Kougami Shinya
Desde que comenzó el semestre, las cosas han tomado un giro inesperado. Para empezar, mi popularidad en la escuela está creciendo de una forma que nunca imaginé. Los estudiantes parecen interesados en hablar conmigo, algunos me piden consejos sobre clases, y otros simplemente quieren estar cerca. Es raro. No estoy acostumbrado a este tipo de atención, y honestamente, a veces llega a ser molesto.
Pero lo que sí me importa es mi creciente cercanía con Alice y a Ginoza.

Con Alice, todo ha sido... natural. Un día, mientras estaba solo durante el horario de almuerzo, decidí acercarme a ella. La vi sentada a lo lejos, con esa mirada que parece estar perdida en algún lugar entre su mundo interior y el del resto de los mortales. Me acerqué, me senté, y para mi sorpresa, no se alejó ni intentó excusarse, como pensé que haría, después de todo tiene esa tendencia a escaparse de la nada cuando estamos a solas. Ella simplemente se quedó allí, y comenzamos a hablar. No recuerdo exactamente de qué; tal vez algo sobre las clases, sobre música, o incluso sobre la comida. Pero desde ese día, es como si se hubiera anexado a mí.

Ahora almorzamos juntos todos los días, y debo admitir que me alivia verla. Hay algo en su presencia que me calma, incluso cuando no hablamos. Aunque, claro, solemos charlar bastante, porque al parecer, se vuelve una máquina de lanzar palabras cuando entra en confianza. Al principio, Alice estaba algo nerviosa, casi como si no supiera cómo actuar conmigo. Pero con el tiempo, eso se desvaneció, y ahora nuestras conversaciones fluyen con una facilidad que me sorprende.

Y sí, ella me gusta. No voy a mentirme a mí mismo a estas alturas. Hay momentos en los que la miro y me pierdo completamente. Su manera de hablar, sus gestos, incluso cómo frunce ligeramente el ceño cuando está pensando en algo. Me tiene embobado. Pero parece que ella no se da cuenta, y tal vez sea mejor así.

Con Ginoza, en cambio, las cosas son… complicadas. Decidí acercarme a él porque creo que lo necesita, aunque no quiera admitirlo. Es terco, reservado, y parece decidido a mantener a todo el mundo a distancia. Pero no me voy a rendir. Si algo he aprendido es que las personas como Ginoza son las que más necesitan a otros, incluso si nunca lo pedirán.

Alice y yo insistimos en almorzar con él. Queremos que se una a nosotros, que se sienta parte de algo, pero cada intento es un desafío. Ginoza nos rechaza con la misma rigidez de siempre, dejando claro que no quiere saber nada de nosotros.

—No quiero amigos —nos dijo una vez, con un tono tan frío que incluso Alice se quedó sin palabras por un segundo.

Pero no nos alejamos. Yo sé que detrás de esa fachada hay alguien que está luchando contra más de lo que deja ver. Y aunque él no lo diga, creo que en el fondo no le molesta tanto tenernos cerca.
Ginoza Nobuchika

Los días pasan, y aunque intento mantenerme enfocado en mis estudios, todo parece volverse más complicado. Primero está Kougami, con su popularidad repentina. Es como si todos en la escuela quisieran estar cerca de él, como si fuera un imán para las multitudes. No entiendo cómo alguien puede manejar tanta atención sin perder la cabeza.

Luego está Alice.

No sé qué pensar de ella. Desde el incidente con esos idiotas, no he podido sacarla de mi mente. Es hermosa, pero no de la manera convencional. Hay algo en ella que la hace… diferente. Pero al mismo tiempo, esa diferencia me desconcierta, me irrita incluso, porque no sé cómo manejar estar cerca de alguien como ella. Y ahora parece que Alice y Kougami están decididos a acercarse a mí.

No quiero amigos. Se los dije claramente. Varias veces. Les dejé claro que no tengo interés en formar vínculos con nadie aquí. Pero, como era de esperarse, ninguno de los dos se alejó. Porque son tercos, ambos.

Alice es la más difícil de ignorar. No sé si es su manera de hablar, su risa ligera, o la forma en que parece iluminar un lugar sin siquiera intentarlo. Me atrae, y eso me molesta más de lo que quiero admitir. Porque no puedo, no debo dejar que alguien como ella se acerque. No puedo permitírmelo.

Pero al mismo tiempo, no puedo negar que hay algo reconfortante en su presencia. Cuando la veo con Kougami, riendo o simplemente hablando de cualquier cosa, siento una punzada de algo que no quiero reconocer. Y aunque trato de mantenerla lejos, una parte de mí quiere estar cerca de ella, incluso si eso significa lidiar con Kougami.

Hablando de Kougami, ese tipo es insoportable. Persistente. No importa cuántas veces lo rechace, siempre encuentra una excusa para acercarse. Al principio, pensé que solo era por Alice, pero ahora no estoy tan seguro. Hay algo en su actitud, en cómo insiste en incluirme, que me hace pensar que realmente le importo.

Pero yo no soy como él. No soy alguien que pueda simplemente abrirse a los demás. Así que sigo manteniéndolos a raya, o al menos intento hacerlo. Porque, aunque me cueste admitirlo, hay momentos, pequeños momentos, en los que tenerlos cerca no se siente tan mal.

Pero solo momentos.

Alice Carter
La clase de Educación Física había terminado, y mientras me cambiaba de uniforme en los vestidores, ya sentía las miradas pesadas de las chicas sobre mí. Era algo que se había vuelto constante desde que comenzó el semestre, pero hoy parecía ser peor. Sabía que algo venía.

—Mírala, como si ser hija de Adam Carter la hiciera especial —dijo una, su tono lo suficientemente alto como para que lo escuchara.
—¿Y ahora está siempre con Kougami? Seguro cree que eso la salvará de ser una extranjera rara —agregó otra, riendo.

Respiré hondo, intentando ignorarlas. "No hagas caso, Alice. No vale la pena." Pero era difícil. Sus palabras eran como pequeñas agujas, y aunque estaba acostumbrada a los rumores, escuchar mi nombre junto al de Kougami lo hacía todo más personal.

—¿Qué pasa? ¿Te crees mejor que nosotras porque estás cerca del número uno? —continuó otra, acercándose más.

—O porque tocas bien el violín. ¡Qué impresionante! —dijo una más, con un tono cargado de sarcasmo.

Sentí cómo el enojo empezaba a hervir en mi pecho, pero seguí guardando la calma. Me levanté, me puse la mochila al hombro y me giré para enfrentarlas. No iba a dejar que me vieran quebrarme.

—¿Tienen algo más que decir? —pregunté, mi tono frío, mi mirada fija en la que parecía liderar el grupo.

Por un momento, pensé que se detendrían, que se darían cuenta de lo absurdo que era todo esto. Pero, en lugar de eso, una de ellas dio un paso al frente y me empujó. No fue un golpe fuerte, pero lo suficiente para hacerme retroceder unos pasos.

Podría golpearla ahora mismo. Lo sé. Lo sé porque lo he practicado, porque sé cómo derribar a alguien con un solo movimiento. Pero también sé que no debo. No aquí. No así.

En lugar de devolverle el empujón, me enderecé y le dediqué una sonrisa sardónica.

—¿Eso es todo lo que tienes? —dije, mi tono cargado de burla—. Me habían dicho que las chicas de Nitto eran más creativas.

Sus ojos se entrecerraron, y su rostro se tiñó de enojo. Pero antes de que pudiera responder, otra saltó al ataque verbal.

—No te hagas la lista. Todos sabemos que no entraste aquí por mérito. Tu padre compró tu lugar.

Me reí, un sonido seco y lleno de desprecio.

—Ah ¿sí? ¿Y por qué no compró el primer lugar también, ya que estamos? ¿O es que él también quería que fuera "una extranjera rara" como dicen ustedes?

Mi respuesta pareció dejarlas sin palabras por un segundo, pero no lo suficiente para detenerlas. Otra intentó retomar la ofensiva.

—No eres nadie. Solo estás aquí porque te dieron todo servido.

Me incliné ligeramente hacia ella, dejando que mi voz bajara, haciéndola aún más cortante.

—¿Eso crees? Qué triste que pienses que la única forma de estar aquí es teniendo alguien que pague por ti. ¿Es así como entraste tú?

La chica apretó los dientes, claramente enojada. Sabía que había ganado esta pelea con palabras, pero no pude disfrutarlo. Estaba cansada. Siempre lo mismo, siempre el mismo veneno.

De repente, una voz masculina interrumpió el enfrentamiento.

—¿Qué está pasando aquí?

Levanté la mirada y vi a Kougami, con esa calma que siempre parece acompañarlo, pero con un filo en los ojos que decía que no iba a dejar que esto continuara.

Antes de que pudiera responder, otra voz se unió.

—No puedo creer lo patético que es esto. Cinco contra una. Qué valientes.

Era Ginoza. Su tono era frío, su mirada de puro desdén dirigida hacia las chicas.

Ambos se acercaron, y las chicas empezaron a retroceder. No tenían el valor para enfrentarse a alguien como Kougami, y mucho menos a dos chicos al mismo tiempo.

—¿Tienen algo más que decirle? —preguntó Kougami, cruzándose de brazos, su tono cargado de autoridad.

—No es asunto tuyo, Kougami —espetó una, aunque claramente nerviosa.

—No, pero lo será si siguen con esto. Y les prometo que no les gustará cómo termina. — Dijo Kougami con firmeza.

Las chicas finalmente se dieron por vencidas, murmurando entre ellas mientras se alejaban. Cuando desaparecieron por el pasillo, sentí cómo el enojo empezaba a disiparse, dejando lugar al cansancio.

—¿Estás bien? —preguntó Kougami, acercándose un poco más.

—Estoy bien —respondí, aunque mi voz parecía demostrar lo contrario.

—No parecía que lo necesitaras, pero no podíamos quedarnos sin intervenir —dijo Ginoza, cruzando los brazos y mirándome con una mezcla de preocupación y admiración.

—Gracias… supongo —respondí, mi tono algo seco, pero con un toque de genuina gratitud.

Mientras caminábamos juntos hacia la siguiente clase, no pude evitar sentir que, por una vez, no estaba completamente sola en esto. Tal vez, solo tal vez, las cosas podrían mejorar.

Ginoza Nobuchika
Habían pasado unos minutos desde que las chicas que estaban molestando a Alice finalmente se marcharon. El pasillo estaba más tranquilo, aunque mi cabeza seguía girando con todo lo que acababa de suceder.
Alice, como siempre, había manejado la situación con una mezcla de elegancia y mordacidad que nunca deja de sorprenderme. No sé si es valentía o simplemente una capacidad innata para enfrentarse al mundo con la cabeza en alto, pero... ella tiene algo. Algo que yo no tengo.

Caminábamos juntos, con Kougami a un lado, como si esto fuera lo más natural del mundo, cuando de repente Alice rompió el silencio.

—Entonces, Ginoza... —empezó, con un tono casual, pero con una chispa de desafío—. ¿Ya podemos ser amigos de una vez?

Me detuve en seco, mirándola como si acabara de sugerir algo absurdo.

—¿Qué? —respondí, mi tono más duro de lo que pretendía.

Ella se encogió de hombros, su expresión despreocupada, pero con un toque de picardía.

—Vamos, a los dos nos han acosado. Parece casi una tradición de esta academia. Creo que eso nos hace oficialmente compañeros de batalla. ¿O todavía vas a seguir haciéndote el duro?

No pude evitar soltar un suspiro, llevándome una mano a la cara. ¿Por qué tenía que ser tan directa?

—No me estoy haciendo el duro —respondí, aunque no sonó convincente ni para mí mismo.

—Claro que sí —dijo Alice, con esa sonrisa sardónica que parece tener siempre a mano—. Pero está bien, Ginoza. Puedes admitir que te caemos bien.

—¿"Caemos"? —repliqué, mirando de reojo a Kougami, que estaba disfrutando de todo esto más de lo necesario.

—Sí, "caemos". Kougami y yo —dijo Alice, como si fuera obvio—. Después de todo, ya somos un equipo, ¿no?

Un equipo. Esa palabra me golpeó de una manera extraña. No recuerdo la última vez que alguien sugirió algo parecido sobre mí. Siempre había estado solo, y por elección, o al menos eso quería creer. Pero aquí estaba Alice Carter, con su descaro y su sinceridad, diciéndome que éramos un equipo, como si fuera algo que simplemente había sucedido.

—No estoy seguro de querer ser parte de ese equipo —dije finalmente, cruzándome de brazos.

Alice no se inmutó.

—Oh, claro que quieres. Simplemente no lo sabes todavía.

Kougami dejó escapar una risa suave, claramente disfrutando de mi incomodidad.

—Creo que tiene razón, Ginoza. Admitirlo es el primer paso.

Los miré a ambos, sintiendo una mezcla de frustración y algo que no podía identificar del todo. ¿Cómo es que estas dos personas lograron entrar en mi vida tan rápido? Y lo peor de todo es que, aunque me molestaba admitirlo, no se sentía del todo mal.

—Haré un trato contigo, Carter —dije finalmente, mirando a Alice directamente a los ojos—. No diré que somos amigos, pero... no te alejaré. Por ahora.

Alice sonrió, una de esas sonrisas que parecían iluminar todo a su alrededor.

—Es un comienzo —dijo, como si acabara de ganar una pequeña batalla.

Alice caminaba a mi lado con esa energía que parece desafiar cualquier intento mío de mantenerla a distancia. Kougami iba tranquilo, casi como si disfrutara la escena, y yo… yo solo quería llegar a mi siguiente clase y recuperar algo de control sobre mi día.

Pero, claro, eso sería pedir demasiado.

—Entonces, Ginoza —dijo Alice, su tono lleno de esa curiosidad despreocupada que me desarma cada vez—, ¿qué tanto puedo acercarme antes de que me alejes? Solo por saber, para no romper los límites de nuestro "trato".

Le lancé una mirada, frunciendo el ceño. ¿Por qué tenía que preguntar algo así?

—No sé de qué hablas —respondí, intentando sonar indiferente.

—Oh, claro que sabes —dijo ella, con una sonrisa que me puso en alerta. Esa sonrisa. No la conozco tanto, pero sé que nada bueno viene después de esa sonrisa.

Antes de que pudiera reaccionar, Alice dio un paso hacia mí, luego otro, acercándose tanto que mi espalda casi chocó con la pared del pasillo. La vi levantar una mano, y por un segundo pensé que iba a golpearme. Pero no, hizo algo mucho peor.

Con la punta de su dedo índice, tocó suavemente la punta de mi nariz.

—¿Así está bien? —preguntó, su tono inocente pero claramente disfrutando de mi incomodidad.

Sentí cómo el calor subía a mi rostro, rápido e imparable. ¿Qué demonios estaba haciendo?

—¡Carter! —exclamé, dando un paso hacia atrás, lo que solo provocó que ella soltara una risa ligera.

—¿Qué? Solo quería probar los límites —dijo, encogiéndose de hombros como si no acabara de cruzar una línea invisible que ni siquiera sabía que existía.

Quería decirle algo, cualquier cosa, pero las palabras no salían. Y lo peor de todo es que… me gustó. No el hecho en sí, sino su imprevisibilidad. No lo diría en voz alta, nunca, pero esa pequeña muestra de atrevimiento, ese momento tan absurdo y casual, me dejó con una sensación extraña.

Alice se giró hacia Kougami, quien estaba tratando, sin mucho éxito, de contener una risa.

—¿Ves? Le gustó. No me alejó —dijo Alice, como si hubiera ganado un premio.

¿Qué significa esto para mí? Me quedé en silencio, tratando de recuperar mi compostura mientras seguíamos caminando. Pero una cosa era clara: Alice Carter no se iba a ir. Y, por alguna razón, no quería que lo hiciera.

Kougami Shinya

No pude contenerme más. Todo lo que acababa de pasar era tan absurdo y, al mismo tiempo, tan típicamente Alice que tuve que decir algo, antes de estallar en una carcajada.

—Alice tiene razón, Ginoza. No la alejaste. —Dije, con una sonrisa que intenté mantener neutral, aunque por dentro me estaba divirtiendo demasiado con la situación.

Ginoza me miró como si hubiera traicionado alguna especie de pacto silencioso entre nosotros. Su rostro seguía ligeramente ruborizado, aunque intentaba mantener la compostura.

—No fue que no la alejara, solo… no esperaba eso —respondió, cruzando los brazos, claramente incómodo.

Alice, por supuesto, no iba a dejar pasar la oportunidad de añadir más leña al fuego. Giró hacia nosotros con esa chispa en los ojos que significaba problemas.

—Entonces, Gino, si tocarte la nariz está bien, tal vez más tarde pruebe con abrazarte. A ver si eso también está dentro del trato.

¿Abrazarlo? La imagen se formó en mi mente y no pude evitar soltar, ahora sí, una risa.

—Eso sería interesante de ver —dije, mirando a Ginoza, cuya expresión pasó de incómoda a algo que se acercaba al pánico.

—¡No lo harás! —exclamó Ginoza, su tono más elevado de lo normal, mientras Alice lo miraba con fingida inocencia.

—¿Por qué no? —respondió ella, inclinando la cabeza—. Ya me dejaste tocarte la nariz, Gino. Un abrazo no es tan diferente.

Él suspiró, claramente al límite de su paciencia, y se frotó las sienes como si intentara evitar un dolor de cabeza inminente.

—Carter, ¿alguna vez piensas en… no hacer algo?

Alice sonrió, satisfecha consigo misma, y simplemente dijo:

—No.

El intercambio me dejó claro algo que ya había estado pensando desde hace días. Alice tiene un don para entrar en nuestras vidas, para colarse en esos lugares donde normalmente no dejamos que nadie entre. Lo hace con naturalidad, sin esfuerzo, como si estuviera destinada a estar aquí, con nosotros.

Mientras seguíamos caminando, miré a Ginoza, que seguía murmurando algo para sí mismo, claramente intentando procesar todo. Y luego miré a Alice, que caminaba con esa energía despreocupada que siempre lleva consigo.

Sí, definitivamente esto va a ser interesante.

Ginoza Nobuchika
No sé cómo terminó pasando, pero ahí estaba yo, corriendo por el pasillo como un completo idiota mientras Alice Carter me perseguía con una sonrisa traviesa que claramente disfrutaba más de la cuenta.

—¡Detente, Carter! —grité, aunque no tenía ninguna esperanza de que me escuchara.

—¡Solo es un abrazo, Gino! —respondió, riéndose a carcajadas mientras aceleraba el paso.

¿Un abrazo? ¿Por qué parecía tan simple para ella decir algo así? ¿No tiene ni un poco de vergüenza? Pero antes de que pudiera pensar en un plan para escapar, sentí sus brazos alrededor de mí, rodeándome con más fuerza de la que esperaba. Me atrapó. Aunque, para ser honesto, una parte de mí se pregunta si simplemente me dejé atrapar.

—¡Te tengo! —dijo Alice, sonriendo como si hubiera ganado alguna especie de premio.

Intenté apartarla, pero sus brazos no cedían. Y luego me di cuenta de algo. Estaba demasiado cerca. Sentía el calor de su cuerpo, la presión de sus brazos, incluso su respiración cerca de mi cuello. Me puse rígido, intentando ignorar las sensaciones que me provocaba.

—¿No tienes vergüenza? —logré decir finalmente, tratando de sonar molesto—. Eres una chica.

Alice soltó una carcajada ligera, como si mi comentario fuera la cosa más ridícula que había escuchado.

—Gino, tienes que aprender algo muy importante —dijo, apretando el abrazo un poco más—. En el diccionario de Alice Carter, la vergüenza no es una palabra que esté listada.

Por supuesto que no. ¿Cómo iba a estarlo? Con ella, todo parece ir en contra de cualquier norma social que exista en Japón, y posiblemente en el mundo entero.

—¿Y el espacio personal? —pregunté, arqueando una ceja.

Alice se separó lo suficiente para mirarme directamente a los ojos, su expresión llena de burla y diversión.

—Depende del día.

¿Depende del día? ¿Qué se supone que significa eso? No pude evitar soltar un suspiro, ya resignado.

—Ya está, Gino —continuó, su tono ahora casi triunfal—. Perdiste el juego. Somos amigos, y no puedes hacer nada al respecto.

Intenté mirarla con seriedad, pero su sonrisa y su determinación me desarmaron. Finalmente, dije lo único que se me ocurrió:

—¿Qué es eso de "Gino"? ¿Cuándo aprobé ese mote?

Alice se encogió de hombros, como si fuera obvio.

—Es tu mote ahora. ¿No te gusta?

No me gusta. Pero antes de que pudiera decirlo, algo en su tono me hizo cambiar de idea.

—Bien, entonces te llamaré "Ari". A ver si te parece.

Pensé que se quejaría, que pondría alguna cara de disgusto, pero para mi sorpresa, sus ojos se iluminaron.

—¿Ari? Me gusta.

Me quedé mirándola, incrédulo. ¿Cómo es que esta chica siempre encuentra la manera de salirse con la suya?

—Por supuesto que te gusta —murmuré, sacudiendo la cabeza.

Alice simplemente rió, y en ese momento, me di cuenta de algo. No hay forma de ganar contra Alice Carter. Pero, de alguna manera, tampoco se sentía tan mal.

Ginoza Nobuchika
Había pasado horas estudiando en la biblioteca. Mi concentración estaba fija en los textos legales, repasando cada detalle para no dejar nada al azar. Apenas noté que la mayoría de los estudiantes se habían ido, hasta que levanté la vista y vi las mesas vacías a mi alrededor. ¿Tan tarde era ya?

Cuando finalmente recogí mis cosas y salí, noté que Kougami también estaba saliendo. No hablamos, simplemente nos cruzamos con un leve gesto de reconocimiento. No era raro vernos estudiando en el mismo lugar, pero tampoco éramos del tipo que compartiría una conversación casual.

Mientras caminábamos hacia la salida, algo llamó mi atención. Un sonido suave, vibrante, casi etéreo, que se filtraba por los pasillos. Un violín.

—¿Lo escuchas? —pregunté, deteniéndome.

Kougami asintió, y ambos seguimos el sonido, guiados por una curiosidad que ninguno de los dos mencionó. No puede ser… ¿Alice?

Nos detuvimos frente a las ventanas de la sala de música, tratando de no hacer ruido. Desde ahí, pudimos verla claramente. Alice Carter, sentada en una postura perfecta, con el violín apoyado en su hombro, tocando sin mirar partituras. El Lago de los Cisnes.

Mi primera reacción fue… enojo. ¿Por qué sigue haciendo esto después de clase? La música es un arma de doble filo. La pasión que ella siente por el violín, por las cuerdas, es admirable, pero también es peligrosa. Los artistas son los primeros en sucumbir bajo la presión, en ver cómo sus tonos se oscurecen. ¿Cómo puede Alice estar tan absorta, tan ensimismada, sin darse cuenta del riesgo que corre?

Mientras la miraba, no podía evitar sentir una mezcla de frustración y algo más que no quería nombrar. ¿Cómo puede alguien ser tan valiente e imprudente al mismo tiempo?

Kougami Shinya
Había perdido la noción del tiempo mientras estudiaba en la biblioteca. Cuando finalmente terminé mi sesión y levanté la vista, vi que casi todos se habían ido. Solo Ginoza quedaba, a unas mesas de distancia, inmerso en sus propios textos. Recogí mis cosas y salí, notando que Ginoza hacía lo mismo.

Caminamos en silencio hacia la salida, pero entonces, algo rompió la quietud. Un sonido claro, dulce y melancólico que llenó el aire como si lo reclamara para sí.

—¿Un violín? —murmuré, más para mí mismo que para Ginoza.

Ambos seguimos el sonido, casi como si fuera inevitable. Cuando llegamos a las ventanas de la sala de música, lo vimos. La vimos.

Alice estaba allí, sentada con el violín en la mano, tocando El Lago de los Cisnes como si fuera algo natural. Su expresión era tranquila, completamente entregada a la música, y sus dedos se movían con una precisión que parecía casi sobrenatural. No había partituras, no las necesitaba.

Me quedé inmóvil, observándola. Embelesado. Había algo en la forma en que tocaba, en cómo su cuerpo parecía sincronizarse con cada nota, que no podía apartar la mirada. Ella es increíble. Su talento, su pasión… todo lo que hace me recuerda por qué me siento atraído por ella.

Pero no era solo eso. Era la forma en que parecía desaparecer en su propio mundo, un lugar donde nada más importaba excepto la música. Quería estar en ese mundo, quería entenderlo, pero sabía que solo podía mirar desde afuera.

—Es increíble, ¿no? —dije, más para mí mismo que para Ginoza, que estaba a mi lado.

Miré de reojo y noté su expresión. No era admiración. Era algo más… enojo, tal vez. No podía entenderlo. ¿Cómo podía ver algo tan hermoso y no sentirse conmovido?

Alice Carter, perdida en la música. Y yo, perdido en ella.

Ginoza Nobuchika
Las notas fluyen con una precisión que parece casi inhumana, y Alice se convierte en el centro de ese universo que crea con su violín. Es tan ensimismada, tan desconectada del resto del mundo, que por un momento me quedo completamente inmóvil, simplemente observándola. Es imposible apartar la mirada de la escena.

Pero mientras más la veo, más me molesta. ¿Por qué tiene que hacerlo todo de esta manera? ¿Por qué se sumerge tan profundamente en algo que no solo la define, sino que podría destruirla? La música no es solo arte, es peligro. La pasión, el descontrol, son el camino más rápido para perderte, para caer en el abismo que el sistema no puede perdonar.

Sin darme cuenta, murmuro en voz baja:

—Es demasiado...

—Calla —dice Kougami en un susurro cortante, sin apartar los ojos de Alice.

Lo miro, sorprendido por su reacción, pero no digo nada. ¿Qué ve él en esto que yo no puedo?

Alice sigue tocando, y aunque quiero apartar la mirada, no puedo. Hay algo hipnótico en su interpretación, en la forma en que sus dedos se mueven con precisión sobre las cuerdas. Pero lo que más me molesta es la expresión en su rostro: no hay duda, no hay miedo, solo un amor absoluto por lo que está haciendo. Es imprudente. Es hermosa. Es irritante.

Y entonces cambia. Las notas clásicas dan paso a algo completamente diferente. Es un cover, un arreglo de rock, pero tocado con la misma destreza técnica. La misma Alice, pero otra al mismo tiempo.

Mi incomodidad crece.

—¿Ahora esto? —murmuro, sin poder evitarlo.

Kougami me lanza una mirada rápida, pero no dice nada esta vez. Tal vez está tan absorto como yo, aunque por razones diferentes.
Kougami Shinya

Alice sigue tocando el violín y por un momento, el mundo se detiene. Cada nota parece surgir directamente de ella, como si el violín fuera una extensión de su propio ser. Es impresionante. Su postura, su precisión, la forma en que cierra los ojos mientras toca, todo habla de alguien que está completamente en su elemento.

Me siento abrumado, no solo por la música, sino por lo que representa. Alice, tan tímida en el día a día, tan reservada y a veces torpe en sus interacciones, aquí se convierte en algo más. Es poderosa. Es arte.

Pero entonces escucho un murmullo, un comentario bajo que viene de Ginoza.

—Es demasiado...

—Calla —le digo sin mirarlo, mi tono más severo de lo que esperaba. No quiero que interrumpa esto.

Sigo observándola, maravillado por cómo se mueve con tanta gracia, por cómo su presencia llena la sala de música, aunque ella parezca completamente ajena a cualquier espectador. Una parte de mí quiere atravesar el vidrio, entrar y decirle lo increíble que es, lo que su música hace sentir. Pero no puedo. Si lo hago, tal vez se detenga.

Y entonces cambia la canción. Las notas clásicas se desvanecen, y en su lugar surge algo diferente, algo que no esperaba. Es un cover, un arreglo de rock que suena casi imposible en un violín, pero Alice lo hace funcionar. Es brillante.

La destreza técnica que demuestra es asombrosa. Sus dedos se mueven con una velocidad y precisión que parecen imposibles. Cada nota es perfecta, cada transición fluida, y me encuentro sonriendo sin darme cuenta.

Pero parece que solo yo lo disfruto.

—¿Ahora esto? —escucho a Ginoza murmurar con desdén.

Lo ignoro. No entiendo cómo puede molestarse con algo así. Tal vez es porque Ginoza no ve lo que yo veo. No ve la pasión, el talento, el coraje que hay en cada nota que Alice toca.

Sigo observándola, y siento que estoy aprendiendo algo nuevo sobre ella. Alice no solo toca música, ella es la música. Cada movimiento suyo, cada expresión, cada respiro, todo está conectado a lo que está tocando. Es como si, por unos minutos, hubiera encontrado un lugar donde todo tiene sentido, donde puede ser completamente ella misma.

Y yo no puedo apartar la mirada.
Alice Carter

Hace unos días, algo cambió. Tanto en la clase de música como en ballet, los profesores se dieron cuenta de algo que yo ya sabía desde el principio: no encajo en lo absoluto con los alumnos de primer año en las materias de arte. No es por arrogancia, pero tocar las escalas básicas una y otra vez o practicar pasos que aprendí hace años simplemente no funciona para mí. Es como intentar contener un río en una taza.

Hoy, después de las clases habituales, ambos profesores me llamaron aparte, uno tras otro.

—Alice, hemos decidido que pasarás a las clases de los estudiantes de tercer año —dijo el profesor de música, con una sonrisa que parecía genuinamente orgullosa.

La profesora de danza fue igual de directa.

—No tiene sentido que sigas aquí. Tu nivel es más avanzado, y te beneficiarás mucho más al practicar con los mayores.

Y así fue. Hoy tuve mi primera experiencia con los grupos avanzados, y debo decir que fue como respirar aire fresco. En música, tocamos piezas desafiantes, y aunque los estudiantes de tercer año tienen más experiencia en conjunto, no me sentí fuera de lugar. Finalmente, pude tocar algo que realmente me emocionaba, algo que me hacía sentir viva.

En ballet, el cambio fue aún más impactante. La coreografía era exigente, cada movimiento un desafío que me hacía concentrarme al máximo. Pero por primera vez en semanas, me sentí completamente cómoda. Era justo lo que necesitaba.

Cuando las clases terminaron, no pude contener mi emoción. Corrí hacia la salida, casi sin darme cuenta de que estaba buscando a Gino y Kougami. Tenía que contarles.

Los encontré cerca de los jardines, como siempre. Kougami estaba relajado, con esa calma que parece ser su marca registrada, mientras Ginoza estaba inmerso en sus propios pensamientos, probablemente repasando alguna estrategia para mantenernos a raya.

—¡Gino! ¡Kou! —grité, acercándome a toda velocidad.

Ambos levantaron la vista, sorprendidos por mi entusiasmo.

—¿Qué pasa, Carter? —preguntó Ginoza, con ese tono entre irritado y curioso que siempre usa conmigo.

—¡Me pasaron a las clases avanzadas! —dije, apenas capaz de contener mi sonrisa—. Tanto en música como en ballet. Ahora estoy con los de tercer año. ¡Es increíble!

Esperaba una reacción positiva, pero Ginoza frunció el ceño, cruzándose de brazos.

—¿Y eso por qué sería algo bueno? —murmuró, claramente disgustado.

—¿Cómo que por qué? —respondí, sin poder creerlo—. Porque finalmente estoy en un nivel que me desafía.

—O en un nivel que podría terminar colapsándote —dijo, su tono frío y cargado de preocupación mal disimulada.

Antes de que pudiera responderle, Kougami intervino, su voz tranquila pero firme.

—Alice, eso es genial. Si estás más cómoda y puedes avanzar, entonces es lo mejor para ti.

Miré a Kougami, agradecida por su apoyo. Él siempre entiende.

—Gracias, Kou —dije, sonriendo ampliamente.

Ginoza resopló, desviando la mirada, pero no pude evitar notar cómo su mandíbula se tensaba. ¿Por qué no podía simplemente alegrarse por mí?

—No te preocupes, Gino —dije, usando su mote solo para irritarlo un poco—. No voy a colapsar. Estoy más que lista para esto.

Ginoza murmuró algo ininteligible, pero no insistió más. Tal vez no lo diga en voz alta, pero creo que en el fondo también lo sabe.

Mientras caminábamos juntos hacia la salida, sentí una mezcla de emociones: gratitud por Kougami, confusión por Ginoza, y, sobre todo, emoción por lo que estaba por venir. Esto es solo el comienzo.

Kougami Shinya

Juntarnos en el patio después de clases se ha convertido en algo completamente diferente. Antes, simplemente hablábamos, nos sentábamos y discutíamos sobre cualquier cosa que se nos ocurriera. Pero desde que Alice comenzó con las clases avanzadas de música y ballet, la dinámica cambió.

Ahora, cada tarde es como presenciar una performance privada.

Alice llega al patio, pone la música en un auricular y, sin previo aviso, empieza a practicar. No le importa si estamos ahí o no, si alguien la está mirando o si tiene el uniforme de ballet todavía puesto. Ella solo se mueve. Su cuerpo fluye con la música como si no existiera nada más en el mundo.

Y la verdad… es impresionante.

Cada giro, cada salto, cada movimiento parece perfectamente calculado, pero al mismo tiempo, lleno de emoción. Es difícil no distraerse observándola. Hay algo en su dedicación, en la forma en que se entrega completamente a lo que está haciendo, que me deja sin palabras.

—¿Es necesario que lo haga aquí? —murmura Ginoza a mi lado, claramente irritado.

Lo miro de reojo y no puedo evitar sonreír. Su incomodidad es casi palpable.

—Es su forma de relajarse, Gino —respondo, encogiéndome de hombros.

Él cruza los brazos y resopla, su mirada fija en Alice, aunque intenta fingir desinterés.

—Relajarse… claro. Practicando como si estuviera en medio de una audición.

Sé que lo dice porque le molesta. Le molesta Alice, pero no porque lo irrite realmente. Creo que lo que realmente lo incomoda es cómo ella no tiene miedo de ser vista, de mostrar lo que siente a través de su arte. Es algo que Ginoza nunca haría, y tal vez eso lo frustra más de lo que quiere admitir.

Yo, por mi parte, no puedo apartar la mirada. Cada vez que Alice se mueve, es como si el mundo se ralentizara. Su concentración, su precisión, y esa pequeña sonrisa que a veces aparece en su rostro cuando logra un movimiento perfecto… todo me atrapa. Y me gusta que eso suceda.

—¿No crees que es impresionante? —le pregunto a Ginoza, sabiendo que probablemente recibiré una respuesta que no me va a gustar del todo.

Él no responde de inmediato. Su mirada sigue fija en Alice, y por un momento creo que va a admitirlo. Pero luego sacude la cabeza.

—No es el lugar ni el momento.

Alice, como si hubiera escuchado algo, se detiene un momento y se gira hacia nosotros, con una sonrisa traviesa.

—¿Molesto tu concentración, Gino? —pregunta, burlándose ligeramente mientras ajusta su auricular.

—Solo digo que no entiendo por qué necesitas practicar aquí. Hay salas preparadas para esto.

Alice se acerca un poco, con esa energía que siempre parece desafiar cualquier intento de mantenerla a raya.

—Porque aquí tengo espectadores —responde, girándose para hacer una pirueta ligera—. ¿Y qué mejor forma de mejorar que teniendo a mi crítico más exigente mirándome?

—No soy tu crítico —gruñe Ginoza, aunque claramente no puede evitar mirarla de nuevo mientras se mueve.

Yo me río suavemente, disfrutando del intercambio.

—No te preocupes, Gino. Si no quieres mirar, siempre puedes irte.

—No te pases, Kougami —responde, pero no se mueve.

Alice simplemente sonríe y vuelve a su práctica, dejando que la música la guíe una vez más. Y yo me quedo ahí, como siempre, admirando cada segundo.

Ginoza Nobuchika
Estoy intentando mantener la compostura, lo juro. Alice vuelve a girar, perfectamente sincronizada con la música que apenas puedo escuchar desde donde estoy sentado. La perfección de sus movimientos es casi irritante, porque ella sabe lo buena que es. Pero más allá de eso, sabe exactamente cómo llamar la atención de los demás, incluyéndome a mí.

Y luego lo dice, con esa dulce voz suya que siempre parece encontrar la forma de dejarme descolocado:

—Me gusta que me mires, Gino.

Levanto la mirada de inmediato, mi ceño fruncido al máximo.

—¿Qué? —pregunto, aunque claramente entendí lo que dijo.

Ella sonríe, una sonrisa cargada de algo que no logro identificar del todo. ¿Coqueteo? ¿Desafío? Probablemente ambas cosas.

—Lo que oíste —responde, con una ligera inclinación de la cabeza.

Antes de que pueda encontrar una respuesta adecuada, Kougami, sentado a un lado, decide intervenir.

—Yo también estoy mirando, Alice —dice, su tono casual pero cargado de algo más.

Alice, en pleno giro, se detiene por un segundo y le lanza un guiño descarado a Kougami antes de retomar su movimiento con la misma gracia de siempre.

La maldita Alice. Sabe exactamente lo que está haciendo.

Cierro los ojos por un segundo, tratando de calmarme, pero cuando los abro, allí está otra vez, moviéndose como si el mundo entero fuera su escenario.

— Sabes lo que estás haciendo ¿verdad? —le digo, mi tono más severo de lo que pretendía.

Alice se detiene por un momento, apoyando las manos en las caderas mientras me mira directamente, esa chispa traviesa brillando en sus ojos.

—Claro que lo sé, Gino —responde con una sonrisa que me hace sentir que estoy perdiendo en un juego que ni siquiera sabía que estaba jugando —Estoy bailando—

Kougami, por su parte, parece completamente tranquilo, incluso disfrutando de la situación.

—No le des el gusto, Ginoza. Alice siempre gana este tipo de juegos.

—No es un juego —respondo automáticamente, aunque no estoy tan seguro de eso.

Alice simplemente vuelve a girar, esta vez con una fluidez aún más impresionante, como si estuviera mostrándonos lo que es capaz de hacer, y a la vez… algo más.

Maldita sea. La maldita Alice Carter sabe exactamente lo que está haciendo. Y peor aún, parece que lo está haciendo para ambos.
Kougami Shinya
Carter siempre sabe lo que está haciendo. No hay casualidades con ella, no cuando se trata de capturar la atención de quienes la rodean. Y lo peor, o tal vez lo mejor, es que funciona. Conmigo siempre funciona, aunque no se lo demuestro abiertamente.

No puedo evitar sonreír. ¿Cómo no hacerlo? Su confianza, su habilidad para manejar la situación a su favor, todo eso me deja atrapado. Pero al mismo tiempo, siento una punzada extraña en el pecho. Sé que esto es un juego para ella, o al menos parece serlo. ¿Y yo? Yo estoy cayendo en él.

Luego está lo que le dijo a Ginoza. "Me gusta que me mires, Gino."

Por un segundo, me siento fuera de lugar, como si estuviera viendo algo que no debería. Pero eso no dura mucho, porque Alice no me deja pensar en ello demasiado. Su mirada, sus palabras, incluso sus movimientos, están calculados para impactarnos a ambos, para mantenernos en esta especie de danza invisible donde ella lleva el ritmo y nosotros simplemente la seguimos.

Y lo peor es que no me molesta.

Cuando Ginoza intenta desviar el tema, cuando se cruza de brazos y pone esa expresión de irritación característica, solo puedo observar a Alice con aún más intensidad. Ella sabe exactamente cómo provocarlo. Pero no se trata solo de Gino. Cada palabra, cada gesto, parece tener un significado oculto, algo que apunta directamente hacia mí, aunque no lo diga abiertamente.
Cuando me lanza ese guiño en medio de su giro, es como si el tiempo se detuviera por un segundo. Esa maldita Alice. Lo hace tan casualmente, con una elegancia que parece completamente natural, pero que estoy seguro planeó hasta el último detalle.

Esa mirada rápida después de su guiño, como para asegurarse de que la estoy viendo, como para confirmarme que, sí, esto también es para mí.

Mientras la observo girar de nuevo, siento que estoy en peligro. Peligro de qué, no lo sé. Pero hay algo en Alice que me atrae de una manera que no puedo explicar, algo que me hace querer estar más cerca, entenderla más, ser parte de su mundo.

Y lo más frustrante es que ella lo sabe. Alice Carter lo sabe todo. Sabe cómo me siento, sabe cómo nos hace sentir a Ginoza y a mí, y parece disfrutarlo.

¿Y yo? Estoy aquí, atrapado en este extraño magnetismo que no quiero, pero que no puedo rechazar. Porque ella es Ari. Y eso, al parecer, es suficiente para mantenerme completamente embelesado.