Kougami Shinya
Estoy en el aula 1-A, la que me asignaron para rendir el examen de ingreso a Nitto. La ansiedad me recorre por dentro mientras espero que comience. No sé si la presión que siento viene del hecho de que estudié tanto para esto o de que sé que, si no consigo una beca, sobrecargaría aún más a mi madre. Tomoyo ha hecho tanto por mí, sacrificando todo lo que tiene para que yo esté bien, para que tenga una buena educación. No puedo fallar. No debo fallar. Si no entro a Nitto, no sé qué haré.
Pero hoy no se trata solo de eso. El examen incluye historia, lengua, matemáticas y ciencias. Ya he revisado todo. He estudiado hasta los detalles más pequeños, repasado temas que sé que son clave. Tengo el mejor desempeño en la secundaria y no tengo miedo de enfrentarme a un examen difícil. No me cuesta mucho, en realidad. Es solo que, con la presión de la beca, mi mente no para de dar vueltas.
El aula está llena de estudiantes, todos con sus uniformes escolares. Algunos parecen bastante confiados, mientras que otros, como yo, están inquietos. Ya estoy tan acostumbrado a los uniformes de las otras escuelas que ni siquiera los noto demasiado. Hasta que... ella entra.
No sé qué me pasa, pero no puedo dejar de mirarla. Es difícil no hacerlo, es como si ella fuera una mancha de color en medio de todo el gris que me rodea. No tiene uniforme, no como el resto de nosotros. Lleva una camisa rosada, que se le ajusta de una forma que no quiero admitir me llama la atención, y pantalones de vestir. No es que se vea fuera de lugar, no. Al contrario, parece ser la única en la habitación que sabe lo que hace. Pero... hay algo en ella que me desconcierta. Está completamente fuera de lugar, pero lo hace de una manera tan natural que es imposible no notarlo.
Es como si hubiera algo de elegancia en ella, algo que me cuesta poner en palabras. Es una mezcla de timidez y distinción, una especie de contradicción que la hace aún más fascinante. Noto cómo se siente incómoda, cómo sus ojos bajan rápidamente hacia el suelo cuando entra, como si no quisiera que la miraran. La forma en que se sienta, tan cuidadosamente, como si quisiera pasar desapercibida, pero al mismo tiempo... algo en ella resalta.
Por un momento me olvido del examen. Solo la observo, tratando de captar todo de ella. Se sienta adelante, en la fila de la derecha. La buena noticia es que, si levanto la vista un poco, puedo verla de reojo. Es una distracción, lo sé. Pero no puedo evitarlo. No puedo sacármela de la cabeza. Algo en su presencia me atrapa, me hace pensar en cosas que no debería pensar en este momento. Como si de alguna manera, todo lo que quiero ahora es conocerla. ¿Por qué siento eso? ¿Por qué ella tiene este poder sobre mí de inmediato?
Me obligo a centrarme. El profesor entra al aula, interrumpe mis pensamientos y comienza a repartir las hojas del examen. Todos se ponen serios, se preparan para trabajar, pero no puedo dejar de pensar en ella. Es como si su presencia estuviera en cada rincón de la habitación, envolviéndome. Como si su timidez me estuviera llamando, pidiéndome que la mire, que la entienda.
Respondo las preguntas con todo lo que sé. Historia, lengua, matemáticas y ciencias. No me cuesta demasiado. Ya lo he estudiado todo y las respuestas fluyen como siempre. Pero incluso mientras escribo las respuestas correctas, siento que mi mente no está completamente en el examen. Cada vez que levanto la vista, la veo en el mismo lugar, intentando esconderse un poco, casi como si no quisiera que nadie la viera. Aun así, tiene una elegancia en ella que no puedo explicar.
El tiempo pasa lentamente, y me esfuerzo por no distraerme. A pesar de que sé las respuestas, no puedo dejar de pensar en cómo la chica parece estar tan desbordada, como si fuera un universo entero escondido detrás de su timidez. Ella está en mi mente, y eso hace que me cueste concentrarme del todo. Me esfuerzo por no perder el control, por mantenerme centrado, pero algo en ella lo cambia todo. Algo en ella hace que desee, más que nunca, conocerla. Había sentido esa sensación antes, pero nunca con tanta intensidad.
Cuando entrego el examen, siento una necesidad creciente de saber quién es ella, qué la hace ser tan diferente de todos los demás. Necesito saber cómo llegó hasta aquí, por qué se siente tan ajena a este lugar. Quiero que ella sepa que no está sola, que no necesita esconderse. Y, sobre todo, quiero saber su nombre.
Una vez que entrego mi examen, me siento ansioso de salir de la sala y encontrar alguna excusa para hablar con ella. Algo en mi interior me dice que tengo que hacerlo. Necesito conocerla. La idea de no hacerlo me parece insoportable.
Ginoza Nobuchika
Estoy sentado en el aula 1-A, esperando a que el examen comience. La sala está llena de estudiantes, pero yo estoy en mi propio mundo, tan concentrado en lo que tengo que hacer, que apenas noto a los demás. A veces pienso que esta es la única forma en la que puedo soportar la presión: ignorando todo lo que me rodea. Estoy aquí por un motivo. Sé por qué lo estoy haciendo, y no hay espacio para distracciones.
Decir que estoy nervioso sería quedarse corto. Estoy ansioso, profundamente ansioso, y eso apenas roza la intensidad de la ansiedad que corre desenfrenada por mis , al mismo tiempo, logro calmarme. Me repito una y otra vez que soy el mejor. Lo he sido siempre. Estudio el triple que cualquiera de estos tipos, y es hora de que se note. No soy el hijo de un criminal latente, no soy solo un nombre en una lista de exámenes. Soy Ginoza Nobuchika, el tipo que va a conseguir lo que es suyo, lo que ha trabajado durante años para obtener. Mi lugar en la élite, la beca que me corresponde por mérito. Nada de esto ha sido fácil, pero nada de esto es fortuito.
Me imagino en el escenario de la ceremonia de bienvenida, con los ojos de todos los demás ingresantes sobre mí. Puedo ver el brillo en sus ojos, algunos asombrados, otros con envidia. Imagino cómo me sentiré al recibir el aplauso, cómo todos van a saber quién soy. Y por supuesto, me imagino la cara de quien sea que quede en segundo lugar. No se puede negar. Quedó detrás de mí, y aunque no me lo dirá en voz alta, sé que se estará retorciendo por dentro. Ver a esa persona enojada, incapaz de hacer algo al respecto, me hace sentir como si todo el esfuerzo de estos años hubiera valido la pena. Es mi momento, es mi lugar. Nadie puede arrebatármelo.
Pero entonces, la puerta se abre, y la veo.
Ella entra como si tuviera la misión personal de desentonar con todo lo que hay aquí. La miro por un instante y no entiendo qué está pasando. Lleva una camisa rosada, una camisa que se ajusta a su cuerpo de manera… ¿cómo decirlo? No es apropiada para un examen de ingreso. Es ceñida, ajustada de una forma que me deja sin palabras. En una escuela, ¿de verdad alguien puede vestir así? ¿Dónde está el uniforme? Ella está completamente fuera de lugar, como si viniera a un desfile de modas y no a rendir un examen.
Mi primera reacción es de indignación. ¿Qué hace una chica como ella aquí? No sé qué esperaba, pero no era esto. Aquí estamos todos estudiando a conciencia para demostrar lo que valemos, y ella... parece más preocupada por no llamar la atención que por otra cosa. Pero el caso es que llama la atención, demasiado. Mi ceño se frunce mientras la observo, pero al mismo tiempo no puedo evitar seguir mirándola. Es como si algo en su presencia, algo extraño e incomprensible, me atrajera. Quiero ver cómo reacciona, cómo se comporta, aunque me recrimino a mí mismo. No estoy aquí para eso, me repito. Tengo un objetivo claro y no puedo dejarme desviar por alguien tan... tan diferente.
Ella se sienta adelante, a la izquierda. Está demasiado cerca, pero parece tan decidida a no destacar que, incluso al sentarse, tiene esa manera de llamar la atención sin quererlo. No puedo dejar de pensar que no encaja aquí, y a la vez, me fastidia que no puedo dejar de mirarla.
El profesor comienza a repartir las hojas del examen. Finalmente, me enfoco en el papel que tengo frente a mí, recordándome que debo concentrarme, que esto es lo que importa. Lo he estudiado todo. Debería ser fácil. Pero algo está pasando. Algo que me está costando más de lo que debería. La primera pregunta, aparentemente sencilla, no me sale tan fácilmente. Me siento un poco desconcertado. ¿Qué está pasando conmigo? No soy de los que se equivocan, no soy de los que titubean. Y, sin embargo, algo me hace dudar.
Miro hacia abajo, respiro hondo, y comienzo a pensar en la respuesta. Pero de repente, cuando levanto la vista, allí está ella. De nuevo. Esa chica. La "intrusa". La veo sentada, con esa mirada que parece tan diferente, tan ajena a todo lo que está pasando aquí. Algo en su postura, algo en su forma de ser... No sé qué es, pero no puedo dejar de pensar en eso. Algo en ella me intriga. ¿Por qué está tan... fuera de lugar? ¿Por qué me llama tanto la atención?
Me exaspero. Concéntrate, Ginoza. No estás aquí para eso.
Pero mis ojos no pueden evitar seguirla, aunque sé que no debo. Tengo que estar centrado, tengo que hacer esto. Pero la chica me desconcierta, me desconcierta de una manera que no puedo controlar. Algo en su presencia me hace perder el enfoque, y la molestia crece dentro de mí. No debería ser así. No debería estar pensando en ella ahora.
Me esfuerzo por seguir con el examen. Pero cada vez que levanto la vista, la veo a ella.
Alice Carter
Cuando entro a la sala 1-A, siento que desentono de una manera espantosa, pero ¿qué más puedo hacer? No tengo uniforme escolar, ni siquiera tengo la apariencia perfecta que ellos esperan, y está claro que soy diferente, que estoy fuera de lugar. Aun así, me obligo a caminar hasta el pupitre sin mirar demasiado a nadie, con las mejillas calientes, como si mi cuerpo estuviera pintado de rojo.
Mi ropa es lo único que sé que puedo controlar, y aunque me siento tan incómoda como nunca, trato de no pensar en ello. La camisa rosa, el pantalón de vestir negro... lo escogí todo con tanto cuidado, pero incluso así, no puedo dejar de sentir que soy una extraña. La camisa se ajusta demasiado a mi cuerpo, y noto cómo las miradas se clavan en mí. Al sentarme, hago un esfuerzo por no encogerme. Es como si quisiera convertirme en una bolita diminuta en ese pupitre. Mi cabello cae sobre la mesa, una cascada de hilos oscuros que apenas se acomoda. Me siento ridícula.
El profesor comienza a repartir los exámenes, y mi mente empieza a despejarse un poco. Al principio, parece que todo va a ir bien, que podré controlarlo. Pero cuando empiezo a leer las preguntas, me doy cuenta de lo que está pasando: es ridículamente sencillo. Esto debería ser fácil, y lo es. He estudiado tanto, durante tanto tiempo, que podría contestarlo todo sin esfuerzo. Pero ahí está el problema: si respondo correctamente, si hago lo que sé, me voy a destacar, y no quiero eso. No, no puedo. No quiero que me vean como la primera de la lista. Nadie me debe ver. No así.
Entonces, me encuentro atrapada en un dilema interno. ¿Qué hago? ¿Cómo no ser obvia? ¿Cómo hacerlo sin parecer que estoy saboteando el examen de forma intencional? Mis dedos tiemblan al sostener el bolígrafo, y aunque mi mente sabe lo que tiene que hacer, mi corazón late tan fuerte que me cuesta calmarme.
El examen es fácil, demasiado fácil. Las preguntas de matemáticas, límites e integrales son algo que he estudiado durante años. Ocho horas al día, siete días a la semana, porque era la única forma de mantener mi mente ocupada, para que no pensara en lo que no podía controlar. Así que no es como si no lo supiera. Sé exactamente qué hacer. Sé cómo resolver cada ecuación, cada teorema, cada problema. No hay nada aquí que me desafíe.
Pero no quiero ser la primera. Eso sería llamar demasiado la atención. Yo quiero que él me vea, pero que nadie más lo haga. Si soy la mejor, todos lo notarán. Y si alguien me nota, todo se va al traste. Quiero que me vea, pero no de esa forma.
Así que comienzo a responder mal las preguntas, las más fáciles. Diez preguntas de las cien. Es una molestia constante el tener que pensar respuestas incorrectas que sean naturales, como si me hubiera equivocado de verdad y no estuviera fingiendo, pero es necesario. Un par de respuestas erróneas aquí y allá, y de alguna manera consigo el equilibrio. No quiero que mis respuestas sean tan malas que me manden a casa, pero tampoco quiero que me califiquen con el sobresaliente el examen.
Cada vez que respondo mal, me siento un poco más nerviosa, porque sé que lo estoy haciendo a propósito, pero también es como una especie de liberación. Como si estuviera tomando el control de algo que no puedo dejar al azar. No quiero que él me vea de forma tan directa. No todavía. Pero de alguna manera, quiero que sepa que existo, y que estoy aquí.
Mis dedos corren por el papel, asegurándome de cometer algunos errores evidentes, pero no demasiados. A veces, me tardo un poco en escribir, tratando de asegurarme de que la respuesta equivocada sea la correcta cantidad de incorrecta. Por supuesto, las matemáticas son fáciles. Pero aquí estoy, sabiendo que estoy cometiendo fallos a propósito.
Al final, miro el examen con una mezcla de satisfacción y ansiedad. He hecho lo que tenía que hacer. Todo lo que quiero es una nota promedio. Todo bajo control. Nadie notará nada. Excepto él.
El reloj avanza, y todo el mundo sigue escribiendo mientras yo trato de calmarme. Mi corazón late tan rápido como cuando entré por esa puerta, pero ahora ya no puedo detenerme. Sé que he tomado la decisión correcta, aunque hasta a mí me cueste entenderla un poco.
Kougami Shinya
El examen me costó más de lo que esperaba. Me esforcé, respondí con seguridad, pero mi mente no dejaba de volver a esa chica. Ella estaba allí, en el aula, en un pupitre en frente de mí, con su camisa rosa y pantalones negros. Era tan... distinta. ¿Por qué desentonaba tanto? ¿Por qué intentaba esconderse tanto si en realidad, tenía todo lo que se necesitaba para destacar?
Ella fingía que estaba concentrada en el examen, pero yo sabía que no era así. La vi soltar el lápiz hace diez minutos. Y ahí estaba, con la cabeza agachada, mirando al papel como si estuviera resolviendo un problema difícil. Pero ya no estaba escribiendo. ¿Qué necesidad de fingir que sigue pensando? ¿Por qué no podía simplemente entregar el examen y salir del aula como una persona normal? ¿Por qué no podía ser honesta? Quizás no quería llamar la atención, o tal vez le aterraba algo. Yo no lo entendía, pero me desconcertaba. Su esfuerzo por pasar tan desapercibida me resultaba extraño, casi frustrante.
Finalmente, entregué el examen. El profesor recogió las hojas mientras mi mente seguía atrapada en ella, en su silencio, en su incomodidad. No podía dejar de pensar en cómo había intentado esconderse, en cómo la veía apretar los labios y evitar mirar alrededor. La vi levantarse y entregar el examen en cuanto dejé mi examen sobre la mesa. Y luego salió del aula. Rápido, casi como si se estuviera escapando. No podía dejar que se fuera sin hablar con ella. No podía.
Salí del aula y, sin pensarlo mucho, la seguí. Iba a interceptarla. No sabía qué decir, pero algo dentro de mí me empujaba a hacer algo estúpido. La alcancé antes de que pudiera llegar a la puerta, y le hablé con la excusa más ridícula que se me ocurrió:
—¿Sabes dónde está la salida? —Mi voz sonaba casi tonta, pero ya no importaba.
Ella me miró, claramente descolocada, como si no esperara que alguien la hablara. Y fue ahí, cuando nuestros ojos se encontraron, que algo cambió. Algo en su rostro, en su expresión, me removió algo que no sabía que existía. Ella se sonrojó, y por un segundo, sentí una oleada de calor invadir mi pecho. ¿Por qué lo hacía todo tan complicado? ¿Por qué no podía simplemente ser normal?
—No sé ni cómo llegué —me respondió, sonriendo de forma nerviosa.
Fue la sonrisa más genuina que le había visto a alguien en todo el día, y eso me hizo sentir algo extraño, una especie de conexión instantánea. Quería más de esa sonrisa, más de ella. No entendía por qué, pero la necesitaba cerca. Entonces, me presenté, aunque ya estaba bastante seguro de que ella no sabía nada de mí.
—Soy Kougami Shinya —dije, extendiendo la mano. —Quiero estudiar en el departamento de ciencias sociales.
Ella miró mi mano por un momento antes de estrecharla. Su toque me recorrió, un escalofrío recorriéndome cuando su piel tocó la mía. Nunca había sentido algo así, como si su contacto estuviera encendiendo una chispa dentro de mí. Me quedé unos segundos más de lo necesario, sintiendo su mano entre la mía, pero pronto me di cuenta de lo raro que estaba siendo. Me aparté, pero no quise que eso terminara tan rápido.
—Soy Alice Carter —me dijo, con un brillo tímido en los ojos—. Quiero estudiar en el departamento de artes.
Alice. Su nombre resonó en mi cabeza como un eco. Alice. Era perfecto.
—Encantado de conocerte, Alice —dije, sin evitar sonreír un poco, sin saber bien qué decir a continuación. Pero no quería que se fuera. Necesitaba más tiempo con ella, aunque fuera un minuto más.
Miré a mi alrededor, como si estuviera buscando algo, aunque realmente ya sabía por dónde salir. No podía dejarla ir.
—¿Te gustaría acompañarme a la salida? —le pregunté, sintiéndome un poco tonto, pero dispuesto a aprovechar cualquier excusa para seguir estando cerca de ella.
Alice me miró, algo sorprendida, pero aceptó, y caminamos juntos hacia algún sitio. Mientras lo hacíamos, sentí que cada paso que daba junto a ella era un paso hacia algo que no comprendía por completo, pero que quería descubrir.
Comenzamos a caminar por los pasillos de la academia, pero no íbamos en dirección a la salida. Yo lo sé, pero no estoy seguro si ella lo sabe. Alice parecía perdida, como si no tuviera ni idea de dónde estaba parada. Pero tampoco parecía incomodarla demasiado. No sé si se daba cuenta de lo que estaba pasando, pero no podía dejarla ir. Estaba demasiado cerca de algo... algo que quería descubrir. No podía simplemente darme la vuelta y dejar que se fuera sin más. Mi mente no me lo permitía.
Alice caminaba lentamente, como si estuviera en una especie de trance, mirando todo con una mezcla de desconcierto y curiosidad. A veces, la veía mirar los cuadros de las paredes, los letreros, y luego volvía a mirar al suelo, con esa forma de andar que casi parecía que quería desvanecerse en el aire. Yo seguía observándola, como si su presencia me hiciera falta, como si fuera la única cosa que en este momento pudiera comprender.
Me decidí a hablar. No podía seguir con la incógnita, con las dudas que me rondaban, con las preguntas sin respuesta. La miré de reojo mientras ella estaba mirando una vitrina con información sobre las diferentes actividades extracurriculares. Quería saber más de ella, saber por qué alguien como Alice, tan... diferente, querría entrar a la facultad de artes de Nitto. No lo entendía.
—¿Por qué quieres entrar a artes, Alice? —le pregunté, tratando de sonar casual, aunque estaba muy lejos de sentirme tranquilo—. Sabes que los cupos son muy limitados, ¿no? Es decir, es una carrera difícil. Muchos lo intentan, pero pocos lo logran. Y aun así, aquí estás, como si fuera tan sencillo.
Alice levantó la vista lentamente, como si se estuviera dando cuenta por primera vez de la pregunta. En lugar de ponerse nerviosa o apresurarse a darme una respuesta vacía, ella simplemente me miró con una calma que me sorprendió. Había algo en su mirada, como si todo lo que había estado diciendo hasta ese momento fuera verdadero. Algo que no podía entender del todo, pero que sentía. Algo genuino.
—La música... —dijo, con una suavidad que hizo que sus palabras se sintieran como una melodía en el aire—. La música es lo que me hace sentir viva. No es solo tocar un instrumento o componer una canción, es... es lo que soy. Es mi forma de expresarme cuando no puedo encontrar las palabras. Es como... como si todo lo que soy tuviera sentido cuando toco.
Alice dejó escapar una pequeña sonrisa, una que era tan efímera, tan fugaz, que me hizo querer capturarla en ese mismo instante.
—Es curioso —continuó—. La gente siempre espera que los artistas sean ruidosos, que se expresen con gestos exagerados, con ropa colorida, que llamen la atención. Pero yo no soy así. Creo que, a veces, la verdadera expresión artística no está en hacer todo lo contrario de lo que eres, sino en aceptarte tal como eres, sin importar lo que los demás piensen. No quiero llamar la atención, solo quiero ser honesta conmigo misma. La música me permite hacer eso.
La manera en que lo dijo me dejó sin palabras por un momento. ¿Qué tipo de artista no quería llamar la atención? ¿Quién se inscribía a una carrera como la de artes sin un deseo de destacar? Alice, claramente, no era el tipo de persona que quería ser vista, pero tenía una profundidad que no podía ignorar. En algún lugar dentro de ella había algo muy real, algo muy fuerte, que no podía ser desmentido, ni siquiera por la forma en que se escondía detrás de su propio comportamiento.
Me quedé en silencio, digiriendo sus palabras. La miré, intentando entender más de lo que ella estaba diciendo. Me parecía que había una contradicción en todo esto, pero al mismo tiempo, algo que me fascinaba.
—No parece que sea de tu agrado ser el centro de atención —comenté, de alguna forma guiado por una necesidad de entenderla más—. Pero, aun así, vienes a un lugar donde todos los ojos estarán sobre ti, si logras entrar en artes. ¿No te resulta un poco... extraño? ¿No te gustaría ser la persona que todos notan, al menos un poco?
Alice dejó escapar una pequeña risa, esa risa que me hizo pensar que me estaba entendiendo más de lo que yo creía.
—No me interesa ser el centro de atención —dijo suavemente—. Mi lugar en el mundo no tiene que ver con la cantidad de personas que me miren, ni con cuántos me aplaudan. La música es lo que importa, y eso es lo único que quiero que se escuche. Si eso me lleva a algún lugar, bien. Si no, igual estaré feliz.
Su respuesta me hizo pensar que, tal vez, no entendía nada en absoluto sobre ella, pero sentí que estaba comenzando a conocer un poco más. No todo tenía que ser tan complejo. A veces, las cosas más simples eran las más profundas.
Caminamos por los pasillos, los dos en silencio, pero era un silencio cómodo, uno en el que las palabras sobraban. Yo no quería que se fuera. No importaba qué tan lejos tuviera que caminar para acompañarla, yo iba a estar allí, cerca de ella, aunque fuera por unos minutos más.
Alice parecía estar un poco más relajada, y yo, por mi parte, no podía evitar sentir que algo estaba cambiando. La sensación que tenía al estar cerca de ella era diferente a cualquier otra cosa que hubiera experimentado. Me sentía... bien. Como si, en ese momento, nada más importara.
De repente, el pasillo se fue abriendo hacia un pequeño corredor que no había notado antes. No había nada allí que me indicara que esa fuera una salida. Pero, como si de alguna manera el destino estuviera jugando con nosotros, empujé una puerta y nos encontramos en una pequeña terraza apartada, rodeada de muros bajos y plantas. Un rincón aislado, lejos del bullicio de la academia.
Alice se detuvo justo después de la puerta y se asomó por el borde de la terraza. Miró alrededor, y no pude evitar notar cómo sus ojos brillaban, como si en este espacio escondido finalmente estuviera tranquila.
—Bueno, parece que hemos encontrado nuestro propio lugar —dijo, medio en broma, medio en serio, mientras observaba el pequeño rincón que, en ese momento, solo nosotros conocíamos.
Me quedé en silencio, observándola, y luego la escuché reír suavemente. No podía creer lo natural que se sentía estar allí con ella, tan lejos del caos de la academia, en este pequeño refugio secreto.
Alice, con una sonrisa tímida, me miró con sus mejillas ligeramente sonrojadas.
—Si entramos a la academia, tal vez este podría ser nuestro lugar, ¿no? —dijo, casi como si lo estuviera considerando de verdad, pero con un tono juguetón.
Mi corazón dio un pequeño vuelco. No pude evitar sonrojarme un poco, no tanto por lo que había dicho, sino por cómo lo había dicho. Había algo en su voz, en su tono, que me hizo pensar que, tal vez, sus palabras tenían más peso del que parecía. Pero no dije nada al respecto, solo sonreí un poco, intentando mantener el control de la situación.
—Sí —respondí finalmente, con una sonrisa—. Podría ser nuestro pequeño rincón, lejos de todo.
Alice se giró hacia mí, y por un momento, la tensión entre los dos se volvió palpable. Ella parecía dudar, como si quisiera preguntar algo, y después de unos segundos de silencio, finalmente habló.
—¿Y tú? —preguntó, su voz bajando un poco de tono—. ¿Por qué quieres entrar a Nitto? Sé que no es una decisión fácil. Hay muchos que lo hacen por prestigio, por destacar, por estar en la cima. Pero tú... no pareces el tipo de persona que lo haría por eso. ¿Qué te mueve a venir aquí?
Mi mente se quedó en blanco por un instante. Tenía tantas razones, pero nunca había hablado de ellas tan abiertamente con alguien. Pensé en mi madre, en todo lo que había hecho por mí, en todo lo que me había dado y en lo que me había enseñado. Me tomó unos segundos encontrar las palabras adecuadas.
—Es... mi madre —dije finalmente, después de un momento de reflexión. Alice me miraba, atenta, como si realmente quisiera entender. Y eso, de alguna manera, me hizo sentir más cómodo—. Se llama Tomoyo. Desde que era pequeño, ella ha trabajado más de lo que cualquier persona debería, para que yo pudiera tener lo mejor. Nunca me ha pedido nada a cambio, solo que estudie, que trabaje duro. Ella quiere que entre a Nitto porque es lo mejor para mí. No por el prestigio, ni por la beca, sino porque... porque eso me permitirá tener un futuro, uno que ella no pudo tener.
Sentí que mi voz se quebraba un poco, pero no podía evitarlo. Hablar de Tomoyo siempre me hacía sentir vulnerable, como si todo lo que había logrado fuera en realidad para ella, no para mí.
—Quiero ser profesor —añadí, con firmeza, como si eso pudiera darle sentido a todo lo que había dicho—. Quiero enseñar a otros lo que ella me enseñó: la importancia del esfuerzo, la dedicación. Ella sacrificó tanto por mí... No puedo fallarle ahora.
Alice me miró fijamente, sin decir nada al principio. Hubo un momento de silencio, un momento en que parecía procesar todo lo que le había dicho. Pero luego, su rostro se suavizó, y me dedicó una pequeña sonrisa.
—Es increíble —dijo, con una suavidad que me hizo sentir que me entendía más de lo que imaginaba—. Tu madre... debe estar muy orgullosa de ti.
Yo solo asentí, sin saber qué más decir. Había algo en sus palabras que me hizo sentir un poco más ligero, como si todo lo que había dicho no fuera en vano.
Nos quedamos en la terraza un rato más, disfrutando de la tranquilidad del lugar, sin prisa.
Alice Carter
Es él. Es él. Es él.
Mi mente no deja de repetirlo como un mantra, como si con esas palabras pudiera asegurarlo, como si con cada latido de mi corazón pudiera confirmarlo. Es él. Lo sé. No sé cómo, pero lo sé. Es algo que va más allá de cualquier lógica o razón, algo que simplemente siento.
Pero entonces, otra parte de mí, esa pequeña voz que insiste en ser racional, intenta gritar por encima del caos en mi pecho. Alice, cálmate. Es solo un chico. Es el primero que conoces, el primero que realmente te mira. No puedes reaccionar así. Tienes que conocer a otros, darles una oportunidad, pensar con claridad.
Lo intento, de verdad. Intento escuchar esa voz, pero es inútil. La otra parte de mí, la más fuerte, la más intensa, ya está perdida en sueños que ni siquiera sabía que podía tener. Estoy eligiendo un vestido de novia. Lo imagino blanco, sencillo pero hermoso, con detalles que parecen sacados de una película romántica. Me imagino a mí misma caminando hacia él, con el corazón desbocado, y a él esperando por mí, con esa mirada que parece tan segura, tan confiada. Quizás nos casaríamos en un lugar apartado, lejos de todos, solo él y yo, y nuestro amor.
Mi corazón late tan rápido que siento que podría salirse de mi pecho en cualquier momento. Estoy segura de que él puede escucharlo, de que puede verlo en mi rostro, en mis ojos, en la manera en que apenas puedo hablar sin tartamudear. Pero, ¿cómo no sentirme así? Es tan guapo, con esos ojos que parecen ver más allá de lo que muestro, con esa voz que me calma y me desarma al mismo tiempo.
Y no es solo eso. No es solo su apariencia, aunque eso ya me tiene temblando por dentro. Es cómo habla de su madre. Es cómo dice su nombre, Tomoyo, con tanto amor y respeto. Es la forma en que se preocupa por ella, en que está dispuesto a hacer cualquier cosa por no ser una carga, por hacerla sentir orgullosa. ¿Cómo podría no enamorarme de alguien así?
Es tan atento, tan comprensivo, tan... perfecto. Y aquí estoy yo, sintiéndome una tonta, tratando de no sonreír demasiado, tratando de no dejar que vea cuánto me afecta, aunque estoy segura de que ya lo sabe. Porque, ¿cómo podría no darse cuenta? Soy un desastre, una bola de emociones que apenas puede mantener la compostura.
Es él.
Intento convencerme de que estoy exagerando, de que debería esperar, conocer a otros, tomarme mi tiempo. Pero es inútil. Todo en mí ya lo ha elegido. Es como si mi corazón hubiera decidido antes que mi mente, como si mi alma lo hubiera reconocido antes de que pudiera siquiera pensarlo. Es él. No hay nadie más. No puede haber nadie más.
Kougami Shinya
Es raro.
Sigo mirando a Alice, y mientras lo hago, algo cambia en su expresión. Antes, su rostro estaba algo tranquilo, casi sereno, pero ahora veo que está... nerviosa. Su mirada, sus manos, todo en ella parece tenso, como si estuviera luchando con algo que no puede controlar. Algo dentro de mí quiere saber qué pasa.
—¿Estás bien? —le pregunto, y mi voz suena más suave de lo que pretendía. No sé qué tiene ella, pero siento que, si no hago algo, va a explotar de un momento a otro.
Alice me mira de manera fugaz, pero sus ojos se desvían rápido, como si quisiera escapar de algo. Y lo más extraño es que sus mejillas están más rojas que antes, como si estuviera... ¿sonrojándose? Pero no es por la luz del sol, no. Es algo más. Algo que no sé si quiero entender.
—¿Estás nerviosa por el examen? —insisto, notando que sus manos tiemblan un poco. La observo, y hay algo en sus movimientos que me desconcierta. —Vi que terminaste antes que yo, seguro te fue muy bien.
Alice parpadea, y en sus ojos veo una mezcla de algo que no logro identificar. Algo profundo, pero confuso. Como si estuviera ocultando algo. Como si quisiera decir algo, pero no sabe cómo. De repente, ella da un paso atrás, casi como si estuviera tratando de escapar de la conversación, o de mí.
—Yo... —murmura, pero su voz se ahoga antes de que pueda continuar.
Luego, sin previo aviso, Alice gira sobre sus talones y comienza a caminar rápidamente hacia la salida de la terraza, como si un impulso irracional la hubiera empujado a huir de la conversación.
Y entonces, me quedo ahí. Solo. Mirando cómo se aleja, y aún con la sensación de que no tengo ni idea de lo que acaba de pasar. ¿Por qué huyó? ¿Por qué está actuando así? No entiendo su comportamiento. Hace un rato estaba tranquila, incluso hablando conmigo, pero ahora se fue, como si yo le hubiera hecho algo malo, o peor aún... como si ella estuviera huyendo de mí.
La sigo con la mirada, pero no puedo hacer nada. No sé qué me pasa, pero no puedo evitar sentir que algo importante se rompió en cuestión de minutos.
¿Qué acaba de pasar?
Alice Carter
No puedo estar más cerca de él.
Es como si el aire alrededor de Kougami fuera diferente. Él no sabe lo que está causando en mí, y eso me vuelve loca. Está siendo tan amable, tan… él. Me habla con esa voz tranquila, pero llena de preocupación, y lo peor es que me siento como si fuera a estallar de amor por cada una de sus palabras. Es él.
Mis manos están temblando mientras me esfuerzo por contener todo lo que siento. Quiero ser normal. Quiero ser alguien que no se deshace por dentro cada vez que él me mira, pero no puedo. No puedo. Es como si estuviera intentando mantenerme entera, pero algo dentro de mí se rompe cada vez que veo su sonrisa. Su atención. Todo en él me hace sentir como si me desintegrara poco a poco, como si él fuera la única razón por la que respiro ahora mismo. Pero no, no puedo. No puedo dejar que me vea así. No puedo ser tan obvia.
Así que empiezo a dar pasos atrás, sintiendo el sudor en mi cuello, como si mi cuerpo estuviera gritando por salir corriendo. Mis mejillas están tan rojas que siento que van a explotar. Me siento atrapada, como si él pudiera ver a través de mí, como si mis emociones estuvieran desnudas ante él sin siquiera quererlo. ¿Por qué me pasa esto? Todo lo que quiero es ser normal, pero estar cerca de él me hace sentir como si me estuviera perdiendo en un mar de emociones que no sé controlar.
Huir.
No puedo quedarme ahí, no puedo. Mis piernas se mueven solas, y antes de que me dé cuenta, ya estoy caminando rápido, casi corriendo, sin mirar atrás. Sé que debería ser más educada, decir algo, despedirme al menos, pero todo lo que quiero es desaparecer. Es como si el aire entre nosotros fuera demasiado denso, como si él pudiera leer cada uno de mis pensamientos más oscuros. Siento su mirada en mi espalda, y yo no puedo soportarlo. Cierro la puerta de la terraza detrás de mi y camino lo más rápido que puedo.
De repente, cuando llego a un cruce de pasillos, veo la salida.
Es un alivio instantáneo, como una liberación. Mi corazón late tan fuerte que siento que me va a estallar el pecho, pero algo en mí sabe que este es el camino. Este es el final de todo eso.
Corro. Corro lejos.
Mis pies apenas tocan el suelo mientras me alejo de la academia, sin mirar atrás, sin esperar que me alcance. Necesito espacio. Necesito escapar.
Porque si me quedo ahí, sé que voy a terminar diciéndole lo que no puedo, lo que no debo. No quiero ser tan vulnerable. No quiero ser tan obvia.
Alice, tranquilízate.
Pero en el fondo, ya sé que es demasiado tarde.
Ginoza Nobuchika
Sigo mirando la hoja del examen, siento la tensión en cada línea escrita. Las preguntas son complejas, algunas más que otras, pero algo dentro de mí dice que voy bien, que ya hice todo lo que podía. Aunque una parte de mí sigue dando vueltas sobre algunas respuestas, estoy bastante seguro de lo que puse. Estoy aquí para demostrar algo, para dejar claro que no soy solo el hijo de un criminal latente.
Pero, no puedo negar que aún tengo esa sensación, esa especie de… desconcierto por lo que ocurrió hace un momento. La chica extraña.
¿En serio me estuve distrayendo con ella? No sé qué fue lo que me llamó la atención, ni por qué me costó tanto concentrarme en el examen después de verla. Ella no estaba ni cerca de ser como los demás, se notaba que era diferente, y no solo por el hecho de no llevar uniforme. Pero ya no está, y en parte me alivia, porque, sinceramente, no quiero que me sigan distrayendo cosas que no tienen que ver con el examen.
¿Por qué se levantó tan rápido?
Me pregunto si realmente fue el examen lo que la sacó de su silla o si había algo más. Su comportamiento, esa especie de inseguridad visible, me hizo dudar de su propósito aquí. Tal vez simplemente no estaba preparada. Tal vez ni siquiera le interesaba realmente. ¿Quién se presenta a un examen de este tipo como si no le importara nada?
El profesor ya está caminando por el aula, recogiendo los exámenes. Mis dedos siguen enredados al bolígrafo mientras sigo revisando algunas respuestas. Siento una presión en el pecho, y no sé si es por el examen en sí o por el pensamiento persistente de esa chica tan desubicada que apareció y se fue como un suspiro.
Pero ya no está. No la veo. Eso debería aliviarme.
Al final, el nerviosismo se me empieza a ir. Este examen es solo una formalidad, algo que ya he dominado en mi cabeza. Y lo sé, porque he trabajado como un loco para llegar hasta aquí. No soy uno más, no soy uno de los chicos que simplemente están aquí por casualidad. Yo merezco esto.
Con una última mirada hacia la mesa, y asegurándome de que todo está en orden, me levanto y entrego el examen.
Ya está.
