Disclaimer: los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es beautypie, yo solo traduzco con su permiso.
Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to beautypie. I'm only translating with their permission.
Advertencia: El capítulo contiene violencia y mención de drogas.
Canción recomendada para el capítulo: Cry de Cigarettes After Sex.
Capítulo 24
Memoria
Una semana atrás
—Hola, cariño.
Él ya la estaba esperando en la sala cuando ella bajó esa mañana, ya vestida con el vestido victoriano y arreglada para su misión. Carlisle tenía una sonrisa suave, pero triste en sus labios mientras la miraba.
—¿Cómo está?
—Hice lo que me sugeriste —dijo, suspirando mientras se sentaba a su lado en el sofá—. Le di una pastilla y lo esposé en la cama. Supongo que estará inconsciente por un tiempo.
—Eso es bueno. —Hizo una pausa, mirándola solemnemente. Disculpándose—. Lo siento mucho por esto, Bella. Si quieres echarte atrás...
—No, tienes razón en todo —lo interrumpió, poniendo una sonrisa confiada—. Y crees en mí, ¿no? ¿En que puedo sobrevivir a esto?
Carlisle asintió una vez.
—Sólo tú puedes.
—Entonces está decidido. No te decepcionaré.
Sus palabras parecieron haberlo afectado, porque sus rasgos angelicales se contorsionaron de inmediato, mostrando su puro dolor y culpa. Fue... desgarrador.
—Es la primera vez que siento esto.
—¿Que sientes qué?
—No quiero que te vayas en absoluto —suspiró, reclinándose en su silla—. Incluso si sé que me salvará y me beneficiará. Siempre... he sido egoísta y despiadado con todos, excepto con mi familia, ¿sabes?
—Bueno, me propuso matrimonio anoche —admitió ella—. Si todo sale según lo planeado y sobrevivo a esto... Seremos familia.
Los ojos de Carlisle se entrecerraron ante eso, y aunque no parecía molesto o sorprendido por la noticia, parecía más melancólico que otra cosa. Había una sonrisa agridulce en sus labios cuando dijo: «Felicitaciones».
Bella simplemente le devolvió la sonrisa.
—Mierda —maldijo él en voz baja, poniéndose de pie. Caminó un par de veces antes de volver a hablar—. Todo está arreglado entonces. No tienes más opción que sobrevivir a esto. Porque... es hora. De que deje ir a Bluewave.
Bella abrió mucho los ojos.
—Pero acabas de regresar al puesto...
—Lo sé. —Su mirada estaba abatida—. Pensé que sería todo lo que soñé. Que todas las cosas que he hecho para compensar mis errores... Que harían que todo valiera la pena. Y he cambiado. Finalmente he visto por qué he trabajado tan duro y he llegado tan lejos. Es un legado del que siempre estaré orgulloso.
—Pero me he vuelto viejo y estoy cansado, cariño. Especialmente por esta guerra. Supongo que hasta yo tengo mis límites al final. Y... realmente, realmente la extraño, Bella. Una vez que todo haya terminado, solo quiero... irme a casa.
No.
—Carlisle. Por favor. Edward te necesita. Yo te necesito.
—Estoy bastante seguro de que Edward planeará matarme de todos modos. Por lo que estoy a punto de hacerte pasar.
—Él te perdonará. Siempre lo hace.
—Una vez que esté fuera, la sucesión natural dicta que el asiento recaiga en él nuevamente —continuó Carlisle de todos modos—. Ya has visto cómo resultó eso. Si bien es perfecto para mantener la paz y mantener los negocios como siempre, tiene mucho corazón del que la gente puede aprovecharse fácilmente.
Se sentó nuevamente, esta vez en el borde de la mesa de café frente a Bella. Tomó sus manos entre las suyas y la miró con seriedad.
—Él te necesita más a ti que a mí —dijo finalmente—. Porque daré fe por ti para que tomes mi lugar. Después de todo, ya veo lo mejor de mí en ti.
Bella negó con la cabeza inmediatamente.
—No.
—Ahora prácticamente son familia —dijo, sonriendo suavemente—. Es mi otra razón para presentarte a ti en lugar de a él a los patrocinadores legales. Al final de esto, después de tu sacrificio, Fortuna será el rostro de Bluewave.
—No lo quiero.
Carlisle suspiró, soltando sus manos.
—Aparte de mí, nadie que lo merezca realmente lo quiere. Entonces, ¿qué haría falta?
—Yo... —Bella se atragantó. Entonces, decidió—: Podemos discutirlo cuando volvamos. Todos nosotros.
El rubio frunció los labios, luciendo vacilante.
—Por el amor de Dios, Carlisle —gritó. —Después de todo lo que he hecho por ti y lo que estoy a punto de hacer, esto es todo lo que pido. No voy a decepcionarte, así que será mejor que hagas lo mismo. Si realmente te importamos Edward y yo, te quedarás con nosotros. Hasta el final.
Él se limitó a mirarla fijamente durante un largo rato, sus irises cerúleos se suavizaron de nuevo. Finalmente, prometió: «Hasta el final».
~DF~
Presente
Dios, este terreno era demasiado grande.
Carlisle tuvo que pensar más rápido. Después de finalmente escabullirse de la pelea principal —les había hecho una mueca a los soldados cuando se ofrecieron a acompañarlo—, había inspeccionado varias áreas y masacrado sin piedad a más de veinte de los soldados de Wynona él solo. Pero simplemente no era factible seguir derribando cada puerta y explorando cada habitación en el complejo de veinte acres. Si ella se estaba escondiendo entre los inocentes, ya la habrían encontrado.
Entonces no podía estar en una de las casas. Tenía que estar en un lugar que pudiera pasarse por alto fácilmente.
Por instinto, detuvo su patrulla robada frente a un pequeño establecimiento. Hmm. Esto definitivamente era discreto, si la estúpida mujer decidía esconderse aquí. Y también un poco sacrílego, que era básicamente lo que prefería Wynona.
—A la mierda —suspiró Carlisle, saliendo del vehículo y armándose con un rifle de asalto y su revólver favorito a la espalda.
Caminó tranquilamente por el sendero. Captó movimientos a su derecha e inmediatamente disparó varias veces en esa dirección. Era justo lo que pensaba; un puñado de guardias de Wynona, ya heridos, también se escondían en esa zona.
Carlisle continuó subiendo los escalones hacia la pequeña iglesia, con el rifle recargado una vez más y apuntando rápidamente hacia delante. Parecía completamente vacía a primera vista. De todos modos, decidió explorar cada centímetro del lugar, respirando solo ligeramente para poder escuchar todo lo que pasaba a su alrededor...
Y entonces lo escuchó. Una respiración pesada, justo detrás del altar.
Se quedó en silencio y no emitió un solo sonido mientras avanzaba lentamente por la plataforma elevada.
Y allí estaba ella. Pero ya estaba lista con un rehén, y el peor de todos.
—La chica morirá conmigo si disparas —espetó Wynona mientras se sentaba en el suelo con la espalda contra el altar, con Tanya agarrada del cuello frente a ella. La punta de su pistola estaba presionada contra su sien. Mierda. Edward siempre había sido el tirador más preciso. Simplemente no estaba seguro de poder...
¿Por qué me importa?, pensó de repente. Después de todo, la chica lo había traicionado. Se había metido en la cabeza que si alguna vez Tanya sobrevivía a esto, dejaría que su hijo se vengara y acabara con su vida. El chico nunca la había perdonado desde Alessia, y especialmente ahora después de Bella.
Y Carlisle tampoco podía perdonarla. No debería.
¿Verdad?
Pero... había algo en la última grabación que vio del encarcelamiento de Bella, antes de que sus nuevos amigos en el ejército cortaran todo servicio y electricidad. Cuando Tanya finalmente había entrado en la habitación con el pretexto de matarla.
Nunca entenderás lo que es ser amada de verdad e incondicionalmente, había dicho Bella. Sólo sabes lo que es darlo.
Su mano se apretó alrededor de la empuñadura del rifle.
¿Qué era ese sentimiento? ¿Era… lástima? Nunca lo había pensado de esa manera, después de todo. De hecho, nunca le había dado demasiada importancia a Tanya, consciente o inconscientemente, desde que la alejó de su triste y patética vida en las calles. En su cabeza, le estaba haciendo un favor. Su lealtad y posterior devoción por él, aunque inesperadas, lo beneficiaron. Así fue como se volvió complaciente. Sabía que ella siempre estaría cerca y de su lado.
Hasta que no lo estuvo.
Pero en realidad, mirándola ahora... Había un nudo en la garganta mientras la miraba por primera vez en tantos meses. Había perdido toda la vida en sus pálidos ojos azules. Sus mejillas estaban hoscas, y los huesos de sus muñecas y clavículas eran más prominentes ahora. Y su cabello, su rasgo favorito de ella, tal vez porque reflejaba el suyo, había sido cortado corto hasta los hombros, y había perdido todo su antiguo volumen y vitalidad.
De alguna manera le dolía verla de esta manera. Pero esto era culpa suya. Por ponerse del lado de Wynona.
Y aun así...
—Déjala ir —dijo Carlisle suavemente.
Los ojos de Tanya se abrieron de par en par ante la petición, y lentamente recuperaron la vida que alguna vez tuvieron. Y al ver eso, tiró de algo en el lado izquierdo de su pecho.
Wynona comenzó a reírse frenéticamente detrás de Tanya, presionando el arma con más fuerza en su cabeza.
—Vaya, vaya. Lo sabía, carajo. Actué por una sospecha, ya ves. Sabía que la chica no sabría nada valioso sobre la guerra. Ella solo era tu mascota favorita para torturar. Decidí quedármela de todos modos, solo. Por. Si. Acaso.
—¿En caso de que qué?
—En caso de que realmente seas el más débil y patético que hayas sido nunca, Carlisle Cullen —dijo Wynona, con una sonrisa maliciosa en sus delgados labios—. Te has vuelto demasiado blando. No mereces estar donde estás.
—¿Y tú sí lo mereces? —Carlisle se rió entre dientes sin humor—. Mira a tu alrededor. Lo has perdido todo. No eres más que una maldita idiota que se excedió. Siempre seré mejor que tú.
Wynona respiró profundamente.
—Quiero negociar.
—No estás en condiciones de hacer eso.
—Todo lo que pido es tiempo —insistió Wynona, abriendo mucho los ojos grises—. Tú trajiste a los militares aquí. Al maldito gobierno. Sé lo que les prometiste a cambio. A mí.
Carlisle inclinó la cabeza.
—Hmm. Quizás no seas tan lenta.
—No quiero morir —dijo, con la voz quebrada—. Todavía hay... tanto que quiero hacer. Un legado que quiero construir.
—Oh, por favor —gruñó Carlisle, cada vez más impaciente—. ¿Cómo te atreves a sacar cosas del discurso de Bella? A nadie le importas un carajo. ¿Crees que alguna vez te haría un favor después de lo que le has hecho a ella? ¿A mi gente, también?
Wynona tragó saliva una vez.
—Entonces ella morirá conmigo.
La mirada de Carlisle se volvió hacia la rehén de la mujer. Él respiró profundamente.
—Hola, cariño.
Inmediatamente, los ojos de Tanya comenzaron a llenarse de lágrimas.
—Hola.
Dios, ahora sí que era blando. El sonido de su suave voz después de tanto tiempo...
—Sabes que no puedo dejarla ir, ¿verdad? ¿Entiendes que tengo que hacer esto?
Los labios de Tanya se curvaron en una suave sonrisa.
—Está bien. Esto... es lo que quiero. Cómo quiero irme.
¿Qué?
—Bella lo entendió, de alguna manera —suspiró ella—. Tenía la sensación de que nunca iba a salir de aquí. Le dije... que no quería ser su víctima. Si iba a irme...
Una lágrima rodó por su mejilla y sus pálidos ojos azules eran cálidos al mirarlo. A pesar y después de todo.
—Solo quería volver a verte, una última vez —admitió, con la voz temblorosa mientras lloraba—. Incluso si eso significaba que acabarías matándome tú mismo.
Carlisle no pudo evitarlo más. Sus labios temblaron y las comisuras de sus ojos se humedecieron ante la admisión. Se arrodilló ante ella...
—¿Qué estás…? —comenzó a decir Wynona, ajustando la pistola en la cabeza de Tanya.
—Desearía que te limitaras a odiarme —dijo Carlisle suavemente, con su atención fijada en Tanya—. Sabes que yo… no lo merezco, cariño. De ti.
—Lo sé. —Suspiró—. Y te odio. Sólo desearía… saber cómo era ella.
Los ojos de él se agrandaron bajo sus lágrimas.
—Tal vez si supiera qué fue lo que te hizo enamorarte de ella, podría… —Tanya soltó un suspiro tembloroso—. Es triste. Pero estuve y sigo estando dispuesta a hacer cualquier cosa por ti. Lamento mucho haberte decepcionado esta vez.
Carlisle negó con la cabeza lentamente.
—No lo hagas. Y no se trata de ella. En todo caso, eres mucho más amable de lo que ella alguna vez fue.
—¿Qué?
—Resulta que ella es dueña de mi corazón —suspiró Carlisle. —Lo siento, Tanya.
Él murió por ti. Un monstruo cruel y egoísta murió por ti. No puedo... no lo entiendo. No puedo asimilar eso.
Tal vez esta sería la mejor y más adecuada oferta final para ella. Después de todo por lo que la había hecho pasar. Sería, después de todo, lo más cercano al amor que podría ofrecerle. Ella se lo merecía más que nadie.
Y él estaba... cansado. Había pasado por suficiente. Esta guerra le había pasado factura y solo quería volver a casa. Con Esme. La había hecho esperar por él en los abismos del infierno el tiempo suficiente.
Los ojos de Tanya se abrieron de par en par cuando vio al hombre quitarse lentamente la correa de su rifle de asalto y arrojarlo a un costado.
—Carlisle, ¿qué estás...?
Wynona se puso de pie, arrastrando a Tanya con ella mientras lo hacía, su arma ahora apuntaba hacia el hombre frente a ella.
—¿Qué estás haciendo?
—Hazlo —dijo, con la mirada fija en el suelo—. Pero tienes que prometerme que la dejarás ir.
Tanya empezó a llorar.
La mandíbula de Wynona se apretó y su mano tembló alrededor del arma.
—¿Es esto un truco?
—No —le aseguró. Luego, a Tanya, le sonrió angelicalmente antes de decir—: Espero que esto sea suficiente, cariño. Un regalo de tu propio monstruo cruel y egoísta.
El rostro de Tanya se contorsionó en pura angustia.
—No —le rogó. A Wynona, le dijo—: Mátame a mí en su lugar. Por favor... No a él. A cualquiera, excepto a él.
Carlisle cerró los ojos.
~DF~
Era cierto, entonces. Que tu vida pasaba ante tus ojos cuando estabas a punto de morir.
Siempre que pensaba en ella en ese entonces, su memoria siempre traía primero la forma en que había caído sobre ella en esa cocina. Sus muñecas cortadas, su rostro inmóvil en forma de corazón y sus ojos color avellana muertos. Pero esta vez, su mente era más amable.
De repente la vio frente a él, en su apartamento con la cena a la luz de las velas que había preparado para él. La vio sonreírle tímidamente al otro lado de la mesa mientras le servía una copa de vino a su propio asesino asignado. Ella era... hermosa.
—¿Por qué? —le preguntó, desconcertado—. ¿Cómo supiste siquiera que iba a venir?
Esme tenía un porro encendido entre las puntas de sus dedos con manicura. Dio una calada antes de responder dulcemente: «¿Sabes cuando simplemente... tienes una sensación que no puedes explicar? ¿En la boca del estómago?».
Parpadeó lentamente.
—¿Y en lugar de cerrar las puertas y mantenerte a salvo, decides darle la bienvenida a tu propia muerte? ¿Con salmón a la parrilla y vino?
—Es mi favorito —Se rió entre dientes—. Supongo que simplemente no pude contenerme.
—¿De qué?
—De conocer al hombre que tiene mi vida en sus manos —murmuró—. Debo decir que estoy desconcertada. No sabía que sería un verdadero ángel.
Ese... fue el día en que decidió ser imprudente. Ser egoísta. Después de todo, ella dijo que él tenía su vida en sus manos. Él tenía todo el derecho de quedarse con ella.
Su mente vagó aún más hacia el dichoso puñado de años que pasó con esta extraña mujer que lo hechizó en cuerpo y alma, que él creía que el destino le había dado como regalo. Si bien ciertamente nunca había sido amable en esta vida, tal vez lo fue en una pasada.
Y ella tampoco fue amable. No, ella era explosiva. Incluso con frecuencia lo acompañaba en sus misiones de Bluewave, disfrutaba de las escenas de sexo, asesinato y especialmente drogas, y era su compañera en el crimen. Su alma gemela. Y así como Bluewave le pertenecía, él le pertenecía a ella.
Era perfecto.
Entonces se encontró parado afuera del baño principal de su antiguo apartamento, un recuerdo años después del primero. Había corrido todo el camino desde la planta baja después de escuchar su agudo y excitado chillido.
—¿Qué pasó? —preguntó preocupado.
Al principio, ella le daba la espalda, pero lentamente se dio la vuelta. Tenía una amplia sonrisa en el rostro mientras sostenía el palito en sus manos.
—Cariño. Estoy… embarazada.
Carlisle dejó escapar un suspiro tembloroso. Embarazada. La palabra resonó en su mente una y otra vez, y su corazón comenzó a latir erráticamente.
—Oye —dijo ella, dejando el palito en el lavabo y colocando una mano tranquilizadora sobre su brazo—. Está bien. Yo solo…
Fue entonces cuando finalmente sonrió, genuinamente, y la miró con lágrimas en los ojos.
—Estamos embarazados.
Los ojos color avellana de Esme escrutaron su expresión.
—¿Estás… feliz? ¿De verdad estás feliz?
Su respuesta fue tomarla de la cintura e inclinarse para besarla profundamente. Nunca antes había llorado lágrimas de felicidad, pero para todo había una primera vez. Y estaba seguro de que habría varias más en el futuro, y sí, él estaba… feliz. Porque la única persona con la que querría tenerlas era ella. El único amor de su vida.
Pero más temprano que tarde, se dio cuenta de que Esme no era un regalo del destino en absoluto, sino una lección fría como una piedra. Una consecuencia.
Porque allí estaba él ahora, inclinado sobre su propia cama compartida, atando el nudo alrededor de su muñeca con más fuerza mientras ella se retorcía y gritaba debajo de él.
—¡Eres un imbécil!
—Sabes por qué hago esto —dijo con calma, esquivando rápidamente cuando ella intentó patearlo con el pie—. No puedes parar, carajo.
—¡Fue solo una vez! —gritó ella.
Él comenzó a hurgar en los cajones y los gabinetes, tratando de encontrar dónde había guardado su nuevo suministro.
—Por Dios... Solo dime dónde está.
Esme comenzó a llorar ahora, apoyando la cabeza hacia atrás en la cabecera y comenzando a golpearse contra ella varias veces. Fuerte. Carlisle inmediatamente dio un paso hacia ella, extendiendo la mano detrás de su cabeza para suavizar los golpes. Apretó los dientes por el dolor.
—Por favor, detente —rogó, suspirando profundamente—. Solo dime, nena. Dime dónde está.
—Ya no me amas, ¿verdad?
—Por supuesto que sí —le aseguró, sonriéndole tristemente—. Por eso estoy haciendo esto.
—Pero nunca tuviste un problema con eso antes —gritó ella.
—Carajo... Estás embarazada, Esme —le recordó—. Ya no puedes hacer esto.
—Mierda —gimió Esme de nuevo, golpeando su cabeza hacia atrás otra vez, causando otra ronda de moretones en la mano de Carlisle—. ¡Entonces saca eso de mí!
Los ojos de Carlisle se abrieron, brillando de rabia. ¿Eso?
—¿Disculpa?
—No lo quiero. Ya no lo quiero más, cariño. Sácalo de mí, por favor. Si me amaras, lo harías.
Él soltó su agarre sobre su cabeza y dio un paso atrás lentamente. Su mirada se desvió hacia el bulto prominente en su vientre. Apretando la mandíbula de nuevo, dijo: «Te quedarás aquí por ahora».
Ella parpadeó lentamente, su rostro cubierto de sudor y lágrimas.
—¿Qué?
—No voy a dejar que salgas de esta habitación —decidió él—. Hasta que él llegue.
—¿Qué? —gritó incrédula, retorciéndose por las cuerdas alrededor de sus muñecas—. Tú... no lo harías.
—No puedo dejar que le hagas daño —dijo lentamente.
Carlisle eligió no recordar los pocos meses que vinieron después de eso. La llevaría a un hospital si pudiera. En cambio, mantuvo a su propia amada esposa atrapada en su propio dormitorio compartido, con solo médicos a domicilio y personal selecto de la finca para hacerle compañía. A veces ni siquiera él podía soportar mirarla, por culpa.
Pero esto era por él. Su seguridad prevalecía. Por encima de todo lo demás.
Su memoria lo llevó al día en que él finalmente llegó. Dios, el niño era perfecto. Decidió que todo valió la pena al final, ahora que lo sostenía en sus brazos por primera vez dentro del dormitorio de su nueva casa en Oregon. Este era... un nuevo comienzo. Finalmente podían ser una familia, lo más parecido a una en su mundo.
—Edward —susurró, meciendo suavemente al bebé en sus brazos—. Qué apropiado.
Se volvió hacia su esposa bajo las sábanas. Ella se había vuelto a dormir poco después del difícil parto, pero los médicos le habían asegurado que estaba bien. Se sentó en el borde de la cama, usando su mano libre para sujetar la de ella.
Estaba sosteniendo a toda su familia por primera vez.
La casa solía ser su consuelo. Así fue como comenzó, al menos, durante los primeros meses con Edward en sus vidas. Después de las brutales discusiones y misiones en Bluewave, solo había algunos días en los que necesitaba un refugio, y eso era en compañía de su esposa y su hijo.
Fue una de esas noches difíciles en las que llegó a casa y la encontró en el dormitorio de Edward, apuntando una pistola a la cabeza de su hijo.
—¡Aléjate de él! —gritó, tirando inmediatamente de Esme del brazo y arrebatándole el arma de las manos.
Su esposa parecía aturdida y confusa frente a él, con los ojos abiertos y... muertos.
—Yo... Hola, cariño. Bienvenido a casa.
—¿Qué diablos estabas haciendo? —exigió tan pronto como pudo asegurarse de que el niño estaba bien—. ¿Ibas a dispararle? ¿A tu propio hijo?
Esme ni siquiera parecía desconcertada.
—No... No sé.
—¿No lo sabes?
Ella simplemente salió caminando —flotando, en realidad— de la habitación y cerró la puerta. Y entonces fue cuando él lo supo.
Su esposa se había ido. Y era su culpa.
Carlisle luchó contra sus propias lágrimas mientras caminaba de regreso a la cuna. Edward estaba despierto. Pero estaba... tranquilo. El niño, que no se parecía en nada a sus padres, con su pelo broncíneo y sus extraños ojos verdes puros, lo miró. Casi expectante.
—No es tu culpa —murmuró. A un maldito bebé.
Pero el niño sonrió de todos modos, sus pequeños brazos se estiraron hacia arriba, pidiendo que su padre lo sostuviera. Y él obedeció.
Unos días después, decidió tener la charla. El compromiso. Respiró profundamente antes de entrar en su dormitorio compartido, y no se sorprendió al encontrarla inmóvil y sentada junto al alféizar de la ventana, sus ojos color avellana mirando fijamente la vista frente a ella.
Carlisle tragó saliva una vez y continuó avanzando, hasta que estuvo justo a su lado. Ella todavía no levantó la vista. Sin embargo, cerró los ojos cuando él comenzó a acariciar su mejilla.
—Hola —la saludó suavemente—. ¿Cómo te sientes?
—Estoy bien —respondió ella robóticamente—. Lamento lo de Edward.
Eso era... bueno.
—Está bien. ¿Crees que volverá a suceder?
Parpadeó una vez.
—No lo sé.
Carlisle exhaló lentamente.
—¿Por qué lo odias, Esme? No te ha hecho nada a ti. A nosotros.
—Toda mi vida terminó por su culpa —dijo solemnemente, con la mirada todavía fija en la ventana—. Ya no sé quién soy. No estoy hecha para ser madre. Extraño… nuestra antigua vida. La adrenalina, el peligro, la gente... Ahora estoy atrapada aquí con él. A veces desearía estar muerta.
Eso provocó una punzada instantánea en su pecho. A pesar de todo, él simplemente no puede... Nunca puede dejarla ir. Desesperado, preguntó: «¿Qué tal si hacemos un trato?».
Por primera vez durante esa conversación, los ojos de Esme cobraron un poco de vida cuando los entrecerró hacia su marido.
—¿Un trato?
—Puedes recuperar algo parecido a tu vida —dijo, metiendo un mechón de pelo detrás de su oreja—. Ya no puedo llevarte a misiones peligrosas, pero puedes salir y... hacer lo que quieras. Siempre y cuando siempre vengas a casa conmigo. Yo... no te detendré más.
La respiración de Esme se volvió inestable.
—Pero el niño…
—Contrataré a alguien para que lo cuide —dijo, mirando por la ventana con ella y poniendo sus manos alrededor de su cintura—. Y lo llevaré conmigo. Cuando sea un poco mayor. Es mi heredero, después de todo.
Su esposa lo miró, con una débil sonrisa en sus labios.
—Está bien.
—Eso no es todo. Necesito que me prometas algo.
Ella entrecerró los ojos.
—Tienes que amarlo —dijo con firmeza.
Su sonrisa se desvaneció.
—Carlisle…
—Si no, entonces no lo odies —negoció—. No puedes… lastimarlo. Nunca. Ya me odiará como padre, una vez que lo meta en mi mundo. Puedo soportarlo. Pero no quiero que pierda a su madre también.
Pensó que eso sería suficiente. Que el compromiso podría mantener unida a su familia, de alguna manera. Esme había aprovechado su nueva libertad tan pronto como Alessia se incorporó al personal; su esposa se marchaba por la mañana y sólo volvía a casa cuando el chico dormía, aturdida y apestando a alcohol y a lo que fuera que hubiera descubierto. Tal como había prometido.
Los años también acabaron volviendo más frío que nunca al patriarca Cullen, a medida que el negocio prosperaba y aumentaba sus apuestas exponencialmente en todo el país. Y su corazón se convirtió en hielo, especialmente por la forma en que el niño lo miraba cuando se hizo mayor, al comprender completamente lo que su padre hacía para ganarse la vida. Se había acostumbrado a la mirada de traición y disgusto en sus ojos verdes salvia cuando lo incorporó por completo al tipo de mundo en el que nació a la tierna edad de trece años.
Y no pasó mucho tiempo para que el compromiso también se desmoronara. Pronto, su esposa había vuelto a caer demasiado profundamente en sus vicios, hasta que prácticamente nunca salía de las cuatro paredes de su dormitorio.
Finalmente, su memoria lo llevó a la última conversación lúcida que tuvo con ella. La de unos días antes de que ella... Acababa de salir de la ducha y se estaba vistiendo en el dormitorio principal, preparándose para irse al club con su hijo tan pronto como regresara a casa de la escuela.
Su esposa estaba en la cama, como solía estar a esta hora, pero no parecía estar demasiado drogada todavía. Y esta vez, la cáscara de la mujer que amaba realmente quería tener una conversación con él.
—¿Cielo?
Por supuesto, su corazón se retorció ante el sonido. Prácticamente ya no lo llamaba nunca más.
—¿Sí, cariño?
—¿Puedes quedarte en casa conmigo hoy?
Las manos de Carlisle detuvieron sus movimientos mientras ataba la corbata. Apretó la mandíbula y lentamente se giró para mirarla.
—¿Quedarme… contigo? —repitió.
Esme asintió una vez, apartando las sábanas y palmeando el lugar a su lado.
Él dio un paso adelante con cautela para acostarse con ella, como ella le pidió, aflojando su corbata y desabrochando completamente su camisa de vestir. No podía evitarlo. La extrañaba constantemente. Esme lo recibió con los brazos abiertos, dejándolo tomar su lugar sobre ella y besarla suavemente mientras sus manos vagaban por su cuerpo. Ella estaba delgada, débil y frágil ahora, así que tenía que ser gentil. Pero si cerraba los ojos… Podía imaginar. Que esta seguía siendo ella. Su mujer, la única mujer que alguna vez fue dueña de su corazón.
Dios, cómo la extrañaba.
—Te amo —murmuró contra sus labios, con los ojos todavía cerrados, cuando finalmente se liberó dentro de ella.
Ella susurró algo ininteligible cuando también se soltó, y se dejó acunar y acurrucar contra él después. Después de varios minutos de silencio pacífico aparte de los lánguidos besos de Carlisle en sus omoplatos, Esme murmuró: «Lo siento, Carlisle».
Sus labios se detuvieron sobre su piel.
—¿Por qué?
—Debería haberte dejado matarme ese día —susurró—. Cuando nos conocimos. No deberías haberte quedado conmigo.
Apretó la mandíbula. Lentamente, la jaló por la cintura para girarla para que lo mirara.
—¿Te arrepientes? ¿De haber huido conmigo?
Esme sonrió tristemente.
—No. Pero ú sí.
—Nunca lo hice —insistió él—. Y nunca lo haré.
Silencio.
—Porque te di a Edward.
Sus ojos azules se entrecerraron.
—Sé que te preocupas por él más que por mí —suspiró—. Porque ya no soy… la mujer de la que te enamoraste. He hecho las paces con eso. Tú solo eliges quedarte conmigo y cuidarme porque quieres mantener unida a su familia. Es lo único que no quieres sacrificar.
Carlisle se apartó y apoyó la espalda contra la cabecera.
—Me preocupo por ti, Esme. Siempre serás la única.
Esme extendió la mano para colocar la cabeza sobre su pecho desnudo. Respiró profundamente antes de murmurar: «Bueno, cuando me vaya, tendrás que ser más paciente con el chico».
Carlisle se quedó sin aliento.
—¿Qué demonios quieres decir con eso?
—Tengo esa sensación otra vez, la que no puedo explicar —dijo sombríamente—. En la boca del estómago. Yo… no creo que esté destinada a durar mucho más en este mundo.
Su mano se estiró para agarrarla con fuerza por su hombro huesudo.
—No te vas a ir a ninguna parte. Nunca lo permitiré.
Ella esbozó una sonrisa autocrítica.
—¿Qué, vas a atarme a la cama otra vez? ¿Para asegurarte de que obtienes lo que quieres?
Tragó saliva una vez.
—Esme...
—Es solo una sensación, nada más —susurró, acurrucándose contra su cuello—. Solo digo que si alguna vez sucede, serás todo lo que él tendrá. Y él será tuyo.
Hubo una larga pausa.
—Es un pensamiento inquietante.
—El niño tiene un corazón de oro, a pesar de tenernos a nosotros, unos degenerados patéticos, como padres —se rió entre dientes sin humor—. Me doy cuenta de que no fui la única que estaba condenada cuando nació. Él también lo estaba. Y aunque no puedo decir que... me preocupo por el niño tanto como tú desearías que me preocupara, al menos, me preocupo por ti.
Ella lo miró por debajo de sus largas pestañas, sus cálidos ojos color avellana eran los más serios que jamás habían sido.
—Él todavía necesita a su padre —dijo ella suavemente—. Y tú todavía necesitas su perdón, después de que la guerra termine.
¿Qué? Esto... no era como él recordaba que había sido esta conversación.
Esme continuó de todos modos, sentándose a horcajadas sobre él en la cama. Su sonrisa era amable mientras se inclinaba para besarlo suavemente en los labios, murmurando: «Te amo por siempre, Carlisle Cullen. Mi dulce ángel de la muerte. Pero puedes dejarme ir ahora. Has sufrido con el recuerdo de mí durante mucho tiempo».
Carlisle se atragantó.
—No puedo. Quiero aferrarme a ello hasta el final. A ti. Quiero volver a casa.
—Siempre estaré esperando —le aseguró—. Pero no puedes irte así. Especialmente cuando finalmente has alcanzado tu objetivo. Tu redención. Tú y Edward merecen un final feliz, después de tantas tragedias. Y... ella también.
Su mirada cayó culpablemente a su regazo.
—Yo…
—¿Cómo puedes asegurarte de que ella viva si te vas? —dijo, sonriendo con tristeza—. Por cierto, es hermosa. Y tienes razón. Es mucho más amable contigo de lo que yo fui, a pesar de haber vivido toda su vida en nuestro mundo de monstruos. Deja de romperle el corazón por mí.
Carlisle la miró, con los ojos vidriosos por las lágrimas.
—No sé si puedo dejarte ir.
—Ya era hora de que lo hicieras —suspiró, envolviendo sus brazos alrededor de sus hombros—. Despierta, cariño. Tienes que abrir los ojos ahora mismo.
Y así lo hizo.
