24. La maldición de Los Dublineses. A mil por hora.
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"Su experiencia del mundo le había amargado el corazón. Pero no había abandonado toda esperanza. Una vez comido se sentía mejor que antes de haberlo hecho, menos indiferente ante su vida y con no tanta derrota en el espíritu."
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La escuela de hechicería era todo menos una institución común y corriente, partiendo del hecho de que todos los asistentes eran variopintos, por decir lo menos curiosos; no obstante, como en otras escuelas, el ingreso de los nuevos, los de primero, siempre era un evento lleno de expectativas. Menos el ingreso de Satoru Gojo, eso se había convertido en un evento casi terrorífico.
Nadie estaba preparado para el suceso: se preguntaban quién era el más fuerte, qué aspecto tendría, cómo sería… y no era nada como lo imaginado, algunos pensaban que era mucho peor…
En general, la presencia del líder del Clan Gojo era algo que a muchos llenaba de terror. Aun así, Satoru se las arreglaba para parecer todavía más aterrador por su comportamiento exagerado. Sólo Shoko y Suguru parecían inamovibles a esto.
De buena suerte que cuando ellos dejaron de ser los de primero, tocó ceder el espacio para los que ese año serían los nuevos. Sólo hubo dos ingresos, es decir, que el primer año contaba exclusivamente con dos estudiantes: Nanami Kento y Haibara Yu. El primero, de familia danesa, tenía un aspecto sumamente marcial para su edad; era como un señor respetable atrapado en el cuerpo de un adolescente. El segundo, era un joven sumamente alegre, positivo y siempre dispuesto a ayudar y aprender, además, sentía un profundo respeto por sus compañeros mayores. Eran como agua y aceite, a saber de dónde diablos Masamichi Yaga sacaba a tan curiosos personajes.
Y pasó lo que tenía que pasar.
Ni siquiera habían pasado unas horas cuando Satoru ya había comenzado a chocar con Nanami, gracias a su invasiva y estrambótica personalidad y el otro, con la gracia y tolerancia de un anciano, muy pronto la relación se volvió tirante entre ambos. Curiosamente, Haibara pareció encontrar aquella bullente forma de ser como algo sumamente divertido y, para horror de su compañero de grado, festejaba todas las tonterías al joven Gojo…
Por otro lado, Suguru había quedado en medio de aquellos dos.
Lo curioso fue que Suguru encontró en Nanami a alguien interesante, sosegado e inteligente con quien charlar sin sentirse en constante competencia irritante.
Amaba a Satoru, eso no estaba en duda, era su mejor amigo, su alma, su corazón, su amante, su parabatai, su todo; sin embargo, le había parecido interesante aquel chico adusto de primero. Y justo ese interés amistoso e intelectual traería consigo un montón de líos.
Esto obedeció a una sencilla razón: Gojo se dio cuenta de algo mucho antes de que el mismo Suguru lo notara y aquel descubrimiento no le había gustado en lo más mínimo. Satoru tan acostumbrado a ser el centro de atención, a ser el único, tan habituado a que se cumpliera su voluntad sin oposición… empezó a estar cabreado, cada vez más.
Cuando observaba a Suguru cerca de Nanami, algo cambiaba en él, algo imperceptible para los demás, pero no para Satoru. Su sensibilidad exacerbada, los seis ojos, le permitían ver cambios, cambios en el cuerpo, en la energía, en la composición molecular… tanto así era capaz de ver.
Y estaba celoso, muy celoso, vuelto loco al respecto. Así que esto no ayudó en lo más mínimo e hizo que Satoru, literal, estuviese al acecho todo el tiempo. Poco le faltó para colgar un letrero a Suguru que dijera "es mío".
"¿Qué le verá? ¡Que es rubio! ¡Que tiene familia danesa! ¿Qué es, Suguru?", se preguntaba en silencio, observando mezquino, deseando matarlos a ambos en un arranque de ira.
"¡Es mío! ¡Mío! ¡Rata rubia! ¡Consíguete el tuyo!"
—¿Qué estás observando tan atento? —inquirió Shoko un día de esos mientras estaba en su observación maligna, con sus pensamientos arteros.
Ni Judas se había atrevido a tanto.
—¿Eh? ¡Ah! Nada, no observo nada —se apresuró a contestar, quizás demasiado rápido, culpablemente rápido.
—¿A Suguru?
—Nah —contestó desfachatado—, ni siquiera me había dado cuenta de que andaba por ahí —mintió—, bueno pues…
—¿Pasa algo, Satoru? ¿Por qué te noto algo… molesto?
—Tengo hambre, es todo.
De buena suerte que uno de aquellos días, mientras estaban entrenando cuerpo a cuerpo, porque bien lo había dicho alguna vez el profesor Yaga: los hechiceros no deberían confiar al cien por ciento en sus propias técnicas, tenían que ser humanos excepcionales también por su destreza en la pelea física, por supuesto que Satoru estaba dispuesto a lucirse delante de los de primero.
Haibara contemplaba con aquellos ojos grandes y expresivos a los dos mayores, emocionado, sentado en el dojo, atento, y Nanami, con expresión de pocos amigos, decidió ignorar al joven de cabellos platinados y centró su atención en Suguru.
—Te voy a dar la arrastrada de tu vida —le susurró sin respeto alguno a su compañero.
El otro, por toda respuesta, se rio.
—No jodas, eso está por verse… la única arrastrada que tendrás será en mi cama, Satoru… —le respondió en voz baja, con el mismo tono soberbio.
—Eso está por verse… aunque he de confesar que me pones mucho…
Suguru ni siquiera esperó a que terminara de decirle aquello que su calenturienta cabeza deseaba arrojarle. Antes de que el otro pudiera reaccionar, lo derribó y, de no ser por los instintos veloces que lo caracterizaban, lo habría atrapado en una llave. El brazo de Geto acabó atrapado en una caprichosa posición entre el brazo y hombro del otro.
Con un movimiento hábil, Suguru giró con todo y el cuerpo de su compañero para someterlo, sin embargo, previendo aquello, Satoru acabó rodando a su lado.
Mala decisión. Suguru atrapó su pierna y la retorció de manera dolorosa.
Haibara estaba extasiado observando aquella pelea, era imposible decidir quién ganaba.
—¡Son magníficos! ¿No crees?
—Sí, sí, claro… Suguru sí, el otro no.
—¿Crees que tú y yo seamos tan fuertes como ellos dos? —Inquirió ilusionado, marcando puñetazos aquí y allá como si él estuviese peleando.
—Ahora mismo, no —respondió lacónico el rubio, rompiendo sus ilusiones.
—No claro, aún hay mucho que aprender… pero yo quiero ser como ellos, me encantaría ser como ellos… ¡Tenemos que esforzarnos mucho! —declaró sobreexcitado.
Al final, cuando Satoru y Suguru, literal, trapearon el piso del dojo el uno con el otro, y no se decidió quién ganó, fue el turno de Nanami y Haibara que… bueno, dieron un par de vueltas de panda en el piso, uno que otro tirón de extremidades y… eran malos para eso. Pero habría tiempo para aprender.
—Pareces decepcionado, Nanamin —se burló del joven rubio.
—No me digas así…
—Es tu nombre, ¿no? —se burló Gojo.
—No, ya sabes que no.
—¿En serio? Ah, pensé que sí…
—Además de todo, también tienes sordera —le contestó irónico.
—¿Qué dijiste?
—¡Satoru! ¿Nos vamos? —Interrumpió Suguru viendo que aquellos dos eran como toros con un trapo rojo en medio.
Acto seguido se lo llevó arrastrando a las regaderas mientras iba maldiciendo como gitana; es más, juraría que le escuchó hablar en otro idioma improperios varios. Era una especie de máquina de gachas, pero en su caso soltaba groserías, no premios.
—Deja de pelear con él, Satoru, deberías ser más prudente, eres mayor y…
—¡Es un idiota! Y tú, ¿por qué lo defiendes? —gritó mientras se quitaba la ropa casi a tirones.
—No lo defiendo, pero me parece que estás peleando con él por tonterías.
—¡¿Tonterías?! ¿Cuáles tonterías? ¡Como si no me diera cuenta…!
—¿Darte cuenta de qué?
—En fin…
"Maldita gata rubia rompe hogares", pensó en silencio metiéndose de inmediato al agua, ni siquiera se preocupó por templarla, quería sentirla fría, casi helada, para que el frío le quitara de encima el calor de la rabia y los celos que sentía.
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Tokyo Radio FM 96
Wise men say
Only fools rush in
But I can't help falling in love with you
Shall I stay?
Would it be a sin
If I can't help falling in love with you?
Cant help falling in love, Elvis Presley.
