Capítulo 11

Realmente fue como una manta de seguridad y confort para un niño. En cuanto la máscara estuvo en su rostro, sus pulmones dejaron de doler, su cuerpo dejó de doler. No necesitaba respirar, no sentía ningún dolor, ni físico ni emocional. Incluso, no sentía miedo.

A través de la máscara pudo ver al Kelpie con claridad y ahora no daba miedo. Aquella criatura de puro odio y hambre era patética, débil y lastimosa. Nesta ya no le temía. Podía sentir algo más a su alrededor: eran los muertos.

—Estamos aquí para ti, nuestra Dama —parecían decir los huesos que la rodeaban. Miles y miles de cuerpos... Este lago entero era un gran cementerio, pero no sentía miedo, porque todos los muertos la hacían sentir en paz. Algunos ya eran solo huesos, otros aún se conservaban en diferentes estados de descomposición. Todos muertos, todos a su disposición. Lo sintió con claridad.

Como un niño probando un nuevo juguete, simplemente deseó que destrozaran al Kelpie que había intentado matarla, y los muertos se movieron a su voluntad, atacando a la criatura con saña. Algunos con manos desnudas, otros con armas y armaduras, tal como habían sido enterrados. La máscara se sentía como una canción de cuna relajante en su rostro. Nesta flotaba, moviéndose en el agua oscura, en absoluta paz, ajena a la carnicería con el Kelpie. Incluso sonrió tranquila cuando una gran osamenta, con armadura, un bravo guerrero en vida y ahora muerto, le ofreció la cabeza del Kelpie. Nesta emitió una risilla bajo el agua, tomándola en sus manos.

Luego sintió cómo los brazos hechos de puro hueso la cargaban, y se dejó llevar, moviendo la cabeza del Kelpie entre sus manos, mirándola con curiosidad infantil, sin realmente percibir a todo el ejército de muertos que se movía a su alrededor mientras la escoltaban hacia arriba, donde su Dama, la señora de los muertos, debía estar. Arriba, con los vivos, no aquí abajo, con los muertos.

-o-o-o-

Terror, puro y duro. Eso fue todo lo que Cassian pudo sentir cuando volvió al claro y al árbol donde había dejado a Nesta y no la encontró. Vio el bate caído a un lado, pero sin rastro de Nesta.

—¡Nesta! —gritó, entrando en el lago oscuro sin dudarlo, porque por la posición del bate, lleno de sangre verde, era obvio hacia dónde habían arrastrado a Nesta, quien obviamente luchó por su vida. Azriel trató de detenerlo.

—Necesitamos a Rhys —trató de razonar con Cassian, pero Cassian no escuchaba. Estaba ciego, tenía que encontrar a Nesta, y si Nesta estaba muerta, él moriría con ella. La ciénaga, este lugar de mierda, les impedía contactar fuera de sus límites, no podían avisar a nadie, y Cassian no podía perder su tiempo. Necesitaba ir por Nesta.

Solo Azriel lo detuvo de hundirse de cabeza en el agua. Cassian forcejeó, sin importarle nada más que ir con ella. Entonces, lanzas surgieron a la superficie del agua, deteniéndolos a ambos. Como un bosque emergiendo del lago oscuro, lanza tras lanza, luego los yelmos, algunos aún relucientes, otros oxidados, y debajo de los yelmos, calaveras: algunas de puro hueso, otras podridas, con pedazos de carne colgando de ellas.

—¡Por la Madre y por el Caldero! —jadeó Azriel, congelado, sintiendo puro terror. Los muertos se levantaban de las profundidades de Oorid.

Una legión entera de muertos: soldados, guerreros, príncipes, señores, reyes. Las armaduras mostraban la diversidad de la variopinta legión que se alzaba.

Se pararon en perfecta sincronía, con la disciplina de cualquier unidad militar bien entrenada, y dejaron un pasillo, un lugar de honor al arrodillarse. Entonces, la maldita calavera más grande que Cassian había visto, cubierta con la armadura más impresionante que ni la muerte había podido opacar, surgió cargando a Nesta en sus brazos. Nesta, a quien cargaba como a una niña; Nesta, que se veía etérea, como una criatura de otro mundo, cubierta de inocencia y letalidad en yuxtaposición. La forma en que descansaba en los brazos de la calavera era como la de una niña siendo cargada por un padre amoroso, y la manera en que jugueteaba distraída con una cabeza cercenada entre sus dedos, parecía una niña fae jugando con una muñeca. La obvia inocencia contrastaba fuertemente con la letalidad y lo grotesco de un ejército de muertos en descomposición. Eso no era una muñeca en manos de una niña, era una maldita cabeza cercenada, en manos de una Reina... una Reina de la Muerte.

—Nesta... —Cassian casi cayó de rodillas al verla. Eran ilirios, caminaban por naturaleza junto a este poder cada día. Era fascinante, aterrador y hermoso. Ambos se inclinaron ante el hermoso rostro de la Muerte. Levantaron la cabeza al escuchar el ruido de la armadura al moverse; quien cargaba a Nesta se acercaba a ellos. Cassian extendió sus brazos por instinto, como si supiera lo que la otra parte quería. Y aquel monstruo depositó a Nesta en sus brazos con tanta suavidad como un padre amoroso, como un súbdito devoto. Nesta alzó los ojos y lo miró a través de la máscara, incluso le sonrió, y levantó la cabeza del Kelpie, como si le mostrara su juguete.

—Lo veo, Nesta —fue Azriel quien habló, tenso. Nesta le sonrió y luego volvió a mirar a la calavera que la había cargado, la que le dio la cabeza. Extendió una de sus delicadas manos y tocó la osamenta de lo que alguna vez fue un rostro, ahora carente de piel y ojos.

—Gracias —dijo con una voz fría y hermosa, su risa como campanas al viento. Y entonces, el ejército de muertos se hundió en el lago, una vez su dama estuvo a salvo.

—Nesta —la llamó Cassian, y Nesta volvió sus ojos hacia él.

—¿Por qué tienen miedo? —preguntó, sin entender, con una voz tan tranquila, tan en paz.

—¿Me darías eso, Nesta? —preguntó Azriel, inseguro, señalando la cabeza que reposaba en el vientre de Nesta mientras Cassian la llevaba al estilo princesa. Nesta sonrió y se la entregó con confianza.

—Azriel se la puede quedar —le dijo alegremente Nesta, regalándole el trofeo. Azriel la tomó inseguro; quería tirarla al lago, pero no estaba seguro de cómo lo tomaría Nesta.

—Nesta... ¿puedes quitarte la máscara?

—No quiero... Me dejaste sola, creo que sentí miedo, incluso me hice pipí encima —frunció el ceño—. Pero con ella —la tocó con dedos suaves— no tengo miedo, no siento miedo, solo paz... y creo que esto es... felicidad —rió melodiosamente.

—No iré a ningún lado, Nesta, lo prometo. Estoy aquí. Yo y Azriel estamos aquí —le suplicó Cassian. Nesta pareció pensarlo, dudó unos momentos, pero levantó su mano y obedientemente se quitó la máscara, llevándola a su pecho, como si necesitara el confort de tenerla cerca. Una vez se quitó la máscara, fue como si un gran cansancio cayera sobre ella. Bostezó y se acurrucó contra Cassian, cerrando sus ojos y cediendo fácilmente al sueño, ahí mismo, en medio del lugar más horrible de Prythian, apretando contra su pecho uno de los objetos más poderosos y peligrosos del mundo, como si fuera simplemente una muñeca en manos de una niña.

Azriel dejó caer la cabeza del Kelpie, que se hundió en el agua en cuanto sintió la respiración de Nesta, indicando que estaba durmiendo.

—Salgamos de aquí —susurró, con el corazón a mil, en guardia por si los muertos volvían a surgir... por si venían a buscar a Nesta.