Hola, hola gente bonita…
¿Cómo están? Espero que excelente yo… no tanto.
Les voy a ser sumamente honesta, estoy un poco triste por la nula respuesta al capítulo anterior. Vaya que no sé si es por los problemas que tuve en Fanfiction para publicarlo y que a ustedes no les llego la notificación…o simplemente ya los he perdido. Espero no sea eso porque francamente he estado súper emocionada con este capítulo en particular, ya que de aquí me separo muchísimo de la historia original de LJDH y todo en la arena será espero diferente a lo escrito en el libro.
En fin, si les gusta el capítulo ojalá se tomen un poquito de su tiempo para comentármelo y sino también, por supuesto.
Los personajes no me pertenecen, solo esta ambiciosa historia.
Y como les prometí en el capítulo anterior en este cap, tendremos la historia de la concepción del bebé. Ojala llene sus expectativas. así que: ¡AVISO! Alerta de lemon y contenido M. Así que avisados están.
Como siempre me disculpo de antemano por cualquier error ortográfico que pueda haber.
Sin más ojalá disfruten la lectura.
Capítulo 12
Akane
Ranma levanta la mirada, sus ojos brillan con algo que no sé si es rabia o desesperación. Aprieta los puños. Respira hondo.
—Quizá yo también habría pensado lo mismo… de no ser por el bebé.
El mundo entero se detiene.
Un segundo de silencio absoluto, un abismo en el que el tiempo no existe.
No sé si jadeé, si solté un sollozo, si simplemente me congelé. Solo sé que mis manos se mueven por sí solas hasta mi vientre, en un reflejo primitivo de protección. Pero no hay nada que pueda proteger ahora. No puedo protegerlos a ambos.
El público estalla.
No sé si gritan de sorpresa, de horror, de emoción. Todo suena como un zumbido lejano. Mis ojos se nublan y las lágrimas finalmente caen, arrastrando consigo el maquillaje impecable de Cinna. No me importa. Porque de pronto todo se siente más real, más tangible.
Porque de pronto…
El dolor me golpea con una brutalidad que me quita el aliento.
Ranma me mira y veo el reflejo de mi propia agonía en sus ojos. Su mandíbula tiembla, sus labios se separan como si quisiera decir algo más, pero no puede. Las lágrimas resbalan por su rostro en silencio.
Entonces el escenario se desmorona.
Cierro los ojos con fuerza.
Solo quedamos él y yo, atrapados en el eco de lo que hemos perdido. De lo que nunca tendremos.
Y los recuerdos me golpean como un torrente.
Y recuerdo.
Recuerdo aquel día.
Hace poco más de dos meses (5 de mayo)
Desde abril, cuando se anunció el Vasallaje. Ranma, Tofu y yo no hemos hecho otra cosa más que entrenar sin descanso.
El despertador suena agudamente una y otra vez. Estiro la mano para apagarlo y me siento en el borde de la cama. Mi mano izquierda vuela automáticamente a restregarme los ojos. Los abro con pesadez y miro hacia la ventana. Aún está oscuro. Son las cuatro de la mañana y ni siquiera mis hermanas o mi padre se han despertado todavía.
Hoy es un día especial. Es el cumpleaños de Ranma. Su cumpleaños número 17.
Es curioso, porque mañana será el mío. Como si la vida o el destino nos hubiera escogido para ser los trágicos amantes… tan cercanos…tan lejanos… tan… imposibles.
No sé si él lo sepa, pero realmente no me importa. Se ha estado comportando como un sargento durante este mes, tan preocupado porque estemos en forma que lo más probable es que ni siquiera recuerde su propio cumpleaños. Y aunque yo he estado igual de concentrada que él en el entrenamiento, hoy quiero hacer algo especial para él.
Porque el próximo año, yo no estaré aquí.
No cumpliré 18 años. Ni 19, 30 o 40. Ni ningún otro cumpleaños.
Porque será Ranma quien vuelva a casa después del Vasallaje.
Y haré todo lo posible para que así sea.
Sacudo la cabeza; no es momento de esos pensamientos. Me estiro un poco y me pongo de pie. Ya no me tambaleo, pues me he acostumbrado a la prótesis, aunque el dolor permanece ahí, constante y punzante. Supongo que el entrenamiento ha fortalecido mis músculos y puedo tolerarlo con más facilidad; además, mi talón, que se me partió cuando salte la valla, ha mejorado increíblemente.
Después de cambiarme, bajo a la cocina tratando de no hacer mucho ruido, aunque sé que en menos de una hora todos en casa despertarán y se prepararán para ir a la panadería. Me hubiera gustado que Nabiki no pudiera ver lo que estoy haciendo, porque sé que se burlará un poco de mí, pero no tengo otra opción, ya que a las 7:00 de la mañana comenzaremos el entrenamiento y durante el día no hay otro momento en el que pueda ponerme a hornear con tranquilidad.
Solo desearía que esta vez Ukyo no se nos uniera, pero resoplo frustrada, ya que, al ser domingo, lo más probable es que llegue incluso antes del amanecer a casa de Ranma.
Cada día la soporto menos, pero no puedo hacer nada, pues se ha ofrecido a ayudarnos en el entrenamiento de forma tan desinteresada, a pesar de que hoy es el único día que tiene libre por las mañanas, ya que trabaja de lunes a sábado casi todo el día.
Y es tan malditamente buena con Ranma que… la detesto.
Ya estoy metiendo el pastel en el horno cuando escucho ruidos arriba, probablemente papá o Kasumi, porque Nabiki siempre es la última en despertar.
Son las 6:30 y creo que el pastel ya se ha enfriado lo suficiente como para empezar a decorarlo. Lo saco del refrigerador y me pongo a trabajar en la decoración. Es la parte que más disfruto, y el tiempo se me va volando, mientras hago hojas y piñas de pino de azúcar, degradados de tonos verdes como el bosque y un pequeño lago azul de fondant hasta que, de repente, ya son las 7:00. Los rayos del sol se filtran por la ventana, anunciando que hoy será un día cálido y agradable.
Coloco el pastel de nuevo en la nevera, y tuerzo un poco el cuello y los hombros para aliviar la tensión, me preparo para salir después de dar un largo trago al batido de proteínas que Kasumi dejó en la barra antes de irse a la panadería con todos.
El entrenamiento ha sido especialmente duro. Pero justo ahora estoy secretamente feliz porque Ukyo anunció que se iría después del almuerzo a hacer unas entregas de la ropa que su madre aún sigue lavando a mano. Aunque realmente no la soporto, no puedo evitar preocuparme, ya que, tras la llegada de Thread, con el pretexto de la "seguridad" en el Distrito, las redadas y los toques de queda a cualquier hora del día se han vuelto más frecuentes y agresivos; si algún pacificador la sorprende haciendo cualquier cosa que les parezca sospechosa en sus mentes retorcidas, no habrá mucho que podamos hacer para ayudarla esta vez, ya que Thread la ha puesto en su lista negra por nuestra culpa. Aún recuerdo su espalda destrozada tras tanto tiempo, pero ella es tan terca y orgullosa que sigue rehusándose a aceptar nuestra ayuda. Aun así, me aseguro de que cada vez que su madre viene a limpiar la casa de Tofu, se lleve al menos una bolsa de pan recién hecho.
Después de almorzar y tras la marcha de Ukyo, empiezo a planear el mejor momento para darle a Ranma la sorpresa que le he preparado. Sin embargo, el instante se esfuma y, de pronto, ya estamos entrenando otra vez. El sol continúa su recorrido y, poco antes de las 4:00 de la tarde, Ranma anuncia que hemos terminado por hoy.
Tofu está exhausto y gruñón como de costumbre desde que Ranma lo ha obligado a permanecer sobrio y se despide de nosotros con un gruñido mientras se va tambaleante hacia su casa.
Me aclaro la garganta antes de hablar.
—¿Tienes algún plan para hoy? —le pregunto, pero él parece distraído y creo que no me ha escuchado. Su mirada se pierde en el horizonte, dirigiéndose hacia el bosque, lo que me hace pensar que debe estar pensando en Ukyo y provoca un nudo en mi estómago.
Después de unos segundos, se da cuenta de mi mirada insistente y me observa, confundido, contestándome:
—¿Dijiste algo?
Conteniendo un resoplido de frustración, le repito:
—Sí, quería saber si tienes algo que hacer hoy, ya que hemos terminado el entrenamiento.
—Oh… mmm… pues, sí, en realidad quiero ir a casa de Ukyo para asegurarme de que haya regresado bien —dice, evitando mi mirada y haciendo una pausa demasiado larga para mi gusto—. ¿Quieres acompañarme?
Siento un pinchazo en el pecho, seguido de una oleada de rabia y algo que no quiero admitir que es dolor. Pero ya he empezado a caminar hacia mi casa y, sin detenerme para mirarlo, le contesto con un tono más seco de lo que pretendía:
—No, gracias. Sabes tan bien como yo que ella se molestará si me ve ahí y, además, las noticias vuelan; Ranma, si hubiera pasado algo malo, ya lo sabríamos. No sé ni siquiera por qué te molestas tanto.
Acelero el paso sin esperar su réplica, pero siento su mirada en mi espalda. No necesito darme la vuelta para saber que está dudando, que tal vez está debatiéndose entre ir tras de mí o seguir con su plan inicial. Y odio eso. Odio su indecisión.
Porque si de verdad quisiera ir con Ukyo, si realmente ella fuera la única persona en su mente, no habría titubeado al mencionarla, no habría evitado mi mirada ni tardado tanto en responderme.
Pero tampoco vino conmigo.
Aprieto los puños y sigo caminando, con la mandíbula tensa y el aire quemándome los pulmones. Qué estúpida fui. Qué ridícula. Me pasé la mañana preparando algo especial para él, pero ¿para qué? Los cumpleaños no son algo que celebremos en el 12. No son importantes. No significan nada.
Y tampoco importa a quién ame él. Lo único importante es la decisión que he tomado: que él regresará.
Trago saliva con dificultad, sintiendo un nudo atragantado en la garganta. Y sí, aunque me duela, aunque me consuma por dentro, lo más probable (e incluso lo mejor) es que regrese a Ukyo, que la tome de la mano y se case con ella en el futuro. De esa manera, quizá Happosai lo deje en paz y él pueda ser feliz algún día.
Tal vez, cuando esté a punto de morir en la arena, pueda encontrar consuelo en ese pensamiento.
Entro a mi casa y espero por unos minutos recargada en la puerta, con el corazón latiendo a la espera de algo que no llega. Solo quiero que venga a mí. Que me elija a mí. Pero el silencio es absoluto.
No sucede.
Ranma ya se ha ido.
Cada segundo que pasa es un clavo más hincándose en mi pecho. Me obligo a caminar hacia mi habitación, el cuerpo pesado, la mente llena de pensamientos enredados que se ahogan en su propia miseria. Necesito una ducha. Necesito arrancarme esta sensación de encima. Subo los escalones con la mandíbula apretada, sintiendo cómo las punzadas en la pierna se vuelven cada vez más insoportables. Pero eso no es nada.
Lo imagino, con su andar seguro y arrogante, cruzando la Veta, dirigiéndose a verla a ella. A Ukyo.
El coraje me sube por la garganta como una bilis ardiente.
¿Cuánto más tengo que soportar esto?
Llego a mi habitación con los puños cerrados y, antes de pensarlo, abro de golpe el cajón de la mesita de noche. Las pastillas están ahí, tan pequeñas, tan inofensivas. Ranma siempre me insiste en que no las tome tan seguido, que me harán daño.
¿Pero qué sabe él de este dolor?
¿Qué sabe él de soportarlo día tras día, de fingir que todo está bien cuando cada músculo arde y cada respiración pesa? Él, con su fuerza sobrenatural, con su cuerpo impecable y completo.
No tiene ni idea de lo que es vivir así.
Me llevo tres pastillas a la boca y las trago de golpe, sin agua.
La sensación de alivio es lenta, pero llega.
Me desnudo y me meto en la ducha, dejando que el agua me abrace como si pudiera lavar toda esta miseria. ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Qué sentido tiene matarme entrenando si al final no voy a volver?
Ranma va a regresar.
Ranma va a vivir.
Ranma va a casarse con Ukyo.
Y yo... yo voy a desaparecer.
Me recargo contra los azulejos, con los ojos cerrados. La mente se vuelve un poco más liviana. El dolor mengua. Ya no me importa tanto.
No sé cuánto tiempo ha pasado, pero cuando salgo de la ducha me pongo lo primero que encuentro: un vestido ligero de primavera, de tela fresca y suave, con florecillas blancas y hojas verde menta. Los tirantes delgados dejan mis hombros desnudos. Me calzo unas sandalias de cuero.
Quizá me vea bonita.
Quizá no importe.
Titubeo en la puerta.
Vuelvo a mirar el bote de pastillas sobre la mesita.
Hoy no quiero sentir más dolor.
Lo agarro y lo meto en el bolsillo de mi vestido antes de salir.
El ocaso se convierte en una hermosa noche estrellada, el aire cálido roza mi rostro, despeinando mis cabellos mientras mi mente se aleja cada vez más del mundo que dejo atrás. El bullicio de la villa parece quedar a kilómetros, aunque solo esté a unos pasos. Mi familia probablemente ya está cerrando la panadería, y se preparan para volver a casa, pero no quiero verlos. No quiero hablar con nadie, no quiero ser Akane, al menos no por está noche.
Camino sin rumbo fijo entre las sombras del bosquecillo que rodea la villa, buscando el vacío que me brinde un poco de paz. Mis pensamientos se entrelazan con las punzadas de dolor en mi pierna, pero es la angustia lo que más me consume. La sensación de la pastilla derritiéndose en mi garganta me envuelve, la morfilina en mi sistema comienza a difuminar la opresión en mi pecho. Por un rato, todo parece menos real. Mi cuerpo pesa menos, y el dolor, aunque siempre presente, se convierte en una sombra que puedo ignorar.
Al llegar a la última casa de la villa, una preciosa edificación vacía, respiro profundamente. Es aquí donde me refugio, aquí donde puedo desconectarme del mundo sin que nadie me vea. Esta casa, deshabitada por la ausencia de otros vencedores, es ahora mi refugio secreto. Nadie viene, nadie pregunta, y por fin me siento invisible. La puerta trasera está abierta como siempre. No hay necesidad de llamar. Entro en silencio, como un espectro, y cierro la puerta tras de mí.
La casa está en silencio, desordenada por mis visitas secretas. He traído mantas y cojines para crear un pequeño rincón donde esconderme, lejos de las miradas y expectativas. Aquí es donde he dejado mis carboncillos, mi cuaderno de dibujo que ya no quiero ni tocar, y, en el sótano, las botellas de licor que escondo para Tofu, esperando que nadie las descubra. Ranma no sabe de este lugar, de estos rincones oscuros donde trato de huir de todo ni de las botellas que escondo. Si supiera, seguro que las rompería. Pero no estoy aquí para preocuparme de eso. Estoy aquí para desconectarme, para no pensar, para que el vacío de esta casa me consuma y, con suerte, me haga olvidar lo que está pasando afuera.
La situación es clara, el presidente tiene un interés claro: disminuir el número de vencedores, no aumentar la cantidad. La furia me consume por dentro, pero ni siquiera tengo energía para sentirla de verdad. Mi cuerpo ya no me responde como antes, y mi mente no sabe qué hacer con tantas emociones desbordadas.
Me dejo caer sobre el cojín más cercano, mis manos aprietan mis rodillas. Las lágrimas, que ya ni sé si son por el dolor físico o por el emocional, se mezclan con la pesadez que siento en el corazón. Pero esta vez no me importa. Nadie aquí puede verme, nadie puede juzgarme.
Solo yo y este espacio vacío. No sé en qué momento bajé al sótano, ni cuándo tomé una de las botellas, mucho menos cuándo la destapé. El primer trago me quema la garganta, pero esa sensación cálida me envuelve y me ayuda a olvidar, aunque sea por un instante, este mundo de mierda en el que vivo. El desamor de Ranma, el hecho de que hoy decidió ir a buscarla a ella, me retuercen las entrañas. Todo parece tan… vacío.
No sé cuánto tiempo ha pasado. Ni siquiera sé cuántos tragos he dado, solo siento que el peso de mi dolor se ha aligerado un poco. Todo se vuelve borroso, el mundo, mi tristeza, todo. Hasta que escucho su voz, esa voz que no quiero oír, llamándome desde la entrada. Me congelo, paralizada. El sonido de sus pasos me llega a través del silencio pesado que me rodea.
La luz plateada de la luna entra por la puerta trasera cuando la abre. Se detiene al verme y sus ojos azules se clavan en los míos, llenos de preocupación y algo más que no logro descifrar. La tristeza en su mirada me atraviesa, como si él también supiera lo que siento, como si pudiera ver todo el caos en mi interior. Entonces, como si la distancia fuera la única barrera entre nosotros, se acerca rápidamente. Me envuelve en un abrazo tan fuerte que me quema, tan intenso que casi me hace daño. Pero me dejo llevar, cerrando los ojos, sin saber qué hacer, ni qué sentir.
—Demonios, Akane, me tenías tan preocupado—dice contra mi cabello, con la voz agitada y su respiración rápida, como si el simple hecho de verme aquí lo hubiera hecho perder todo control. Puedo sentir su corazón galopando contra mi pecho, tan fuerte que parece que va a romperse.
No le contesto por unos segundos demasiado largos y de pronto la furia me llega de golpe, como un torrente que se desborda, y todo lo que puedo pensar es en lo que hizo esta tarde.
—Bueno, no deberías de estarlo, ya que tu preocupación de esta tarde, si mal no recuerdo, era saber si Ukyo estaba bien—digo, arrastrando las palabras, dejando que cada una de ellas se cargue con toda la rabia que siento. Empujo su pecho, con fuerza, tratando de liberarme de su abrazo que empieza a asfixiarme, que me aprieta tanto que me siento atrapada.
—Anda, lárgate con ella y déjame a mí en paz—finalizo, con un nudo en la garganta. Mi voz suena más quebrada de lo que quiero admitir, pero no puedo controlarlo. Necesito que se vaya, que me deje en paz con mis pensamientos y mi dolor.
—Estás ebria—dice, alejándose un poco de mí, frunciendo el ceño, como si el simple hecho de verme en este estado lo hiciera perder toda su compostura.
—¡¿Y a ti qué mierda te importa?!—le increpo, mi voz llena de furia y veneno—. Preocúpate por Ukyo, lárgate con ella. Déjame en paz.
Cojo la botella, mi mano temblorosa, y cuando estoy a punto de darle otro trago, Ranma me la arrebata de un solo movimiento. Para mi absoluto asombro, no la rompe ni me la devuelve, sino que se lleva un largo trago. La luz de la luna lo ilumina mientras bebe, como si todo alrededor de nosotros hubiera dejado de existir. Luego, se sienta a mi lado, mirando fijamente la oscuridad, como si ahí pudiera encontrar alguna respuesta a todo esto.
—Soy un imbécil—murmura con voz grave, como si esas palabras fueran un peso que finalmente se decidiera a liberar.
—Es bueno que lo sepas—añado, con una satisfacción amarga que ni siquiera yo puedo entender, aún algo sorprendida por la acción de Ranma.
Se ríe sin mucho humor, y yo no puedo evitar soltar una risilla tonta, casi sin control. El silencio se instala entre nosotros, solo interrumpido por el sonido de la botella tintineando cuando nos la pasamos y las respiraciones profundas. No hablamos mucho más, simplemente seguimos bebiendo, dejando que la botella vacía se vaya llenando con el tiempo, con la oscuridad, con lo que no decimos.
—Todos están preocupados por ti—dice él, rompiendo el silencio.
—Sí, bueno, hoy he decidido ser un poco egoísta y no preocuparme por nadie más que por mí—respondo, lanzando una piedrecilla al suelo, como si esa pequeña acción pudiera soltar un poco el peso en mi pecho.
—Nabiki me dijo del pastel... yo... perdóname, siempre estoy cagándola—dice, el tono de su voz suave, arrepentido.
—No puedo negar esa afirmación—le contesto, sintiéndome extrañamente más ligera, aunque no sé si es por el alcohol o por la sinceridad de su disculpa. Algo en mí, aunque débil, empieza a cambiar, a calmarse.
—No tengo un regalo para ti. He estado tan enfocado en el entrenamiento, en que nos volvamos más fuertes, que me olvidé de todo.
—¿Y por qué tendrías un regalo para mí? —le digo, frunciendo el ceño confundida—. Se supone que es tu cumpleaños, ¿sabías? Es el cumpleañero quien suele recibir los regalos.
Él hace una pausa y mira su reloj de pulsera, y yo lo miro de reojo. La media noche ha pasado sin que me diera cuenta, y algo en mí se siente un poco tonta por no haberlo notado.
—Bueno—dice, su voz más suave ahora—, oficialmente, ahora es tu cumpleaños. Así que... feliz cumpleaños, Akane.
Lo miro, completamente sorprendida. No sabía que él supiera ni que le importara cuándo es mi cumpleaños. Abro la boca para preguntarle, pero las palabras no salen, así que solo me quedo abriendo y cerrando los labios, como si fuera un pez fuera del agua.
Él me observa divertido, una sonrisa sincera iluminando su rostro.
—¿No me digas que pensabas que no lo sabía? Akane Tendo, yo lo sé todo de ti. ¿Cómo crees que supe que te encontraría aquí? Sé que vienes aquí a esconderte de vez en cuando. Eres una de las personas más importantes para mí. Me preocupo por ti.
Calla por unos instantes y mirándome con una intensidad que me petrifica dice suavemente— Te amo.
Luego, sin previo aviso, me toma de la barbilla con una mano suave y se acerca lentamente a mi rostro, rozándome los labios con los suyos en un beso suave, lleno de ternura. Entre besos, sus palabras se escapan como si fueran una súplica:
—Soy un imbécil... perdóname... perdóname, Akane...
Las palabras me atraviesan, pero no respondo, porque lo único que quiero es quedarme ahí, con él, con sus labios sobre los míos. Sin hablar más, solo compartiendo la sensación de estar juntos, en este espacio que se siente tan seguro.
No sé cuánto tiempo pasa, pero seguimos besándonos, recostados sobre las mantas y los cojines esparcidos por el suelo. La calidez de la noche nos rodea, y no me importa lo que suceda después. Sé que estamos borrachos, sé que lo que estamos haciendo podría causarnos arrepentimientos en el futuro, pero en este momento no importa nada más que él, su cuerpo caliente y fuerte rozando el mío, nada más que su aliento cálido rozando mi cuello, dejando un rastro de besos húmedos que me erizan la piel.
El mundo entero puede esperar. Este momento es todo lo que tengo, todo lo que quiero.
La habitación esta bañada en la luz plateada de la luna, su resplandor parece envolvernos en un abrazo invisible. Todo es tan tranquilo, tan suave, como si el mundo entero hubiera desaparecido, dejándonos solos en este espacio de deseo y vulnerabilidad. Puedo sentir la piel febril de su pecho rozando el mío, ya que la ropa ha empezado a desaparecer con velocidad, su camisa y mi corto vestido para ser exactos. La forma en que sus manos recorren mi cuerpo con un toque tan familiar y, al mismo tiempo, tan nuevo. Mi corazón late rápido, un eco que se mezcla con el suyo. La necesidad de estar con él se intensifica, mi centro palpita de deseo y su propio deseo es palpable porque siento su dureza arremetiendo desesperadamente contra mí de manera arrobadora.
Sus manos exploran mi cuerpo con una urgencia suave, como si cada movimiento contara, como si no hubiera tiempo para perder. La calidez de su cuerpo contra el mío me hace perder el aliento. Sus labios se mueven por mi cuello, por mi hombro, dejando un rastro de fuego. Mis manos se aferran a él, como si de alguna manera quisiera marcarlo, grabarlo en mi memoria. Y cuando finalmente nuestras respiraciones se entrelazan, la sensación de completitud, de pertenencia, me consume por completo.
Sus ojos son fuego puro oscurecidos por el deseo, el azul casi desaparecido, la ligera capa de sudor que le perla la frente y hace que su flequillo se pegue a su piel, la trenza deshecha por mis manos. No sé lo que él ve en mi pero la sonrisa torcida de satisfacción y lujuria que hay en sus labios solo hacen que me sonroje aún más, mi piel arde y mi respiración es cada vez más agitada, cuando desabrocho el botón de su pantalón. Él de inmediato se lo baja con todo y ropa interior quedando en toda su gloriosa desnudes frente a mí.
Un escalofrió me recorre de pies a cabeza y mi centro late con más fuerza por el deseo. Es perfecto. El hombre más guapo del mundo y es mío.
Lo amo y me ama. Al menos por esta noche.
Me quito decidida el sostén y puedo ver el brillo en sus ojos, se abalanza contra mi besando mis pechos con hambre y cada vez que su lengua recorre la cima de ellos una electricidad hace que mi cuerpo se arquee acercándome más a él y esa boca deliciosa que hace que me olvide incluso de respirar. Me retuerzo un poco debajo de él hasta que consigo quitarme las pantaletas. Su mirada me quema, estoy a un segundo de la combustión.
—Eres hermosa—me dice y luego se lanza besar mi vientre y su mano tiembla cuando se acerca a mi monte de venus y lentamente introduce la punta de sus dedos entre mis pliegues, jugueteando con ese punto en el centro que me hace ver estrellas mientras un jadeo involuntario se escapa de mi garganta.
Sus dedos acarician la zona más íntima de mi cuerpo y él me besa por todas partes, mis manos se aferran a sus brazos, su espalda cualquier parte de la que pueda asirme para anclarme a la realidad, a él.
Se acomoda entre mis piernas mientras nos besamos con desenfreno, su lengua cálida y húmeda contra la mía, su garganta emitiendo gruñidos profundos que hacen que mis piernas se abran más invitándolo a adentrarse en mis profundidades. Hasta que el momento llega, no es tan doloroso como imagine. Empuja suavemente al principio, lenta y tortuosamente, cerrando los ojos, frunciendo el ceño, conteniendo el gemido de placer que lo invade por completo, conteniendo las ganas de arremeter con ferocidad, para adentrarse más en mí. Luego de unos segundos que parecen eternos comienza a balancear sus caderas contra mi pelvis, lo necesito, lo deseo como nunca había deseado nada con tanta fuerza.
Me muevo junto a él, levantando mis caderas para encontrarnos en el camino del placer, jadeamos, gruñimos, nos besamos y nos decimos cuanto nos amamos. Sus movimientos se vuelven cada vez más erráticos y siento que algo viene, algo que está a punto de explotar y cuando él me enviste nuevamente hasta el fondo, sujetándome de las caderas con un agarre férreo, siento su miembro palpitar en mí interior, llenando mis paredes y ese algo explota dentro de mí. El éxtasis me llega en oleadas.
Mi cuerpo se arquea en un placer indescriptible, mi vista se desenfoca y un grito de absoluto goce me estremece el alma.
Él da unas ligeras estocadas más mientras vibra sobre y dentro de mí, hasta que se detiene.
—Eso ha sido…—murmuro entre jadeos, dejando la frase inconclusa. Un cansancio arrollador me invade de golpe, mis párpados se cierran sin que pueda evitarlo. Apenas escucho su voz, ronca y cargada de emoción, diciéndome que soy increíble, hermosa, perfecta… que me ama como a nadie en el mundo. Suena lejano, como un eco difuso mientras siento que se aparta suavemente y se acomoda a mi lado.
Instintivamente me acurruco contra él, hundiendo la cabeza en su pecho. El sonido de sus latidos es lo último que registro antes de caer rendida.
—Maravilloso…—logro balbucear antes de sumergirme en la inconsciencia.
Despierto de golpe en la penumbra de la madrugada, con un dolor punzante latiéndome en las sienes. Mi cuerpo entero se siente pesado, y un ardor sordo en mi vientre me hace fruncir el ceño antes de comprender. Me duele. Me duele todo. Especialmente la zona más íntima.
La resaca me golpea con toda su crudeza cuando recuerdo: bebí demasiado… y me drogué con morfilina.
Todavía sin abrir los ojos, noto la calidez de un cuerpo firme bajo el mío. El aliento se me atasca en la garganta. Mis párpados se abren de golpe y el dolor de cabeza se intensifica, pero lo ignoro.
Estoy desnuda. Completamente desnuda.
Y recostada sobre un Ranma igualmente desnudo.
El corazón me da un vuelco.
El calor me sube al rostro con tanta fuerza que siento que ardo. Mi respiración se agita, intento moverme y él, aún dormido, balbucea mi nombre con voz adormilada antes de aferrarme con más fuerza, aprisionándome en un abrazo cálido y protector.
El pánico y la vergüenza me inundan. Con cuidado, muy lentamente, consigo deshacerme de su agarre y escabullirme sin despertarlo.
Me incorporo con torpeza y miro alrededor. No sé cómo llegué aquí.
Cierro los ojos y trato de recordar.
El pastel que preparé para él.
El entrenamiento.
Ukyo.
Ranma yendo tras ella.
Las pastillas.
El licor.
Esta casa.
Y luego… él llegando hasta mí.
Los recuerdos, borrosos y dispersos, regresan como una embestida. Me abrazan, me golpean, me asfixian.
Busco mi ropa con manos temblorosas y me visto lo más rápido que puedo. No me pongo las sandalias, para no hacer más ruido al caminar, solo las cojo con una mano. Siento algo en el bolsillo de mi vestido y, al meter la mano, mis dedos encuentran el frasco de morfilina. Lo saco y lo observo. Está mucho más vacío de lo que debería.
El estómago se me revuelve.
Dirijo la vista al suelo. Una botella de licor vacía descansa junto a una de las botas de Ranma.
Me giro, temiendo haberlo despertado… pero sigue dormido.
Lo observo.
Su pecho sube y baja con un ritmo pausado. Su rostro se ve relajado, sin la dureza que la vida le ha obligado a llevar. Hay algo diferente en él. Apenas quedan rastros de la niñez en sus facciones. La línea de su mandíbula es más marcada, y una leve sombra oscura insinúa una barba incipiente.
Me sorprendo sonriendo sin darme cuenta.
Actuando por impulso, tomo la sábana y lo cubro.
Se remueve ligeramente, pero solo deja escapar un leve ronquido.
Mi pecho se aprieta. No quiero enfrentar esto ahora. No quiero enfrentar a Ranma ahora.
Porque tengo miedo.
Miedo de que, al despertar y recordar lo que pasó, se arrepienta.
Miedo de que piense que se aprovechó de mí o peor aún… que fui yo quien lo hizo, tal como todos esos malditos monstruos del Capitolio.
Miedo de que se enoje o me odie.
O quizás… miedo de que yo no pueda manejar lo que esto significa.
Decido esperar. Nos veremos más tarde. Ahí enfrentaremos lo que sea que venga.
Pero por ahora, solo necesito salir de aquí.
Los sonidos a mi alrededor cambian bruscamente, devolviéndome de golpe al presente.
Ranma toma mi mano con firmeza, anclándome a la realidad. Sin pensarlo demasiado, extiendo la otra y sujeto el muñón de Chaff. Él, a su vez, agarra la mano de su compañera de distrito. Uno a uno, los vencedores nos tomamos de las manos, hasta que todos estamos unidos. Y entonces, las alzamos.
El rugido del público estalla con furia y desesperación. Gritos, protestas, voces ahogadas por la indignación llenan el aire, convirtiéndose en un estruendo ensordecedor.
Las pantallas empiezan a parpadear hasta que una a una se van apagando y las luces se extinguen de golpe.
Un convoy de agentes de la paz irrumpe en el escenario, las armas en alto, apuntándonos sin vacilar. Nos empujan con fuerza, obligándonos a retroceder, a salir del escenario, a regresar a nuestros pisos.
La rebelión que acabamos de encender arde en cada grito del público.
Pero nosotros solo podemos ver las miras láser apuntadas a nuestros cuerpos.
Ranma no me suelta en ningún momento, caminamos hacia el elevador más cercano atravesando el caos. Shampoo y Ryoga intentan entrar al elevador con nosotros, pero un par de agentes demasiado violentos les impiden unírsenos.
Los escasos minutos que dura el ascenso se desvanecen en un borrón.
Sus ojos siguen brillantes, no por lágrimas, sino por la desolación de una pérdida demasiado grande para nombrarla. La pérdida de un futuro que nunca tuvimos la oportunidad de imaginar.
Un hijo que nunca verá la luz.
Una vida que nunca conoceremos.
Mi garganta se cierra, un nudo sofocante me impide respirar. Ranma aprieta los dientes, la mandíbula tensa, el rostro crispado por un dolor que lo atraviesa en silencio. La sombra oscura de la desesperación se cierne sobre nosotros, ahogándonos en un vacío insondable.
—No iba a ser justo para él… —murmuro sin saber si intento consolarlo a él o a mí misma.
Ranma se ríe, pero el sonido es seco, desgarrador.
—Nada en este mundo es justo para nadie.
Y en ese instante, el peso de la realidad nos aplasta.
No habrá una familia, ni un hogar, ni una vida más allá de esta condena.
Solo nos tenemos el uno al otro.
Ranma me envuelve en un abrazo feroz, desesperado, como si en ese contacto pudiera aferrarse a lo único que aún le queda.
Ya no lloramos.
Solo nos queda aceptar nuestro destino.
Nunca seremos lo que podríamos haber sido si esta no fuera nuestra realidad.
Muy lejos de aquí existe un lugar llamado Distrito 12, hogar de mis hermanas y mi padre, así como de la madre y hermanita de Ranma, y de nuestros amigos y conocidos, quienes deberán cargar con las consecuencias de lo que hemos hecho esta noche. Ya no podemos permitirnos preocuparnos por ellos; debemos dejarlos atrás. Porque mañana, en un breve viaje en aerodeslizador, ingresaremos a la arena que han preparado para enfrentarnos a los demás tributos. Ese es nuestro castigo, nuestra penitencia. Sin embargo, aunque mañana muramos todos, esta noche hemos marcado un precedente: los vencedores hemos iniciado, a nuestra modesta manera, nuestro propio levantamiento.
Hemos encendido la mecha de la rebelión, incluso aquí mismo en el Capitolio. O, al menos, eso espero: que esta noche jamás sea olvidada, que los capitolinos empiecen a cuestionar los juegos y a sus gobernantes.
Esperábamos que Portia, Cinna, Hinako y Tofu regresaran, pero cuando las puertas del ascensor se abren, solo aparece Tofu.
—Ahí afuera es una locura —dice con voz ronca—. Hay revueltas, caos. Han enviado a todos a sus hogares y cancelado los resúmenes de las entrevistas, pero no pudieron evitar que todos en Panem vieran esos últimos segundos: a los tributos tomados de la mano.
Ranma y yo corremos hacia los grandes ventanales para asomarnos y observar lo que sucede en la calle, intentando descifrar los gritos que se alzan en la distancia.
—¿Qué están diciendo? —pregunto, con la voz temblorosa.
—Creo que ni ellos mismos lo saben —responde Tofu—. Algunos piden que se cancelen los juegos, otros que tú no entres a la arena, dadas las circunstancias— dice dando un rápido vistazo a mi vientre—. Y hay quienes claman, emocionados, porque jamás se habían visto juegos como estos. La mera idea de oponerse a cualquier mandato del presidente confunde a la gente. Pero saben que Happosai jamás cancelará los juegos.
Lo sé. El presidente ya no puede echarse atrás; lo único que le queda es devolvernos el golpe de la forma más cruel posible, para dejar en claro su absoluto poder.
—¿Dónde están Portia y Cinna? —pregunta Ranma, con una mezcla de preocupación y resignación.
—Les ordenaron regresar a casa, pero por cómo están las cosas afuera espero que estén bien.
Cinna no estará bien, pienso mientras contemplo mi hermoso vestido de plumas negras. Tampoco Portia, seguramente, pues es su socia y amiga. La manera en que Ranma se ha quedado callado, con la mirada fija en la ventana, me confirma que él piensa lo mismo.
—Entonces, tampoco volveremos a ver a Hinako —digo meditabunda—. Agradécele de nuestra parte por todo lo que hizo por nosotros.
—Hazlo especial —responde Ranma—. Después de todo, estamos hablando de Hinako. Hazlo en grande… dile lo mucho que la queremos.
Nos quedamos en silencio, escuchando los gritos ininteligibles que emergen de la calle y observando las luces parpadeantes de la ciudad.
—¿Algún último consejo? —vuelve a preguntar Ranma.
—Vivan —dice Tofu con voz ronca, dándonos a cada uno un rápido y fuerte abrazo, el máximo consuelo que parece capaz de ofrecer en este momento, lo sé al ver su rostro contrariado—. Ahora, vayan a dormir. Necesitan descansar.
—Cuídate, por favor, Tofu —le digo. Sin meditarlo, me lanzo hacia él y lo envuelvo en un abrazo.
—Cuida a Kasumi —le susurro antes de apartarme.
¿Cómo no darme cuenta de la forma en que observa a mi hermana? ¿Cómo ignorar la manera en que ella lo mira a él?
No soy nadie para juzgarlos en este mundo; solo deseo que, en algún momento, puedan encontrar algo parecido a la felicidad.
Me mira con sorpresa, y en su rostro se dibuja una multitud de preguntas no formuladas, pero ya no tengo fuerzas para responderlas, y sé que él tampoco las posee. Así que, con un simple asentimiento, se aleja rumbo al bar, mientras nosotros nos dirigimos, tomados de la mano y sin intercambiar más palabras por el pasillo que va a las habitaciones.
Cuando estamos frente a mi habitación, la voz de Tofu nos detiene de golpe.
—Ranma… cuando estén en la arena, recuerda quién es el enemigo. No dejes que te hagan olvidar por qué estás luchando. Y sobre todo… no permitas que te separen de ella.
Su mirada se posa en mí por un segundo antes de volver a Ranma. No añade nada más, pero su mensaje queda suspendido en el aire, como un hilo invisible de advertencia y súplica.
Ranma no responde, pero sé que ha entendido. Lo veo en la forma en que aprieta la mandíbula, en la tensión de su cuerpo.
Tengo este presentimiento de que, si nos separáramos ahora para cambiarnos y ducharnos, cerrarían las puertas y nos arrebatarían esta última noche juntos. Y creo que Ranma lo sabe, porque me jala al interior y cierra la puerta con firmeza.
Sin pronunciar palabra, se coloca detrás de mí y comienza a bajar el cierre de mi vestido. Yo, con la misma delicadeza, me quito el tocado de cristales y perlas, depositándolo con cuidado en una mesa. Cuando termino de desvestirme, quedo envuelta únicamente en un fino camisón de seda color crema. Me giro, y con manos temblorosas empiezo a desatar su corbata. Él, por su parte, se quita la levita y el chaleco, al igual que mi vestido los coloca con cuidado en una silla antes de quitarse los pantalones.
Juntos entramos en la ducha, ayudándonos mutuamente a lavarnos el cabello y los restos de maquillaje. No hay nada sexual en el acto, solo la intimidad de un consuelo mutuo. Su mano tiembla al acercarse a mi abdomen con la esponja llena de espuma, y en sus ojos se reflejan dos pozos de desolación.
—Nunca quise que esto pasara —dice, soltando la esponja y posando su mano grande sobre mi vientre—, y sé que tú tampoco lo deseaste, pero ya no hay vuelta atrás. Necesito que vivas, Akane. Que ambos vivan.
Pasamos la noche en un extraño estado de vigilia. Ranma me abraza por la espalda, sus manos sobre las mías, que se posan sobre mi vientre. No decimos nada. No necesitamos hacerlo. Pero mi mente no calla. Es un torbellino de pensamientos contradictorios, preguntas sin respuesta que me arañan por dentro.
Amo a Ranma con todo mi ser. Quiero que viva. Me lo prometí a mí misma. Pero ahora… ahora que sé que algo nuestro crece dentro de mí, todo se tambalea. Siempre creí que no quería hijos. Siempre lo supe. ¿O solo me convencí de ello? ¿No quiero a este hijo? ¿O me aterra lo que significa?
No lo sé.
Lo único que sé es que es una parte de Ranma. Y yo amo cada parte de él. No quiero que nada suyo sufra, que nada suyo se pierda. Y si este bebé es una extensión de él… ¿cómo no voy a protegerlo? ¿Cómo no voy a quererlo? Algo dentro de mí—instintivo, primitivo, aterrador—parece haber despertado. En mí. En él.
Y no sé si eso me da fuerzas o me rompe aún más.
Ranma
Por la mañana, cuando la puerta se abre y veo a Cinna entrar, un alivio inesperado me invade. Está vivo. Lo que significa que probablemente Portia también lo está. Por ahora.
Akane se incorpora a mi lado. Hay una tristeza en su sonrisa que me parte el alma, un entendimiento silencioso de lo que viene. No hay necesidad de palabras. Lo sabemos.
Me pongo de pie, pero no puedo irme todavía. No sin besarla una vez más. Porque cuando cruce esa puerta, no volveré a verla hasta que estemos en la arena. Y ahí… no sé qué nos espera.
La beso con todo el amor, el miedo y la desesperación que llevo dentro. Con todo lo que no puedo decir. Memorizar sus labios es lo único que me queda.
—Te veré pronto —murmura.
—Te veré pronto —respondo.
Y me marcho.
Portia me espera en mi habitación. Su expresión es serena, pero sus ojos me estudian con un cuidado que me pone en guardia. No aquí. No ahora. No donde pueden oírnos.
—Dormiste algo —no es una pregunta.
—Un poco.
Ella asiente, cruzándose de brazos. Su vestido es impecable, pero su postura tensa delata lo que no dice. Algo pasó anoche. O casi pasó.
Se acerca con cautela y pidiéndome permiso con sus grandes ojos oscuros me pide permiso, asiento y ella me abraza tiernamente.
Nos separamos sin hablar y me pongo la ropa que ha preparado para mi. La escucho sorber las lágrimas que se ha esforzado por no derramar.
No hay más que decir. Caminamos en silencio hasta el aerodeslizador, donde nos espera Cinna. Cruzo la puerta y dejo que se cierre tras de mí. Dejo que me arranquen de Akane, de lo que queda de esta vida antes de los Juegos.
Y cuando la nave despega, sé que ya no hay vuelta atrás. Me ponen el rastreador en el brazo sin siquiera usar un poco de anestesia, pero no me importa.
El aerodeslizador desciende sin aviso. El estómago se me revuelve con la sensación de caída libre, pero no me muevo. No quiero mostrar lo que siento.
Cuando las puertas se abren, un pasillo frío y estéril nos recibe. Todo aquí está diseñado para deshumanizarnos. Las paredes blancas, las luces artificiales, la ausencia de cualquier rastro de vida real. Solo el eco de nuestros pasos nos acompaña mientras Portia y yo avanzamos.
Me llevan a una habitación pequeña, con una mesa metálica y un espejo que probablemente es un vidrio de dos caras. Portia cierra la puerta detrás de nosotros y deja escapar un suspiro.
—No puedo decirte nada que no sepas ya —su voz es suave, pero firme—. Pero quiero que recuerdes algo, Ranma.
La miro, esperando.
—No confíes en nadie cuando estés ahí —dice, con un tono grave—. No confíes en nada.
Asiento. Eso ya lo tenía claro.
—Y cuida de Akane —su voz se quiebra un poco—. No la dejes sola.
—Nunca lo haría —respondo, con más fiereza de la que esperaba.
Ella me observa un momento más, como si intentara grabarse mi rostro. Luego toma aire y me ofrece una última sonrisa—débil, cansada, pero sincera.
—Bien—, dice asintiendo luego observa con detenimiento el traje que han dejado para que me vista, es de tela ligera e impermeable, con un extraño cinturón purpura y zapatillas ligeras de suela flexible—, creo que iras a un lugar de clima cálido, este traje no guarda mucho el calor, así que busca agua en cuanto puedas y protégete del sol.
Yo asiento a sus sugerencias y de pronto un pitido agudo anuncia que ha llegado la hora, ella camina a mi lado y me da un ligero apretón en la mano antes de que entre al tubo de cristal que me espera en el centro de la habitación. No hay despedidas, solo un último intercambio de miradas. Subo con pasos firmes y me posiciono dentro. Siento cómo el mecanismo se activa, el leve zumbido de la presión cerrándose a mi alrededor.
Y entonces, antes de que la plataforma comience elevarse lentamente, veo cómo entran los Pacificadores.
Todo ocurre en segundos. Portia ni siquiera intenta resistirse. No grita, no se retuerce, no ruega. Pero sus ojos están llenos de terror cuando la sujetan por los brazos y la arrastran fuera de la habitación.
No puedo salir a ayudarla, golpeo el cristal con los puños en un acto de desesperación. El tubo sigue ascendiendo, separándome de la escena, de ella, de todo.
Lo último que veo es su mirada afligida. No por sí misma. No por lo que van a hacerle.
Sino por nosotros.
Porque sabe que ya no puede ayudarnos.
Y luego, la luz de la arena me ciega.
—¡Damas y caballeros, bienvenidos a los Septuagésimos Quintos Juegos del Hambre!
La voz de Claudius Templesmith retumba como un trueno en mis oídos, sacudiéndome con cada palabra. Mi corazón late con fuerza, pero el conteo ya ha comenzado. Tengo menos de un minuto para recomponerme después de lo que acaba de suceder con Portia. No hay tiempo para lamentaciones.
Sacudo la cabeza, intentando despejarme. Ya no tengo tiempo para pensar en su destino. Ahora solo hay una cosa en mi mente: Akane. Tengo que encontrarla. Tengo que sacarla de aquí con vida.
Respiro hondo y siento la adrenalina recorriéndome como fuego en las venas. Observo a mi alrededor, cada detalle, cada movimiento. Mi mente se llena de furia. Furia contra Happosai. Furia contra el Capitolio. Y esa furia se convierte en fuerza.
Debo ser fuerte. Debo ser astuto.
Azul. Eso es todo lo que veo por todas partes hasta que logro ubicar en donde estoy. El agua que me rodea, el cielo rosado sobre nuestras cabezas, las nubes blancas y esponjosas que parecen tan lejanas, inalcanzables. El sol arde sobre nosotros, golpeándonos con su calor implacable. Estoy parado sobre una plataforma, y a mi alrededor hay 23 más. En el centro, en una isla diminuta de arena blanca, la Cornucopia refulge, su metal dorado brillando con promesas de muerte y salvación. A unos 40 metros de donde estoy, se encuentra mi única oportunidad.
¿Cómo demonios voy a llegar allí?
El tiempo avanza rápido, y me obligo a concentrarme, a analizar cada detalle.
Veo delgadas tiras de tierra que salen de la isla como los rayos de una rueda, un patrón claro entre el caos. Cuento rápido. Diez, tal vez doce caminos de arena como máximo, separando el mar del punto central. La Cornucopia. Entre los rayos, todo es agua. Excepto las plataformas en las que estamos parados en silencio. Dos tributos por cada espacio entre los caminos. Detrás de nosotros se extiende una selva enorme y densa, con árboles exuberantes como los que vi en el Distrito 4.
Cada uno de nosotros, esperando.
El miedo está en el aire, flotando como una neblina invisible. Pero no puedo darme el lujo de sentirlo.
No ahora. Examino la arena en busca de Akane, pero no la veo. Debe estar del otro lado de la Cornucopia.
Olfateo la sal en el aire. El agua debe ser salada, como la del mar del Distrito 4. No hay cuerdas, ni botes o puentes, nada que flote para salir de estas plataformas. La única manera es nadando.
El gong resuena.
Sin pensarlo, me lanzo al agua. Agradezco con toda el alma a mi padre por haberme llevado al lago de pequeño y enseñarme a nadar. Por lo que vi, nadie más ha saltado todavía. Es curioso cómo, a pesar de que hace casi un año que no nado una distancia tan larga, me resulta demasiado sencillo. Mi cuerpo se siente ligero, como si el agua me impulsara. Debe ser la salinidad.
En pocos minutos llego a la orilla de uno de los radios de arena y corro mirando a los lados, esperando que alguien más se una a la carrera hacia la Cornucopia. Pero no veo a nadie cerca.
El cuerno dorado me ciega unos segundos con su brillo. Entro de un salto al interior, donde están todos los suministros. El año pasado, todo estaba alrededor; ahora, cuanto más cerca del centro, más valioso es lo que hay. Pero no pienso en comida ni provisiones.
Necesito armas.
Este año pienso como un profesional.
Cojo un cinturón con cuchillos y me lo paso por el cuello, cruzándolo sobre el pecho. Un ligero cambio en el aire. El sonido de la arena deslizándose. Lo sé antes de girarme: alguien más ha llegado. Al voltear, ya tengo dos cuchillos en las manos, listos para lanzarlos.
Shampoo.
Me observa con esos ojos escarlatas, evaluándome con su tridente alzado. Era obvio que si alguien podía llegar antes a la isla, sería ella. Los tributos del 4 tienen la ventaja. La arena fue diseñada para ellos. Nadie más en los otros distritos tiene la posibilidad de aprender a nadar. No en serio. En el centro de entrenamiento del Capitolio ni siquiera hay una piscina para practicar.
Esto me enoja.
Quieren que gane Shampoo.
Porque Balm es un caso perdido, por obvias razones.
—Debe haber una bañera muy grande en tu distrito, guapo, porque de otra manera no me explico cómo aprendiste a nadar en el 12 —dice con una sonrisa. Pero sus ojos, afilados como dagas, no dejan de analizar los cuchillos en mis manos.
—Sí, bueno. Lo dejaré a tu imaginación.
Shampoo me ayudó en el Capitolio, pero aquí las cosas son diferentes. No sé cuáles sean sus verdaderas intenciones, y no pienso bajar la guardia. Me pregunto si seré lo suficientemente rápido para lanzarle un cuchillo al corazón antes de que su tridente me atraviese el estómago.
—Menos mal que somos aliados, cariño. ¿Te gusta la arena? —baja la punta del tridente y, con una mano, saca de entre sus pechos un medallón dorado que cuelga de una cadena con la forma del sinsajo de Akane.
"Aliados", repito en mi mente, confundido. Creí que Tofu había entendido que Akane y yo no queríamos alianzas. Nunca logramos ponernos de acuerdo. Pero entonces lo reconozco. Vi a Tofu mostrárselo a Akane en el centro de entrenamiento. Por un segundo, ella sonrió al verlo. Dijo que Hinako se lo había dado para demostrar que formaban parte del equipo.
Resoplo, fastidiado. Es el mismo motivo por el que llevo este estúpido brazalete dorado en la mano izquierda. Porque Hinako insistió, y yo no pude negarme.
—No confíes en el 1 ni en el 2 —dice rápidamente, su mirada se agranda con pavor. Antes de que pueda procesarlo, su voz se vuelve un grito gutural—: ¡Abajo!
No tengo tiempo para dudar. Me agacho tan rápido como puedo, casi tocando el suelo. El aire alrededor de mí se estremece con la intensidad de su grito, tan distinto al tono suave, sensual y ronroneante que suele usar.
En un destello, el tridente vuela sobre mi cabeza. El viento frío que trae consigo corta mi piel, y luego, el sonido nauseabundo del impacto resuena en mis oídos. Giro la cabeza y veo al tributo del 5, el tipo que no hacía más que beber durante el entrenamiento. Su rostro es una máscara de horror mientras arranca el tridente de su pecho, la espada que llevaba en una mano resbala y en ese momento, sus ojos se vuelven blancos, vacíos.
El cañón retumba.
El primer caído del día.
No hay tiempo para el asco ni la incredulidad. La urgencia en la voz de Shampoo me arrastra de vuelta al presente.
—¡Apresúrate, Ranma! Tú por la izquierda, yo por la derecha. ¡Tenemos que encontrar algo útil antes de que los demás tributos lleguen!
Asiento, mi respiración pesada, y corro con todo lo que tengo. Me giro rápidamente alrededor de la cornucopia, con los pies aplastando la arena bajo mí. A lo lejos, algunos tributos nadan frenéticamente hacia la isla mientras otros se lanzan a correr, por los rayos de arena. El eco de otro cañón retumba, pero apenas lo escucho antes de ver algo que hace que mi estómago se encoja: el mar cerca de una plataforma se tiñe de rojo.
La espuma estalla con furia, y el agua se agita violentamente. Una aleta grisácea con reflejos tornasol surca la superficie, tan rápida y mortal como una sombra. El maldito mar está lleno de monstruos. Lo imagine.
"Akane". Grito en mi mente con desesperación, pero no me permito distraerme.
De repente, una figura emerge del agua, corriendo hacia la orilla. Ryu Kumon. Sin pensarlo, lanzo un cuchillo con precisión mortal. Intenta esquivarlo y el metal se clava en su hombro en lugar de en su corazón que es a donde apunte, y él grita, retrocediendo hacia el agua, alejándose de mí como una serpiente arrastrándose en el fondo.
Enobaria. No la había visto. Está completamente quieta, inmóvil, observando como una bestia acechante, a solo 15 metros de distancia. Al parecer, se arrepiente de su intento de tomarme por sorpresa y, en un solo movimiento, gira sobre sus talones y corre por la franja de arena por la que venía y se adentra a toda velocidad en la selva, alejándose de la cornucopia y de mí.
—¡Solo hay armas! —grita Shampoo, alzando la vista cuando nos encontramos en la entrada del cuerno.
—Sí, lo mismo por mi lado. No hay comida —comento observando todo a mi alrededor.
—Entonces toma lo que necesites. ¡Tenemos que irnos ya! Los otros llegarán en cualquier momento, y como puedes ver, nadie se anda con tonterías.
Recojo todo lo que puedo, varios cuchillos más, un machete, y por supuesto un carcaj lleno de flechas y un arco que me cuelgo a la espalda. Shampoo toma otro tridente y se lo cuelga en la espalda junto con varios cuchillos que se ata a las piernas, algunas redes y cuerdas. En ese momento, veo a Balm flotando hacia nosotros, con una calma que me parece tan fuera de lugar. Shampoo se lanza a ayudarlo a ponerse de pie, y de inmediato el anciano hace un gesto con la mano, pidiendo un largo cuchillo y una red corta. El anciano se la cuelga del hombro sin perder ni un segundo.
Más tributos se acercan. No tengo tiempo. Tengo que encontrar a Akane.
Nos movemos hacia la cola de la Cornucopia mientras otro cañonazo retumba en el aire. Manchas de sangre flotan en la superficie, y entre las olas embravecidas, aletas surcan el agua con precisión letal. Entonces la veo. Sigue de pie en la plataforma, inmóvil, con los ojos clavados en el agua.
¿Por qué no ha saltado? Yo mismo le enseñé a nadar hace meses en el lago.
Abro la boca, a punto de gritarle, cuando una silueta oscura se desliza bajo la superficie. Una aleta emerge, cortando el agua como una cuchilla, avanzando directo hacia su plataforma.
El corazón se me detiene.
Mierda.
No está atrapada por miedo a no saber nadar. Es que no puede saltar con esos monstruos ahí.
El tributo del 3 está en la plataforma más cercana. Tiembla, con los ojos fijos en el agua. Algo se mueve debajo de él. De repente, una sombra se alza entre las olas y una criatura monstruosa irrumpe en el aire. Es enorme, de al menos cuatro metros, y su boca está plagada de dientes descomunalmente largos y curvados, casi como colmillos.
El tributo balbucea algo ininteligible.
—Tiburones —dice Shampoo—. Parecen tiburones blancos, aunque más pequeños. Deben estar modificados. Mutados.
Balm le hace señales rápidas, hablándole en esa jerga que solo ella parece entender. Shampoo asiente y echa a correr hacia el tributo del 3.
—Ve por el otro lado. Crearé una distracción. Si Akane no sabe nadar, tendrás que sacarla.
Obedezco sin pensar. Akane nos observa, primero confundida, pero luego parece entender que Shampoo y Balm están de nuestro lado.
Sin dudarlo, Shampoo se adentra en el agua hasta donde puede sin ponerse en verdadero peligro. Luego, con un movimiento letalmente preciso, lanza su tridente. El arma se clava en el costado del tributo del 3. Un alarido desgarrador corta el aire antes de que el tributo caiga de bruces al agua.
El cañón resuena.
Un charco de sangre se extiende a su alrededor, tiñendo el agua de color carmesí. El agua hierve de movimiento. Las sombras se agitan bajo la superficie.
Los tiburones se lanzan como proyectiles hacia el cuerpo caído.
—¡Ahora! —grita Shampoo.
Akane reacciona al instante y se lanza al agua con un clavado perfecto.
Nada con velocidad, con desesperación. Sus brazadas cortan el agua en línea recta hacia mí, pero uno de los tiburones se da cuenta.
Gira bruscamente y avanza tras ella.
—¡No! —Mi brazo ya está en movimiento.
Lanzo un cuchillo con toda la fuerza que tengo.
El acero se hunde en el morro del animal.
Un chillido antinatural brota de su garganta, un sonido grotesco que no debería pertenecer a un tiburón. Porque jamás he escuchado que un pez pueda emitir sonidos y menos de esa manera. Un escalofrió me recorre la espina dorsal.
Pero sigue moviéndose.
Y aún no ha terminado.
El tiburón herido sacude la cabeza con furia, el cuchillo aún clavado en su hocico. Pero no se detiene.
No va a detenerse.
Akane sigue nadando con todas sus fuerzas, pero el tiburón es más rápido. La distancia entre ellos se reduce en segundos.
—¡Mierda! —Corro hacia la orilla tirando a la arena las armas que me estorban y sin dejar de buscar otro cuchillo para lanzarlo en cuanto sea necesario.
El segundo tiburón ha terminado su festín. Ahora gira, sus ojos negros y vacíos fijos en Akane.
—¡Shampoo! —grito.
Ella ya está en movimiento. Se zambulle sin dudarlo, como si fuera parte del océano. Mientras nada, recupera su tridente del cadáver del tributo y se impulsa con agilidad sobre las olas. Nada cortando el agua en cada brazada con una velocidad alucinante.
Akane casi llega a la orilla cuando el tiburón herido se lanza sobre ella.
No lo pienso.
Salto al agua de inmediato.
Mi brazo se aferra a su cintura y la jalo con fuerza, sintiendo la corriente arrastrándonos. El tiburón se estrella contra la superficie justo donde Akane estaba hace un segundo, su boca abriéndose como una trampa mortal.
—¡Vamos, vamos! —gruño, sacándola del agua de un tirón.
Shampoo emerge justo después, trepando de un salto a la arena. Apenas escapando de la dentellada mortal del segundo tiburón.
Pero no hay tiempo para celebrar.
Más tributos están en la orilla, los que han conseguido salir de sus plataformas. Algunos se alejaron corriendo apenas empezó la masacre, pero otros siguen aquí, en los rayos de arena o en la isla de la cornucopia, mirándonos. Midiéndonos. Calculando.
Akane comienza con rapidez a recoger las armas, pero no le da tiempo de coger una flecha y tensarla en el arco antes de que la voz de un hombre con timbre soberbio hable con potencia.
—¡Vaya que han tenido suerte!
Tatewaki Kuno da un paso adelante, su lanza brillando bajo el sol, y su mirada está fija en mí.
—Pero no tienen oportunidad —añade, sonriendo con esa arrogancia que lo caracteriza.
Akane se tensa a mi lado.
No podemos quedarnos aquí.
—Corre —le susurro.
Ella duda por un segundo, pero lo entiende.
—¡Corre! —repito, más fuerte.
Shampoo ya está en movimiento. Balm, al ver la situación, comienza a avanzar, pero sus piernas tiemblan bajo el esfuerzo. No puede seguir el ritmo.
Sin pensarlo, me acerco y lo tomo de los hombros.
—Agárrate —le ordeno, y lo levanto en un solo movimiento, colocando sus brazos alrededor de mi cuello.
El peso de Balm es sofocante. Mi espalda se tensa de inmediato, el esfuerzo ardiendo en mis músculos como fuego líquido. Cada paso sobre la arena caliente es una tortura, el sol golpeando mi nuca, la humedad pegándose a mi piel.
La selva está cerca. Puedo ver la línea de árboles alzándose como sombras vivas, su follaje denso y oscuro prometiendo un respiro del sol abrasador… pero también algo más. Algo peor.
—¡Ranma! —grita Akane.
Una lanza pasa zumbando a mi lado y se clava en la arena, apenas a centímetros de mis pies.
Kuno.
No me detengo. No puedo.
Mis piernas arden cuando piso el borde de la selva. El cambio es instantáneo: la arena da paso a raíces gruesas y tierra húmeda, la luz del sol se filtra entre las hojas en haces dorados, y el calor agobiante se convierte en un sudor frío que se desliza por mi espalda.
El aire huele diferente aquí. A tierra mojada, a vegetación viva. A peligro.
Pero estamos dentro.
La amenaza de los tiburones queda atrás, pero las sombras de lo que vendrá aún nos acechan.
.
Continuara…
¡Wah! ¿Capitulazo o qué? Jejejeje.
Espero, espero que les haya gustado el capi.
Ya ustedes saben que esta sección es para agradecer a sus reviews, pero justo hoy estoy bastante triste ya que no he tenido ninguno sobre el capítulo anterior. Veremos si sigue valiendo la pena seguir con esta historia. Espero que sí, lo seguiré intentando al menos hasta terminar este fic sobre el segundo libro de la saga y si no veo respuesta entonces con todo el dolor de mi corazón tendré que cancelar la continuación que ya tenía planeada.
Saludines enormes y besos de chocolate. Bye bye.
