Capítulo 7
Cuando Cassian decidió comenzar a enseñarle combate cuerpo a cuerpo, Nesta le mostró lo que sabía de defensa personal, dejando a Cassian sinceramente impresionado. Nesta no era ni de cerca una guerrera, pero esos eran buenos movimientos para poder defenderse y escapar a salvo. No sabía que la hermana mayor de los Archeron tuviera eso en ella.
—Es mucho mejor de lo que esperaba —la alabó—. ¿Dónde aprendiste eso?
—Una mujer debe saber defenderse, al menos —repitió las palabras de su madre y su padre.
—Sí, eso es sabio, pero esos no son torpes intentos o algo autoenseñado. Son muy buenos movimientos, como si alguien que supiera te hubiese enseñado.
—Alguien que sabía me enseñó hace mucho tiempo —asintió sin darle más detalles. Cassian nunca entendería el mundo real, porque Cassian no conocía el mundo real.
—Bien, entonces ampliemos lo que sabes, Nes —asintió Cassian.
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Cuando Nesta entró en la biblioteca privada a buscar una de las novelas que disfrutaba leer, la imagen que la recibió la hizo sentir como si alguien la hubiera golpeado de lleno en el plexo solar, sin aviso. El aroma a jazmín y miel, y la belleza de Elain, que había conservado la de Elena, incluso la había maximizado. Quiso llorar al verla, al imaginar a su dulce Elena muriendo. Elena, la más dulce de las tres. Ver la versión de Elena que creó en este mundo dolía mucho.
—Vete —ordenó; no quería verla, no estaba lista.
Elain se estremeció por la dureza de su voz, justo como haría Elena.
—Yo… quería verte, Nesta.
—Yo a ti no —dijo con dureza, cruzándose de brazos para mantenerse entera.
—¿Estás disfrutando tu tiempo aquí? —Elain trató de hablar con desesperación, como si nada pasara.
—No veo cómo sería eso tu problema —se estaba cerrando en banda, lo sabía.
—Nesta, sé que las circunstancias que te trajeron aquí fueron horribles, pero eso no significa que tengas que sentirte tan abatida por todo ello.
—Ni tú ni nadie tiene derecho a decirme cómo sentirme. No reges sobre mis emociones, Elain; me sentiré como se me pegue la gana —le advirtió. Su Elena ya habría retrocedido; su Elena sabía cuándo presionar y cuándo no, pero esta no era su Elena. Esta era Elain, y no era lo suficientemente sabia para hacer caso al ladrido y apartarse antes de que mordiera. —Sabes, cuando te consumías, negándote a comer y a beber, estuve junto a ti. Mientras te marchitabas y te echabas a morir, yo me quedé a tu lado. Nadie sugirió que te adaptaras, o de lo contrario serías enviada de regreso a los territorios humanos —Nesta tenía muy claro ese recuerdo, aun cuando todo era producto de su mundo de fantasía. Era uno de los recuerdos que más la habían arrojado en espiral; su familia, sus psicoterapeutas y psiquiatras habían tenido que trabajar duro antes de que el recuerdo dejara de lastimarla tan profundamente. Lo había superado hace mucho, pero en este momento se sentía de nuevo como la niña de 11 años que se levantaba llorando, torturada por esos recuerdos.
Elain se mantuvo firme, sorprendentemente.
—No estaba bebiendo hasta quedar inconsciente ni haciendo… esas otras cosas.
—Se llama tener sexo con extraños —se burló sin sentir vergüenza. A sus 85 años, el pudor y la vergüenza le eran indiferentes; se negaba a sentir vergüenza de su sexualidad, incluso en este mundo. —No es que tú seas una virgencita santa; bien que te acostaste con ese prometido tuyo que, en cuanto te volviste hada, te dio una patada en el culo porque nunca te amó. —Era cruel, lo sabía; cuando la ira estallaba, su trastorno de personalidad limítrofe sacaba lo peor de ella.
Para crédito de Elain, no se disolvió en llanto; tal vez no era tan débil como la recordaba.
—¿Estás enfadada conmigo?
—Te uniste a otros para tomar decisiones sobre mi vida. Te metiste en mi lugar y recogiste mis cosas mientras Rhysand y Feyre me decían que soy un inútil montón de mierda… ¿Y esperas algo diferente? Solo el hecho de que, incluso aquí, seas mi hermana, me impide envolver mis manos en tu cuello y demostrarte cuán enfadada estoy —le aseguró con ojos duros.
—Feyre me advirtió que esto podía pasar.
—Entonces es más inteligente que tú por mantener su distancia. Lárgate, Elain —le señaló la puerta—. Me repugna verte.
—Quería verte, quería explicarte. —Elain trataba de mantener la calma y de concentrarse; Nesta lo notó.
—Pero yo no, Elain. Ni quiero verte, ni quiero tus explicaciones. LÁR-GA-TE.
—Hicimos esto porque te amamos.
—Ay, métete esa mierda por el culo, Elain —le advirtió con un resoplido. Sentía una gran rabia, una gran rabia de que Elain se pareciera a su Elena pero no fuera su Elena. Estaba perdiendo el control. —Lo hicieron porque les molestaba.
—Es la verdad. Lo hicimos porque te amamos y nos preocupamos por ti. Y si papá estuviera aquí…
—Tu padre no es mi padre —la cortó directamente. Su padre no era el mismo que el de esta Elain y Feyre. Su padre era un hombre trabajador, fuerte y bueno que la amaba incondicionalmente, no el despojo de este mundo.
—¿Entonces se trata de eso, de papá?
Nesta no escucharía más.
—Ya que no entiendes a las buenas, no digas que no te advertí —se acercó con grandes zancadas a Elain, la tomó del cabello, enredándolo en su puño, le torció un brazo a la espalda y la empujó fuera de la biblioteca—. Te dije que te largaras —le dijo, cerrándole la puerta en la cara.
Solo cuando dejó de verla sintió que podía respirar de nuevo. Se sentó, y antes de poder evitarlo, estaba sollozando. Extrañaba a Elena y a Fernanda. Quería volver a casa, aun si ya no había una casa a la que volver. Había muerto de vejez, y tenía que aceptarlo, pero ni la muerte le impediría extrañar a sus hermanas.
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Cuando Elain irrumpió en el comedor de la casa con el cabello enmarañado y el rostro surcado de lágrimas, Cassian y Rhys la miraron impresionados.
—Quiero irme a casa —dijo con la voz llorosa la dulce hembra.
Cassian miró a Rhys, que había dejado a la hermana Archeron de en medio antes de encontrar a Cassian en Windhaven. Rhys observaba a Elain con sus ojos azul violáceo, sin perder de vista nada.
—¿Qué ha pasado? —Cuando Rhys hablaba así, era más una orden que una pregunta.
Elain hizo un gesto de despedida con la mano antes de abrir de golpe las puertas del balcón y salir al aire libre.
—Elain —dijo Rhys mientras él y Cassian la seguían. Elain estaba junto a la barandilla, con la brisa acariciando su pelo enmarañado, diferente al perfectamente peinado de cuando había llegado, como si alguien la hubiese tomado por él. Nesta, pensó Cassian con horror.
—No está mejorando. Ni siquiera lo intenta —susurró Elain, devastada.
Rhysand se volvió hacia Cassian con expresión seria.
Cassian estaba desconcertado, no entendía. Él lo había visto por sí mismo; Nesta había dado un gran cambio, estaba mejor, más suave, más feliz, más serena, más tranquila. No entendía nada.
—Algo tuvo que pasar. Ella ha estado mucho más tranquila—aseguró mentalmente a su hermano, porque Rhys parecía la muerte personificada—.Llevará tiempo. Tal vez no haya más visitas de sus hermanas, por el momento. Al menos no hasta que Nesta así lo quiera—le dijo a Rhys, porque algo le decía que el detonante habían sido estas visitas. Recordaba cuando se negó a que fuera Feyre la que los acompañara en el hipotético caso de entrenamiento, y ahora había reaccionado mal a Elain. No quería aislar a Nesta, no era su intención, pero parecía que ciertos estímulos le sentaban mal a Nesta—.Si Elain quiere volver a verla, le preguntaré a Nesta primero.
—¿Y Feyre?
—Nes no quiere a Feyre aquí.
El poder retumbó a través de Rhys, haciendo que sus ojos lanzaran destellos de estrella.
—Cálmate, Rhys. Nesta tiene que resolver su propia mierda, y lo tiene que hacer a su ritmo. Que la amenaces no va a hacer que lo haga al ritmo que a ti se te pegue la gana.
Rhys y Cassian se miraron fijamente, pero Cassian le mantuvo la mirada. Él sabía lo que había visto, quién era Nesta cuando estaba lejos de Elain y Feyre. Rhys no lo había visto, pero él sí. Nesta se preocupaba por los demás, tenía empatía e incluso sabía pedir ayuda. Rhys terminó cediendo y se retiró con Elain. Cuando lo hicieron y ya no los pudo ver, Cassian se apresuró a entrar en la casa e ir por Nesta.
Quería reclamarle por haber hecho llorar a Elain, pero no pudo decir ni una sola palabra al entrar en la biblioteca y verla llorando mientras se abrazaba a sí misma. Su Nesta se veía frágil. Cuando Nesta alzó el rostro y lo miró con los ojos llenos de lágrimas y el labio tembloroso, Cassian se arrodilló a su lado y recibió a la mujer que se lanzó a sus brazos sollozando. Cassian la acunó sin saber qué hacer, su corazón dolía por Nesta, no sabía qué hacer.
—No la dejes volver, no quiero verlas —le suplicó Nesta, temblando mientras sollozaba.
—No volverán, no hasta que estés lista —le susurró, meciéndola—. ¿Qué pasó? —preguntó en un susurro.
—Le pedí que se fuera, pero no se fue. La tomé por el pelo y la saqué —sollozó—. No quise lastimarla —aseguró, mirando a Cassian con sus ojos tristes y llenos de lágrimas—. Pero no quería verla, y ella no se iba, no dejaba de atormentarme.
—Está bien, Nesta, ya pasó, ya pasó —le susurró sintiendo el corazón roto mientras la acunaba. Elain y Feyre eran sus hermanas; Nesta no podía ignorarlas para siempre, no sería sano. Cassian solo quería arrancarle todo el dolor que era tan obvio, pero no podía hacerlo. La consoló mucho rato después. Y esa noche no fue una buena noche. El estrés había hecho que el cuerpo de Nesta anhelara el alcohol mientras le rogaba a Cassian que la ayudara.
Cassian nunca se había sentido más impotente en su vida.
