VII. La maldición de Trópico de Cáncer. El que quiere y el que no.

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"Amo todo lo que fluye, todo lo que contiene el tiempo y el porvenir, que nos devuelve al comienzo donde nunca hay fin."

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¡Abre la jodida puerta! ¡Abre o la tiro! —Gritó fuera de si en el pasillo de los dormitorios mientras planeaba destrozar la puerta de la habitación de Suguru.

Por toda respuesta sólo hubo silencio. Nada más. Lo cual fue la mar de frustrante.

Bonito se veía ahí afuera con una pizza en la mano y un refresco en la otra. Volvió a hacer vibrar la madera, ésta crujió y empezó a desprender astillas, no mentía cuando le dijo que la iba a reventar.

Respiró, más bien bufó como toro, luego apoyó la mano y se quedó quieto un momento, tratando de hacer acopio de los pocos estribos que tenía y esforzándose sobrehumanamente por controlar sus emociones desbordadas.

—Suguru… por favor, abre la puerta, habla conmigo…

—¡No!

—¡Hijo de puta! ¡Abre te digo! Suguru… abre o me voy a quedar aquí toda la tarde y toda la noche hasta que salgas, hasta que todo mundo vea como estoy afuera de tu puerta como perro…

—¡Lárgate!

—Ya me castigaste… por favor, abre… —gimoteó esta vez rogando.

Pasaron algunos minutos, mismos que se sintieron como horas, acabó por descorrer el pestillo y abrió, lo contempló con sus ojos pequeños, juzgándolo, mirándolo con rencor.

—¿Qué quieres?

—Por favor, déjame pasar —le pidió, le mostró la pizza y el refresco que traía en la mano, como si aquello fuera una bandera de paz en medio de la Segunda Guerra Mundial.

—Deja eso ahí y vete —le contestó con displicencia señalándole el escritorio.

Llevaba el torso vendado, aunque ya no tenía nada tan grave, era mera protección y para mantener los huesos lo suficientemente inmóviles en lo que terminaban de sanar.

Satoru al contemplar aquello, se sintió terriblemente mal, otra vez, dejó los lentes oscuros y le observó arrepentido.

—Lo siento… yo… no quería lastimarte… lo siento —balbuceó con torpeza.

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Días atrás…

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—¡Deja de ocupar tu condenada técnica! —Ladró el otro, rabioso.

—¿Por qué? ¿No puedes con eso? —Se burló mientras detenía el golpe que evidentemente se le iba a incrustar deteniendo la velocidad del otro y evitando que se acercara.

—¡Tramposo! ¡Sólo pelea cuerpo a cuerpo, idiota! —Puntualizó Suguru, que para entonces ya estaba más que agotado y cabreado.

El entrenamiento a campo abierto se había convertido muy pronto en una serie de puñaladas traperas y mañerías que difícilmente permitían definir quién de los dos tenía más habilidad.

Si bien era cierto que Satoru tenía una fuerza descomunal, su compañero tampoco es que se quedara muy atrás. A su favor había que decir que el puntual estudio de múltiples artes marciales le había dado la velocidad y habilidad suficiente para enfrentarse a casi lo que sea.

—Te ves lindo cuando te enojas… —Gojo siguió tensando la cuerda.

—Imbécil…

—¡Oh, vamos! ¿Por qué no me crees cuando te digo que eres lindo?

La connotación de aquello, en los labios de Satoru era de evidente burla, a saber, nunca se sabía cuando estaba diciendo las cosas en serio y cuándo no.

—¿Quieres ganar, eh? ¡Quieres que te deje ganar sólo porque eres tú! Olvídalo Gojo.

—Pues claro, porque yo soy el más poderoso aquí —se burló con crueldad.

—¿De qué te sirve tanto jodido poder si no lo ocupas para nada que realmente valga? Sólo porque tuviste la casualidad de nacer así…

—Cabrón hijo de puta…

Lo siguiente fue que Suguru convocó una de las maldiciones que tenía, aquella que parecía una extraña criatura marina como una serpiente gigante, que además de todo tenía múltiples garras, a esa la había atrapado en un lago muchos años atrás.

La alarma de la escuela se disparó, porque esta existía con el fin de alertar en dado caso de que una o varias maldiciones se acercaran al campus.

Todos corrieron como gallinas decapitadas. Incluida Shoko, cuya indicación primaria era socorrer a los heridos cuanto antes.

La serpiente barrió con Satoru y lo arrastró consigo cientos de metros adentro de los bosques circundantes, para cuando Suguru siguió a la maldición, esta había reventado en mil pedazos cuando su compañero lanzó Azul.

—La perdiste… —dijo con crueldad.

Lo siguiente fue que se enfrascaron en una golpiza que acabó con Suguru mordiendo el polvo y Satoru totalmente descontrolado, preso del frenesí violento que le invadía en la pelea física… hasta que perdió de vista a quién estaba deshaciendo a golpes.

No fue hasta que la voz de Shoko le sacó del transe iracundo… bajó los brazos, contempló aterrado que su amigo… estaba en un charco de sangre y parecía… bueno… no parecía Suguru.

"¿Qué hice? ¿Qué diablos hice?" farfulló en silencio culposo.

—Eres un animal, fenómeno —le espetó ella empujándolo a un lado para acercarse al otro —, lárgate de aquí.

No pudo dormir, pero tampoco tuvo las pelotas de ir a buscar ni a Shoko ni a Suguru; pensó ingenuamente que al día siguiente las cosas estarían "normales".

Y con lo que se topó fue con que Suguru, morado como si se hubiera despeñado del Everest, ni siquiera le dirigió una mirada, tampoco la palabra.

¡Lo ignoró campalmente! ¡Como si no existiera!

Y por más que el otro trató de hablar, de aparentar que las cosas eran normales y que ya lo había perdonado por hacerlo enojar… porque Satoru creía que el realmente ofendido era él, se topó con la indiferencia del otro… y no pudo con ello.

Las horas pasaron, luego dos días más. Shoko lo trataba con una frialdad fenomenal, haciéndolo sentir basura.

Pero definitivamente lo peor, lo que acabó por quebrar su cinismo y buen ánimo, fue enfrentarse al hecho de que su único amigo… lo había dejado como perro abandonado, como si no fuera nada más que escoria… y sí lo era…

Algo dentro del pecho le estaba doliendo, le impedía respirar, y en general, le hacía sentir enfermo. Suponía que ningún medicamento podría tomar para ese dolor… para el dolor de saber que había hecho mal y que ahora, estaba solo, como siempre… no, no podía con eso.

No podía con el dolor en el corazón, en el alma.

No podía con la soledad.

Esa fue la primera vez que doblegó el orgullo por él.

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Estaban en penumbras, lo único que iluminaba un poco era la laptop abierta en el escritorio de Geto, donde estaba terminando un control de lectura que les habían pedido. Aún en medio de esa mortecina luz, Satoru sabía que los ojos de su amigo estaban clavados en él.

Se acercó, palmo a palmo, no como siempre, con la inseguridad de saber que perfectamente lo podía rechazar y sacar a patadas de ahí. Tocó con los dedos, apenas un roce, las vendas de su torso.

—¿Qué sucedió…?

—Las costillas… ya están bien, Shoko hizo lo que sabe hacer —farfulló molesto.

—Perdóname, por favor… no puedo estar así…

—Todo tiene que ver contigo, supongo —le respondió con crueldad dándole la espalda.

—No puedo estar sin ti, es eso, te lo dije hace tiempo, te dije que tú eres todo lo que tengo ¡Ya me castigaste suficiente! ¡Ha sido espantoso que me ignores! —reclamó—, sólo somos momentos, Suguru, nosotros sólo somos breves instantes… porque cualquier día nuestra vida terminará, y yo no quiero desperdiciar ni un minuto, no puedo… ser el más fuerte es una carga muy pesada —confesó.

Caminó los pocos pasos que les separaban, pasó los brazos por la breve cintura de él, se recargó contra su espalda.

—Perdóname —susurró.

—Me estás aplastando Satoru… —respondió el otro con el dolor incipiente aun de las costillas recién reparadas—, si me sigues apretando así vas a terminar por echar a perder lo que ya hizo Shoko…

Acabaron riendo de la ironía de la acción y del momento. Suguru tocó las manos de dedos largos, blanquísimos, que le tocaban desde atrás, en ese breve acto simplemente fue como decirle "".

Reír era lo que les quedaba. Reír porque Satoru tenía razón, sólo eran instantes…

—¿Puedo quedarme contigo, aquí? No quiero estar solo —le pidió.

—En el sillón —le respondió, como pequeña venganza, porque la realidad era que hacía un frío de los mil carajos por las primeras nevadas.

Entrada la noche Satoru se levantó temblando del sillón y se metió en la cama de su mejor amigo, se arrebujó contra él, como su tabla salvadora, y pensó en que efectivamente, sin él, no tenía brújula, no tenía Norte…

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Tokyo Radio FM 96

This world can hurt you

It cuts you deep and leaves a scar

Things fall apart, but nothing breaks like a heart

And nothing breaks like a heart

I heard you on the phone last night

We live and die by pretty lies

You know it

Oh, we both know it

Nothing breaks like a heart, Miley Cyrus