Advertencia: En este capítulo hay interacción intensa entre dos personajes menores de edad, y una parte NSFW (que esta demarcada)

={NSFW}=


Kougami
El cuarto estaba en penumbra, apenas iluminada por la luz tenue de la ciudad filtrándose por la ventana. El ventilador giraba lentamente sobre el techo, llenando la habitación con un zumbido bajo, monótono. Mi cuerpo estaba cubierto de sudor frío, mi respiración era irregular y mi pulso aún retumbaba en mis sienes, fuerte, incontrolable. Tardé varios segundos en darme cuenta de que estaba despierto, de que la sensación ardiente en mi piel no era parte del sueño, sino una reacción física que no podía ignorar.

Soñé con Alice.

Y no de la forma en que cualquier otro chico de mi edad soñaría con una chica que le gusta. Fue demasiado real. Demasiado intenso. Demasiado visceral.

El calor en mi cuerpo no desaparecía. Mi pecho subía y bajaba con una agitación absurda, y mi piel aún ardía con la misma desesperación que había sentido en el sueño. Alice.

En la oscuridad de mi habitación, su imagen seguía allí, grabada en mi mente, como una marca imborrable, aunque intentara huir de ella. La vi. Completamente desnuda, completamente entregada, completamente mía.

Enredada entre mis sábanas, su cuerpo arqueándose bajo el mío, su piel brillante debido al sudor mientras se movía conmigo, sus labios entreabiertos dejando escapar los sonidos más jodidamente hermosos que jamás había escuchado en mi vida. Su voz no era la que usaba en la academia, ni cuando se burlaba de mí, ni cuando debatía con Ginoza sobre temas que no importaban. Era un tono bajo, quebrado, hecho de puro placer y necesidad.

—Shinya… por favor… más…

El sonido de su voz en mi cabeza me hizo apretar la mandíbula. Nunca la había escuchado decir mi nombre así. No de esa manera. No con esa desesperación. No con esa rendición absoluta que me hacía perder el control incluso en mis propios sueños.

En el sueño, Alice no estaba fingiendo control, no estaba midiendo sus palabras ni esperando que yo reaccionara. Era puro instinto. Era pura emoción, pura entrega, puro deseo, y yo era el dueño de ese deseo.

Mi boca estaba en su piel, recorriéndola, memorizándola, descubriéndola de maneras que nunca había pensado siquiera permitirme imaginar. Cada gemido, cada súplica, cada vez que su cuerpo temblaba contra el mío, hacían que mi mente se sumiera más en un abismo de necesidad insoportable.

Su cabello estaba desordenado, su piel marcada por mis manos, por mi boca, por cada lugar en el que mi cuerpo la había reclamado. Sus dedos se aferraban a mis hombros, a mi espalda, como si no pudiera soportar la idea de que me apartara ni un solo segundo.

—Más… Shinya, no te detengas…

El sonido de su voz en mi cabeza era como un disparo directo a mi sistema nervioso.

Abrí los ojos de golpe, mis músculos completamente rígidos, el corazón latiéndome en el pecho con una violencia absurda. No podía creer lo que acababa de soñar.

No con Alice. No con ella.

No con solo unos besos en la terraza.

Porque eso era lo que había pasado entre nosotros. Unos besos. Intensos, sí. Lo suficientemente reales como para que mi piel aún recordara la forma en que su boca se había movido contra la mía, la forma en que su aliento se había mezclado con el mío, el leve temblor de sus dedos cuando se aferró a mi camisa. Pero nada más.

Sin embargo, mi cuerpo reaccionaba como si la hubiera tenido de verdad.

Mi respiración seguía entrecortada, mis músculos tensos, mi piel febril. Desearla así no era posible, pero los sueños no pueden controlarse.

Me pasé una mano por la cara, cubriéndome los ojos por un momento, tratando de borrar la sensación, tratando de olvidar cómo se sentía tenerla debajo de mí, cómo se sentía que pronunciara mi nombre de esa manera, que me rogara por más con un tono que nunca antes había escuchado de ella.

Era jodidamente frustrante, porque esto nunca me había pasado antes.

Nunca me había interesado realmente ninguna chica. Había estado rodeado de ellas en la academia, en la secundaria, en cualquier otro espacio donde las interacciones eran inevitables, pero nunca me había sentido atraído por ninguna de esa manera. Nunca había querido tocar a alguien hasta perder la cabeza. Nunca había besado a nadie antes que a Alice.

Y ahora ella estaba en mi cabeza de una forma que no podía controlar.

Me levanté de la cama, incapaz de quedarme quieto, sintiendo cómo mi cuerpo todavía se resistía a despertar del todo. La habitación estaba en completo silencio, excepto por mi respiración agitada, por el sonido de mi propio pulso retumbando en mis oídos. Me apoyé contra el borde de la ventana, dejando que el frío del cristal me calmara, que me devolviera a la realidad.

Solo habían sido unos besos. Unos malditos besos.

Pero nunca había sentido nada como eso en toda mi vida.

No sabía si era porque Alice simplemente era diferente a cualquier otra persona que había conocido. No sabía si era porque mi piel ya había memorizado la presión de sus labios y mi mente simplemente lo había llevado al siguiente nivel. Pero lo único que tenía claro, lo único que no podía negar, era que esto no iba a desaparecer.

No después de lo que había sentido.

No después de haber probado algo que no estaba seguro de poder dejar ir.

Me pasé una mano por la nuca, exhalando con frustración. No podía verla mañana como si nada. No podía simplemente sentarme a su lado en el almuerzo, escucharla reír, verla debatir con Ginoza como si todo siguiera igual. Porque no era igual.

Porque ahora, cada vez que ella me mirara con esa expresión suya de quien siempre está esperando que yo reaccione, cada vez que su rodilla rozara la mía bajo la mesa sin que se apartara, cada vez que inclinara la cabeza y me llamara Kou con esa voz que solo ella tenía, iba a recordar este maldito sueño.

Y lo peor era que una parte de mí lo quería.

Una parte de mí quería saber si Alice se vería así en la realidad.

Si sonaría así.

Si su piel ardería igual contra la mía.

Si su aliento temblaría contra mi boca de la misma manera en que lo hizo en mi sueño.

Apreté los dientes y cerré los ojos. No. No podía permitirme pensar en eso. No podía permitirme querer algo que nunca debería haber deseado en primer lugar.

Pero cuando volví a la cama y traté de dormir, cuando el sueño finalmente me atrapó otra vez, Alice seguía ahí.

Y esta vez, no la detuve.


={Fin NSFW}=

Alice no tenía forma de saberlo. No podía saberlo, pero de alguna manera, lo sabía.

Desde el momento en que la vi aquella mañana, supe que algo no iba a estar bien. Me lo dijo la forma en que me miró, la forma en que sus labios se curvaron en una sonrisa apenas perceptible cuando me vio entrar al comedor, la forma en que inclinó la cabeza, justo un poco cuando la saludé como si nada hubiera pasado. Como si no hubiera pasado toda la noche soñando con ella de maneras que ni siquiera debería estar pensando ahora mismo.

No podía dejar que se notara. No podía permitirme que mis pensamientos se tradujeran en mi cuerpo, que mi lenguaje corporal la hiciera sospechar, que mis ojos me delataran. Pero Alice ya estaba viéndome diferente, y lo peor era que yo también la veía diferente ahora.

No podía verla sin recordar, no podía verla sin que mi mente completara lo que había empezado en mi sueño.

El día parecía haberse alineado para joderme. Ginoza estaba sumergido en sus notas, repasando con una intensidad absurda para los exámenes, lo que significaba que Alice y yo teníamos demasiado tiempo a solas.

La primera vez que lo noté fue en la biblioteca. Nos encontramos sin planearlo, como siempre, y terminamos sentados en la misma mesa sin decir demasiado. Alice hojeaba un libro de música, su mirada perdida entre las partituras mientras yo intentaba leer un texto de filosofía sin procesar una sola palabra. Mi cerebro no estaba ahí.

Estaba atrapado en la noche anterior, en la sensación de su piel contra la mía.

En la manera en que su voz me había rogado por más.

Alice no dijo nada al principio, solo pasó las páginas con un gesto tranquilo, pero después de unos minutos, dejó el libro sobre la mesa y me miró. Y supe en ese momento que no tenía salida.

—¿Estás bien, Kou?

Mi mandíbula se tensó.

—Sí. ¿Por qué no lo estaría?

Alice sonrió, como si mi respuesta hubiera sido exactamente lo que esperaba.

—No lo sé —murmuró, apoyando la barbilla en su mano—. Te ves… extraño hoy.

Era imposible que lo supiera. Era jodidamente imposible.

Pero la forma en que lo dijo, la forma en que su mirada se fijó en mí con ese brillo de curiosidad, hizo que mi cuerpo entero se tensara. Era como si estuviera jugando con algo sin darse cuenta, como si estuviera tanteando el terreno sin saber que lo estaba incendiando.

Cerré el libro sin leerlo, como si así pudiera recuperar el control de la situación.

—No sé de qué hablas.

Alice no pareció convencida.

—Oh, sí lo sabes.

No lo dijo con burla, no lo dijo con la intención de provocarme directamente, pero cada palabra suya me empujaba un poco más hacia el borde.

Decidí ignorarla, pero Alice no estaba dispuesta a dejarme escapar tan fácil.

A lo largo del día, no dejó de hacerlo.

Era como si el universo hubiera conspirado para que ella estuviera demasiado cerca de mí en todo momento. Caminamos juntos en los pasillos más de lo normal, nos sentamos uno al lado del otro en la cafetería, terminamos en la terraza oculta otra vez porque Alice no quería estar en los espacios abarrotados. Y cada vez que su cuerpo rozaba el mío, cada vez que se inclinaba un poco más de lo necesario cuando hablábamos, cada vez que su voz bajaba solo un poco más de lo usual, me sentía al borde de la locura.

Ella no sabía lo que hacía, pero mi cuerpo sí lo sabía.

Todavía recordaba el sueño, todavía recordaba la forma en que su piel había ardido contra la mía, la forma en que su boca había pronunciado mi nombre con desesperación. Y ahora estaba aquí, frente a mí, como si nada, como si no me estuviera empujando a un límite que ni siquiera ella entendía.

La peor parte fue cuando nos encontramos en la sala de música. Alice había olvidado un libro y yo había terminado pasando por ahí por casualidad, o eso me dije a mí mismo.

Cuando entré, estaba de espaldas a mí, revisando los estantes en busca de algo. Su cabello estaba recogido en una media coleta, su cuello expuesto bajo la luz cálida de la sala. Mi mente inmediatamente traicionó mi voluntad.

Vi su piel desnuda bajo mis labios. Sentí su cuerpo presionándose contra el mío.

Escuché su voz otra vez, jadeando, suplicando.

Cerré los ojos un segundo, intentando borrar la imagen, intentando recordar que nada de eso había pasado de verdad.

Alice pareció notar mi presencia, porque se giró con el libro en la mano y me miró con una sonrisa ligera.

—¿Me estabas buscando, Kou?

Era la primera vez que me llamaba así en todo el día.

No lo hacía siempre. Solo en momentos específicos, cuando quería que la escuchara de verdad.

Algo en mí se rompió un poco.

—No —mentí, pero mi voz sonó más áspera de lo que debería.

Alice se quedó mirándome un instante más, como si estuviera tratando de entender algo, como si estuviera esperando que yo reaccionara de una manera que aún no había decidido si quería ver o no.

No me acerqué más.

No lo hice, porque si lo hacía, no iba a detenerme esta vez.

Pero cuando se dio la vuelta para dejar el libro en su lugar, cuando su cuello quedó expuesto otra vez bajo la luz, cuando su perfume me envolvió de nuevo, supe que esto no iba a desaparecer.

El problema es que Alice siempre elige por los dos cuando ve que yo no lo haré.

Se movió hacia mí con la misma facilidad con la que lo hace todo, con esa naturalidad que me volvía loco porque parecía que nada le costaba esfuerzo, que nada la hacía dudar. Su mirada estaba fija en la mía, y en el momento exacto en que sus labios se separaron para hablar, supe que me iba a joder la cabeza aún más.

—Shinya…

No era la primera vez que me llamaba así. No era raro, no debería haber sido un problema.

Pero su tono fue el mismo que en mi sueño.

Y eso fue todo para mí.

Algo dentro de mí se rompió. No pensé. No me importó lo que iba a pasar después. No me importó nada.

Cuando la besé, no fue con duda ni con suavidad, no fue con la precaución de los otros besos que habíamos compartido. Fue con todo lo que había estado conteniendo hasta ese momento.

Alice jadeó contra mi boca, sorprendida por un segundo, pero no se apartó. Su cuerpo reaccionó antes que su mente, como si ella también hubiera estado esperando esto. Su espalda chocó contra la estantería detrás de ella, pero ni siquiera reaccionó porque ya estaba besándome de vuelta, con la misma intensidad con la que yo la había tomado.

Mis manos se cerraron sobre su cintura, mis dedos apretaron su piel sobre la tela de su uniforme sin ser capaz de detenerme. La necesitaba más cerca, la quería más cerca.

Alice dejó caer el libro que tenía en la mano, y el sonido sordo de las páginas golpeando el suelo apenas registró en mi cabeza porque su boca se movió contra la mía con una necesidad que me incendió por completo.

Sus labios estaban abiertos, su lengua rozó la mía con torpeza al principio, pero no me importó porque era Alice, y la estaba besando como siempre había querido besarla.

Cada vez que nos habíamos besado antes había sido un roce, un contacto breve, algo que había encendido chispas, pero esto era fuego. Su aliento se mezclaba con el mío, su piel estaba caliente, su pecho subía y bajaba con la misma respiración entrecortada que la mía.

Alice no estaba huyendo.

No estaba probando nada, no estaba jugando.

Estaba ahí, conmigo, pegada a mí, besándome como si me necesitara tanto como yo la necesitaba a ella.

Uno de mis brazos la rodeó por la cintura, la presión de mi cuerpo contra el suyo aumentando sin que pudiera evitarlo. Alice no protestó. Al contrario, sus dedos se enredaron en mi cabello, tirando apenas, y el leve dolor hizo que mi respiración se volviera aún más errática.

Cuando me separé, solo fue por necesidad de aire, pero no pude alejarme más que un par de milímetros.

Alice estaba jadeando, su pecho rozando el mío con cada respiración. Su mirada estaba nublada, su boca todavía húmeda, su rostro ligeramente sonrojado.

Pero seguía ahí, con la espalda apoyada contra la estantería, su respiración aún desordenada, su pecho subiendo y bajando contra el mío. Su boca estaba entreabierta, sus labios hinchados por la intensidad de nuestro beso, y su mirada seguía clavada en la mía, oscura, cargada de algo que ni ella ni yo queríamos nombrar todavía.

Mis dedos aún estaban firmes en su cintura, mis manos aferrándose a ella como si soltarla significara perder algo que no estaba listo para dejar ir. Era ridículo, porque Alice nunca había sido alguien que pudiera pertenecer a nadie, nunca había sido de las que se dejan atrapar. Pero en ese momento, ella no estaba huyendo.

—Kou… —susurró, su voz baja, apenas un aliento contra mis labios.

Cerré los ojos por un segundo, sintiendo cómo mi cuerpo reaccionaba de inmediato solo al sonido de mi nombre en su boca. No podía con esto.

No con su piel caliente contra la mía, no con su perfume envolviéndome, no con el hecho de que la acababa de besar como si la hubiera querido toda mi vida y ella me había besado de vuelta.

No con su maldita voz, llamándome así, en ese tono, como si me perteneciera de alguna forma.

Mi frente rozó la suya mientras intentaba recuperar el aliento, pero no lo hacía del todo porque mi cuerpo no quería alejarse.

—Dime que pare —susurré, mi voz ronca, mi autocontrol colgando de un hilo tan delgado que podía romperse en cualquier momento.

Alice no dijo nada.

Su mano subió hasta mi rostro, sus dedos apenas rozaron mi mandíbula, y ese contacto me jodió por completo. Porque no era un gesto provocador, no era un desafío, no era un juego. Era solo Alice tocándome, sintiéndome, descubriéndome como si tampoco pudiera creer lo que acababa de pasar.

No podía parar.

No quería parar.

Tomé su rostro entre mis manos y la besé otra vez, porque no había otra opción, porque todo en mi cuerpo lo exigía, porque después de haberla probado de esta manera no había marcha atrás.

Alice dejó escapar un suspiro contra mi boca y sentí cómo su cuerpo se amoldaba al mío, cómo su piel ardía contra mis manos, cómo su respiración se volvía más errática con cada segundo que pasaba pegada a mí.

Su beso era más desesperado ahora, más sin control, y sentí su mano enredarse en mi cabello de nuevo, tirando de él con un poco más de fuerza, como si tampoco pudiera detenerse.

Nos besábamos como si el mundo pudiera acabarse en este instante y no nos importara en lo absoluto.

Sus labios estaban abiertos para mí, su boca se movía contra la mía con una necesidad que me hacía perder la cabeza, y cuando su lengua rozó la mía otra vez, cuando su cuerpo se pegó más al mío como si quedara algún espacio que necesitara desaparecer, supe que estaba perdido.

No sé cuánto tiempo pasó antes de que la realidad nos alcanzara.

Solo sé que cuando finalmente nos detuvimos, cuando el aire fue demasiado necesario para seguir ignorándolo, Alice me miró con algo en los ojos que nunca había visto en ella antes. Todavía estaba pegada a mí, su cuerpo seguía caliente bajo mis manos, su respiración seguía desordenada, su boca todavía hinchada por mis besos…

La deseaba. La deseaba de una manera que no podía controlar, de una manera que jamás había experimentado antes con nadie. Y eso me aterraba, porque yo no era así.

No me dejo llevar por impulsos. No soy alguien que se lanza a algo sin pensar en las consecuencias. No me entrego a alguien sin saber si tenía un futuro con ella.

Pero Alice me estaba arrastrando hacia un lugar del que no podía escapar.

Mi cuerpo me pedía que siguiera, que la besara otra vez, que dejara que mis manos recorrieran cada centímetro de su piel, que la hiciera mía de la forma en que mi mente no dejaba de imaginar cada vez que cerraba los ojos. Pero mi cabeza me gritaba que, si no paraba ahora, no iba a poder hacerlo después.

Me alejé de golpe, mis manos soltándola como si me quemara, porque me estaba quemando. Su piel estaba demasiado caliente, su cercanía era demasiada y yo estaba perdiendo el control, lo que es inadmisible.

Alice parpadeó, todavía respirando rápido, con la confusión marcada en su rostro.

—¿Kou…?

No respondí de inmediato. No sabía cómo hacerlo sin arruinarlo todo.

Pasé una mano por mi rostro, intentando calmarme, intentando ignorar la forma en que mi cuerpo seguía exigiéndome que volviera a tocarla.

—No podemos seguir con esto.

Alice frunció el ceño.

—¿Qué?

La miré, mi corazón todavía latiendo con fuerza en mi pecho. No quería decirlo. No quería detenerme. No quería hacer esto. Pero tenía que hacerlo.

—No quiero que las cosas sean así.

Alice entrecerró los ojos, intentando entender. Pero no entendía.

—¿Así cómo?

Mi garganta estaba seca. Me sentía atrapado, atrapado entre lo que quería hacer y lo que sabía que debía hacer.

—Tenemos que esperar.

Alice me miró con incredulidad, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.

—¿Esperar qué?

Apreté los dientes, porque no había manera de decirlo sin que sonara ridículo.

—El examen de compatibilidad de Sibyl.

El silencio entre nosotros fue demasiado largo.

Alice me observó con el ceño fruncido, como si yo estuviera bromeando, pero no era una broma.

—¿Estás hablando en serio?

No respondí de inmediato porque estaba hablando en serio y la estaba cagando, todo al mismo tiempo.

Alice dio un paso atrás, cruzándose de brazos, sus labios todavía rojos, su respiración todavía irregular, pero ahora con una expresión que no sabía cómo interpretar.

—¿Estás diciéndome que… quieres esperar a que Sibyl nos diga si podemos estar juntos?

Asentí, sin decir nada más.

Porque sí, eso era exactamente lo que estaba diciendo.

Porque en esta sociedad, todo dependía de Sibyl.

Porque no podía permitirme estar con ella sin saber si el sistema nos aprobaría.

Porque Alice no podía cargar con la condena de estar con alguien a quien Sibyl no le permitiera amar.

Vi cómo sus ojos se oscurecían con algo que no era enojo, pero se sentía peor.

Alice no dijo nada al principio. Solo me miró con los labios entreabiertos, como si no pudiera procesar del todo lo que acababa de escuchar. Como si mi respuesta fuera algo que no había considerado, algo que no encajaba en su mente, en la manera en la que ella entendía las cosas. Sus ojos estaban oscuros, brillantes todavía por el calor de lo que habíamos compartido, pero esa luz se estaba apagando poco a poco, reemplazada por algo más frío. Algo que no quería ver en su expresión.

Su respiración seguía agitada, sus manos apretaban con fuerza los pliegues de su falda, como si necesitara aferrarse a algo que pudiera darle equilibrio. Por un instante, solo un segundo, pensé que tal vez no iba a insistir, que tal vez aceptaría lo que acababa de decirle y se alejaría sin más, como había hecho otras veces cuando decidía que algo ya no valía la pena. Pero Alice Carter no era de las que se rendían fácilmente. Nunca lo había sido.

—¿Quieres esperar porque crees que Sibyl nos emparejara? —su voz era baja, pero firme. No era una pregunta inocente. No era una duda sincera. Era una acusación.

No respondí de inmediato, porque sabía que cualquier palabra que dijera en este momento tendría peso. Ella no me iba a dejar escapar con una respuesta vaga. Quería que le dijera la verdad. Quería que admitiera lo que realmente estaba pensando.

—Quiero esperar porque es lo correcto.

Alice entrecerró los ojos, su mandíbula se tensó apenas. Sabía que no le gustaba lo que estaba escuchando.

—¿Lo correcto para quién, Shinya?

No aparté la mirada, aunque todo en mí quería hacerlo. No quería ver la decepción en sus ojos, no quería ver cómo ese fuego que siempre tenía cuando me miraba empezaba a desvanecerse poco a poco.

—Para los dos.

Alice dejó escapar una risa seca, sin humor.

—Para los dos —repitió, con una sonrisa irónica en los labios—. No me hagas reír, Kou. Sabes que esto no tiene nada que ver conmigo.

No me gustó el tono de su voz. No me gustó la forma en que me hizo sentir como si estuviera traicionándola de alguna manera, como si al decir esto estuviera eligiendo algo más sobre ella.

—No podemos seguir así. No es seguro. No es… correcto.

Alice cruzó los brazos sobre su pecho, sus ojos clavados en los míos como si intentara desarmarme con la mirada. Y lo estaba logrando.

—¿No es seguro porque te hago sentir demasiado, Shinya?

Tragué saliva.

—Sí.

La palabra salió antes de que pudiera detenerla, antes de que pudiera pensar en cómo sonaría, en cómo ella la interpretaría.

Alice respiró hondo y se pasó una mano por el cabello, sus dedos temblaban un poco, pero no era un gesto nervioso. Era furia contenida.

—Así que prefieres esperar a que Sibyl te asigne a la mujer perfecta, aunque no sea yo.

El golpe fue certero. Preciso. Letal.

Mi cuerpo entero se tensó. No porque fuera verdad, sino porque no lo era en absoluto.

—No quiero a nadie más.

Alice parpadeó. No esperaba que lo dijera de esa manera, no con tanta firmeza, no con esa maldita verdad desnuda que me golpeó incluso a mí cuando la dije en voz alta.

—Entonces ¿qué demonios estamos haciendo?

No tenía una respuesta para eso. No tenía una manera de explicarle que quería todo con ella, pero no de esta forma. Que sentir tanto por alguien sin tener la certeza de que el sistema lo aprobaría me aterraba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Respiré hondo y pasé una mano por mi rostro, sintiendo el peso de su mirada sobre mí.

—Alice…

Ella negó con la cabeza.

—No, dime la verdad, Kou. No quiero excusas. No quiero que me digas que es por mi bien cuando claramente no lo es. Quiero saber qué es lo que realmente estás pensando.

Apreté los dientes. No quería decirlo. No quería ponerlo en palabras porque hacerlo lo haría real. Pero ella estaba ahí, esperándome, exigiéndome que no fuera un cobarde con esto.

—Porque si Sibyl nos dice que no, entonces no hay nada que podamos hacer.

Alice no parpadeó.

—Eso no es cierto.

Me reí sin humor, mi frustración creciendo.

—¿No? ¿Y qué hacemos entonces, Ari? ¿Nos volvemos locos juntos? ¿Nos volvemos un escándalo? ¿Nos convertimos en esa pareja que todo el mundo mira con lástima porque no tiene futuro?

Alice abrió la boca para responder, pero la cerró de inmediato. Porque sabía que tenía razón.

—Esto no es solo sobre lo que siento. Es sobre lo que es posible en este mundo.

Alice me miró como si acabara de decir la peor estupidez que había escuchado en su vida.

—No me importa lo que sea posible, Kou.

Eso era exactamente lo que me preocupaba.

Porque a mí sí. A mí me importaba que no podía darle un futuro si Sibyl no nos aprobaba. Me importaba que, si el sistema decía que no, entonces todo esto se convertiría en una carga para ella. Me importaba que no sabía si podría soportar verla sufrir por algo que no podía cambiar.

Pero lo que más me importaba era que no podía imaginarme a nadie más en su lugar, porque ella era todo lo que quería. Y eso era el problema.

Si la tenía y luego la perdía, si nos hacíamos esto sin tener la certeza de que podíamos estar juntos en el futuro, ¿cómo carajo iba a seguir adelante después?

No podía decirle eso. No podía decirle que tenía miedo, que sentir tanto por ella sin tener un camino claro me aterrorizaba.

—Si esperamos hasta los veinte, lo sabremos.

Alice me miró con algo que no pude definir.

—¿Y si no quiero esperar?

Me dolió más de lo que esperaba.

—Entonces no sé qué hacer.

Alice suspiró y me miró con algo diferente esta vez. No era furia, no era dolor. Era algo más peligroso.

Era decepción, y eso fue lo que realmente me destrozó.

Alice

No podía creer lo que estaba escuchando.

Cada palabra que salía de su boca era un golpe directo a mi paciencia, a mi orgullo, a la forma en la que yo entendía lo que éramos. Shinya Kougami quería esperar. Quería detener esto, quería congelarlo en un punto muerto, en una incertidumbre ridícula que dependía de un sistema que yo no respetaba y que él no se atrevía a desafiar.

Quería que esperáramos a que Sibyl nos dijera si podíamos estar juntos.

Sentía el enojo subiendo por mi pecho, expandiéndose en cada rincón de mi cuerpo como una presión insoportable. Me dolía la mandíbula de tanto apretar los dientes, me ardían los ojos por el esfuerzo de contener lo que quería decir. No quería pelear con él. No quería gritar. No quería decir algo de lo que me arrepintiera.

Así que hice lo que nunca hago: respiré hondo y solté el aire despacio.

—Está bien.

Shinya parpadeó, como si no creyera lo que acababa de decir. Como si él mismo supiera que yo no era alguien que simplemente aceptara las cosas sin luchar.

No iba a darle una pelea. No esta vez.

No porque no la mereciera, no porque no quisiera gritarle que estaba siendo un idiota, no porque no quisiera empujarlo hasta que entendiera que lo que decía no tenía sentido. Sino porque lo entendía.

Él tenía miedo.

No era que no me quisiera. No era que no me deseara. Era que me quería tanto que no se atrevía a arriesgarse.

Pero yo no podía vivir así.

Shinya me miraba con una mezcla de confusión y precaución, como si estuviera esperando el momento en que explotara. No lo hice.

Di un paso atrás, acomodé mi ropa con un gesto rápido y le dediqué una sonrisa que no tenía nada de divertida.

—Hagámoslo a tu manera.

Su mandíbula se tensó. No le gustó cómo lo dije.

—Ari…

Levanté una mano, deteniéndolo antes de que pudiera decir algo más. No quería escucharlo.

—Solo hay una cosa que quiero que tengas clara, Kou.

El uso de su mote lo hizo parpadear otra vez. Bien.

No le iba a dar la satisfacción de verme rogar. No iba a hacer lo que hice con Ginoza, no iba a desgastarme esperando que otro hombre decidiera cuándo era el momento correcto para estar conmigo.

Me acerqué lo suficiente como para que pudiera ver que lo decía en serio, que no era una provocación, que esto no era un maldito juego.

—No te voy a esperar.

Pude ver la tensión en su cuello, en sus manos, en la forma en que apretó los puños. Pero no dijo nada.

—No sé esperar. No es parte de lo que soy. No es parte de mi naturaleza.

Me di la vuelta sin despedirme. No lo necesitaba. Ya había dicho todo lo que tenía que decir.

Él había tomado su decisión, y ahora, yo iba a tomar la mía.

Kougami

El sonido de sus pasos alejándose fue lo único que quedó en la sala de música. No intenté detenerla. No pude.

Alice se había ido con la misma facilidad con la que siempre lo hace cuando decide que algo ya no le interesa. Pero esta vez no era lo mismo. Esta vez no era una discusión insignificante, no era una pelea sin consecuencias.

Esta vez era ella dándome la espalda y diciendo que no me iba a esperar.

La sensación de vacío en mi pecho fue inmediata.

Mis manos aún estaban tensas, mis músculos rígidos, mi respiración todavía pesada por la intensidad de lo que acababa de pasar. Miré la puerta por la que se había ido, como si pudiera hacer que regresara solo con quererlo. Pero Alice no regresaba por nadie.

Ella nunca esperaba.

Solté una risa baja, sin humor, apoyando ambas manos en el borde del piano más cercano, dejando que el peso de mi cuerpo cayera sobre ellas. Joder.

Sabía que esto iba a pasar. Sabía que, si decía lo que dije, ella no iba a aceptarlo sin más. Pero, por un momento, había querido creer que lo entendería, que al menos intentaría verlo desde mi perspectiva.

Pero Alice no es así.

Alice no cree en esperar, en dudar, en pensar demasiado las cosas antes de hacerlas. Para ella, si algo es real, entonces se hace y ya. Y yo, como un jodido idiota, había decidido que eso no era suficiente para mí.

Cerré los ojos por un momento, intentando controlar la frustración que me carcomía desde dentro.

Porque no se trataba de no quererla. La quería más de lo que jamás había querido algo en mi vida.

Pero ese era el problema.

No podía permitirme sentir esto con alguien sin saber si tenía un futuro con ella. No podía arriesgarme a entregarle todo solo para que, cuando llegara el momento, el sistema nos dijera que no. No podía verla destruirse por algo que yo no podía controlar.

Porque si Sibyl decía que no éramos compatibles, entonces nada de esto iba a importar.

Nada de esto iba a ser suficiente.

Abrí los ojos, mirando el reflejo de mis propias manos sobre la superficie negra y pulida del piano. Seguían temblando.

Alice me había dejado atrás.

No la seguí porque sabía que, si lo hacía, no iba a poder detenerme otra vez.

No iba a poder mantener la distancia, no iba a poder repetir la misma estupidez de que esto tenía que esperar, que esto no era seguro. No iba a poder hacer nada más que tomarla entre mis brazos y besarla de nuevo hasta que olvidara por qué había tratado de detenerme en primer lugar.

Alice nunca me lo dijo, pero en mi interior sabía que había hecho exactamente lo mismo que Ginoza.

Me negué a admitirlo al principio, cuando ella me miró con una mezcla de incredulidad y decepción, pero ahora, con el silencio envolviéndome, era imposible ignorarlo. Ginoza también había cruzado una línea con ella, y luego había retrocedido. La dejó en un punto muerto. Se alejó cuando ya no pudo manejar lo que sentía.

Yo no era Ginoza, no tenía la misma forma de ver el mundo, no pensaba de la misma manera, pero en este instante habíamos terminado haciendo lo mismo.

Quizás con él nunca llegó tan lejos. Quizás con él nunca sintió lo mismo que sintió conmigo. Pero eso ya no importaba. Porque a los ojos de Alice, la había rechazado de la misma forma.

Me pasé una mano por el rostro, sintiendo la tensión en mis músculos, la presión detrás de mis ojos, el ardor en mi pecho que no podía ignorar. No se trataba solo de lo que acababa de pasar, se trataba de lo que probablemente iba a pasar después.

Si algo más se cruzaba en el camino de Alice, si encontraba otra persona que le hiciera sentir algo, no iba a detenerse solo porque yo no estaba listo.

Y aunque en este momento era imposible imaginarla con alguien más, sabía que lo más probable era que esa persona fuera Ginoza.

Porque una vez que él procesara lo que siente, una vez que dejara de luchar contra lo que Alice ya había despertado en él, iba a ser lo primero en lo que pensara.

Y yo iba a tener que verla con él.

El pensamiento me enloqueció de inmediato.

Sentí un ardor en mi estómago, una rabia irracional que no tenía a dónde dirigir. Porque yo era el único culpable. No podía enojarme con Alice. No podía enojarme con Ginoza por algo que todavía no había pasado pero que era cuestión de tiempo.

Podía verla, en un futuro no tan lejano, hablando con él de una manera diferente. Poniéndole la misma atención que me daba a mí, acercándose a él con esa naturalidad con la que se mueve en el mundo cuando ya ha decidido que algo le pertenece. Poniendo su mano en su brazo cuando se burla de él, inclinándose un poco más de lo necesario cuando habla, sonriéndole con esa sonrisa que a mí me había vuelto loco.

Podía verla besándolo.

Mi respiración se volvió más pesada, mis manos se apretaron en puños a los costados. No podía permitir que eso pasara.

No porque tuviera derecho a detenerla, no porque Alice fuera algo que pudiera reclamar, sino porque no podía verla con alguien más sin perder la cabeza.

Me quedé ahí, apoyado contra el piano, con las manos aún tensas, con los labios aun ardiendo, con el cuerpo todavía reaccionando a algo que ya no estaba. No la detuve. No la llamé. No intenté corregir lo que había dicho. Y ahora, me quedaba solo con el peso de mi propia decisión, con el eco de sus palabras golpeándome el pecho como una maldita sentencia.

No te voy a esperar.

Sabía lo que significaba. No era una amenaza, no era un chantaje. Era simplemente Alice siendo Alice, diciendo la verdad sin adornos, sin filtros, sin suavizar los bordes para que doliera menos. No me iba a esperar porque no podía hacerlo, porque su naturaleza no se lo permitía. Porque ella vivía en el ahora, en lo que era real, en lo que podía tocar, en lo que podía sentir. Y yo acababa de negarle todo eso. No porque no la quisiera. No porque no la deseara. Sino porque no podía permitirme perderla en un futuro que Sibyl podía decidir en un solo informe.

Pero mientras más intentaba convencerme de que esto era lo correcto, más claro se volvía lo que iba a pasar. Alice no iba a quedarse quieta, no iba a poner su vida en pausa solo porque yo no podía darle la certeza que necesitaba.

No era solo la lógica que me decía que el hecho de que Alice terminara con Ginoza era lo más probable. Era la forma en que él la miraba cuando creía que nadie lo notaba, la forma en que Alice lo llamaba "Gino" con la misma confianza con la que me decía "Kou".

Ginoza siempre estaba en competencia con el mundo. Con la sociedad, con sus propias expectativas, con cualquiera que pudiera superarlo. Yo lo veía cada vez que hablábamos de los exámenes, cada vez que se tensaba cuando Alice se le acercaba demasiado. Él se estaba conteniendo, igual que yo. Pero cuando dejara de hacerlo, cuando se diera cuenta de que la quería tanto como yo, no iba a esperar. Nadie razonable esperaría.

Alice tampoco esperaría.

Y cuando Ginoza decidiera que ya no podía mantenerse al margen, Alice se entregaría a él con la misma intensidad con la que había estado dispuesta a entregarse a mí. No lo haría para vengarse, no lo haría por despecho. Alice no piensa así. Lo haría porque lo desearía, porque cuando quiere algo lo toma, porque ella no es de las que frenan sus impulsos por miedo a lo que pueda pasar después. Y si Ginoza lo pedía, si se acercaba lo suficiente, si la besaba con la misma hambre con la que yo lo había hecho en la sala de música, Alice respondería. Y cuando lo hiciera, ya no habría vuelta atrás.

La imagen se instaló en mi cabeza con una nitidez insoportable. La vi con los labios entreabiertos, con la piel enrojecida, con su cuerpo presionado contra el de otro hombre que no era yo. Vi sus uñas hundiéndose en la espalda de Ginoza, su respiración entrecortada, la desesperación en su voz cuando susurrara su nombre, cuando le pidiera más, cuando se entregara sin miedo, sin dudas, sin detenerse a pensar si estaba bien o mal. Todo lo que yo había soñado con ella, todo lo que mi cuerpo había deseado, todo lo que había sentido en ese maldito sueño que todavía me atormentaba, todo eso iba a ser para alguien más.

El dolor fue inmediato. Un nudo apretado en mi estómago, una ira ciega que no tenía dirección porque no podía culpar a nadie más que a mí mismo. Nadie me había obligado a detenerme. Nadie me había forzado a rechazarla. Fui yo. Fui yo quien tomó la decisión de esperar, quien le dijo que esto no era seguro, quien la dejó marcharse cuando ella claramente no quería hacerlo. Fui yo quien le entregó la oportunidad a Ginoza en bandeja de plata.

Mi mandíbula se tensó, mis uñas se clavaron en mis palmas. Alice iba a estar con él. Lo sabía. Lo sentía como si ya estuviera pasando. Como si en este mismo instante ella pudiera estar buscándolo, diciéndole con la misma voz con la que me había llamado "Shinya" que no iba a esperarme, que quería vivir, que él podía darle lo que yo no me atreví a tomar. Y lo haría. Y cuando pasara, cuando ella se rindiera en los brazos de otro hombre, cuando lo besara, cuando lo dejara tocar su piel de la manera en que yo solo me había atrevido a imaginar, cuando él la tuviera completamente para él, yo tendría que quedarme ahí y aceptarlo.

Porque esto era lo que tenía que ser.

Porque esto era lo correcto.

Porque esto era lo que había elegido.

Y porque, aunque me arrancara el alma ver cómo Alice se entregaba a otro, aunque el solo pensamiento me hiciera querer destruir todo a mi alrededor, aunque el ardor en mi pecho me hiciera querer gritarle que no lo hiciera, que esperara, que yo la amaba, no podía decirle que se detuviera.

Porque yo no era suficiente.

Porque Sibyl todavía no me había dicho que podía serlo.

El resto del día transcurrió con una normalidad insoportable. Me moví entre clases, repasé apuntes, respondí preguntas cuando era necesario, pero todo lo hice en automático, sin realmente estar presente en nada. Mi cuerpo seguía funcionando porque debía hacerlo, pero mi mente seguía atrapada en lo que había pasado en la sala de música, en la forma en que Alice me miró cuando le dije que debíamos esperar, en la decepción silenciosa que cargaba su voz cuando me dijo que no lo iba a hacer.

Sabía que no la había perdido del todo, pero tampoco la tenía. Estaba en ese limbo extraño donde no podía tenerla, pero tampoco podía verla con nadie más sin sentir que me estaba rompiendo por dentro.

Y lo peor de todo era que sabía exactamente lo que había hecho.

Me mantuve al margen todo el día, sin intentar buscarla, sin permitir que mi instinto me llevara a donde ella estaba. Pero fue Alice quien me encontró primero.

Nos cruzamos en uno de los pasillos, entre clases, cuando el flujo de estudiantes comenzaba a dispersarse. La vi antes de que ella me viera, y por un instante pensé en seguir caminando, en fingir que no la había visto, en hacer lo que nunca había hecho con ella: evitarla.

Pero Alice nunca deja que me escape.

—Shinya.

Su voz fue tranquila, sin rastros de enojo ni desafío. Solo una constatación del hecho de que estaba ahí, frente a mí, y que hablar era inevitable.

Me detuve y la miré. Parecía la misma de siempre, pero no lo era.

Su postura seguía relajada, sus labios tenían una ligera curva que simulaba una sonrisa, pero sus ojos… sus ojos estaban apagados.

No estaba bien.

Me lo dijo la forma en que respiró hondo antes de hablar, la forma en que sus dedos se apretaron levemente alrededor del libro que tenía en la mano, como si necesitara aferrarse a algo tangible.

—Todo está bien, Kou.

No respondí de inmediato, porque sabía que no era cierto.

Sabía que Alice no estaba bien, que seguía molesta, que seguía decepcionada, que lo que había pasado entre nosotros todavía estaba pesándole en el pecho.

Pero me estaba diciendo que estaba bien.

—¿En serio? —pregunté, aunque ya conocía la respuesta.

Alice soltó una risa baja, sin humor, y asintió con un gesto lento, como si supiera exactamente lo que estaba pensando.

—Sí. Porque así tiene que ser.

Me quedé en silencio, mirándola, sintiendo cómo el peso de su tristeza se instalaba en mi estómago como una piedra.

Alice no era de las que ocultaban lo que sentían. Siempre decía lo que pensaba, siempre empujaba hasta que obtenía lo que quería. Pero esta vez no estaba luchando.

Esta vez se estaba rindiendo y eso fue peor que cualquier pelea.

Alice respiró hondo y se pasó una mano por el cabello, apartándolo de su rostro con un gesto mecánico.

—No tengo ganas de discutir, ni de darle vueltas a esto. Solo quiero que las cosas sean normales, ¿crees que podamos hacer eso?

Asentí sin pensar, porque sabía que era lo correcto.

—Sí.

Alice me observó por un momento más, como si estuviera decidiendo si confiar en mi respuesta o no. Finalmente, inclinó levemente la cabeza y suspiró.

—Voy a intentar coincidir con tus tiempos, Shinya. Si es que realmente te importa que lo haga.

La miré fijamente, sintiendo cómo sus palabras me golpeaban en el lugar exacto donde más dolía.

No estaba diciendo que me iba a esperar. Porque Alice no esperaba. Nunca lo hacía. No podía hacerlo.

Pero estaba dispuesta a intentarlo.

A su manera, a su ritmo.

Y eso me hizo sentir peor.

Porque sabía que no debía ilusionarme.

Ella no iba a esperar por una promesa incierta.

—Me importa —dije, mi voz más grave de lo que esperaba.

Alice asintió lentamente.

—Bien.

No dijo nada más.

No me abrazó, no intentó tocarme, no buscó un roce casual como siempre hacía cuando quería empujarme un poco más allá de mis límites, porque ya no estaba empujando nada.

Porque ya no había más barreras que romper.

Se despidió con un movimiento ligero de la mano y siguió caminando por el pasillo, dejándome ahí, parado, intentando entender lo que me pasaba.

Porque ahora entendía que Alice me había dado lo mejor que podía darme en este momento.

Y yo no podía darle nada a cambio.

Ella iba a seguir con su vida, iba a seguir siendo ella, iba a seguir buscando, sintiendo, moviéndose sin frenos. Y si en algún momento decidía que ya no quería intentar coincidir con mis tiempos, si en algún momento encontraba algo más, entonces no podía detenerla.

No podía retenerla, ni podía reclamarle. Lo había dicho con certeza. Con la misma certeza con la que había decidido acercarse a mí en la sala de música, con la misma con la que se había entregado a mis besos sin miedo, sin dudas, sin contener nada de lo que sentía. Y yo, en lugar de sostenerla, en lugar de tomar lo que ella ya estaba dispuesta a darme, le había pedido que esperara por un futuro incierto.

Porque yo elegí esto, porque es lo correcto.

Porque, aunque lo que Alice me hacía sentir era tan devastador que me podía enloquecer, aunque cada parte de mi cuerpo la quería con una desesperación que nunca había sentido por nadie más, aunque no podía imaginar estar con otra persona, aunque sabía que nunca iba a amar a nadie como la amaba a ella, no podía tomarla ahora. No podía tocarla sabiendo que en unos años Sibyl podía dictar que lo nuestro no tenía futuro, que todo lo que sentíamos sería inútil porque el sistema nos lo negaría. No podía permitirme vivir con esa posibilidad, con la idea de que podría construir algo con ella solo para que más adelante nos fuera arrebatado. Alice no era alguien que pudiera conformarse con algo a medias. Si me entregaba a ella ahora, no iba a ser solo por un momento, no iba a ser algo pasajero, no iba a ser una simple experiencia sin consecuencias. Sería todo. Y yo no podía darle todo sin saber si podría sostenerlo hasta el final.

Porque si lo hacía, nos destruiríamos.

Así que tenía que dejar que los años pasaran.

Tenía que dejar que el tiempo hiciera lo que yo no podía hacer.

Porque lo único peor que perderla ahora, sería perderla para siempre.

Y, aun así, sabía que no importaba cuánto tiempo pasara, nunca iba a querer a otra persona como la quería a ella. Nunca iba a sentir por alguien más lo que sentía cada vez que Alice me miraba con esos ojos que parecían desarmarme por completo, nunca iba a desear otra boca como deseaba la suya, nunca iba a sentir en mi piel lo que sentí cuando ella se aferró a mí como si yo fuera lo único que importaba en el mundo. Lo que había sentido con Alice no podía compararse a nada, no podía ser reemplazado. No podía imaginarme besando a otra mujer, tocando otro cuerpo, susurrando otro nombre en la oscuridad. No quería a otra.

Porque Alice era la única persona que había logrado hacerme sentir vivo de una forma que nadie más podría.

Porque después de haber probado el fuego que ardía en su piel, después de haber sentido cómo su aliento temblaba contra el mío, después de haber visto la forma en que su cuerpo respondía al mío sin reservas, sin miedo, sabía que no había nadie más.

Porque, aunque mi razón me decía que debía esperar, que lo correcto era no arriesgarme, que debía aguantar el deseo de tenerla hasta que el tiempo nos diera una respuesta, mi cuerpo, mi alma, todo en mí sabía que Alice Carter era la única mujer que podía desarmarme de esta manera.

Y saber que ella no iba a esperar, saber que podía perderla antes de siquiera haberla tenido, saber que otra persona podría tomar lo que yo me había negado a tomar, saber que otro hombre podría estar en el lugar que yo rechazaba, besándola, tocándola, haciendo con ella lo que yo tanto deseaba, saber que Alice podría entregarse a alguien más como ya había estado dispuesta a entregarse a mí, era lo que realmente iba a matarme.

Pero esto era lo que tenía que ser.

Porque si ahora no la dejaba ir, si me rendía a todo lo que sentía sin pensar en lo que podría pasar después, solo estábamos caminando directo al desastre. Y no podía hacerle eso. No podía atarla a algo que tal vez no tendría futuro. No podía dejar que Alice apostara su vida a una posibilidad que Sibyl podía aplastar sin dudar. No podía arriesgarme a ser el hombre que la hiciera sufrir solo porque no tuve la paciencia de esperar.

Así que tenía que aguantar. Tenía que fingir que podía vivir con esto, que podía verla todos los días sin querer tomarla entre mis brazos, sin querer besarla hasta que olvidara cualquier duda, sin querer hacerla mía de todas las formas posibles. Porque, aunque mi alma ya le pertenecía, aunque mi piel recordaba su tacto, aunque mis sueños estaban llenos de ella, no podía reclamarla todavía.

Porque Alice Carter no era una mujer que se pudiera poseer sin consecuencias.

Porque una vez que la tuviera, no habría marcha atrás.

Y yo, maldita sea, la quería para siempre.

Ginoza

Mañana es el primer examen, y esos dos idiotas no están estudiando.

Repasé mis notas por tercera vez, reorganizando mentalmente cada punto clave de la materia, asegurándome de que no se me escapara nada. Matemáticas, ciencias, lenguaje. No podía darme el lujo de cometer errores, no esta vez. Tenía que ganarle a Kougami. Tenía que demostrarme a mí mismo que todo el esfuerzo valía la pena, que no importaba lo talentoso que fuera, yo podía ser mejor. Pero para eso, necesitaba estudiar.

Y Kougami, por lo visto, no.

Suspiré con frustración, pasando una mano por mi rostro. No es que me sorprendiera. Kougami no es del tipo que se sienta a repasar hasta el cansancio, su talento natural siempre le ha permitido jugar con ventaja. Pero no podía evitar preguntarme dónde carajos estaría ahora, cuando debería estar aquí, preparándose para la maldita prueba.

Y Alice…

Alice tampoco estaba.

Cerré mi cuaderno con más fuerza de la necesaria, intentando ignorar la punzada de irritación que me recorrió la espalda. Sabía perfectamente dónde estaba Kougami. No necesitaba verlo para saber que, donde quiera que estuviera, Alice estaba con él.

Normalmente, eso me molestaría. Normalmente, la idea de Alice y Kougami pasando tiempo a solas me haría sentir esa incomodidad asfixiante que nunca termino de aceptar del todo. Pero hoy, no. Hoy, si Alice estaba distrayendo a Kougami, tal vez era algo bueno.

Tal vez, por primera vez, Alice podía ser la razón por la que Kougami no estuviera en su mejor nivel. Porque esta vez, yo tenía que ganarle.

No era solo una cuestión de orgullo. Era una competencia implícita en todo lo que éramos. En los estudios, en los entrenamientos, en las discusiones, en la manera en que nos movíamos por la academia como si siempre estuviéramos midiendo quién daba el siguiente paso primero. Siempre había sido así. Y esta vez no iba a ser diferente.

Excepto que ahora, Alice también estaba en juego.

No porque ella fuera un premio, porque no lo era. Pero porque ella lo sabía. Sabía que había algo entre Kougami y yo que iba más allá de los exámenes, que la competencia no terminaba en las calificaciones, que nosotros dos estábamos destinados a enfrentarnos en todo lo que importaba.

Y Alice, maldita sea, Alice ya era mía primero.

Fui yo quien la besó primero.

Fui yo quien la vio antes que nadie, quien cayó en su órbita sin entenderlo del todo, quien la alejó cuando más la quería, quien tuvo que tragarse su propio orgullo y admitir que el beso no había sido nada porque temía lo que significaba.

Y fui yo quien tuvo que recuperarla después.

Alice desapareció de Nitto durante una semana por mi culpa, porque la besé y luego le dije que no significaba nada. Porque fui demasiado cobarde para aceptar que sí significaba algo.

Y cuando volví a verla, cuando le hablé, cuando intenté acercarme otra vez, ella no me dejó hacerlo hasta que se lo dije en voz alta.

Que no había sido solo un beso.

Que ella me gustaba.

Que no podía perderla.

Alice había aceptado todo eso con su sonrisa ligera, con esa expresión de "ya lo sabía, pero me alegra que lo admitas", con esa facilidad con la que siempre se mueve en el mundo, como si nada realmente pudiera alcanzarla.

Pero yo sabía la verdad, Alice me esperó.

Tal vez no lo diría en voz alta, tal vez fingiría que no, pero cuando desapareció por una semana, cuando regresó y me ignoró con precisión quirúrgica, fue porque la lastimé.

Y ahora que la tenía de vuelta, ahora que el camino entre nosotros estaba completamente allanado, no iba a dudar otra vez.

Porque Kougami podía ser mi amigo, pero también era mi rival en todo.

Y aunque no sabía qué había entre ellos, aunque Alice no hablaba de él con la misma intensidad con la que lo hacía de mí, sabía que no podía darme el lujo de quedarme quieto.

Después de los exámenes, voy a avanzar, hacia algún sitio, no importa bien adónde.

Pero voy a hacerlo antes de que Kougami lo haga.