Capítulo 3: "Cementerio de elefantes."
Simba corrió como pudo de un extremo de la Roca del Rey al otro, tratando de buscar a alguien a quien contarle su secreto. Definitivamente no podría ser uno de los adultos, porque ellos sabrían lo que estaba haciendo. Estaría en un gran problema, y también podría su tío Scar por contarle al respecto. No, tendría que decírselo solo a su mejor amiga.
Uno de esos lugares era un afloramiento donde su madre Sarabi yacía con las otras leonas en la manada. Debió haber regresado de perseguir a las hienas, luciendo relajada ya a pesar de las nuevas cicatrices en su piel, y las otras leonas habían regresado de su cacería matutina. Cerca de ella estaba su amiga Sarafina, que estaba bañando a su hija. Su hija, Nala, era una de las mejores amigas de Simba en las Tierras del Reino, una joven cachorrita de pelaje claro y ojos color verde azulado.
Nala misma estaba ansiosa por pasar el día con Simba. A menudo se metían en travesuras y salían juntos, como ir al abrevadero, fingir que las colas de otros leones eran una serpiente y practicar la lucha. Ser amigo de un príncipe ciertamente tenía sus ventajas. Incluso se sentía bien ser tratada como realeza, incluso si ella y su madre no eran reales como Mufasa y su reina e hijo.
Pero ese día tuvo su hora del baño por su madre. Afortunadamente para ella, su suerte cambió. Simba entró corriendo al claro, saludando a las otras leonas mientras saludaban al príncipe.
"Hola, Nala." la saludó Simba cuando la alcanzó.
"Hola, Simba." respondió Nala con una sonrisa.
Simba también sonrió y se alejó un poco. "Vamos, acabo de enterarme de un gran lugar."
Nala frunció el ceño mientras su madre seguía bañándola. "Simba, estoy a mitad de mi baño."
"Tendrás que esperar hasta que termine antes de ir a ningún lado." agregó Sarafina.
"Y es la hora del tuyo, joven cachorro." dijo Sarabi detrás de él.
Antes de que Simba pudiera huir, su madre lo recogió y lo acostó en sus patas delanteras. Era una gran leona, la leona más grande del orgullo, y también tenía el pelaje marrón más oscuro. Ella comenzó a lamerlo, lo que hizo que Simba se retorciera.
"¡Mamá!" se quejó Simba, inquieto. Si había una cosa en el mundo que odiaba, eran los baños. "¡Mamá, me despeinas mi melena!" Sarabi sonrió mientras su hijo se retorcía fuera de su alcance. "Bien, ya estoy limpio, ¿nos podemos ir?"
"¿A dónde vamos?" preguntó Nala, mientras su madre le lavaba la grupa. "Espero que sea algo interesante."
"Claro, es un lugar realmente genial." la tranquilizó Simba.
"¿Y dónde está ese lugar tan 'genial'?" Sarabi preguntó con una sonrisa.
Simba casi había olvidado que su madre estaba detrás de él. "Oh, eh..." sintió una pequeña mentira formándose en la punta de su lengua. "... cerca del manantial."
Nala levantó la vista de su baño, sin impresionarse. "¿El manantial? ¿Qué hay de interesante ahí?"
Simba le sonrió a su madre antes de volverse hacia Nala. "Te enseñaré cuando lleguemos."
"Oh." respondió Nala, ahora asintiendo con la cabeza en comprensión. Entonces miró a su madre con grandes ojos verde azulado. "Mamá, ¿puedo ir con Simba?"
Sarafina se encogió de hombros antes de mirar a su amiga y reina. "¿Tú que dices, Sarabi?"
"Bueno..." comenzó Sarabi. "Las hienas todavía pueden estar al acecho."
"¿Sí?" ambos cachorros preguntaron con grandes sonrisas.
"Pero estoy segura de que las asustamos." continuó Sarabi. "Así que mientras se queden en el extremo poco profundo, está bien para mí."
"¡Sí!" los cachorros vitorearon y saltaron encantados. Simba no podía creer que funcionara; después de todo, iba a mostrarle a Nala el cementerio de elefantes. Estaban a punto de irse cuando lo que dijo Sarabi arruinó su estado de ánimo: "Y otro pequeño detalle... Zazu debe ir con ustedes."
Esto hizo que se detuvieran. "¡No, Zazu no!" Simba gimió, sabiendo que el cálao iba a arruinar su plan.
"O va Zazu, o los dos se quedan." dijo Sarabi, ésa vez sonando más firme.
Y allí estaba, pensó Simba con la mirada puesta. Así que tuvieron que esperar hasta que Zazu regresara para escoltar a los cachorros a su destino.
"¡No se retrasen! ¡Caminen! ¡Un paso adelante! ¡Marchen como uno solo!" Zazu llamó desde arriba de los cachorros. "¡Cuanto antes lleguemos allí, antes podremos irnos! Cuando lleguemos al manantial, deben quedarse en el extremo poco profundo."
Los dos cachorros caminaron lentamente bajo la sombra de Zazu, a través de la alta hierba de la sabana. Pronto, el suelo blando debajo de ellos se endurecería en una tierra dura una vez que la estación seca llegara, pero por ahora era reconfortante. Y aparte de que Zazu tarareaba ocasionalmente para sí mismo, era bastante pacífico.
"Entonces, ¿a dónde vamos en realidad?" Nala susurró. "No puedes engañarme, Simba. No es el manantial."
Simba se volvió hacia Nala sorprendido. Si había algo que Nala sabía bien sobre él, era que siempre tenía un truco bajo la manga. "¿Cómo supiste eso?"
Nala sonrió. "No es difícil de adivinar... Odias el agua... Así que dime, ¿a dónde vamos realmente?"
"Oí de un lugar especial, Nala." susurró Simba. "El más increíble, sorprendente-"
Ante ello, Nala agitó la cola. "¡Solo dime dónde!"
"Un cementerio de elefantes." respondió Simba.
"¡Wow!" Nala exclamó en voz alta.
Simba vio que Zazu los miraba brevemente, así que corrió al lado de Nala para callarla. "Shh... ¡Zazu!" él le recordó, sus ojos se dirigieron hacia el cálao.
Nala asintió con la cabeza. "Lo siento. ¿Está muy lejos?"
"No mucho... En donde estan las sombras." respondió Simba, pero luego se dio cuenta de que no tenía idea de cuán 'no lejos' estaba. "Pero calma todo el ha estado allí."
"¿Y si nos perdemos?" preguntó Nala, luciendo nerviosa por primera vez. "Jamás hemos ido tan lejos."
En ése momento, Simba casi sentía lo mismo. En realidad no tenía idea de si él y Nala encontrarían el camino de regreso a casa. Solo la idea de perderse en medio del desierto lo hacía sentir muy pequeño. Fue un pensamiento muy aterrador.
Pero, de nuevo, no quería tener miedo frente a Nala. Él era el futuro rey; los reyes siempre eran valientes y no se perdían. Y después de todo, su tío incluso dijo que todos los leones habían estado allí. "Relájate, Nala... No hay de que preocuparse."
"Bueno, si hay una cosa." dijo Nala mirando hacia el cielo. Simba siguió su mirada y vio a Zazu dando vueltas como si las abejas lo persiguieran.
De repente, Zazu comenzó a chillar. "¡Hay un peligro inminente! ¡Algo se aproxima!" luego, cuando los cachorros se congelaron de miedo, volvió a hablar, aliviado. "Ay, olvídenlo, era mi sombra." luego continuó la vigilancia de la zona, no avergonzado en absoluto por su autointerrupción.
Cuando los cachorros siguieron caminando, Nala murmuró: "¿Cómo vamos a deshacernos del tonto?"
"Confía en mí, se que hacer." se jactó Simba. "Sígueme a la libertad."
La sombra de Zazu se hizo más grande, y Simba levantó la vista. El cálao había aterrizado en el suelo ante ellos, con una gran sonrisa en el pico.
"Es tan adorable ver al futuro rey con su futura reina." los saludó Zazu mientras volaba. "Sólo mirense, pequeñas semillas de romance floreciendo en la sabana... sus padres estarán felices. ¡Es tan emocionante que se me enchinan las plumas!"
Las orejas de Nala se animaron. "¿Qué quieres decir?"
"Bueno, algun día los dos estaran comprometiendos." dijo Zazu con una sonrisa.
"¿Qué?" Simba estaba completamente confundido.
Zazu agitó sus alas. "Ya sabes... prometidos. Novios. Futuros."
"Simba, ¿sabes idioma ave?" Nala preguntó con ironía.
"¿Puedes darle algún sentido?" preguntó Simba, aún más confundido que nunca.
"¡Casados! Que un día los dos se van a casar." les informó Zazu. Cuando los cachorros no respondieron, agregó un poco más impaciente. "¡El uno con el otro!"
Por un largo momento, los cachorros le dieron una mirada incierta a Zazu, y luego se miraron el uno al otro. Entonces Simba se dio cuenta de lo que quería decir. Significaba algo similar a lo que Mufasa y Sarabi eran el uno para el otro: una pareja casada. Él y Nala emitieron sonidos de disgusto al pensarlo.
"No puedo casarme con ella." le dijo Simba a Zazu. "¡Ella es mi mejor amiga!"
"Sí, sería realmente extraño." agregó Nala. "Además, no puede comer impalas."
"Yo también puedo." argumentó Simba. "Simplemente no me gusta el impala. Además, eres la que le teme a los rinocerontes." enseguida se volvió hacia Zazu. "Acéptalo, Zazu... Nala y yo no nos vamos a casar."
"¿Un monarca que ignora la tradición? ¿El estilo de vida conservador en las Tierras del Reino?" comentó Zazu, mientras Simba imitaba las palabras de Zazu de manera burlona detrás de él. "Lamento reventar su burbuja, pero ustedes dos tórtolos no tienen otra opción. Es una tradición que se remonta a generaciones."
Simba compartió una sonrisa con Nala. "Cuando sea rey, eso será lo primero que cancele."
Zazu se sorbió la nariz. "No mientras esté cerca."
"En ese caso, estás despedido." dijo Simba con una sonrisa.
"¡Hmph!" Zazu resopló. "Buen intento, pero solo el rey puede hacer eso."
"Pero él es el futuro rey." le recordó Nala.
"Sí." dijo Simba con una sonrisa, golpeando el pecho de Zazu. "Y eso significa que tienes que hacer lo que te diga que hagas."
Zazu ahora se estaba irritando, sus plumas se desprendían. "¡Todavía no! ¡Y con una actitud como esa, me temo que te estás convirtiendo en un rey bastante patético!"
Simba sonrió de lado. "Yo no lo veo así." con eso pegó un salto aterrizando frente a ave que voló hacia atrás.
A la imaginación del pequeño cachorro el paisaje africano se convirtió abruptamente en un estilo de dibujos animados surrealista y de colores brillantes. "Poderoso rey seré, sin oposición..."
"Pues yo nunca he visto un rey león que no tenga mechón..." acercándose al cachorro Zazu le arrancó una hebra de pelo donde estaría su melena en un futuro.
Alejándose del ave Simba corrió detrás de una hojas secas, obteniendo una melena de ellas. "Nunca ha habido nadie así... Seré la sensación." sacudiendo las hojas saltó hacia un tronco cercano. "Observa como rujo yo, te causo un gran temor..." su grito sorprendió a Zazu que tropezó hacia atrás en un charco.
Sacudiendo sus alas Zazu comenzó a secarse en lo que parecía ser una toalla colgante. "Pues, no parece nada excepcional-" se interrumpió al darse cuenta que la toalla en realidad era la oreja de un elefante rojo que terminó golpeandolo a con su trompa, enviándolo a saltar como una piedra a través de una piscina de agua poco profunda.
Sonriendo ambos cachorros siguieron de inmediato. "Yo quisiera ya, ser un rey."
"Píense bien y verá que aun le falta mucho, alteza." replicó Zazu cuando ambos cachorros se pararon a cada lado de él.
"Nadie que me diga..." Simba cantó llamando la atención del ave mientras Nala le hacía una mueca a sus espaldas.
Enseguida Zazu volteó hacia él. "Bueno, cuando dije que..."
"...lo que debo hacer." Nala continuó la oración de Simba, apartando la atención de Zazu hacia ella.
Volteando hacia la joven leona, Zazu no se dió cuenta de la mueca que el príncipe hacia a sus espaldas. "...quise decir que..."
"Nadie que me diga..." Simba repitió con terquedad, riendo cuando Nala hizo una cara graciosa.
Zazu miró entre ambos ahora. "Pero no se da cuenta..."
"...como debo ser." ambos cachorros saltaron el charco de agua frente al ave.
"¡Pero mire aquí!" Zazu batió sus alas enseguida detrás de los jóvenes leones como un águila que se dirige hacia una liebre.
Los cachorros se metieron en medio de algunas cebras que se dirigían hacia el abrevadero, logrando perder a Zazu en la manada. Mientras que éste intentaba encontrarlos entre las rayas y los cascos, Simba y Nala escaparon y corrieron hacia el abrevadero con un atajo. Eso incluía tener que ser perseguido brevemente por mangostas con bandas, ya que usaban sus túneles como atajo.
Cuando Zazu logró detectarlos, Simba y Nala notaron que algunas avestruces también se dirigían hacia el abrevadero.
Las avestruces parecían reconocer a Simba como el príncipe, porque dos se arrojaron al suelo y los dejaron cabalgar. "Libre de correr seré." Simba cantó pasando encima de los avestruces junto con Nala al lado de Zazu.
"Bueno, definitivamente eso no." Zazu aclaró con incredulidad.
"Todo lo que quiera haré..." Simba continuó alegremente.
Volando por delante de los cachorros, Zazu miró hacia atrás para hablar con ellos y obligarlos a qué prestaran atención. "Usted y yo tenemos que, de cara a cara hablar-" se interrumpió abruptamente cuando accidentalmente voló directamente hacia un rinoceronte.
"Mira nada más... al rey quién quiere aconsejar." Simba replicó con diversión, riendo junto con Nala cuando pasaron encima de las avestruces frente al pájaro.
Molesto Zazu tomó vuelo hacia una pequeña rama que flotaba encima del río. "Si este es el rumbo que llevamos... ¡Yo no voy! Lejos yo me voy de Africa, no me voy a quedar... ¡Aagh!" tan pronto como la rama desapareció sobre el borde tomó vuelo rápidamente, sin poder ocultar ahora su rostro de enojo. "El chico cada día está mas mal..."
"Yo quisiera ya ser un rey..." los cachorros trotaron por un corredor de cebras parados en atención. Sin embargo cuando Zazu los siguió todos giraron y levantaron la cola provocando que el ave se cubriera con un ala nervioso.
Sonriendo con diversión Nala y Simba comenzaron a bailar bajo una manada de elefantes en movimiento. Una de las jirafas cercanas bajó su cabeza al suelo dejando que el joven príncipe de subiera a ella.
"Miren por aquí..." tan pronto la orden salió de la boca de Simba la manada corrió hacia la dirección señalada, pisoteando al mismo tiempo a Zazu que se encontraba debajo de ellos. "Miren por acá." una vez más la manada corrió hacia el otro lado. "Donde me vean..." deslizándose por el cuello de la jirafa cayó en una pose teatral. "¡Seré una estrella!"
"¡Aún no!" Zazu replicó estrictamente al salir debajo de las patas de los animales.
"Y con cada criatura compartir..." un coro de hipopótamos, osos hormigueros, antílopes, jirafas y otros comenzaron a formar una pirámide con los cachorros en la parte superior. "Que fuerte por doquier se pueda oír... Lo que el rey Simba tiene que decir..."
"¡Quiero ya ser el rey!" Simba continuó con alegría. "¡Quiero ya ser el rey!" repentinamente la pirámide se tambaleó accidentalmente debajo de ellos. "¡Quiero ya... ser el rey!"
Zazu abrió los ojos con con horror cuando la pila de animales comenzaron a caer uno detrás del otro haciéndolo batir sus alas para esquivarlos. Sin embargo a mitad de vuelo se topó con rinoceronte que terminó sentado encima de él. "Le ruego me disculpe, señora, pero... ¡Quitese de encima!" rogó con voz ahogada desde la grupa del animal. "¿Simba? ¡Nala!"
Más adelante los dos cachorros se aseguraron de que estuvieran lejos del abrevadero. Dondequiera que estuvieran, Zazu estaba seguro de no seguirlos ahora. Entonces Simba y Nala se tomaron un descanso, tratando de recuperar el aliento.
"¡Lo perdimos!" Nala jadeó. Nunca antes había hecho algo tan emocionante en su vida.
"Sé lo que vas a decir." se regodeó Simba, con el pecho hinchado. "El futuro rey es un genio, ¿verdad?"
Nala lo miró indignada. "Oye, genio, fue mi idea."
"Sí, pero yo hice el resto." Simba continuó regodeandose.
"¡Conmigo!" Nala corrigió molesta.
"¿Oh si?" ésa vez Simba frunció el ceño.
"¡Sí! No llegaríamos tan lejos si no fuera por tu futura reina." respondió Nala. Había estado tan sorprendida como Simba cuando Zazu dijo que estaban comprometidos, pero la idea de ser una reina realmente le parecía interesante.
Simba resopló y agitó una pata despectivamente. "¿Ya se te olvidó verdad? No habrá una futura reina."
Los primeros pensamientos de matrimonio de Nala se desvanecieron. Si ella se iba a casar con él , entonces no querría ser reina. "Bien por mí." respondió ella. "Un oso hormiguero sería mejor."
"A ver si alguno te dice que sí." dijo Simba con aire de suficiencia.
Nala sabía a dónde estaba llegando aquello. Por lo general, tenían argumentos amistosos que conducían a burlas y luego a la lucha libre. Ella decidió enseñarle a Simba una pequeña lección: era el futuro rey, pero él no era un rey sin embargo . Ella le recordaría eso. Con los ojos entrecerrados se agachó. "A ver si sales de aquí sin llorar."
"Adelante, dame lo mejor que tengas." respondió Simba, agachándose también.. "¡Rrarr!"
Los dos corrieron el uno contra el otro, luchando e intentando agarrarse al suelo. El juego era una parte importante de la vida de un cachorro joven. Podría enseñarles habilidades sociales o incluso cómo cazar. Al final, Nala logró atrapar a Simba, que había estado buscando fuerza en lugar de ingenio.
"Te venci." Nala sonrió ante la mirada indignada en el rostro de Simba. "Ahora debes disculparte."
"¡Jamás!" se quejó Simba.
Nala se bajó de él, satisfecha. Simba la fulminó con la mirada antes de que una sonrisa apareciera en su rostro, encontrando una manera de pagarle. Entonces, una vez que Nala no estaba prestando atención, volvió a saltar. Los dos cayeron y lucharon en su segunda ronda, ésa vez rodando cuesta abajo. Pero una vez que llegaron al fondo, Simba esperaba atraparla ésa vez.
Sin embargo, Nala se enrollo primero y lo inmovilizó por segunda vez. "Te venci otra vez." se regodeó, mientras el príncipe la miraba con indignación.
"Nala, déjame." se quejó Simba, pero un fuerte silbido lo hizo mirar a su alrededor. Un agujero en el suelo arrojaba humo caliente y maloliente que ondeaba en el aire. "¿Qué es eso?"
"No vas a engañarme, Simba." dijo Nala aún encima del pequeño león. "Ya sé que no hay nada-" se interrumpió cuando al levantar la mirada notó lo que miraba Simba.
Cuando Nala se bajó de Simba comenzaron a caminar. Subieron una cresta y miraron el paisaje. "Aquí debe ser." No se parecía en nada a las Tierras del Reino, principalmente era gris y marrón con huesos aquí y allá. En un momento dado, saltaron sobre lo que era un árbol caído o un hueso gigante mirando la extensión que tenían delante.
A su alrededor había huesos, montones y montones de huesos. Si las Tierras del Reino tenían mucha hierba, entonces ése lugar tenía muchos huesos. Tampoco era un hueso cualquiera; aquellos eran los huesos de los elefantes.
"Esto es todo. ¡Lo logramos!" Simba le susurró a Nala. "¡El cementerio de elefantes! Es increíble, ¿no?"
"Podríamos meternos en grandes problemas." respondió Nala con una risita.
"Lo sé." Simba se encogió ligeramente de hombros.
Miraron a su alrededor un poco más, asimilando todo. Ninguna canción de pájaros hacía eco allí, solo el sonido de buitres chillando y chirridos de vapor. Se preguntaban sobre los dueños de ésos huesos, los elefantes. ¿Por qué habían llegado todos esos elefantes a ese lugar? ¿Cómo sabían cuándo reunirse para morir? Era bastante triste pensar en eso, después de todos los elefantes vivos que habían visto en sus jóvenes vidas.
Pronto, sus ojos se fijaron en un enorme cráneo de elefante, ambos colmillos de pie y curvados como árboles muertos.
"Me pregunto si sus cerebros todavía están allí." Nala comentó.
"No lo sé." respondió Simba, caminando hacia el cráneo. "Pero solo hay una forma de saberlo... Vamos averiguarlo."
"¡No!"
Simba saltó alto en el aire ante el sonido enojado que venía de encima de él. Zazu ahora voló frente a ellos, más enojado y más asustado de lo que jamás había visto estar el cálao.
"¡La única salida que harás será salir de aquí!" Espetó Zazu, ignorando las quejas de Simba. "¡Estamos más allá del límite de las Tierras del Reino!"
Ante esto, Simba se rió entre dientes. "Mira eso. ¡Pico de Banana tiene miedo!"
"¡Señor Pico de Banana para ti, borroso!" regañó Zazu, empujando la nariz de Simba con un ala. "¡Y ahora mismo, todos estamos en peligro muy real!"
"¿Peligro? ¡Ja!" Simba se burló, caminando cerca del hueso y saltando sobre su cara. "Camino por el lado salvaje... Yo me río del peligro." con eso se volvió hacia el cráneo y se rió en las cuencas de los ojos. "¡JAJAJA!"
Su risa hizo eco a través del cráneo, resonando en las orejas de Simba.
"¡Suficiente!" siseó Zazu. "¡Has demostrado lo valiente y completamente imprudente que eres! ¡Nos vamos a casa en este instante!"
"Zazu tiene razón", agregó Nala. "Además, el sol se está ocultando, y no me quedaré aquí sentada-"
Pero Simba lo siguió con otro "¡HA HA HA!" hacia la cavidad en el cráneo. Sin embargo, fue cuando las siniestras carcajadas llegaron a sus oídos cuando Simba sintió una punzada de miedo en su pelaje. Inmediatamente corrió hacia Nala y Zazu, erizados y con el corazón acelerado.
Y entonces llegaron las hienas. Eran dos hienas, ambos machos, con abrigos marrones moteados, hocicos marrones y dientes afilados. Vinieron medio deslizándose de las cuencas de los ojos del cráneo como serpientes, y bajando por los colmillos como leopardos.
"Pero, que sorpresa." comentó la hiena macho más fuerte con una sonrisa. Tenía la cara marcada y le faltaba parte de la oreja derecha. "No esperábamos invitados hoy. ¿Queridos cachorros, les gustaría quedarse para cenar?"
"¡Si!" interrumpió una hiena de aspecto tonto, con una gran sonrisa en su rostro. "Quédense para la cena, tienen cara de un sabroso antojo."
Ante esto, la primera hiena macho encendió la segunda, con una mirada de regaño en su hocico. "¿Quieres dejar de invadir mi espacio, Azizi? Ya hemos hablado de esto antes." espetó. "Llamo su atención y mientras los distraigo los demás los rodean."
La hiena llamada Azizi retrocedió, su larga lengua lamiendo sus labios. "Está bien, está bien. Lo siento, Kamari."
Kamari sólo rodó los ojos. "¡No lo sientas, solo hazlo!"
Simba y Nala compartieron miradas, sabiendo que las hienas no eran los animales más inteligentes, pero ése Azizi parecía completamente diferente.
"Está bien. Pero ellos se alojaban para la cena, ¿verdad? Es por eso que usted les pidió."
"No les estaba pidiendo que se quedaran." gruñó Kamari.
"Pero les dijiste que se quedaran." argumentó Azizi. "¿Por qué mientes?"
"¡Porque son la cena!" espetó Kamari, cansándose de la estupidez de Azizi. "¿Entiendes?"
"Sí, lo tengo. Tiene sentido." respondió Azizi con una sonrisa. "Pero para ser claros... se quedarán, ¿verdad?"
Kamari, que había sonreído cuando Azizi parecía entenderlo, ahora gruñó su frustración hacia él. Simba trató de encontrar una manera de escabullirse con Nala y Zazu, si tan solo Kamari y Azizi se movieran un poco.
"¡Esperen!"
La nueva voz, una hembra, hizo eco en la cámara en la que los cachorros estaban casi metidos. Salieron a pasear tres hienas más, la que estaba en el medio, la hiena más grande que Simba había visto. No era tan grande como Mufasa, por supuesto, solo era casi tan alta como Sarabi... pero tenía una mirada cruel en ella, desde las cicatrices en su cuerpo hasta la sonrisa burlona en su hocico.
"Bueno, bien, Banzai." gruñó la hembra con una sonrisa a su hiena derecha que se acercaba a su lado. "¿Qué tenemos aquí?"
"No sé, Shenzi." respondió la hiena detrás de ella, también sonriendo. "¿Qué piensas, Ed?"
El otro detrás de ellos no habló. Él solo se rió y se rió con una mirada muy loca en su rostro.
"Sí, eso es lo que estaba pensando." comentó Banzai. "¡Tenemos un trío de intrusos!"
"Y también por error." Zazu se rió nerviosamente. "Realmente debemos irnos."
Pero antes de que pudiera despegar, Shenzi pisoteó las plumas de su cola con su pata. "Whoa, espera un minuto." dijo con una sonrisa de dientes. "Te conozco. Eres el pequeño títere de Mufasa."
Zazu le quitó las plumas de la cola. "Yo, soy el mayordomo del rey."
"Y eso te haría..." preguntó Banzai, mirando a los cachorros.
"¡El futuro rey!" Simba habló, tratando de poner una cara valiente.
Shenzi se rió entre dientes, y las otras hienas hicieron lo mismo. Sus horribles carcajadas sonaron en toda el área y sacudieron los huesos. Cuando terminaron, Shenzi se burló: "Justo el festín que esperé toda mi vida... Qué sorpresa inesperada conocer al hijo de un rey."
Simba sintió que su pelaje se erizaba. Ahora sabía quién era Shenzi; había oído hablar de ella por sus padres. Ella era la actual líder de las hienas, derrocando a su madre para convertirse en la líder de su clan. Incluso escuchó que ella alimentaba la cabeza de su madre con sus subordinados, pero podrían ser rumores.
"Espera un segundo, ¿el rey?" Kamari preguntó, acercándose. "¿Es el rey que creo?"
"¿Quién reina en ese lugar?" añadió Azizi.
"Mufasa no será mi rey jamás." Shenzi los anuló. "De hecho, sus reglas no tienen valor aquí. Contéstame esto, chico." agregó a Simba, acercándose. "¿Sabes lo que le hacemos a los reyes que salen de su reino?"
"¡Tú no haras nada contra mí!" Simba se burló. "¡Porque soy el futuro rey!"
Shenzi miró a Simba, y Simba realmente deseaba que se fuera. Luego miró a su clan a su alrededor, gruñendo: "¿Lo oyeron? ¡Quiere decirme qué hacer! ¡Al parecer heredó de su padre el caracter! La pregunta es, ¿a que sabrá esa audacia?"
Todas las demás hienas también se rieron, una vez más sus horribles risas resonaban en los oídos de Simba. Ahora, lentamente, comenzaba a arrepentirse de haber ido al cementerio de elefantes.
"No pueden hacerme nada de todos modos." se quejó Simba, tratando de mantenerse confiado.
"En realidad, pueden." respondió Zazu. "Nos encontramos en su territorio."
"Pero Zazu, me dijiste que no son más que babosas, sarcásticos, cazadores furtivos estúpidos." Simba replicó confundido.
Zazu se rió nerviosamente y susurró: "Nofo-tofo, tofo..."
"Oye, ¡A quién le dices tofo-tofo, ¿eh?!" Banzai gruñó, acercándose a Zazu.
Zazu chilló antes de enfrentarse al líder del clan. "¡Shenzi, no puedes estar pensando seriamente en comerte al príncipe!" él suplicó. "¡Cometieron un error, un error verdaderamente horrible! ¡Pero si haces esto iniciaras una guerra con Mufasa!"
"Hienas y leones viven en guerra desde el principio del tiempo... No hay diferencia para mí." dijo Shenzi arrastrando las palabras. "Ahora tómalo con calma... Nos encantaría que te quedaras a cenar."
"¡Sí! Tendremos..." Banzai intentó pensar en una broma. "... ¡lo que sea león alrededor!"
Éso causó que las otras hienas se rieran, Ed el más ruidoso. Shenzi incluso se unió. "¡Yo haré el mío a la plancha! ¡¿Qué tal?!"
Mientras las hienas bromeaban (Azizi bromeaba mientras Kamari rodaba los ojos), Simba y Nala intentaron escaparse. A las hienas no les importaba si eran niños; querían sangre, y los cachorros querían escapar. Zazu los hizo pasar por las hienas riendo, susurrando para no hacer ruido mientras se iban.
Justo en ese momento, Ed comenzó a gritar y gemir, señalando en una dirección.
"¿Qué, Ed? ¿Qué es?" Shenzi espetó.
"Oye, espera un minuto", dijo Banzai cuando sus ojos vieron dónde habían estado los cachorros y el pájaro hacia un minuto. "¿Pedimos cena para llevar?"
"¿No, porque?" Shenzi preguntó.
Banzai miró a su alrededor hasta que vio lo que esperaba ver: los cachorros corriendo hacia él. "¡Porque allá van!"
Comenzaron a correr tras los cachorros, solo para que Zazu volara y picoteara sus cabezas con su pico. Sin embargo, no pudo volar, ya que las hienas se abalanzaron sobre él y lo tiraron al suelo. A Zazu le preocupaba que intentaran comérselo como Scar intentó hacer meses atrás.
Sin embargo, lo recogieron y lo llevaron a un pequeño géiser. Era lo suficientemente pequeño como para caber un suricata o un pájaro de su tamaño. Antes de que pudiera volar, Banzai lo agarró, riéndose.
"Así que el pajarito del mayordomo fue saltando hasta olla de presión." dijo Banzai, llevando a Zazu al géiser.
"¡Oh, no! No la olla de presión-" Zazu comenzó a llorar de horror.
Fue muy tarde. Las hienas lo metieron en el géiser y esperaron hasta que estallara. Zazu fue disparado hacia el cielo con un grito, y las hienas comenzaron a reírse ante tal espectáculo. Incluso el más serio Kamari no pudo evitar reírse.
"¡Oye!" Simba y Nala habían regresado corriendo para tratar de rescatar a Zazu, el antiguo mirando a las hienas. "¿Por qué no se meten con alguien de su tamaño?"
Shenzi se rio antes de caminar hacia Simba, elevándose sobre él. "¿Como... tú?"
Ahora, al darse cuenta de nuevo de cuán pequeños eran en comparación con las hienas, Simba y Nala dieron media vuelta y corrieron. Pero las cinco hienas corrieron tras ellos, asustándolos a través de las rejillas de vapor y tratando de morderles los talones.
Subieron una colina de huesos, tratando de mantenerse fuera de su alcance, solo para deslizarse. Se deslizaron por la longitud de una columna vertebral larga con enormes costillas bloqueando sus costados. Justo cuando estaban seguros de que estaban a salvo, se cayeron de la columna vertebral y aterrizaron en otro montón de huesos, y las hienas volvieron a caer sobre sus colas. Los cachorros comenzaron a trepar la colina de huesos tan rápido como pudieron, con los corazones palpitando de terror.
Todo el tiempo, Simba sintió una combinación de vergüenza y miedo mezclarse en su vientre. No había querido meterlos en ése lío, y ciertamente no planeaba ser la cena de una hiena. Esos pensamientos solos lo hicieron trepar a la cima de la colina lo mejor que pudo.
"¡Simba!"
De repente, un grito sonó detrás de Simba. Nala se deslizaba cuesta abajo, hacia las fauces de las hienas. Simba saltó colina abajo en varios límites y, cuando Shenzi estaba casi sobre Nala, la golpeó en la cara con sus garras. Rápidamente huyeron, mientras la burla de Shenzi se convirtió en un gruñido furioso, las marcas de garras en su hocico comenzaron a sangrar. Ese príncipe iba a saber muy bien una vez que lo atrapara, por darle ésas cicatrices.
Las hienas lo persiguieron nuevamente, y los cachorros terminaron corriendo hacia una cueva. Vieron lo que pensaban que era una abertura en el techo de la cueva y treparon hacia él. Pero los huesos debajo de ellos cedieron, y cayeron al suelo de la cueva con un ruido sordo. Ahora estaban atrapados por las cinco hienas, flanqueadas por la pared detrás de ellas y la pared de piel y dientes frente a ellas.
"Aquí, gatito-gatito-gatito." dijo Banzai con una sonrisa.
Simba miró a su alrededor a Nala, cuyos ojos estaban muy abiertos de puro miedo, y también lo asustó. Se dio cuenta de que toda aquella aventura era toda su culpa. Luego decidió que, dado que él y Nala se metieron en aquel lío, los sacaría... o al menos moriría en el intento.
Así que Simba clavó sus garras en el suelo rocoso e hizo todo lo posible para tratar de rugir. "Mreooow." todo lo que salió fue una mezcla de un pequeño gruñido y un maullido. Las hienas lo miraron y luego se miraron el uno al otro antes de reírse por completo.
"¿Escucharon eso?" se burló Kamari. "¡El futuro rey!"
"Estoy realmente asustado ahora." se unió Azizi, riendo como loco. "¡No me hagas daño!"
"¿Eso es lo mejor que tienes?" Shenzi se burló. "Vamos, príncipe... Hazlo de nuevo... Te reto..."
Simba volvió a profundizar y gruñó más fuerte. En ese momento, un rugido de león adulto resonó en el cementerio de elefantes, ahogando el gruñido de Simba. Enseguida las hienas se giraron como una para enfrentarse al intruso que resultó ser Mufasa que se abría camino a través de la multitud, rugiendo y gruñendo y deslizando sus garras hacia ellos. Las hienas saltaron hacia él para frenarlo pero el rey león respondió con sus propios dientes y garras. Zazu volaba detrás de él, diciendo algo antes de posarse en uno de los cráneos de elefante.
Shenzi fue el que más peleó. El líder del clan se abalanzó sobre la espalda de Mufasa, tratando de morderlo, pero el león la lanzó. Una vez que estuvo en el suelo, el león le golpeó con su enorme pata, sus garras le cortaron la pata delantera. Shenzi gruñó y retrocedió, lamiendo la nueva herida en su pierna. Las otras hienas comenzaron a gruñir de ira por eso, solo para que Mufasa rugiera "¡Silencio!" ésto las hizo callarse.
"Si alguna vez vuelves a acercarte a mi hijo..." gruñó Mufasa.
"No, Mufasa." siseó Shenzi con los dientes apretados, lamiéndose la herida. "Jamás... Jamás lo volveré a tocar."
Mufasa asintió con un resoplido. "Ya fuiste advertida, Shenzi... Ahora regresa a tu guarida."
Con una sonrisa burlona, Shenzi se alzó sobre sus patas y comenzó a alejarse. Cerca de ella, Azizi fingió jadear de sorpresa. "Oh, ¿ese era su hijo? Oye, ¿lo sabías, Banzai?"
"No, no lo sabía", mintió Banzai. "¿Tú, Azizi?"
"¡No claro que no!"
Luego miraron a Ed para ayudarlos pero éste solo asintió con la cabeza. Esto solo hizo que Mufasa rugiera más fuerte haciendo que la cueva pareciera sacudirse de su rugido. Shenzi lanzó un gruñido para que sus hienas se fueran con ella.
Entonces las hienas tuvieron la oportunidad de irse, llenando las partes más profundas del cementerio de elefantes, una por una.
Una vez que las se fueron, Zazu voló y le dio a Mufasa una sonrisa y un asentimiento.
Pero Mufasa lo recibió con una mirada fulminante. "¿Así es como cuidas de mi hijo?" gruñó al cálao. "¿Dejar que él y Nala vaguen al peligro?"
Zazu se encogió y levantó las alas en defensa. "Señor, no fue mi culpa... Los cachorros me engañaron y-"
"No quiero escuchar excusas." espetó Mufasa, levantando una pata para pedir silencio. "Como adulto, deberías haber sabido mejor que dejar que te engañen."
Zazu inclinó la cabeza avergonzado, y Simba se sintió avergonzado de sí mismo. La ira de Mufasa era como la del sol ardiente. Simba se sintió culpable por meter a Zazu en problemas, y también se sintió avergonzado por desobedecer a los adultos en primer lugar. "Papá, no es su culpa." trató de decir. "Yo soy quien-"
"Me desobedeciste deliberadamente." interrumpió Mufasa dándole una mirada tan severa que el cachorro no pudo terminar.
"Papá... lo siento." Simba intentó de nuevo.
Mufasa no respondió a la disculpa. "Vamos a casa."
Más adelante, Zazu voló tras Mufasa, dando a los cachorros una mirada de lástima. Simba mantuvo la cabeza baja, avergonzado y asustado al mismo tiempo. Un empujón de Nala lo hizo mirar hacia arriba mientras susurraba: "Creo que fuiste muy valiente. Gracias por salvarme."
Simba no pudo sonreír. No merecía los elogios que ella le había dado. Casi los había matado, pero también tenía miedo de lo que haría su padre. Y eso lo asustó más que las hienas.
No muy lejos, cuando salieron del cementerio de elefantes, Scar los vio irse desde el interior del cráneo de un elefante. Frunció el ceño cuando Mufasa, su sobrino malcriado, y Nala se alejaron completamente ilesos. Había ido a ver si las hienas habían terminado el trabajo, sólo para presenciar aquello. Ahora tendría que hablar con ellos más tarde, para exigirles por qué no habían terminado el trabajo.
El atardecer ya había llegado cuando los leones y Zazu regresaron a las Tierras del Reino. Debido a la luz del sol poniente, la sabana estaba bañada en colores dorado, naranja y rojo. Muchos de los animales del día comenzarían a retirarse por la noche, mientras que los animales nocturnos comenzaron su turno de noche. Por lo tanto, la puesta de sol solía ser la parte favorita del día de Simba.
Pero no ese día. Mufasa marchó delante de los cachorros, todavía irritado con su hijo y su mayordomo; su ira no había desaparecido desde que salieron del cementerio de elefantes. Los cachorros se arrastraron detrás, Simba todavía avergonzado de sí mismo y Nala no estaba segura de cómo consolarlo. Zazu voló hacia adelante, alternando entre lástima por los cachorros y nervioso por la ira de su rey.
"¿Oye Zazu?" Simba llamó al cálao.
Zazu lo notó y voló hacia abajo hasta que estuvo justo encima del cachorro. "¿Sí, Simba?"
"Lamento mucho haberte tratado así cerca del manantial." murmuró Simba. "Y realmente lamento haberte insultado."
Zazu suspiró y aterrizó sobre la espalda de Simba. "Te perdono. No eres el primer cachorro que ha dicho esas cosas, y no serás el último." dijo, sonando conmovido por la disculpa del cachorro. "Aunque me temo que no soy el único con el que tienes que disculparte. Has molestado a tu padre. Pero no parezcas preocupado, joven maestro." agregó, al ver la inmensa culpa en el rostro de Simba. "El rey no se enfada para siempre. Es lento para la ira y rápido para amar. Te perdonará si realmente lo sientes."
Simba realmente quería disculparse, y lo lamentaba mucho, pero ¿cómo podía hacerlo? Había roto la confianza de su padre. Incluso había roto su promesa a su tío de no ir al cementerio de elefantes.
"¡Zazu!" Mufasa llamó casi de inmediato.
Tan rápido como pudo, Zazu voló hasta que aterrizó frente a Mufasa. "¿Si señor?" preguntó mansamente.
"Lleva a Nala a casa." ordenó Mufasa sin mirar a Zazu ni a los cachorros, sólo al sol poniente. "Tengo que darle una lección a mi hijo."
Al escuchar esto, Simba se agachó hasta quedar apenas visible.
Luego, para sorpresa del mismo, Zazu lo defendió. "No sea demasiado duro con él señor... Se disculpó conmigo por causar problemas." le dijo a Mufasa. "Recuerdo a un pequeño cachorro testarudo, que siempre estaba metido en problemas. Y alcanzó una cierta prominencia, ¿no es así señor?"
Mufasa asintió con la cabeza. Sería un hipócrita negar que hubiera hecho algo malo como cachorro. Por primera vez desde que dejó el cementerio de elefantes, parte de su ira comenzó a desvanecerse, aunque todavía permanecía como una quemadura.
"Me conoces muy bien, Zazu." murmuró. "Y me disculpo por ser duro contigo antes. Hiciste lo mejor que pudiste con los cachorros, y no podía pedirte más." un zazu ligeramente aliviado asintió, mostrando que todo estaba bien entre ellos. "Pero sí entiendes que la disciplina es importante para criar a un hijo. Si no lo disciplino, tal vez no crezca para ser un buen rey."
Zazu asintió, no queriendo discutir más. Voló hacia donde estaban los cachorros, mientras Simba seguía pensando en el castigo que su padre le daría. También había oído hablar de la disciplina y se estremeció. ¿Su padre iba a vencerlo?
"Nala, vamonos." le dijo Zazu a la pequeña leona antes de volverse hacia el príncipe. "Simba... buena suerte."
El príncipe solo pudo mirar impotente cuando Nala comenzó a irse a la Roca del Rey sin él. Zazu alzó el vuelo y voló delante de ella, atento a cualquier peligro que se les presentara.
"¡Simba!" gritó Mufasa desde adelante.
Simba hizo una mueca pero comenzó a escabullirse hacia Mufasa. No se molestó en desacelerar deliberadamente para detener a su padre, decidiendo terminar de una vez. Sin embargo, mientras caminaba, tropezó literalmente con algo que lo hizo mirar hacia abajo.
Era una de las huellas de la pata de Mufasa, una impresión enorme que podría caber en una garceta recién nacida. La idea de seguir el camino de su padre hizo que la cabeza de Simba nadara con vergüenza y confusión. ¿Cómo podría seguir sus huellas si seguía metiendo la pata? Con un suspiro siguió caminando hasta que se sentó junto a su padre, atreviéndose a mirar hacia arriba.
Por un momento, Mufasa no dijo nada, cerró los ojos y pensó. Entonces, por fin, abrió los ojos y miró a Simba con cara severa. "Simba, estoy muy decepcionado de ti."
"Lo sé." maulló Simba con tristeza.
"Pudieron matarte." continuó Mufasa, su voz elevandose con algo de emoción. "¡Me desobedeciste deliberadamente, y lo que es peor aún, pusiste en peligro a Nala!"
Ante esto, Simba comenzó a sollozar y llorar, sabiendo que Mufasa tenía razón. Había puesto a Nala en peligro y casi la había matado a ella y a él; no había querido eso. "Solo estaba tratando de ser valiente como tú." se quejó. "Quiero ser como tú, papá."
Mufasa suspiró y pensó por un momento. Si bien sentía que tenía que disciplinar a su hijo, sabía que Simba realmente lo decía en serio cuando lo lamentaba. Era un león que lentamente se enojaría, pero fue muy rápido en amar. Simba, mientras tanto, tenía miedo de que Mufasa nunca quisiera volver a hablar con él. Por un momento, quiso rogarle que dijera algo, solo una palabra.
"Solo soy valiente cuando debo, Simba..." le dijo Mufasa a su hijo, su voz se había calmado. "Ser valiente no significa que busques problemas."
"Pero no tienes miedo de nada." dijo Simba sorprendido.
Mufasa apartó la tristeza de sus ojos. "Hoy si lo tuve."
"¿De verdad?" preguntó Simba asombrado. Nunca había sabido que los reyes podían asustarse.
"Sí." dijo Mufasa, bajándose para mirar a su hijo directamente a los ojos. "Creí que te perdería."
Simba asintió con la cabeza. El mal presentimiento que había tenido en su corazón y vientre ahora se estaba desvaneciendo. Mufasa ya no estaba enojado con él. Las cosas iban a estar bien ahora. "Supongo que incluso los reyes se asustan, ¿no?"
"Mm-hmm." respondió su padre, asintiendo. "Más de lo que podrías saber."
Con una sonrisa, Simba se inclinó. "¿Pero sabes qué?"
Mufasa le devolvió la sonrisa. "¿Qué hijo?"
"Creo que las hienas estaban más asustadas." dijo Simba con una risita.
"¡Eso es porque nadie se mete con tu padre!" dijo Mufasa, riendo y acercándose a él. "¡Ven aquí!"
Con un gruñido juguetón, agarró a Simba y lo metió en una llave de cabeza, revolviendo el pelo de su cabeza. Simba fingió gruñir y luchar, riendo y estirando la mano para agarrar su melena. Mufasa saltó, riéndose cuando los dos corrieron por la hierba, enviando luciérnagas que brillaban en la hierba de la sabana. Cuando Simba finalmente lo alcanzó, se lanzó y agarró la oreja de Mufasa con los dientes.
Finalmente, dejaron de jugar, jadeando por su ejercicio. Mufasa estaba tumbado en la hierba, con las patas debajo de él. Simba estaba descansando sobre su melena, arrastrándose para mirar la cara de su padre. Todos los sentimientos negativos que sintió antes se habían ido.
"¿Papá?" preguntó, lo que le valió un gruñido afable por parte de Mufasa. "Somos amigos, ¿verdad?"
Mufasa se rio entre dientes. "Sí."
"Y siempre estaremos juntos, ¿verdad?" Simba ladeó la cabeza inocentemente.
Mufasa levantó la cabeza y Simba se deslizó sobre sus hombros. Frunció el ceño, no con ira, sino con un pensamiento profundo. Cómo decírselo pero ser gentil al mismo tiempo...
"Simba." dijo finalmente. "Déjame decirte algo que me dijo mi padre una vez... Mira las estrellas." levantó la cabeza hacia el cielo nocturno estrellado, y Simba hizo lo mismo. "Los grandes reyes del pasado nos cuidan y nos observan desde ahí."
Simba rodó hasta que descansó entre las patas delanteras de Mufasa. Por encima de ellos, el cielo estrellado se expandió a través del cielo como la nieve que cae, la luna brillando sobre ellos también. "¿De verdad?"
Mufasa asintió con la cabeza. "Sí. Y si alguna vez te sientes sólo, nunca olvides que esos reyes estarán siempre ahí para guiarte, hijo... Y yo también." con eso miró a Simba y le dio una pequeña sonrisa triste. "Viven en ti, Simba, y también viven en mí... Están vigilando todo lo que vemos. En cada criatura, en cada estrella y en tu reflexión."
"Eso suena muy bien." comentó Simba moeviendo la cola. "¿De dónde sacaste eso?"
"Era parte de una canción que mi madre me enseñó a mí y a tu tío Scar." dijo Mufasa, mirando hacia el cielo nocturno. "Hay dos variaciones de esa canción, para mostrar que incluso aquellos que se han ido siempre estarán con nosotros."
De hecho, había un tono triste en la voz de Mufasa. A Simba casi le entristeció que no supiera algo que su padre sabía.
Inclinando la cabeza hacia adelante y hacia atrás, intentó ver a los leones estrellados que saltaban por el cielo. "Pero no alcanzo a verlos."
"Sigue buscando, hijo." retumbó Mufasa con una sonrisa. "Sigue buscando."
Entonces padre e hijo observaron las estrellas juntos. Simba se acurrucó cerca de la melena de Mufasa. Él confiaba en su padre, pero lo más importante, lo amaba. Todo lo que importaba ahora era que estaban bajo las estrellas, mirándolos juntos. Y estarían juntos para siempre.
