1. ¿Lo juras…?
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Había tenido una mañana jodida, realmente jodida. Se le había ocurrido que era una excelente idea escapar del ojo vigilante de Zakros y echar a correr, ahora que se sentía un poco mejor que en los primeros años.
El corintio le había dicho que algo tenían que ir a hacer al templo de… alguien… no estaba poniendo mucha atención al respecto; iban a llevar una ofrenda y cuanta cosa para adoración. Entonces, en el descuido, entre el mar de gente que había por ahí y que, como ellos, también iban con ofrendas, encontró la oportunidad.
Sus sandalias se convirtieron en las sandalias de Hermes y la suela no le bastó para estrellarla contra el terregoso lugar, las piedras, las cosas tiradas… algunos bichos por ahí, porque los había escuchado crujir como frituras.
En fin.
Había sido un niño volador.
Iba muy divertido corriendo cuando otro de esos míseros ataques le impidió seguir con la carrera; primero disminuyó el paso y luego casi fue de rodillas como en proskynesis a un dios imaginario.
Lo siguiente fue Zakros gritando, regañándolo… y finalmente castigándolo. Lo había llevado a encerrar a un viejo sanatorio en Heraklion ¡Se atrevió a dejarlo ahí botado como trapo viejo! Y sí estaba en calidad de trapo… pero no era necesario abandonarlo.
Fue muy miserable.
No sólo porque lo hubiesen llevado en situación tan vergonzosa, sino porque estaba solo con una pila de desconocidos y moribundos ¡Y él no estaba moribundo! Sólo un poco enfermo.
Después de la última guardia se escapó de las enfermeras, se salió por la ventana.
Según recordaba el sanatorio estaba algo retirado, pero… podía regresar a pie hacia el centro de Heraklion o incluso a la casa con Zakros, a quién le daría un ataque cuando lo viera entrar por la puerta.
Difícil decisión.
—¿Escaparse a Heraklion y joder a Zakros? ¿O joder a Zakros llegando de regreso a la casa? —Discutió consigo mismo el aprendiz de Escorpión.
Se encogió de hombros y decidió pegar una carrera, otra vez, hacia las ruinas cercanas, de todos modos si le daba otro de esos ataques, no quería acabar fulminado en la cama de un hospital, solo y abandonado como trasto.
No señor.
No quería morir así.
Sin haber escrito un periplo impresionante como el de Jenofonte, sin haber viajado y sin haber hecho arder la vida. No.
Y como siempre Kardia se decantó por la decisión más arriesgada y estúpida. Correr hasta donde le dieran las piernas.
Por supuesto que no tardó mucho en sentir aquella opresión en el pecho seguida de la falta de aire y, después, la sangre por la boca. Oh sí, él conocía bien todo eso, era como un tuberculoso sano, algo por ese estilo.
Estaba hecho un ovillo entre la gravilla de los restos de columnas dóricas desperdigadas por ahí.
—Vaya, vaya, parece que no estás bien… —dijo la voz de un viejo que había aparecido quién sabe de dónde, brotó como una margarita silvestre del piso o eso le pareció a él en su peculiar mundo a veces de fantasía.
—Pues no, viejo… no es que haya decidido verificar la curvatura del terreno echado en él… —rezongó sin respeto alguno.
—Te pareces a alguien que conozco: tienes mucho valor y muy larga la lengua… —ironizó el viejo Krest.
Después de haber buscado, rebuscado y pensado mucho en cómo fastidiar a Zakros Oraios, ahí estaba la respuesta, tirado como saco de basura… su pequeño y querido discípulo. No pudo evitar sonreír con mezquindad.
No había olvidado el mucho orgullo de ese hombre… ni tampoco sus afrentas.
—Si has venido a dejar una ofrenda para mi funeral, déjala ya y vete —dijo airado el joven griego.
—He venido a ofrecerte algo mejor que eso…
—¡Ah, viejo! ¡Para ya! Ese discurso me lo dijo mi propio maestro hace años y mírame…
Krest sintió particular rencor por aquel muchacho, aunque no lo conocía, le parecía que tenía las mismas actitudes del otro sujeto: soberbio, grotesco, salvaje como animal.
Y sin embargo, pensó que de todos modos seguiría adelante.
—¿No te gustaría vivir para siempre…vivir bien?
—No, ¿qué caso tendría? Viviría muy aburrido, quiero vivir al límite sí, y no quiero morir en una cama…
—Tengo algo que te puede ayudar… te ayudará a que puedas vivir más y mejor —le mintió—, se trata de la sangre de Atenea…
—¿La… sangre? —Preguntó el chiquillo sentándose como pudo en el piso.
—Es como un bálsamo para la vida, yo tengo esa sangre dentro de mí, si te la doy, tu corazón mejorará… he vivido quinientos años luchando, ahora estoy cansado, pero… tú podrías tomar mi lugar…
Lo que no le dijo el antiguo Arconte de Acuario era que aquella sangre bendita por Atenea tenía también un punto débil y ese era que elevaba la temperatura corporal en algunos casos, y aunque sí era capaz de sanar y salvar de la muerte al portador… también se enfrentaba a que ardiera en vida.
Su corazón podría mejorar y darle más tiempo, pero… quizás y sólo quizás, su temperatura se volvería una locura.
—No quiero un cargo vitalicio… pero si eso que dices me puede ayudar a vivir al límite… ¡Entonces sí quiero la cosa esa, viejo!
—Excelente decisión…
Después de que estuvo en contacto con la dichosa sangre milagro, la realidad es que no se sintió con la fuerza de Zeus Entronizado, pero sí que se sintió ligeramente mejor, sin estar ahogado en su propio cuerpo… aunque sentía el corazón desbocado.
Mucho después descubriría lo que realmente le sucedería con eso que acababa de hacer.
—Al diablo —dijo encogiéndose de hombros y emprendiendo el camino hacia la casa que compartía con Zakros.
Al Arconte de Escorpión le daría un ataque, gritaría, maldeciría, luego imploraría a los dioses que le dieran paciencia, lo castigaría, y todo normal como antes…
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Bluegard, Chukotka
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La Infinitum Bibliotheca era uno de los acervos más grandes de la humanidad, el tercero ¿o era el segundo? No, era el tercero, lo recordaba perfectamente porque Krest se lo había dicho cuando él era un niño de nueve años y recién habían ido a dar a ese lugar congelado, a Bluegard.
El primero estaba, por supuesto, en el Santuario de Atenas, bajo el manto protector del Strategos, del regente de la Orden; el segundo estaba escondido en Arabia, donde también tenían emisarios y, de hecho, un guardián: el de Perseo, el matador de la Medusa; y el tercero era Bluegard, donde incluso decían que lo poco que habían logrado salvar de Alejandría, antes de la quema masiva, fue resguardado ahí.
Algo más se ocultaba en Bluegard, pero eso lo supo hasta mucho después, por lo que a Krest siempre le daba un ataque cuando él andaba merodeando por ahí en compañía de los príncipes reales: Seraphine y Unity.
Él sólo era un niño diferente, peculiar.
Había nacido en Normandía, en el seno de una familia noble, en la corte, pero lo interesante era que su familia no era noble por los ingleses, no. Los orígenes de su familia se remontaban a los viejos celtas y los vikingos que después llegaron ahí… mucho de lo que tenía que ver con los viejos ritos de iniciación y juramentos de la casa de Acuario, estaban directamente relacionados con esos ayeres y con esos guerreros.
La notificación del Santuario había llegado a su familia cuando él tendría no más de un año, así como su carta astral donde se mostraba que él era el indicado. Que sería un guerrero poderoso, uno de eso Arcontes de la Orden de Oro.
Su familia lo sabía, ellos ya sabían que el primogénito, que era él, tendría que ser entregado al Santuario de Atenas. Por lo que se podía decir que tampoco se encariñaron mucho con él, era como saber que estaban criando el hijo de alguien más. Pero, eso no le impidió tener una educación esmerada y lo mejor de todo: muy pronto se dieron cuenta de que ese niño tenía una memoria prodigiosa.
Krest estaba muy complacido con el hallazgo, era lo que se esperaba: sobresaliente no sólo por su aspecto físico, precioso desde pequeño, sino por su inteligencia.
Tal vez, en esta ocasión sí tendría al mejor alumno, al guerrero perfecto. Él se encargaría de que lo fuese.
Pero con lo que nadie contó, y que se salió de los planes de todos, fue que Dègel Aesgir de Ketill tenía voluntad propia y un carácter particular que, aunque amable, también muy casado con sus ideales, rebelde y que normalmente solía cuestionar todo.
Y algo que íntimamente pensaba en aquel año, antes de que tuviese que partir a Atenas, y que además le llevó a hacer muchas cosas que no debió…
"Me llamo Dègel, tengo catorce años, y tengo muchas ganas de que me pasen cosas…", pensaba en sus noches solitarias, en la habitación contigua a la de Krest.
Muchas de esas noches… también había rememorado que un año atrás, cuando tenía trece y acompañó a Krest al Santuario, uno de los guerreros… lo había besado en las escalinatas. El que parecía estar cubierto de oro, y que después supo se llama Zakros Oraios, era el guardián de Escorpión.
Nada de eso le contó a Unity. Nada. Pero la verdad, es que a menudo pensaba en qué tal sería besar a Unity o a Seraphine, y después se sentía frustrado porque sabía que eso le estaba prohibido. Al final acababa sintiéndose como un pervertido por estar pensando esas cosas de sus amigos.
Ellos eran y siempre serían sus mejores amigos, lo sabía, era un hecho fáctico.
Nunca olvidaría cuando llegó a Bluegard y aquellos niños preciosos le recibieron amablemente, los hijos de García, el gobernante de Bluegard, una eminencia en la lectura de estrellas, incluso algunos de sus libros eran constantemente consultados en Atenas y usados para la enseñanza de aprendices como él.
Pero de los dos, el que más le impresionó fue Unity, le recordaba a un príncipe de hielo, Sátrapa de Hielo, le decía jugando. Sus ojos eran únicos, además, le enternecía que siempre cuidaba de su hermana mayor porque la situación de salud de ella era precaria.
Cualquier muestra de afecto estaba prohibida y era cruelmente señalado por ello. Krest le decía que eso eran banalidades y cosas que llevaban a otras que, además de todo, le estaban prohibidas.
Pero como todo lo prohibido era algo que le llamaba la atención… las cosas comenzaron justo así: por aquello que estaba vetado para él.
Estaba a punto de realizar la prueba final, la Prueba de Bóreas, donde se definiría si él sería el siguiente Arconte de Acuario… o fallaría y entonces moriría, con lo cual Krest seguiría con la sede vacante y, una de dos: o él mismo regresaba al Santuario a ocupar el thòlos de Acuario, o durante la guerra se quedarían sin el Arconte de Acuario.
Así que básicamente no estaba en sus planes morir.
El juramento de castidad se llevaría a cabo por la noche, con la ceremonia de iniciación. Y al día siguiente la prueba final.
—¿Tienes miedo? —Le había preguntado Unity esa mañana mientras deambulaban por la Biblioteca, aprovechando que Krest y García habían salido al pueblo.
—No, no tendría por qué tenerlo… —respondió el normando, tal vez con demasiada seguridad.
—Estoy seguro de que todo saldrá bien —había reafirmado el príncipe.
—La verdad no estoy seguro de que nada salga mal, pero hay buenas posibilidades —admitió Dègel.
—Lo único que me parece triste de todo esto es… que… bueno, tendrás que marcharte después de la prueba y eso, ¿verdad?
—¿Por qué triste? Es algo por lo que he entrenado años y…
—Ya sé, sueno egoísta, pero me gustaría que te quedaras por siempre aquí —le dijo con la honestidad de su adolescencia.
Y después de haber dicho eso, se escondió entre los pasillos como si con ello pudiese huir a la realidad. Para Dègel era muy fácil encontrarlo y por más que caminaba y se adentraba en los pasillos, le seguía el rastro muy de cerca.
—¡Hey! Puedo encontrarte fácil, Satrape de glace…
—No conoces tan bien como yo este lugar…
—¡Ay Unity! Ya te lo he dicho… tu energía… te puedo detectar a muchos metros… —aunque lo cierto era que por donde estaban deambulando, eran pasillos nuevos para él—, por aquí no he andado, estos libros no los conozco…
—No, porque son esos libros prohibidos… —contestó el otro entre risas.
—¿Prohibidos por qué?
—Por cosas… —dijo saliéndole por la espalda.
—¿Cosas?
—Sí, mira… los descubrí el año pasado, mi padre ya me había dicho que no quería que estuviésemos jugando por aquí ni Seraphine, ni yo… porque había cosas que todavía no quería que viésemos…
—¡Ah! Y el pequeño príncipe desobedeció… —se burló el aprendiz.
—Claro, quería echar un vistazo —alcanzó con el brazo un libro grande cuyo lomo no estaba marcado, preciosamente empastado en piel.
Abrió el libro para que su amigo echara un vistazo por encima de su hombro.
¡Y lo que Dégel vio le hizo palidecer primero y luego enrojecer como un tomate!
Delante de su nariz tenían un volumen muy raro, rústico y probablemente encuadernado de manera privada y sólo para consumo de unos cuantos, se trataba de una serie de grabados… grabados pícaros y satíricos de hombres y mujeres… haciendo cosas en la cama… y en el piso y en sillas y…
—Merde! Unity… no creo que…
—Son curiosos, ¿verdad? —dijo el otro encogiéndose de hombros—, no me digas que no sabes cómo se hacen los bebés, porque no te creo, claro… aquí no creo que estén por la labor…
—¡Claro que sé! —No, no sabía bien—, pero verlo es… raro.
—Acá encontré uno más raro, este es del Siglo XVII… de Japón… creo —alcanzó otro volumen más grueso que el anterior y le mostró— aquí aparte de hombres y mujeres, hay hombres… con hombres… —mencionó, esta vez enrojeciendo un poco.
—¿En serio…? —Acto seguido, delante de los ojos de Dègel, que casi hizo bizcos, aparecieron miembros grandes, medianos, introduciéndose en… —¡Por Afrodita!
—Te has puesto colorado —se burló Unity.
—¡Tú también! ¿Eso… te gustaría…? —Acabó por preguntarle.
—¿Con mujeres? Supongo que sí, o ¿te refieres a… con hombres? La verdad no lo había pensado hasta que vi esto, pero si he de confesarte algo… alguna vez he pensado que…
—¡Dègel! ¿Dónde estás? Los bibliotecarios los vieron entrar… —dijo la voz severa de Krest a lo lejos.
—¡Krest! —Pronunciaron los dos, presas del pánico, y con lo cual Unity se apresuró a acomodar los libros que habían sacado en su lugar, como si nada.
Lo tomó de la mano y lo sacó por entre los pasillos, escondidos, hasta que acabaron en el lugar de "Herbarius", Herbolaria, y de ahí salieron los dos como si nada delante del viejo galo que los observaba con reproche.
—¿Herbolaria, eh? —Nada se le escapaba al viejo Arconte.
—Lo siento, he sido yo quien le ha pedido ayuda a Dègel para buscar información de… hiedras…
—Ya veo, bueno, por ahora se acabó el descanso. Dègel, tienes mucho que estudiar ¿o me equivoco?
—No señor, tengo bastante que repasar —admitió apenado y pensando que estaba tan rojo que seguramente su mentor podría leer en su rostro la vergüenza de que habían estado de morbosos observando cosas non santas…
Cuando se alejaron lo suficiente, Krest tomó del brazo a Dègel y lo detuvo en seco casi antes de llegar al estudio de García.
—Espero Dègel que no hayas pensado que podían tener conductas licenciosas tú y ese niño, porque sabes perfectamente que no puedes y además… si insistes en hacer cosas prohibidas… tal vez instaure otra vez a los castrati… —le amenazó con crueldad.
—¡No estábamos haciendo nada! —Contestó con pavor.
—Bueno, pues no me pongas a prueba…
Mucho tiempo atrás, además del juramento de castidad y todo el trámite, la casa de Acuario era plenamente conocida, y despreciada también, porque para garantizar que sus moradores no tuvieran "tentaciones", eran castrados… doscientos años antes, el Santuario había prohibido esa barbarie.
Paris, el anterior Arconte no fue castrado… ni el anterior a él, pero nadie estaba seguro de si el mismo Krest lo estaba, era un rumor…
Y lo cierto es que él no quería ser el siguiente.
Así que se dedicó a repasar el juramento, aunque… también por su cabeza había parejas a manera de dibujos haciendo cosas de adultos.
Esa noche llevó a cabo el condenado juramento. Juramento que sería su cruz, una lo bastante pesada que a sus catorce años, ya le costaba cargarla.
Pero realmente por lo que recordaría esa noche en particular, la noche antes de la Prueba de Bóreas, fue por lo que sucedió después, lo que juró después.
Ya entrada la noche, Seraphine, Unity y él habían salido a caminar por los alrededores, no estaba nevando y el cielo estrellado estaba limpio, incluso Unity había pedido prestado el monocular de García. Estuvieron jugando y corriendo por los alrededores, Seraphine estaba mejor de salud así que ella también se divirtió.
Cuando Seraphine se cansó y se arrebujó entre la manta y el abrigo que Unity se quitó para taparla con él, ellos dos se quedaron contemplando el cielo.
—La Cruz del Norte —le señaló Unity, apuntando con su dedo.
—Sí, hoy está muy brillante…
El príncipe ruso verificó amorosamente si su hermana estaba bien, acarició su mejilla tibia y la cobijó, estaba profundamente dormida, le causaba tristeza que con sólo un par de carreras la pobre ya no pudiese ni levantar un dedo, lo que muy probablemente se traduciría en que tendría que llevarla de regreso al castillo en brazos.
—Pronto te irás, porque estoy seguro de que lo conseguirás y quiero pedirte algo, Dègel…
—¿De qué se trata? —Inquirió el normando clavando sus ojos amatistas, tan expresivos, en los azules de Unity.
—Quiero que me prometas algo…
—He hecho muchas promesas hoy…
—Lo sé, pero esto es diferente —le dijo mordiéndose el labio inferior—, quiero que me prometas que te convertirás en un guerrero muy fuerte, en el más fuerte, para que cuides de la Tierra, de Seraphine… de Bluegard…
—Y de ti…
—Júralo…
—Lo juro, lo haré… siempre… pero quiero que tú también prometas algo —le dijo Dègel acariciando la mano blanquísima de su amigo, el cual tembló por el escalofrío de su piel helada—, lo siento, ya sabes…
—Lo sé, sé que por el dominio de tu técnica de hielo has perdido la temperatura corporal normal, ¿qué quieres que te prometa?
—Quiero que jures que te volverás un hombre fuerte, el más fuerte, y que vas a proteger Bluegard, a Seraphine… que serás un regente justo —le dijo parafraseando un poco las palabras del otro.
—Lo juro, lo haré… promete que no te olvidarás de este juramento, ni de mí… —susurró con una sonrisa en el rostro.
Dègel soltó su mano pero antes de que lo hiciera del todo, Unity tiró un poco de él, se acercó, peligrosamente cerca, podía sentir la punta de su nariz casi tocando la suya, podía percibir su aliento tibio en su piel fría, de hielo.
—Hace rato, en la biblioteca, tú me preguntaste algo cuando Krest nos interrumpió… y yo iba a responderte que sí, que no lo había imaginado con hombres, pero que lo había imaginado contigo… —le confesó todo de golpe.
Y aquello no hizo más que lanzar su pobre corazón a una carrera frenética, desbocado completamente, y pudo sentir con certeza que su piel nuevamente se estaba entibiando, como hace ya muchos años que no lo estaba.
Los labios de Unity se quedaron quietos sobre los de él, después, con torpeza exploraban su boca y casi podía imaginar que entre ambos, entre lo que estaban sintiendo, acabarían por deshelar todo lo que estaba a su alrededor.
No esa noche no la iba a olvidar nunca, ni esa promesa bajo la Cruz del Norte… ni ese beso de hielo…
Porque al fin y al cabo, se llamaba Dègel, tenía catorce años y tenía muchas ganas de que le pasaran cosas…
