2. No quiero morir, no puedo matar

.

.

.

Bluegard, Chukotka

.

Podría decirse que regresaron al palacio de Bluegard en una especie de catatonía, los dos, después de todo sólo eran dos adolescentes delante del abismo en el que se convertirían sus vidas a partir de entonces.

Porque por mucho que uno y otro quisieran mantenerse inamovibles en aquellos años, era imposible.

La Prueba de Bóreas se llevaría acabo el día siguiente. Y si bien Dègel no tenía miedo, Unity sí que estaba intranquilo al respecto; no porque dudara de la tenacidad de su amigo, no, eso sería ofenderlo siquiera con semejante pensamiento, es que desde lo más profundo de él, desde la parte más egoísta no quería perderlo.

Dègel llevaba una sonrisa mustia en el rostro y es que tantas cosas se le arremolinaban en la cabeza, recordó que un año atrás también habían visto a escondidas un libro un poco de adultos mientras buscaban unos cuentos… aquella vez García los había descubierto y más bien se burló del azoramiento de los dos.

Suponía que la prohibición de que vieran aquellos libros se trataba de que eran más explícitos y había cosas entre hombres, entre h-o-m-b-r-e-s, algo que seguramente preguntarían y bueno… nadie en realidad está preparado para responder esa clase de dudas, aunque ya habían leído ambos bastante al respecto.

Nadie iba a negar que la cultura griega clásica se había cimentado en muchos mitos, historias y hechos reales con… bueno, intensos asuntos de amores entre hombres.

La asistente personal de Seraphine corrió a recibirlos, tomó a la niña quitándola de los brazos de Unity, intercambiaron algunas palabras y la mujer entrada en años se llevó a la chiquilla que dormía plácidamente.

Ambos caminaron en silencio hacia los aposentos, cuando atravesaron el Gran Salón, el príncipe ruso se acercó por detrás de Dègel y lo abrazó, cerró los ojos y lo mantuvo un instante así, buscaba reivindicar las referencias y también las pertenencias.

Después de unos segundos lo soltó.

—Todo irá bien, lo prometo —fue la única sentencia del normando.

—Lo harás bien, lo sé —sin más, lo adelantó y siguió de largo para encerrarse en su propia habitación.

Su cabello lacio, escurrido, brillante como hielo se movía a su paso sobre su espalda, parecía como una cascada de plata brillante que obedecía a la cadencia de su dueño.

¿Cómo explicarle que quería más libertad, más locuras y una eternidad para perpetuar el deseo adolescente?

"Sólo no mueras" pensó en silencio el príncipe de Bluegard mientras cerraba las puertas de su dormitorio.

La mañana inició con la Consagración del Portador del Agua Divina, que no era otra cosa sino la representación de Ganímedes, como mortal excelso, siendo quién escanciaba el agua y vino a los dioses, todos los aprendices y futuros Arcontes de Acuario habían llevado a cabo esa representación desde siglos atrás.

Después venían los ritos y la salutación para consagrarse ante la Infanta Atenea, consiguiendo, si era su destino, la venia de ella.

García estaba ahí para dar su voto en caso de que hubiese duda razonable respecto al desempeño que tuviera en la técnica mortal de hielo, obviamente Krest, puesto que se tenía que enfrentar al anterior Arconte y vencerlo, pero nadie más.

Ni Unity ni Seraphine tenían permitido asistir porque la Prueba de Bóreas no sólo representaba un peligro para quienes la ejecutaban, sino también para los que estaban cerca. Ya había sucedido en el siglo tercero que un aspirante se había salido de control y había congelado a los espectadores, quedando como bonitas figuras de cristal para toda la eternidad.

Tendría que efectuar la Aurora Execution que, si bien es una de varias técnicas de hielo, es una muy poderosa y versátil ya que permite su ejecución para uno o más objetivos; sin embargo, el punto importante para esta, que además de servir como base para generar un ataúd de hielo, es aumentar la cosmoenergía paulatinamente hasta el punto máximo congelante, ese que se llamaba Cero Absoluto.

Pero el Cero Absoluto era traicionero pues si se salía de control, era probable que acabara congelado, porque las técnicas de Acuario aprovechaban la humedad del medio ambiente y al elevar de tal manera el frío, lo siguiente que utilizaba el Cero Absoluto, era el agua del cuerpo, traducción: acabaría hecho hielo.

Krest se lo había dicho hasta el cansancio, que jamás incrementara de esa manera violenta el frío, le había puesto como ejemplo a Paris, el anterior Arconte… pero desde el punto de vista de Dègel, Paris había tomado una medida peligrosa… y necesaria.

Por supuesto, se guardó sus opiniones porque seguramente Krest no se las tomaría muy bien y acabaría con un sermón de h-o-r-a-s, respecto a ser un guerrero abnegado, responsable y juicioso.

Y después le echaría en cara que quién sabe qué cosas había dicho y hecho en Grecia, y si Unity era un muchachito lleno de lujuria y bueno… Krest era fanático de sus ideas.

A veces pensaba que lo que realmente le molestaba de los demás… era su juventud, misma que a él ya se le había escapado hace cientos de años.

"Mente en blanco", se dijo en silencio cuando tomó su posición en el campo abierto en medio de los hielos eternos de Bluegard.

Cerró los ojos y respiró hasta llenar los pulmones, soltó el aire lentamente e inició encendiendo su cosmoenergía al mismo tiempo que su maestro hacía lo pertinente e intentaba distraerlo.

"Piensa en blanco"… el viento congelante lo rodeaba, cada vez más parecido a una verdadera ventisca de nieve, lo poco que no se había congelado a su alrededor, acabó volviéndose hielo macizo. La temperatura estaba cayendo drásticamente.

Iba en aumento incendiando su cosmos, cada vez un poco más… su propio cuerpo estaba perdiendo su calor natural, hasta que el estallido final, el indicio de que había elevado lo suficiente su cosmos propició que el ataque lanzado hacia su contrincante permaneciera suspendido en medio, mientras Krest trataba de repelerlo y empujar hacia atrás al normando.

—¡Aurora Execution!

Fueron sólo unos cuantos centímetros lo que ganó para empujar el poder de Krest y, cuando notó esto, siguió generando más frío hasta que explotó definitivamente y empujó al mayor hacia los muros de hielo…

Después cayó de rodillas, extenuado… helado ¡Helado!

Resollaba tratando de recuperar el ritmo de su respiración, contemplaba sus manos, se veían normales, pero es que… su cuerpo estaba frío, más frío que nunca. Ya antes había ido perdiendo el calor corporal, pero… a raíz del último esfuerzo, definitivamente estaba tan frío como si se hubiese dado un buen baño en el lago congelado.

Dègel jamás volvería a estar tibio, nunca más volvería a ser como los hombres normales… literal, se había convertido en un hielo viviente.

¡Pero lo había logrado!

Se encorvó sobre la nieve, la apretó y sonrió.

Él era ahora el regente del onceavo templo. El Arconte de Acuario.

.

.

.

00000

.

.

.

Heraklion, Creta

.

Tenían un par de días de haber vuelto del Santuario; acompañó a su maestro, no era la primera vez que iba al lugar, había ido un puñado de veces con él. Pero lo maravilloso del asunto era… ¡Que iban en barco por el mar hasta el Pireo!

Le encantaba eso.

Podía imaginarse al frente de los diez mil como Jenofonte —él era admirador de Jenofonte—, podía verse en un trirreme a punto de una gesta heroica, con la colisión del ataque enemigo… en fin, siempre que estaba colgado de la baranda, Zakros acababa trayéndolo a la realidad de golpe.

—¿Qué diablos crees que haces? Si caes mar adentro, te quedas ahí… —le decía entornando los ojos.

Su propio maestro le dijo alguna vez que él había dirigido un ataque en un barco, no le dio muchos detalles, pero sospechaba que era algún pasaje triste, así que no insistía.

Lo que tuvo de interesante aquella visita fueron dos cosas.

La primera es que se había encontrado a otro aprendiz como él, en medio del desolado campo, entre las columnas, Albafica o algo así había dicho, y le había dado gusto porque comenzaba a pensar que vivirían siempre en Creta y que no conocería a nadie más hasta que… la guerra fuera inminente.

Y lo otro interesante, bueno, lo otro más bien fue un detalle morboso con el que estaba disfrutando poner en aprietos al Arconte de Escorpión. Y eso era que… el último día en Atenas lo había visto con su… compañero… ¿amante?

—Ese chico que conocí… —comenzó la plática esa mañana en la casa de Heraklion, mientras muy campante se metía en la boca la rebanada completa de jamón.

—Albafica Brattahlid, es el discípulo de Lugonis… ¿por qué te interesa tanto? —Le lanzó el otro.

—Nada, es que se ha puesto histérico porque tenía una herida y entonces yo…

—¿Lo tocaste? —Inquirió en medio de una carcajada—, ¿te sucedió algo?

—Sí, lo toqué y no me sucedió nada…

—Será mejor que mantengas tus manos, tus ojos y en general tu humanidad lejos de ellos, el veneno que irriga por su sangre podría matar a cualquier humano…

—Pero no me pareció peligroso —razonó el jovencito.

—No Helios, no parece peligroso, su maestro tampoco, pero créeme cuando te digo que lo son. Lugonis, que es el Arconte de Piscis, mediante un ritual que llevan a cabo desde hace cientos de años, ha ido envenenado al pobre crío con su propia sangre —dijo con un mohín de amargura en la voz.

—¡Ah! Y eso es peligroso, supongo.

—Sólo uno de los dos sobrevivirá, quien asimile y genere el veneno más fuerte; por el momento —puntualizó quitándole el plato donde todavía había comida—, es hora de leer.

—¡No he terminado!

—Demoraste demasiado en tus curiosidades y chismes, ¿dónde dejaste el libro que te di?

—Acá —mencionó sacándolo de por debajo de sus piernas.

—¿Te sentaste en él, Helios? —Preguntó alucinado el rubio hombre delante de él.

—No, sólo lo tenía aquí en las piernas para cuando preguntaras, ahora ¿puedo preguntar algo?

—Si es una chabacanería, no.

—Te vi con el otro hombre, el de cabello negro… —inició el niño, observándolo con sus ojos pícaros.

—¿Cómo…? —Y Zakros empezaba a alterarse en segundos.

—Los vi…

—¿De qué hablas?

—Los vi en los besos y eso…

—¿Estabas fisgando en los rincones?

—No, fue por casualidad, vi… lo que te hacía…

—¡Para ya, Kardia! —Le dijo el otro enrojeciendo por completo.

—Es tu… ¿amante?

—Es más que eso, y ahora, como tienes tantas ganas de platicar, vamos afuera, un poco de ejercicio te quitará de la cabeza los calenturientos pensamientos…

—¿Cómo que más que eso?

—Es mi compañero de armas, es mi hetairoi, mi parabatai, no es sólo que sea un amante…

—Me gustaría tener a alguien así…

—No sabes lo que dices, en tu pequeña cabeza afiebrada te imaginas cosas que no son, ¿te acuerdas cuando hablamos de los compañeros guerreros?

—Sí, luchan por el honor, por el propio y por el del compañero… pero… aún así se veía interesante la… chupada de polla… —acto seguido Kardia emprendió la carrera a toda velocidad mientras el otro le increpaba, gritaba maldiciones y corría tras él.

Corrió por su vida porque estaba seguro de que esta vez Zakros iba a terminar picoteándolo y dejándolo como coladera humana.

Pero no mintió, le parecían interesantes esas muestras de… afecto, no sabía que algunas cosas de su cuerpo se podían… chupar tan placenteramente, y aquello le había dado cosquillas en la entrepierna.

¡Más te vale que cuando te alcance puedas invocar las estrellas de Escorpión! —Gritó el otro— Cabrón…

Definitivamente Sage sabía la que se le venía al dejarle ese chiquillo bajo su cuidado, por supuesto que sabía. ¡Lo estaba castigando por años de fastidio! Estaba seguro.

—¡Señor! ¡Necesitamos ayuda…! —Gritó la voz de uno de los hijos de Ezio, el dueño de los viñedos más grandes de Heraklion. Había llegado corriendo hasta la casa y los había buscado.

El Arconte de Escorpión se detuvo en su carrera y regresó hacia la casa, lo mismo que Helios.

—¿Qué sucede? —Le preguntó al niño que parecía bastante desencajado.

—No lo sé, de repente algunas personas… empezaron a convertirse… son como no muertos, vimos una sombra, yo la vi, se acercó y algo pasó… —comenzó a decir todo aquello sin conexión aparente.

—Pero qué dices… Helios, vamos —le ordenó al adolescente—, regresa con tu familia, enciérrense y traten de ayudar a los que puedan y no se hayan convertido, ¿de acuerdo? Vete ya…

El corintio frunció el ceño, no había sentido absolutamente nada extraño, ninguna perturbación cósmica, pero si lo que le decía aquel niño era verdad… sólo podía tratarse de espectros… otra vez…

"¿Ha llegado el momento? Es muy pronto…" pensó mientras se habrían paso entre el gritadero y la gente corriendo como gallinas decapitadas.

—¡Vayan a casa! ¡Enciérrense, si les es posible ayudar a los que no están enfermos, ayuden! —Rugió la voz profunda de Zakros, esa que no aceptaba un no y que sirvió para poner un poco de orden entre aquel gentío.

—Es en la plaza principal, mira —le señaló el joven moreno.

Efectivamente desde ahí parecía que había comenzado todo.

—No sé qué sea lo que encontremos pero necesito que estés preparado, ¿de acuerdo? Si… la situación se pone complicada quiero que te vayas, ¿entendiste?

—Pero…

—¡No, Helios! Vete, tienes que regresar y buscar a Sage, ¿entendido?

—Bien —dijo cabizbajo el otro—, pero si te pasa algo…

—No me pasará nada, además… lo que suceda conmigo no importa, lo que importa es que tú sobrevivas, ¿qué no quieres vivir al máximo? —Le dijo con más suavidad.

—Hecho.

Ambos se adentraron a la plaza principal, el mayor llevaba ya el aguijón en su mano, desenvainado como espada; Helios imitó el movimiento de su maestro, pero evidentemente no había comparación entre uno y otro, porque aunque ya sabía cómo utilizar su cosmoenergía, por supuesto no era tan brillante como la de su maestro… aún.

Pudieron ver, efectivamente, una figura oscura que estaba ahí, al centro, como una visión fantasmagórica, cubierto casi en su totalidad, y lo único que podía identificar era la mitad del rostro que alcanzaba a ver, y pensó que… tenía cierto parecido con… ¿Lugonis? Si no era Lugonis… era su hermano… o él ya estaba viendo cosas raras.

"Tiene que ser una broma, Lugonis está en el Santuario y él no… No, este es un espectro…" Pensó mientras lanzaba sus agujas hacia el objetivo, pero el espectro esquivó los golpes y se perdió en la oscuridad.

Así como había llegado, así se había ido.

Dejándoles un problema porque, por lo que alcanzaba a ver, ese espectro había marcado a algunos humanos… pero ¿Para qué? Si de antemano se sabía que si los espectros marcaban humanos, estos no sobrevivían…

—Ni hablar, Helios no hay más que hacer, no podemos convertirlos de nuevo…

—¿Entonces…?

—Es lo más piadoso… —dijo con frialdad el rubio.

El joven moreno tragó saliva espesa como si se hubiese echado un puñado de rocas, jamás en su vida habría pensado que entre sus… actividades estaría esa de ultimar personas.

—Pero…

—¡Atacarán a los demás y después tendremos una isla de muerte! Dispara al cuello, será rápido e indoloro.

Suspiró. Si la memoria no le fallaba, habían convertido a la señora que vendía frutas en el centro y también al viejecito al que él solía comprarle higos… lo mismo que a un niño con el que jugaba a los dados y a la niña a la que había besado una vez jugando…

—Dioses —gimió mientras empezaba a disparar a aquellos… entes que tenían todavía cierto parecido a las personas que fueron.

Pero… se quedó paralizado… completamente frío… abrió los ojos como platos, no cabía de sorpresa. ¡Habían convertido a su padre adoptivo! ¡El viejo Bemus Nikopolidis! Aquel que lo cuidó y amó como si hubiese sido carne de su carne.

Sintió por primera vez en su vida, en sus catorce años, que el corazón se le rompía. Un pozo sin fondo, donde sus venas se volvieron las transportadoras de su dolor, que esta vez no era físico.

No podía con eso.

Bajó la mano de la que emergía el aguijón y se quedó inmóvil.

—¡Helios! ¡Hazlo ya! ¡Helios! —Gritaba el otro cuando se dio cuenta de que el no muerto se iba a abalanzar sobre el jovencito.

—¡No! ¡No puedo!

—Maldita sea… —El guerrero dorado acabó ultimando al hombre, no sin también haber sentido lástima por el viejo al que él mismo había frecuentado después, cuando Helios vivía ya con él.

Lo derribó casi a los pies de Kardia y este lo único que tuvo como buena ocurrencia fue farfullar que "no podía", acto seguido dio la vuelta y empezó a correr hacia ningún lado.

Lloró, lloró de frustración, de dolor, el llanto y la tristeza le impedían pensar en otra cosa que no fuese huir, huir y sentirse inútil, débil, débil mental y débil físicamente.

Ni siquiera escuchó a su mentor gritándole que regresara, ya no escuchaba nada más que su propio pulso acelerado y su corazón desbocado… después el calor que subía por su cuerpo disparándose desde su corazón, como si estuviese en llamas que todo lo consumían…