Sus manos temblaban mientras trataba de procesar todo lo que Mayu le había dicho y, aunque hubiesen pasado horas de aquel suceso, su cuerpo aun resentía aquellas sensaciones.
Por favor, tienes que calmarte.
Un pequeño suspiro abandonó sus labios mientras bebía una taza de café. En ese momento, la puerta se abrió, provocando que diera un respingo.
- Hola, pequeña.
- ¿Qué? - volteó, completamente sobresaltada, encontrándose con los ojos confundidos de su compañera. - Eri...
- ¿Qué te sucede? Parece que hubieras visto un fantasma.
Juro, por mi vida, que escuché la voz de Kirinmaru...
- N... nada, sólo me asustaste, ¿Qué sucede?
- Pues, pareció más que eso. - se dirigió hacia la tetera. - Quería que me cubrieras.
- ¿En...?
- Es el horario de alimento de los bebés, pero acabo de salir de un parto un poco complicado, ¿podrías alimentar a la pequeña Ema por mi?
- ¿Ema ya puede comer sola? - su sonrisa se amplió, mientras recordaba lo compleja que había sido su llegada al mundo.
- Ya verás todo el peso que ha ganado. - le devolvió la sonrisa. - A este paso, podrá ir a una sala común en poco tiempo.
- Eri... eso es grandioso.
- Entonces, ¿si puedes?
- Claro, quiero verla. - dejó su taza sobre la mesada.
- Genial, su mamá ha dejado un poco de su leche, se encuentra en la pequeña heladera, tiene su nombre en ella, es una pena que no pueda estar presente pero, por el momento, lo mejor será que la monitoreemos nosotras al comer y... Kag, muchas gracias.
- No tienes que agradecerme, Eri... a veces en este trabajo vemos cosas que son demasiado... complicadas.
- Así es... estos pocos minutos me vendrán bien.
Kagome salió con rumbo a la zona de internación, entusiasmada con la idea de ver a la pequeña, sin embargo, aquella cálida sensación fue reemplazada por la que acababa de vivir.
¿Por qué recordé la voz de Kirinmaru al escuchar la puerta? Es como si aquel sonido motivara esa reacción, pero... ¿Por qué?
Se encontró frente a la puerta de internación antes de que se diera cuenta y, rápidamente, ingresó.
- Kag. - sonrió su compañera. - ¿Qué haces aquí?
- Eri me preguntó si podía reemplazarla para alimentar a Ema. - pasó sus ojos por los cinco bebés que se encontraban en las incubadoras. - ¿Cómo se encuentran?
- Bueno... - posó sus ojos sobre el más pequeño. - Él...
- Ni lo digas. - intervino. - Ninguno de ellos va a irse... no lo permitiremos por nada del mundo. - caminó hacia el lugar de Ema. - ¿Verdad?
- Claro que si... haremos todo lo posible. - respondió, mientras conectaba aquella sonda por la que alimentarían a uno de ellos.
- De acuerdo, pequeña. - deslizó la parte que separaba a la niña del exterior y la tomó en sus brazos, con sumo cuidado, mientras esta pronunciaba pequeños sonidos e intentaba llorar. - Oh, no... no, no, no, no llores, sólo vine a alimentarte. - sonrió, mientras se sentaba en una de las sillas y su compañera le acercaba el biberón. - Has ganado peso mi amor, ¡así se hace! - la niña comenzó a beber la leche. - Eres hermosa, ¿lo sabias? - comenzó a acariciar su mejilla. - Pronto tu mami podrá cargarte tanto como lo desee, ¿si? eres una pequeña muy fuerte y valiente... estoy segura de que tendrás una vida plena.
Su aroma... es tan dulce y agradable... ella es... tan delicada y hermosa, como si se tratara de una pequeña muñequita de cristal a la que hay que proteger.
Sus ojos se cristalizaron nuevamente, como cada una de las veces en las que había alimentado a un bebé en esas condiciones.
- Ema preciosa... tienes unas manitos hermosas. - acarició sus dedos, mientras los pequeños ojos de la niña se posaban en los de ella. - Y tus ojitos son indescriptibles...
Su mirada me transmite una calidez especial... única.
¿Así me hubiese mirado mi bebé?
Sonrió, disfrutando al máximo cada pequeño segundo que compartiría con la pequeña sobre su regazo.
El atardecer se hizo presente y, mientras tomaba su último sorbo de café, terminó de planear la clase que tendría que dar. Suspiró, reclinándose en su silla mientras pasaba su frente a sabiendas de lo que tendría que enfrentar esa misma noche y el día siguiente.
- Tengo que decirle... no puedo hacer de cuenta que lo de Yura es algo insignificante. - hizo una pausa. - Sólo espero que se lo tome con calma.
Comenzó a rascar su cuero cabelludo con fuerza, con la necesidad de apartar aquella sensación que brotaba en su pecho.
- Maldición. - gruñó al sentir el hormigueo en sus manos y la manera en la que su cuerpo se tornaba rígido. - Cálmate, idiota.
Cuando tengas un ataque de ansiedad, trata de realizar una acción que provoque una sensación fuerte en tu cuerpo, eso sin hacerte daño, por supuesto.
Las palabras de Urasue pasaron por su mente, en el mismo momento en que sentía que el aire comenzaba a faltarle.
¿Acaso mi sangre daiyokai aumentará todas estas emociones?
Suspiró, dirigiéndose a la cocina en donde, para su suerte, no había nadie, y tomó un cubo de hielo. Cerró sus ojos con fuerza al sentir el contacto gélido y punzante de aquella fría textura contra la calidez de la palma de su mano.
Regula tu respiración, desvía la atención de tu mente hacia algo que te guste o te reconforte... si sientes que es demasiado para ti, llama a alguien.
Se sentó frente a la mesa, apretando con fuerza aquel objeto entre sus dedos, mientras su mente viajaba a la noche anterior, en donde él y su amada habían vuelto a unirse en uno solo.
- Kagome. - murmuró, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. - ¿Por qué tuvimos que enfrentarnos a tantas cosas? Nosotros merecíamos la felicidad plena.
No te estas ayudando, idiota.
Se reprendió mentalmente, por lo que, se puso de pie y comenzó a caminar, marcando el número de su hermano. Segundos después, su voz resonó del otro lado.
- ¿Qué es lo que quieres?
- Imbécil. - se sentó en un rincón de la cocina, mientras su pierna comenzaba a temblar y el hielo a desquebrajarse
- Voy de inmediato. - cortó.
Imbécil, aquella era la palabra clave que habían acordado para que Sesshomaru comprendiera que necesitaba ayuda, después de todo, el pedirla directamente hubiese sido un golpe enorme a su ego. Todavía recordaba la primera vez en la que debió usarla.
Inicio del flashback.
Un año atrás.
Se encontraba solo en la casa, ya que Kagome había tomado el turno nocturno en el hospital. Su día había sido bastante agotador, no sólo por las clases que dictó, si no porque la discusión con ella había escalado, nuevamente, a los gritos, por lo que su estrés sólo había aumentado y, para finalizar, el peso de aquel secreto había vuelto a hacer estragos en su pecho.
- Maldición. - salió de la cama, dirigiéndose a la puerta de aquella habitación. - Miyuki. - colocó la mano sobre el nombre. - Por favor, hijo, dame fuerzas para seguir con todo esto.
Si tan sólo estuvieras a mi lado... daría lo que fuera por tenerte entre mis brazos.
- Demonios... - cayó sentado, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. - ¡Demonios! - le dio un puñetazo al suelo. - ¡Maldito hijo de perra!
En ese momento, las palabras de su hermano atravesaron su mente.
Cuando sientas que necesitas ayuda, sólo di esa palabra y sabré que no me llamas para fastidiarme.
Tomó su móvil y, mientras sus manos temblaban, marcó su número.
- ¿Qué es lo que quieres?
- Im... Imbécil.
Su hermano cortó la llamada, sin darle garantías de nada. Lanzó el móvil a un costado, ocultando su rostro entre sus piernas, mientras su cuerpo temblaba. Elevó la cabeza sin tener noción de cuanto tiempo había transcurrido y se encontró con las piernas el peliplata frente a él.
- ¿Cómo entraste?
- Ponte de pie. - pronunció, con su voz imperturbable.
Le hizo caso por inercia y abrió ligeramente sus ojos al sentir la mano de su hermano sobre su hombro, guiándolo en dirección de la cocina. Se apartó, mientras él se sentaba y el peliplata se dirigía a la cocina. El silencio era interrumpido por el sonido de los utensilios, hasta que, segundos después, este se volteó, dejándole un té de hierbas sobre la mesada.
- ¿Qué sucede? - preguntó, apoyando sus codos sobre ella.
Fin del flashback.
El sonido de la puerta abriéndose lo regresó a la realidad y supo que tenía que elevarse. Soltó lo que quedaba del hielo y se dirigió a la cocina, en donde su hermano se encontraba preparando el té que iba a ingerir. Se sentó en el mismo lugar en el que lo hacía cada vez que debía recurrir a su ayuda.
- ¿Cómo te sientes? - preguntó, extendiéndole la taza.
- Es como si fuera a morir. - bebió un sorbo.
- ¿Seguiste las indicaciones de tu analista? - asintió.
- No es tan simple como crees, Sesshomaru.
- ¿Es por eso? - su pecho se arrugó ante esa pregunta. - Hasta que no lo confrontes, no te sacaras ese peso de encima.
- No estoy listo para hablar de eso en terapia.
- ¿Pero si para aguantar esto? Kagome...
- Ella no recuerda nada, ¿bien? eso es un hecho. - suspiró. - Su mente creo un mecanismo de defensa en el que reemplazó su recuerdo completamente y, para ser sincero, prefiero que se mantenga así.
- ¿Prefieres que viva en una mentira?
- ¡Si logro preservar su vida, entonces si! - gritó, con sus ojos humedeciéndose nuevamente. - Yo no puedo borrar lo que sucedió aquel día, pero mientras ella...
- Si ella lo recuerda, puede recaer en todo lo que ya vivió, Inuyasha. - su tono, como siempre, era severo. - Puedes estar tranquilo, esos bastardos no están cerca... a decir verdad, ni siquiera se como se escaparon de mi control.
- Porque no son personas fáciles de mantener vigilados, Sesshomaru... comprendo eso, pero... yo jamás volveré a estar tranquilo después de ese día.
- Lo se. - sonrió. - Todavía recuerdo el día en que te fuiste de tu casa.
Inicio del flashback.
- ¿Puedo confiar en ti?
- ¿Tengo que recordarte la cantidad de veces que salve tu inservible pellejo?
- ¡No me interesa lo que hayas hecho por mi! - gritó. - Necesito que ella este segura y, si es necesario, que este vigilada las 24hs, no podemos permitir que ellos vuelvan a acercarse.
- ¿Planeas regresar a su lado?
- Es mi mujer, por supuesto que planeo volver con ella cuando las cosas entre nosotros se relajen un poco, ¿por qué preguntas?
- Para no ocupar a mis hombres en alguien tan innecesario como tú.
- Nunca cambiarás tu pésimo humor, ¿verdad?
- Nunca contigo.
Fin del flashback.
- ¿Viniste a ayudarme o causarme más ansiedad?
- De hecho, hermano, si dependiera de mi, ya te hubiese golpeado hasta quitarte lo loco. - bromeó. - Pero prefiero hostigarte con mi presencia.
- Pues, te salió mal.
Porque me reconforta no estar solo en este momento.
Pensó, sin emitir ni una palabra.
Cerca de medianoche...
- Lamento la tardanza. - sonrió, ingresando al auto. - Me quedé dormida. - lo miró.
- No te preocupes, amor. - se acercó, besando suavemente sus labios. - Ni siquiera te dio tiempo de cambiarte, ¿verdad? - aceleró.
- No. - rio. - Me despertó tu llamada... fue un día largo. - suspiró.
- ¿Has hablado con Kikyo?
- ¡Verdad! - tomó su móvil. - Tengo algunos mensajes. - sonrió. - Están por aterrizar, será mejor que nos apresuremos.
- De acuerdo.
Mientras ella tecleaba sus respuestas, él se mantenía en silencio, con su mirada fija en el camino y su mente tratando de calmarse para encontrar el momento justo en el que abordar el tema.
- ¿Estas bien? - preguntó, bloqueando la pantalla del aparato. - Estas muy callado.
- Bueno... - apretó un poco el agarre sobre el volante. - Hay algo que tengo que decirte.
- Inuyasha... no me asustes. - notó como tragó saliva. - ¿Qué sucede?
- Yura... - murmuró, provocando que el pecho de ella se apretara. - Ella... ingresó a trabajar a la escuela.
- ¿Qué? ¿A... a la misma que...? - él asintió. - Pero...
- No lo se. - intervino. - No se como sucedió, pero ya está allí.
- Y tú... ¿hablaste con ella?
Asintió, generando una molestia bastante evidente en ella.
- No tenía opción, necesitaba saber el porque se encontraba en el mismo lugar que yo.
- ¿Y que te dijo?
- Que solo consiguió un trabajo y ya... que no sabía que yo trabajaba allí.
- ¿Y le crees? - el silencio se presentó nuevamente. - ¿De verdad, Inuyasha?
- Kagome...
- Yo no puedo creerlo...
- Oye, ella no parecía sospechosa.
- Si, hace 10 años tampoco lo parecía, ¿verdad?
- Tú lo dijiste, pasaron 10 años...
- ¡¿Y encima la defiendes!?
- ¡No la estoy defendiendo! Sólo digo que...
- ¿Sabes una cosa? Déjalo así, no quiero arruinar este momento, no cuando Kikyo volvió después de tanto tiempo.
- Kag...
- Basta, ya te dije.
Él suspiró y el resto del viaje permanecieron en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos.
Llegaron al aeropuerto cuando el avión estaba aterrizando, por lo que permanecieron en el salon unos momentos hasta que la divisó saliendo del pasillo y entregándole la documentación al oficial encargado de la revisión. Segundos después, sus miradas se encontraron y cada una corrió en dirección de la otra.
- ¡Kikyo!
- ¡Kag! - soltó sus maletas mientras recibía en brazos a su prima, quién se aferró fuertemente a su cuerpo.
- No tienes idea de cuanto te extrañé. - pronunció, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
- Yo igual, Kag... estoy muy feliz de estar aquí de nuevo.
Mientras tanto, el moreno se posicionó al lado del peliplata.
- Inuyasha.
- Naraku.
- ¿Cómo se encuentran?
- Bien... eso creo. - suspiró. - ¿Lo dices por...? - él asintió. - Todo sigue igual.
- Entonces, ¿no lo sabe? - meneó la cabeza.
- Y por el bien de su mente, espero que no lo sepa nunca.
De lo contrario, temo que no podría vivir tranquila nunca más.
