X. La maldición de Madame Bovary. Rescatar lo rescatable.
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"¿Acaso ignora usted que hay almas que viven sin cesar atormentadas, almas que necesitan entregarse alternativamente al ensueño y a la acción, a las más puras pasiones y a los goces más desenfrenados, hasta el punto de darse finalmente a toda clase de caprichos y de locuras?"
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La mañana había empezado atropelladamente, beep beep beep, la alarma del despertador había sonado a todo lo que daba; por supuesto de los dos, Suguru era el más disciplinado y, por ende, había sido el primero en abrir los ojos.
Se estiró, después alcanzó el despertador para dar cinco minutos más, bostezó y se zafó del brazo de Satoru quien, dicho sea de paso, lo había llenado de saliva. Tan dormido estaba, desparramado por su cama.
—Satoru… Satoru… despierta… vas a tener que lavar mi pijama —le reclamó prácticamente a la nada, puesto que el otro estaba en estado comatoso.
Suspiró. La alarma volvió a sonar, esta vez la apagó. Se levantó de la cama y nuevamente se estiró. Sonrió con malicia, tomó la almohada de Satoru, misma que había dejado escapar por la noche, la levantó y acabó por estrellarla contra el otro, este saltó casi como un gato de la cama.
—¡Mierda, Suguru! —Se quejó apenas entendiendo que el otro sólo estaba jugando, atacado de la risa —Cabrón… ¿No era más fácil que simplemente me despertaras?
—Lo hice, pero estabas tan perdido, ya es hora de levantarse, a menos que no pienses bañarte.
—Ya voy, ya voy —dijo en medio de un bostezo, después se escurrió por el colchón y tomó las cosas de la ducha.
Acabó por despertar cuando estaba bajo el chorro del agua, al final acabaron regresando a la habitación para tomar sus cosas en tiempo, algo que si por Satoru fuese, no habría sucedido. Afortunadamente Shoko, otra que también tenía la fuerza de voluntad y valor de levantarse temprano, había pedido los almuerzos de los dos y los tenía empacados para que se los llevaran.
—Agradezcan que al menos yo soy responsable con ustedes dos, niños —les dijo en son de burla.
En aquella misión no los habían llevado hasta el punto exacto en Yamanakako; los habían dejado en el tren y de ahí ellos tendrían que adentrarse hacia la villa solos.
Puesto que exorcizar a esa maldición que habitaba el lago les podía tomar más de un día, al llegar buscaron a otro hechicero que los recibiría y los llevaría a donde se quedarían: una casa huéspedes muy antigua que, por lo que sabían, era también una especie de base de hechiceros desde hacía muchísimos años.
Arrojaron las cosas y se marcharon a tratar de rastrear al dragón que habían ido a cazar.
La tarde era el mejor momento, ese punto entre la tarde y la noche, donde el cielo era irreal, la perfección entre la luz y la penumbra. Lo que no habían calculado era que aquello no sería algo tan sencillo.
Acto uno: Olvidaron colocar la barrera.
Aquella criatura tenía dimensiones bíblicas, no lo iban a negar, ambos se sintieron un poco… pequeños delante de esa maldición, que en apariencia no era tan aterradora, sin embargo, no dejaba de ser un animal magnífico.
Acto dos: Ambos se desgañitaron tratando de cansar a la inmensa criatura, sin lograr mucho. Suguru buenamente se acordó de colocar la barrera cuando la bestia casi había acabado con todo lo que estaba en la orilla del lago.
Acto tres: Satoru con su poca paciencia estuvo a punto de hacer explotar a la criatura. En medio de gritos y maldiciones acabó por perder un zapato cuando el dragón casi le amputa una pierna.
Acto cuatro: Suguru jaló al bicho pero era tan masivo que no alcanzó a absorberlo. Vuelta a empezar.
Tardaron varias horas hasta que por fin, revolcados, llenos de fango, mojados, hechos unos indigentes y Satoru sin uno de sus carísimos zapatos, Suguru pudo contraerlo hasta convertirlo en una esfera brillante y luminosa.
—No jodas, Suguru, de no ser porque querías esa cosa… hubiese sido más fácil exorcizarla y ya… —se quejó Gojo, observándolo con el ceño fruncido.
La noche ya les había caído encima. Suguru acabó riéndose del aspecto de su compañero, seguramente el suyo no era mejor.
—Ya lo sé… —le dijo tendiéndole una mano para que se levantara del pasto donde estaba sentado recuperando el resuello—, gracias por no haberlo volado como es tu costumbre…
—Te ves fatal, ¿sabes? —Dijo tomando su mano para ponerse de pie y observando consternado su pie sin zapato.
—Tú no te ves mejor, en fin, vamos de regreso a la posada que está… hasta del otro lado de dónde acabamos… —le señaló justo enfrente del lago.
Antes de que el otro empezara a protestar le hizo una seña por detrás de su espalda.
—Te llevo, porque dudo mucho que puedas andar lo que nos resta así…
No se lo hizo repetir dos veces, subió cual koala a su espalda y se acomodó mientras el otro le pasaba los brazos por debajo de las piernas, echó los brazos por sobre sus hombros y empezaron a andar.
Lo único que los iluminaba era la escueta luz de la luna en cuarto menguante.
—¡Arre mi hermoso corcel! —Mencionó jugando Gojo.
—Sigue jodiendo y te dejo caer…
—¿Serías capaz?
—Seguro.
—¿En serio? —Respondió Satoru susurrando bajito en su oído, jugando.
—Me haces cosquillas y, si sigues así, seguro te dejo caer en la siguiente zanja —la piel del cuello se le había erizado con ese simple acto de sentir su aliento contra la piel.
Tenía ganas de seguir haciéndole cosquillas, es más tenía ganas de darle una mordida en el cuello ya que lo tenía tan a la mano. Pero de momento prefirió no hacerlo, estaban cómodos los dos, así como estaban; simplemente recargó la mejilla contra él y se conformó con sentirse abrigado en esa piel que no era suya, pero que de alguna manera sí lo era.
Al final iban riéndose de todas las tonterías que les habían sucedido, aquellos años, aquellos recuerdos serían lo que les haría aferrarse a su propia cordura.
Su aspecto era miserable. Al menos el otro hechicero cuando los recibió evitó reírse o tal vez lo hizo discretamente.
Decidieron no partir esa noche y hacerlo por la mañana. En adelante, la mayoría de las veces, tanto como fuera posible, se quedarían en los lugares de las misiones hasta el otro día, diciendo simplemente que "había sido difícil" o "que les tomó más tiempo del contemplado".
Pequeñas mentiras de las que eran cómplices, pequeños acuerdos que poco a poco los llevaron a otros derroteros…
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Tokyo Radio FM 96
Drying up in conversation
You will be the one who cannot talk
All your insides fall to pieces
You just sit there wishing you could still make love
They're the ones who'll hate you
When you think you've got the world all sussed out
They're the ones who'll spit at you
You will be the one screaming out
Don't leave me high
Don't leave me dry
Don't leave me high
Don't leave me dry
High and Dry, Radiohead.
