si me fui de casa por decisión propia". —"Yo… No lo entiendo", replicó ella. —"No hay nada que entender…", responde tajante.
Wendy se pregunta si él está actuando de manera diferente, o hablando de manera extraña, o mirándola con la verdad clara en su rostro. Si lo es, no lo demuestra. En cambio, se comportaba de una manera distante. Ella sabía que él no era así.
Ella inclinó la cabeza hacia un lado, examinándolo con una mirada inquisitiva. "¿Ha ocurrido algo entre ustedes?". —"Por supuesto que no", negó salvajemente con la cabeza. —"Pero… ¿Te fuiste de casa así sin más?" —"Sí, ¿Y qué?", manifestó en un tono que debe darse por sentado. —"Bandit, eso no es normal". —"Bueno, muchas cosas no son normales hoy día y suceden de la nada", replicó amargamente, sonando como si supiera algo que Wendy desconocía por completo. —"¡Eso ni siquiera tiene sentido!", espetó. "¿Me vas a explicar qué fue lo que ocurrió?" —"¡No tengo que explicarte nada!" —"Si no te fuiste por mi culpa, ¿Entonces por qué fue?"
Él suelta un largo resoplido e intenta cambiar de tema. "Deberías irte…", recomienda, pacíficamente. —"No me iré hasta que me digas que es lo que está pasando", es su contundente respuesta.
Se miraron el uno al otro, sin decirse absolutamente nada por un buen rato. Esa evasión presente en él parecía haber sido reemplazada por una tensión incómoda causada por la proximidad forzada. Honestamente, el Heeler azul no estaba seguro de qué era peor.
Tenía que lidiar con la opción de hablar, explicar la situación y sus sentimientos. No podía hacerlo, a pesar de la culpa que sentía. Debería ser honesto, ya que Wendy había hecho todo lo posible por encarrilar su amistad. A ella le había tomado tiempo abrirse y confesarse, con lo cual creía que se lo debía por eso, pero no podía decirle lo ocurrido respecto a su esposa. Había otra opción: darle la espalda. Claro, darle la espalda a la increíble amiga que ha hecho y seguir fingiendo que no pasaba nada para regresar al trabajo que amaba, al aislamiento, a la niebla de la incertidumbre que se cernía sobre su cabeza cada día que estaba en esa habitación, y crecía con cada cosa que hacía. Todavía no estaba listo para renunciar a todo eso. Ni siquiera era la mejor opción el que minimizaría el dolor y el sufrimiento a largo plazo. Él sabe que cuando ella se vaya esta vez será peor que nunca: tendrá que verla desaparecer calle abajo y encontrar una manera de no pensar en eso, que hará todo lo posible para no mantener su teléfono cerca toda la noche con la esperanza de tener noticias suyas, pero finalmente fracasará; que la estúpida debilidad que está cultivando por ella y que no desaparece se extenderá y empeorará en las consecuencias inmediatas de tenerla aquí y poder sincerarse. Mañana se sentirá más perdido que nunca, por lo que por ahora también podría disfrutar de la tranquilidad que brinda estar con Wendy: la forma en que tener su voz con él en la vida real silencia a la voz de Chilli que escucha en su cabeza, y eclipsa parte de su añoranza de soledad con pura calidez y propósito, haciendo que pasar un momento con ella sea la cosa más valiosa que se le ocurra para dedicar su tiempo. Incluso si eso no cambia nada.
—"Discutí con Chilli…". Esa declaración, en sí mismo, evoca una sensación de inquietud. —"Eso me consta", ella asiente significativamente, "Pero, ¿Por qué?", pregunta intrigada. "¿Fue por mí?"
Él suspira mientras camina sin descanso en la habitación con solo el sonido de sus pies descalzos sobre una alfombra del hotel como banda sonora a sus pensamientos. Finalmente se sienta en el borde de la cama. Estaba demasiado afligido, demasiado nervioso por cómo abordaría la siguiente conversación. Así que, por supuesto, decidió sumergirse de inmediato. —"En parte… Sí lo fue", comenzó, tratando de no sonar acusador. Wendy se puso rígida al oír las palabras y volvió a hablar.
—"Bandit, yo..." —"No, espera. Por favor, escúchame", la interrumpió al instante. No estaba allí para escuchar disculpas innecesarias y hacer que ella se sintiera aún más culpable por todo de lo que ya lo hacía. Por un segundo pareció que la chow-chow iba a decir algo de todos modos, pero luego asintió en señal de aceptación. Parecía angustiada y culpable, por lo que el Heeler azul no podía soportar verla así.
—"No es fácil para mí hablar de esto…", su voz es tranquila, cada palabra llena de emoción. Él mira la pared a su lado por un momento mientras trata de proseguir."Chilli… bueno… ella… hizo algo". Ella arqueó una ceja. "¿Algo?". Él asiente en respuesta.
—"¿Qué pasó? ¿Te echó de la casa? ¿Te amenazó?" —"¡No-no-no!", agitó las manos con vehemencia. "Como te dije, fue mi decisión irme de allí" —"Entonces, ¿Qué fue lo que ella hizo?"
Él no dijo nada. Ella esperó en silencio.
—"Ella…", logra pronunciar tras unos densos segundos. Se detuvo allí, incapaz de continuar. Pero no estaba dispuesto a detenerse. Todavía deseaba derramar su ira, su culpa, sus pensamientos y deseos. Se llevó las manos a la cara y suspiró.
—"¿Te hizo algo malo?", pregunta inquieta, tratando de averiguar.
Él vuelve a asentir en respuesta. "Muy malo. Ella… usó a Bluey y Bingo para espiarme", se detuvo ahí, con su ira muriendo en su garganta. —"¿Cómo?", ladeó la cabeza, sorprendida. —"Así como escuchaste…" —"No puedo creerlo…", se estremeció. Su mirada de asombro se convirtió en irritación. "Pero… ¿Cómo fue capaz?" —"Ella sospechaba que pasaba algo raro entre nosotros, por eso... hizo lo que hizo", respondió con angustia. —"Ella me dijo que alguien le había dicho 'lo que hicimos'", hace un gesto con los dedos, "Yo creí que se refería a Frisky, pero nunca me mencionó a la persona que sabía eso". —"Bueno, supongo que ahora entiendes por qué me fui" —"¿Seguro que eso fue todo?", pregunta, dudosa. —"Sí, eso fue todo…", miente, mientras el silencio que se extiende entre ellos comienza a volverse incómodo. Su propio trago pesado no evita que su voz tiemble. "Lo digo en serio".
Él no dijo nada luego de eso. En su visión periférica, podía sentir cómo los ojos de su vecina escudriñaban su rostro, como si estuviera tratando de descifrar algo. Podía sentir que ella lo estudiaba. Aunque había un sonido de alivio en su voz, ella también notó su expresión llena de dolor y conflicto, encontrándolo reticente y un poco triste. Es entonces que decide romper el silencio atónito. —"Le dijiste que no pasó nada, ¿Verdad?" —"Claro que lo hice…", resopla, "Pero no quiso creerme". —"Y… ¿Por qué tuviste que decirle lo del beso?", pregunta, con algo de molestia. —"Ya te lo dije, no pude mentirle", se esforzó por no inquietarse. —"¡Pero empeoraste la situación!", exclama. —"¡Solo trataba de ser sincero!", levanta el tono. "Trataba de explicarle que no había nada entre nosotros, que todo había sido un error, una confusión, que lo que pasó no significó nada, pero…", suspira mientras se vuelve a cubrir la cara, "Nada de eso importó…"
La chow-chow hace una mueca. De algún modo se siente dolida ante aquellas palabras.
—"¿Qué… es lo que harás ahora?" Él resopla. "No lo sé", frunce los hombros y levanta los brazos. "Por ahora no puedo regresar a casa". —"¿Vas a quedarte aquí?" —"Es lo mejor…", responde, cabizbajo. —"¿Cómo vas a mantenerte?" —"Tengo ahorros, y estoy retomando mi trabajo". —"Bandit, yo puedo ayudarte…" —"NO", interrumpe, "no necesito de tu ayuda" —"Pero no puedes quedarte aquí solo…" —"Puedo y lo haré", vuelve a interrumpir, manteniéndose firme. —"Bandit…", replica, con cierta angustia en su tono. "Tú no eres así".
El Heeler azul la mira fijamente durante tanto tiempo que ella comienza a incomodarse. Hay muchas cosas de las que podrían hablar. Pero sabe que se está dejando llevar otra vez. Sabe que no debería tener tantas esperanzas. Sólo porque ella esté aquí con él no significa que nada vaya a cambiar.
—"Viniste hasta aquí para, ¿Para qué?" pregunta, con un tono en su voz que le resulta familiar pero que nunca antes había usado con ella. "¿Para disculparte?" —"¿Qué?", pregunta, extrañada. —"Entiendo que te sientas mal por lo que te dijo Chilli, pero ya te lo dije, no tienes de qué preocuparte. Tú no tienes la culpa de nada. Puedes estar tranquila. Solo vete…"
La chow-chow parece enojada por sus palabras. El agravio en su tono la molesta implacablemente. Su estómago se revuelve cuando se da cuenta de lo inseguro que suena; ella realmente cree que ya no es bienvenida aquí.
Debería... debería verse furiosa, porque él está siendo tan injusto, frío e indiferente que ni siquiera puede creerlo. Pero ella no parece enojada. Solo parece herida, culpable, triste. Se ve terrible. Sin mediar palabras, y armándose de valor, ella se acerca y luego se sienta a su lado en la cama.
—"Wendy, vete…", pide, mirándola a la cara.
La chow-chow no responde, simplemente mantiene una mirada indiferente hacia él.
—"¿Acaso no me entiendes? ¡Wendy!", elevó un poco su tono.
La chow-chow siguió sin responder y manteniendo su mirada fija.
—"¿Qué quieres de mí?", pregunta, molesto. —"Yo te quiero", responde ella con tanta sinceridad que lo sobresalta.
Algo en su cerebro hace un cortocircuito, renunciando a intentar procesar su respuesta por completo.
—"… ¿Qué?" —"No estoy aquí por Chilli, ni por lastima, sino… por ti", admite, tomando su mano y sonriendo tranquilizadoramente. "Es que yo te quiero y quiero estar contigo"
La mirada desconcertada del rostro de Bandit desaparece casi al instante. No se da cuenta de la mirada persistente de necesidad, y la confusión que aún persiste en las profundidades de los ojos de su vecina.
Ambos vuelven a quedarse en silencio, mirándose a los ojos. Los de ella estaban llenos de determinación con un dejo de tristeza, mientras que los de él estaban llenos de incredulidad. Él sigue pensando con claridad aquellas palabras. Ella lo había dicho con tanta naturalidad, con tanta convicción que no había duda alguna de su sinceridad. Él vuelve a sentir la calidez en sus manos mientras ella le hace pequeñas caricias.
Sin embargo, algo lo trae a la realidad y desvía su mirada, retirando abruptamente su mano.
—"Vete, por favor…", pidió, en un tono frío.
La ira y el resentimiento inexplicables en su tono hizo que la chow-chow se sintiera muy dolida, incluso si había probado la dulzura involuntaria innumerables veces antes, se convirtieron en amargas esas fantasías que había masticado.
Ella podía negarse, insistir en quedarse... pero no lo hace. En cambio, se levanta de la cama, tomó su paraguas y se retiró en silencio. Él suelta un pesado suspiro cuando escuchó la puerta cerrarse, como una simple despedida, o al menos así lo consideraba. De repente se estremeció. No pudo discernir si era por el breve frío o por las emociones que se desataban en su interior. Algo se le quedó atascado en la garganta. Esa sensación que se siente cuando necesitas llorar desesperadamente, pero tu cuerpo se niega a dejar que las emociones salgan a la superficie. No le agradaba llorar. Ahora mismo estaba solo, así que nadie lo sabría, pero no era suficiente. La chow-chow caminaba hacia su vehículo, ignorando la lluvia, con un destello de dolor en sus ojos. Su corazón se hundía, mientras se preguntaba si había hecho lo correcto, si se había expresado de la mejor manera... o si todo había sido una pérdida de tiempo. No reconocía a aquel hombre con el que había vivido los mejores momentos de su vida. Sintió que la invadía una sensación de desorientación, como si hubiera entrado en las páginas de una historia desgarradora. Llegó hasta su auto y arrancó el motor, entonces oyó la música, alegre y estridente que sonaba en la radio, el tipo música que a su vecino le encantaba. Imaginando el brillo en sus ojos, suspiró con tristeza y buscó en su gps alguna más rápida para regresar a casa. Mientras abandonaba el lugar, sin saberlo, alguien la había estado observando desde un Pontiac ventura color café que estaba estacionado cerca.
