IV. Idearon de común acuerdo un atrevido plan.
«Parecerían quitar del mundo el sol quienes de la vida quitan la amistad.»
Platón.
Marzo de 2025.
Liam tenía unas ganas enormes de esconderse del mundo.
Desde el mes anterior, con la inesperada partida de Alphonse y Rafael, el Instituto de Londres ya no era lo mismo. Echaba de menos el buen humor de Rafael ante casi todo y la amabilidad de Alphonse para con él, sobre todo al enseñarle a hacer algo.
Por si fuera poco, aunque él se sentía mal en ese momento, sabía que Getty estaba peor.
Su rubia amiga no era solo que estuviera triste, sino que además, se sentía furiosa. Entrenaba como nunca, casi hasta hacerse sangrar; además, apenas hablaba con los adultos, sobre todo con su madre y la parabatai de ésta. Para alguien con la condición de Liam, era un peligro estar cerca del actual humor de Getty Lovelace, pero tampoco quería apartarse, porque había sido honesto con una de las últimas cosas que pudo decirle a Rafael.
Sinceramente, creía que él y Getty podían llegar a ser parabatai.
—Getty, necesitas acercarte un paso más al blanco.
Aquel día, en la sala de entrenamiento, era un buen ejemplo de lo que había ido ocurriendo en el Instituto desde hacía un par de semanas, por lo menos. Beatriz daba una indicación como aquella y Getty la acataba bufando, pero sin echarle ni un vistazo a la parabatai de su madre. De hecho, la rubia no hablaba casi nada delante de los adultos, ofuscada como estaba.
—Liam, por favor, ¿haces tu tiro? Has practicado mucho, quiero ver cómo vas.
El aludido asintió en silencio y arrojó la kunai, dando muy cerca del centro de su diana.
—¡Excelente, Liam!
Astrid Trueblood era seria casi siempre, pero amable con él. Liam lo agradecía, pues cualquier duda que lo asaltara en los entrenamientos, la joven de Oslo se la despejaba con calma.
—No parece que lleves entrenando apenas un par de meses —acotó Brunhild Sølvtorden, la parabatai de Astrid—, a eso le llamo talento.
—Pronto serás tan bueno como Getty —aseguró el mellizo de Brunhild, Sigfrid.
—Yo no soy buena —masculló la aludida, con más fastidio que molestia, antes de lanzar otra kunai, que fue a dar muy cerca de la de Liam.
—Getty, esa no era tu diana.
La aludida se encogió de hombros, sin mirar a Beatriz, antes de arrojar un cuchillo a su diana asignada, donde dio en el centro.
—Ese tiro fue genial, Getty. Oye, ¿quieres ir con nosotros después de cenar?
El ofrecimiento de Astrid fue sincero y animado, Liam podía asegurarlo aún sin echar mano de su condición. Miró a Getty con cierta esperanza, topándose con que ella lo veía a él, como si le preguntara su opinión.
—Creo que sí —contestó la rubia, antes de añadir—, pero ¿puede venir Liam también?
—No veo por qué no —Astrid, tras decir eso, volteó hacia los Sølvtorden, quienes asintieron con la cabeza al mismo tiempo.
—Oigan, chicos… —comenzó Beatriz, dudosa.
—No olviden que tenemos que pasar con Livia para avisarle —apuntó Sigfrid.
—Fridden, lo dices como si fuéramos unas irresponsables.
—No, Hildie, solo se distraen de vez en cuando.
—Ya, déjenlo por la paz —pidió Astrid, antes de alzar el arco con el que practicaba ese día, ya cargado—. Terminemos aquí y enseguida vamos con Livia.
Fue en ese momento, de repente, que Liam confirmó algo que solo había sospechado.
Los jóvenes de Oslo también habían estado ignorando a Beatriz.
—&—
La patrulla de esa noche no comenzó como Liam esperaba.
—Niños, están tan enojados como nosotros, ¿verdad?
Astrid Trueblood preguntó eso en tono cordial, así que Liam, mirándola a los ojos, asintió con vehemencia. Getty, a su lado, tardó un poco, pero también asintió.
—No sé si lo han notado, pero Tiberius no parece demasiado preocupado.
Liam arrugó la frente. ¡Claro que se habían dado cuenta! Por eso él y Getty se sentían más impacientes todavía. Fue su amiga, precisamente, quien dijo en voz alta lo que pensaban ambos.
—Él sabe algo que nosotros no, ¿verdad? ¿Por qué no nos lo dice?
—Creemos que es algo delicado —aseguró Astrid, arqueando una ceja al añadir—, porque nos fijamos que los Lightwood–Bane tampoco estaban tan enojados como esperábamos.
Más intrigado aún, Liam se giró hacia Getty, quien había fijado los ojos en Astrid y su expresión neutra, casi apática.
—¿Creen que la Clave esté tramando algo? —Preguntó sin tapujos.
—La Clave puede ser un fastidio, pero ahora mismo, el Escolamántico lo es más —aseguró Astrid, en apariencia satisfecha porque Getty hubiera llegado a esa conclusión.
—¿Por eso de los mestizos?
—Sí, más o menos. Muchos en el Escolamántico no creen que deban ser protegidos por los Acuerdos, lo cual es ridículo, si nos preguntan, pero están convenciendo a varios de que tienen razón y eso no es muy bueno.
—¿Eso qué tiene que ver con Al?
Liam se sobresaltó. Era la primera vez, desde que sus amigos se habían ido, que Getty nombraba a alguno de los dos.
—Para ellos, Alphonse es uno de esos mestizos —Astrid hizo una mueca tras decir eso, antes de carraspear y proseguir—; peor aún, su pariente hada fue juzgado por asesinato. Algunos piensan que tuvo suerte de que no lo ejecutaran.
—¡Pero si Thorwyn está muerto ya!
—Fue un accidente —intervino Brunhild, aunque no se veía contenta de admitirlo.
—El Escolamántico no creía que se hubiera hecho justicia, lo que es raro, porque Julie debió ser quien reclamara por eso y no lo hizo —soltó Sigfrid, esperando con eso zanjar la cuestión.
—¿Mi madre estuvo conforme con que Thorwyn estuviera muerto y aún así, exiliaron a Al y a Rafael? ¿Ella no dijo nada sobre eso?
Ahí estaba, pensó Liam. Aquel era el principal motivo del enfado monumental que aquejara a su amiga desde que les informaran de lo sucedido con Alphonse y Rafael.
—Ella casi se desmaya cuando oyó lo del exilio —recordó Brunhild, con aspecto afligido.
—¿Y Beatriz?
—Se dedicó a atender a tu madre —indicó Astrid, conciliadora.
—¿Y nadie más…?
—Getty, claro que hubo protestas contra esa sentencia, pero no fueron las suficientes como para revocarla —Sigfrid no parecía más contento que su hermana y su mejor amiga, pero Liam observó que se esforzaba por permanecer sereno, con tal de hacerse entender—. Hubo quienes votaron en contra, pero fueron minoría. Yo habría votado en contra, de haber podido ir.
Getty lució avergonzada al oír eso, bajando la cabeza y empezando a sonrojarse. Debía estar recordando que, debido al ataque al Mercado de Sombras, Sigfrid estaba convaleciente en esos días y por eso, no se le permitió viajar a Alacante para asistir a aquella fatídica reunión.
—Lo único que podemos hacer, creo yo —comenzó Astrid, con su tono más serio—, es seguir con nuestros asuntos y al mismo tiempo, si sabemos de algo que pueda ayudar a los chicos, decírselos cuanto antes a Tiberius, a Kit y a Livia.
Por aquella noche, el tema quedó cerrado, pero Liam presentía que Getty no tardaría en sacarlo a colación de nuevo. Lo único que esperaba era que la charla le hubiera ayudado a disminuir su enojo y su frustración, porque estaba preocupado de que eso la influenciara de mala manera y la llevara a hacer cosas de las que luego se podía arrepentir.
Lo más extraño, quizá, era que si Getty decidía actuar, Liam no dudaría en seguirla.
—&—
Un par de días después, cuando salían de una lección teórica con Livia, Liam supo que Getty tramaba algo cuando le soltó, sin previo aviso.
—Sí quiero, Liam.
—¿Qué cosa? —Preguntó él, confundido.
—Que seamos parabatai. Sí quiero.
Él la observó con cuidado, sin comprender.
—¿Por qué? —quiso saber.
—¿Por qué no? —Getty se encogió de hombros.
—No quiero que seamos parabatai si no es en serio.
A Liam no le importaba si Getty se enfadaba con él por hablarle así, solo quería que estuviera segura de algo tan importante, sin que se estuviera dejando llevar por nada de lo sucedido últimamente. Esperaba que no llegaran a pelear, porque deseaba confiar en ella como venía haciendo casi desde que se conocían.
—Es en serio, Liam —aseguró Getty, mostrándose muy firme al respecto—. Yo… Sé que no me he portado muy bien en estos días, pero lo de ser parabatai es cosa aparte. Si quieres, puedes usar eso que tú tienes y comprobarlo. No quiero que pienses que estoy mintiendo.
—¿Por qué ahora, Getty?
Ella suspiró, mirando a la nada con ojos repentinamente opacos.
—Lo de Al y Rafael… ¿Te imaginas que algo nos pasara y no pudiéramos hacerlo? —musitó, apretando los labios un segundo, antes de continuar—. No quiero eso. Si pasa algo más, algo realmente malo, y nos quieren separar, siendo parabatai no lo lograrían.
—Entonces eso… ¿Eso es porque no quieres estar sola?
Getty agitó la cabeza de un lado a otro.
—Un poco —admitió ella—. Pero Liam, lo más importante es que quiero hacerlo. Quiero tener contigo todo lo que dice el juramento parabatai. Entre más lo pienso, más creo que está bien. Ya hacemos muchas cosas juntos y nos va bien, ¿no?
—Yo… Sí, pero…
—Liam, de verdad, si necesitas estar más seguro, puedes ver con ese poder tuyo todo lo que quieras. Te doy permiso.
—Getty, es que siento que quieres esto por otra cosa.
Ella ladeó la cabeza, pensativa, antes de arrugar ligeramente la frente. No parecía enfadada, para suerte de Liam, solo muy pensativa.
—Te quiero mucho —admitió ella, en tono suave y sincero—. Quizá sea un poco raro, porque hace poco que nos conocemos, pero… He tenido amigos antes, Liam, pero ninguno es como tú. Se siente como si… Eres como el hermano que siempre quise tener. Eres como ese compañero de equipo con el que se puede jugar de todo y sabes que te irá bien, ganes o pierdas. Eres como… Como… una de mis manos, o de mis pies.
Liam no esperaba algo así, por lo que no pudo evitar poner cara de asombro. Había temido, por lo poco que sabía de la vida de su amiga antes del Instituto, que quizá no se le daba bien confiar en los demás, pero ahora veía que en realidad, si a ella quería demostrar afecto y confianza, lo hacía sin importarle nada más y que solo algo realmente grave la pararía.
Por lo visto, tendría que confirmar qué tan fuertes eran los sentimientos que Getty le tenía.
Dando una cabezada en señal de afirmación, cerró los ojos por un segundo, respirando hondo y sin darse cuenta, tendiendo la mano izquierda al frente. Apenas reaccionó cuando sintió que alguien lo sujetaba, porque las pocas veces que había necesitado de algo o alguien para seguir anclado al mundo ordinario, era Getty quien estaba allí.
Hablando de la rubia, abrió los ojos y se fijó en su silueta, oscurecida por aquella condición suya, antes de desviar los ojos hacia arriba, distinguiendo poco a poco la amalgama de hilos que conformaban sus emociones. Hacia el techo, atravesándolo, se podían distinguir hilos gruesos y de colores brillantes, que casi podía jurar que la conectaban con Alphonse y Rafael. Otras hebras, un poco menos gruesas pero con colores casi igual de intensos, se esparcían por el Instituto, por lo que le llevó poco deducir que pertenecían a los Blackthorn y a Kit. Había dos hilos, apenas un rastro, que iban hacia donde, si no recordaba mal, debían estar a esa hora Julie Beauvale y Beatriz Vélez, lo que venía a significar que, por mucho que se hubieran esforzado, las dos mujeres todavía no se ganaban del todo el cariño de Getty.
Finalmente, Liam se atrevió a ver el destellante hilo que los unía a él y a su amiga. Era de un color rojo oscuro, que le recordaba a las rosas, con fulgurantes motas amarillas y azules por doquier, que le recordaban a la brillantina que tanto le gustaba al padre brujo de Rafael. Con mucho cuidado, lo tanteó con el pensamiento, descubriendo para su asombro una sensación similar a una brisa fresca, como la que aligeraba el bochornoso ambiente de un día de verano; también, de forma inesperada, lo percibió agradablemente suave. Algunas de las chispas azules le transmitieron la preocupación de Getty por no poder cuidar de él en determinados momentos; las motas amarillas, eran la alegría que le daba el conocerlo.
En pocas palabras, el hilo se sentía bien y era real.
—Getty —dijo, regresando poco a poco a la normalidad, cerrando los ojos un momento.
—Dime.
—¿Te molestaría si…? Quisiera… ¿Podemos esperar a que Rafael y Alphonse vuelvan?
Ella lo observó con atención por un largo instante, por lo cual temió que fuera a enfadarse con él. Getty podía ser así cuando se trataba de algo que deseaba y no podía obtenerlo. Sin embargo, no tardó nada en sonreírle y alzar los brazos lentamente, con cierto temor.
—Sí, claro —dijo ella—. ¿Puedo darte un abrazo?
Liam asintió, preguntándose por qué Getty pedía su permiso. Casi nunca lo hacía. Supuso que, tal vez, ella dudaba de su buena disposición por estar tan apresurada en que le creyera.
—Liam —la oyó murmurar en su oído, cuando lo rodeó con los brazos y le dio un suave apretón contra sí—. Si los chicos tardaran demasiado en volver…
—Podemos decirles a los mayores —completó él, sin pensárselo mucho y correspondiendo al abrazo—. Podemos contarles que queremos ser parabatai, y mientras esperamos a que yo cumpla doce, que nos dejen hacer todo juntos: las lecciones, los entrenamientos…
—¿Y si a alguien no le gusta la idea? —Getty sonó algo asustada.
—Eso… Hay que… Tenemos que demostrarles que vamos en serio.
Liam sintió entonces que Getty se apartaba, así que se fijó en lo que hacía. La jovencita pasó a verlo a los ojos, con toda su atención puesta en él, por lo que se sintió cohibido unos momentos. Luego, decidió que no tenía nada de malo el observarla también, porque su padre le había dicho una vez que un parabatai conocía a su otra mitad mucho mejor que a uno mismo, ¿por qué no empezar desde ese momento, aunque fuera con algo sencillo?
No había mentido, realmente quería a Getty de parabatai. Solo estaba cayendo en la cuenta de que el desearlo no bastaba. Quizá ella lo había notado ya y por eso procuraba entenderlo lo mejor que podía, aunque desde que llegó a Londres, había sido de las pocas personas en escucharlo sin dificultad. Eso solo denotaba que no le importaba esforzarse un poco más de la cuenta, con tal de no obligarlo a alzar la voz.
Se percató, casi por primera vez, en algunos aspectos de su amiga. Por ejemplo, su cara no era completamente redonda, como creyera la primera vez que la vio, sino ligeramente ovalada. Se notaba que le gustaba estar al sol, porque su piel en el rostro era ligeramente más oscura que la de otras zonas de su cuerpo que solían cubrir la ropa. Las cejas eran un poco más oscuras que el pelo sobre su cabeza, lo mismo que las pestañas, las que por cierto, eran cortas pero bien curvadas. Los ojos de su amiga, sutilmente distorsionados por los anteojos, eran castaños, de un tono oscuro que al primer momento, parecía muy común, pero justo entonces logró distinguir unos puntos color ámbar, como chispas, que los hacían ver más claro si estaban en un sitio con mucha luz. Su nariz era pequeña y de punta redondeada, la cual era salpicada por unas pocas y muy difuminadas pecas. Aunque Getty aseguraba que no le gustaban, cuando sonreía se le formaban unos leves hoyuelos en las mejillas, como en ese momento. A los costados de la cara le caían un par de mechones de pelo rubio, muy rizados, que procuraba apartarse de los ojos con ayuda de unos pasadores de los más baratos, además de que creyó recordar que solía llevar varios en el bolsillo por si se le caía alguno durante una patrulla.
Liam sabía que a Getty no le decían con frecuencia que era bonita, pero para él sí lo era. Tal vez no como Stella Herondale, una niña también rubia pero cuyos ojos verdes y tez clara la hacía lucir como una preciosa muñeca viviente; tampoco era como la madre de Jordan y Kyle, con una encantadora cara que le recordaba a la de unos retratos que viera en un museo con sus padres. Sin embargo, Getty tenía algo que atraía, aunque seguramente algunos dirían que no deslumbraba porque solo su madre era cazadora de sombras.
—¿Qué pasa? —Quiso saber ella, poniendo una expresión de curiosidad.
Encogiéndose de hombros, Liam esbozó una leve sonrisa.
—Estaba pensando —comenzó, hablando lentamente y de repente, asaltado por cierta timidez—, que de mayor vas a ser muy, muy guapa.
—¡Estás loco! —Soltó Getty, sonrojándose furiosamente y riendo al segundo siguiente.
A continuación, ella comenzó a andar y al seguirla, Liam la descubrió sonriendo.
Seguramente, el repentino halago le había gustado, aunque fingiera que no.
