MEMENTO FINIS
(lat. recuerda el final)
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Cuando me miras
mis ojos son llaves,
el muro tiene secretos,
mi temor palabras, poemas.
Sólo tú haces de mi memoria
una viajera fascinada,
un fuego incesante.
Quién alumbra, Alejandra Pizarnik.
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Corrección de estilos: Althariel Tasartir.
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Para Lux in tenebris, porque nació de la locura, de tu locura y la mía…
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I. La maldición de la Ilíada. El niño del milagro.
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"Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves…"
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Indiscutiblemente tendría que decirse que iba desnudo tratando de encontrar su fuerza, no porque per se, no fuese el más fuerte, técnicamente sí, era el único, en pasado, presente y futuro, pero él, de entre todos, fue el único que bajó a los infiernos para obtener aniquilamiento, para ser sabio, para obtener luz, y así, abolió su corazón.
La soledad inmensa que ocupa el tiempo para siempre, eso era. Ese era Satoru Gojo.
No tenía miedo, carecía de ello. Es más, estaba excitado, tenía que aceptarlo, la violencia le erizaba la piel, lo desconocido le motivaba, y ahí estaba él, jugando con el foulard entre sus dedos largos.
Era como una cita a la que no podía faltar, porque hace tanto la estaba esperando. Un buen guerrero desea que una buena muerte le alcance. Tragó saliva densa y pensó que era hora… que lo que sea que se encontrara afuera ese veinticuatro de diciembre, era lo que él había buscado todo el tiempo.
No podía fallar, él no. Jamás.
Se dio el tiempo de firmar unos cuantos papeles, por si acaso, y dejarlos donde Shoko podía encontrarlos. No se ocupó de recoger el tiradero que dejó en la habitación que ocupó provisionalmente en la escuela por esos días previos a la batalla, lo único que dejó en orden fue la vieja caja de madera tallada que guardaba… literal… su vida, sus recuerdos.
Esa tampoco era su habitación, fue la de Suguru Geto, que por respeto, o por miedo, o por leyendas urbanas, nadie volvió a ocupar, sólo él… ¡Vamos! Estaba más allá de todo eso.
—Au revoir… —susurró con una sonrisa cínica en los labios mientras tocaba una última vez la caprichosa talla de la caja de madera.
Tomó sobre sí la carga de la muerte. Estaba solo en la cima del poder, siempre lo estuvo… quizás un tiempo breve no, pero eso, había sido muchos años atrás…
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La tierra que no se pronuncia, El Clan Gojo, 1995.
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La pagoda donde estaba analizando viejos mandalas estaba en total silencio, observaba atentamente un mapa estelar que tenía en la otra mano y trataba de entender que tenía que ver una cosa con la otra, estaba aburrido y hasta el nabo de estar obligado a entender y aprender todas esas cosas.
A veces extrañaba sólo ser un niño.
Suspiró. Sus cabellos pálidos, producto de su extraña condición de hipopigmentación, volaron, luego volvieron a caer desordenados sobre su frente infantil. Observó con aquellos peculiares ojos azules, glaciales, imposibles, más allá del jardín vedado.
—Todo es tan aburrido, todo —gimoteó, torciendo el gesto.
Se levantó de aquella complicada posición en la que estaba sentado, seguido muy de cerca del cuidador en turno, un viejo más torcido que el árbol que daba a su ventana, pero muy fuerte, eso sí.
—¿A dónde va?
—Afuera, ya me aprendí eso —lo cual era cierto, pero no lo entendía—, ¿pretenden que pase días y noches aquí, hasta secarme como palo astillado? Al menos puedo tomar un poco de sol, ¿no?
Satoru no tenía precisamente los mejores modales. ¿Cómo los iba a tener? Si desde su nacimiento le trataron como cosa bendita y le metieron en la cabeza que era lo mejor del clan… y que tendría que ser la criatura más poderosa sobre la Tierra. Aunque a veces era divertido, al pasar los años, aquello le hastiaba.
Solo, siempre solo.
"Cosa bendita bien jodida", pensaba con cierta molestia, sobre sí mismo.
Esos días habían sido interesantes porque en uno de los paseos matutinos, en medio de la ligera nevada, había detectado a un hombre, un hombre joven que deambulaba en la propiedad Gojo… suponía que no debía estar ahí pero no dijo nada, sólo lo observó, le hizo saber que… lo había descubierto, y aquel extraño pareció impresionado al respecto.
Y ahora, mientras salía corriendo de la pagoda, haciendo correr al pobre viejo tras él, se estrelló cual babosa contra la pared en un hombre enorme —para sus años, le parecía enorme—, y este le dirigió una sonrisa torcida.
Parecía una especie de rapero, ¿sería un rapero? ¿Su idea que quería ir a un concierto un día, había acabado en que le trajeron a un rapero para que cantara en el… jardín?
Frunció el ceño, ladeó la cabeza y observó a detalle, llevaba a otro niño consigo, tomado de su manecilla, flacucho y con cara de miseria.
—¿Ustedes son…?
—Masamichi Yaga…
—¡Ah! ¿Eres cantante? No… no lo eres, ¿o sí? Siento tu energía y la de él —dijo el pequeño apuntando con su dedo al otro chiquillo que entrecerró aún más los ojos. Parecían pequeñas ranuras que nada dejaban escapar, ni siquiera el color de sus pupilas.
El joven moreno suspiró, porque estaba a dos de darle un par de hostias a ese niño salvaje como jabalí. Contó imaginariamente del uno al diez.
—Él es Suguru, Suguru Geto, es como tú, Satoru, así que pensé que sería buena idea que se conocieran porque…
Ni siquiera terminó de hablar, interrumpido porque aquel engendro se acercó al otro para inspeccionarlo tan de cerca que invadió su espacio personal y recibió un empujón para alejarlo.
—¡Hey! Tienes unos ojos tan pequeños que ni siquiera puedo ver de qué color son.
—¡Bah! —Contestó el otro, visiblemente enfurruñado.
Dos balas se encontraron en el campo de batalla y lo que tanto deseó, que en su vida nihilista algo sucediera, sucedió. Sin saberlo, Satoru se había entregado a su destino, como quién se arroja al abismo.
Muchos años después, cuando Satoru recordaba todo aquello que había pasado, pensaba que lo único que podía definir aquel momento era unmei no akai ito(1)… era su hilo…
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Tokyo Radio FM 96(2)
(…) When you're strange
Faces come out of the rain
When you're strange
No one remembers your name
When you're strange
When you're strange
When you're strange (…)
When you're strange, The Doors.
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N. de la A.
(1)Unmei no akai ito. Se trata de la tradicional historia del hilo rojo, en la cuál dicho hilo está atado, cada punta, en el meñique de aquellos que están destinados a encontrarse. Versa lo siguiente: «Dice la leyenda que un hilo rojo invisible conecta a aquellos destinados a encontrarse, sin importar el tiempo, lugar o circunstancias. El hilo rojo se puede estirar, contraer, enredar, pero nunca romper».
(2)Al final de cada uno de los capítulos al parecer Satoru estaba escuchando una estación de radio y alguna canción… o pueden tomarlo como simplemente música incidental.
