Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada y toda su banda.


30. ... Cuando No Sigues la Dieta del Propósito de Año Nuevo


Niobe abrió la gaveta de la despensa con una expresión de aburrimiento. Ese era el día treinta de su primer y único propósito de año nuevo; el día treinta manteniendo una dieta alta en proteínas y carbohidratos.

En su despensa se encontraba una gran cantidad de frutos secos, cereales, y varios botes con proteínas, que debía comer a determinadas horas. Cuando pasó al refrigerador la visión dentro no fue mejor, puesto que estaba repleto de carne, huevos, tubérculos, verduras y un montón de cosas que no recordaba haber comprado, pero que estaban ahí.

Sintiéndose hastiado, Niobe suspiró por lo bajo y cerró la puerta del refrigerador de un manotazo.

Ya no quería.

Una dieta centrada en hacer crecer su masa muscular, más el ejercicio diario, lo tenían agotado. Quería dejar de hacer ejercicio, y quería comer otra cosa que no fueran huevos, papas, pescado y todas esas cosas.

Fastidiado, Niobe se preguntó, no por primera vez, si de verdad era necesario estar musculoso, tan musculoso como el hombre que trabajaba en el zoológico de la ciudad, el famoso Aldebarán, que con sus dos metros de altura y músculos enormes era la admiración de los niños, la fascinación de las mujeres y el terror de los hombres que cometían alguna infracción en el lugar.

¿Valía la pena tanto esfuerzo?

Porque en esos treinta días no había visto ningún cambio significativo en su cuerpo, excepto que estaba agotado todo el día y su paladar comenzaba a exigirle algo bueno, algo con sabor, salado y grasoso o dulce, casi rozando lo empalagoso.

¿De verdad valía la pena?

Niobe se sentó en su comedor y pensó detenidamente las cosas, analizó los pros y contras, y justo cuando estaba por tomar una importante decisión que cambiaría su vida este año, su estómago emitió un sonido indicativo de que tenía hambre, pedía casi desesperadamente que lo alimentara.

Así fue como Niobe tomó una decisión, se levantó, agarró su llaves y salió a la calle, directo al primer puesto que le ofreciera algo dulce para comer. A fin de cuentas, los propósitos se hacían para romperlos.