Kougami Shinya
Ginoza no estaba en la academia hoy. Fue extraño, porque Gino nunca falta. Si algo he aprendido en estas semanas es que es del tipo de persona que se obliga a cumplir con todo, sin importar las circunstancias.

Después de clases, Alice me sorprendió al anunciar que iba a la clase de Gino para pedir las tareas.

—¿De verdad? —pregunté, levantando una ceja—. ¿Por qué tanto esfuerzo?

—Porque soy su amiga, Kou —respondió con una sonrisa, como si fuera lo más obvio del mundo.

Alice consiguió las tareas y, sin siquiera consultarme, me tomo del brazo para que la acompañara a entregárselos.

—¿Por qué tengo que ir contigo? —le pregunté mientras caminábamos por las calles.

—Porque quiero tu compañía —respondió, guiñándome un ojo con esa energía despreocupada que nunca parece agotarse.

Caminamos juntos hacia la dirección que nos dieron. Mientras avanzábamos, el silencio entre nosotros se rompió, como siempre, por Alice.

—Entonces, Kougami… ¿qué piensas de Gino? —preguntó, su tono casual, pero con esa chispa de curiosidad que siempre parece esconder algo más.

—¿Qué quieres decir? —respondí, intentando no mostrar demasiado interés.

—Ya sabes. Ustedes son amigos, ¿no? —dijo, mirándome de reojo.

¿Amigos? No estoy seguro de cómo describir nuestra relación, pero antes de que pudiera responder, Alice continuó.

—Es interesante cómo funcionan estas cosas. Hasta donde entiendo, somos amigos. O quizás… ¿tú quieres algo más?

Me detuve por un segundo, sorprendido por su franqueza. ¿Qué clase de pregunta era esa?

—¿Qué estás diciendo, Alice? —respondí, tratando de mantener la calma.

Ella se encogió de hombros, su sonrisa despreocupada aún en su rostro.

—Solo pregunto. A veces parece que estás pensando en algo más cuando me miras.

No respondí de inmediato. ¿Cómo podía responder a eso sin delatarme? Alice siempre encuentra la manera de desarmarme, de sacarme de mi zona de confort, y esta vez no fue diferente.

Cuando finalmente llegamos a la dirección, me detuve, mirando el edificio frente a nosotros. Era pequeño, antiguo, y definitivamente mostraba signos de desgaste. Las paredes estaban descoloridas, y algunas ventanas parecían necesitar reparaciones urgentes. No era lo que esperaba.

—¿Ginoza vive aquí? —pregunté, más para mí mismo que para Alice.

Ella asintió, mirándome con una expresión que no supe leer del todo. Entonces tocó la puerta, y unos segundos después, una mujer mayor la abrió. Al parecer era la abuela de Ginoza.

—¿Sí? —preguntó con una voz amable pero cansada.

—Hola, venimos de la academia Nitto. Somos amigos de Ginoza Nobuchika. Trajimos las tareas de hoy —dijo Alice con una sonrisa, presentándose con una facilidad que siempre parece faltarme.

La abuela de Ginoza pareció sorprendida al principio, pero luego sonrió ampliamente.

—Oh, eso es tan amable de su parte. Nobu no pudo ir hoy porque tiene fiebre, pero se alegrará de saber que pensaron en él. Estoy contenta de que por fin tenga amigos.

Alice le devolvió la sonrisa, y por un segundo vi algo diferente en ella. Una calidez sincera que no siempre muestra tan fácilmente.

Después de despedirnos, nos alejamos en silencio por un rato. Finalmente, Alice rompió el silencio.

—No esperaba eso. ¿Tú sí? —preguntó, mirándome de reojo.

Negué con la cabeza, todavía procesando lo que habíamos visto. El lugar, la abuela, las palabras de ella sobre Gino. Todo encajaba de una manera que explicaba mucho sobre él, pero también dejaba muchas preguntas sin responder.
Estábamos caminando en silencio, pero mi mente seguía procesando todo lo que acababa de pasar: la conversación con la abuela de Ginoza, el estado precario del edificio donde vive, y las palabras que Alice había dicho antes, esas que aún resonaban en mi cabeza. "A veces parece que estás pensando en algo más cuando me miras."

Alice, como siempre, rompió el silencio de repente, con esa habilidad innata de hacer que cualquier cosa parezca casual.
—Oye, Kougami.
—¿Qué pasa? —respondí, fingiendo que no había estado absorto en mis propios pensamientos.

Ella me miró de reojo, con esa mezcla de sinceridad y picardía que siempre me descoloca.
—¿Me acompañas a mi casa?

Fruncí el ceño, más por costumbre que por verdadero desconcierto.
—¿Por qué tendría que hacer eso?

Ella se encogió de hombros, como si no acabara de hacer una observación importante.
—Porque siempre quieres acompañarme a todos lados. Lo he notado.

El aire pareció detenerse un segundo. Intenté mantenerme impasible, pero sentí cómo su comentario perforaba cualquier intento de disimulo.
—Eso no es cierto —repliqué, con un tono que incluso a mí me sonó poco convincente.

Alice se giró para mirarme mientras seguía caminando hacia atrás, su sonrisa tan ligera como afilada.
—Claro que sí. Siempre encuentras una excusa para estar cerca. Pero no me molesta, en realidad me gusta.

Me quedé en silencio, buscando algo que decir. Algo que pudiera salvar lo poco que quedaba de mi supuesta indiferencia. Pero no encontré nada. Ella siempre tiene esa capacidad de desarmarme con una sola frase.

Alice rió suavemente, como si disfrutara viéndome atrapado en mis propios pensamientos.
—Entonces, ¿vienes o no?

Suspiré, resignándome al inevitable desenlace.
—Está bien, te acompaño. Pero solo esta vez.

Ella me miró de reojo, sonriendo de manera que dejó claro que no me creía.
—Eso dices siempre.

Seguimos caminando juntos, el sonido de nuestros pasos llenando el silencio cómodo entre nosotros. Mientras avanzábamos, no pude evitar pensar que Alice tenía razón. Siempre buscaba estar cerca de ella, aunque intentara hacerme el desentendido. Y aunque nunca lo admitiría en voz alta, había algo en su compañía que hacía que el peso del mundo se sintiera más ligero, incluso cuando ella lo hacía más complicado.

Llegar a la mansión Carter luego de una larga caminata fue como entrar a otro mundo. Desde el portón hasta la entrada principal, todo era impresionante, casi irreal. Los jardines se extendían como un mar verde perfectamente cuidado, y la estructura en sí parecía sacada de una revista de arquitectura, con columnas, ventanales gigantes y un aire de opulencia que no se molestaba en disimular.

—¿Esta es tu casa? —pregunté, incapaz de ocultar mi asombro mientras Alice abría la puerta principal con una clave en el panel digital.

Ella se giró hacia mí con una sonrisa ligera.

—Sí, es un poco grande, ¿no?

Un poco grande era quedarse corto. Era inmensa. Mientras cruzábamos el umbral, me encontré rodeado de un espacio que parecía más un museo que un hogar. Los techos eran altísimos, las paredes estaban adornadas con obras de arte, y los suelos brillaban tanto que parecían espejos.

—¿Quieres pasar? Podemos comer algo —dijo Alice, como si esto fuera lo más normal del mundo.

La miré, dudando por un momento.

—¿Y tus padres? ¿A ellos no les molestaría que yo esté aquí?

Su expresión cambió ligeramente, y por un instante, pareció algo más seria, más introspectiva.

—No hay nadie a quien le pueda molestar —respondió, girándose para mirarme directamente—. Vivo sola aquí desde hace años.

¿Sola? Esa palabra resonó en mi cabeza mientras intentaba procesarla.

—¿Sola? —repetí, incrédulo.

Alice asintió, caminando hacia una de las salas mientras yo la seguía, todavía tratando de entender.

—Adam, mi padre, está en Dejima desde hace años. Apenas nos comunicamos. Y mi madre, Naomi, falleció hace ocho años. Así que… sí, solo yo y los miles de drones de servicio.

Su tono era tan casual, casi como si estuviera hablando de algo trivial, pero había algo en la forma en que lo dijo que me golpeó más fuerte de lo que esperaba.

—Eso suena… —empecé, pero no sabía cómo terminar la frase.

—¿Solitario? —preguntó ella, completando mis pensamientos con una sonrisa amarga. Se encogió de hombros antes de continuar—. Es lo que es. Me acostumbré.

Nos sentamos en una mesa que parecía demasiado grande para dos personas, y los drones rápidamente trajeron té y algunos pasteles. Observé la precisión con la que los sirvientes mecánicos trabajaban, sin cometer ni un solo error, pero todo esto solo hacía que el lugar se sintiera aún más vacío.

—¿Siempre fue así? —pregunté, mirándola directamente.

Alice asintió lentamente, revolviendo su té sin mucha atención.

—Siempre estudié en casa. Bueno, estudiaba, porque ahora estoy en Nitto.

Me quedé en silencio, procesando lo que acababa de decir. La princesa Carter, viviendo en esta mansión enorme, rodeada de lujo, pero completamente sola. No era difícil imaginar lo que eso significaba. Por mucho que lo negara, Alice había pasado años encerrada en una jaula dorada.

—Debe haber sido difícil —dije finalmente, mi voz más suave de lo que esperaba.

Ella me miró, sus ojos más tranquilos de lo habitual.

—A veces lo fue. Pero estoy aquí ahora, ¿no? Eso es lo que importa.

No supe qué responder. Lo único que podía hacer era observarla, admirar la fuerza que había detrás de su sonrisa.
Mientras tomaba un sorbo de té, no podía dejar de pensar en todo lo que Alice acababa de decirme. Vivir sola. Perder a su madre. Ser una niña encerrada en esta mansión gigante, rodeada de cosas, pero completamente aislada.

Mis ojos se desviaron hacia ella, y sin pensarlo, le pregunté:

—¿Por eso respondiste mal los exámenes? ¿Para huir de esta jaula dorada?

Alice levantó la mirada, sorprendida por la pregunta. Por un momento, pensé que no iba a responder, pero luego dejó la cuchara a un lado y me miró directamente.

—Tal vez. —Se encogió de hombros, como si fuera algo que no mereciera demasiada importancia—. Sabía que Nitto era mi única opción para salir de aquí, para hacer algo diferente. Pero tampoco quería destacar demasiado, porque ya sabes… siempre hay alguien diciendo que todo lo que hago es gracias a mi apellido.

Su tono era despreocupado, pero había algo en su expresión que decía lo contrario.

Me quedé en silencio, mirando el lujo que nos rodeaba. Pensé en todos esos idiotas en la academia que hablaban de Alice como si la conocieran, como si supieran quién era realmente. No tienen ni idea. Ninguno de ellos sabe lo que es vivir así, lo que significa tenerlo todo y no tener nada al mismo tiempo.

Mi mente volvió a Tomoyo. Mi madre, siempre ahí, en cada paso, apoyándome sin importar lo difícil que fuera nuestra vida. Ella lo es todo para mí. Y luego miré a Alice, sentada frente a mí, sonriendo de una manera que solo podía describir como valiente. Ella no tiene eso. Ella ha estado sola todo este tiempo, y aun así sigue adelante. Pero me mantuve en silencio.

Alice me miró, con una pequeña sonrisa que no alcanzó a sus ojos.

—No es tan grave, Kou —dijo, con un tono que parecía querer restarle importancia a todo—. Después de todo, ahora te tengo a ti y a Gino en mi vida. Ustedes me acompañan a partir de ahora, ¿no?

Sus palabras me tomaron por sorpresa. ¿Nosotros? ¿De verdad cree eso? Pero la forma en que lo dijo, con esa mezcla de esperanza y sinceridad, hizo que algo en mí se apretara.

—Claro que sí —respondí, con más firmeza de la que esperaba.

Alice rió suavemente, como si acabara de confirmar algo que ya sabía.

—Bueno, solo te advierto una cosa, Kougami Shinya —dijo, inclinándose un poco hacia mí, con esa chispa de diversión en los ojos que nunca parece desaparecer—Cuando me encariño con alguien, es difícil deshacerse de mí. Así que van a tener que lidiar con eso.

No pude evitar sonreír ante su comentario, aunque no estaba seguro de si era una advertencia o una promesa.

—¿De verdad crees que Ginoza va a lidiar con eso? —pregunté, medio bromeando, mientras apoyaba la espalda contra el respaldo de la silla.

Alice soltó una risa ligera, revolviendo su té con calma.

—Oh, Gino es un caso especial. Pero tengo fe en que se acostumbrará. Es terco, pero sé que, en el fondo, me soporta más de lo que quiere admitir.

—Esa es una palabra generosa —dije con una media sonrisa.

Alice se encogió de hombros, con una sonrisa traviesa.

—Bueno, no todo el mundo puede resistirse al encanto de Alice Carter. Tú deberías saberlo.

Solté una risa baja, negando con la cabeza. Ella siempre tiene algo que decir, algo que desarma cualquier argumento.

—Sabes que no siempre puedes librarte de las cosas bromeando ¿verdad? —le dije, intentando sonar más serio.

Ella dejó la cuchara a un lado y me miró, esta vez con una expresión más suave, más sincera.

—Lo sé, Kou. Pero a veces es más fácil así.

El silencio se instaló entre nosotros por un momento, pero no era incómodo. Era como si las palabras no fueran necesarias, como si ambos entendiéramos lo que estaba diciendo sin tener que decir más.

—¿Y qué hay de ti? —preguntó Alice de repente, inclinándose hacia adelante con interés—. ¿Qué haces para lidiar con todo?

La pregunta me tomó por sorpresa. Nunca me había planteado esa cuestión tan directamente.

—Supongo que me enfoco en lo que quiero lograr. Quiero ser profesor algún día, ya lo sabes. Y pienso en Tomoyo… en lo mucho que ha hecho por mí. Quiero que esté orgullosa.

Alice asintió lentamente, como si estuviera procesando mis palabras.

—Eso es admirable, Kougami. De verdad.

—¿Y tú? —le pregunté, devolviéndole la misma pregunta que me había lanzado.

Ella se quedó en silencio por un momento, mirando su taza de té como si buscara una respuesta en el reflejo del líquido oscuro.

—Antes no tenía un "cómo". Solo seguía adelante porque no había otra opción. Pero ahora… —levantó la mirada hacia mí, y sus ojos brillaron con algo que no pude descifrar del todo—. Ahora tengo algo más. Ustedes, Nitto, la música. Es como si todo estuviera empezando a encajar, poco a poco.

Poco a poco. Esa frase resonó en mi mente mientras la observaba. Alice Carter, siempre tan segura y llena de vida, pero con capas y capas que aún no había logrado comprender del todo.

—¿Y cuál es el plan? —pregunté, con una sonrisa ligera, intentando aligerar el ambiente.

Alice sonrió de vuelta, pero esta vez había algo más en su expresión, algo más cálido.

—El plan es seguir adelante. A mi manera, con mis reglas… y con ustedes a mi lado, por supuesto.

Su respuesta me dejó sin palabras por un momento. Porque, aunque no lo dijo directamente, había algo en su tono, en su mirada, que decía más de lo que las palabras podían transmitir. Alice estaba apostando por nosotros.

Y, sin saber exactamente por qué, me encontré sonriendo.

—Bueno, supongo que es un buen plan.

Alice dejó su taza en la mesa con un suave tintineo y me miró directamente, con esa mezcla de sinceridad y despreocupación que siempre parece definirla.

—Sabes, la música siempre ha sido lo más natural para mí. Es como… respirar. Pero quién sabe. Tal vez en la orientación vocacional de Sibyl termine eligiendo un trabajo de oficina.

Fruncí el ceño, confundido.

—¿Un trabajo de oficina? No.

Ella se encogió de hombros, como si no fuera algo importante.

—¿Por qué no? Quizás trabajar contigo o con Gino en el futuro no sería tan mala idea.

Solté una risa baja, intentando imaginarla en un cubículo, lidiando con papeleo y reuniones interminables.

—Alice, no te veo en una oficina. Serías el caos personificado.

Ella rió suavemente, llevándose una mano al mentón, como si realmente lo estuviera considerando.

—Eso depende. Tal vez me sorprenda a mí misma. Aunque… —hizo una pausa, inclinándose ligeramente hacia mí—. Si quisiera trabajar contigo o con Gino, tendría que adaptarme, ¿no?

—¿Adaptarte? —repetí, sin entender del todo.

Alice asintió con una sonrisa, esa que siempre parece esconder algo más.

—No veo a Gino como un artista, para ser honesta. Es demasiado rígido, demasiado serio. Así que, si quiero tenerlos cerca en el futuro, tendré que buscar algo más práctico.

La forma en que lo dijo me dejó pensando. "Tenernos cerca." Era una frase sencilla, pero había algo en su tono, algo en cómo lo decía, que me hizo sentir algo extraño.

—¿Y eso es lo que quieres? —pregunté, intentando mantener mi tono casual.

Ella me miró, y por un momento su sonrisa se suavizó, mostrándome una honestidad que no siempre deja ver.

—Tal vez sí. Me gusta tenerlos cerca. Es… diferente.

Diferente. Esa palabra flotó en el aire mientras la miraba. Alice Carter, la chica que parecía encajar en cualquier lugar y, al mismo tiempo, no encajar en ninguno, estaba hablando de adaptarse a nosotros. A Gino y a mí.

—Bueno —dije finalmente, intentando aligerar el ambiente—, si alguna vez terminas en una oficina conmigo, solo espero que no seas tú quien organice las reuniones.

Ella rió, esa risa ligera y despreocupada que siempre parece iluminar cualquier lugar.

—¿Por qué no? Sería divertido. Aunque no puedo prometer que llegues a tiempo a ninguna.

Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír. Porque, aunque no lo dijera en voz alta, la idea de tenerla cerca, de que esto no fuera algo pasajero, me gustaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Alice jugueteaba con su cuchara, moviéndola entre sus dedos mientras hablábamos. Había algo en su actitud que siempre me descolocaba: esa mezcla de ligereza y profundidad que parecía cambiar con cada palabra que decía.

En algún momento de la conversación, lo solté sin pensar demasiado:

—Sabes que juegas con Gino y conmigo, ¿verdad?

Alice levantó la vista, sorprendida, pero rápidamente su sorpresa se convirtió en una sonrisa, esa sonrisa que siempre parece tener un significado oculto.

—¿Jugar? ¿A qué te refieres?

La miré, intentando mantenerme firme, aunque no estaba seguro de cómo plantearlo.

—Me refiero a que… no sé, eres muy cercana con nosotros, de una manera que es… rara.

Ella apoyó el codo en la mesa, descansando su mentón en la mano, claramente disfrutando de mi incomodidad.

—¿Rara cómo? —preguntó, arqueando una ceja.

—Como que… —hice una pausa, buscando las palabras—. Como si nos estuvieras… seduciendo, de alguna manera.

El silencio se instaló entre nosotros por un momento. Alice me miró fijamente, como si estuviera evaluando cada palabra que acababa de decir.

—¿Eso es lo que crees? ¿Que los estoy seduciendo? —preguntó, con un tono más curioso que defensivo.

No supe qué responder de inmediato. Una parte de mí quería decir que sí, porque, ¿cómo no? Alice siempre tiene esa manera de desarmar a las personas, de mantenernos a Gino y a mí en una especie de constante incertidumbre. Pero otra parte de mí no quería admitirlo, no así, porque hacerlo implicaría algo más, algo que no estaba seguro de que estuviera listo para decir.

—No lo sé —respondí finalmente, intentando no sonar tan afectado—. Solo digo que es raro.

Alice se inclinó un poco hacia mí, esa chispa traviesa en sus ojos.

—Bueno, Kou… tal vez tengamos una amistad rara. Pero tú eres un buen amigo raro.

Sus palabras me golpearon de una manera que no esperaba. ¿Un buen amigo? ¿Eso era lo que yo era para ella? ¿Solo un amigo raro?

Decidí probar suerte, tantear el terreno sin ser demasiado obvio.

—¿Y eso es todo lo que soy para ti? —pregunté, intentando mantener mi tono ligero, pero sintiendo cómo mi corazón se aceleraba un poco.

Alice me miró, y por un momento pareció considerar su respuesta con más seriedad de la que esperaba. Finalmente, sonrió, esa sonrisa que siempre me deja sin saber qué pensar.

—¿Y qué más querrías ser, Kou?

Mi garganta se secó, y las palabras que quería decir no salieron. Alice volvió a recostarse en su silla, dándome un respiro, pero no pude evitar sentir que, de alguna manera, había perdido el control de la conversación.

¿Qué querría ser? La respuesta era clara en mi cabeza, pero todavía no estaba listo para decirla en voz alta. Y Alice, como siempre, sabía exactamente cómo mantenerme en ese limbo, justo donde parece quererme.

Pero los respiros cuando Alice quiere ser incisiva suelen ser breves.
Alice seguía mirándome, con esa expresión de curiosidad y burla que siempre logra desarmarme. La pregunta seguía en el aire, como si cada segundo que pasaba me retara a responder.

—¿Qué más querrías ser, Kou?

Tomé un respiro profundo, intentando organizar mis pensamientos, pero no fue fácil. Podía sentir su mirada fija en mí, esperando.

—No sé… —empecé, y me odié por lo inseguro que sonó—. Supongo que… algo más que solo un buen amigo raro.

Alice parpadeó, sorprendida por un segundo, pero luego sonrió, inclinándose hacia adelante con esa energía suya que siempre parece invadir todo a su alrededor.

—¿Algo más? ¿Qué clase de algo más?

¿Por qué siempre hace esto? Siempre tiene que dar la vuelta a las cosas, dejarme en evidencia. Pero esta vez no iba a retroceder, al menos no del todo.

—No sé, Alice —respondí, mirándola directamente—. Quizás algo que no sea solo raro.

Ella se quedó callada por un momento, y su sonrisa cambió. Ya no era esa sonrisa juguetona y traviesa. Era algo más suave, más real.

—¿Te molesta que lo sea? —preguntó, su tono más serio ahora.

Negué con la cabeza, aunque parte de mí sabía que no era del todo cierto.

—No me molesta. Solo que… a veces siento que no entiendo lo que estás pensando.

Alice se encogió de hombros, como si estuviera considerando mi respuesta.

—Tal vez no deberías intentar entenderlo todo. A veces las cosas solo… son.

Eso no me dejó satisfecho, pero sabía que presionarla más no iba a llevarme a ningún lado. Alice siempre tiene una manera de dar respuestas que no responden nada, pero al mismo tiempo lo dicen todo.

—Está bien —dije finalmente, intentando sonar más relajado—. Supongo que seré un buen amigo raro por ahora.

Alice sonrió, pero esta vez había algo en su mirada que no pude descifrar.

—Por ahora —repitió, casi en un susurro, y luego volvió a tomar su té como si nada hubiera pasado.

Alice dejó su taza sobre la mesa con un gesto suave, y me miró directamente, como si estuviera tratando de leerme.

—¿Por ahora? —repitió, alzando una ceja con una ligera sonrisa—. ¿Cuánto tiempo es "por ahora"?

Su pregunta era simple, pero me golpeó con más fuerza de la que esperaba. La forma en que me miraba, expectante, me hizo sentir como si estuviera en medio de un examen cuyos resultados no podía controlar.

Desvié la mirada por un momento, buscando las palabras adecuadas, pero en lugar de responderle, mi mente comenzó a divagar. Pensé en el sistema Sibyl, en cómo determinaba tantas cosas en nuestras vidas. Entre ellas, las relaciones. El examen de compatibilidad.

El proceso es voluntario, claro, pero en la sociedad de hoy, nadie se arriesga a ignorarlo. Sibyl analiza cada aspecto de tu vida, tus emociones, tu estabilidad, y decide quién es la pareja ideal para ti. Es un tabú estar con alguien sin ese visto bueno, sin la validación del sistema. Incluso si dos personas se aman, una relación sin compatibilidad aprobada por Sibyl está mal vista, es casi impensable.

Y yo… yo no quería eso con Alice.

Mientras la miraba, con su sonrisa ligera y sus ojos llenos de curiosidad, sabía que ella probablemente no pensaba en esas cosas. Alice siempre parece vivir un paso fuera de las normas, como si estuviera en su propio mundo. Pero yo no podía ignorarlo. Si alguna vez llegábamos a… algo más, no quería que fuera algo que la pusiera en una posición difícil. No quería que Alice tuviera una relación tabú conmigo. Quería hacer las cosas bien.

—Kougami —dijo, llamando mi atención de nuevo—. ¿Vas a responder o estás demasiado ocupado pensando?

La miré, tratando de mantenerme firme.

—Por ahora… significa que aún no tengo una respuesta —dije finalmente, dejando que las palabras salieran con cuidado.

Alice me estudió por un momento, inclinando la cabeza ligeramente como si tratara de decidir si estaba siendo honesto. Luego sonrió, esa sonrisa que siempre parece tener más capas de las que muestra.

—Está bien, Kou. Supongo que puedo esperar un poco más.

Su respuesta era simple, pero el alivio que sentí fue inesperado. Mientras ella volvía a beber su té, yo seguía pensando en todo lo que no le había dicho. La verdad es que quería esperar el examen de compatibilidad. Quería saber, con certeza, si Sibyl creía que Alice y yo éramos compatibles.

No porque no pudiera elegir estar con ella por mi cuenta, sino porque no quería cargarla con el estigma de una relación que la sociedad no aprobaría. Ella merece algo mejor que eso.

Alice volvió a mirarme, como si supiera que estaba pensando en algo más.

—Sabes, Kou, no siempre tienes que complicarte tanto. A veces las cosas solo… pasan.

Sonreí ligeramente, pero no dije nada. Porque, aunque ella no lo sabía, yo estaba haciendo lo contrario. Complicándome, precisamente porque ella me importa más de lo que debería.

Ginoza Nobuchika

Me siento como si un camión me hubiera atropellado. La fiebre no baja, y cada movimiento parece consumir el poco esfuerzo que me queda. Estoy tirado en la cama, con las sábanas revueltas y la cabeza pesada, cuando la puerta de mi habitación se abre suavemente.

—Nobu, te traje algo —dice la voz cálida de mi abuela, entrando con un cuaderno y varios papeles en las manos.

Levanto la cabeza apenas, curioso, aunque mi cuerpo protesta con cada movimiento.

—¿Qué es eso?

Ella se sienta al borde de la cama, colocando los papeles sobre la mesa junto a mí.

—Son tus deberes del día. Los trajo una linda joven junto con un muchacho. Tus amigos de la academia.

Mi mente tarda un segundo en procesar lo que acaba de decir. Alice y Kougami.

—¿Mis amigos? —repito, intentando sonar indiferente, pero mi voz traiciona mi sorpresa.

Mi abuela sonríe, asintiendo con satisfacción.

—Sí, vinieron a verte. Parecen preocuparse por ti. Estoy contenta de que tengas amigos, Nobuchika.

Las palabras me golpean más fuerte de lo que esperaba. Amigos.

No es que no entienda el concepto, pero no es una palabra que haya usado para describir a nadie en mucho tiempo. Y mucho menos para ellos.

—No era necesario que vinieran —murmuro, aunque en realidad no sé si lo digo para ella o para mí mismo.

Mi abuela no responde a mi tono seco, solo recoge un vaso vacío de la mesa y se va. Me deja solo con mis pensamientos, y por alguna razón, no es el alivio que esperaba.

Observo los papeles sobre la mesa. Alice y Kougami se tomaron la molestia de traerme esto. Kougami probablemente no pensó mucho en ello, lo hizo porque es lo que haría alguien como él. Pero Alice… Alice decidió que esto era importante. Alice decide cosas de manera unilateral.

Me dejo caer sobre la almohada y miro el techo, tratando de ordenar mi mente.

Esto es irritante.

Una parte de mí odia la idea de que hayan visto cómo vivo. Mi casa es pequeña, modesta, nada que se compare con la opulencia de la mansión Carter. Sé cómo funciona la gente. Si ya había rumores sobre mi apellido, ahora hay otro motivo más para que hablen. Y si hay algo que Alice hace sin darse cuenta, es atraer atención.

Pero, al mismo tiempo, hay algo más.

Alice y Kougami estuvieron aquí.

Me siento molesto con ellos, pero… también me cuesta ignorar la sensación de que, por primera vez en mucho tiempo, alguien se preocupó por mí sin un motivo oculto.

Exhalo despacio, tratando de sacarme esas ideas de la cabeza. Pero es inútil.

Alice Carter.

Desde el primer momento en que la vi, supe que era diferente. No solo por su apariencia —aunque destacaba como un faro en medio de la multitud—, sino por su actitud. Es segura, descarada, dice lo que quiere sin preocuparse demasiado por las consecuencias. Es lo contrario a mí.

Y eso me irrita. No porque sea insoportable, sino porque… es difícil de ignorar.

Cada vez que Alice se acerca, cada vez que me habla, siento que está traspasando una barrera que no quiero que cruce. Es incómodo. Es molesto. Y, sin embargo, no me alejo.

Eso es lo peor de todo.

Cierro los ojos con frustración. Debe ser la fiebre. No hay otra razón para que esté dejando que mi mente se enrede de esta manera.

Pero, incluso con los ojos cerrados, Alice sigue ahí.

Puedo verla con claridad, como si estuviera justo aquí. Su sonrisa ligera, la forma en que inclina la cabeza cuando quiere saber algo más de lo que digo. Su insistencia en hacerme parte de su mundo, incluso cuando no se lo permito.

¿Por qué hace eso? ¿Por qué insiste?

Y lo más inquietante… ¿Por qué no me molesta tanto como debería?

Cierro los puños con fuerza sobre las sábanas.

Esto es un desastre.

Alice Carter es un problema. Un problema que no pedí, que no quiero, pero que parece haberse instalado en mi vida de todas formas.

Pero la fiebre sigue alta, y la fatiga es más fuerte que mis pensamientos. Quizás, cuando despierte, esta sensación desaparezca.

Quizás.

Alice Carter

Me recuesto en la cama, mirando el techo, dejando que los pensamientos vayan y vengan como olas en una tormenta. Desde que llegué a Nitto, todo ha sido un torbellino: las clases, los murmullos de los demás, los desafíos que traen el día a día. Pero en el centro de todo eso están ellos.

Kougami y Ginoza.

Cierro los ojos, tratando de encontrar claridad, pero lo único que veo son sus rostros. Kougami con su sonrisa tranquila, sus palabras siempre amables, ese aire de alguien que siempre está ahí, dispuesto a apoyarme sin importar lo que pase. Y luego está Ginoza, con su constante seriedad, esa barrera que siempre parece levantar entre él y el mundo, pero a veces también entre él y yo.

Al principio pensé que todo esto era algo sencillo. Una conexión con Kougami, una amistad, tal vez algo más. Pero cuanto más tiempo paso con ellos, más me doy cuenta de que no hay un "él". Son ellos. Ambos.

Kougami me atrae de una manera que es difícil ignorar. Es fácil estar cerca de él, fácil reír y sentirme en paz. Con él, todo parece más ligero, más manejable. Pero entonces está Gino, y con él es todo lo contrario. Gino me desafía, me empuja, me frustra de maneras que nadie más lo hace.

Y eso también me atrae.

No sé cómo explicarlo. Con Kougami, siento que podría encontrar un lugar seguro, alguien que siempre estará ahí. Pero con Gino, siento que quiero romper todas las barreras que pone, destruirlas una por una hasta que no quede nada entre nosotros. Quiero verlo sin esas máscaras que siempre lleva, quiero que se deje ser él mismo, conmigo.

Abro los ojos, mirando la oscuridad de mi habitación.

¿Qué significa esto? ¿Es posible sentirse así por dos personas a la vez? Una parte de mí se siente culpable, como si estuviera traicionándolos de alguna manera, pero otra parte sabe que esto no es algo que pueda controlar. Simplemente está ahí, como una melodía que no puedo dejar de escuchar.

Pienso en Kougami, en la forma en que me mira cuando cree que no me doy cuenta. Hay algo en sus ojos grises, algo cálido y sincero, que siempre logra que mi corazón se acelere.

Y luego pienso en Ginoza, en su mirada intensa, como si siempre estuviera tratando de averiguar quién soy realmente. Esa intensidad suya me desarma, incluso cuando me irrita.

Suspiro, girándome en la cama. No sé cómo manejar esto, no sé qué significa realmente, pero lo que sí sé es que no quiero que nada cambie. Los quiero a ambos en mi vida, aunque no sé cómo encajamos juntos en todo esto.

Cierro los ojos otra vez, intentando calmar mi mente, pero un pensamiento se queda conmigo, uno que no puedo ignorar: No importa cuántas barreras Gino ponga entre nosotros, quiero destruirlas todas. Quiero que se dé cuenta de que no tiene que mantenerme alejada, que puede confiar en mí.

Y Kougami… bueno, con Kougami ya hay algo, algo que crece día a día.

Tal vez esté jugando un juego peligroso, tal vez esté soñando con algo que no tiene sentido. Pero en este momento, aquí, en la soledad de mi habitación, me doy cuenta de que los quiero a ambos, de maneras diferentes, pero igual de intensas.

Y eso me asusta. Y me emociona.

Porque no hay un "él". Son ellos.

Kougami Shinya

El camino de regreso desde la mansión Carter se sintió más largo de lo habitual. No porque realmente lo fuera, sino porque mi cabeza no dejaba de dar vueltas en torno a Alice.

He sentido atracción por otras chicas antes, claro. Pero esto… esto es diferente. No es solo que Alice sea bonita, aunque ignorarlo sería imposible. Es la forma en que se mueve por el mundo, como si existiera bajo sus propias reglas, desafiando sin esfuerzo lo que debería ser normal. Es segura de sí misma, pero al mismo tiempo, hay algo en ella que me hace pensar que está constantemente escapando de algo. Esa combinación me deja en un estado que no sé si me gusta.

Suspiré al entrar a casa y dejé mi mochila en el suelo. Tomoyo me esperaba en la sala, con su taza de té y un cuenco de frutas frescas en la mesa.

—Llegas tarde, Shinya —dijo con su tono habitual, pero en su mirada había curiosidad.

—Estaba… estudiando —respondí sin mucha convicción.

Tomoyo me miró con esa calma suya que lo dice todo sin decir nada. Peligro.

—¿Cómo se llama?

Me congelé.

—¿Qué?

Ella sonrió levemente, como si la respuesta ya estuviera escrita en mi frente.

—La chica —dijo, apoyando los codos sobre la mesa—. Tienes esa cara.

Suspiré. No había manera de ocultarlo.

—Alice —admití, sintiendo el peso de su nombre en mi lengua—. Alice Carter.

Tomoyo arqueó una ceja.

—¿La hija de Adam Carter?

Asentí, un poco incómodo. Claro que sabe quién es. Todo el mundo sabe quién es.

—Es complicada —añadí, como si eso pudiera resumirlo todo.

Tomoyo se rió suavemente y negó con la cabeza.

—Siempre eliges los caminos difíciles, Shinya.

Me senté frente a ella y pasé una mano por mi cabello, intentando ordenar mis pensamientos.

—Es diferente, mamá. Nunca he conocido a alguien como ella. Me hace pensar demasiado.

—Eso no suena tan malo —comentó, con esa voz serena que siempre tiene cuando quiere que me explique más.

Me encogí de hombros.

—No lo es… pero no sé qué hacer con eso.

Tomoyo me observó en silencio por un momento, luego sonrió.

—Cuando lo sepas, dime. Tal vez deberías presentármela algún día.

Parpadeé, sorprendido. No había pensado en eso antes, pero la idea no me resultaba absurda. De alguna forma, quería que Tomoyo la conociera.

—Quizás —respondí, sin comprometerme del todo.

Tomoyo sonrió con un brillo de complicidad en los ojos.

—Cuando lo hagas, avísame. Quiero conocer a la chica que te deja con esa cara.

No pude evitar reírme, aunque intenté disimularlo.

Después de hablar con Tomoyo, me recosté en mi cama, pero el sueño no llegaba. Alice. Su risa, su mirada desafiante, la forma en que me saca de mi ritmo sin siquiera intentarlo.

Me imaginé caminando con ella por la academia, sin preocuparnos por las miradas ajenas. No es que me importe lo que piensen los demás, pero con Alice, todo parece amplificarse. Siempre hay ruido a su alrededor.

Imaginé cómo sería traerla a casa. Que Tomoyo le sirviera té, que Alice hiciera uno de sus comentarios casuales pero afilados y que, de alguna forma, terminaran riendo juntas mientras yo las miraba sin saber cómo ocurrió.

La idea no me desagrada.

No puedo evitar pensar en cómo sería si Alice y yo fuéramos algo más. Pero Alice no es alguien a quien se pueda conquistar con frases bonitas o gestos genéricos. No sería fácil.

Y luego está el examen de compatibilidad de Sibyl.

No es que crea en el sistema como un oráculo del destino, pero sé que las relaciones que no están aprobadas por Sibyl… son problemáticas. No quiero que Alice tenga que cargar con eso.

Podemos tomar el examen cuando tengamos 20 años. Si lo hacemos, Sibyl nos dirá si estamos "destinados" a estar juntos. Si los resultados fueran negativos, no cambiaría lo que siento, pero… ¿qué pasaría con Alice?

¿Qué pasaría si dice que no somos compatibles?

Suspiré, girándome en la cama. No importa. Alice es Alice, y no es alguien a quien pueda simplemente olvidar.

Pero entonces, otro pensamiento me golpeó como un puñetazo en el estómago.

¿Y si Alice elige a Ginoza?

No es como si no lo hubiera notado. Alice se ha pegado a él, le ha decidido como su amigo, y aunque Ginoza pone barreras, Alice las derriba sin esfuerzo.

No es algo que debería molestarme. No tengo derecho a molestarme. Pero la idea de que Alice pudiera mirar a Ginoza de la forma en que me mira a mí…

Apreté los puños.

No odio a Ginoza. En realidad, hasta hace poco ni siquiera lo conocía bien. Pero no sé si podría soportar verlos juntos.

Lo peor es que, por mucho que me cueste admitirlo, Ginoza es el tipo de persona que Alice podría elegir.

Y si eso pasa… ¿qué haría?

Cerré los ojos con frustración.

No quiero a nadie más.

Tal vez esto no sea solo atracción. Alice significa más para mí de lo que pensé al principio. Pero Alice no es alguien a quien se pueda apresurar. Tendré que esperar.

Cuatro años hasta el examen de compatibilidad.

Cuatro años parecen una eternidad.

Pero si hay alguien por quien esperaría, sería ella.