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REVENGE
~Capítulo 31
Al entrar, Mimi vio a su hermano Ryo recostado en su cama, con su smartphone en la mano. Al parecer atendía una llamada.
—Sí estoy mejor...¡De verdad! Mucho mejor...—Musitó el oji-azul—Sí, solo siento una molestia...Sí, es grave, pero no morí al menos...¡Tenemos Ryo para mucho más! Aun no cumplimos nuestra meta de ser millonarios...¡Tranquila!—El bajó la mirada—Intentaré mantener la calma, y también intentaré ser prudente con Rika...—Alzó la mirada— ¡Sí lo prometo!...Bueno, muchas gracias por llamar, me hace feliz saber que aun se acuerdan de mi...Nos hablamos luego. Adiós.
Fue así como colgó la llamada.
—Koushiro, Mimi.—Musitó Ryo con una sonrisa.
—Hola Ryo.—Respondió el pelirrojo.
—Disculpa...—Habló la castaña— No quise molestar tu conversación.
—No molestan.—Declaró el oji-azul.
Mimi depositó su mano en el hombro de su hermano: —¿Con quién hablabas?
—Con unos amigos...—Respondió Ryo.
—¿Amigos?—Preguntó la oji-miel.
El Akiyama asintió.
—¿Los chicos de la banda?
Ryo negó: —Otros. Pero no lo conoces.
La habitación del hospital estaba en penumbra, con las cortinas apenas entreabiertas dejando pasar un tenue rayo de luz. El suave pitido de las máquinas marcaba el ritmo constante de los latidos de Ryo, un recordatorio de su delicada situación. Mimi entró en silencio, su presencia iluminando el espacio con una calidez que Ryo reconoció al instante.
Cuando la vio, sus ojos se iluminaron y una sonrisa sincera apareció en su rostro.
—Mimi... —susurró, sorprendido. —No esperaba verte tan pronto.
Mimi se acercó con rapidez y, sin decir nada, lo abrazó con fuerza, como si quisiera transmitirle todo su apoyo en un solo gesto. Ryo correspondió al abrazo con menos energía, pero la emoción en sus ojos hablaba más fuerte que cualquier movimiento.
—¿Cómo no iba a venir? —le dijo Mimi, con un tono cálido pero cargado de algo que parecía tristeza. Se separó lentamente, dejando sus manos sobre los hombros de Ryo mientras lo miraba fijamente. —Ahora que sabes la verdad, debo aprovechar cada minuto contigo...—Besó su mejilla.
—Pero ¿no levantará sospechas?
La castaña suspiró: —Lamentablemente puede.—Declaró— Pero no podía estar sin verte.—Habló— Al menos una última vez... antes de irme.
Ryo frunció el ceño, su expresión cambiando de alegría a confusión.
—¿Irte? —preguntó, desconcertado. Su mirada pasó de Mimi a Koushiro, quien estaba parado en un rincón de la habitación, con los brazos cruzados y una expresión seria.
Mimi y Koushiro intercambiaron una mirada silenciosa, casi como si estuvieran decidiendo cómo proceder. Finalmente, fue Koushiro quien rompió el silencio.
—Mimi debe viajar —informó con tono neutro, aunque sus ojos traicionaban cierta preocupación.
Ryo giró la cabeza hacia Mimi, buscando una explicación.
—¿Por qué? —insistió, su voz un poco más firme.
De nuevo, Mimi y Koushiro compartieron una mirada, esta vez más prolongada. Mimi suspiró, sabiendo que no podía esquivar la pregunta. Se sentó en la silla junto a la cama de Ryo, tomó su mano con delicadeza y comenzó a hablar.
—Ryo... estoy trabajando para la empresa de Yamato Ishida. —La confesión salió con cautela, pero sin vacilación. El rostro de Ryo mostró una mezcla de sorpresa y algo de indignación.
—¿Qué? ¿Eso es lo nuevo? —preguntó, claramente confundido.
Mimi negó con la cabeza suavemente, apretando un poco más la mano de Ryo.
—¿Recuerdas una de las razones por las cuales fui acusada en el pasado?—Preguntó— Mejor dicho, la razón por la cual Hiroaki y Toshiko se enseñorearon contra nosotros.
—Porque eran pobretones.—Declaró el oji-azul.
—Pues...—Suspiró la castaña— Sí.—Habló— Una de esas era la razón. Pero también había otra razón...por la cual también...involucraron a Koushiro.
Ryo hizo una mueca al recordarlo: —¿Te refieres a...—Habló— Esos negocios?
Mimi asintió.
—¿Qué tiene que ver con este viaje?
La castaña suspiró.
—Verás. No estoy ahí por voluntad propia. Me involucré porque quiero detener los negocios sucios de la familia Ishida. —Hizo una pausa, dejando que Ryo asimilara la información antes de continuar. —Para lograrlo, necesito que confíen en mí, que me vean como alguien de su lado. Por eso acepté este trabajo, y por eso hoy tengo que irme. Es un viaje de negocios para verificar que un trato con un empresario italiano, Rentaro, sea legal.
Ryo la miró fijamente, sus ojos buscando alguna señal de duda o mentira, pero no encontró nada más que sinceridad en los de Mimi.
—¡Un minuto! ¿Nuevamente quieres involucrarte en ese problema?
Mimi suspiró: —No me queda de otra.—Declaró—Los Ishida y Toshiko no solo han arruinado mi vida. También la de otras mujeres, niñas, personas que no lo merecen...Taichi también murió peleando por eso.
—Pe-pero hermana eso es muy peligroso.
—Lo sabemos.—Habló Koushiro— Pero no tenemos opción.
Ryo hizo una mueca.
—Es por eso que tengo que viajar a ver si este negocio es legal o no.
—¿Y qué pasa si no es legal? —preguntó en un susurro, como si temiera la respuesta.
Mimi lo miró con una determinación que no necesitaba palabras.
—Haré lo que sea necesario para exponerlo —respondió finalmente, con un tono firme. —No puedo permitir que sigan lastimando a más personas.
Ryo apartó la mirada por un momento, procesando lo que acababa de escuchar. Finalmente, volvió a mirarla.
—No sé si es valentía o locura, Mimi, pero... tienes que tener cuidado. —Su voz era seria, pero también llena de preocupación. —No quiero perderte, no después de todo.
Mimi sonrió débilmente, tocando su mejilla con ternura.
—No me perderás, Ryo. Esto lo hago también por ti, por nosotros. Y te prometo que regresaré, aunque tarde un poco.
El silencio que siguió estuvo cargado de emociones, hasta que Koushiro intervino suavemente.
—Mimi, debemos irnos. El avión sale pronto.
Mimi se levantó con pesar, inclinándose para darle un último abrazo a su hermano.
—Te quiero, Ryo. —Susurró en su oído antes de separarse.
Ryo asintió, aunque sus ojos no podían ocultar la mezcla de orgullo y temor que sentía.
—Yo también te quiero. Y... ten cuidado.
Mientras Mimi y Koushiro salían de la habitación, Ryo se quedó mirando el techo, con el peso de la despedida aún presente en su pecho, pero también con una pequeña chispa de esperanza. Sabía que Mimi no descansaría hasta cumplir su misión, y aunque eso lo preocupaba, también le daba una razón para aferrarse.
Haruna llegó al hangar privado, sintiendo el zumbido del motor del jet resonar en el aire. Se detuvo un momento antes de subir, observando la elegante aeronave estacionada frente a ella. El jet privado de Yamato era una imponente máquina pintada de blanco con detalles en gris metálico, reflejando el lujo y la exclusividad de los viajes que ofrecía. Haruna había volado en aviones de primera clase antes, pero nunca había estado en un jet privado, y mucho menos en uno perteneciente a alguien tan cercano a su vida profesional.
Subió los escalones con paso lento, sin poder evitar un nudo de nerviosismo en el estómago. Al cruzar la puerta, se encontró en un mundo completamente diferente al de cualquier avión comercial. El interior del jet era una mezcla perfecta de sofisticación y comodidad, diseñado para que cada pasajero se sintiera en un pequeño refugio de lujo en el aire.
El piso estaba cubierto por una alfombra gris oscuro que amortiguaba el sonido de sus pasos. A un lado, una hilera de asientos de cuero negro de alta calidad, amplios y reclinables, dispuestos en parejas que permitían tanto privacidad como conversación. Cada asiento estaba equipado con su propia mesa de trabajo plegable, lámparas de lectura de diseño moderno y pantallas táctiles integradas en los reposabrazos, que ofrecían acceso a entretenimiento, comunicación y controles de temperatura personalizados.
Las ventanas, más grandes de lo habitual, permitían una vista panorámica del cielo, acentuadas por persianas automáticas de madera oscura que podían ajustarse con solo tocar un botón. Haruna observó los detalles: los acabados en madera oscura, los toques de cromo pulido y los paneles de iluminación suave que creaban un ambiente cálido y relajante. Todo estaba diseñado para que el estrés de un vuelo largo desapareciera al instante.
En el centro del jet, había una pequeña área de sala con sofás de cuero gris claro y una mesa de café de vidrio templado. Sobre ella, un jarrón con flores frescas aportaba un toque inesperado de delicadeza. En una esquina, un minibar elegantemente surtido con botellas de cristal y copas finas, junto a una pequeña nevera para mantener las bebidas siempre a la temperatura perfecta. El espacio era más parecido a un salón de lujo que a la cabina de un avión.
Mimi quedó impresionada, pero intentó no mostrarlo demasiado. Sin embargo, sus ojos delataban una mezcla de sorpresa y admiración. El lujo y la atención al detalle eran evidentes en cada rincón, y le resultaba difícil creer que estaba a punto de volar en un lugar tan exclusivo.
La castaña se giró para mirarlo, disimulando su sorpresa con una sonrisa ligera.
—Que bello avión...—admitió, pasando la mano por uno de los reposabrazos de cuero, sintiendo la suavidad del material—. No me esperaba que fuera tan… cómodo.
Yamato se encogió de hombros, caminando hacia uno de los asientos y dejándose caer con la familiaridad de quien había volado en ese jet muchas veces.
—Es lo básico para hacer estos viajes más llevaderos. Así podemos trabajar y descansar sin interrupciones —dijo, mientras encendía su pantalla personal para revisar algunos documentos.
Mimi asintió, intentando ocultar su incomodidad al saber que estaría a solas con Yamato durante todo el vuelo. Aunque el jet era espacioso, la proximidad inevitablemente forzaba una intimidad que no había esperado, y se sentía expuesta en ese entorno tan personal y sofisticado.
—Supongo que no podría ser más conveniente —dijo, tomando asiento frente a Yamato y acomodando sus cosas con cuidado.
Mientras el jet se preparaba para despegar, Mimi miró una vez más a su alrededor, apreciando cada detalle del interior. Sentía que estaba entrando en un mundo al que no pertenecía del todo, un espacio tan elegante y privado que reflejaba mucho más de Yamato de lo que él mismo dejaba ver. Mimi sabía que este viaje sería todo menos ordinario, y aunque intentaba mantenerse profesional, no podía negar que el lujo y la cercanía hacían que todo se sintiera diferente, incluso un poco intimidante.
La habitación de la clínica estaba en silencio, rota solo por el leve zumbido de los monitores que registraban los signos vitales de Kiriha. La tenue luz de la lámpara sobre la mesilla proyectaba sombras suaves en las paredes, creando un ambiente tranquilo pero melancólico. Nene, sentada en una incómoda silla junto a la cama, mantenía su mirada fija en Kiriha, quien yacía medio incorporado, con vendas visibles alrededor de su torso. Él la observaba, notando los rastros de cansancio en su rostro.
—Nene... —dijo Kiriha con voz ronca pero tranquila, su mirada fija en ella—. No es necesario que estés aquí. Estoy bien, de verdad. Puedes ir a descansar.
Nene sacudió la cabeza rápidamente, su cabello castaño moviéndose con el gesto.
—No voy a irme. No quiero dejarte solo —respondió con firmeza, aunque sus ojos mostraban el agotamiento acumulado por las largas horas sin dormir.
Kiriha soltó una leve risa que se transformó en una mueca de dolor por la presión en su abdomen. Intentó sonreír, pero su expresión reflejaba más resignación que humor.
—Estoy acostumbrado a estar solo, Nene. No tienes que preocuparte tanto.
Esa declaración hizo que Nene frunciera el ceño. Sus ojos, normalmente llenos de confianza, se suavizaron con una mezcla de tristeza y frustración. Bajó la mirada al suelo por un momento antes de hablar.
—¿Sabes? Aunque a veces odio que mi padre sea tan aprensivo como es... —comenzó con un susurro, sus palabras cargadas de emociones—. Siempre me alegra tenerlo a mi lado cuando estoy enferma o me siento mal.
Levantó la vista para mirar a Kiriha directamente, sus ojos brillando con sinceridad.
—Igual a mi mamá. Aunque ella tiene su forma particular de preocuparse, siempre está ahí cuando la necesito.
Nene hizo una pausa, su expresión cambiando a una mezcla de incomodidad y tristeza. Bajó la mirada otra vez, jugueteando con las mangas de su chaqueta.
—No puedo imaginar cómo sería estar sin ellos...
Kiriha, al escucharla, sintió una punzada en su interior. Sus experiencias de vida eran un contraste tan grande con las de Nene que sus palabras, aunque bien intencionadas, tocaban fibras sensibles. Se incorporó un poco más en la cama, apoyándose con cuidado en el respaldo, y habló con voz seria.
—No sientas lástima por mí, Nene. No la necesito.
Nene levantó la cabeza rápidamente, sorprendida y con una mezcla de indignación y preocupación en su rostro.
—¡Claro que no es lástima! —exclamó, su tono más alto de lo habitual por la emoción que la invadía—. Simplemente no quiero dejarte solo. No tiene nada que ver con sentir pena por ti, Kiriha.
Él la observó por unos segundos, notando la determinación en sus ojos y la sinceridad en su voz. Era evidente que ella no estaba ahí por obligación, sino porque realmente le importaba. Suspiró y dejó caer la cabeza contra el respaldo, cerrando los ojos por un momento.
—A veces, no sé cómo lidiar contigo... —murmuró Kiriha, aunque su voz carecía de dureza. Era un comentario más resignado que crítico.
Nene se inclinó un poco hacia adelante, apoyando los codos en sus rodillas mientras lo miraba con una mezcla de ternura y preocupación.
—Entonces no lo hagas —dijo suavemente—. No tienes que entenderlo todo. Solo déjame estar aquí para ti.
Hubo un momento de silencio entre ellos. El zumbido de los monitores parecía más fuerte en la ausencia de palabras. Kiriha abrió los ojos y miró hacia el techo, sus pensamientos fluyendo rápidamente. Finalmente, dejó escapar un suspiro más profundo.
—No sé cómo agradecerte, Nene. No estoy acostumbrado a que alguien esté tan... presente.
—No necesitas agradecerme nada —respondió ella con una sonrisa leve pero cálida—. Esto es lo que hacen las personas que se preocupan unas por otras.
Kiriha giró su rostro hacia ella, y por primera vez en mucho tiempo, permitió que una pequeña sonrisa se dibujara en sus labios.
—Tú siempre logras sorprenderme, ¿sabes?
—Es parte de mi encanto —bromeó Nene, aunque el cansancio seguía reflejado en sus ojos.
—¿Encanto?
Nene asintió: —Deberías sentirte honrado por ser merecedor de ella.
Kiriha sonrió divertido—Ya te gustaría Ishida.—Comentó antes de incorporarse sobre la cama y tomar una almohada— Toma...—Declaró.
La castaña lo observó sin entender: —¿Para qué?
—Para que se acomodes a dormir.—Respondió el rubio y señaló un sofá cama—Ahí tienes algo para acomodarte.
Nene parpadeó, sorprendida por el gesto de Kiriha, y luego frunció ligeramente el ceño.
—¿Dormir? —repitió, mirando la almohada y luego a él como si hubiera propuesto algo completamente descabellado—. Kiriha, no vine aquí a dormir. Vine a cuidarte.
Kiriha dejó escapar una leve risa, aunque inmediatamente se llevó una mano al costado por el dolor que el movimiento le causó.
—Tú misma has dicho que estás cansada —señaló con una sonrisa ladeada—. No tiene sentido que sigas aquí sin descansar. No necesito una enfermera agotada que termine desmayándose antes que yo.
—No estoy cansada —protestó Nene rápidamente, aunque el bostezo que siguió traicionó sus palabras.
Kiriha alzó una ceja, claramente divertido por la situación.
—Ishida, no puedes engañarme —dijo con un tono divertido pero firme—. Toma la almohada y descansa, aunque sea por un rato.
Nene cruzó los brazos con una expresión terca, aunque el rubor que subió a sus mejillas delataba cierta incomodidad.
—¿Y si necesito estar alerta? ¿Qué pasa si algo sucede mientras duermo?
Kiriha suspiró con exasperación fingida y dejó caer la cabeza hacia atrás contra el respaldo de la cama.
—Nene, estoy en una clínica con personal médico literalmente a un botón de distancia. No me voy a morir porque cierres los ojos un rato.
—No es tan sencillo... —murmuró ella, bajando la mirada mientras sus dedos jugaban con la costura de su chaqueta.
Kiriha la observó en silencio por un momento antes de hablar, esta vez con un tono más suave.
—Sé que estás preocupada, pero no tienes que cargar con todo, Nene. Déjame ayudarte a ayudarte.
Nene alzó la vista hacia él, y en su expresión había algo entre la gratitud y la vulnerabilidad. Finalmente, dejó escapar un suspiro y extendió la mano para tomar la almohada.
—Está bien —dijo, aunque su tono tenía un toque de resignación—, pero sólo por un rato.
Kiriha sonrió con triunfo, pero no dijo nada más. Señaló el sofá cama que había mencionado antes, y Nene se acomodó allí, colocando la almohada detrás de su cabeza.
—¿Ves? No fue tan difícil —bromeó él, inclinándose ligeramente hacia un lado para verla mejor.
Nene lo miró con una expresión entre divertida y molesta.
—Eres muy mandón para estar postrado en una cama.
—Tal vez, pero logré que descansaras, ¿o no?
Ella soltó una pequeña risa, relajándose por primera vez en horas. Cerró los ojos, aunque aún mantenía una ligera tensión en los hombros, como si estuviera lista para levantarse en cualquier momento.
Kiriha la miró en silencio durante unos segundos más, y en ese momento, se dio cuenta de algo: a pesar de su propia resistencia, la compañía de Nene le proporcionaba un extraño consuelo que no había sentido en años. Y aunque nunca lo admitiría en voz alta, no quería que ella se fuera.
La conversación entre Yamato y Haruna fluía con cierta naturalidad mientras el jet atravesaba tranquilamente las nubes. Estaban discutiendo detalles sobre la reunión en Italia, la logística y lo que esperaban lograr, pero Haruna notaba algo extraño en Yamato. Había algo en su voz, una leve falta de energía, que no era habitual en él.
Yamato, por su parte, se mantenía enfocado, pero había perdido la compostura habitual de sus movimientos; su respiración era más pesada, y sus ojos, normalmente llenos de una fría determinación, se veían apagados, como si estuvieran luchando contra algo invisible. Haruna intentó continuar con la conversación, pero no pudo evitar observar cómo él se inclinaba ligeramente hacia un costado, cerrando los ojos por un segundo, como si el simple acto de mantenerse recto le exigiera demasiado.
—Yamato, ¿estás bien? —preguntó Haruna, con un tono más preocupado de lo que pretendía. Lo observó con atención, y no pudo evitar notar lo pálido que estaba su rostro. Su piel, habitualmente bronceada y saludable, ahora parecía casi cenicienta, y había un leve temblor en sus manos que él intentaba disimular.
Yamato esbozó una sonrisa débil, forzada, pero que no llegaba a sus ojos.
—Estoy bien, solo me siento un poco mal —respondió, con voz ronca. El sonido de sus palabras revelaba un cansancio que no era solo físico; había algo más, una fragilidad que no solía mostrar.
Temblorosamente, Yamato metió la mano en el compartimiento de su asiento y sacó dos pequeñas cajas de medicamentos. Sus dedos temblaban al abrirlas, y dejó escapar un suspiro frustrado cuando casi se le caen al suelo. Los movimientos, que solían ser firmes y precisos, ahora eran torpes y lentos.
Haruna se acercó sin pensarlo, sus ojos fijos en él, notando cada detalle de su condición. El sudor perlaba su frente y su respiración se volvía irregular. No lo había visto así nunca; era como si la fachada del hombre imponente y siempre seguro de sí mismo estuviera cayendo a pedazos frente a ella.
—Déjame ver —dijo Haruna suavemente, colocándose justo frente a Yamato. Lentamente levantó la mano y la posó sobre su frente, sintiendo de inmediato el calor abrasador que emanaba de él. Yamato cerró los ojos ante el contacto, sus párpados pesados, y no tuvo la fuerza para apartarse.
—Tienes fiebre, y bastante alta —murmuró Mimi, retirando la mano con suavidad, pero sin dejar de observar su expresión. Sus labios se veían secos, y sus mejillas, normalmente con un ligero rubor, ahora estaban completamente pálidas. Parecía luchar por mantenerse despierto, sus ojos entrecerrados y vidriosos.
Yamato intentó incorporarse, pero un temblor recorrió su cuerpo, obligándolo a apoyarse pesadamente contra el respaldo del asiento. Era como si cada músculo en su cuerpo se resistiera a moverse, y por un momento, todo su semblante reveló el agotamiento que estaba soportando.
—No es grave, solo… es solo un resfriado —intentó minimizar, aunque su voz traicionaba la gravedad de su condición. Mimi pudo ver el esfuerzo que hacía por mantenerse en control, pero también notó la frustración en sus ojos; él odiaba mostrarse débil, sobre todo en momentos importantes.
Mimi tomó una botella de agua del minibar y se la ofreció, observando cómo Yamato apenas lograba sostenerla. Bebió un par de sorbos, pero su mano temblaba tanto que algunas gotas se derramaron sobre su camisa.
—Yamato, deberías descansar. No puedes seguir así —insistió la castaña, su tono ahora más firme, aunque también teñido de preocupación. Lo conocía lo suficiente para saber que no aceptaría fácilmente su vulnerabilidad.
—No puedo… no ahora —respondió Yamato con voz quebrada, bajando la vista como si se avergonzara de no poder controlarse. Se pasó una mano por el rostro, intentando disipar el mareo que lo abrumaba, pero el temblor en sus dedos solo se hacía más evidente.
La mujer se inclinó un poco más, sin apartar la vista de él. Había visto a Yamato en muchas facetas: el líder seguro, el hombre frío y calculador, el padre distante. Pero verlo así, tan vulnerable, le provocaba una mezcla de sentimientos que no lograba descifrar del todo. Sentía una necesidad casi urgente de cuidarlo, de asegurarle que no estaba solo en ese momento.
—Yamato, no te estás ayudando al forzarte. Déjame ayudarte, aunque sea por ahora —dijo Haruna, su voz baja, pero cargada de una determinación que Yamato no pudo ignorar. A pesar de todo, su expresión seguía siendo orgullosa, pero su cuerpo lo traicionaba a cada segundo.
Yamato finalmente asintió, sin fuerzas para discutir. Cerró los ojos y dejó que su cabeza descansara sobre el respaldo, su respiración agitada y su piel perlada de sudor. Mimi tomó un pañuelo y lo pasó suavemente por su frente, intentando aliviar, aunque sea un poco, la fiebre que lo consumía.
El silencio que siguió estuvo lleno de una tensión suave pero persistente, como si ambos supieran que estaban cruzando un umbral invisible. Yamato no necesitaba decir nada; Haruna entendía que, en ese momento, su presencia era lo único que podía ofrecerle un pequeño consuelo en medio de su malestar.
Y mientras el jet continuaba su trayecto, Haruna se quedó a su lado, observando cómo la persona que siempre había mostrado tanta fortaleza finalmente se dejaba cuidar, aunque solo fuera por un instante.
La noche avanzaba, y aunque la clínica estaba en completo silencio, ni Nene ni Kiriha lograban conciliar el sueño. La luz tenue del monitor que controlaba los signos vitales de Kiriha iluminaba suavemente la habitación, proyectando sombras en las paredes. Nene, aún sentada en el asiento convertible, miraba el techo con expresión ausente, mientras Kiriha descansaba recostado sobre la cama, observándola de reojo.
—No puedes dormir, ¿verdad? —preguntó Kiriha, rompiendo el silencio con voz grave.
Nene giró la cabeza hacia él y negó con un leve movimiento.
—No. —Hizo una pausa y suspiró—. Supongo que no soy buena relajándome.
Kiriha sonrió con cierta ironía.
—Eso es evidente. Pero me pregunto algo... —dijo, inclinándose ligeramente hacia adelante para observarla mejor—. ¿Por qué te exiges tanto?
Nene frunció ligeramente el ceño, sorprendida por la pregunta.
—¿A qué te refieres?
—A lo que acabo de decir. —Kiriha la miró con seriedad—. Eres la heredera de una de las empresas más grandes que existen. Has demostrado ser increíblemente capaz, pero aun así, actúas como si todo dependiera de ti, como si no pudieras permitirte ni un solo error.
Nene desvió la mirada, fijándola en la ventana. El reflejo de ambos en el cristal parecía lejano, casi ajeno.
—No lo entenderías...
—Inténtalo —replicó él, sin apartar la mirada de ella—. Tal vez te sorprenda.
Nene tomó aire y dejó que sus hombros se relajaran ligeramente.
—Toda mi vida me han enseñado que ser una Ishida significa responsabilidad, perfección... No puedo fallar, Kiriha. Si lo hago, siento que defraudaré a todos: a mi padre, a mi madre, a los empleados que confían en nosotros...
Kiriha la escuchaba con atención, asintiendo de vez en cuando.
—Pero, ¿qué pasa contigo? —preguntó tras un momento—. ¿Qué hay de lo que tú quieres?
Nene lo miró directamente por primera vez desde que empezó a hablar.
—¿Qué quiero? —repitió, como si fuera una pregunta extraña—. Quiero que mi familia esté orgullosa de mí. Quiero que la empresa prospere. Quiero...
Kiriha levantó una mano, deteniéndola.
—Eso es lo que quieren ellos. Pero tú, Nene... ¿qué quieres tú?
La pregunta la dejó en silencio. Nene jugueteó con el borde de su chaqueta, evitando su mirada.
—No sé... —admitió finalmente, su voz apenas un susurro—. Creo que nunca me lo he preguntado.
Kiriha apoyó la cabeza en la almohada, suspirando.
—Eso no está bien, ¿sabes? —dijo con calma—. Eres increíblemente talentosa, pero si no sabes lo que quieres, ¿cómo sabrás si lo que haces te hace feliz?
Nene soltó una leve risa, aunque no tenía humor.
—No estoy segura de que "ser feliz" esté en la descripción del trabajo de una Ishida.
Kiriha negó con la cabeza, su tono más firme esta vez.
—Tal vez no esté en la descripción, pero debería estarlo.
Nene guardó silencio, pero su expresión parecía indicar que las palabras de Kiriha resonaban en su interior. Luego, como si una barrera se rompiera, dejó escapar un suspiro pesado.
—Para mí es más difícil, Kiriha.
—¿Por qué? —preguntó él, inclinándose un poco hacia adelante, curioso.
—Mi abuelo, Hiroaki, solo tuvo hijos varones: mi padre, Yamato, y mi tío, Takeru. Todos ellos brillaron. —Nene se detuvo un momento, el peso de sus pensamientos reflejado en su mirada—. Yo soy la primera mujer Ishida en esta generación. La nieta mayor.
Kiriha asintió lentamente, pero no dijo nada, dejando que continuara.
—¿Sabes lo que eso significa? —Nene hizo una pausa, sus labios temblando ligeramente—. Significa que siento la obligación de sobresalir. No quiero que nadie diga que, por ser mujer, soy menos que ellos. Quiero demostrar que puedo estar a la altura de todo lo que significa ser una Ishida.
Kiriha cerró los ojos brevemente y luego los abrió con una expresión que mezclaba compasión y firmeza.
—Entiendo lo que dices, Nene, pero estás cargando un peso que no necesitas llevar sola.
—Mira quien lo dice.— Comentó la castaña— Tú también te exiges demasiado. La muestra está en esto, no querías venir a la clínica por seguir cumpliendo con tus responsabilidades en la empresa, pero te sentías mal.
Kiriha arqueó una ceja ante las palabras de Nene, dejando escapar un suspiro mientras recargaba su cabeza en la almohada.
—Tienes razón, pero no es lo mismo —respondió con calma, aunque una ligera sonrisa irónica asomaba en sus labios—. En mi caso, si no hago las cosas, nadie más las hará.
—¿Y qué te hace pensar que en mi caso es diferente? —replicó Nene, cruzándose de brazos.
Kiriha giró el rostro hacia ella, su expresión serena pero sus ojos mostrando un destello de determinación.
—Porque tú tienes a más personas que pueden ayudarte. Tienes a Yamato, a tu equipo... incluso a mí, si lo necesitas.
—Eso es fácil de decir, pero difícil de aceptar. —Nene bajó la mirada, su voz adquiriendo un tono más suave—. No quiero ser una carga para nadie, Kiriha.
Kiriha se incorporó ligeramente en la cama, apoyando los codos para mirarla con más intensidad.
—¿Sabes qué es lo curioso? —preguntó, su voz ahora cargada de una sinceridad que desarmaba—. Eres la primera en estar aquí, en este cuarto, asegurándote de que no me sienta solo, pero no te permites aceptar la misma ayuda que ofreces a los demás.
Nene parpadeó, sorprendida por sus palabras, y se quedó en silencio un momento antes de suspirar profundamente.
—Supongo que ambos somos igual de testarudos —admitió finalmente, con una sonrisa pequeña pero genuina.
Kiriha dejó escapar una breve risa.
—Eso es seguro.
La castaña lo miró fijamente, su expresión suavizándose mientras su tono adquiría un matiz más reflexivo.
—Tú también llevas un peso enorme, Kiriha. Y no solo hablo de la empresa... Hablo de todo lo que has pasado, de lo que has tenido que superar.
—No estamos hablando de mí ahora —dijo Kiriha, desviando la mirada hacia el techo, pero el leve rubor en sus mejillas lo traicionaba.
—No me cambies el tema. —Nene se inclinó hacia adelante, su mirada firme—. A veces parece que llevas el mundo sobre tus hombros, y aunque me digas que no quieres ayuda, yo también estaré aquí para ti.
Kiriha la observó en silencio, sus ojos brillando con una mezcla de gratitud y algo más profundo que no expresó en palabras. Finalmente, suspiró y asintió.
—Está bien, Ishida. Si tú dejas de exigirte tanto, yo también lo haré.
—¿Un trato? —preguntó Nene, alzando una ceja.
—Un trato. —respondió él con una sonrisa ladeada—. Aunque no prometo que será fácil.
—Para ninguno de los dos lo será —respondió Nene, devolviéndole la sonrisa.
El ambiente, aunque todavía cargado con la intensidad de sus confesiones, parecía más ligero. Ambos compartieron una mirada de complicidad que no necesitó más palabras. La noche avanzaba, pero por primera vez en mucho tiempo, ambos sintieron que no estaban solos en su lucha.
El suave rugido del motor del jet privado era apenas un murmullo lejano cuando Yamato comenzó a despertar. Sus párpados se sentían pesados, y su mente, aún envuelta en un velo de confusión, tardó unos segundos en recordar dónde estaba. Parpadeó varias veces, tratando de enfocar la vista, y fue entonces cuando la figura de Haruna, sentada cerca de él, se hizo clara. Ella estaba inclinada hacia él, con los brazos cruzados sobre las rodillas y una expresión de cansancio en su rostro. Parecía perdida en sus pensamientos, pero se giró bruscamente cuando notó que Yamato se movía.
Haruna se sobresaltó, como si la hubieran atrapado haciendo algo indebido, y sus ojos se encontraron con los de Yamato, reflejando sorpresa y una leve preocupación. Él la observó con detenimiento, notando la cercanía inusual. Durante un largo segundo, ninguno de los dos supo qué decir; el aire se volvió denso con la incomodidad y la sorpresa del momento.
—¿Haruna...? —murmuró Yamato, con la voz aún rasposa por el malestar. Su mirada era de desconcierto, y su mente intentaba procesar la escena frente a él.
Haruna se enderezó, intentando disimular el ligero nerviosismo que sentía al verlo despierto. Había pasado horas vigilándolo, sin alejarse de su lado mientras dormía profundamente. Al ver la confusión en los ojos de Yamato, se sintió expuesta, como si hubiera sido sorprendida en medio de un acto demasiado íntimo.
—Despertaste... —dijo Haruna, su tono de voz calmado, aunque aún mostraba un atisbo de sorpresa. No había esperado que Yamato despertara tan repentinamente.
Yamato se incorporó un poco, apoyándose en el respaldo del asiento. Su cuerpo aún se sentía débil, pero lo que más lo sorprendía era la presencia de Haruna tan cerca. Miró a su alrededor, tratando de encontrar alguna explicación lógica, pero todo indicaba que ella había estado allí, a su lado, durante todo ese tiempo.
—¿Me cuidaste? —preguntó Yamato, aún incrédulo. Había pasado gran parte del vuelo sumido en un sueño inquieto, con fiebre alta y temblores que lo sacudían. Nunca había esperado que Haruna, siempre tan profesional y reservada, se quedara a su lado.
Haruna asintió lentamente, sin apartar la vista de él. Había algo en sus ojos, una mezcla de cansancio y una extraña ternura que Yamato no le había visto antes. La preocupación que había sentido por él durante esas horas se reflejaba en cada pequeño gesto.
—No podía dejarte solo en ese estado —respondió Haruna, encogiéndose de hombros como si fuera lo más natural del mundo—. Tuviste fiebre toda la noche.
Sin dudarlo, Haruna extendió la mano y tocó suavemente la frente de Yamato, buscando algún rastro de la fiebre que lo había atormentado. Su mano era fría en contraste con la calidez de la piel de Yamato, y el contacto fue breve, pero suficiente para notar que la fiebre había bajado un poco. Yamato no se movió; estaba demasiado sorprendido por la acción, por la suavidad y el cuidado con el que Haruna lo trataba.
—Parece que la fiebre está cediendo —dijo Haruna, con un tono más tranquilo. Sus dedos rozaron la frente de Yamato un segundo más antes de retirarse, y aunque su gesto fue profesional, había una gentileza implícita que Yamato no pasó por alto.
Yamato la miró, intentando descifrar lo que pasaba por la mente de Haruna. Verla tan cerca, cuidándolo con tanta dedicación, era algo que nunca había imaginado. Siempre la había visto como una figura distante, pero en ese momento, era imposible no reconocer la preocupación genuina en su mirada.
—Gracias... —murmuró Yamato, con la voz cargada de sinceridad. No estaba acostumbrado a recibir este tipo de cuidado, y mucho menos de Haruna. Se sentía vulnerable, pero al mismo tiempo, había algo reconfortante en saber que no había estado solo.
Haruna bajó la mirada, como si no supiera cómo reaccionar ante el agradecimiento de Yamato. No estaba acostumbrada a mostrar ese lado de sí misma, y la situación la hacía sentir expuesta de una manera que no podía controlar. Sin embargo, al ver la gratitud en los ojos de Yamato, sintió que había hecho lo correcto, aunque fuera algo que no hubiera planeado.
—No fue nada —respondió Haruna con suavidad, aunque sabía que sus palabras no reflejaban por completo lo que había sentido mientras lo cuidaba. El viaje de regreso había sido más que un simple traslado; había sido un momento de conexión inesperada, de vulnerabilidad compartida.
Yamato siguió mirándola, aún asimilando lo que había sucedido. No solo se sentía mejor físicamente, sino que, de algún modo, esa pequeña muestra de cuidado había tocado algo más profundo dentro de él. Haruna se había quedado a su lado sin que él se lo pidiera, y eso, en medio de todo el caos que los rodeaba, era algo que no olvidaría fácilmente.
El silencio entre ellos se llenó de algo más que incomodidad; era una especie de entendimiento tácito, un reconocimiento de que, por muy compleja que fuera su relación, ambos estaban allí para el otro, al menos en ese instante. Y mientras el jet seguía su curso, Yamato no pudo evitar sentirse agradecido por la inesperada compañía de Haruna, una presencia que, contra todo pronóstico, lo había reconfortado en su momento más vulnerable.
La luz tenue del amanecer se filtraba a través de las cortinas de la clínica, iluminando el espacio con un resplandor cálido. Nene abrió los ojos lentamente, parpadeando varias veces mientras su mente volvía a la conciencia. Por un momento, todo le pareció extrañamente sereno.
Al girar la cabeza, lo vio. Kiriha estaba sentado en la cama, apoyado contra el cabecero, con los ojos cerrados y una expresión de tranquilidad poco habitual en su rostro. La almohada en su regazo parecía haberse deslizado ligeramente, y su respiración era lenta y acompasada.
Nene lo observó en silencio, notando detalles que antes no había tenido tiempo de apreciar: la línea definida de su mandíbula, el mechón rebelde de cabello que caía sobre su frente, y la forma en que sus manos descansaban relajadas a los lados. Parecía completamente diferente al Kiriha que solía verla con su mirada firme y decidida.
Sin darse cuenta, una pequeña sonrisa asomó en sus labios. Había algo en esa calma que la desarmaba, que le recordaba que, detrás de toda esa fachada de fortaleza, él también necesitaba momentos de descanso.
Un pequeño movimiento de Kiriha la sacó de sus pensamientos. Sus ojos se abrieron lentamente, encontrándose con los de ella.
—¿Llevas mucho tiempo mirándome? —preguntó con voz ronca, aún cargada de sueño.
Nene se sobresaltó ligeramente y trató de disimular, apartando la mirada.
—No... solo me desperté hace un momento.
Kiriha arqueó una ceja, esbozando una sonrisa divertida.
—¿Ah, sí? —replicó, claramente incrédulo.
—¡Sí! —insistió ella, aunque un leve rubor comenzaba a colorear sus mejillas—. Solo estaba asegurándome de que estuvieras bien.
Él rió suavemente, llevándose una mano al cabello para despeinarlo aún más.
—Estoy bien, Ishida. Creo que deberías preocuparte más por ti misma. Pareces no haber dormido mucho.
—Eso no importa —respondió ella, encogiéndose de hombros—. Tú eres el que necesita descansar, no yo.
Kiriha la miró con una mezcla de ternura y exasperación.
—Siempre tan terca...
Nene cruzó los brazos y alzó una ceja.
—¿Eso es un cumplido o una queja?
—Ambas cosas —respondió él con una sonrisa ladeada—. Aunque, para ser honesto, no me molesta tanto como antes.
El comentario hizo que Nene lo mirara con curiosidad, pero decidió no responder. En cambio, se levantó de su asiento y caminó hacia la ventana. Nene corrió ligeramente las cortinas, dejando entrar un poco más de la luz dorada del amanecer. Sin embargo, al hacerlo, su reflejo en el cristal llamó su atención. Con el cabello suelto y desordenado cayendo en ondas alrededor de sus hombros, se quedó inmóvil por un instante, como si apenas estuviera procesando su apariencia.
—¡No me mires! —exclamó repentinamente, girándose hacia Kiriha con las mejillas sonrojadas y las manos alzadas en un intento de cubrirse.
Kiriha, que la observaba desde la cama con una expresión relajada, frunció el ceño, claramente confundido.
—¿Qué? —preguntó, ladeando la cabeza—. ¿Por qué no debería mirarte?
—¡Estoy impresentable! —replicó Nene, rápidamente tratando de peinarse con los dedos mientras evitaba su mirada—. ¡No puedo creer que me dejaras dormir así!
Kiriha alzó una ceja, sorprendido por su reacción. Sus ojos recorrieron el rostro de Nene, detenidamente, como si intentara encontrar la razón detrás de su autoevaluación.
—No entiendo de qué hablas —dijo finalmente, su tono neutral, pero con un atisbo de honestidad que desarmó a Nene—. No estás impresentable.
—¡Claro que sí! —insistió ella, volviendo a girarse hacia la ventana mientras seguía lidiando con su cabello rebelde—. Estoy despeinada, con las ojeras de haber dormido mal y...
Kiriha la interrumpió con un suspiro exasperado.
—Ishida, para.
Nene se volvió hacia él, con las manos aún en su cabello.
—¿Qué?
Kiriha se tomó un momento antes de responder, su mirada fija en ella, más suave de lo que esperaba.
—Es la primera vez que veo a alguien lucir tan bien al despertar —confesó con una sinceridad que la dejó sin palabras—. El cabello suelto... te queda bien.
Nene se quedó boquiabierta por un segundo, su cerebro tratando de procesar lo que acababa de escuchar.
—¿Qué? —murmuró, incrédula.
Kiriha se encogió de hombros, como si lo que había dicho fuera la cosa más obvia del mundo.
—Es extraño verte sin tu coleta —continuó—. Pero... no está mal. Es diferente.
Nene sintió que su rostro se calentaba aún más, y volvió a girarse hacia la ventana, incapaz de sostener su mirada.
—¿Estás... estás burlándote de mí? —preguntó, con un tono que intentaba sonar indignado pero que no podía ocultar su nerviosismo.
Kiriha rió suavemente, una risa genuina que parecía aliviar el ambiente.
—No me burlo, Ishida. Solo digo la verdad.
Ella negó con la cabeza, aún sintiendo su corazón acelerado.
—Tú necesitas dormir más —murmuró, intentando desviar el tema—. Claramente estás delirando.
—Quizás, pero no cambio mi opinión —replicó él con una sonrisa ladina.
Nene cerró los ojos por un momento, respirando profundamente para recuperar la compostura. Luego, volvió a mirarlo, aunque esta vez con menos tensión en su expresión.
—Eres imposible, Kiriha.
—Eso me han dicho antes —respondió él, reclinándose nuevamente en la cama, claramente satisfecho consigo mismo.
Nene movió su cabeza y se dirigió hacia el baño para arreglar su maquillaje.
La mañana había comenzado con una sensación de quietud extraña, casi frágil. Mimi acomodó el cinturón de seguridad mientras Yamato ponía en marcha el auto. Afuera, la ciudad se despertaba lentamente, y los rayos del sol iluminaban las calles con una calidez engañosa. El trayecto era silencioso, demasiado para su gusto. Mimi no dejaba de observar a Yamato de reojo, tratando de descifrar qué pasaba por su mente después de la horrible noche que habían pasado.
Él lucía más pálido de lo habitual, sus ojos ligeramente hundidos y con rastros de agotamiento, pero su expresión permanecía estoica como siempre. Yamato mantenía ambas manos en el volante, con la mirada fija en la carretera. Su habitual postura de seguridad parecía resquebrajarse por los bordes, y Mimi no podía ignorarlo.
Finalmente, no pudo contenerse más.
—¿Cómo te sientes? —preguntó suavemente, sus ojos fijos en él.
Yamato no respondió de inmediato. Sus dedos apretaron el volante con un poco más de fuerza, y sus labios se tensaron en una línea delgada.
—Estoy bien —respondió después de unos segundos, su voz baja y cortante, como si intentara cerrarle el tema antes de que comenzara.
Mimi arqueó una ceja, claramente sin creerle.
—¿"Bien"? —repitió, enfatizando la palabra—. Yamato, estuviste ardiendo en fiebre toda la noche. Apenas dormiste, y... sinceramente, pareces un cadáver caminando ahora mismo.
Él soltó un suspiro, pero no apartó los ojos del camino.
—Es solo una fiebre. No es gran cosa.
—Claro, porque fingir que no pasa nada siempre resuelve todo, ¿verdad? —replicó Mimi, cruzándose de brazos y girando su cuerpo ligeramente hacia él—. Yamato, no soy tonta.
El silencio que siguió fue denso. Yamato sabía que ella no iba a dejarlo pasar. Finalmente, bajó la velocidad y estacionó el auto al lado de la carretera.
—No quiero discutir contigo, Haruna—dijo, girándose hacia ella con una mirada cansada, pero firme.
Mimi lo miró por un momento, dejando que sus palabras se asimilaran antes de hablar.
—No quiero discutir, Yamato. Quiero que seas honesto conmigo.
Él apartó la mirada, dirigiéndola hacia el volante como si encontrara algo fascinante en el cuero desgastado.
—Me siento... agotado —admitió finalmente, en voz baja—. Pero estaré bien.
Mimi observó a Yamato con atención, notando la fatiga que se reflejaba en sus ojos y en su postura. Había algo más detrás de su cansancio, algo que parecía pesarlo aún más que la fiebre que había tenido la noche anterior. Ella lo conocía lo suficiente como para saber que algo lo estaba perturbando profundamente, y aunque él intentaba esconderlo, no podía engañarla.
La tensión entre ellos estaba a la vista, y aunque las palabras de Yamato lo dejaban claro, no podía evitar preguntarse si había algo más que lo estaba afectando.
Finalmente, después de unos largos segundos de silencio, Mimi no pudo evitarlo más. La curiosidad, mezclada con su propia preocupación, la llevó a hacer la pregunta que había estado evitando.
—¿Estás así por Rika? —preguntó, suavemente pero con una firmeza que no dejaba espacio para la evasión.
Yamato observó sorprendido a la castaña.
—¿Po-por Rika?
Mimi asintió.
—¿Por-por qué crees eso?— Cuestionó el rubio.
—Porque ayer ingresó al internado.—Declaró la castaña— Y es evidente que, luego de todo lo que ha pasado, te sientas mal.
Yamato no respondió de inmediato. Su expresión cambió brevemente, como si la pregunta le hubiera golpeado más fuerte de lo que esperaba. Su mandíbula se tensó, y sus dedos se apretaron sobre el volante, como si temiera que el simple hecho de mencionar a su hija pudiera destapar algo mucho más doloroso.
Mimi observó cada uno de esos pequeños gestos, dándose cuenta de que había dado en el clavo.
—Lo que pasó ayer... ¿te está afectando más de lo que quieres admitir? —dijo ella, acercándose un poco más a él, como si quisiera compartir el peso de su silencio.
Yamato giró la cabeza lentamente hacia ella, su mirada oscura y llena de emociones conflictivas.
—Rika... —comenzó, su voz cargada de un dolor apenas contenido—. Rika tomó una decisión.
—Sí, la tomó, pero eso no significa que sea de tu agrado.—Musitó la castaña— Después de todo, tú no estabas de acuerdo con el internado ¿Verdad?
Sí, no lo estaba.
—Y... yo no la obligué directamente...Pero...—Bajó la cabeza— De algún modo la obligué a que lo hiciera.
—Ella se fue al internado por Ryo.
Yamato asintió: —Lo hizo para protegerlo, porque sabe que yo no lo apruebo. Y eso... eso me está destrozando por dentro.
Mimi no pudo evitar sentir una punzada en su corazón al escuchar esas palabras. Sabía lo mucho que Yamato amaba a su hija, y también sabía lo complicado que era para él aceptar que Rika hubiera tomado esa decisión por alguien que él consideraba un enemigo. Pero aún así, ella no podía evitar ver la vulnerabilidad que emergía de su rostro, algo que rara vez mostraba.
—¿Sientes que la traicionaste? —preguntó Mimi con suavidad, tocando su brazo de manera reconfortante.
Yamato no respondió de inmediato. Sus ojos se perdieron por un momento en el horizonte, como si buscara las palabras que no encontraba.
—Me siento como un padre inútil, como si no pudiera protegerla de lo que realmente importa. No quería que Rika tomara esa decisión, pero sé que ella lo hizo por alguien que yo no puedo aceptar. Y lo peor es que no pude detenerla.
El dolor en su voz era palpable, y Mimi lo escuchó con una empatía profunda. Sabía lo que significaba para Yamato ser un hombre de poder y control, pero también entendía lo profundamente humano que podía ser en momentos como este, donde no podía proteger a su hija de sus propias decisiones.
—No puedes controlarlo todo, Yamato —dijo ella suavemente—. Rika es una persona fuerte, y ella tomó una decisión que creyó correcta. Tal vez es algo que ella tenía que hacer para crecer, incluso si no es lo que tú esperabas.
Yamato suspiró, su mirada aún fija en la carretera, pero su expresión más relajada, como si sus palabras hubieran hecho algo por aliviar su peso, aunque solo fuera un poco.
—Lo sé... pero me duele verla tomar esa decisión sin que yo pueda hacer nada. —Su voz se suavizó aún más, como si finalmente se permitiera ser vulnerable ante ella. —Me duele saber que la hice elegir entre su amor por su padre y lo que siente por Ryo. Siento que la estoy perdiendo.
Mimi lo miró fijamente, tocando su brazo con más firmeza esta vez.
—Lo que más importa es que sigues estando ahí para ella, Yamato. Tal vez no puedas controlar sus decisiones, pero siempre podrás estar a su lado para apoyarla, incluso cuando no entiendas todo lo que hace.
Él la miró brevemente, como si sorprendiera por sus palabras. Mimi le sonrió, pero no era una sonrisa burlona ni despectiva. Era una sonrisa cálida, reconociendo el peso que llevaba sobre sus hombros.
—No tienes que cargarlo solo, ¿sabes? —dijo Mimi suavemente, dándole una pequeña palmada en el brazo—. Si alguna vez necesitas hablar, o si solo necesitas alguien con quien estar en silencio... estoy aquí.
Yamato permaneció en silencio por un momento, y Mimi pensó que no iba a decir nada más. Pero finalmente, con un suspiro, él asintió ligeramente, reconociendo, quizás por primera vez, que no tenía que llevar todo ese peso solo.
—Gracias, Haruna—respondió en voz baja, su tono más suave de lo que ella había escuchado antes.
Y aunque no dijo más, Mimi vio algo en él que antes no había estado allí. No era la fortaleza inquebrantable que acostumbraba mostrar, sino una rendición silenciosa a la vulnerabilidad, a la aceptación de que no siempre podía estar al mando, especialmente cuando se trataba de su hija.
Escena: Takeru en un lugar desconocido, atrapado en la incertidumbre
Mientras el mundo afuera seguía su curso, Takeru se encontraba en un rincón aislado, en un lugar que parecía estar suspendido entre el tiempo y la realidad. El aire, pesado y denso, lo envolvía, y por más que miraba a su alrededor, no lograba encontrar ni una sola pista sobre dónde estaba realmente. La oscuridad lo rodeaba, pero no sabía si la noche había caído o si la falta de luz era solo una ilusión creada por su mente.
No importaba cuánto mirara, todo era igual. Cuatro paredes grises, un suelo frío, un techo tan alto que parecía fundirse con la oscuridad. En el silencio absoluto de aquel lugar, Takeru no podía hacer más que escuchar el eco de sus propios pensamientos. Cada rincón le parecía extraño, cada sombra, amenazante. No podía recordar cómo había llegado allí, ni por qué. Solo sabía que estaba atrapado, sin salida.
Se dejó caer contra la pared, abrazando sus rodillas, tratando de encontrar algo de consuelo en su propia postura fetal. Pensaba en todo lo que había sucedido, en cómo su vida se había vuelto un caos. Su padre, Hiroaki, siempre un paso adelante, siempre controlando, siempre decidiendo por él. Y Hikari... pensó en ella con fuerza, con desesperación. ¿Estaría bien? ¿La estaría arrastrando hacia este mismo abismo?
Takeru levantó la cabeza hacia el techo, sus ojos fijos en el vacío que parecía infinito. "¿Qué hago ahora?", se preguntó en silencio. La angustia lo invadió, la desesperación lo ahogaba. Estaba atrapado, no solo físicamente, sino también en su mente. No había señales, no había voces, no había respuestas.
Las horas, o lo que él creía que eran horas, pasaban como una sombra silenciosa. El tiempo parecía no existir allí. Sin reloj, sin ventanas, sin indicios del mundo exterior, no podía saber si el día estaba por comenzar o si ya se había ido. La incertidumbre se convirtió en su único compañero. No podía recordar cuándo fue la última vez que había hablado con alguien, o si había salido de ese lugar antes. Estaba perdido, sin rumbo.
—¿Cómo llegué aquí? —murmuró, casi sin darse cuenta de que hablaba en voz alta. Pero la respuesta era lo único que se negaba a llegar.
Se levantó lentamente, caminando de un lado a otro, buscando una salida que no existía. Cada paso lo llevaba más profundo en la angustia. El lugar no tenía puertas ni ventanas, y cada rincón se sentía igual de vacío que el anterior. De repente, escuchó un ruido, un leve crujido en el aire. Se detuvo, pero el sonido desapareció tan rápidamente como había llegado. ¿Estaba imaginando cosas? ¿Acaso algo o alguien estaba ahí?
Se acercó a la pared, sus dedos tocando la superficie fría y lisa. Buscaba una grieta, algo que pudiera ofrecerle una salida. Pero todo era liso, impenetrable. El silencio volvió a envolverlo, más pesado que nunca.
"Esto no puede ser real. No puedo estar aquí. No puedo seguir atrapado en este lugar", pensó, la frustración dominando sus pensamientos. Estaba solo, completamente solo, sin ayuda, sin respuestas. La idea de que pudiera haber una salida parecía más lejana que nunca. ¿Cómo escapar de algo que ni siquiera entendía?
En ese momento, una chispa de determinación lo sacudió. No importaba si no sabía cómo había llegado hasta allí. No importaba que el lugar estuviera envuelto en misterio y oscuridad. No iba a rendirse. No iba a quedarse en ese limbo sin hacer nada.
Con una respiración profunda, Takeru volvió a alzar la cabeza. El lugar podía ser extraño y aterrador, pero él no iba a dejarse vencer. No mientras aún tuviera la fuerza de luchar.
Takeru no escuchó los pasos que se acercaban. El silencio era tan absoluto, tan aplastante, que cuando vio la sombra de su padre proyectada sobre la pared, un escalofrío recorrió su espalda. Se giró rápidamente, con el corazón acelerado, y lo vio.
Hiroaki, de pie en la entrada, observándolo con su expresión fría y calculadora, como si todo lo que sucediera en ese lugar fuera parte de su meticuloso plan. Takeru no podía creer lo que veía.
—¿Tú? —Takeru apenas pudo articular las palabras. Su mente estaba llena de confusión y rabia, pero también de una sensación de traición que no podía procesar aún.
Hiroaki no respondió de inmediato. Dio un paso adelante, sus ojos fijos en su hijo con una mezcla de desaprobación y control. Era como si todo lo que había ocurrido hasta ese momento fuera una simple pieza en un ajedrez en el que él ya había ganado.
—Pensé que esto ya lo sabías —dijo con voz baja y serena, como si nada de lo que estuviera sucediendo fuera importante. Su tono estaba cargado de una autoridad insostenible.
Takeru su puño: —Sí...sí lo sabía...—Declaró— Esos sujetos me lo dijeron. Pero...
—¿Pero?
Bajó la mirada.
—No quise creerlo.—Respondió el rubio.
Hiroaki observó con seriedad a su hijo, Takeru ¡A su débil hijo menor! Su segunda mayor decepción, al igual que Yamato.
—Siempre hay un plan, Takeru. Un plan para todo.
Takeru sintió que el suelo se le desvanecía bajo los pies. No podía creer que su padre estuviera detrás de todo esto. No solo lo había atrapado en ese lugar sin salida, sino que todo lo que había hecho, todas sus acciones, todo el control, todo el sufrimiento que había estado viviendo, había sido parte de un plan que él, Hiroaki, había tejido cuidadosamente.
—¿Qué estás diciendo? —La incredulidad y la ira se mezclaban en la voz de Takeru.
—¿Enserio creías que voy a quedarme de brazos cruzados viendo como arruinas tu vida involucrándote con una pobretona?— Preguntó el castaño— ¿Enserio creías que estarías con ella como si nada?
Takeru apretó su puño con fuerza, sintiendo cómo su enojo crecía al escuchar esas palabras. ¿Cómo podía su padre ser tan ciego, tan cruel? No iba a dejar que le hablara de esa manera, no iba a permitir que destruyera su relación con Hikari solo porque no encajaba en su imagen perfecta de lo que debería ser su vida.
—¡Obvio que no! —Exclamó Hiroaki, como si esa fuera la única verdad inquebrantable que existiera en el mundo.
Takeru levantó la cabeza, enfrentando a su padre con una mirada llena de determinación y rabia. Sabía lo que quería, sabía lo que tenía que hacer. No iba a permitir que Hiroaki lo controlara, que le dictara su vida. Ya no.
—Ella es una chica que nada te puede ofrecer. Que solo está contigo por tu dinero.
—¡Mentira!
—¡Verdad!— Exclamó Hiroaki—¿Cómo no lo ves?
—¡No lo veo porque no es verdad!
El castaño rodó los ojos. ¿Qué le sucedía a sus hijos? ¡teniendo todo para ser feliz se fijaban en mujeres que nada valían!
—Verdaderamente eres ciego ¿e?— Comentó el mayor— Creo que verdaderamente no has logrado aprender nada.
—¡Obvio que no! ¿Qué esperabas que aprendiera aquí encerrado?
—Que pudieras recapacitar.
—¿Recapacitar? —dijo, aún sin poder creer que su padre pudiera decir algo así—. ¿Es una broma? ¡Me trajiste aquí como un verdadero tirano! Creyendo que tienes dominio de mi vida.
Hiroaki lo miró con una dureza fría, la mirada fija en su hijo.
—¡Soy tu padre! Tengo dominio sobre tu vida. —La autoridad en su voz era inquebrantable, pero Takeru, por dentro, se sintió más atrapado que nunca.
—¡Soy mayor de edad! —Takeru gritó, su voz temblorosa, pero firme.
—¡Eso no quita que siga siendo tu padre! —Hiroaki gritó con furia, avanzando hacia él con una expresión que mostraba todo su desprecio. —¡Nunca vas a entenderlo, Takeru! Yo sé lo que es mejor para ti.
Takeru sintió un nudo en el estómago. Cada palabra de su padre era como un grillete más, sujetándolo con fuerza a un destino que no había elegido. Ya no podía más.
—Hablas como si yo no supiera lo que es bueno para mí.
—No lo sabes porque intentas desafiarme. Cuanto tu única obligación es obedecerme.
—¡No soy tu marioneta! —Gritó Takeru, su voz resonando con fuerza en las paredes del cuarto. —¡No me importa lo que pienses de Hikari! ¡Voy a hacer lo que quiera con mi vida!
Hiroaki lo observó con una mezcla de desprecio y frustración, pero no mostró sorpresa. Había previsto que su hijo reaccionara de esta manera. Era lo único que sabía hacer, rebelarse sin pensar.
—Tienes mucho que aprender, Takeru. —Dijo Hiroaki con un suspiro, dando un paso atrás— Las consecuencias son horribles.
Takeru no podía soportar más. El enojo, la impotencia, todo se mezclaba en su pecho. Pero algo dentro de él también se estaba encendiendo, algo que nunca había sentido tan fuerte antes: una necesidad urgente de escapar, de liberarse, de dejar de ser controlado por su padre.
—Las consecuencias son lo último que me preocupa. —Takeru respondió con firmeza, sin bajar la mirada.
El enfrentamiento estaba lejos de terminar, pero por primera vez en su vida, Takeru sentía que tenía el control. Y no pensaba dejar que Hiroaki lo derrumbara.
—Bueno, si no eres capaz de verlo, entonces tendrás que mantenerte aquí.—Declaró el castaño.
Hiroaki arqueó una ceja, visiblemente irritado por la respuesta de su hijo, pero no se dejó afectar. Sabía que Takeru no entendía lo que realmente estaba en juego, pero no iba a perder el tiempo explicando algo que su hijo nunca podría comprender.
—Bueno, si no eres capaz de verlo, entonces tendrás que mantenerte aquí. —declaró Hiroaki con voz fría, como si estuviera sentenciando a Takeru a una condena.
Takeru no podía creer lo que escuchaba. ¿Qué más iba a hacerle? ¿Qué más podía quitarle?
—¡Déjame salir de aquí! —gritó Takeru, su voz rota por la furia—. ¡Déjame salir, papá!
Pero Hiroaki, imperturbable, ni siquiera lo miró a los ojos. Su expresión era la de un hombre que había tomado una decisión irreversible.
—No lo haré. —dijo con frialdad, dándose la vuelta para irse, dejándolo solo con sus pensamientos y su rabia.
Takeru permaneció en el mismo lugar, su respiración agitada y su cuerpo tembloroso por la mezcla de emociones que lo atormentaban. Había sido tan fácil para Hiroaki, tan seguro de su control, tan convencido de que Takeru no podría escapar de su sombra.
Pero Takeru sabía una cosa con absoluta certeza: esta vez, él iba a ser quien controlara su destino.
La mañana estaba cálida, el sol se filtraba a través de las ventanas, dejando rayos dorados sobre la habitación donde Nene y Kiriha se encontraban. El aire estaba pesado, y el sonido distante de la ciudad les llegaba suavemente como un murmullo lejano. Kiriha, todavía acostado en la cama, lucía agotado, su piel empapada en sudor. La fiebre lo había mantenido en un estado febril y, a pesar de los esfuerzos de Nene por ayudarlo, la enfermedad parecía no ceder.
Nene, con el rostro serio, preparó una toalla mojada con agua fría, buscando aliviar la fiebre de Kiriha. Él, sin embargo, parecía completamente ajeno a lo que sucedía a su alrededor, sumido en una especie de duermevela, entre el sueño y la consciencia, como si su cuerpo estuviera luchando contra una tormenta interna. El constante vaivén de su respiración entrecortada solo hacía que Nene se sintiera más ansiosa.
Se acercó a él con pasos suaves y cautelosos, sabiendo que su contacto podía ser incómodo para alguien tan orgulloso como Kiriha, pero también comprendiendo que en ese momento no había lugar para los formalismos. Se arrodilló junto a la cama, con la toalla en la mano, y la observó unos segundos, sus ojos recorriendo su rostro, notando lo demacrado que se veía. La fiebre lo había dejado vulnerable, sin la fuerza que siempre parecía emanar de él.
Kiriha, al sentir el roce de la toalla fresca sobre su frente, abrió los ojos lentamente, como si la sensación lo hubiera traído de vuelta a la realidad. A pesar de su estado, sus ojos seguían siendo intensos, llenos de una energía apagada por el malestar.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, su voz ronca, como si le costara hablar. Su tono reflejaba su incomodidad.
Nene no respondió de inmediato. En lugar de eso, comenzó a deslizar la toalla con cuidado sobre su rostro, secando el sudor que se acumulaba en su piel. La tela fría contrastaba con el calor de su cuerpo, y aunque sabía que no podía aliviar completamente la fiebre, sentía que al menos podía hacer algo para disminuir su sufrimiento.
—Te refresco un poco.
El rubio hizo una mueca: —Nene...—dijo—No es necesario.— sus palabras carecían de la firmeza habitual. En ese momento, él era solo un hombre enfermo, y Nene se dio cuenta de lo frágil que podía llegar a ser, incluso con todo el peso que llevaba sobre sus hombros.
—No me hagas esto más difícil, Kiriha —respondió ella en tono suave, pero firme—. Déjame hacerlo, ¿sí?
Kiriha la miró un momento, sus ojos entrecerrados, como si estuviera debatiendo entre seguir resistiéndose o permitirle la ayuda. Finalmente, su mirada se suavizó, y suspiró, dejando caer la guardia por un momento.
—Siempre eres tan insistente... —murmuró con una leve sonrisa cansada.
Nene, al escuchar su comentario, no pudo evitar sonreír, aunque la expresión de su rostro seguía siendo seria. Mientras pasaba la toalla por su rostro, la humedad de la tela parecía calmar, aunque solo un poco, el ardor que la fiebre le provocaba.
El roce de la toalla sobre su piel era delicado, y Nene sintió una extraña conexión, una especie de cercanía, que contrastaba con la distancia emocional que usualmente existía entre ellos. Era como si en ese momento, en esa fragilidad, Kiriha se hubiera despojado de su fachada de fortaleza, dejando al descubierto una parte de él que rara vez mostraba.
Finalmente, rompió el silencio con una voz suave pero firme:
—Voy a ir a mi casa a cambiarme de ropa.—Le informó—Así que, te dejaré un rato solo.—Declaró— Si necesitas algo no dudes en llamarme.
El rubio asintió.
—No quiero que estés incómodo. Si quieres puedo ir a buscarlo a tu departamento. ¿Hay algo que quieras que traiga? —preguntó mientras retiraba la toalla de su rostro y la miraba con atención.
Kiriha permaneció en su posición, su mirada fija en el techo. Parecía perdido en sus pensamientos, ajeno al entorno por un momento. Pero, al escuchar su voz, lentamente giró la cabeza hacia ella, sus ojos cansados y una leve sonrisa de gratitud asomando en sus labios.
—Necesito ropa. Si puedes traerme algo... —dijo en voz baja, casi como si la petición fuera una molestia para él, pero lo dijo de todos modos.
Nene asintió sin dudarlo, aunque la leve mueca de incomodidad en su rostro no pasó desapercibida. Sabía lo que Kiriha pensaba: que no quería ser una carga. Pero también sabía que en ese momento su salud era más importante que cualquier orgullo
—Claro. Te la traeré.
El rubio dirigió su mirada hacia su velador en el cual se encontraba su Iphone junto a su billetera y sus llaves, fue así como las tomó y se las extendió a la castaña: —Toma, aquí tienes mis llaves para que entres.
Nene asintió.
—Está bien.—Contestó—Iré y volveré en un rato —respondió, asegurándose de que sus palabras fueran tranquilizadoras. Se levantó suavemente de la cama y caminó hacia la puerta con un paso decidido, pero antes de salir se detuvo un momento y miró hacia atrás—. Descansa un poco mientras tanto, ¿sí?
Kiriha, aunque intentaba ocultarlo, permitió que la suavidad de sus palabras lo alcanzara. Su rostro reflejaba un cansancio palpable, pero en sus ojos brillaba algo más: gratitud, aunque no estaba seguro de cómo manejarlo.
—Está bien... gracias —dijo en voz baja.
Con una última mirada, Nene salió de la habitación, dejando a Kiriha solo con sus pensamientos y con la sensación de que, a pesar de su orgullo, necesitaba más que nunca el apoyo de aquellos que se preocupaban por él.
Mientras se dirigía a su casa, Nene reflexionó sobre lo que había sucedido en la habitación. Aunque todo eso fuera algo inesperado para ambos, sabía que, de alguna manera, algo había cambiado entre ellos. Kiriha, que siempre parecía tan inalcanzable, había dejado que ella se acercara, incluso en su vulnerabilidad. Y eso, de alguna forma, la hizo sentir más conectada a él, de una manera que no había anticipado.
Mimi se encontraba sentada en la cama, mirando hacia la ventana de su habitación del hotel. La suave luz de la tarde se filtraba por las cortinas, proyectando sombras suaves sobre el suelo. El paisaje de la ciudad que se extendía más allá del cristal parecía ofrecerle un respiro, una calma que, por un momento, le dio un poco de paz. Sin embargo, esa sensación se desvaneció rápidamente.
Desvió la mirada hacia la habitación, hacia las paredes que la rodeaban. Un encierro silencioso. El espacio era lujoso, pero a Mimi no le importaba el confort en ese momento. Lo único que deseaba era salir, alejarse de la habitación, de los pensamientos, de todo lo que la mantenía prisionera en su mente. No podía estar allí, atrapada entre esas paredes, por más que tratara de distraerse con la vista al exterior.
No soportaba estar encerrada. Su cuerpo se sentía inquieto, como si las paredes de esa habitación comenzaran a apretarse lentamente. No era la primera vez que lo sentía; en su interior, había algo que siempre la impulsaba a escapar de cualquier tipo de confinamiento. Y en ese momento, el recuerdo de su tiempo en prisión se coló en su mente, como una sombra oscura que nunca se iba completamente. Aquella sensación de estar atrapada, de no tener salida, la había marcado profundamente. No podía ignorarlo, por más que quisiera.
Con un suspiro, se levantó de la cama y caminó hacia la puerta. No podía quedarse allí ni un minuto más. Necesitaba respirar aire fresco, sentir el mundo fuera de esos muros. Salió de la habitación sin pensarlo dos veces, su mente ya estaba en otro lugar, en un recorrido por las calles que le permitiría despejarse y alejarse de todo lo que la oprimía.
Al abrir la puerta, se encontró de frente con Yamato, que estaba a punto de entrar en la misma dirección. Su mirada se cruzó con la suya y él la detuvo en seco, notando su actitud decidida.
—¿A dónde vas? —preguntó con una ceja levantada, sorprendiendo a Mimi.
Ella se detuvo un momento, y aunque había algo de sorpresa en su expresión, la respondía con una sinceridad tranquila.
—Voy a salir a caminar —dijo, su voz firme, pero relajada. No estaba dispuesta a dar más explicaciones.
Yamato la observó un momento, su mirada recorriéndola de arriba a abajo. Parecía evaluarla, preguntándose si de verdad estaba bien. Por fin, soltó un suspiro.
—¿Por qué no descansas? —preguntó con tono más suave, pero con un dejo de preocupación. Sabía lo mucho que ella había pasado en los últimos días y, a pesar de su fortaleza, le preocupaba que no estuviera tomando tiempo para recuperarse.
Mimi no dudó en responder.
—No quiero descansar, solo quiero caminar, respirar —respondió con un ligero encogimiento de hombros, como si la idea de estar quieta fuera algo intolerable para ella. Su mente se mantenía centrada en la necesidad de estar fuera, de no sentirse atrapada—. No me gusta estar encerrada, Yamato. Necesito salir.
Yamato la observó en silencio un momento, notando la determinación en sus ojos, pero también algo más, algo que no podía descifrar. Su preocupación aumentó. Sabía que ella había pasado por cosas mucho peores de lo que mostraba, y no quería dejarla ir sola, especialmente después de lo que había sucedido con Rika, su hija, y todo lo que había estado sucediendo en su vida últimamente.
—No puedes ir sola —dijo finalmente, su tono rotundo, pero sin ser autoritario. Era una sugerencia más que una orden, pero era claro que no la dejaría ir sola.
Mimi lo miró, sorprendida por su respuesta. No esperaba que él se ofreciera a acompañarla. Un rápido pensamiento cruzó por su mente: ¿No debería estar descansando después de la fiebre de anoche?
—Yamato, deberías descansar. Ayer estuviste muy mal... —dijo, su tono de voz algo suave, pero también preocupado. No podía evitarlo, por más que se negara a admitirlo, le preocupaba él también.
Yamato la miró con una sonrisa ligera, una sonrisa que no alcanzaba a ocultar la cansancio detrás de sus ojos.
—Me siento mejor, no te preocupes —respondió de manera más tranquila, aunque la realidad era que, en ese momento, la fiebre y el malestar aún lo seguían persiguiendo. Pero había algo más que lo mantenía de pie, algo más que lo impulsaba a moverse—. Además... tampoco quiero estar encerrado, no ahora. —Sus ojos se oscurecieron por un momento, y Mimi captó algo en su mirada, como si estuviera lidiando con algo más profundo, algo que no tenía que ver con la fiebre, sino con las sombras que lo acechaban.
Mimi lo miró por un segundo, indecisa. No quería estar con Yamato, sin embargo, sabía que mientras más cerca tuviese a Yamato más confianza tendría en ella y más cerca estaría de su objetivo.
Finalmente, la castaña asintió, un gesto que aceptaba la compañía sin cuestionarlo más.
—Está bien, si insistes —dijo, su tono relajándose levemente—. Vamos entonces.
Juntos, caminaron por el pasillo del hotel, sin prisa, cada uno sumido en sus pensamientos. La ciudad los esperaba afuera, con sus ruidos, su aire fresco, y esa sensación de libertad que Mimi tanto necesitaba. Mientras tanto, Yamato caminaba a su lado, dejando atrás la sensación de confinamiento que lo había acompañado durante toda la mañana. Aunque su cuerpo aún se sentía agotado, el simple hecho de salir al aire libre parecía calmarlo, aunque fuera solo un poco.
Nene se detuvo frente al moderno edificio donde vivía Kiriha, sus dedos rozando la correa de su bolso mientras observaba el edificio de apartamentos con una mezcla de curiosidad y una ligera incomodidad. No era su primera vez allí, pero esta ocasión tenía algo diferente: su misión era ir a buscar ropa para él, y ese simple acto la hacía sentir como una intrusa en su vida.
Con un suspiro, entró al edificio y tomó el ascensor, el silencio del pequeño cubículo casi palpable a medida que el elevador ascendía hasta el piso de Kiriha. Nene observó su reflejo en el espejo, notando la forma en que la luz del ascensor iluminaba su rostro. Cerró los ojos por un momento, respirando profundamente. Solo iré a buscar la ropa y me iré, pensó, repitiéndose a sí misma para calmarse.
Cuando la puerta del ascensor se abrió, Nene salió con pasos decididos, pero algo en el ambiente de ese lugar la hizo detenerse por un segundo. El pasillo estaba impecable, y las paredes decoradas con cuadros modernos y líneas sencillas reflejaban un estilo minimalista, limpio. Caminó hasta la puerta de Kiriha, que estaba ligeramente entreabierta. Con un suave empujón, entró en el departamento.
Lo primero que la sorprendió fue la calma que se respiraba en el ambiente. Aunque Kiriha vivía solo, el apartamento parecía tan ordenado como si fuera un espacio compartido con alguien más. No había rastros de desorden ni de improvisación. Los muebles de tonos neutros, las luces tenues, y las plantas estratégicamente ubicadas daban la sensación de que todo estaba en su lugar, como si cada objeto tuviera un propósito y una ubicación exacta.
La cocina, visible desde la sala, estaba igualmente pulcra. Nene no podía evitar sentirse un poco impresionada por el cuidado que Kiriha ponía en cada rincón de su hogar. Incluso la mesa de café tenía sobre ella una sola revista, perfectamente alineada con una lámpara de escritorio, que parecía recién colocada.
Sintiéndose algo ajena a ese orden casi perfecto, Nene caminó hacia el pasillo que llevaba al dormitorio. Al abrir la puerta, vio el cuarto de Kiriha. La cama estaba hecha con precisión, las sábanas estiradas y la almohada colocada cuidadosamente en su lugar. En la esquina del cuarto, un armario grande y de madera oscura se destacaba.
Al abrir las puertas del armario, una suave fragancia a colonia masculina la envolvió. El vestuario estaba perfectamente organizado. Pantalones de corte impecable, camisas de colores neutros y elegantes, y zapatos perfectamente alineados. Nene recorrió con la vista las prendas, sintiendo un leve orgullo al notar que Kiriha tenía un estilo impecable. Sin pensarlo demasiado, comenzó a escoger la ropa para él.
Con dedos delicados, eligió un par de pantalones de mezclilla oscuros, una camisa de lino blanca y unos zapatos de cuero que combinaban perfectamente. A medida que escogía las prendas, no pudo evitar notar que muchas de las camisas tenían un estilo refinado, y que Kiriha sabía cómo combinar colores y texturas. Tiene buen gusto, pensó Nene mientras pasaba su mano por la tela suave de una de las camisas.
Aunque no era diseñadora como su hermana Izumi, Nene apreciaba la buena ropa, y esa habilidad innata de reconocer prendas bien escogidas la hizo sonreír, aunque sin querer. Pero pronto, al mirar las prendas que había seleccionado, una incomodidad comenzó a instalarse en ella. No solo había escogido pantalones, camisas y zapatos... también necesitaba llevarle ropa interior.
El simple hecho de pensar en eso la hizo detenerse un momento, su rostro se sonrojó sin poder evitarlo. ¿Por qué estoy tan incómoda por esto? Es solo ropa... pensó mientras miraba los cajones del armario, buscando los artículos que necesitaría. Sin embargo, al abrir uno de los cajones, lo primero que vio fueron calzoncillos perfectamente doblados y calcetines organizados de manera impecable. La situación se hizo aún más incómoda. ¿Cómo se supone que debía elegir eso para él?
Nene miró a su alrededor, como si esperara que alguien apareciera para rescatarla de esa tarea tan extraña. Pero estaba sola. Solo ella y esa ropa perfectamente organizada.
¿Por qué me siento tan extraña con esto? pensó mientras tomaba aire profundamente. Su vista recorría el interior del cajón, como si esperara que la respuesta llegara en cualquier momento, pero el silencio que la rodeaba parecía solo hacer más evidente lo ridículo de la tarea.
Solo es ropa. Nada más que ropa.
Pero aún así, no podía evitar sentir que algo estaba mal. Decidió que ya no pensaría más en eso. Es solo un par de calzoncillos, Nene. No es el fin del mundo, se repitió a sí misma, pero el nerviosismo seguía creciendo dentro de ella.
Entonces, de repente, recordó algo. El pañuelo. En su bolso siempre llevaba uno, ya se había convertido en algo casi automático. Lo sacó rápidamente y lo extendió entre sus dedos, observando cómo el suave trozo de tela de algodón blanco brillaba bajo la luz de la habitación. Sin pensarlo dos veces, lo utilizó como un improvisado guante. Al menos de esa forma no tendría que tocar directamente las prendas, lo cual de alguna manera la haría sentir más cómoda.
Con el pañuelo cuidadosamente colocado sobre sus dedos, se acercó al cajón nuevamente. Con manos algo temblorosas, usó la tela para tomar uno de los calzoncillos doblados y lo sacó, asegurándose de no tocarlo directamente. Esto no es tan difícil, se decía a sí misma, aunque la incomodidad no desaparecía por completo.
Al observar la pieza de ropa interior entre el pañuelo, no pudo evitar pensar en la precisión con la que Kiriha mantenía todo en su lugar, y el cuidado que ponía en cada prenda. Incluso los calzoncillos estaban doblados con una exactitud casi quirúrgica. No entiendo cómo lo hace, pensó mientras guardaba la prenda en el bolso, con la sensación de que había superado la parte más difícil.
Con los pantalones, las camisas y los zapatos ya seleccionados, y la ropa interior a punto de ser añadida a su colección, Nene no pudo evitar sentirse aliviada de haber conseguido lo que vino a buscar. Con el pañuelo aún entre sus manos, dejó el armario y volvió a mirar el departamento. El orden y la perfección de cada detalle seguían siendo una fuente de asombro para ella, pero también le recordaron lo diferente que era su propia vida. Todo está tan cuidado aquí. Es como un santuario personal.
Sin embargo, en ese momento, Nene ya no podía esperar para salir de ese espacio y regresar a su propia realidad, lejos de la incomodidad de estar en la vida tan ordenada de Kiriha. Como si nada hubiera pasado, guardó rápidamente todo en su bolso, asegurándose de que no faltara nada, y salió de la habitación con la sensación de haber cumplido con su tarea.
Pero, antes de cerrar la puerta detrás de ella, se permitió una última mirada al apartamento: limpio, impecable, como siempre lo había imaginado. Luego, dejó que la puerta se cerrara suavemente, sintiendo que la incomodidad, por fin, comenzaba a desvanecerse.
La suave luz de la lámpara de la consulta iluminaba las paredes de un color cálido y relajante, creando una atmósfera tranquila. El leve sonido de una fuente de agua en el fondo añadía una sensación de paz que contrastaba con la tormenta interna que recorría la mente de Satomi. Se encontraba sentada en el sofá, con las piernas cruzadas, observando el suelo. Había comenzado a hablar de sus problemas, pero el peso de sus palabras aún no había logrado desahogar completamente lo que sentía.
Shuu Kido, su psiquiatra, la miraba atentamente desde su silla. Tenía la mirada tranquila, pero no fría. Su presencia era calmada, confiable, lo que hacía más fácil para Satomi abrirse. Sin embargo, al mirar a través de la ventana hacia la ciudad, Satomi no podía evitar sentir que el vacío que sentía en su pecho no se iba a llenar tan fácilmente.
— He intentado hablar con Kousei… —comenzó Satomi, su voz quebrada por el dolor—, pero no importa lo que diga, no encuentro consuelo. Parece que todo lo que intento es solo un eco vacío.
Shuu, con una postura relajada pero atenta, asintió con comprensión, dándole espacio para seguir hablando.
— ¿Cómo te hace sentir esto? —preguntó suavemente, tratando de que Satomi se abriera más.
Ella levantó la vista y lo miró, aunque sus ojos no reflejaban la claridad que solían tener. Estaban nublados por la tristeza, la incertidumbre y la frustración.
— Me siento… perdida. No sé qué hacer, Shuu. Llevo años con él, y ahora descubro que me ha estado engañando. Que todo lo que pensaba que era sólido, en realidad, es una mentira. Y lo peor es que no puedo sacármelo de la cabeza. Su cara, su voz, su manera de fingir que todo estaba bien… no puedo olvidarlo.
Satomi pasó una mano por su rostro, como si quisiera borrar las lágrimas invisibles que se acumulaban en sus ojos. Se sentía rota, como un cristal quebrado que no podía ser reparado. El dolor en su pecho no se aliviaba con palabras amables ni con consejos; parecía que nada podía quitar la herida que Kousei le había dejado.
Shuu observó con atención, sin interrumpirla, permitiéndole procesar sus pensamientos antes de responder.
— ¿Sientes que todavía lo amas? —preguntó, con un tono neutral, pero buscando entender más profundamente la situación.
Satomi dejó escapar un suspiro largo y pesado, mirando al frente como si tratara de encontrar las palabras correctas para describir sus emociones contradictorias.
— No lo sé. Parte de mí aún lo ama, como si no pudiera dejarlo ir. Pero… ¿cómo puedo amar a alguien que me ha fallado de esa manera? Es una traición, Shuu. Y no sé si puedo perdonarlo. Me duele pensar que todo lo que compartimos fue solo una fachada, que todo lo que construimos juntos era una mentira. ¿Cómo puedo amar a alguien que me hace sentir tan… insignificante?
El psiquiatra se inclinó ligeramente hacia adelante, su voz llena de empatía.
— Es completamente normal sentir eso. La traición en una relación de pareja es algo devastador, y muchas veces no se trata solo de los hechos, sino del impacto emocional que tiene en ti. La confianza se construye con el tiempo, pero se puede destruir en un instante.
Satomi asintió lentamente, agradecida por las palabras de Shuu, aunque el dolor seguía ahí, fresco y profundo.
— ¿Cómo sigues adelante con algo así? —preguntó con la voz quebrada—. ¿Cómo dejo atrás el amor que tenía por él y sigo con mi vida?
Shuu mantuvo una expresión serena, y después de unos segundos, habló con una suavidad profunda que parecía envolverla.
— A veces, el camino para sanar no es claro ni directo. Pero lo que sí es cierto es que mereces mucho más que seguir siendo lastimada por alguien que no te valora. Satomi, eres una mujer increíble, llena de belleza y fortaleza, y no deberías vivir en la sombra de alguien que no es capaz de darte lo que mereces.
Satomi lo miró fijamente, sorprendida por la sinceridad en sus palabras. Había algo en su tono que la hacía sentir que, quizás, ella misma merecía algo mejor. La tristeza en sus ojos se mezclaba ahora con un atisbo de duda.
— ¿Crees que merezco más? —murmuró, la inseguridad aún pesando sobre ella.
Shuu sonrió levemente, pero su sonrisa no era solo un gesto amable; tenía un aire de sinceridad y calidez que parecía hacerle un contraste con su profesionalismo habitual.
— No solo lo creo, Satomi, lo sé. Eres una mujer hermosa, inteligente, y llena de cualidades que muchos desearían tener a su lado. No mereces estar sufriendo por un hombre que no sabe valorar lo que tiene frente a él. Tú mereces algo mucho mejor.
El comentario de Shuu hizo que Satomi se sintiera vulnerable, como si esas palabras pudieran ser el primer paso para liberarse de la angustia que la consumía. Y en esa fracción de segundo, algo más en su interior despertó, algo que no había permitido reconocer hasta ahora. Quizás había algo más que vida por descubrir. Algo fuera del alcance de Kousei.
Shuu mantuvo la mirada fija en ella, notando el cambio en su expresión. Aprovechó la oportunidad para dar un paso más, dejando atrás las barreras profesionales que tanto le costaban mantener.
— Satomi… no quiero que pienses que solo soy tu psiquiatra. Soy una persona que también ve en ti algo muy especial. —su voz se suavizó aún más—. ¿Qué te parece si esta noche, en lugar de estar pensando en lo que te ha hecho Kousei, nos tomamos un respiro? Una cena, solo tú y yo. Sin presiones, solo una oportunidad para disfrutar de un momento sin el peso del mundo.
Satomi lo miró en silencio, sorprendida por la sugerencia, pero algo en sus palabras la hizo sentir un destello de curiosidad, de esperanza. La idea de salir de su rutina, de alejarse de la tragedia, aunque solo fuera por un momento, la tentaba. Y la forma en que Shuu la miraba, tan cercano, tan atento… algo en ello la hacía sentir viva nuevamente.
— No sé qué decir… —murmuró, su voz titubeante.
Shuu se recostó ligeramente en su silla, con una sonrisa tranquila pero sugerente.
— Solo di que sí. Una mujer tan bella como tú no merece pasar sus días pensando en lo que ha perdido. Merece disfrutar de lo que tiene por delante.
Las palabras de Shuu parecieron tocar una fibra sensible en Satomi. Un calor desconocido comenzó a formarse en su interior, y aunque estaba confundida, también sentía una mezcla de deseo por escapar de su dolor y la posibilidad de encontrar algo nuevo. Algo más allá de lo que Kousei le había dado.
— Está bien. —dijo finalmente, con una sonrisa tímida. — Acepto la cena.
Shuu sonrió satisfecho, y aunque su expresión siguió siendo calmada y profesional, había un brillo en sus ojos que no pasaba desapercibido para Satomi.
— Perfecto. Te prometo que será una noche en la que solo pensarás en ti misma.
La sesión terminó poco después, pero algo había cambiado. Mientras Satomi salía de la consulta, el peso de su tristeza no desapareció por completo, pero por primera vez en mucho tiempo, sentía que tal vez, solo tal vez, merecía algo más que el sufrimiento que había estado soportando.
Y, por un momento, todo parecía posible.
La ciudad de Florencia, con sus calles empedradas y sus edificios históricos, se desplegaba ante ellos mientras el coche avanzaba suavemente por las avenidas. El aire fresco de la tarde se colaba a través de la ventanilla, moviendo ligeramente el cabello de Haruna, que, pensativa, miraba el paisaje a través del cristal. El sonido del motor del coche era suave, casi imperceptible, pero la conversación que había comenzado entre ellos hacía un momento seguía flotando en el aire.
Haruna rompió el silencio, volteando ligeramente hacia Yamato, quien estaba al volante, con una expresión seria pero tranquila, concentrado en el camino.
—Yo pensé que íbamos a ir caminando —comentó, una sonrisa irónica curvando sus labios. Estaba acostumbrada a la tranquilidad que brindaba caminar por las calles, a la libertad de moverse sin límites. Sin embargo, el coche parecía ser un recordatorio de que en ocasiones el aire fresco de la ciudad no era suficiente para escapar de las restricciones.
Yamato la miró brevemente, sus ojos fijos en la carretera, y su expresión se tornó más seria.
—Últimamente las calles de Italia no son muy seguras —respondió, su voz calmada pero cargada con la gravedad de las circunstancias. Había algo en su tono que dejaba entrever que no solo hablaba de la seguridad física, sino de todo lo que envolvía a su vida en ese momento: las tensiones, los conflictos, y las amenazas que acechaban en cada rincón.
Haruna frunció ligeramente el ceño, sus dedos jugando con la pequeña cadena en su cuello, mientras su mente hacía un giro hacia los pensamientos más profundos. Ella sabía que Yamato tenía razones para estar preocupado, que su vida y la de quienes lo rodeaban estaban siempre al borde de algún peligro. No le gustaba la sensación de estar siempre rodeada de una vigilancia constante, pero entendía que era necesario.
—¿Y por eso elegimos el coche? —preguntó, intentando aligerar la conversación, aunque su tono reflejaba la comprensión que no era completamente expresada con palabras. Aunque le molestaba la idea de estar constantemente siendo cuidada, no podía negar que el peligro real estaba allí, acechando, en cada paso.
Yamato asintió, manteniendo sus ojos firmes en el camino.
—Sí, no es solo por ti o por mí... Hay muchos que están dispuestos a hacer cualquier cosa para aprovecharse de la situación. —Suspiró levemente, y sus dedos ajustaron el volante mientras tomaba una curva, cada movimiento del coche perfecto y calculado, como si todo estuviera bajo control, incluso cuando en su mente no lo estaba. — Y en las calles, no solo se trata de ver quién te sigue. Las calles mismas... no son lo que solían ser.
Haruna lo observó en silencio por un momento, notando la tensión en sus hombros, el reflejo de la preocupación en sus ojos, que por un instante se apartaron de la carretera para mirarla. Era un breve momento, pero suficiente para que Haruna entendiera que, en su interior, Yamato había dejado de ser solo el hombre fuerte que todos veían. Había mucho más de él, mucho más que su título y el poder que poseía.
Ella suspiró, más para sí misma que para él, y se recostó en el asiento, mirando por la ventana. La ciudad pasaba ante sus ojos con la misma rapidez de siempre, pero, por dentro, todo estaba detenido.
—No me gusta estar encerrada, Yamato —murmuró de repente, y su voz tenía una suavidad que contrastaba con la seriedad de la conversación. En ese momento, la verdad estaba sobre la mesa, una verdad que no necesitaba ser escondida, ni por ella ni por él— Por favor ¿podemos caminar?
Yamato miró la carretera mientras escuchaba las palabras de Haruna, su mente sumida en la mezcla de dudas y preocupaciones que siempre lo acompañaban. Sin embargo, su mirada se suavizó cuando ella dejó caer las palabras: "Por favor, ¿podemos caminar?"
El silencio que siguió fue breve, pero cargado de significado. El coche avanzaba sin prisa, pero él no podía evitar sentir que el tiempo se había detenido. Miró a Haruna de reojo, su expresión seria, como si estuviera evaluando algo que no estaba del todo claro para él.
—¿No te sientes cansada? —preguntó, su voz suave pero con un toque de preocupación. Sabía que Haruna tenía un aguante increíble, pero también entendía que había momentos en los que incluso las personas más fuertes necesitaban descansar de sus propias batallas.
Haruna, sin apartar la vista de la ventana, dejó escapar un suspiro largo, casi como si se estuviera desahogando a través de esa simple exhalación. Giró ligeramente el rostro hacia él, sus ojos buscando algo más que una respuesta: buscaban comprensión.
—Me cansa el encierro, Yamato. —La suavidad de su voz apenas alteró la quietud del momento, pero las palabras fueron directas, como un grito callado. —Todo el tiempo he tenido que conformarme con estar encerrada, estudiando, trabajando, esforzándome para rendir bien, para que me vaya bien en la vida.
Desde que tuvo que empezar de cero para crear a Haruna tuvo que esforzarse por ser alguien que jamás quiso ser y lo estaba logrando. Con mucha dificultad.
—Pero eso no significa que no esté cansada de estar atrapada en esos ciclos.—Declaró— Cuando voy a otros países, siempre trato de aprovechar para salir, para conocer, para respirar algo distinto.
Yamato la miró fijamente. Esa frase, "estar atrapada", resonó en él más de lo que ella imaginaba. En sus ojos, brilló algo de entendimiento, algo que solo alguien en una posición similar podría comprender.
—Yo también sé lo que es estar atrapado, Haruna —dijo, su tono algo más grave, como si compartiera un pedazo de su propia alma con ella. Sus palabras eran directas, pero llenas de una sinceridad palpable. —Después de todo, desde siempre he tenido que estar encerrado.
Desde joven, su mundo se vio atrapado en una vida que jamás quiso llevar. Por unos minutos creyó que eso cambiaría, cuando conoció a Mimi y tuvieron a sus hijas creyó que todo sería diferente para él. Pero se equivocó porque lamentablemente...terminó convirtiéndose en lo que Hiroaki quería.
Haruna lo observó, sorprendida por lo directo de su respuesta. Aunque sabía que Yamato era una figura de poder, escuchar esas palabras le dio una nueva perspectiva sobre él. De alguna manera, estaba atrapado en su propio mundo, tal vez más de lo que ella misma estaba.
—Debe ser difícil haber crecido con la presión de ser el heredero de la familia Ishida.
Yamato asintió lentamente, como si las palabras de Haruna pudieran haber sido las que él mismo necesitaba escuchar. El peso de su vida, sus responsabilidades, se reflejaba en su mirada, que se había oscurecido con un atisbo de recuerdos dolorosos. Era como si todo lo que había vivido se resumiera en ese momento de silencio compartido.
—Desde que era niño, sabía lo que se esperaba de mí —continuó, su voz ahora más baja, casi como un susurro. El sonido del viento al mover las hojas de los árboles era lo único que interrumpía su confesión. —Mi vida siempre estuvo planeada, mi destino trazado antes de que siquiera pudiera comprenderlo. No tenía libertad para decidir, para ser quien quería ser. Solo tenía que seguir el camino que se me había impuesto... y eso me condenó a una vida de decisiones que no eran mías.
—¿En algún minuto no pensaste en seguir un camino diferente?
Yamato se mordió el labio inferior al escuchar aquella pregunta.
Sí, en un momento lo pensó. Cuando estuvo con Mimi. Creyó que podría ser otra persona, que no sería igual a Hiroaki. Que podría seguir su sueño por la música.
Pero esa esperanza se desvaneció rápidamente, como un sueño que se escapa al despertar.
—Lo pensé... —dijo Yamato, su voz rasgada por una mezcla de nostalgia y frustración. —Cuando conocí a...a alguien...—Comentó—sentí que tal vez... tal vez había una oportunidad para algo diferente. Algo más que las expectativas, algo más que el título de heredero. Durante un tiempo, creí que podía ser otro hombre, alguien que no estuviera atado a la tradición y a la política familiar. Incluso pensé en la música, en mis propias pasiones. Pero las responsabilidades nunca me dejaron. Siempre volvieron a mí, como cadenas invisibles que no podía romper.
~Recuerdo~
Era una tarde calurosa en la que el sol brillaba con fuerza sobre el palacio. Yamato se encontraba en su oficina, rodeado de documentos y papeles que reflejaban el peso de las decisiones que tenía que tomar. El sonido de los murmullos lejanos, los pasos de los sirvientes y las risas de los niños jugando en los jardines, todo parecía ajeno a él. Su mente estaba fija en las responsabilidades que le aguardaban como heredero, las presiones de la familia y la política que nunca lo dejaban respirar.
Sin embargo, la puerta de su oficina se abrió de golpe, y la figura que entró era una que él conocía muy bien. Mimi. Siempre tan enérgica, tan decidida. Con sus ojos brillando con una chispa traviesa, sabía que no venía solo a hacerle una visita. La conocía demasiado bien, sabía que había algo más en su mirada.
—¿Qué pasa, Mimi? —preguntó Yamato, mirando hacia ella desde su escritorio. Intentó sonar indiferente, pero la suavidad en su voz delataba su curiosidad.
Mimi se acercó a su escritorio con una sonrisa traviesa, un destello de diversión en sus ojos. Estaba vestida con algo sencillo, pero su presencia siempre lograba llenar cualquier espacio.
—No me digas que estás todo el día encerrado en esa oficina, tomando decisiones aburridas y resolviendo problemas que no te interesan. —Su tono de voz era juguetón, pero su mirada era penetrante. Sabía cómo llegar hasta él, cómo sacarlo de su burbuja de responsabilidades.
Yamato suspiró, relajando los hombros por un momento, sintiendo la pesadez de las horas interminables de trabajo. Se recostó en su silla, mirando a Mimi.
—¿Qué esperas de mí? —respondió con un tono que mezclaba cansancio y curiosidad. —Sabes cómo son las cosas. Tengo obligaciones que cumplir.
Mimi no se detuvo en sus palabras. En lugar de quedarse parada frente a su escritorio, caminó alrededor de la habitación, observando los libros y papeles desordenados. Finalmente, se detuvo junto a la ventana, mirando hacia afuera, donde los jardines del palacio se extendían ante sus ojos. Luego, sin volverse hacia él, dejó escapar una pequeña risa.
—¿Sabes qué me gustaría, Yamato? —preguntó, su voz suave pero cargada de una energía especial. —Me gustaría escuchar cómo cantas.
Yamato frunció el ceño, levantándose ligeramente de su silla y mirando a Mimi con una mezcla de incredulidad y desconcierto.
—¿Cantar? —repitió, como si las palabras de Mimi fueran una broma. —¿Acaso me estás tomando el pelo?
Mimi no se movió, pero en sus ojos había algo más que simple diversión. Un destello de seriedad que Yamato no pasó por alto. Ella lo conocía demasiado bien.
—No. No te estoy tomando el pelo. —Se giró lentamente hacia él, con una sonrisa que no era completamente juguetona, sino profunda, como si de alguna manera hubiera visto algo dentro de él que los demás no podían. —Sé que tienes una voz increíble, Yamato. Taichi siempre me habla de tu talento.
El ambiente en la habitación se tensó por un momento, como si las palabras de Mimi hubieran tocado algo sensible dentro de él. Yamato, por primera vez en mucho tiempo, se sintió vulnerable. En su interior, algo empezó a despertar, una parte de él que había estado olvidada durante años.
—Canto por hobbie...—dijo, con una risa forzada, casi avergonzado por la idea de hablar sobre algo tan personal. —Para escapar de la realidad. No puedo estar pendiente en un pasatiempo.
Mimi lo miró fijamente, su expresión nunca vaciló. Sabía que había tocado una fibra sensible. Se acercó a él, caminando lentamente, hasta que estuvo justo frente a su escritorio.
—Yamato —comenzó con suavidad, mirando directamente a sus ojos, como si quisiera atravesar las barreras que él había levantado. —Esas responsabilidades no te definen. No eres solo lo que el mundo espera de ti. No eres solo el heredero, el futuro magnate, el hombre que todos miran con expectativas. Eres mucho más que eso.
Yamato no sabía qué decir. Sus palabras resonaban en él, y por un momento se sintió como si estuviera viendo todo desde una perspectiva diferente. Mimi siempre lo había hecho pensar en cosas que normalmente evitaba, cosas que él mismo trataba de enterrar bajo la pesada carga de su apellido y sus deberes.
—Sé que te sientes atrapado, pero cantar... —dijo Mimi con una suavidad en su voz que lo hizo temblar ligeramente. —Cantar es liberarte. Cantar es volver a ser tú mismo, sin las máscaras, sin las expectativas. Solo tú y la música. ¿No lo entiendes?
Las palabras de Mimi lo tocaban profundamente. Yamato recordó aquellos días cuando, de niño, se sentaba frente al piano o tomaba una guitarra para escapar de su realidad. Recuerdo que sentía que la música era su única forma de expresión verdadera. Pero con los años, esos momentos se desvanecieron, ahogados por las responsabilidades, los compromisos y las exigencias de su familia.
Mimi, al ver la indecisión en su rostro, sonrió suavemente y se inclinó hacia él.
—Solo una canción, Yamato. Te prometo que no será lo mismo si te dejas llevar. Lo que sea que sientas, déjalo salir a través de la música. ¿Por qué no lo intentas?
Yamato la miró por un largo momento. Su mirada se suavizó al ver la genuina preocupación y la esperanza en los ojos de Mimi. Algo en su interior, una parte de él que había permanecido dormida, empezó a despertarse nuevamente. Con una leve sonrisa en sus labios, se levantó de su silla y caminó hacia el piano que estaba en una esquina de la habitación. Mimi lo siguió con la mirada, su expresión llena de anticipación.
(Y así será - Floricienta)
Mimi: Mi amor te espero tantos años
Lo supe cuando te vi
Mi amor te soñó en tantos sueños
Y esta aquí
Yamato: Mi amor te pensó tantas veces
Y ya te reconocí
Mi amor te inventó desde siempre
Llegaste aquí
Ambos: Y así será
Juntos por fin
Y así será
Para los dos
Y así será
Un gran amor
Y así será
Y así será
Y así será
Será un gran amor hasta el final
Que nadie nunca podrá separar
Un gran amor
Y el corazón tanto esperó
Y así será
Yamato y Mimi terminaron la canción, las últimas notas flotando en el aire mientras la calma invadía la habitación. Durante esos segundos, ambos se quedaron en silencio, sintiendo el eco de la melodía que había llenado el espacio. Mimi sonrió, satisfecha, mientras Yamato parecía haber dejado atrás el peso de sus responsabilidades, al menos por un breve momento. Su mirada, antes cargada de tensión, ahora se sentía más ligera, más humana.
—Eso fue... —comenzó Yamato, su voz suave, como si estuviera buscando las palabras correctas. —Eso fue lo que había estado buscando.
Mimi lo miró, su sonrisa se ensanchó, y dio un pequeño paso hacia él, dispuesta a decir algo más, cuando de repente la puerta se abrió de golpe.
Hiroaki, el padre de Yamato, entró sin previo aviso, con una mirada severa en el rostro. Su presencia era como una sombra que inmediatamente opacó el aire ligero que había quedado después de la canción. A su lado, uno de los sirvientes que había seguido de cerca a Hiroaki se retiró discretamente, pero el peso de la mirada del patriarca se sintió de inmediato.
—¿En qué estás perdiendo el tiempo, Yamato? —preguntó Hiroaki, su tono frío y autoritario. La pregunta no estaba dirigida solo a él, sino a Mimi también, como si ambos fueran igualmente culpables de alguna manera. —¿Esto es lo que haces ahora? ¿Tocar música?
El rostro de Yamato se endureció instantáneamente, y aunque había experimentado un momento de liberación con la música, la entrada de su padre lo devolvió a la realidad. Hiroaki no comprendía ni valoraba esos momentos, no veía nada más que una distracción, algo que podría poner en peligro el futuro de la familia.
—Padre, solo estaba... —Yamato trató de defenderse, pero Hiroaki lo interrumpió con un gesto impaciente.
—¿Solo? ¿Solo? —repitió Hiroaki, levantando una ceja, sus ojos fríos clavados en su hijo. —Esto no es un juego, Yamato. Tienes responsabilidades que atender. Esto que haces es una pérdida de tiempo.
Mimi se quedó quieta, observando la escena. Sabía que la figura de Hiroaki era una sombra pesada sobre Yamato, pero ver cómo él lo despojaba de la felicidad que acababa de encontrar la irritaba. Sin embargo, no dijo nada. En este tipo de situaciones, las palabras eran inútiles. Solo quedaba soportar la presión de la presencia de Hiroaki.
—Y tú, —Hiroaki giró su mirada hacia Mimi, señalándola con un dedo acusador. —No eres la excepción. ¿De verdad pensaste que podrías distraerlo con tus tonterías musicales? ¿Sabes lo que esto podría costarle? ¿A ti? ¿A él?
Mimi, con los ojos brillando de desafío, se mantuvo en silencio por un instante, sabiendo que no valía la pena discutir. Sabía que Hiroaki no era alguien con quien pudiera razonar. Sin embargo, sus palabras no cayeron en saco roto.
—Yo solo quería que se relajara, señor Ishida. —La voz de Mimi fue calmada, pero su tono cargado de firmeza. —A veces, necesitamos algo más que negocios y política para recordar quiénes somos.
Hiroaki la miró con desdén, como si fuera una niña que no entendiera la seriedad de la situación.
—¡Basta! —exclamó, su tono ya cargado de furia. —Esto no es asunto tuyo, ve a molestar a otra persona. Yamato es el futuro de la familia Ishida, y no tiene tiempo para estas... frivolidades. ¡Regresa a tu lugar y deja de hacerle perder el tiempo!
Yamato, aunque por dentro sentía un resentimiento creciente, se mantuvo en silencio. Era imposible ganarle una discusión a su padre. Había aprendido eso desde joven. Sin embargo, algo dentro de él se revolvía, una parte de él que había despertado con la música, pero que ahora se sentía de nuevo atrapada.
Mimi, con una mirada cargada de frustración y dolor, dio un paso atrás. Sus ojos se encontraron con los de Yamato, pero él no pudo decir nada. Las palabras se habían quedado atrapadas en su garganta.
Hiroaki, al ver que Mimi no respondía, dio un último vistazo a su hijo, asegurándose de que su autoridad se hubiera impuesto, y luego salió de la habitación, dejando el silencio detrás de él. La puerta se cerró de golpe, y la atmósfera pesada regresó al espacio.
Yamato permaneció en silencio, mirando las teclas del piano, sus manos tensas a los lados. Mimi, aunque lastimada por las palabras de Hiroaki, no podía dejar de sentir que había hecho lo correcto al intentar que Yamato encontrara algo de libertad, aunque solo por un momento.
Finalmente, después de un largo silencio, Yamato habló, su voz grave y cargada de impotencia.
—Lo siento. No quería que te metieras en esto, pero... —Suspiró, mirando hacia Mimi. —Mi padre... no entiende lo que realmente necesito. No entiende lo que me hace sentir vivo.
Mimi, acercándose nuevamente a él, lo miró con compasión. Aunque las palabras de Hiroaki habían sido duras, ella sabía que Yamato necesitaba más que nunca ese momento de escape.
—No tienes que pedir disculpas —le dijo con suavidad y lo abrazo—Lo que sientes es válido, Yamato. No dejes que te lo arrebaten.
Yamato la miró por un momento, agradecido, pero el peso de las expectativas de su padre ya lo había envuelto de nuevo. Sabía que el camino que él mismo quería seguir no sería fácil, pero al menos, por un breve instante, había tocado lo que podría ser una pequeña libertad en medio de todo el caos.
~Fin del recuerdo~
El coche avanzó unos metros más antes de que Yamato girara un poco el volante hacia un lado de la carretera, buscando un lugar para estacionar. Su rostro estaba algo más relajado ahora, aunque su mirada seguía mostrando la preocupación que nunca desaparecía del todo.
—Está bien —dijo finalmente, con un suspiro que se mezcló con el suave zumbido del motor al reducir la velocidad. —Voy a estacionar.
Haruna sonrió ligeramente, agradecida, pero no dijo nada más. Sabía que, aunque para él no fuera fácil, estaba dispuesto a hacer lo que ella le pedía. Y en ese pequeño gesto, Haruna encontró algo más que alivio. Encontró una señal de que, incluso en sus mundos tan distintos, ambos compartían algo más profundo de lo que las apariencias dejaban ver.
Yamato aparcó el coche en un lugar tranquilo, apartado del bullicio de la ciudad, y apagó el motor. Al salir del coche, la brisa fresca de la tarde los envolvió. Haruna cerró los ojos por un momento, dejando que el aire acariciara su rostro, mientras respiraba hondo, disfrutando de esa pequeña libertad.
Yamato la observó por un instante, luego cerró la puerta del coche con un suave golpe y caminó hacia ella. Sin palabras, ambos comenzaron a caminar por la calle tranquila, sus pasos resonando en el silencio que los rodeaba. Ninguno de los dos sabía qué les depararía el resto del día, pero por ahora, al menos, estaban libres de las cadenas que el mundo les imponía.
Nene caminó por el pasillo silencioso, el eco de sus pasos llenando el aire mientras se acercaba a la habitación de Kiriha. Llevaba una bolsa de ropa que había reunido apresuradamente, pensando en lo que más podría necesitar el pequeño. Después de su accidente, la última vez que lo vio estaba cansado y herido, y aunque parecía estar mejor, Nene aún no podía quitarse la preocupación de encima.
Al llegar a la puerta de la habitación, se detuvo por un momento, respiró hondo y tocó suavemente la madera. Unos segundos después, la voz de Kiriha resonó al otro lado, invitándola a pasar.
— Adelante. —dijo Kiriha, sonando más animado de lo que ella esperaba.
Con una sonrisa tímida, Nene abrió la puerta y entró. La habitación estaba iluminada por la suave luz del atardecer que entraba por la ventana, creando un ambiente cálido y acogedor. Kiriha estaba sentado en la cama, cubierto por una manta, con el rostro aún un poco pálido, pero parecía más tranquilo que antes.
— Hola, Kiriha. —dijo Nene, cerrando la puerta tras ella con un suspiro. — Traje algo de ropa para ti.
Kiriha levantó la mirada hacia ella, sonriendo, pero su rostro mostró una mezcla de sorpresa y incomodidad cuando vio lo que ella llevaba en las manos.
— No tenías que traerme ropa, Nene. Realmente... —su voz se apagó mientras miraba la bolsa en sus manos.
Nene le sonrió de manera cálida, intentando restarle importancia al momento incómodo.
— No quería que te sintieras incómodo con lo que te dieron en la clínica. Además, pensé que podrías querer algo más cómodo para cuando te den de alta.
Kiriha asintió, aún sin decir nada, pero Nene notó la ligera tensión en su postura. Sabía que estaba agradecido, pero algo en el aire entre ambos se había vuelto más... palpable. Se acercó a la cama, dejando la bolsa sobre la mesa de noche junto a él.
— Aquí está. —dijo mientras empezaba a abrir la bolsa. El sonido de la tela se mezcló con el silencio de la habitación.
Kiriha observó en silencio, su rostro perdiendo algo de color mientras Nene sacaba la ropa con una expresión tranquila. Al principio, parecía ser todo normal: pantalones, una camiseta, unos calcetines... pero luego, al sacar las prendas interiores, la situación dio un giro incómodo.
Nene retiró con delicadeza una camiseta de manga larga, pero al siguiente movimiento, una prenda se deslizó fuera de la bolsa y cayó directamente sobre la mesa, justo frente a ellos. Era una prenda íntima. Nene parpadeó, sorprendida, y su rostro se tiñó rápidamente de rojo.
Kiriha, al darse cuenta, también se quedó helado, sus ojos fijos en la prenda, incapaz de mover un músculo. El silencio en la habitación se hizo denso.
—¡Oh! —exclamó Nene, rápidamente intentando coger la prenda, pero su mano temblaba ligeramente, lo que solo hizo más evidente la incomodidad de la situación. —¡Lo siento! No fue mi intención... —dijo, con una risa nerviosa, mirando a Kiriha de reojo.
El rostro de Kiriha se había sonrojado visiblemente, y aunque intentaba no mostrarlo, sus manos se apretaron contra las sábanas de la cama, como si estuviera intentando mantener el control. No sabía cómo reaccionar, pero el hecho de que su ropa interior estuviera expuesta así, frente a Nene, lo hacía sentir aún más vulnerable.
— No... no te preocupes. —dijo Kiriha, intentando despejar la tensión, pero su voz sonaba más baja de lo habitual, casi como si quisiera desaparecer. —Es solo... es solo que... no esperaba que... —suspiró, su mirada evitando la de ella.
Nene sintió que el calor en su rostro no desaparecía. Mientras recogía la prenda, intentó hablar con más tranquilidad, pero la incomodidad seguía llenando el aire.
— Lo siento mucho, Kiriha. No quería que esto... —sus palabras se desvanecieron, sin saber cómo seguir. El hecho de que la ropa íntima de Kiriha estuviera justo frente a ella no era algo que esperara. Tampoco había planeado ver la reacción tan nerviosa de él.
Kiriha, al ver la situación, se obligó a sonreír, aunque era evidente que no se sentía del todo cómodo.
— Está bien, de verdad. —dijo él, levantando las manos como queriendo restarle importancia—. Es solo... un poco embarazoso, ¿sabes?
Nene asintió rápidamente, sintiéndose igualmente avergonzada. Quiso deshacer la incomodidad, pero no estaba segura de cómo.
— Te entiendo...—murmuró, con una ligera risa incómoda. —Creo que... mejor te dejo sola con esto. Si necesitas algo más, solo avísame.
Kiriha la miró con una mezcla de agradecimiento y pudor, sus ojos brillando suavemente, pero sin saber cómo aliviar la tensión que se había formado entre ellos.
— Gracias, Nene. De verdad, aprecio que hayas venido.
La joven sonrió con calidez, dándole una mirada comprensiva. Quería que él se sintiera cómodo, que supiera que estaba allí para él, pero al mismo tiempo, algo dentro de ella la hacía sentir aún más incómoda. De alguna manera, aquella cercanía y ese pequeño accidente en la entrega de la ropa había abierto una brecha entre ellos.
— No tienes que agradecerme. —respondió Nene, dejando caer la mirada al suelo, con una sonrisa ligera—. Cuídate, ¿de acuerdo?
Kiriha asintió, agradecido, mientras Nene se dirigía hacia la puerta. Un silencio pesado llenó la habitación, pero esta vez, no era por la vergüenza, sino por un entendimiento tácito que ambos compartían. De alguna forma, esa pequeña incómoda interacción los había acercado un poco más, aunque ninguno de los dos lo reconociera en ese momento.
Antes de salir, Nene giró un momento hacia él, con una última sonrisa.
— Nos vemos pronto, Kiriha.
Él levantó la mano en un gesto tímido de despedida, pero no dijo nada más. Cuando la puerta se cerró suavemente tras ella, Kiriha se quedó mirando las prendas sobre la mesa, su rostro aún encendido. Sin embargo, por dentro, sabía que algo había cambiado en su relación con Nene. Aunque fuera una simple entrega de ropa, había sido suficiente para traer una nueva capa de vulnerabilidad y complicidad entre ellos.
La oficina de Sora en "Takenouchi Style" estaba decorada con un aire moderno pero elegante, con paredes de vidrio que ofrecían una vista panorámica de la ciudad. Los muebles eran minimalistas pero sofisticados, todo cuidadosamente organizado. Sin embargo, esa tarde, la atmósfera era diferente. La tensión llenaba el espacio mientras Sora, la dueña de la empresa, mantenía una postura serena detrás de su escritorio. Frente a ella, Aiko Ishikawa, uno de sus principales compradores, estaba de pie, visiblemente molesto, con una expresión que no dejaba lugar a dudas sobre su enfado.
Aiko cruzó los brazos, mirando a Sora con una furia contenida, y dio un paso hacia el escritorio, casi como si quisiera acercarse para hacerle ver su frustración de una manera más directa.
— ¿Qué es esto, Sora? —dijo, su voz cargada de desconfianza, señalando con un gesto hacia las cajas que estaban apiladas en el suelo al lado de su asiento. — ¡Este no es el pedido que hice! ¡¿Cómo puedes enviarme algo tan… tan mal hecho?!
Sora no reaccionó inmediatamente, en su lugar, se tomó un momento para observar a Aiko con calma. Su rostro era una máscara de tranquilidad, como siempre. La dueña de "Takenouchi Style" no era del tipo que se dejaba llevar por los impulsos, y no importaba cuán molesto estuviera Aiko, ella mantenía el control. Con una ligera sonrisa en los labios, finalmente rompió el silencio.
— Aiko, por favor, relájate un poco. —dijo con suavidad, mientras se recostaba ligeramente en su silla, sus dedos entrelazados sobre su escritorio—. Revisa bien el pedido. Estoy segura de que es lo que solicitaste. La calidad y el diseño cumplen con lo que acordamos.
Aiko apretó los dientes, su paciencia comenzando a agotarse. Caminó hasta las cajas y las abrió con fuerza, mostrando el contenido con una expresión de desdén.
— ¡¿Esto es lo que acordamos?! —exclamó, levantando un par de piezas de ropa de las cajas, que, a su juicio, estaban lejos de ser lo que esperaba—. ¿Este es el tipo de calidad que se supone que "Takenouchi Style" ofrece? ¡Las costuras están mal hechas, la tela es de mala calidad! ¡Esto es inaceptable!
Sora observó las prendas con detenimiento, sin perder la compostura. No se apresuró a defenderse, y eso, en cierto modo, irritó aún más a Aiko. Sabía que ella no solía ser tan flexible cuando se trataba de su trabajo, y eso solo aumentaba la frustración del comprador.
—Aiko, te aseguro que no hubo ningún error de nuestra parte. —dijo finalmente, manteniendo la calma—. Es exactamente lo que pediste. ¿No me dijiste que querías un diseño más "sutil"? Las telas son de alta calidad, y el trabajo de costura es parte del estilo que querías, algo delicado, pero sofisticado.
Aiko soltó una risa amarga, sin dejar de mirar las prendas con desaprobación.
—¿Delicado? —repitió, como si la palabra le resultara casi ofensiva—. Esto no es delicado, Sora. Esto parece barato. No me hables de "estilo" cuando lo que me entregas no cumple ni de lejos con lo que esperaba.
Sora mantuvo la calma, pero esta vez, sus ojos brillaron con una determinación tranquila. Se levantó de su silla y se acercó a Aiko, sin perder la distancia profesional, pero con una presencia que invitaba a la reflexión.
— Aiko, sabes perfectamente que mis diseños siempre cumplen con los más altos estándares. Quizás haya una pequeña diferencia entre lo que imaginaste y lo que obtuviste, pero te aseguro que el pedido fue hecho a conciencia de acuerdo a lo que tú pediste. Si no estás satisfecho con los detalles, podemos discutirlo, pero no te haré modificaciones sin antes hablarlo.
—¡Pésimo servicio Sora!— Exclamó el sujeto.
Aiko pareció dudar un segundo. Su enojo no había desaparecido, pero algo en la calma de Sora lo hacía vacilar. Sin embargo, su frustración seguía palpable, y no estaba dispuesto a dejarlo pasar sin más.
— ¡Esto es inaceptable! —gritó, sin poder controlar su frustración, mientras lanzaba una mirada furiosa a la habitación—. ¿Cómo puedes ser tan tranquila con esto? Es un desastre. Te estoy exigiendo que me entregues lo que pedí. ¡Exijo una solución ahora mismo!
Izumi, que había estado observando en silencio desde el costado, no pudo evitar tensarse aún más al escuchar el tono elevado de Aiko. Su madre nunca perdía la calma, pero algo en la dureza de la voz de Aiko la inquietaba.
— ¿Todo está bien, mamá? —preguntó Izumi, con una ligera preocupación, mirando a su madre mientras sus ojos se mantenían fijos en la conversación.
Miyako, de pie junto a Izumi, le lanzó una sonrisa tranquila. Aunque no podía negar que la situación era tensa, confiaba plenamente en la habilidad de Sora para manejar cualquier desafío. Se inclinó hacia Izumi y, con una voz suave pero firme, le dijo:
— No te preocupes, Izumi. Tu madre sabe cómo manejar esto. Ella tiene todo bajo control.
Izumi la miró, respirando profundamente y tratando de calmarse. Sabía que, a pesar de la aparente dureza de la conversación, su madre nunca se dejaba intimidar por sus compradores. Pero aún así, una pequeña chispa de duda encendía su mente.
Sora miró a Aiko una vez más, y esta vez, su expresión reflejaba una paz imperturbable. Había decidido que, más allá de la tensión del momento, no permitiría que Aiko alterara su ambiente de trabajo.
— Aiko, entendemos que el pedido no ha cumplido tus expectativas. Pero estamos dispuestos a encontrar una solución.
—¡La solución es simple! Deben pagarme lo que corresponde.
—¿Hablas de devolverte el dinero?—Preguntó Sora.
—¡Sí! Por incumplimiento.
—Aiko, no es incumplimiento.
—¡Lo es!— Exclamó el sujeto.
Escena en la oficina de "Takenouchi Style"
El ambiente en la oficina se había vuelto tenso. Las luces del atardecer filtraban sus últimos rayos a través de las ventanas, iluminando las caras serias y tensas de todos los presentes. Aiko seguía de pie frente a Sora, con la irritación pintada en su rostro. Cada palabra que intercambiaban aumentaba la fricción entre ambos, y el ambiente comenzaba a volverse insoportablemente cargado.
Sora, manteniendo la compostura, respondió a su comprador con una calma imperturbable, aunque sus ojos mostraban una leve chispa de cansancio. Izumi, aún sentada a un costado, observaba la escena con creciente incomodidad. Su madre nunca había cedido ante la presión, pero ver a Aiko tan furioso la ponía en alerta. Miyako, siempre tranquila y profesional, también vigilaba la situación con una expresión preocupada.
— No te preocupes, Izumi. Tu madre sabe cómo manejar esto. Ella tiene todo bajo control. —dijo Miyako con una voz suave pero firme, mirando a la joven que estaba tensando sus manos nerviosamente.
Izumi la miró, respirando profundamente, pero algo no terminaba de calmarla. Sabía que su madre tenía una habilidad única para lidiar con situaciones complicadas, pero el tono elevado de Aiko la ponía en alerta. La pequeña chispa de duda que sentía crecía cada vez más.
Mientras tanto, Sora mantenía la calma y miraba a Aiko directamente a los ojos, sin parpadear. Sabía que debía resolver la situación sin perder la compostura.
— Aiko, entendemos que el pedido no ha cumplido tus expectativas. Pero estamos dispuestos a encontrar una solución. —dijo, su voz firme, pero serena, como siempre lo hacía cuando enfrentaba desafíos.
Aiko, sin embargo, no estaba dispuesto a escuchar razones. Su rostro se contorsionó en una mueca de desdén, y su voz volvió a elevarse, ya completamente fuera de control.
—¡La solución es simple! Deben pagarme lo que corresponde. —exclamó con fuerza, señalando las prendas tiradas sobre la mesa como si fueran desechos.
Sora frunció el ceño, su paciencia comenzaba a agotarse, pero no perdió la compostura. Sabía que, si cedía ante su rabia, la situación podría empeorar.
—¿Hablas de devolverte el dinero? —preguntó con voz tranquila, pero firme, mirando a Aiko a los ojos, sin dejarse intimidar.
—¡Sí! Por incumplimiento. —respondió Aiko, su voz más aguda y acusatoria que nunca.
Sora dio un paso atrás y negó lentamente con la cabeza, su expresión calmada pero decidida.
—Aiko, no es incumplimiento. —dijo, pero el tono de su voz reflejaba una convicción que dejaba claro que no aceptaría esa acusación sin más.
El aire estaba cargado de tensión. Aiko estaba completamente fuera de sí. Su enojo, que había estado controlado durante un momento, se desbordó por completo. Sus puños se apretaron, y sin previo aviso, dio un paso hacia Sora y la empujó bruscamente, como si fuera una muñeca de trapo.
Sora no tuvo tiempo de reaccionar. La fuerza de Aiko la alcanzó de lleno, y en un instante, se encontró cayendo al suelo, golpeando el piso con un estruendo que resonó por toda la habitación. El impacto la dejó atónita por un momento, pero rápidamente, su cuerpo reaccionó al dolor que sentía en las muñecas y la espalda.
Izumi, que había estado observando la escena en silencio, dio un grito de terror cuando vio a su madre caer al suelo. Su corazón dio un vuelco, y sin pensarlo dos veces, se levantó para correr hacia ella, pero el pánico la paralizó por un segundo.
—¡Mamá! —gritó Izumi, aterrada, mientras se precipitaba hacia la figura caída de Sora.
Miyako, quien también había observado la situación con creciente preocupación, reaccionó al instante, pero antes de que alguien pudiera hacer algo, por la puerta de la oficina que estaba abierta ingresó cierto chico moreno de cabello castaño.
—¡Hey!
Era Takuya.
—¡¿Qué demonios está pasando aquí?! —exclamó, su voz grave y autoritaria resonando en toda la sala mientras sus ojos, fríos como el hielo, se fijaban en Aiko.
Aiko, que no había esperado la intervención, se detuvo en seco. Su rostro, aún rojo de ira, se tornó de repente en una expresión de sorpresa.
— ¿Tú empujaste a una mujer? —preguntó con un tono tan helado que hizo que Aiko se pusiera rígido en su lugar.
—¿Quién eres tú?
—¡No importa quien soy!—Exclamó el moreno— Dime ¿quién rayos te crees que eres para empujar a una mujer?
Aiko frunció el ceño, no había anticipado que alguien interviniera de esa manera. Pero Takuya no se detuvo. Caminó hacia él con paso firme, con su mirada fija en Aiko como si fuera el único objetivo en su mente.
—¡No te metas!
Aiko, sintiendo que la situación ya se había ido de las manos, intentó reponerse, pero la amenaza en los ojos de Takuya lo hizo titubear.
—¡Me meto todo lo que quiero! ¿Cómo, rayos, se te ocurre empujar a una mujer?— Preguntó Takuya agarrándolo de la camisa.
—¡Sueltame!— Exclamó Aiko.
—¡No!— Gritó Takuya.
Aiko miró a Sora, que se estaba incorporando lentamente, con la ayuda de Izumi. La joven le pasaba la mano por el brazo, tratando de asegurarse de que su madre estuviera bien. Sora parecía atónita por la violencia de la situación, pero no mostraba signos de debilidad.
Takuya, con su mirada fija en Aiko, hizo un movimiento hacia él, como si no tuviera intención de permitirle ni un paso más cerca.
—No te voy a permitir que pongas una mano sobre ella. Eres un maldito cobarde. —su voz se volvió aún más dura, y su tono indicaba que no estaba dispuesto a tolerar más actitudes como esa—¡Pídele una disculpa ahora!
Aiko miró a Sora una vez más, y la verdad comenzó a calar en él. Había cruzado una línea. Se había dejado llevar por su furia, y ahora estaba en una situación de la que no sabía cómo salir. La mirada de Sora, tranquila pero firme, lo hacía sentir aún más pequeño.
—¡Pídele disculpas!
Aiko, aunque titubeando, bajó la mirada y, con el rostro teñido de vergüenza y furia contenida, emitió un gruñido bajo.
—...Lo siento, ¿estás contento ahora? —dijo, forzando las palabras, pero sin poder disimular que lo hacía por el peso de la situación y no por arrepentimiento genuino. No obstante, Takuya no pareció dispuesto a aceptar la disculpa tan fácilmente.
—¿Eso es todo? —preguntó Takuya con desdén, sin soltarlo. —¿Eso es todo lo que tienes para decir después de lo que hiciste? Una disculpa vacía no es suficiente.
Aiko, apretando los dientes, intentó resistirse, pero Takuya no lo dejaría salir impune. La atmósfera estaba cargada de tensión, y cada palabra de Takuya era como un golpe directo a su ego.
Sora, viendo que Takuya no iba a ceder, se acercó lentamente hacia él, colocando una mano sobre su brazo para indicarle que lo dejara ir. Su mirada hacia Aiko fue firme y algo cansada, pero no había ira, solo una determinación fría.
—Es suficiente, Takuya. Ya lo escuchamos. Aiko, ya has hablado. —dijo con calma, con una voz controlada pero autoritaria. Takuya la miró de reojo, pero obedeció, liberando finalmente a Aiko de su agarre, aunque sus ojos seguían fijos en él, como si estuviera vigilando cada uno de sus movimientos.
Aiko, finalmente libre, respiró hondo, pero su postura seguía altiva, como si no quisiera ceder completamente ante la humillación. Sora no le dio la oportunidad de hablar más.
—Nosotros cumplimos con el pedido tal como se acordó. Si no estás satisfecho, buscaremos una solución, pero esto no tiene cabida en nuestra relación comercial. —dijo Sora con firmeza, volviendo a su postura profesional. —Te sugiero que, en el futuro, se abstenga de llegar a este punto.
El mensaje fue claro: si Aiko quería seguir siendo cliente de "Takenouchi Style", tendría que aprender a respetar los límites y la profesionalidad de su empresa.
Izumi, quien había estado observando la situación con el corazón en la garganta, finalmente exhaló aliviada al ver que su madre se mantenía en control. Sora la miró con una sonrisa tranquila, como asegurándole que todo estaba bien ahora.
Takuya, por su parte, se acercó un poco más a Sora, su mirada aún fija en Aiko, pero con un aire protector en su postura. La tensión en el aire comenzó a desvanecerse, pero el rostro de Aiko seguía marcado por la incomodidad y la frustración, como si no pudiera procesar lo que acababa de suceder.
—Señora Ishida ¿está bien?
—¿E?—Balbuceo Sora— S-sí...estoy bien...
Izumi, aún temblorosa, apretó la mano de su madre y la miró con una expresión de alivio y preocupación al mismo tiempo. Sora le sonrió suavemente, asegurándole con una mirada tranquila que estaba bien, a pesar del dolor que sentía.
Miyako se acercó a Sora, dispuesta a asistirla, y todos en la habitación.
La tarde caía suavemente sobre las calles de Florencia, bañándolas en una luz dorada que parecía transformar la ciudad en una escena sacada de un sueño. Yamato y Haruna caminaban juntos, en silencio, disfrutando del aire fresco que se deslizaba entre los edificios antiguos, dejando un rastro de frescura en el cálido clima italiano. La belleza de la ciudad, su historia, su arquitectura y las suaves melodías de las calles las hacían un lugar perfecto para desconectarse de la realidad y perderse en el momento.
—Nunca imaginé que la ciudad fuera tan...bella —murmuró Haruna, mirando a su alrededor.
—¿No habías venido antes Haruna?
—No, no tuve oportunidad antes.—Respondió la castaña.
Haruna sonrió, disfrutando del hecho de que podía estar allí con él, sin la tensión de sus responsabilidades ni las sombras de sus vidas complicadas. Por un momento, todo lo demás desaparecía. Todas las preocupaciones y dolencias.
Yamato al ver la sonrisa de su acompañante inevitablemente sintió algo en su pecho. Sí, en su pecho, su corazón dio un salto. Extraño ¿no?
A medida que avanzaban por la plaza central, un sonido melódico comenzó a mezclarse con el bullicio de la ciudad: el suave rasgueo de una guitarra, acompañado por una flauta y un violín. La música era hermosa, cálida y envolvente, casi como si estuviera hecha a medida para el atardecer florentino.
Ambos se detuvieron, sin pensarlo, al escuchar la melodía. Los músicos estaban en un rincón cercano, rodeados por unos pocos turistas que disfrutaban del espectáculo improvisado. Una pareja de jóvenes artistas, con rostros tranquilos y dedicados, tocaban con tal pasión que parecían sumidos en otro mundo, creando una atmósfera especial que encajaba perfectamente con la ciudad.
—Es... hermosa —dijo la mujer, sin apartar la mirada de los músicos.
Yamato hizo una mueca ante esto: —No me gusta la música callejera.
—¿Por qué?— Preguntó Mimi sorprendido.
El rubio desvió la mirada—No me trae buenos recuerdos.
La castaña al instante supo a que se refería. Probablemente esto le recordaba...a ella...Mimi.
Se mordió el labio inferior ante esto.
Era de esperarse que Yamato odiara todo lo que ella amaba. Tomoko, Ryo...y la música. La única excepción eran sus hijas.
—A mi me encanta la música.
—¿Clásica?
—No necesariamente.—Respondió la oji-miel—Escuchó de todo. En especial la de aquellos que lo hacen de manera espontanea...Sin autotune...con instrumentos...
—¿Cómo estos barriobajeros?
—No son barriobajeros.—Contestó la mujer—Son artistas que no tuvieron la oportunidad de salir hacia adelante por no tener recursos.— Musitó con toda intención.
¿Intención? Sí, intención. De recordarle a Mimi Tachikawa.
—Eso puede ser porque quizás su talento no es suficiente.
—¿Cómo puedes decir eso? —preguntó Haruna, su voz firme pero quebrada por la incredulidad. —¿Acaso no escuchas? Es hermosa la canción que tocan.
Yamato se quedó en silencio por un momento. Las palabras de Haruna flotaban en el aire entre ellos, y la tensión crecía. De repente, no estaba seguro de cómo había llegado a esa conversación. Quizás su comentario había sido inapropiado. Había dicho lo primero que le vino a la mente, pero no había pensado en cómo afectaría a Haruna.
El silencio entre ellos era pesado. Los músicos seguían tocando, ajenos a la conversación que se desataba frente a ellos. Las notas de la guitarra seguían flotando en el aire, pero ya no sonaban tan hermosas para Yamato. Ahora había algo más en juego. Algo que no tenía nada que ver con la música.
—No dije eso para ofenderte —murmuró finalmente Yamato, sintiendo el peso de las palabras que había soltado. —Solo… no entiendo por qué defiendes tanto a gente como ellos.
—Porque lo que hacen es lo mismo que yo hice —respondió Haruna, sin apartar la mirada de los músicos, pero con la emoción claramente a flor de piel. —No todo el mundo tiene las mismas oportunidades. Algunos tienen que luchar mucho más por lo que quieren. Y eso no lo entiendes, Yamato. No lo entiendes porque siempre has tenido todo a tu alcance. No todos tienen esa suerte.
Las palabras de Haruna impactaron a Yamato como una ráfaga de viento gélido. Por un momento, el sonido de la guitarra se desvaneció, y todo lo que podía escuchar era el latir acelerado de su propio corazón. Nunca había pensado en las cosas de esa manera. Siempre había estado rodeado de lujos, oportunidades y comodidades, y no le había dado a esos detalles la importancia que merecían.
Haruna no lo miró, pero él sintió su ira, su tristeza, su frustración. Cada palabra que había dicho hasta ese momento había sido un recordatorio de su propia ignorancia, de su desconexión con el mundo que Haruna había conocido.
Yamato respiró hondo, luchando contra su propia incomodidad. Estaba enojado, pero también comenzaba a comprender que había mucho más en juego de lo que había pensado inicialmente. La música, esos músicos en la calle, Haruna… todo se estaba entrelazando en una lección que tal vez no estaba dispuesto a aprender.
—Lo siento, Haruna —dijo, al fin. —No quería… no lo pensé bien.
Haruna no lo miró, pero algo en su postura cambió. Era como si su rabia, aunque aún presente, se hubiera disuelto un poco al escuchar esas palabras. No buscaba una disculpa, pero en ese momento algo en su interior se relajó, como si una pequeña parte de su batalla interna hubiera encontrado un respiro.
—No me pidas disculpas por lo que no entiendes —respondió ella, con un susurro en la voz. —Solo… piensa un poco más antes de hablar.
El silencio volvió a envolverlos, pero esta vez no era incómodo. Era el tipo de silencio que seguía después de una verdad dicha, una verdad que estaba ahí para ser procesada.
—Ese es el problema...—Declaró—Pensé antes de hablar—Tragó saliva— Y recordé algo que no quería.
La castaña lo observó sorprendida ante esto.
Yamato hizo una mueca ante esto, y casi sin pensar, dijo lo siguiente: —¿Sabes? Haruna...—Suspiró—Cuando era más joven yo también...—Bajó—Quise serlo.
Esto sorprendió a la oji-miel que volteo instantáneamente hacia el rubio.
—¿De verdad?
El rubio se sintió humillado ante esa declaración, pero inevitablemente la hizo.
—Sí...—Suspiró.
~Recuerdo~
Mimi estaba completamente inmóvil en el centro del escenario, sus manos temblorosas sobre el micrófono, y sus ojos fijos en el suelo. El aire era denso, y las luces del escenario se sentían como un peso sobre su piel. A pesar de que la música comenzaba a sonar suavemente, Mimi no podía encontrar la calma para cantar. Algo la mantenía atrapada en una parálisis emocional que no podía controlar.
Desde el borde del escenario, Taichi la observaba en silencio, frunciendo el ceño. Había algo muy extraño en la forma en que Mimi se veía. Sus ojos, normalmente llenos de vida, ahora mostraban una profunda confusión y temor. Miró a Sora y Koushiro, buscando alguna respuesta, pero ellos también estaban desconcertados.
—¿Qué está pasando? —preguntó Taichi, sin poder ocultar la preocupación en su voz. —Nunca la había visto así... ¿por qué no canta?
Sora, igualmente preocupada, se acercó un poco más, con la mirada fija en Mimi, y luego en Yamato. —No lo sé, Taichi. Mimi siempre ha sido tan fuerte, ¿qué la detiene ahora? Esto no tiene sentido...
Koushiro, que siempre había sido más analítico, frunció el ceño mientras observaba cada pequeño gesto de Mimi. —Algo no está bien. No es solo nervios o falta de práctica... es como si... estuviera luchando contra algo mucho más grande que ella misma.
Yamato estaba parado justo al borde del escenario, sus ojos fijos en Mimi, tratando de comprender lo que estaba ocurriendo. Nunca había visto a Mimi tan vulnerable, tan... rota. Su corazón latía con fuerza, pero había algo más profundo que lo desconcertaba. No podía entender por qué ella no cantaba, por qué no seguía adelante con lo que había hecho tantas veces antes. Sabía que algo estaba mal, pero no podía identificar qué era.
—Mimi... —dijo, acercándose un paso más, pero su voz estaba llena de incertidumbre. Su tono ya no era tan firme como normalmente lo era. —¿Qué te pasa? ¿Por qué no puedes cantar?
Mimi levantó la cabeza lentamente, sus ojos llenos de lágrimas, pero sus labios no emitían sonido. No podía decirle a Yamato lo que la estaba atormentando, ni siquiera a sus amigos. Se sentía como si el peso del mundo entero estuviera presionando sobre ella, y las palabras de Hiroaki resonaban en su mente una y otra vez. "Déjalo o sufrirás las consecuencias".
El silencio se alargó entre ellos, y las lágrimas de Mimi comenzaron a caer, una tras otra. Taichi, que estaba cerca, la observó con una expresión de confusión y tristeza, sin saber qué hacer.
—¿Por qué no hablas? —dijo Taichi, con la voz suave, pero desesperada por encontrar una respuesta. —Mimi, ¿qué te está pasando? Siempre has sido tan fuerte, ¿qué te detiene ahora?
Koushiro, mirando a Yamato, también habló, con un tono de preocupación creciente. —Es como si estuviera... bloqueada. No es solo el miedo a cantar, hay algo más, algo que no entendemos.
Sora asintió, sin poder apartar los ojos de Mimi. —No sé qué está pasando, pero tiene que haber algo que no nos está diciendo.
Yamato la miró, su rostro reflejaba una mezcla de frustración y dolor. No entendía lo que sucedía, no sabía qué estaba pasando con Mimi. Había visto su fortaleza muchas veces, pero ahora todo parecía desmoronarse. Quería ayudarla, pero sentía que no tenía las palabras adecuadas.
—Mimi, por favor... —dijo, su voz un susurro desesperado. —Dime lo que pasa. Yo... yo no entiendo, pero quiero ayudarte.
Mimi levantó la mirada hacia él, sus ojos rojos de tanto llorar. La expresión de Yamato estaba llena de frustración, pero también de preocupación. No quería verla así, no quería verla destruida, pero no podía hacer nada si no entendía lo que estaba pasando.
—No... no puedo... —susurró Mimi, las palabras apenas saliendo entre sollozos. —Lo siento... no puedo...
El silencio que siguió fue doloroso. Los amigos de Mimi seguían observando, incapaces de comprender completamente lo que sucedía, mientras que Yamato se mantenía cerca, sin soltar su mirada de la mujer que amaba, pero sin poder encontrar una solución.
—Mimi, por favor... —dijo Sora, dando un paso adelante, casi como si quisiera acercarse a ella. —Habla con nosotros. No tienes que cargar con esto sola.
Mimi, sin embargo, se sentía más sola que nunca. Las palabras de Hiroaki, las amenazas, el peso de las expectativas... todo eso la había ahogado. El amor de Yamato, que siempre había sido su refugio, ahora parecía un sueño lejano, porque sentía que estaba atrapada en algo de lo que no podía escapar.
Fue entonces cuando la pista comenzó a sonar, la música de fondo comenzando a llenar el espacio, mientras la multitud esperaba expectante. Mimi sintió el peso de las miradas de los presentes, y eso la hundió aún más en su lucha interna. El miedo se apoderó de ella y la parálisis emocional la mantenía atrapada en su propia mente.
Sora, al ver que Mimi no reaccionaba, se giró hacia Taichi y Koushiro con una mirada angustiada. —¿Por qué no está cantando? —preguntó, su voz un susurro, como si de alguna manera se sintiera culpable por no poder ayudar a su amiga.
Taichi, al igual que Sora, no entendía qué estaba sucediendo, pero sentía una profunda preocupación por Mimi. Se acercó a Yamato, intentando buscar alguna respuesta en él. —¿Qué está pasando? ¿Por qué no puede cantar? ¿Qué la está bloqueando así?
Pero Yamato no tenía respuesta. Estaba mirando a Mimi, su rostro tenso y preocupado. El dolor y la confusión se reflejaban en sus ojos. No entendía lo que estaba ocurriendo, solo sabía que veía a la mujer que amaba completamente perdida, y no podía dejarla sola.
Fue entonces cuando, en un impulso desesperado, Yamato subió al escenario. El silencio de la sala se quebró momentáneamente con el sonido de sus pasos, y todos los ojos se volvieron hacia él. No dijo nada, no buscó respuestas. Solo tomó el micrófono de las manos de Mimi, que seguía inmóvil, y se colocó junto a ella.
—Mimi... —dijo en voz baja, mirando a sus amigos desde el escenario, sin apartar los ojos de ella. —Déjame estar contigo.
Mimi lo miró, la confusión en su rostro y la angustia reflejada en sus ojos, pero en ese momento, sin poder evitarlo, la calidez de su voz, la cercanía de él, la hizo sentir un pequeño alivio. Fue como si, por un momento, el mundo dejara de girar y todo lo que necesitaba era él a su lado. Pero todavía no podía cantar.
Sin embargo, Yamato no se detuvo. Sintiéndose como si la urgencia de la situación fuera aún mayor, comenzó a cantar la primera línea de la canción, con una intensidad que no había mostrado antes.
—Mi amor te espero tantos años... —cantó suavemente, mirando a Mimi, tratando de transmitirle su apoyo a través de la música, esperando que, al hacerlo, ella pudiera encontrar su voz—Lo supe cuando te vi...
Mimi lo miró fijamente, sorprendida por la decisión de Yamato de unirse a ella en ese momento. Por un instante, el pánico que la había paralizado desapareció, y algo dentro de ella se despertó. Sintió una extraña conexión con él, como si las palabras y la música fueran lo único que realmente importara en ese instante. La presión del público, la amenaza de Hiroaki, todo parecía desvanecerse en el aire.
Con una respiración profunda, Mimi, sin poder evitarlo, comenzó a cantar la siguiente línea, su voz temblorosa al principio, pero rápidamente comenzando a ganar fuerza.
—Mi amor te soñó en tantos sueños...
Yamato la miró con una sonrisa pequeña, alentándola con sus ojos, mientras seguía cantando junto a ella, su voz complementando la suya en una armonía suave, pero poderosa.
—Y esta aquí... —continuó él, con un tono firme, pero lleno de ternura.
Ambos, ahora juntos, seguían cantando, sintiendo que la conexión que tenían entre ellos se reflejaba en la canción. Aunque Mimi aún luchaba contra sus propios demonios, la presencia de Yamato, su voz a su lado, comenzó a darle la fuerza que necesitaba para seguir adelante.
Y así será
Juntos por fin
Y así será
Para los dos
Y así será
Un gran amor
Y así será
Y así será
Y así será
Será un gran amor hasta el final
Que nadie nunca podrá separar
Un gran amor
Y el corazón tanto esperó
Y así será
El resto del escenario quedó en un segundo plano. Taichi, Sora y Koushiro miraban, sorprendidos pero aliviados, al ver a Mimi finalmente cantando, aunque con la voz quebrada. Todos comprendieron que, aunque no sabían exactamente qué la había bloqueado, Yamato había hecho lo que ninguno de ellos pudo: había estado ahí para ella cuando más lo necesitaba.
La canción continuó, y con cada palabra, Mimi se fue liberando, dejando que la música hablara por ella, que la conexión con Yamato fuera su apoyo. Poco a poco, sus temores se disolvieron, y aunque el camino aún era incierto, por primera vez esa noche, sintió que podía enfrentar lo que fuera, mientras tuviera a Yamato a su lado.
Yamato no dejaba de mirarla, como si la canción fuera la forma más pura de comunicación entre ellos. Los dos seguían juntos, cantando, enfrentándose a lo que fuera que estuviera por venir, pero sabían que, al menos en ese momento, podían compartirlo todo a través de la música.
~Fin del recuerdo~
—En realidad siempre fue un sueño hasta que...—Yamato apretó su puño—...alguien me hizo creer que era posible.
Mimi ante esto sintió que el corazón le latía con fuerza.
—Pero fue imposible y fugaz...como una estrella...que dejó de existir hace mucho tiempo.
Miyako se acercó a Sora con una expresión preocupada, un vaso de agua en las manos. La tensión había comenzado a disiparse, pero la situación aún dejaba huellas. Sora, aunque intentaba parecer calmada, todavía temblaba ligeramente, sus manos no dejaban de vibrar al sostener el vaso que Miyako le ofrecía.
—Toma, es mejor que bebas algo. —dijo Miyako con suavidad, sentándose a su lado.
Sora aceptó el vaso con una leve sonrisa, agradecida por el gesto. Bebió un sorbo, sintiendo el agua fría recorrer su garganta, y al menos un poco de la tensión se deshizo en su interior.
—Gracias, Miyako. —dijo, su voz aún temblorosa. Miró a su hija, que la observaba con los ojos llenos de preocupación. Izumi no se atrevía a acercarse demasiado, pero el alivio era visible en su rostro al ver que su madre comenzaba a recuperarse.
—Mamá...—La rubia abrazó suavemente a la pelirroja— ¿Te sientes mejor?
—Sí, Izumi, me siento mejor.
La rubia bajó la mirada: —No me gustó esta situación. Aiko no debió...
—Tranquila, hija, todo ya pasó.—Sora la interrumpió y acarició su cabello.
Takuya, que había permanecido en un rincón de la sala, seguía con los puños apretados, su ira apenas contenida. Se acercó lentamente al centro de la habitación, donde Sora e Izumi estaban sentadas juntas.
—No puedo creer lo poco hombre que fue ese sujeto.
—Lo fue.—Musitó Miyako— Es conocido por su mal temperamento. Pero ¡hoy cruzó el límite!
El moreno asintió.
—Ya todo acabó.—Declaró Sora— No se sigan preocupando por eso.
—¿Cómo no nos vamos a preocupar señora Ishida?—Preguntó Takuya depositando su mano en su hombro y haciendo contacto visual— Usted no merecía pasar por esto.
La pelirroja observó al chico a los ojos, por alguna razón, esa mirada provocaba que su corazón latiese con fuerza.
Suspiró.
—Fue un mal momento.—Habló la pelirroja— No estuvo bien lo que hizo, pero ya todo paso...—Declaró—Y todo está bien...—Depositó su mano sobre la mano de Takuya— Gracias por defenderme.
Takuya sonrió: —No me agradezca, es lo mínimo que puedo hacer. Usted no merecía pasar por esto.
—¡Claro que no! —murmuró Izumi, apretando los brazos alrededor de Sora— Aiko no debió actuar de ese modo.
Miyako, observando la escena, exhaló profundamente, tratando de liberar algo de su propia tensión.
—Lo sé y créeme, tomaré medidas.—Declaró Sora— No haremos más negocios con sus tiendas...—Habló.
—Será lo mejor.—Musitó Miyako— Hoy mismo me encargaré en desvincular todo aspecto legal.
Sora sonrió.
—¿Está segura que, se siente bien?—Takuya le preguntó a la pelirroja.
—Sí.—Respondió la esposa de Yamato— Me siento mucho menor. —dijo, intentando sonar optimista. Su mirada se cruzó con la de Takuya, quien asintió brevemente, como aceptando esa verdad, aunque su expresión seguía siendo de preocupación.
El ambiente comenzó a relajarse poco a poco. La fuerza del abrazo entre Izumi y Sora parecía suficiente para sanar un poco las heridas que el día había dejado.
—Gracias a todos. —dijo Sora finalmente y dirigió su mirada hacia Takuya— En especial a ti.
—Como dije, no tiene que agradecerme.—Declaró el moreno—Es lo mínimo que puedo hacer por usted, señora Ishida.
La Takenouchi pasó nuevamente su mirada por los ojos del moreno...Esos ojos color café oscuro...Como un chocolate...tan profundos...llenos de vida y fuerza.
En forma inconsciente, prácticamente, Sora se levantó del lugar donde estaba y, sin pensarlo, se acercó al chico para darle un abrazo. Takuya se sorprendió ante esto, su corazón comenzó a latir con fuerza, su cuerpo comenzó a temblar...Fue extraño.
—Gracias. Muchas gracias.— Susurró Sora a su oído y, por algún motivo, ese susurro junto a esas palabras lo hicieron sentirse...en paz.
Fue así como Takuya correspondió suavemente el abrazo.
Yamato y Haruna caminaban por las calles, después de un largo día recorriendo la ciudad. La brisa fresca de la noche les acariciaba la piel, y a pesar de las tensiones del día, por un momento, parecía que el mundo exterior no importaba. Sus pasos eran tranquilos, y aunque la ciudad seguía bulliciosa a su alrededor, el silencio entre ellos parecía más pesado que nunca.
Habían hablado poco, pero a pesar de eso, las palabras no parecían necesarias. Haruna, en silencio, caminaba al lado de Yamato, observando los edificios, las luces titilando en el horizonte. Pero algo en el aire, algo inexplicable, parecía distenderse cuando estaba cerca de él.
Finalmente, llegaron al lugar donde había estacionado su auto. Pero algo no estaba bien.
—¿Dónde está mi coche? —preguntó Yamato, frunciendo el ceño al ver el espacio vacío donde su vehículo había estado estacionado.
Haruna lo miró, notando la rápida tensión en su rostro. —¿Lo dejaste ahí mucho tiempo?
Yamato asintió sin apartar los ojos del espacio vacío. —No tanto como para que... —pero sus palabras se cortaron cuando, al girar la vista, vio una grúa que acababa de levantar el vehículo.
—¡Hey! —gritó Yamato, acelerando el paso hacia el oficial de policía que estaba cerca del vehículo, observando cómo su auto era izado. —¿Por qué lo están llevando?
El policía se giró lentamente hacia él, como si ya esperara que alguien se acercara a preguntar. —Su vehículo estaba estacionado en una zona no permitida, señor. Está siendo multado y remolcado por infringir las normas de estacionamiento.
Yamato apretó los dientes, sintiendo cómo la frustración se acumulaba dentro de él. El día había sido complicado, lleno de desafíos inesperados, y ahora esto. No era lo que necesitaba.
—¿De qué estás hablando? —dijo, su tono más fuerte de lo que pretendía. —¿Acaso no hay un margen para este tipo de cosas?
El policía lo miró con indiferencia, mientras anotaba algo en su libreta. —Lo siento, pero las normas son claras. Estacionó en un lugar indebido, y eso tiene consecuencias.
Yamato respiró hondo, la rabia comenzando a burbujear en su interior. Había tenido suficiente por hoy. Cada paso que daba parecía terminar en un nuevo problema. Ya no podía creerlo.
—¡Genial! —pensó, con ironía, mientras observaba su coche siendo remolcado. —Un problema más en un día ya lleno de ellos—. ¡No puede hacer esto! —gritó Yamato, su frustración alcanzando un punto crítico.
El policía, sin inmutarse, lo miró calmado, como si la situación fuera completamente normal para él. —Claro que puedo. Soy la ley.
—¡Pero es injusto! —exclamó el rubio, su voz llena de indignación, mientras veía cómo su coche desaparecía cada vez más en la grúa.
—No me grite, señor —respondió el policía, su tono autoritario.
—¡¿Cómo quiere que me calme si me va a multar sin razón?! —Yamato estaba al borde del colapso, la presión del día pesando sobre él, pero este incidente estaba siendo la gota que colmaba el vaso.
El policía lo observó, con una calma que solo aumentaba la frustración de Yamato. —¡Claro que hay razón! Estacionó en un lugar indebido. Las reglas son las reglas.
—¡Pero esto es absurdo! ¡Mi coche estaba solo por un minuto! —respondió Yamato, alzando la voz, incapaz de dejar pasar lo que consideraba un abuso de poder.
Haruna, que hasta ese momento había permanecido en silencio observando la escena, dio un paso al frente, preocupada por la creciente tensión entre ambos. —Yamato, cálmate, por favor. Esto no va a ayudar a que las cosas mejoren —dijo con una voz tranquila pero firme, intentando calmarlo.
El policía, al ver la intervención de Haruna, frunció el ceño y, con algo de desdén, le respondió. —¡Hey! Señorita, no se involucre en los temas de su esposo.
Haruna se quedó paralizada por un segundo, sorprendida por la forma en que la había tratado, pero rápidamente intercambió una mirada con Yamato. Ambos, casi al mismo tiempo, gritaron:
—¡No somos pareja!
El policía los miró por un momento, como si procesara lo que acababa de escuchar, y luego, con una actitud más firme, les regañó. —¡Bajen el tono de voz, por favor! Este es un lugar público.
El silencio siguió unos segundos. Yamato miraba furioso al policía, y Haruna, aún sorprendida por la intervención, trataba de tomar un paso atrás para no empeorar la situación. El ambiente se había cargado de tensión, y el incidente que al principio parecía ser solo un malentendido, ahora se sentía como una pequeña batalla perdida en medio de un día que, de por sí, no podía ir peor.
La tarde estaba cayendo, y el cielo comenzaba a teñirse con tonos anaranjados y rosados. Takuya caminaba con paso decidido por el amplio corredor que conectaba las oficinas principales con la salida de la compañía. Llevaba las manos en los bolsillos de su chaqueta oscura, su expresión distante mientras repasaba los eventos del día. El aire fresco de la tarde le golpeó el rostro cuando cruzó las grandes puertas de vidrio que daban al estacionamiento.
—¡Takuya!
El sonido de su nombre lo detuvo en seco. Era una voz femenina, conocida, pero que no esperaba escuchar en ese momento. Se giró lentamente, frunciendo el ceño con leve incredulidad. Al voltear, se encontró con Izumi, de pie a unos metros de distancia.
La joven, con su cabello castaño movido suavemente por la brisa, lo miraba fijamente. Llevaba un abrigo claro que contrastaba con el gris melancólico del pavimento bajo sus pies. Parecía un poco nerviosa, pero su determinación era evidente.
—Izumi... —murmuró Takuya, todavía sorprendido de verla allí. Dio un paso hacia ella, inclinando un poco la cabeza—. ¿Qué haces aquí?
Izumi respiró profundamente antes de responder. Su mirada se encontró con la de él, y por un momento, el mundo pareció detenerse.
—Quería hablar contigo. —dijo con firmeza, aunque su voz tembló levemente al principio. Avanzó unos pasos hacia él, hasta quedar frente a frente.
—¿Hablar conmigo? —repitió él, arqueando una ceja. Sus ojos oscuros brillaron con un destello de curiosidad y algo de cautela—. ¿Sobre qué?
Izumi bajó la mirada por un instante, como si estuviera reuniendo fuerzas para continuar. Finalmente, lo miró directamente a los ojos.
—Sobre lo que hiciste hoy por mi madre. —dijo con un tono más seguro.
Takuya parpadeó, claramente desconcertado. Dio un paso hacia atrás, negando con la cabeza.
—No es necesario, Izumi. De verdad, no tienes que...
—Sí es necesario. —lo interrumpió ella, alzando un poco la voz, aunque sin llegar a sonar agresiva. Su expresión se tornó más seria, reflejando la sinceridad detrás de sus palabras—. Lo que hiciste fue... fue importante. No cualquiera hubiera tenido el valor de defenderla como lo hiciste tú.
Takuya desvió la mirada, incómodo con la intensidad del momento. Se llevó una mano al cabello, despeinándolo ligeramente, mientras soltaba un suspiro.
—Solo hice lo que cualquier persona decente haría. —respondió finalmente, con un tono bajo, casi murmurando.
Izumi negó con la cabeza.
—No, Takuya. No fue algo que "cualquiera" haría. Tú te enfrentaste a algo que ni siquiera yo fui capaz de manejar. Estuviste ahí para mi madre cuando ella más lo necesitaba. Eso significa mucho para mí.
Las palabras de Izumi parecieron atravesarlo. Takuya levantó la mirada y, por primera vez, sus ojos mostraron algo más que sorpresa: una mezcla de vulnerabilidad y orgullo contenido.
—Izumi... —comenzó, pero ella lo interrumpió de nuevo.
—Quería agradecerte. De verdad. —dijo, su voz más suave ahora, pero igual de firme—. Gracias por protegerla. Gracias por estar ahí.
Takuya la observó en silencio por un momento, como si estuviera procesando lo que acababa de escuchar. Finalmente, dejó escapar una ligera risa, cargada de algo que parecía resignación.
—Eres increíble, ¿sabes? —dijo, cruzándose de brazos—. Insistes en agradecerme cuando en realidad no hice nada especial.
—Para mí sí lo fue. —replicó Izumi sin titubear.
Los ojos de Takuya se suavizaron ante su respuesta. Por un instante, el silencio volvió a rodearlos, roto únicamente por el murmullo del viento.
—Bueno, si esto significa tanto para ti, entonces... de nada. —dijo él finalmente, con una leve sonrisa que intentaba disimular su incomodidad—. Pero no lo hice por agradecimientos, ¿de acuerdo?
Izumi asintió, permitiéndose una pequeña sonrisa también.
—Lo sé. Por eso quería decírtelo. Porque no lo hiciste esperando nada a cambio.
Takuya la miró por un momento más, como si intentara descifrar algo en sus ojos. Luego, asintió lentamente, metiendo las manos de nuevo en los bolsillos.
—Bueno, entonces estamos a mano. —dijo con un tono que pretendía ser ligero, aunque había algo más profundo en sus palabras. Dio un paso hacia atrás, preparándose para marcharse—. Cuida de tu madre. Es una mujer fuerte.
—Lo haré. —respondió Izumi.
—Muy bien.—Musitó Takuya— Ahora debo irme.
—No. Espera...—Suavemente lo tomó del brazo.
Él se detuvo, girándose ligeramente para mirarla con una mezcla de curiosidad y resignación.
—¿Qué sucede, Izumi? —preguntó, alzando una ceja.
Ella avanzó un par de pasos, acortando la distancia entre ambos. Su rostro estaba decidido, pero había una pequeña chispa de incomodidad en su mirada, como si estuviera pensando en algo que sabía que él rechazaría.
—Déjame llevarte a tu departamento.
Takuya parpadeó, sorprendido, y luego dejó escapar una risa corta, incrédula.
—¿Qué?—Preguntó—No, no es necesario. —respondió, negando con la cabeza mientras daba un paso hacia atrás—. Puedo ir solo, en el autobús.
—Lo sé, pero déjame llevarte. Es tarde.
—Aun así, el autobús pasa.
Izumi entrecerró los ojos, mostrando un poco de su testarudez característica.
—Lo sé, pero insisto. Es lo mínimo que puedo hacer después de lo que hiciste por mi madre.
Takuya ladeó la cabeza, estudiándola con expresión desconfiada.
—Izumi, no necesitas hacer esto. Ya dijiste gracias.—Declaró—Es suficiente, en serio.
—No está bien. —replicó ella con firmeza, cruzando los brazos frente a su pecho—. Te defendiste por alguien que no era tu responsabilidad, y sé que te metiste en un problema en el proceso. No puedo ignorarlo.
Takuya suspiró, llevando una mano a su nuca. Había algo en la determinación de Izumi que siempre lo desconcertaba.
—Izumi... —comenzó a decir, pero ella alzó una mano, interrumpiéndolo.
—Por favor. Esto no tiene nada de malo.
Takuya bajó la mirada por un momento, como si estuviera evaluando sus opciones. Finalmente, levantó la vista, y un destello juguetón apareció en sus ojos.
—¿Y qué va a decir Kouji sobre esto? —preguntó, cruzando los brazos con una sonrisa burlona—. No creo que le haga mucha gracia saber que su novia me está llevando a casa.
El comentario hizo que Izumi frunciera ligeramente el ceño. Su rostro mostró una mezcla de fastidio y desafío antes de que soltara un suspiro, haciendo una mueca que claramente intentaba disimular su incomodidad.
—No me importa lo que piense Kouji. —respondió finalmente, con un tono que intentaba sonar despreocupado, pero que no pudo evitar mostrar cierto nerviosismo—. Esto no tiene nada que ver con él. Esto es entre tú y yo.
Takuya la miró fijamente, como si estuviera intentando descifrar si hablaba en serio. Finalmente, dejó escapar una risa suave y negó con la cabeza.
—Eres algo más, Izumi. —dijo, aún con una sonrisa mientras se cruzaba de brazos—. Está bien, acepto. Pero que quede claro que no es porque me sienta cómodo con esto.
—Lo que tú sientas no importa. —replicó ella con una sonrisa triunfante, girándose para caminar hacia su auto. Sin embargo, su voz adoptó un tono más suave cuando añadió—: Es porque lo mereces.
Takuya la siguió, todavía incrédulo de que estuviera tan decidida. Cuando ambos se subieron al auto, él se acomodó en el asiento del copiloto, echando un último vistazo a Izumi mientras ella arrancaba el motor.
—Kouji me va a odiar más después de esto. —murmuró, medio en broma.
Izumi lo miró de reojo mientras ponía el auto en marcha.
—Tal vez. Pero eso no cambia que estoy agradecida.
El resto del trayecto transcurrió en un silencio cómodo, con el sol cayendo detrás de ellos y la ciudad iluminándose poco a poco. Ambos sabían que, aunque el agradecimiento de Izumi era genuino, este encuentro tenía un peso que probablemente ninguno de los dos estaba dispuesto a reconocer por completo.
El aire dentro de la celda era denso y pesado, y el ruido lejano de la ciudad apenas se filtraba a través de las paredes. Mimi y Yamato estaban sentados en bancos fríos, mirando el uno al otro, sin comprender realmente cómo habían llegado hasta allí.
Todo había ocurrido en un abrir y cerrar de ojos. La discusión con el policía, las palabras hirientes, y la creciente frustración de Yamato, habían escalado hasta un punto donde ambos se encontraron siendo arrestados por alteración del orden público. Ni ellos ni los presentes parecían haber entendido en qué momento todo se descontroló, solo sabían que ahora estaban en prisión.
Mimi, con la cabeza apoyada contra la pared, no podía dejar de pensar en cómo una simple molestia con una multa había terminado en algo tan serio. Sus manos temblaban levemente, y su mente no dejaba de repasar todo lo ocurrido, pero no podía encontrar una explicación lógica. Al menos en ese momento, las palabras de Yamato y su tono de frustración parecían haberse esfumado en el aire, reemplazadas por un silencio pesado.
Yamato, por su parte, caminaba de un lado a otro dentro de la pequeña celda, su rostro cada vez más tenso, y sus pensamientos erráticos. No entendía cómo había llegado a este punto. Él, que siempre había estado acostumbrado a tener el control, ahora se encontraba atrapado, y por algo tan trivial. Un problema más —se repetía una y otra vez, como si eso pudiera calmar su creciente frustración.
—Esto... esto no tiene sentido —dijo Yamato finalmente, rompiendo el silencio. Su voz resonó en la pequeña celda, pero no parecía tener una respuesta.
Mimi, levantando la cabeza lentamente, lo miró fijamente, intentando encontrar una respuesta en su mirada. Pero todo lo que vio fue la misma incredulidad que sentía ella misma.
—No entiendo cómo llegamos aquí —susurró Mimi, sus ojos apagados por la incredulidad y la ansiedad. —Solo queríamos... salir por un rato, disfrutar... ¿Cómo fue que llegamos a esto?
Era de novela.
En Italia...pero ¡en prisión!
Yamato suspiró. Jamás pensó estar en esa situación.
Recorrió con su mirada el lugar. Era horrible.
Aquí tienes una escena extensa desarrollando esa interacción:
El auto avanzaba suavemente por las calles de la ciudad, donde el atardecer teñía todo de un dorado suave. Izumi mantenía ambas manos firmemente en el volante, concentrada en la carretera mientras el silencio entre ella y Takuya se llenaba del murmullo del motor. Takuya, recostado en el asiento del copiloto, la miraba de reojo, aparentemente tranquilo, pero con una ligera sonrisa burlona en los labios.
—¿Estás segura de que está bien llevarme hasta Adachi a estas horas? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio.
Izumi apenas apartó los ojos del camino para mirarlo de reojo.
—Claro que sí. No me da miedo conducir. —respondió con un tono confiado, aunque su agarre en el volante parecía decir lo contrario.
Takuya arqueó una ceja, notando el ligero temblor en sus dedos mientras maniobraba en un giro cerrado.
—¿De verdad? Porque estás sosteniendo ese volante como si fuera a escaparse. —dijo con una sonrisa divertida.
Izumi frunció el ceño, intentando ignorar su comentario, pero una sonrisa pequeña y nerviosa asomó en sus labios.
—No exageres. Lo tengo bajo control.
Takuya soltó una risa suave, apoyando un brazo en la ventanilla mientras observaba las luces de los edificios pasar.
—Entonces, ¿desde cuándo tienes licencia? —preguntó con aparente despreocupación, aunque el tono bromista no se le escapó a Izumi.
Ella suspiró, sabiendo que él no iba a dejar pasar la oportunidad de molestarla.
—Desde hace poco. —admitió finalmente, desviando la mirada hacia la carretera frente a ellos—. Siempre me dio un poco de miedo conducir.
Takuya se giró completamente hacia ella, sorprendido.
—¿Tú, miedo? —repitió, como si la idea le resultara absurda—. ¿Qué pasó con la Izumi que siempre se mete de cabeza en todo sin pensarlo dos veces?
—Esa Izumi es diferente. —respondió ella rápidamente, sonando a la defensiva—. Conducir es... distinto.
—¿Distinto cómo?
Izumi dudó por un momento, como si no estuviera segura de cómo ponerlo en palabras.
—Es tener toda esa responsabilidad sobre ti. —explicó finalmente, su tono más serio—. Si algo sale mal, no es solo tu vida la que está en juego, también la de otros.
Takuya asintió lentamente, su expresión suavizándose un poco.
—Eso tiene sentido. —dijo, sorprendiéndola al no burlarse esta vez. Luego añadió—: Pero, al menos ahora lo haces.
Izumi se permitió sonreír un poco, como si estuviera orgullosa de sí misma.
—Sí, ahora lo hago. —respondió con cierto orgullo—. Aunque sigo evitando las autopistas cuando puedo.
Takuya soltó una carcajada, genuina y despreocupada.
—Entonces, básicamente me estás diciendo que me estás llevando a casa por un camino complicado solo porque no quieres entrar a la autopista.
Izumi hizo una mueca, pero no pudo evitar reír también.
—Cállate, Takuya. —dijo, aunque su tono estaba lejos de ser serio—. Al menos estoy haciendo esto por ti, ¿no?
—Eso no lo niego. —respondió él, todavía sonriendo—. Aunque sigue siendo gracioso que la gran Izumi, que no le teme a nada, le tema a los autos.
—No le tengo miedo a los autos. —lo corrigió rápidamente, girando hacia él con un destello de desafío en los ojos—. Solo le tenía miedo a conducir. Ahora ya no.
Takuya levantó las manos en señal de rendición, aunque la sonrisa juguetona no desapareció de su rostro.
—Está bien, está bien. Lo que tú digas.
El ambiente se relajó de nuevo, y el sonido de la radio llenó el silencio entre ellos. Takuya dejó que su cabeza descansara contra el respaldo del asiento, mirando por la ventana mientras las luces de la ciudad comenzaban a encenderse una por una.
—Sabes... —murmuró de repente, sin apartar la vista de la ventana—, no esperaba que realmente insistieras tanto en llevarme.
Izumi, concentrada en el tráfico, solo respondió con un leve encogimiento de hombros.
—Lo mereces. —dijo simplemente, su voz tranquila pero firme.
Takuya volvió a mirarla, sorprendido por la sinceridad en sus palabras. Por un momento, no dijo nada, simplemente dejó que el peso de su agradecimiento llenara el espacio entre ellos.
Quizás, pensó, había más en Izumi de lo que él estaba dispuesto a admitir.
—Pero ya es mucho hablar de la situación.—Declaró la rubia— Dime ¿cómo has estado? ¿cómo vas con la banda?
—Vamos bien.—Respondió Takuya—Bueno, en realidad, estamos en proceso. Hemos conseguido fechas para unos shows.—Explicó.
—¿Enserio?
El moreno asintió.
—¡Genial!— Exclamó Izumi.
—Sí, lo es...—Musitó el castaño—Pero requiere mucho ensayo, repaso, preparación y mucha composición.
—¿Composición?
Takuya asintió: —Verás, a nosotros nos gusta renovar nuestro repertorio, no siempre cantar lo mismo, por ende, tenemos que estar todo el tiempo componiendo.
—Supongo que es un trabajo arduo.
—Lo es...—Declaró el moreno— Pero Ryo tiene muchas bases guardadas y letras.
—¿Ryo?— Preguntó Izumi— ¿El chico ese que...?
Takuya hizo una mueca al recordar que, Ryo, era el chico que fue acusado de la explosión y que estaba con Rika.
—Sí, ese chico.
El silencio se hizo presente.
Izumi inevitablemente pensaba en ese chico. La vez que habló con él le pareció un buen chico. Pero luego de lo ocurrido era inevitable pensar en él como "un mal chico" Después de todo, provocó la explosión y Rika, por su culpa, se fue a internado.
Se mordió el labio inferior al recordar esto.
El silencio duró varios minutos mientras Izumi se mantenía en silencio.
Lo mejor sería ignorar esto. Takuya nada tenía que ver con la situación con Rika y Ryo. O de su familia. Lo mejor sería ignorar ese detalle. Al menos...Para no hacer esta situación incómoda.
—¿A sí?—Musitó la rubia—Entonces ¿tienen canciones nuevas?
—Bueno, estamos en proceso...—Takuya sacó su celular— Ryo siempre nos ha enviado canciones que, escribía y cantaba su hermana. Y que son muy buenas ¡tienen letras increíbles! Pero que todavía estamos intentando sacar.
—¿Letras increíbles?—Repitió Izumi, esto, por algún motivo, llamó su atención, volteo ligeramente hacia él—¿Tienes algún audio o algo así para escucharlos?
El moreno hizo una mueca: —Tengo.—Respondió— Pero no creo que sea buena idea que los escuches.
—¿Por qué?
Takuya llevó una mano a su nuca—Porque me da pena...—Admitió avergonzado— Estamos en proceso. Pero todavía no logramos mucho.
—¡Que mal! Quería escucharlos...—Musitó Izumi.
—Bueno, tal vez, no puedo enseñarte nuestros ensayos y errores pero puedo darte un pequeño spoiler permitiéndote escuchar la canción.—Declaró el moreno mientras buscaba la canción en su reproductor de música.
Cuando la encontró Takuya sonrió— Aquí está.—Musitó antes de presionarla.
Fue así como la canción comenzó a sonar y una voz femenina se escuchó.
(Aliados)
Iré a buscarte a lo hondo
A donde deba encontrarte
Iré a buscarte en ti mismo
En el barro o el abismo
Iré a buscarte aunque duela
Aunque te pierda y no sienta
Iré, iré
Iré a buscarte a tu infierno
Allí donde quema el miedo
Iré a buscarte en lo oscuro
Por un sendero inseguro
Iréa buscarte, no temas
Que en mi caida tú vuelas
Izumi al escuchar aquella sintió algo en su corazón.
Aliado seré, tu escudo seré
Tu seguro, tu protector
Quien despierte en ti el amor
Izumi llevó una mano a su pecho.
Takuya al ver el rostro de la rubia se preocupó.
—Izumi ¿ocurre algo?
Aliado seré (seré, seré)
Tu ángel seré
—¿E?— Balbuceo la rubia mientras escuchaba.
Un aliado de tu destino
Pondré luz en tu camino
La rubia detuvo suavemente su auto y llevó su mano a su pecho.
—Izumi...—Takuya nuevamente la llamó— ¿Estás bien?
—S-sí...—Respondió la rubia— E-es que...esa canción...
Justo en ese minuto la canción se detuvo.
Izumi dirigió su mirada hacia Takuya: —¿Por qué se detuvo?
El moreno hizo una mueca— Porque es hasta ahí la canción.—Declaró— Lamentablemente el archivo es antiguo y Ryo apenas pudo rescatar unos minutos.
—¿No hay más?
Takuya negó.
Izumi hizo una mueca ante esto y bajó la mirada.
—¿Qué sucede?— Preguntó el primo de Hikari— Te ves rara ¿ocurrió algo?
—N-no...no...—Respondió la rubia— No es nada.—Declaró— Es simplemente que la canción...
Esa canción...
—¿Qué ocurre con ella?
—Na-nada...—Contestó Izumi—Es solamente que...—Dirigió su mirada hacia Takuya— Es muy bonita. Tiene un bonito mensaje.
El aire de la habitación era denso, cargado de una mezcla de nostalgia y tristeza que parecía impregnar cada rincón. Hikari, arrodillada en el suelo, cerraba cuidadosamente la última caja con las pertenencias de su madre. Había pasado horas limpiando, ordenando y decidiendo qué guardar y qué donar, pero no podía evitar sentir que todo el esfuerzo era en vano.
Se incorporó lentamente, estirando la espalda adolorida, y observó a su alrededor. La habitación, que antes estaba llena de vida, ahora lucía pulcra pero vacía, despojada de los pequeños detalles que hacían de aquel espacio el refugio de su madre. Las cortinas ondeaban suavemente con la brisa de la tarde, dejando entrar una luz cálida que iluminaba el espacio de una manera casi melancólica.
Hikari dejó escapar un suspiro profundo y se acercó a la cama. Pasó una mano por la colcha recién alisada, como si al hacerlo pudiera sentir el calor de su madre nuevamente. Era absurdo, lo sabía, pero ese pequeño gesto la reconfortaba, aunque fuera solo un poco.
Se sentó en el borde de la cama y tomó uno de los marcos que había dejado sobre la mesita de noche. En la fotografía, su madre sonreía ampliamente, con una expresión que irradiaba amor y ternura. Hikari pasó un dedo por el cristal, trazando los contornos del rostro de la mujer que tanto extrañaba.
—Todo está más limpio ahora, mamá. —murmuró en voz baja, como si esperara que su madre pudiera escucharla desde algún lugar—. Pero no es lo mismo sin ti.
El nudo en su garganta se hizo más fuerte, y cerró los ojos por un momento, permitiendo que las lágrimas silenciosas cayeran por sus mejillas. Había intentado mantenerse fuerte durante todo el proceso, pero ahora, al ver el resultado, la ausencia de su madre se hacía aún más evidente.
Miró alrededor de la habitación una vez más. El armario estaba ordenado, con solo unas pocas prendas cuidadosamente seleccionadas que había decidido guardar. La cómoda, despejada y brillante, mostraba el cuidado que Hikari había puesto en cada detalle. Todo estaba en su lugar, pero faltaba lo más importante: su madre.
Se levantó lentamente y caminó hacia la ventana. Apoyó las manos en el marco y dejó que la brisa acariciara su rostro húmedo por las lágrimas. Desde allí, podía ver el jardín donde solían pasar las tardes juntas, cuidando las flores que tanto amaba su madre. Una sonrisa triste se dibujó en su rostro al recordar aquellas tardes llenas de risas y conversaciones que ahora parecían tan lejanas.
—Prometo cuidarlo, mamá. —susurró, como si hablara directamente al viento—. Prometo que no dejaré que todo esto se pierda.
Con un último vistazo a la habitación, Hikari se dio cuenta de que, aunque la limpieza estaba terminada, el vacío persistía. Pero también entendió que ese vacío era parte del proceso, una señal de cuánto había significado su madre para ella. Y mientras se preparaba para cerrar la puerta, supo que, aunque nada sería igual, los recuerdos que compartieron permanecerían vivos en su corazón.
Cerró la puerta con cuidado, dejando atrás la habitación ordenada pero no menos llena de ausencias. Y con cada paso que daba, se prometió honrar la memoria de su madre, no solo en ese espacio, sino en cada acción que emprendiera a partir de ahora.
La noche había sido más liberadora de lo que Satomi había imaginado. El restaurante estaba casi vacío, con solo algunas parejas disfrutando de una copa de vino mientras la música suave llenaba el aire. Ambos habían perdido la cuenta de cuántas copas de vino habían compartido, pero el ambiente, combinado con la agradable compañía de Shuu, había aligerado el pesado y constante peso que Satomi había estado cargando. Su risa había sido genuina, algo que no sentía desde hacía mucho tiempo.
Salieron del restaurante, el aire fresco de la noche chocando contra sus rostros, despejando un poco el calor que traían del alcohol. Satomi caminaba ligeramente tambaleante, pero no era solo por el efecto del vino. Había algo más, una sensación de ligereza, de desconcierto, que nunca había experimentado con Kousei. Shuu la había hecho sentir especial, cuidada, y por un momento, todo su dolor había quedado en el olvido.
— Gracias por la cena, Shuu. —dijo Satomi, mirando al psiquiatra, con una sonrisa sincera, aunque sus ojos brillaban de una manera diferente, como si una parte de ella empezara a despertar. — La pasé muy bien.
Shuu la miró, sonriendo de vuelta. Había algo en la forma en que la miraba que hacía que Satomi sintiera un pequeño nudo en el estómago. Era como si, en ese momento, estuviera viendo a la mujer que realmente era, no solo la que había estado sumida en el sufrimiento.
— Yo también lo pasé increíblemente bien, Satomi. —respondió él, su voz suave, cargada de un tono ligeramente más personal de lo que acostumbraba—. Fue un placer verte sonreír. Creo que te hacía falta.
Satomi asintió, sintiendo un cosquilleo en sus mejillas, seguramente por el vino, pero también por la forma en que Shuu la había mirado. Había algo en sus ojos, algo que la hacía sentir un poco fuera de lugar, pero a la vez deseaba más de esa atención.
— Realmente necesitaba esto… No solo la cena, sino… alguien que me haga sentir que hay más allá de todo este caos. —dijo ella, sin pensarlo mucho, antes de mirar al psiquiatra—. Gracias de nuevo.
Shuu la observó un momento, sus ojos se suavizaron, y dio un paso más cerca de ella. Satomi, distraída por sus palabras, no se percató de la cercanía hasta que lo sintió tan cerca que el espacio entre ellos se redujo a casi nada. El ambiente, en ese instante, parecía cambiar, como si todo lo que estaba pasando entre ellos se volviera más real, más intenso.
— ¿Te ha ayudado un poco a olvidar el dolor, entonces? —preguntó Shuu, su tono más grave, pero con una suavidad que parecía envolver a Satomi. Su mirada bajó por un momento hacia sus labios, un gesto que Satomi notó, pero no comprendió del todo. La sensación de calor en su pecho aumentó, y su mente comenzó a nublarse un poco.
— Sí, creo que… —Satomi comenzó a responder, pero antes de que pudiera terminar la frase, Shuu la interrumpió al dar un paso más cerca, sus rostros ahora casi rozándose. La brisa nocturna acariciaba sus rostros, pero el aire entre ellos estaba cargado de una electricidad palpable.
Sin previo aviso, Shuu tomó su rostro con una mano, acariciando suavemente su mejilla, y la besó. El beso fue inesperado, suave pero firme, como si estuviera esperando una respuesta que Satomi no sabía si estaba lista para dar. Sus ojos se abrieron, sorprendidos, mientras el beso continuaba. La calidez de sus labios sobre los suyos le causó un torbellino de emociones, y, por un instante, todo el dolor de la traición de Kousei pareció desvanecerse.
Cuando Shuu se apartó, apenas unos centímetros, sus ojos se encontraron, y Satomi no pudo evitar sentir una mezcla de confusión y deseo.
— No… —dijo, su voz temblorosa, pero su corazón latiendo con fuerza. Se apartó un paso atrás, intentando procesar lo que acababa de suceder—. Esto… no está bien.
Shuu no se mostró sorprendido, solo la miró con calma, casi como si hubiera anticipado su reacción. Dio un paso hacia ella, manteniendo su mirada fija en la de Satomi.
— ¿Por qué no? —preguntó suavemente, su voz cargada de una ligera burla que solo alimentaba la tensión en el aire.
Satomi lo miró con los ojos entrecerrados, su mente en caos. La razón, el remordimiento, las reglas que ella misma se había impuesto, todo luchaba en su interior. Pero la parte de ella que sentía la angustia de ser ignorada, de ser traicionada, de ser dejada atrás, comenzaba a ganar terreno.
— Porque… —dijo, vacilando mientras miraba hacia el suelo, sin poder sostener la mirada de Shuu—. Estoy casada.
El silencio se instaló entre ellos, pero Shuu no se alejó. En cambio, se acercó un paso más, su mirada no vaciló ni un segundo.
— Lo sé. —respondió en voz baja, pero con una firmeza que no se podía ignorar—. Pero también sabes que Kousei te fue infiel. Él no te ha respetado. Y tú… mereces algo más que estar atada a su traición.
Satomi sintió un dolor punzante en su pecho, como si las palabras de Shuu hubieran desenterrado algo en lo más profundo de su ser. Su respiración se aceleró, y por un momento, no supo si quería huir o rendirse a la comodidad de la atención que Shuu le brindaba. La tristeza de lo que había sufrido con Kousei se apoderó de ella una vez más, y el golpe emocional la hizo sentir vulnerabilidad.
— Eso no lo puedo olvidar. —dijo, en un susurro, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas contenidas. La herida de la infidelidad seguía fresca, y por más que intentaba sacarla de su mente, las palabras de Shuu la hacían dudar de todo lo que pensaba sobre su relación.
Shuu vio el dolor en sus ojos, y con una mirada llena de comprensión, rozó su mejilla con los dedos, quitando una lágrima imaginaria.
— Te entiendo, Satomi. Pero es legal para ti divertirte. Tú también mereces sentirte bien, disfrutar sin preocuparte por lo que hizo él. El dolor no te va a hacer más fuerte, pero un poco de alegría puede devolverte la paz.
Satomi lo miró, su corazón acelerado, su mente llena de pensamientos confusos. El deseo de rendirse al consuelo de Shuu era fuerte, pero aún sentía la presión de lo que implicaba su matrimonio. Aunque...Tal vez...No estaría mal dejarse llevar.
La atmósfera en la pequeña celda era tensa. Yamato y Mimi se miraban con ojos entrecerrados, cada uno convencido de que el otro era responsable de su desafortunada situación. Habían pasado las últimas horas en silencio, cada uno con los brazos cruzados y mirando en direcciones opuestas, pero finalmente, la incomodidad de la situación los llevó a estallar.
—Si hubieras mantenido la calma, no estaríamos aquí encerrados —soltó Yamato, con tono acusador, girando hacia ella con una ceja levantada.
Mimi, que ya estaba al límite de su paciencia, lo miró con indignación—. ¿Yo? ¿Mantener la calma? Tú fuiste el que comenzó a discutir con el policía. ¡No tenías por qué provocar a alguien que estaba claramente de mal humor!
—¡Provocar! —replicó Yamato, frunciendo el ceño—. Yo solo estaba pidiendo una explicación. Él fue quien se puso a la defensiva y empezó a levantar la voz.
—No es cierto. ¡Tú también levantaste la voz! —Mimi lo señaló, recordando vívidamente cómo había ido subiendo el tono hasta que las cosas se salieron de control—. Yo intenté calmarte, pero tú ni siquiera me escuchaste. Estabas tan enojado que ni siquiera te importó que nos estuvieran mirando.
Yamato cruzó los brazos, visiblemente molesto—. ¿Entonces ahora es mi culpa que tú te metieras en medio?
—¡Exacto! Si no me hubiera metido, a este paso te habrían arrestado solo a ti. Pero no, decidí ayudarte, y ahora estamos los dos aquí. ¿Sabes lo humillante que es esto? —Mimi se dejó caer en el incómodo banco de la celda y miró al suelo con frustración.
—No te pedí que te metieras, ¿sabes? —replicó Yamato, aunque en el fondo, sabía que su enojo se mezclaba con un poco de gratitud—. Pero agradezco que lo hayas hecho, porque… en fin, no te dejaría sola en esta situación. —Suspiró, suavizando su tono.
Mimi levantó la vista, sorprendida por su cambio de actitud, y suspiró también—. Esto es ridículo. Estamos aquí discutiendo y ni siquiera sabemos cuánto tiempo nos van a tener encerrados.
Yamato sonrió de lado, admitiendo para sí mismo que, en el fondo, discutían porque ninguno quería admitir su propia parte de culpa.
—De acuerdo, quizás… exageré un poco con el oficial —dijo finalmente, rascándose la nuca—. Pero tú también estabas un poco insistente.
Mimi resopló. La situación en sí era tan absurda que resultaba hasta cómica.
—¡Eh! Muy cara de ángel tienes, rubio de ojos azules, pero eres bastante gruñón ¿e?— Declaró.
Yamato se quedó en shock al escuchar esas palabras.
Por un momento, Mimi no era "Haruna"; era simplemente ella, como si el tiempo se hubiera borrado, y el eco de su voz lo devolviera a los días en que discutían por cosas tan pequeñas como quién tenía la culpa en una situación absurda.
La imagen de Mimi en la mente de Yamato, cruzada de brazos y con esa mirada desafiante que tanto adoraba, le vino de golpe. Su corazón comenzó a latir con fuerza, palpitando contra su pecho como si estuviera redescubriendo un amor que había mantenido escondido.
Mimi, al darse cuenta de lo que dijo, su expresión cambió. ¡No debía revelar su identidad!, notó cómo la mirada de Yamato se tornaba más intensa y profunda. No era la primera vez en esa tarde que se sentía observada de una forma extraña por él, pero ahora sus ojos la miraban como si estuviera viendo más allá de cualquier disfraz.
—Yamato... ¿qué pasa? —preguntó Mimi, intentando sonar tranquila y manteniendo el papel de "Haruna", aunque le temblaba un poco la voz.
Yamato no respondió enseguida. La idea de que esta mujer frente a él, con sus gestos, sus palabras, su risa, despertara en él esos sentimientos y recuerdos que conservaba solo con Mimi lo dejaba sin palabras. Bajó la mirada, casi como si estuviera tratando de juntar la valentía para decir algo, pero, en cambio, solo murmuró:
—Es… es extraño. Eso me lo decía alguien que…—Habló— Que conocí hace mucho tiempo.
La celda tenía ese típico aspecto desgastado: paredes grises y frías, una pequeña ventana enrejada que apenas dejaba entrar un hilo de luz nocturna, y un banco de madera que hacía las veces de asiento y cama improvisada. Yamato y Mimi estaban sentados lado a lado, ambos en silencio, observando el espacio vacío con expresiones reflexivas, como si se encontraran en un mundo paralelo donde nada de lo demás importaba.
Yamato rompió el silencio primero, suspirando con una mezcla de cansancio y un toque de melancolía.
—Haruna…—Yamato rompió el silencio.
La castaña dirigió su mirada hacia el rubio.
—¿Te has dado cuenta? —murmuró, mirando al frente.
—¿De qué?
—Que, en un lugar como este, ni siquiera ser la figura que soy me salva de estar aquí…—Declaró Yamato—Todo se reduce a lo esencial.
Mimi lo miró, interesada, y enarcó una ceja.
—¿Ah, sí? ¿Y qué es lo esencial para ti? —preguntó, ladeando la cabeza con curiosidad.
Yamato sonrió levemente, y sus ojos adquirieron un brillo pensativo.
—La verdad, a lo largo de los años he descubierto que las cosas materiales, el poder o la riqueza… no significan mucho cuando se comparan con lo que realmente te llena —explicó, mientras sus ojos se posaban en la puerta de la celda, como si la atravesaran y vieran mucho más allá—. Todo eso, al final, se queda en el camino.
Mimi lo observó detenidamente. Yamato, el hombre que tantas veces había visto como alguien distante y serio, se mostraba ahora en su versión más sincera y vulnerable. Ella se apoyó contra la pared, permitiéndose relajarse un poco más.
—¿Te refieres a cosas como el amor? —preguntó, y aunque trataba de sonar casual, había un tinte de seriedad en su tono.
Yamato asintió y luego la miró, con una expresión suave que no había mostrado en mucho tiempo.
—El amor… sí. —Sonrió, y luego miró sus propias manos, como si buscara en ellas la respuesta a sus palabras—. Y también a las personas que te entienden, las que no necesitan que expliques cada parte de ti. Con ellas, incluso el silencio tiene sentido.
Mimi se quedó en silencio, asimilando sus palabras. Miró a su alrededor, notando que, en medio de esa celda solitaria, había encontrado una conversación que hacía tiempo necesitaba. Yamato, quien a menudo proyectaba esa imagen de fuerza y frialdad, ahora compartía sus pensamientos más íntimos con ella. Era como descubrir una parte de él que el mundo rara vez veía.
—¿Alguna vez has sentido que algo falta? —preguntó Mimi, bajando la mirada, sus dedos jugueteando con el borde de su chaqueta.
Yamato la miró de reojo y asintió.
—Sí.
—¿Sí? — Preguntó sorprendida.
El rubio asintió—¿Por qué te sorprende?
—Po-porque un hombre como tú…ya sabes…con todo en la vida. —Declaró la castaña— Dinero, una empresa, familia y demás. Yo pensaría que nada te falta.
—Todos piensan eso. —Suspiró triste— Pero créeme. Tengo muchas necesidades…—Declaró— Mucho más de lo que cualquiera podría imaginar. —Su tono era suave, pero había una intensidad en sus palabras que sugería que estaba hablando desde lo más profundo de su ser.
Era curioso que lo dijera. Después de todo, él fue quien le quitó todo a ella.
Yamato, al menos, podía abrazar a Nene e Izumi, y pudo estar presente en todas las etapas de su hermano Takeru. Mientras que, ella jamás pudo abrazar a sus hijas hasta que regresó a Japón y se saltó tanto las etapas de ellas como las de Ryo.
—Hubo un tiempo en que pensé que tenía todo lo que quería. —Declaró el rubio—Una familia, dinero, mi mejor amigo…—Miró su mano— La mujer que amaba.
¿La mujer que amaba?
Suspiró.
—Pero luego… —suspiró, y una sombra de tristeza cruzó su rostro—, luego me di cuenta de que lo que realmente importaba estaba fuera de mi alcance.
Ella sintió un nudo en la garganta al escuchar eso.
¿Por qué decía eso?
¿Por qué justo ahí?
—¿La mujer que amabas? — Preguntó la oji-miel— ¿Te refieres a Sora?
Yamato se quedó en silencio al escuchar este nombre y una sonrisa triste apareció en su rostro.
Lamentablemente, frente al mundo, Sora era la mujer de su vida. Con la cual tenía una vida. Pero la verdad era que…No.
Pasó sus manos por su cabello y las lágrimas brotaron de sus ojos.
La tristeza en el rostro de Yamato era palpable, como una sombra que había estado esperando el momento preciso para salir a la superficie. Al escuchar la pregunta de Mimi, sus ojos se nublaron, y la tensión en sus hombros cedió, dejando ver una vulnerabilidad que pocas veces había mostrado.
Mimi se acercó un poco más, sin saber bien qué hacer, pero siguiendo su instinto. Puso una mano en su hombro, y su toque suave lo trajo de vuelta al presente.
—Yamato, ¿qué sucede? —preguntó, con su voz baja y preocupada—. ¿Por qué lloras?
Yamato intentó recomponerse, pero las emociones le pesaban demasiado. Tragó saliva y bajó la cabeza, incapaz de mirarla a los ojos. Después de unos segundos, su voz surgió, cargada de dolor y frustración.
—Haruna… —empezó, con un susurro—. A veces siento que llevo una carga que me consume. Que he estado viviendo una vida que no es realmente mía.
Ella frunció el ceño, confundida, y sin soltar su hombro, esperó pacientemente a que continuara.
—Todo el mundo cree que Sora es… —titubeó, buscando las palabras adecuadas—. Es quien todos suponen que es el amor de mi vida. La mujer que todos piensan que me completa. —Sonrió amargamente, y sus ojos se posaron en el suelo, como si encontraran allí un refugio—. Pero la verdad es que… no es así. Jamás lo fue.
Mimi sintió una punzada en el corazón, no solo por la tristeza en su voz, sino porque algo en sus palabras la hizo conectar con su propio dolor. Se sintió movida a decir algo, pero antes de que pudiera hablar, Yamato continuó, con las lágrimas ahora cayendo libremente por su rostro.
—He sido un cobarde —dijo, con la voz quebrada—. He dejado que el mundo piense algo de mí, que piense que soy feliz. Pero en el fondo, siento que he perdido todo lo que realmente importa. Todo por… orgullo, miedo, quizás por las responsabilidades que siento sobre mis hombros. —Se detuvo, respirando profundamente, intentando calmarse, pero el llanto parecía imparable—. Lo peor de todo, Mimi, es que dejé que la única persona que realmente me entendía se alejara de mi vida… y desde entonces no ha habido un solo día en el que no la extrañe.
La expresión de Mimi se tornó suave, y su corazón latía aceleradamente, resonando con cada palabra de Yamato. Ella sabía lo que significaba vivir con un amor no correspondido, un amor que debía permanecer en silencio.
—¿Entonces… no has sido feliz? —preguntó Mimi, en un susurro, como si las palabras fueran demasiado dolorosas para decirlas en voz alta.
Yamato negó con la cabeza, sus ojos llenos de dolor al encontrar los de ella.
—Lamentablemente decepcioné a la persona que más amé…—Habló—Y-y…—Se detuvo.
No podía seguir hablando. Pero sentía que necesitaba desahogarse. Y por alguna razón, Haruna le causaba confianza, mucha confianza.
—¿Puedo confiar en ti?
Mimi asintió: —Pues claro.
Yamato suspiró.
—La razón por la cual no quiero que Ryo esté con Rika es porque...—Se detuvo unos segundos— Es hermano de mi exesposa.
—¿Ex esposa?
El rubio asintió: —Y la madre de mis hijas.
Yamato tragó saliva, mirando hacia un rincón oscuro de la celda, como si sus palabras se perdieran en algún lugar lejano, un lugar donde se ocultaban sus recuerdos más dolorosos. Mimi, disfrazada de Haruna, lo miraba con una mezcla de sorpresa y conmoción. Nunca había imaginado que se abriría tanto, que se atrevería a hablar de su pasado, y menos con tanto dolor.
—La madre de mis hijas —repitió Yamato con una voz cargada de tristeza—. Mimi… era una mujer increíble. La amé como nunca pensé que podría amar a alguien.
Mimi sintió un nudo en la garganta al escuchar su propio nombre en labios de Yamato, pronunciado con tanta ternura y melancolía. Quería hablar, revelar la verdad, pero también quería escucharlo, entender lo que él realmente sentía.
—Ella me dio dos hijas maravillosas: Nene e Izumi. —Yamato continuó, con una sonrisa dolorosa mientras sus ojos brillaban por la nostalgia—. Pero fui un estúpido, ¿sabes? Dejé que el orgullo y mis decisiones egoístas nos separaran. Nunca pude ser el hombre que ella merecía. La herí, y aunque ella intentó aguantar, intentó mantener todo unido… al final, se fue. Se alejó para siempre.
Mimi lo escuchaba, y sus propias emociones amenazaban con desbordarse. Saber lo que él sentía ahora, cómo se lamentaba, cómo hablaba de ella con tanto arrepentimiento, era como tocar una herida profunda que nunca había sanado del todo.
—¿Y por qué piensas que fue tu culpa? —preguntó, esforzándose por mantener la calma en su voz, aunque su corazón latía con fuerza.
Yamato suspiró, cerrando los ojos, y se llevó una mano a la frente.
—Porque fui terco, egoísta… La traté como si solo su amor hacia mí fuera suficiente. No le creí cuando más necesitaba que yo le creyese…
"No lo creí"
En pasado.
—Cuando me di cuenta de la verdad ¡ya fue tarde! —Declaró el rubio— Cuando estábamos juntos creí que podía controlar todo, que el amor podía estar subordinado a mis caprichos, a mi necesidad de tener poder sobre todo lo que me rodeaba. —Las lágrimas brotaron una vez más, cayendo lentamente por sus mejillas—. Pero desde que se fue cada vez su ausencia es peor para…—Apretó su puño— pero ya es demasiado tarde. Ella no está, y mis hijas…
Hubo un minuto de silencio en el cual Mimi esperaba ansiosa las palabras de Yamato.
—Ellas nunca han dejado de necesitarla.
—¿Por qué dices eso? — Preguntó la castaña— ¿No tienen a Sora?
Yamato asiente: —Ella es buena madre con ellas…—Declaró— Pero hay cosas que ni siquiera ella ha logrado entender ¿sabes?... —Suspiró—Aunque amo a mis hijas, algunas veces siento que, no logro profundizar en sus sentimientos. Ellas viven su mundo y yo estoy lejos. —Habló— Sobre todo ahora que me odian por haberle sido infiel a Sora. Solo las desilusiono y eso me hace sentir pésimo. Porque siento que, al desilusionarlas a ellas, estoy desilusionando cada vez más a su madre.
Mimi sintió un dolor en su garganta, quería llorar. Pero no podía.
—Siempre he tenido miedo.
—¿Miedo?
Yamato asintió: —De que mis hijas se enteren de la verdad y me odien. —Declaró— Por mentirles, y haberlas alejado de su madre…—Habló— Porque sí. Es mi culpa. No fui lo suficientemente hombre para evitar que ella fuese encarcelada. No Fui capaz de creerle. Creí que ella me fue infiel y me cegué. Sin pensar en que, ella lo estaba pasando peor, con mi hija en su vientre. La cual perdió por estar encerrada en prisión.
Mimi apretó su puño ante esto.
El silencio se hizo presente.
Mimi quería llorar, llorar y llorar. Gritar y reclamarle por arrepentirse tan tarde. Pero…Una parte de ella no quería recriminarle. Al parecer, ya estaba sufriendo por sus acciones.
—Yamato, nadie es perfecto. Todos cometemos errores, pero parece que tú has aprendido de ellos, y eso cuenta mucho —le dijo suavemente, tratando de consolarlo, evitando a diestra y siniestra no salir del personaje de Haruna.
Porque solo quería llorar.
Él la miró, y en sus ojos había una vulnerabilidad que pocas veces había mostrado a alguien.
Mimi apenas podía contenerse al escucharlo. Saber que él aún la recordaba con tanto cariño, que reconocía esa conexión, aunque él no supiera la verdad, le llenaba el alma de un consuelo profundo.
—¿Sabes? Haruna….—Suspiró— Por alguna extraña razón, tú me recuerdas mucho…mucho a ella.
¿Qué?
Mimi sintió miedo al escuchar esto.
—Sí, suena extraño.. —La miró con intensidad, y Mimi sintió que sus propios sentimientos afloraban aún más—. Tu mirada…es idéntica a la de ella. —Declaró— Es curioso, pero cuando hablo contigo, siento una calidez que no sentía desde que estaba con Mimi. —Depositó su mano en su mejilla y la acarició.
Mimi sintió que su corazón latía desbocado al sentir la mano de Yamato en su mejilla. La calidez de su toque, tan familiar y, a la vez, inesperada, la hizo estremecerse. Sus ojos se encontraron, y en ese instante, era como si el tiempo se hubiera detenido, como si, en aquella celda fría y lúgubre, solo existieran ellos dos y aquel vínculo silencioso y profundo que los unía.
—¿Sabes? —murmuró Yamato, acercándose aún más, con su voz apenas un susurro—. Es extraño, pero cuando te miro, siento que estoy en casa. Como si hubiera algo de ella en ti que no logro entender. Me haces recordar lo que es sentir paz.
Mimi intentó hablar, pero las palabras se le atoraron en la garganta. Su mente le gritaba que debía detenerse, que no podía dejarse llevar por sus sentimientos ahora que él no conocía su verdadera identidad. Pero su corazón, herido y hambriento de consuelo, le suplicaba que no se apartara.
—Yamato… —susurró ella, su voz temblando por la emoción contenida.
Él la observó con intensidad, como si intentara descifrar un secreto oculto en sus ojos, algo que se le escapaba, pero que estaba seguro de haber visto antes. Su mano en la mejilla de Mimi se deslizó suavemente hacia su cuello, acercándola con delicadeza hacia él.
—Haruna… —murmuró, aunque en su mirada había algo más allá de aquel nombre. Era un sentimiento profundo, un deseo reprimido que había guardado durante años. Se inclinó hacia ella, y Mimi sintió su respiración mezclarse con la suya, cálida, envolvente, y tan familiar que le resultaba imposible resistirse.
El beso comenzó como un susurro, suave y cauteloso, como si ambos temieran romper el hechizo de ese momento. Sin embargo, pronto la pasión que habían contenido durante tanto tiempo se desbordó, y el beso se volvió más intenso, profundo, como si cada uno intentara recuperar en ese instante todo lo que habían perdido.
Yamato la estrechó entre sus brazos, y Mimi se dejó llevar, olvidando por un instante quién debía ser, olvidando la máscara de "Haruna" y permitiéndose sentir, solo sentir, como si fuera la última vez. Porque en ese momento, no era Haruna quien estaba ahí. Era ella, Mimi, entregándose a Yamato en un gesto de amor y añoranza.
Mimi se apartó rápidamente de Yamato, sus manos instintivamente levantándose para alejarse un poco, como si el contacto aún la quemara. El beso, tan lleno de emociones reprimidas, la había dejado desbordada, y ahora necesitaba recobrar el control.
—Eso… —dijo con voz temblorosa—, eso no está bien, Yamato. No deberíamos haberlo hecho. No de esa manera.
Yamato la miró, aún un poco atónito, sintiendo el peso de sus propias acciones. El beso había sido impulsivo, algo que había nacido de la vulnerabilidad, pero ahora entendía que no había sido correcto, ni justo para ninguno de los dos. Sin embargo, el arrepentimiento lo envolvía de inmediato, y vio cómo la distancia que ella había tomado lo hacía sentir más culpable.
—Tienes razón… —dijo con un suspiro pesado, bajando la mirada—. No debí hacerlo. Fue un error. No debí haberte besado. Lo siento. Lo siento mucho, Haruna. —La miró a los ojos, sinceramente apesadumbrado. Sabía que ella no se merecía esa confusión, que había cruzado una línea que no debía haber tocado. "¿Qué demonios hice?", pensó para sí mismo, sintiendo el peso del arrepentimiento.
Mimi respiró hondo, buscando la calma en medio de la tormenta de emociones que la envolvían. Sin embargo, el sentir la sinceridad en su disculpa, hizo que la presión en su pecho se aliviara un poco, aunque no completamente.
—Está bien… —respondió finalmente, con un susurro. No quería continuar ese momento, no quería pensar en el beso ni en lo que implicaba para ella, porque la verdad era que la confusión la estaba consumiendo por dentro.
En ese instante, la puerta de la celda se abrió de golpe, y el mismo policía de antes apareció en el umbral, con una expresión neutral y una mano extendida.
—Ya es hora de sacar a los dos —dijo el oficial, con voz firme, sin mostrar mucho interés por lo que acababa de suceder dentro.
Mimi levantó la mirada, agradecida de que el momento tenso fuera interrumpido por algo más concreto. El ambiente en la celda había cambiado, el peso de la disculpa y la confusión flotando en el aire. Aún así, el hecho de que pudieran salir de allí, aunque solo fuera para enfrentarse a lo que vendría, les ofrecía un pequeño alivio.
Yamato se levantó del banco, su mirada volviendo a centrarse en Mimi con una mezcla de remordimiento y un leve rastro de tristeza. Agradecía que el momento hubiera terminado, pero la realidad de lo que había hecho aún lo atormentaba. Sabía que, aunque pudiera salir de la celda, el verdadero desafío estaba por venir, no solo con Mimi, sino consigo mismo.
Ambos, con un último vistazo, se dirigieron hacia la salida de la celda, sabiendo que el siguiente paso, fuera lo que fuera, sería enfrentarse a las consecuencias de sus acciones.
+Spoiler: Empezó la caída de Satomi.
BethANDCourt: ¡Hola! Sí, lamentablemente, han separado a Rika y Ryo ToT pero esto es parte de su desarrollo pronto veremos más evolución, aunque, nuestra pequeña deberá sufrir. Sí, da mucha penita Ryo, después de todo, le ha tocado una vida muy difícil. Era inevitable para Mimi soltar la verdad (No se lo esperaban jaja) Ryo siempre, todo, lo que tiene que ver con Mimi se lo tomará a buena manera porque es la única familia que le queda. Todos odiamos a Hiroaki, tiene ese talento para separar a nuestras parejas ToT pero debe ser así, esto se repetirá pero créanme en esta historia hay más personas que han sufrido por esto, Hiroaki no es el único que ha tratado a sus hijos sin corazón, y no solo me refiero a Toshiko. Iremos sufriendo con todos a lo largo de la historia. Tranqui, tranqui, Hikari no está en peligro todavía. Hiroaki todavía no le ha dicho a Takeru de sus negocios y sabe que, si manda a capturar a Hikari, alertará a Yamato y este es capaz de decirle la verdad a Takeru, cosa que no quiere, al menos por el momento. Nene tiene una dualidad interesante, pero esto se debe a que ella lucha por lo que quiere, no se conforma con lo que le den, sino con lo que quiere, lo cual es bueno en cierto punto. En este caso Nene es el ángel aliado de Kiriha que le dará luz. Sí, se muestra vulnerable ante Kiriha, pero esto se debe a sus sentimientos. Aciertas al decir que Kiriha no sabe como reaccionar, pero es parte de esta historia, Nene tiene una parte Ishida y una parte Tachikawa, ambas partes chocan, porque Mimi es muy dulce y Yamato frío. Nene es la muestra de las dos personalidades que están intentando equilibrarse. Todos queremos que Izumi deje a Kouji, pero está difícil, a Izumi la encasillaron en que Kouji era el hombre para él y ella lo aceptó. Pero ¡tranquilos! queda poco tiempo. ¡Uh! Ese viajecito. Tengo muchas escenas pero estoy intentando no tirar todo de una porque quedaría un capítulo GIGANTE cosa que no queremos ¿no? La idea es ir paso a paso. Pero significará un antes y un después entre Mimi y Yamato. Espero que te haya gustado el capítulo ¡te mando un abrazo a la distancia! y ojalá sigas comentando porque me alegra leer a mis lectores.
KeruTakaishi: ¡Holi! Sí, finalmente, Ryo sabe la verdad ¡Finalmente! Estas en lo correcto de a poco se involucrará. Pero vamos paso a paso. Recordemos que él tiene un video muy importante jsjsjs Con respecto a Hiroaki pues...¡Sí! Secuestró a su propio hijo, lo hizo, para que vean el clase de trato que es capaz de darles a sus hijos (imagínense a Yamato) Hiroaki es malo, pero no más que Toshiko, si él es capaz de hacer esto imagínense a Toshiko. Espero que te haya gustado el capítulo ¡te mando un abrazo a la distancia! y ojalá sigas comentando porque me alegra leer a mis lectores.
