Capítulo 10
Nesta parecía tener mucho en qué pensar, así que Cassian le dio su espacio. Pero cuando a la mañana siguiente Gwyn, la pequeña sacerdotisa, apareció en el entrenamiento, tímida y buscando con los ojos a Nesta, casi fundiéndose a su lado, Nesta pareció una niña en el solsticio de invierno recibiendo el mejor regalo.
—Viniste —jadeó Nesta, tomando las manos de Gwyn con emoción.
—Confío en ti, Nes, confío en ti —le dijo Gwyn en voz baja, y Nesta la abrazó con fuerza.
Cassian sonrió, feliz por Nesta, y fue especialmente cuidadoso con Gwyn, manteniendo su distancia de la sacerdotisa, quien en realidad era naturalmente ágil y, sin duda, pronto se pondría a la par de Nesta.
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Cuando Cassian tuvo que volver a las montañas Ilyrias por sus obligaciones, Nesta le pidió que la llevara, y Cassian lo hizo porque entendía que Nesta también necesitaba un poco de aire. Nesta insistió en ir a la tienda de Emerie cuando llegaron, así que Cassian la dejó ir. Al entrar a la tienda, Nesta se encontró con un desagradable chico ilyrio molestando claramente a la mujer.
—Buenos días —interrumpió Nesta.
—Espera tu turno, bruja —fue la desagradable respuesta que recibió del macho.
—Hemos terminado aquí, Bellius —le dijo Emerie.
—Terminamos cuando yo diga que hemos terminado —aseguró el macho, arrastrando las palabras. Nesta dio un paso adelante.
—La dama ha dicho que terminaste aquí. Ahora lárgate por las buenas o te largas por las malas —le advirtió Nesta.
—¿Sabes quién soy?
—Un bufón, claramente —le dijo, sin impresionarse por los dos sifones que llevaba el macho; Cassian y Azriel usaban muchos más—. Sal de aquí.
—¿O qué?
—O te enviaré a tu casa llorando como un niño de teta —aseguró Nesta, dejando que el fuego plateado brillara en sus ojos. El hombre pareció notar algo del poder de Nesta, porque escupió a sus pies y salió.
—Qué tipo tan desagradable —dijo con asco, volteándose hacia Emerie cuando estuvieron solas—. Deberías sacarlo de una patada en su pomposo culo.
—No es como si tuviera la fuerza para hacer eso... —sonrió Emerie, cansada.
—Sobre eso, verás...
Dos horas después, cuando Cassian volvió por Nesta, ella le anunció que Emerie se uniría a sus entrenamientos y que necesitaba a alguien que la llevara a la Casa del Viento por las mañanas. Nesta lo miraba tan emocionada y orgullosa de su logro, que Cassian no pudo más que felicitarla, viéndola tomar el elogio con diversión.
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Mientras Gwyn era, con mucho, la más elegante de las tres en el entrenamiento, Emerie resultó ser la más torpe y carente de equilibrio. Nesta estaba en un punto intermedio entre ambas. Cassian les explicó que era por lo que le habían hecho a las alas de su amiga, y Nesta sintió el impulso de matar a alguien que ya estaba muerto: el padre de Emerie. Cassian la entendía, porque él tenía ese mismo impulso.
Esa noche, Nesta insistió en una pijamada de chicas, solo Gwyn, Emerie y ella. Cassian se quedó esta vez en su habitación, encerrado, pero pudo escuchar la risa de las tres mujeres hasta altas horas de la noche. Bailaron, rieron e intercambiaron opiniones de sus novelas favoritas, prometiendo prestarse libros. Al parecer, las tres eran ávidas lectoras. No es que Cassian estuviera prestando especial atención al sonido... bueno, sí lo estaba haciendo.
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—Cassian —el macho levantó la mirada hacia Nesta mientras cenaban—. ¿Sabes cuándo vendrá Vanserra?
—Pronto —le dijo, dejando su comida para mirarla. Nesta asintió, visiblemente incómoda.
—¿Cuándo… vayamos a buscar el tesoro, verdad?
—Sí...
—Bien, yo... tengo una petición... tú… podrías hacer que alguien hiciera esto para mí —susurró, tendiéndole un papel—. No me gusta estar desarmada —confesó. En este mundo, no conseguiría ni un táser ni una Glock, así que había tenido que devanarse los sesos para pensar en una alternativa. Un arco estaba fuera de cuestión; en realidad, se necesitaba mucha fuerza para tensar y usar uno, y era cansado, ella lo sabía. Había intentado tiro con arco en el club de la escuela superior… no salió bien. Pero luego recordó las ballestas, había usado una un par de veces en los festivales renacentistas a los que le gustaba ir cuando era más joven.
Miró nerviosa mientras Cassian evaluaba la hoja que le tendió. Eran tres planos: uno para una ballesta, otro para un bate de béisbol —porque era buena con uno— y el último era, en realidad, solo gas pimienta.
—¿Crees que son factibles?
Preguntó en un susurro nervioso, sin saber si en realidad se podían crear con lo poco que sabía de los planos.
—Creo que necesita un poco de trabajo, pero en realidad… esto es bastante impresionante, Nesta —Cassian la miró realmente impresionado y boquiabierto, asintiendo. El palo con forma rara era algo muy básico, pero el dibujo de lo que Nesta etiquetó como una ballesta y el spray de pimienta eran algo muy inteligente para las mujeres. Era algo que podía usar hasta alguien que no fuera guerrera: para la primera solo necesitaría un mínimo de puntería, y para el segundo... nada, solo apretarlo, y era algo ridículamente simple. Agua y pimienta, eso debía arder muchísimo si te caía en los ojos—. ¿De dónde sacaste esta idea, Nes? —le preguntó, asombrado.
—Solo cosas que me imaginé —susurró Nesta, sonrojándose por su mentira.
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El día que Roslin, Deirdre y Ananke, otras tres sacerdotisas, se unieron al entrenamiento, Cassian tuvo que admitir que estaba impresionado. Nesta atraía a la gente, haciéndola gravitar hacia ella de un modo que nunca antes nadie en el círculo había notado. Era obvio que estas mujeres confiaban en la fuerza de Nesta; habían venido porque creían que ella podía protegerlas de Cassian y de cualquier otra persona mientras aprendían a defenderse por sí mismas. Y lo creían con una fe ciega. Cassian lo notó por la forma en que miraban a Nesta, en cómo gravitaban hacia ella.
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Y entonces Lucien llegó, el último requisito de Nesta para hacer la adivinación. Cassian se mantuvo cerca de ella. Vio cómo Nesta miraba hacia Elain, que estaba sentada junto a Lucien. El alto fae pelirrojo asintió hacia Nesta, llevando una mano a la daga en su cintura, asegurándole que Elain estaría bien. Azriel permanecía a un lado, con sus sombras arremolinándose a su alrededor. Rhysand, junto a Feyre, también asintió hacia Nesta, y ella le devolvió el gesto. Amren era quien estaba más cerca de ellos. Y entonces Nesta adivinó...
Fue… Cassian nunca había visto algo así, en lo que se convirtió Nesta cuando adivinó. Era hermoso, hermoso y aterrador.
Ese ser de inmenso poder miró hacia Cassian, perdida.
—Está bien, Nes, todo está bien, suéltalo —le habló suavemente, sin miedo, acercándose, tomando su rostro entre sus manos y besándola. Nesta parpadeó, como si al fin viera a Cassian, como si se diera cuenta de dónde estaba, y soltó los dados y los huesos sobre el mapa. Cuando no escuchó a nadie más, ni siquiera a una preocupada Elain o a Feyre, cuando ni siquiera Rhysand pudo entrar en su mente, escuchó a Cassian.
—Interesante —susurró Amren, mirando el mapa. Todos lo observaron. Nesta les acababa de indicar dónde estaba el primero de los tesoros de la muerte: el Pantano de Oorid.
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—Debería ir con ustedes —susurró Rhys.
—No —negó Nesta—. No te quiero con nosotros. Me eres más útil cuidando a mis hermanas. Además, no me gustas, me haces sentir incomoda. -le recordo con rotundidad -Azriel y Cassian me acompañarán —aseguró.
—Soy yo la que debería ir contigo —insistió Feyre, preocupada.
—Tú estás embarazada, no te hagas ideas divertidas —le advirtió Nesta.
—No es buena idea, no has entrenado lo suficiente, Nesta.
—Tengo mis nuevas armas —sonrió Nesta, con un bate atado a su espalda, una ballesta a uno de sus costados con las municiones al otro y su spray de pimienta en el cinturón.
—Me hubiese gustado que las probáramos antes —susurró Cassian, mirando las armas.
—Estaremos bien. Además, solo están como último recurso. Tú y Azriel estarán ahí, así que ni debería necesitarlas —le aseguró Nesta con confianza.
Feyre suspiró y le habló un poco más, al igual que Rhys. Nesta asintió tranquilamente, prometiendo volver, y luego los tres partieron hacia Oorid.
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Primero cayó Azriel, luego él la dejó trepada en un árbol y fue a rescatarlo. Pero en ese lugar silencioso y espantoso, el hombre no volvía. Nesta intentó esperar, realmente lo intentó, pero ese sitio solo la ponía de los nervios; toda su piel hormigueaba como si algo quisiera salir de ella. Así que hizo lo que le habría hecho gritar a la pantalla de su televisor, porque era lo mismo que haría una tonta en una película de terror… bajar del árbol. De una forma poco digna y elegante, más bien desesperada, mientras imaginaba los peores escenarios que incluían a Azriel y Cassian agonizando en alguna zanja de ese maldito lugar. Pero no había nadie ahí para verla, al menos. Nunca fue médico de combate, pero suponía que nunca era tarde para convertirse en uno.
Una vez abajo, miró a su alrededor como una tonta, sin saber qué hacer. No tenía un par de alas como los dos machos ilirios, por lo que su única opción era salir a pie. La ciénaga se extendía durante kilómetros: agua negra, árboles y hierba muertos, todo sacado de un escenario barato de película de terror.
Tendría que vadear el agua si quería llegar al otro lado y buscar a Cassian y Azriel.
—Estoy segura de que meterme en un agua negra que claramente cría todo tipo de patógenos enfermizos y mortales es la peor idea que he tenido en mi vida, y mira que he tenido malas ideas en mi vida —habló consigo misma, sintiendo un nudo en el estómago. Pero al imaginarse a Cassian herido y moribundo… y a Azriel también… esa visión era aún peor que la de las insalubres aguas.
Intentó descubrir el punto menos profundo, pero el agua era tan negra que no podía ver ninguna diferencia… ninguna. Al menos sabía nadar, trató de consolarse. Solo era un montón de aguas negras insalubres.
Se armó de valor y se acercó a la orilla del agua negra.
"Cuidado."Fue como escuchar un susurro, pero no había ninguna voz, ninguna palabra; era más como una sensación.
—Es mi conciencia —se dijo a sí misma.
"Cuidado, corre, corre."Lo sintió más apremiante, era como una voz maternal, aunque no había ninguna voz.
—Es mi maldito instinto de supervivencia —se autoconvenció… ¿Para qué necesitaría instinto de supervivencia alguien que técnicamente no estaba vivo? Bueno, no era algo que Nesta fuera a pensar en ese momento. A la mierda su instinto de supervivencia. Ella era Nesta Archeron, ella no corría, no era una cobarde. O al menos eso se dijo a sí misma… hasta que un par de ojos oscuros como la noche la miraron desde las aguas negras, y no era su maldito reflejo en el agua.
Hasta ahí duró su valentía. Retrocedió tan rápido que tropezó con sus propios pies y cayó de culo como una mala protagonista de película de terror mientras un rostro atravesaba el agua negra, saliendo a la superficie. Era más blanco que el hueso, un macho sin duda, masculino. Se levantó del agua centímetro a centímetro, con un cabello color obsidiana tan sedoso que podría haber sido la superficie del agua, unos ojos enormes y completamente negros, pómulos afilados, nariz estrecha y larga… y su boca, demasiado grande, unos labios sensuales, pero demasiado amplios. Uñas afiladas como dagas, como un arma. Y entonces abrió la boca que le había parecido demasiado grande, y dos hileras de dientes podridos como fragmentos de cristal llenaban su boca mientras sonreía.
Era la cosa más horrorosa, aterradora y, de un modo bizarro, hermosa que Nesta hubiese visto alguna vez. Sintió que del susto bien podría haberse hecho sus necesidades encima, y probablemente algo de pis se le escapó, pero en ese momento su dignidad no le importaba.
Ahora mismo no tenía dignidad, y si no corría, estaba segura de que en un minuto no tendría vida tampoco. Se levantó a gatas y echó a correr, sintiendo el corazón en la garganta… No llegó lejos; esa cosa, ese monstruo, la atrapó por el tobillo, haciéndola tropezar y caer al suelo estéril. La criatura… un kelpie, era un maldito kelpie, de algún modo lo sabía. La criatura habló, pero Nesta no lo entendió.
—No hablo taka-taka, ¡suéltame! —gritó, tratándolo de empujar con desesperación. Ni siquiera se acordaba de que llevaba armas consigo, estaba demasiado fuera de sí misma para eso.
"Corre, corre, corre."
La voz en su interior, que no era voz, esa sensación, insistía. Pero Nesta lo estaba intentando, sin éxito; no podía liberarse de la criatura. Logró acertarle una patada… en las pelotas. Aparentemente, incluso una maldita criatura de fantasía tenía pelotas. Bueno, Nesta no iba a cuestionar las oportunidades, echó mano a su gas pimienta y lo roció en toda la cara de la criatura… y aparentemente funcionaba igual de bien que con un maldito violador, porque la criatura retrocedió dando un chillido de espanto. Gateó lejos de él y se levantó, tanteando su espalda hasta que pudo tomar su maldito bate. Lo sostuvo con ambas manos lo más firme que pudo, aunque con manos temblorosas, pies firmes en el suelo, y lo balanceó con todas sus fuerzas, dispuesta a romperle la cabeza como a una maldita sandía. Su padre siempre le dijo que en una situación de vida o muerte… para que te lloraran los tuyos, mejor que lloraran los suyos al asaltante. Así que Nesta estaba más que dispuesta a matarlo para conservar su vida. La criatura cayó de lado, pero ni usando toda su fuerza su cabeza se abrió; incluso comenzó a levantarse con ciega ira.
"Al lago, ve al lago."
Nesta quería correr al otro lado, todo su instinto le decía que corriera al lado contrario del lago, pero algo más fuerte le decía que siguiera la maldita voz de su conciencia si quería vivir. Soltó el bate y corrió directo al agua, lanzándose de pecho. La criatura corrió hacia ella. Iba a morir. En el momento en que la criatura la atrapó y la arrastró debajo del agua, lo supo sin lugar a dudas. La criatura la llevaba hacia lo profundo a una velocidad impía. Era oscuro, oscuro como la misma nada. No había nada, no podía ver la luz, no podía ver nada. Iba a morir, pensó con terror. Rodeada de los muertos enterrados en esas aguas. Pero entonces lo sintió.
"Llámame, quiero ir contigo, ama, ama, estoy aquí."
Esta voz era diferente, tal vez solo el delirio post mortem, pero Nesta extendió su mano a ciegas.
—¡Ven, ven a mí!
Pensó mientras sus pulmones rugían desesperados por aire.
—¡Te lo ordeno, ven a mí!
Pensó con fiereza, la fiereza que solo nace de la misma desesperación. Y entonces lo sintió, como un destello de oro acercándose a toda prisa. El kelpie no lo notó, nadie más que ella lo podía sentir. Cuando el disco de oro conectó con sus dedos, Nesta lo sintió, lo sintió como quien siente una maldita manta de confort entre sus dedos, como si eso fuera suyo, su objeto de consuelo, algo para sentirse segura. Emanaba un poder… como el suyo propio. Entonces lo supo, supo lo que tenía que hacer. Aun cuando el kelpie disminuyó su velocidad… era demasiado tarde para la criatura. Nesta ya había colocado la máscara en su rostro.
