Resistiendo el impulso de alisarse la túnica por enésima vez, Hermione salió de la ornamentada chimenea de la Mansión Malfoy.

—Solo dilo y podremos irnos, —repitió Draco, también por enésima vez.

Lo estaban llevando bien. Todo iría bien.

—Está bien, estoy bien. —Mintió Hermione mientras Pimsey los saludaba de nuevo.

Mientras caminaban por el gran vestíbulo, el corazón de Hermione latía con fuerza. Estaba volviendo voluntariamente a la pesadilla.

—Ahh, Draco y querida Sra. Granger, gracias por acompañarme. —Narcissa lucía tan resplandeciente como siempre, vestida con una túnica de gasa nacarada.

—Hermione, madre. —Draco había vuelto a adoptar su porte rígido y formal, a mundos de distancia del hombre que se había quemado un dedo intentando cocer un huevo aquella mañana.

—Sí, claro, perdóname. —La bruja sonrió amablemente, pero Hermione vio el desliz como lo que era, un recordatorio.

Volvieron a sentarse a una mesa exquisitamente puesta y esperaron a que Fig trajera una bisque de puerros.

—He visto en el periódico que la Ley del Matrimonio en la Horca ha sido anulada. No me sorprendió, debo admitirlo. La solución de la querida Hermione dio mucho que hablar. Ahora puedo deciros que estoy segura de que unos cuantos altos cargos no se tomaron a la ligera que alguien como tú les ganara.

Hermione bebió el sabroso líquido con más ganas de las necesarias.

—Sí, puede ser bastante difícil aceptar una derrota de un adversario inesperado. Deberían haberse dado cuenta de que se encontraron con una adversaria muy digna en ella. Pero fueron tan tontos como para subestimarla. —Hermione se quedó helada ante el cumplido de Draco.

Desde su periferia, vio que el tenedor de Narcissa se congelaba en el aire. Un momento después, pasó con gracia por los labios rosa pálido de la mujer.

—Por supuesto.

Hubo una pausa incómoda, en la que Hermione tragó saliva rápidamente.

—Fue una sorpresa para nosotros también. No afectará al caso de Draco, por suerte. —Pudo sentir como su mano se tensaba sobre la cuchara—. Al parecer, el Wizengamot tiene tiempo suficiente para cambiar las leyes que considera inadecuadas.

—¿No estás satisfecha con cómo gobiernan?

—No creo haber mantenido en secreto que no estoy de acuerdo con su particular forma de hacer justicia.

Narcissa le sostuvo la mirada un momento más antes de volverse hacia Draco.

—¿Y tú?

Draco miró rápidamente a Hermione antes de volver a su madre.

—¿Me gusta el órgano de gobierno que intentó darme muerte y que sigue ejerciendo ese poder sobre mí? No exactamente, no.

Su madre pareció ignorar su tono altanero y la forma en que su nariz se arrugaba con desagrado.

—Podrías hacer algo al respecto, ya sabes.

—¿Y cómo lo haría? —Enarcó una ceja.

—Como único heredero de las líneas Malfoy y Black, tienes derecho a un asiento en el Wizengamot.

Draco se quedó con la boca abierta cuando Hermione tosió, atragantándose con la sopa.

—¿Perdón?

—Una vez que recibas el indulto completo serás elegible para ocupar el puesto. —Narcissa asintió suavemente.

—No recuerdo que el señor Malfoy ocupara el puesto, creía que era hereditario. —Hermione quiso añadir que un puesto heredado en su órgano de gobierno daba aún más ventajas injustas a los nacidos en familias antiguas, pero lo retuvo.

Narcissa frunció el ceño.

—Una condición desafortunada tras la primera guerra. Una condición que Draco no tendría que cumplir, gracias a tu intervención. Solo necesita seguir las peticiones del Wizengamot y entonces heredará su primogenitura.

—Solo algo a tener en cuenta mientras esperas. Es importante que empieces a cultivar tus intenciones y tu imagen ahora, mientras el mundo te observa.

La preciosa mujer siguió comiendo como si no acabara de compartir una información que podría cambiarle la vida.

—Claro, madre. Por supuesto.

Hermione miró hacia donde estaba sentado Draco. Su cara estaba tranquila mientras sorbía el plato que se enfriaba rápidamente, como si no hubiera pasado nada. La forma en que se movía con destreza entre las emociones casi la mareaba.

Fig sacó el segundo plato y Hermione picoteó las tiernas verduras de su plato.

—Hermione, ¿cómo te va en el trabajo? Draco compartió lo ocupados que son tus días, muy poco tiempo para asuntos externos, he oído.

Hermione se atragantó con un bocado de rúcula.

—Muy ocupada. La anulación de la Ley del Matrimonio en la Horca me ha quitado tiempo que normalmente dedicaba a reunirme con el Wizengamot, lo que ha retrasado algunos de mis proyectos. Espero que no demasiado.

—Hermione espera abrir un ala en San Mungo para los enfermos de licantropía, madre.

Los labios de Narcissa se torcieron ligeramente hacia abajo.

—No me imagino que haya sido una campaña particularmente fácil de defender. Los hombres lobo han hecho daño a la comunidad mágica durante siglos.

—Espero apelar a la humanidad de la comunidad mágica. Estas supuestas criaturas eran, y siguen siendo, seres humanos antes de ser atacados. Como bien sabrás, hubo muchas víctimas durante la guerra. —Dentro de estas mismas paredes.

—Ah, sí, Greyback. Desgraciado. Curiosamente, formaba parte de una facción nada insignificante de hombres lobo que se encontraban más a gusto con la violencia que les permite su forma de bestia. Disfrutan con el dolor y el sufrimiento que infligen a los magos. Siendo muggle, estoy segura de que no lo sabes, las heridas entre la gente mágica y los hombres lobo son profundas.

—Hermione conoce muy bien la historia entre magos y licántropos y los cambios recientes en la opinión de los magos. No dudo de que será capaz de hacer realidad la nueva Ala. —Su voz seguía siendo fría y casi indiferente mientras hablaba, antes de dar otro bocado a las cebollas en escabeche.

Narcissa apretó la mandíbula durante un breve instante, el único signo de enfado en una fachada impenetrable.

Hermione tenía muchas ganas de salir corriendo, con la varita en ristre. Lo único que la mantenía sentada y atragantada con lo que debería haber sido una deliciosa comida era la maldita mirada de esperanza que Draco le dirigió cuando aceptó la invitación a cenar.

Sacaron el plato principal, un delicioso bourguignon de ternera, y Hermione rezó para que todos pudieran masticar rápido y poner fin a la noche.

—¿Sigues en contacto con los Weasley, Hermione?

—Sí.

—Familiares lejanos nuestros del lado Black. Vieja estirpe, aunque ahora no te des cuenta. He oído que eras íntima del hijo menor, si no me equivoco.

—Madre. —El apelativo llevaba implícita una advertencia.

—Era solo una pregunta. Simplemente estoy entablando conversación. Me gustaría conocer mejor a tu mujer.

—Sí, lo era. —Hermione se negaba a avergonzarse de su pasado, de sus elecciones, no ante gente como Narcissa Malfoy.

—Diría que es una pena que no funcionara, pero obviamente que estuvieras disponible fue extraordinariamente útil para nosotros. ¿Sigues teniendo una buena relación con él?

A Hermione le ardieron las mejillas.

—Estaba un poco confuso por el giro de los acontecimientos que se produjo, pero sí, yo diría que seguimos siendo amigos cercanos.

—Eso es maravilloso. Quién sabe, tal vez el futuro sea más brillante de lo que os imagináis.

Hermione se clavó las uñas en las palmas de las manos.

—Es un amigo importante y espero que lo siga siendo durante mucho tiempo.

Draco miraba fijamente su plato, con la mandíbula crispada.

—Por supuesto. La amistad es muy importante. Hablando de amistad, Draco, ¿recuerdas a Céleste Bonneville? Jugabas con ella de niño.

Dejó los cubiertos en la mesa.

—Recuerdo a Céleste. ¿Por qué lo preguntas?

—Oh, he mantenido el contacto con su madre, Josephine, durante bastante tiempo. La familia ha sido muy comprensiva con nuestras circunstancias. Hace poco me escribió que Céleste se graduó en Beauxbatons. Al parecer, se había interesado por los Abraxans y quería quedarse para ayudar en su programa de cría y entrenamiento, para horror de sus padres. Creo que esperaban mantener el asunto en secreto, pero la chica estaba bastante decidida.

—Fascinante.

Su respuesta fue divertida, pero Narcissa no se inmutó.

—La querida Josephine estaba terriblemente angustiada. Céleste exige por lo menos tres años antes de estar dispuesta a aceptar un emparejamiento y ese padre suyo le consiente todos sus caprichos. Esperar tanto para casarse nunca es bueno para una bruja, uno empieza a preguntarse por qué no la han pretendido. —Narcissa sonrió ampliamente ahora—. Menos mal que seguimos en contacto, porque a quién se le ocurre enviarme una carta preguntando por ti.

A Hermione se le revolvió el estómago.

No. No.

No estaba discutiendo seriamente un matrimonio para cuando se divorciaran delante de ella, ¿verdad?

—Madre. —La calma fue desapareciendo lentamente de la voz de Draco, sustituyéndola la nota aguda de la frustración.

—No estoy segura de que fuera el matrimonio que hubiéramos planeado en un principio. Su linaje no es todo lo adecuado que cabría esperar, pero son bastante respetados en sus círculos en Francia.

—Madre.

—Céleste también es bastante culta a pesar de su aparente obsesión con los caballos mágicos. Muy guapa, si no recuerdo mal, preciosa melena rubia, que sé que apreciabas en la señorita Greengrass.

Madre.

—Realmente es importante empezar a planear un arreglo pronto. No estoy segura de que encontremos a alguien que esté dispuesto a esperar a tu divorcio.

—Es suficiente, madre.

Hermione sintió que se le formaba un nudo en la garganta, la leve sensación de mareo hizo que se le llenara la boca de saliva. Le ardían los ojos mientras luchaba contra las lágrimas de indignación que amenazaban con empeorar la situación. Se negaba a parecer débil.

—Solo intento pensar en tu futuro, corazón mío. La querida Hermione no está ofendida. Después de todo, dejó muy clara su postura la última vez que nos vimos. ¿No es así, Hermione?

Dos pares de ojos pálidos se posaron en Hermione. Sintió que el labio inferior le temblaba y lo ocultó con un mordisco.

Los ojos de Draco se entrecerraron ante el pequeño gesto.

—Creo que hemos terminado aquí.

—Vamos, Draco, no es momento para teatros.

—Yo también esperaba una cena agradable, madre, pero parece que eso no estaba en las hojas de té de esta noche. —Recogió la gruesa servilleta en su regazo, limpiándose las comisuras de los labios.

La mano de Hermione salió disparada hacia su brazo, ganándose una mirada interrogante por parte de él.

—No pasa nada, estoy bien. Terminemos de comer, —murmuró.

No quería estar allí, ni mucho menos, pero no podía soportar la idea de que él perdiera lo que ella había perdido.

Una madre.

Miró fijamente la mano que descansaba sobre su manga antes de asentir y volver a acomodarse en su silla. Permaneció tenso mientras volvía a coger el tenedor y el cuchillo.

—Gracias, Hermione. Siempre has sido muy razonable, una cualidad admirable. Prepararse para lo que vendrá después de este desagradable período es lo mejor para todos. Draco necesitará una alianza adecuada para mantener la reputación familiar y, Hermione, los Weasley serían una familia muy acogedora y comprensiva para una mujer ambiciosa con un linaje como el tuyo.

Draco se levantó bruscamente de la mesa, el chirrido de su silla contra el suelo resonando en el espacioso comedor.

—Nos vamos. —Draco bajó la voz. Ella sintió que una mano retiraba su propia servilleta de su regazo antes de agarrarla suavemente de la mano, levantándola.

—Draco... está bien...

—No. No lo está.

Volvió a centrar su atención en su madre.

—Sabes, madre, habría esperado más cortesía y respeto hacia ella. Después de todo, me salvó de una muerte casi segura.

—Por supuesto que estoy agradecida. También soy realista. Incluso con un indulto completo no hay garantía de que una familia adecuada te acepte. Los Bonneville son lo suficientemente nobles y desesperados, no podemos perder esta oportunidad. Necesitas una mujer que sea digna del apellido Malfoy a tu lado.

—¿Cómo te atreves? —Su voz era suave, solo rabia silenciosa—. No puedes decirle eso, no a ella. Nunca podrás hablarle así. Esta noche ha terminado.

Podía sentir que la alejaban de la mesa, de la mujer, de las horribles palabras.

—¿Qué pensabas que pasaría cuando terminara tu libertad condicional? ¿Que seguiría siendo tu mujer?

Dejó de caminar delante de Hermione, pero se mantuvo de espaldas.

Narcissa estaba ahora de pie, ella misma, con sus preciosas manos cruzadas delante de ella.

—Eres el cabeza de familia. Tienes responsabilidades, expectativas que debes cumplir. Piensa en el apellido Malfoy.

La habitación estaba en silencio.

—Tú también tenías responsabilidades. —Permaneció de espaldas a su madre; las delicadas palabras susurradas hacia las paredes llenas de fantasmas.

—¿Perdón? —Narcissa se acercó a donde estaban.

La mano de Hermione fue liberada cuando Draco finalmente se giró. Había perdido la compostura. Tenía las cejas fruncidas y le temblaba la mandíbula.

—Dije que tú también tenías responsabilidades. ¿Estabas pensando en el apellido Malfoy mientras veías al Señor Tenebroso marcarme? ¿Cuando me ordenó matar?

Los ojos de su madre se abrieron de par en par, con las pestañas revoloteando de confusión.

—No tuve elección. Hice lo que pude. Te salvé.

—Tú eres mi madre. Eres mi madre y me permitiste ser carne de cañón en tu guerra. Me criaste para que pensara que era un regalo y fui tan ingenuo como para aceptarlo. ¿Sabes cuánto me odié por mi participación en todo esto? Por las decisiones que tomé. Pero me di cuenta de algo: tuve mucho tiempo para pensar mientras me consumía en una celda. Seguí el camino exacto que estaba trazado para mí, el camino que tú labraste obedientemente con tus propias manos. Ahí lo tienes, madre, cumplí con mis responsabilidades. Hice lo que se esperaba de mí. ¿Estás contenta ahora? ¿Con lo que he conseguido? —Su voz se quebró cuando una lágrima se deslizó entre sus pálidas pestañas, brillando a la luz de los candelabros. Le tembló el labio inferior y una lengua rosada se deslizó por él como si quisiera calmar el dolor.

La firmeza exterior de Narcissa no vaciló. Hermione observó con asombro y horror cómo la mujer enderezaba los hombros y mantenía la cabeza alta. El único indicio de emoción estaba en sus ojos, que de repente parecían más brillantes, y en el leve temblor de sus manos al alisarse la túnica.

—Hice lo que pude, —susurró.

Aunque sus rasgos eran duros, su voz transmitía la emoción de una mujer que había sido empujada mar adentro. Atormentada y sola.

Draco cerró los ojos brevemente antes de volver a abrirlos, con el labio temblándole suavemente.

—Tú me salvaste y me metiste en una jaula. Ella me salvó y me liberó.

Mientras él tiraba de Hermione por los pasillos, ella no podía olvidar la imagen de la regia y aplomada Narcissa Malfoy que parecía como si pudiera desvanecerse entre los muros de la casa ancestral que tanto ansiaba proteger, abandonada a su suerte solo por su linaje.

En cuanto llegaron a casa, Draco la atrajo hacia sí, rodeándola con sus pesados brazos.

—Lo siento mucho, lo siento mucho.

Se esforzó por apartar las manos de donde habían quedado atrapadas bajo su contacto, pero encontró su espalda mientras frotaba círculos tranquilizadores.

—Estoy bien, de verdad. Lo siento mucho por ti. Eso fue...

—Fue una mierda. Sí, lo sé. Fue tan estúpido incluso ir. No sé en qué estaba pensando.

—Estabas pensando que querías a tu madre. Créeme, lo entiendo.

La soltó solo para sujetarle la cara con las manos. Las sentía frías, como si los acontecimientos emocionales le hubieran dejado agotado.

—No voy a hacer ningún arreglo matrimonial. No estoy planeando un futuro más allá de esto, más allá de ahora.

Le cogió las manos con las suyas, pero miró al suelo.

—Lo entendería, si quisieras hacer planes para... después.

Cinco años.

Eso habían jurado. Ninguno de los dos había firmado para siempre. Él había dicho que le gustaba, no profesado su lealtad eterna.

Tenía que mantener la cabeza fría y ser razonable.

—No, Granger.

Volvió la vista hacia donde estaba su cara, tan cerca de ella que podía sentir su cálido aliento en las mejillas.

—Tal vez no me quieras después. Lo entendería. Pero no pienso en un después porque no estoy seguro de querer pensar en un después. Sé cómo era la vida antes de ti. No sé si podré soportar un después de ti.

Hermione no sabía qué decir, cómo responder. Ni un solo rastro de duda reposaba en su cara.

—No tienes que hacer ninguna promesa ni sentir lo mismo. Me parece bien. Solo quiero estar aquí por ahora, en esta casita con tu ridículo gato, al lado de un pueblo muggle, contigo.

Si había estado buscando una respuesta, detuvo su búsqueda mientras la acercaba, uniendo sus labios.

No llegaron a la cama.

Draco la guio hasta el suelo, donde una gruesa alfombra oriental yacía bajo ellos. Bajó con cuidado su cuerpo, apretando las líneas del suyo contra ella. Le subió las manos por los costados, levantándole la falda y apretándole la tela alrededor del vientre. Su pelo se aferraba a las fibras de la alfombra, la estática crepitaba mientras su cabeza se movía de un lado a otro mientras Draco centraba su atención en la piel de su cuello. La delicada carne era tan sensible, oscilando entre el dolor y el placer con cada lametón, cada mordisco.

Mientras mantenía el contacto de su boca contra el cuerpo de ella, le abrió la blusa, desabrochándosela. Una vez abierta, la sentó. Le quitó la suave tela de los hombros y la tiró en algún sitio. Su boca bajó hasta el valle entre sus pechos y luego hasta el pezón, que mordió a través del encaje del sujetador. Mientras mordisqueaba, arrastró los dedos por su espalda hasta encontrar el cierre. Le costó varios intentos, pero desenganchó el alambre antes de quitarle los tirantes de los hombros con una suave caricia. El sujetador se deslizó hasta la mitad de su cuerpo, pero él no se movió para quitárselo del todo. Un solo dedo pálido rozó la piel recién descubierta en la parte superior de su pecho. El más leve atisbo de sensación hizo que una red de electricidad recorriera la piel que se extendía por las vértebras de su columna y le arrancó un suave gemido.

—Tienes la piel más suave, —murmuró, sin apartar los ojos de donde su dedo hacía contacto. Hermione estaba segura de que no sería posible cansarse de la forma en que la tocaba, de cómo la miraba. Como si estuviera hecha de piedras preciosas, de plata, de oro.

La hacía sentir mágica.

Hermione sabía que lo era, por supuesto. Podía invocarlo, podía demostrarlo, pero en las manos de Draco lo sentía.

Le pasó los rizos por detrás de los hombros y enrolló uno en el dedo antes de soltarlo e inclinarse de nuevo sobre ella.

Hermione le detuvo con una mano en el pecho.

—¿Granger?

—Estoy sobria. Sé quién eres ahora mismo.

La confusión desapareció de sus ojos, inmediatamente reemplazada por el deseo y rápidamente seguida por la aprensión.

—Yo... tú sabes que yo no...

—Lo sé. ¿Quieres que te lo enseñe? —Le sostuvo la mirada, intentando transmitirle que estaba a salvo, que ella cuidaría de él.

—Sí, —susurró.

Permitió que ella cambiara su posición, dejándolo despatarrado sobre el suelo de su casa mientras Hermione se inclinaba sobre él. Se había quitado el sujetador y lo había sacrificado en el abismo del salón. Le desabrochó los pantalones, deslizándoselos mientras las caderas de él se levantaban para ayudarla en su empeño junto con los calzoncillos. Una vez acomodado, se apoyó en los antebrazos. Observó embelesado cómo ella bajaba hasta donde él colgaba pesadamente. Antes de que pudiera hundirse en la vergüenza, Hermione le lamió el miembro hinchado.

—Oh... —su gemido fue jadeante y la espoleó. Con un movimiento rápido, Hermione lo rodeó con la boca, bajando todo lo que pudo—. Oh, joder. —Le miró por debajo de las pestañas y se encontró con que la miraba como si fuera el mayor descubrimiento del mundo.

Mágico.

Hermione continuó lamiendo y chupando, aplicando diferentes presiones en un círculo alrededor de él con la mano. La saliva resbalaba de su boca a lo largo de su cuerpo, proporcionando el efecto deslizante que le permitía resbalar a su alrededor.

—Yo... no puedo... no quiero...

A través de sus divagaciones, Hermione supo que estaba cerca.

—Me voy a... me voy a...

Se movió más rápido, con la intención de llegar hasta el final, pero una mano agarró un puñado de rizos y detuvo sus movimientos con un fuerte tirón.

—Lo siento, lo siento, no puedo aguantar más.

—De eso se trata. —Volvió a inclinarse para continuar, pero otro fuerte tirón de sus rizos la detuvo.

—Por mucho que me guste esto, y créeme, me encanta, quiero estar dentro de ti. Por favor.

Hermione había querido demostrarle el entusiasmo, el tierno cuidado que él le había mostrado tantas veces, pero al verlo suplicar ante ella, con el pelo revuelto, el pecho jadeante, abierto ante ella de todas las formas imaginables, no pudo negárselo.

Se incorporó y colocó con cuidado las rodillas a ambos lados de las caderas de él. Seguía con la falda puesta, que sujetaba cerca de sus caderas. Apoyada en su regazo, pudo sentir cómo su saliva y la humedad entre sus piernas se mezclaban mientras se estrechaba contra él, provocando un gemido gutural en ambos. Se dio unos cuantos meneos más antes de balancearse sobre las rodillas para alinearlo con ella.

—Espera. Ve despacio, por favor. Quiero ver cómo me deslizo dentro de ti.

Sus palabras le provocaron una descarga eléctrica. No fueron dichas para excitarla a propósito. Las sucias palabras fueron pronunciadas con asombro, una petición de más conocimiento.

Ella acató su petición, bajando lentamente hasta volver a sentarse completamente sobre él.

—Oh… Hermione…

Su voz era bruma, apenas existía.

A medida que se movía, inclinaba las caderas y el cuerpo de él atrapaba su clítoris con cada movimiento descendente. Pronto sus muslos empezaron a temblar por la creciente presión. Las manos de Draco le soltaron el pelo y se aferraron a sus caderas, ayudándola a moverse, arriba y abajo, arriba y abajo, empujándola hacia la liberación.

Allí, se perdieron una vez más en la comodidad y el calor del cuerpo del otro, a salvo en la pequeña casa de campo junto a un pueblo muggle.

Juntos.

Hermione se desenredó del cálido cuerpo en la cama.

Draco tendía a aferrarse a ella y a enroscarse a su alrededor mientras dormía. Sus temores de ser devuelto a Azkaban estaban presentes incluso en sueños. Levantó con cuidado los brazos, movió las piernas y separó los dedos que se enredaban en la camiseta de dormir que llevaba puesta.

Después de que la cena le dejara conmocionado, se había quedado dormido mientras ella enroscaba los dedos en su pelo, arañando con las uñas la delicada carne de su cuero cabelludo. Su respiración se había vuelto más tranquila contra la piel de su vientre, a la que a menudo se exponía para acurrucarse contra ella. Hermione había seguido tranquilizándolo y reconfortándose a sí misma hasta altas horas de la noche.

Había intentado encontrar consuelo en los brazos que la sostenían, pero su mente no se calmaba por mucho que lo intentara.

Las secuelas de la noche la habían dejado tambaleándose, por no mencionar la admisión de Draco de que potencialmente quería un "después". La idea sonaba tan atractiva como aterradora.

Aunque le había perdonado por mentir sobre cómo se había hecho daño y comprendía en cierto modo la circunstancia, (ella misma podía ser bastante orgullosa) ese pequeño asomo de duda le picaba en el cerebro. A Hermione no le gustaba lo desconocido, no le gustaban las ecuaciones irresolubles y por muy enredada que estuviera su vida con la de Draco, una parte de él seguía siendo un misterio.

Sacudió la cabeza mientras se llevaba la taza de té a los labios.

Hermione eligió una nueva vía de pensamiento. Su encuentro con Dean y Lee la había preocupado. Su historia era muy parecida a la de Dennis: a pesar de tener los fondos y un negocio prometedor, les seguían negando un alquiler en Diagon. Incluso cinco años después de la guerra, la comunidad mágica británica seguía reconstruyéndose lentamente. Hermione había oído en el Ministerio que estaban animando a la gente a abrir nuevas tiendas en los edificios vacíos, con la esperanza de seguir impulsando el negocio. No se le ocurría ninguna razón por la que tanto a Lee y Dean como a Dennis se les hubiera denegado la entrada, aparte de ser nacidos de muggles. Podía sentir el picor de la indignación solo de pensarlo.

El crujido de las tablas del suelo desvió la atención de Hermione.

—¿Granger? ¿Por qué estás despierta a estas horas tan intempestivas? —Una voz somnolienta resonó suavemente en la tenue biblioteca.

—Perdona si te he despertado, no podía dormir.

Las facciones cansadas de Draco aparecieron mientras empujaba la puerta para abrirla del todo.

—De nuevo, siento mucho lo de la cena.

Sintió que se le encogía el corazón ante su evidente preocupación.

—Te lo prometo, tu madre no me impide dormir. Sinceramente, hace tiempo que no se me da muy bien.

—Un hecho que estoy seguro aborreces. La increíble Hermione Granger, ¿mala en algo? Qué horror. —Se apoyó en el marco de la puerta; con los brazos cruzados.

—Ja, ja, qué gracioso eres, incluso con babas en la barbilla. —Levantó una ceja.

—Yo no babeo. —Su respuesta fue rápida, pero más rápida fue la mano que se pasó por la barbilla.

Sonrió, pero lo ocultó tras su taza con un sorbo.

—Entonces, ¿qué es lo que normalmente te impide dormir?

Hermione meditó su pregunta un momento y luego suspiró.

—Todo.

Su mente saltó inmediatamente a noches frías en una tienda de lona, puñales malditos, torres derruidas, los que se habían perdido, tanto vivos como muertos, la lucha continua por demostrar su valía o la soledad de la supervivencia.

—Solo... todo.

Le sostuvo la mirada y la comprensión llenó su cara.

—¿Sabes por qué me negué a tomar la poción para el crecimiento del cabello que me dio mi madre?

Negó con la cabeza.

—Marcó un cambio en mi vida. Aunque que me afeitaran la cabeza en Azkaban antes del Beso fue una de las cosas más aterradoras que me han pasado nunca, no quería borrarlo todo y volver atrás. No sé si merecía una segunda oportunidad, pero la tuve. Sobreviví. Me miraba al espejo y veía mi cabeza rapada en tu pequeño lavabo y eso me recordaba que lo había conseguido. Con cicatrices y todo, llegué hasta aquí. Igual que tú. —Inclinó la cabeza hacia donde su propia cicatriz descansaba en su regazo.

—¿Estás sugiriendo que afeitándome la cabeza me arreglarás? —Fue su turno de poner los ojos en blanco ante sus palabras.

—No estoy intentando arreglarte, Granger. Solo te hago saber que lo entiendo. Puedes frotarte la cicatriz o tener provisiones a mano o quedarte despierta toda la noche mirando estrellas falsas si eso es lo que te hace recordar que sobreviviste. No me asusta. Lo entiendo. —Sus ojos eran de plata pura en la tenue luz que arrojaba la lámpara.

En la tranquilidad de la noche, en el reconfortante espacio de su hogar, Hermione sintió que algo se agitaba en su pecho. No era una punzada ni un crujido como el de algo que se rompe, sino un ardor, como la sensación de una delicada piel nueva que se teje después de un Episkey.

—Además, nunca sugeriría deshacerme de tu pelo. Me gusta bastante. —Le dedicó una sonrisa burlona—. Me vuelvo a la cama. Acompáñame cuando estés lista, si quieres. —Se dio la vuelta y la dejó sola.

Hermione se quedó mirando la puerta vacía. No sabía exactamente cómo reaccionar. Estaba tan acostumbrada a que todos a su alrededor intentaran constantemente recomponer partes de ella que consideraban rotas, sin comprender que algunas de las piezas ya no encajaban.

Él no había hecho nada de eso. En lugar de eso, Draco le había mostrado su propio fragmento astillado, sin vergüenza.

Hermione dejó la taza y se dirigió suavemente a su habitación. Él estaba acurrucado entre las sábanas de la cama cuando ella se metió suavemente. Una vez acomodada, sus brazos la rodearon y sus dedos se enroscaron en el suave material de su camiseta de dormir, una lenta inversión de su anterior huida. Con un profundo suspiro, pronto volvió a quedarse dormido, entretejido a su alrededor.

Miró fijamente las estrellas hasta que los pequeños puntos de luz se difuminaron, permitiendo que la pena se sintiera un poco más ligera que antes.

Cuando el sol estaba en lo alto del cielo, decidieron levantarse de la cama. Después de una larga noche, el descanso estaba justificado.

Desayunaron mientras leían en el salón, compartiendo pasajes y comentarios ("Matilda era sin duda una bruja. ¿Así eras tú de niña, Granger?") y disfrutando de la compañía mutua. Llegó una lechuza de Theo, invitándoles a otra pequeña velada esa noche. Por un momento, Hermione pudo imaginarse su vida así. Lejos de las guerras, de la sangre, de las expectativas, se sentía posible. Un después.

La convenció para dar otro paseo en bicicleta. Ella había conseguido reparar la que él había roto. Sintió el calor del sol en su piel y vio cómo enrojecía el cuello de Draco. Montaron despacio, y él solo se cayó una vez. La hierba alta repicaba cuando el viento soplaba a través de las hojas y les hacía cosquillas en la nariz con notas de fragancia verde. Era un día precioso.

Cuando entraron con sus bicicletas por la puerta de la casa, se besaron y rieron mientras el sol empezaba a ocultarse tras las colinas.

Hermione se dio cuenta de que una luz brillaba en el interior de la casa.

Una luz que no había dejado encendida.

Los pelos de los brazos se le erizaron. A su lado, Draco estaba de pie, repentinamente alerta, sin rastro de jovialidad.

Hermione sacó la varita y le indicó que se colocara detrás de ella. Él dudó un momento antes de ponerse a su lado.

Con la respiración contenida, lanzó un hechizo silenciador a la puerta antes de abrirla. Sin dudarlo, lanzó el Protego más fuerte que pudo.

—¡Soy yo, Hermione!

La voz nerviosa de Ron sonó en la casa mientras saltaba del sofá.

Hermione respiró hondo antes de dejar caer el escudo, con la mano en el corazón.

—¡Ronald, por qué hiciste eso! Me has dado un susto de muerte.

—Lo siento, lo siento, entré por Flu hace unos minutos y me di cuenta de que te habías ido. Pensé en esperar un poco para ver si volvías.

—¿Tienes por costumbre pasarte sin avisar por las casas de los demás y luego merodear? —Las palabras tensas de Draco volaron por encima de su cabeza.

—¿Tienes por costumbre esconderte detrás de mujeres que son la mitad que tú?

—No tengo varita, algo que tu Departamento ha asegurado. Además, aunque la tuviera, Granger es mejor duelista de lo que yo jamás podría ser. Incluso con la mitad de mi tamaño, con una varita en la mano, es nada menos que mortal.

—Palabras fáciles para un cobarde, —espetó Ron.

—¿Hay alguna razón para que estés aquí, Ronald? —Interceptó Hermione antes de que el intercambio de palabras pudiera continuar.

Las facciones furiosas de Ron se suavizaron antes de mirar a Hermione a los ojos.

—Me enteré de lo que pasó en la Madriguera y Merlín, siento lo de mamá y más aún haber estado primero de su lado y no haber venido a verte enseguida. Solo quería hablar. Hace tiempo que no hablamos. Creo que la mayor cantidad de tiempo, tal vez en toda nuestra amistad. Sé... bueno, sé que dije algunas cosas duras. Lo siento. Estaba fuera de lugar. Estaba enfadado y no pude ver más allá. Me frustró que fuera exactamente lo que tú harías, incluso por alguien como él. —Sus ojos se dirigieron hacia Draco antes de volver a mirarla a ella—. Solo quería decirte que lo siento y que te perdono.

Draco resopló detrás de ella.

—¿Puede irse? —Ron estaba fulminando con la mirada.

Draco le devolvió la mirada, pero miró a Hermione antes de que sus ojos se abrieran de par en par.

—¿En serio?

Hermione apretó los labios, suplicando con los ojos.

Sus facciones oscilaron entre la frustración y la resignación, y suspiró.

—Bien. Me refrescaré para ir a casa de Theo. —Volvió a mirar fijamente al otro mago—. Estoy en la otra habitación. Si necesitas algo, llámame. —Mientras caminaba para pasar junto a ella se detuvo junto a Ron—. Si vuelves a ponerle las manos encima, con varita o sin ella, me aseguraré de que te arrepientas. Ya no estoy medio muerto de hambre. —La amenaza fue tranquila pero firme. La puerta del baño se cerró con un chasquido, dejando solos a los dos viejos amigos.

—¿Desde cuándo le importa a Malfoy lo que te pase? —El tono de Ron adquirió de pronto un tono sospechoso.

—¿Estás aquí para hablar o para interrogarme? —Hermione se sentó en un sillón. Esperaba que, si ambos se acomodaban, aquella podría ser una conversación productiva. Tuvo la delicadeza de parecer avergonzado antes de volver a sentarse en el sofá.

—Lo siento, Hermione. Por empujarte. No hay absolutamente ninguna excusa.

—Tienes razón, no hay excusa. —Cruzó los brazos sobre el pecho.

Ron tragó saliva.

—Sé que mis acciones no son muy meritorias, pero me gustaría que volviéramos a ser amigos.

No se había dado cuenta de que habían dejado de serlo.

—Me enfadé mucho porque es Malfoy. No creo que se merezca lo que hiciste por él, pero reconozco que después de todo, te merecías que al menos te escuchara, si no que confiara en ti. Incluso más allá de ser la persona más inteligente que conozco, eres especial porque también eres una de las más compasivas. De alguna manera, me permití olvidar eso.

Hermione sintió que sus brazos cruzados se aflojaban.

Era Ron. Su amigo, su ex novio.

—Gracias, Ron. Significa mucho para mí. Siento habértelo ocultado, que te cayera así encima. Tampoco fue justo por mi parte.

—No podemos fingir que mi reacción es probablemente la razón por la que no lo hiciste. Ahora me doy cuenta.

Hermione sintió que le quitaban un peso que no se había dado cuenta de que la oprimía.

—Además, no es para siempre. Puede seguir su camino pronto y te divorciarás antes de que te des cuenta. ¿Verdad? —Ahora la miraba fijamente, con una mezcla de preocupación y conciencia grabada en las líneas de su pequeño ceño fruncido. Sus ojos se posaron en el anillo que llevaba en el dedo.

—Por favor, dime que no lo has hecho.

—Ronald, no creo que eso sea asunto tuyo.

—Dijiste que era solo para salvar una vida, no una aventura. Pensé que... —su voz, cada vez más fuerte, se cortó cuando sus mejillas se sonrojaron de un rojo vivo que chocaba con su pelo castaño. El tono rojizo de su piel contrastaba con las miríadas de pecas que salpicaban su rostro—. Creía que estábamos de acuerdo en que no era el momento adecuado.

—Ron... yo...

El intento de frase fue cortado por el sonido de una puerta que se abría ruidosamente.

Oh Dios, otra vez no.

—Creo que deberías bajar la voz, Weasley. Es de mala educación empezar una pelea en casa de alguien. —El pelo de Draco aún estaba húmedo, las gotas caían sobre su camisa blanca y limpia.

—No se trata de ti, Malfoy. —Las manos de Ron se abrían y cerraban rápidamente

—De alguna manera no creo que eso sea cierto.

—Eres una mierda. Cómo hiciste que te viera como algo más que la cucaracha que eres, está más allá de mí.

—Ya basta, Ronald. —Hermione sujetaba con fuerza su varita en la mano.

—¡No la mereces! ¡Nunca la merecerás! Debería estar con otro, —se quejó Ron.

Draco se burló a su vez.

—Oh, ¿me pregunto quién? ¿Acaso tú? —Ahora estaban a unos pasos de distancia.

—¡Basta ya! Esto es ridículo. —Hermione se interpuso entre ellos, presionando firmemente sus manos contra sus pechos, su varita clavándose en el botón de Draco.

Ron empujó contra ella, pero Draco bajó la mirada, como si notara su presencia por primera vez desde que había entrado en la habitación. Levantó la mirada hacia los ojos de Hermione por un momento antes de cerrarlos brevemente y dar un paso atrás.

—Nunca dije que la merecía. Ni siquiera yo soy tan engreído como para pensar que la merezco de alguna manera, —exclamó.

El pecho hinchado de Ron pareció desvanecerse bajo la mano de Hermione.

—¿Qué? Entonces, ¿la dejarás ir?

—Yo no he dicho eso, —resopló Draco.

—Pero acabas de decir... —Ron parecía confundido.

—Dije que sé que no la merecía. De lo cual soy muy consciente. Pero no soy tan desinteresado. Sé que no la merezco, pero voy a quedármela. En realidad, tacha eso, ella puede quedarse conmigo. Puede tenerme todo el tiempo que quiera. No depende de ti, no depende de mí, solo depende de ella.

—¿Lo aceptas? ¿Lo quieres? —La pregunta les rondaba en la habitación.

Hermione no era tan ilusa como para pensar que no sentía nada por Draco. Claro que lo sentía. Lo sentía como el viento en la hierba, lo sentía como el sol en su piel. Lo sentía en los momentos tranquilos en los que vivían uno junto al otro.

Pero ese salto se sintió tan abarcador.

Había un consuelo en la soledad.

—Eso es entre Draco y yo. Si has venido a disculparte, lo acepto. Si has venido a decepcionarme de nuevo, puedes irte.

—Esto no me gusta. —La cara de su amigo se descompuso.

—No te lo estoy preguntando.

Le sostuvo la mirada, el pequeño destello de esperanza en sus ojos azules, sofocado justo delante de los suyos.

—Claro. Por supuesto.

Se apartó de ella y se alisó la camisa arrugada.

—Bueno, ya he dicho lo que tenía que decir esta noche. Eres adulta, Hermione. Puedes tomar tus propias decisiones. Solo espero que no llegues a arrepentirte de ellas. Estoy aquí si alguna vez me necesitas. Ya me las arreglaré. —Entró en el Flu, desapareciendo con una sonrisa triste en su cara pecosa.

Cuando los últimos ecos de su partida terminaron de sonar en la habitación, Hermione dejó escapar un suspiro.

—No me gusta ese hombre.

Miró hacia donde estaba Draco, con el pecho subiendo y bajando.

—Soy consciente. —Hizo una pausa—. Pero gracias. Por no contrariarle. —Aunque no había sido especialmente agradable, a ella no le había pasado desapercibido que no hubiera provocado a Ron hasta el punto en que lo había hecho antes.

—Créeme, me costó mucho esfuerzo. —Bajó la mirada hacia un reloj caro—. Se supone que pronto estaremos en casa de Theo. —Miró hacia el Flu, ahora vacío—. Quizá deberíamos cancelarlo.

—No puedo decir que me apetezca ir ahora.

Asintió con la cabeza.

—Está completamente bien. Nos quedaremos aquí.

Hermione sintió una culpa de piedra en las tripas.

—No, no, ve tú. Solo estoy cansada. Voy a acostarme temprano. Por favor, vete, para que no decidan venir todos aquí.

Dudó, volviendo la vista hacia el Flu.

—¿Seguro? Siento que debería quedarme.

—Seguro, dale recuerdos a Theo y al resto.

Aun así, no se movió. Hermione se acercó y le sujetó la mejilla.

—Vete Draco, pasa tiempo con tus amigos. Estoy bien, lo prometo.

Le acarició la mano mientras sus ojos buscaban su cara.

—De acuerdo. Tienes razón, Theo seguramente asaltaría la casa. Si cambias de opinión, envíame un Patronus. Volveré a casa inmediatamente.

A Hermione se le revolvió el estómago.

Casa.

Se puso de puntillas y lo besó, reteniéndolo solo un momento.

—Te prometo que lo haré. Ahora vete, diviértete.

Volvió a mirarla una vez más, y solo se acercó a la chimenea cuando ella le dedicó una sonrisa tranquilizadora.

Una vez que se hubo ido, Hermione fue al dormitorio a ponerse el pijama. No había mentido, estaba cansada.

No estaba muy segura de lo que sentía con respecto a Ron. Su disculpa había sido sincera, sabía que lo era. No se había peleado a puñetazos y no la había echado de su vida por completo. Era más de lo que había esperado de él aquella mañana.

Hermione oyó el Flu.

—Draco, estoy bien, de verdad. —Entró en la sala de estar, pero se detuvo cuando vio a Harry prácticamente saltando de las llamas verdes.

—¿Harry?

Echó un vistazo a la habitación.

—Harry, ¿qué pasa?

—¿Está Malfoy aquí ahora mismo? —Corrió hacia donde ella estaba, tropezando con la esquina de la alfombra. Cuando por fin se enderezó, le agarró los hombros con fuerza entre sus ásperas manos.

—¿Qué está pasando, por qué estás aquí?

—Hermione, contesta la pregunta, ¿está Malfoy aquí? —Su voz era apresurada mientras miraba por encima del hombro de ella hacia el pasillo.

—No, no está. Ahora dime lo que está pasando, o déjame ayudarte.

Harry le devolvió la mirada, con la cara pálida y sombría.

—Tenemos que hablar, Hermione. Ahora.

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Nota de la autora:

¡Capítulo 23, capítulo 23! No puedo creer que hayamos llegado tan lejos. ¡Ha sido una explosión! ¡Gracias por todo el apoyo increíble!

¡Muchas gracias a rompeprop y noxhunter! Sois las mejores betas. Gracias por emplear vuestro tiempo en leer y editar mi historia.

Esto fue escrito en el coche durante un día de hacer recados (no os preocupéis, yo no estaba al volante lol) y luego terminó mientras estaba secuestrada durante la siesta. Proceded con cautela.

No soy dueña de una mierda