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episodio 9
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No busques la perfección en mí, solo verás remolinos rugir.
Me amarás, luego te marearás, te escaparás de mí.
-Poli Sallustro
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—Necesito hablar contigo —masculló Jacob a media voz.
Toda la manada estaba desperdigada a la largo de la casa de Sam, sentados aquí y allá. Jacob se dirigió hacia la mesa del salón y agarró a Leah de la muñeca sin ni siquiera mirarla, sin darle una oportunidad de reaccionar. Quil, Paul y Kyla, que estaban conversando con la loba, no tuvieron tiempo de decir una palabra.
Jacob pateaba el suelo con nerviosismo. La había arrastrado con él junto al nacimiento del bosque al lado de la casa, y ahora… se frotó la cara con las manos, intentando encontrar las palabras.
Leah esperaba, cruzada de brazos, con la vista clavada en el suelo. Tenía los labios fruncidos y estaba harta de esa situación.
—¿Qué es lo que necesitas con tanta urgencia? ¿Qué es lo que quieres? —masculló.
Jacob casi aulló dolorido. Notaba que Leah estaba a mil años luz de distancia, y aunque no diera un paso, se alejaba de él, se retraía. Y eso lo estaba matando.
—Mírame, por favor —aulló con un hilo de voz.
Otro golpe en el estómago, eso fue para Jacob. Leah alzó la vista sin esfuerzo, y clavó una mirada vacía e indiferente sobre él.
Jacob tragó saliva, y dio unos pasos hasta estar frente a ella.
—Perdóname.
Leah sintió que debía salir corriendo de allí, pero no dio un paso atrás, no quería mostrar debilidad. No quería demostrar… nada.
—Te perdono —escupió sin sentirlo, queriendo tan solo poder irse de allí.
Jacob se frotó la nuca con desesperación.
—Deja de castigarme, por favor…
A Leah le tembló ligeramente el corazón. No te acobardes. Ese tono de voz dolorido nunca lo había oído antes en Jacob y la impresionaba. Sabía desde hacía días que su amig- su compañero de manada estaba empezando a sentirse mal por su culpa, pero no lo podía evitar, le había hecho tanto daño…
—Leah… —dio un paso hacia ella, y extendió su mano para acariciarle la cara.
—No sé de qué estás hablando —masculló Leah, apartándole el brazo.
—Basta, deja de castigarme, Leah —murmuró Jacob, acercando su frente a la de ella. Con los brazos inertes, en una postura de rendición—. ¿Qué has hecho? ¿Por qué ya no puedo oírte pensar cuando nos transformamos? —musitó dolorido con los ojos cerrados.
Leah no conseguía moverse. Sabía que debía irse de ahí, que tenía que apartar a ese lobo de ella antes de que empezara a insultarla. Pero su voz… ese quejido grave… sonaba tan sincero, y su cercanía tan cálida.
—No- no querías que fingiera —respondió con un hilo de voz, con un esfuerzo inusitado—. Si no escuchas lo que pienso, no te plantearás mi forma de hablar o de actuar. No quiero molestarte siendo el centro de atención —ironizó levemente—. Es mejor así.
Jacob tembló y se acercó más a ella. Le dolía. Le dolía todo. Le enmarcó la cara con sus manos y no dejó de acariciarla, y cada vez que Leah retrocedía sin comprenderlo, él avanzaba y volvía a acariciarla.
—No es mejor. Me estoy volviendo loco. Necesito saber qué piensas. Perdóname. Me estoy volviendo loco —musitó acariciándole la frente con los labios—. Me estás volviendo loco.
Leah se sentía débil.
Jacob le acarició el rostro con suavidad, obsesivamente. Le besó la frente, le acarició el pelo y los pómulos, memorizando cada detalle.
—Deja de castigarme, por favor—le volvió a besar las sienes, la frente, la cabeza—. Deja de ser indiferente conmigo—recorrió su mejilla suavemente con los labios, la agarró por la cintura y… le besó la comisura izquierda.
—No… —suspiró.
El interior de Jacob gruñó con un quejido desesperado. Por fin la calma le abrazaba tras una semana.
Obligó a Leah a dar un paso atrás, encontrándose con un árbol a su espalda. Atrapó sus labios entre los suyos, con fuerza. Los besó insistente, como si necesitara devorarla para seguir respirando.
—¡No! —gimió Leah empujándole.
Jacob pestañeó, despertando. Frente a él, Leah lloraba a mares. Fue como un mazazo en su estómago. Ella no lloraba, ella no lloraba.
—Leah, ¿qué te pasa? —la urgió angustiado, buscando su mirada, acariciándole la cara para calmarla.
—¡No! Yo… no-no vuelvas a… —hipaba como una cría y no dejaba de moverse. Parecía que le costara coger aire—. Tú me besarás y-y luego tú… tú te darás cuenta y…
Le dio un empujón y él trastabilló. Le estaba haciendo polvo.
—Leah-
—Yo no soy-soy nada. Yo… Tú me besarás y cuando me veas saldrás corriendo —sus palabras se enredaban y salían a trompicones, como si ni siquiera quisieran existir—. Cuando te des cuenta de qui-quién soy. Me rompo. T-todos se asustan —masculló como si le costara un infierno seguir hablando—. Te ale-alejarás. Sólo soy… un abismo.
Leah no dejaba de agitarse presa de la ansiedad, y Jacob le tomó el rostro buscando su mirada.
—Si eres un abismo saltaré como un kamikaze, Leah. No tengo miedo —masculló sin saber porqué, intentando que ella le prestara atención.
Y eso, eso hizo que Leah se muriera de miedo.
Y salió corriendo.
