IX. La maldición del Poema de Gilgamesh. Los guerreros pares.

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"¿Ahora temes tú la muerte?

¿Dónde está tu gran valor?

Iré yo por delante

para oír tu voz, para decirte:

'¡Acércate, no temas!'

Y si sucumbo yo

que mi nombre sobreviva."

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A veces estaba pensativo sin un porqué, a veces se sentía nostálgico, perdido, raro, desesperanzado sin razón aparente. Y si lo analizaba con detenimiento, eso ya le pasaba desde que era un niño. Su propia madre le había dicho que eso era porque había nacido un día frío y lluvioso, en oscuridad, literal, se había ido la luz cuando estaba en labor de parto. Supersticiones.

El profesor Masamichi le había dicho algo cuando era un niño.

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1995

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—Te sientes triste sin razón aparente por las maldiciones. La tristeza es parte del abanico de emociones de los seres humanos, pero en tu caso esto se ve maximizado por tu habilidad —le dijo sin tapujos.

—¿Las maldiciones?

—Es algo que no te gusta hacer. La facultad que tienes de absorber las maldiciones fisiológicamente también te afecta, no es sólo que a ti no te guste, dentro de ti también afectan esto —le señaló la cabeza—, y esto también —después le señaló el corazón.

—Ya…

—No hay nadie como tú en el mundo de la hechicería, puedo decirte sin temor a equivocarme que tu don es único, al menos en esta era.

—Es desagradable.

—Poco a poco controlarás todo lo que eso conlleva, es una responsabilidad y no es una pequeña, pero… hay otros que tienen habilidades distintas y también son únicos, como tú… la soledad nunca es buena compañía.

—Y entonces ¿por qué si esto es algo bueno, es tan difícil?

—Porque el destino de los hechiceros nunca es fácil, digamos que abrazamos un destino difícil y que algunas veces no hay retorno… según lo que decidamos…

—No entiendo —confesó pensando en todo lo que le estaba arrojando.

—Lo entenderás después, ahora —dijo cortando por lo sano—, te voy a llevar a que conozcas a alguien como tú, es especial y también está muy solo…

—¿En serio? —Preguntó con renovado interés el niño de ojos rasgados color marrón.

—Sí.

—Y él ¿por qué está solo?

—Porque es una rareza y digamos que cuidan de él al extremo, incluso su cabeza tiene precio…

Luego lo llevaron con esa rareza… y sí era una rareza en todos los sentidos.

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En la actualidad

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La puerta de su habitación se abrió de golpe, se sobresaltó, dejó el libro que tenía entre los dedos y que había desistido de leer minutos atrás cuando se perdió en sus propios recuerdos.

—He venido a darte el honor de tenerme en tu habitación, o sea, vine a quedarme —expresó Satoru muy seguro de sí mismo.

—¿Otra vez, Gojo? —Gimió el otro.

—Hey, hey, ¿por qué esa cara? —Inquirió con cinismo, metiéndose con su mochila, pijama en mano y su almohada. Acomodó la mochila por ahí y aventó la almohada.

—Porque ayer también te quedaste aquí…

—Ayer fue porque nos quedamos jugando videojuegos hasta muy tarde.

—Y antier también.

—Antier tuve flojera de regresar a mi habitación.

—Estás a un lado… —suspiró y estiró las piernas, estaba sentado en el piso, recargado contra la cama leyendo.

—Como sea, no me des las gracias —expresó sonriente. —Lo hago por gusto, además así me aseguro de levantarme temprano.

—Satoru, tus horrorosos modales.

El otro lo ignoró campalmente, como si nada se sacó la ropa para ponerse el pijama. Literal Suguru lo tenía a un palmo, enrojeció de golpe y simplemente se volvió. Se preguntaba por qué diablos Satoru no tenía el más mínimo respeto por los demás, ni prudencia ni nada, bueno, en resumen, era como una margarita salvaje. Acabó por echarse en su cama.

—¿Qué es eso que lees? Cuéntame, no es lo que habían dejado de tarea, ¿o sí? —Así era él, lanzaba una pregunta tras otra sin descanso.

Suguru estaba acostumbrado a esa diatriba de cosas, a desmenuzar lo que decía y preguntaba, seguir el hilo sin perderse.

—No, en efecto, es sólo un libro de historia de los ejércitos en el mundo —le contestó mostrándole el libro.

Satoru, como un gato, se acomodó acostado en la cama pero con la cabeza recargada sobre su hombro, mirando hacia el techo. Así de invasivo era.

—Suena interesante, supongo que no hablan de hechicería, ¿verdad?

—No. Pero te voy a contar algo que leí y que se me hizo interesante, como a los niños antes de dormir, y después de eso, a dormir —dijo mirándolo de reojo.

Bastaba nada para que, si él se volvía, el rostro de Satoru le quedara a centímetros. Tan nula era la distancia entre los dos que, a pesar de sólo verlo de reojo, podía detectar las minúsculas venas de sus sienes. Y el ser consciente de tal cercanía hizo que le palpitaran los oídos.

—Bien, después de eso a dormir…

—Hace muchos años existió un ejercito de varones, en la Grecia antigua, el Sagrado Batallón de Tebas(1). Se trataba de ciento cincuenta parejas de hombres, de amantes…

—¿En serio? —Inquirió con renovado interés, girando por la cama para acomodarse en su almohada, silbó como signo de sorpresa.

Suguru se levantó, dejó el libro en la mesita de noche, se sacó la ropa sin imaginar que aquellos ojos azul imposible se bebían la postal de su semi desnudez antes de volverse a cubrir con el pijama, después se acostó a su lado, con los brazos tras la nuca.

—Eran mortíferos, pero no era por el hecho de que fuesen amantes, y quizás eso no es lo mismo que nosotros entendemos en la modernidad —comentó estirando la mano para apagar la luz mortecina de la mesilla—, sino porque se trataba de dos hombres que se empujaban el uno al otro por honor y que jamás dejarían atrás a su compañero, ni en vida ni en muerte…

—Eso suena poético —contestó el otro acomodándose de lado, observándolo.

—Un vínculo tan fuerte de amistad o de amor que los volvía guerreros valerosos, el auriga y el parabatai, o sea, el conductor y el que "va a su lado"… ¿Duermes? —preguntó volviéndose hacia él.

No había sido interrumpido con preguntas y comentarios chabacanos, como era su costumbre, por lo que pensó que se había dormido.

—No, sigo vivo… yo quiero ser eso, quiero ser tu parabatai… —le soltó para variar sin filtros.

—¿Te parece que somos como esos guerreros?

—Me parece que lo que describiste es el espíritu de fraternidad y de amor contenido en una sola fórmula, yo no te abandonaría en medio de la batalla, jamás…

—Yo tampoco lo haría —confesó Suguru, bajito— cuidaré tu espalda.

—Lo sé, por eso lo dije, soy tu parabatai

"Y me encantaría ser tu amante, sea lo que eso signifique", pensó Gojo encogiéndose contra su compañero, respirando apaciblemente el olor de su piel, los resquicios de su perfume e incluso detectando su energía maldita.

—Hora de dormir —susurró Geto, respiró profundo y cerró los ojos—, mañana será un día largo, la maldición por la que vamos es un dragón, Dragón Arcoíris lo llaman, lo quiero para mi inventario.

—Bien, lo conseguiremos entre los dos —aseguró bajito el otro.

Suguru se quedó despierto un poco más, pensando en todo y en nada, pero sobre todo pensando en que al final ellos dos, de alguna manera eran un complemento el uno del otro y, pensó que sí, que no sería capaz de dejarlo en medio de la batalla… pasara lo que pasara… porque el cariño que sentía por él, era indescriptible… no había palabras. Aunque a veces deseara colgarlo del palo más alto.

Sí era su parabatai

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Tokyo Radio FM 96

On a cobweb afternoon

In a room full of emptiness

By a freeway I confess

I was lost in the pages

Of a book full of death

Reading how we'll die alone

And if we're good, we'll lay to rest

Anywhere we want to go

Like a stone, Audioslave.

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N. de la A.

(1)Sagrado Batallón de Tebas. Ejército tebano del que se datan ciento cincuenta parejas de varones y que efectivamente fueron quienes se opusieron al dominio espartano en la Grecia Antigua, así como a los macedonios, siendo estos últimos los que los derrotaron. Respecto a la existencia de este batallón hay múltiples referencias literarias de la antigüedad, sin embargo no existe el dato exacto de la fecha de su creación, tomando como aproximado el posterior al 400 antes de Cristo. Se dice que efectivamente estos eran amantes que honraban la amistad, la virtud y el empuje que tenían en batalla puesto que no se abandonaban el uno al otro, sino que buscaban la dignidad de su par.