3. Como padre e hijo
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Bluegard, Chukotka
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—Tu técnica es buena, tu compromiso es cuestionable y se podría decir que la tenacidad fue lo que te rescató al final —enlistó Krest con su ojo crítico, donde la perfección no cabía.
En especial no para él. Y a decir verdad para nadie que estuviese frente al viejo Arconte.
Se tuvo que morder la lengua porque estaba por espetarle que había hecho todo al pie de la letra de acuerdo con sus enseñanzas y nobles preceptos aprendidos durante su formación, pero prefirió hacer mutis.
—Sin embargo, el resultado ha sido satisfactorio, así que lo conducente, Dègel, es seguir puliendo lo aprendido para que…
"Al menos ha admitido que no todo está perdido, por Zeus…", pensó en silencio con un poco de paz para sí mismo mientras el otro hablaba y hablaba.
Fingió aceptación, resignación más bien, y admitió al final los comentarios acerca de sus desaciertos, de todos modos en algo tenía razón: era necesario seguir practicando y aprendiendo si es que quería la perfección mortal del Hielo Eterno.
Ellos eran los guerreros del permafrost, los únicos. Así que tampoco es que echara todo en saco roto.
Para la rebelde personalidad de Dègel también era todo un reto el no ir soltando sus opiniones disgregativas como si de Lisias contra Eratóstenes se tratara, le hacía falta el Areópago para ello.
Lamentablemente para él, se sentía también dividido entre dos frentes. Entre la realidad inexpugnable de haber logrado aunque fuese por un segundo, ser más eficiente que su propio mentor, y la tristeza infinita de tener que abandonar el lugar en el que había crecido, dejando a aquellos quienes había estimado tan profundamente: García, Seraphine… y por supuesto Unity, el Satrape de glace… ese que parecía hecho de hielo, pero que él sabía bien se convertía en llamas azules…
Venas abiertas al tiempo y al camino que tenía delante.
—Enhorabuena, Dègel, es maravilloso saber que lo has logrado —había dicho Seraphine con la simpatía que le caracterizaba—, la tristeza que nos dejará tu partida sólo será llevadera porque serás un gran guerrero —puntualizó la chica abrazándolo cariñosamente.
—Gracias, Seraphine, pero no hay por qué entristecer, vendré tan a menudo como pueda…
—¡Brrr! Estás tan frío ahora —bromeó ella, aunque era una realidad.
Guardó los nomeolvides y la despedida definitiva para Unity, una vez que se pudieron librar del protocolo cortesano en el castillo, que consistió en un pequeño banquete celebrando la unión que había existido desde tiempos inmemoriales entre el Santuario de Grecia y Bluegard.
La Rex Solarium, la Terraza del Rey, así la llamaban, esa que estaba inspirada en el Château de Chambord(1), era infinita casi, y de no ser porque más allá de los pretiles ya tenían encima una ligera bruma que presagiaba tormenta, la vista sería bella. Aun así se podían observar las estrellas brillantes que se aferraban por asomarse entre las nubes. Era como una pincelada de luz por aquí y por allá. Pese a que Dègel había sido un alumno adelantado para García mientras aprendía a leer las estrellas, consideraba que aún le faltaba seguir estudiando.
—Pensé que estarías gozando del momento —dijo medio en broma el joven ruso.
Se acercó hasta donde estaba el normando, recargado en el remate de mármol que sostenía los balaustres decorados en toda la terraza. Estaban solos ya que los mayores se encontraban adentro bebiendo algo de hidromiel, calentándose las manos y garganta.
—Lo hago, a la distancia —respondió con una media sonrisa—, pensé que habías ido a dormir…
—Por supuesto que no, sólo acompañé un momento a Seraphine, estaba cansada y esperé a que durmiera —apuntó—; el lugar al que irás siempre estará soleado… —mencionó con un pequeño mohín de envidia.
Dègel observó a Unity, sin poder evitarlo tocó su hombro y quizás dejó más tiempo del necesario su mano ahí.
—Pero eso no implica que no esté preocupado por ustedes, o que no venga cuando pueda.
—¿Lo harás…? ¿No te olvidarás? —Unity tragó saliva, le hubiese gustado decirle tantas cosas esa noche antes de que se fuera, tantas, pero no encontraba como hablar de algo que ni siquiera estaba seguro de qué era.
—Jamás…
—Te traje algo, en realidad es algo de Seraphine y algo mío —dijo sonriente.
El normando pensó en que si Unity supiera que esa sonrisa tan bonita le hacía pensar en cosas, cosas como "Pídeme lo que quieras y te lo voy a dar", o bien en sus labios que… bueno, todas esas cosas que le estaban prohibidas y que por una u otra cosa había terminado conociendo.
Sacó de entre sus ropas dos paquetes envueltos con delicadeza y atados con listones de seda, esa había sido Seraphine, porque Unity no tenía mucha habilidad para envolver cosas, bien lo sabía él cuando una navidad el príncipe dejó los obsequios como… bueno hizo su mejor esfuerzo.
—¡Vaya! ¿Son para mí? —Inquirió divertido, tomando el primero, desenvolviéndolo meticulosamente, tanto como había sido envuelto.
—Sí, espero te gusten.
Del primero sacó una barra de jabón perfumado, jabón de Marsella(2) algo que le tenía prohibido Krest: todos los afeites y lujos con los que él había crecido en Normandía, puesto que los consideraba inútiles y hasta fuera de lugar, y ahí tenía un recuerdo de aquello en forma de cubo perfecto.
Tuvo que reírse de aquel regalo tan original.
El siguiente envoltorio se trataba de un antiguo libro, "Historia de las Grandes Guerras", un volumen invaluable y que él había visto un par de veces en la Biblioteca de Bluegard, había pasado horas leyendo, anotando, preguntándose cosas, porque aquel texto hablaba de dioses y hombres, básicamente era una historia general de las grandes hecatombes.
—¡Unity! Espero que no…
—No, no es de la Biblioteca, se trata de un volumen que conseguí, este es diferente, es especial porque… bueno tiene algunas cuantas anotaciones adicionales que se hicieron alrededor del Siglo XVI —admitió orgulloso de su gran hallazgo.
El joven Arconte de Acuario abrazó instintivamente al príncipe, apretándolo contra sí, como si temiera que en cualquier momento se desvaneciera como los copos de nieve que comenzaban a caer.
Unity le abrazó de vuelta, un escalofrío le recorrió la espalda.
—Estás mucho más frío, tal como dijo Seraphine —reconoció el joven de cabellos platinados, riendo.
—Lo siento, es algo que inevitablemente pasaría…
—Ya lo sé, ¿en algún punto volverás a estar tibio? —Le dijo bromeando, fingiendo temblor por el frío.
—No lo creo, no cómo antes, quizás sólo un poco y sólo bajo ciertas circunstancias —contestó pensando en que algunas de esas circunstancias incluían hacer cosas que evidentemente él no podía hacer.
Unity se inclinó hacia su oído, primero olió su cabello, luego su piel, apenas pegando un poco la nariz.
—Me gustaría un día sentirte tibio como antes —le confesó, sin decirle exactamente cómo.
Eran sólo dos críos que comenzaban a sentir el peso de la realidad en sus hombros.
El normando por toda respuesta, tomó sus manos, las de él, y depósito un beso en cada una de ellas, después se llevó la derecha hacia su mejilla y se recargó en ella para sentir el tacto tibio de la piel del ruso.
—¿Cuidarás de todos, verdad?
—Sí, siempre, de todo Bluegard —respondió de inmediato su compañero, sintiendo el pulso en el cuello y cómo este subía por su rostro, seguramente enrojeciéndolo. —, ya sabes que esta tierra es mi prioridad, aunque sólo sea un puñado de hielo —comentó con un dejo de ironía.
—Bien…
Dicho lo cual se inclinó hasta que su nariz tocó la del otro y depositó un breve beso en los labios del niño-príncipe, sólo un toque casto que no buscaba nada más que recordar ese momento.
—Siento envidia… —susurró el francés.
—¿Por qué…?
—Porque todos los demás te tendrán aquí, porque podrán observarte como yo ya no podré… porque algunas veces, cuando tú no te dabas cuenta yo te seguía con la vista hacia donde sea que fueras y… yo creo que serás un hombre no sólo inteligente, hermoso… la aristeia perfecta —se atragantó con sus propias palabras—, pero me está vedada tu belleza…
Casi no pudo dormir, estaba triste, estaba emocionado, sería la primera vez en muchísimo tiempo que viajaría solo hasta Grecia, y aunque le acompañaría una comitiva de Blue Warriors, para asegurarse de que su camino fuera del permafrost fuese seguro, el resto lo haría solo llevando la caja de su armadura y todas las misivas que tenía que entregarle a Sage.
Pero sobre todo porque no sabía qué hacer con el frenesí que sentía con la cercanía de Unity, y el hecho de ya no tenerle a disposición era algo que le torturaba a menudo.
Siendo honestos un último beso… no era algo que fuese un buen consuelo.
Al día siguiente partió del reino de Bluegard llevándose consigo los buenos deseos de todos, el mucho agradecimiento hacia los que le había guiado esos años… y guardando en lo más profundo de sus memorias lo que había vivido con ese otro niño, igual que él… y que sospechaba se llamaba amor lo que había sentido.
Se los llevaba en un lugar cuajado de esperanza, entre piedras excelsas incorruptas del amor…
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Heraklion, Creta
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Ocho días con sus noches había deambulado, en rincones que ni siquiera él que había crecido en la isla conocía, se había acercado a la costa, luego se había alejado adentrándose por los parajes de Creta, incluso había viajado por los caminos ayudado por algunos viajeros y comerciantes, principalmente.
Se sentía tan abatido por lo que había hecho. Por haberle fallado a su maestro, por haber huido, por no haber podido ayudar a su padre adoptivo… de alguna manera sentía que era una vergüenza para los dos.
Peor que una carga.
Y ahora ni siquiera sabía como regresar con la cola entre las patas. Si es que Zakros quería recibirlo de nuevo, porque para entonces seguramente lo consideraría un desertor.
Sin querer, o tal vez era su destino, llegó al Monte Ida, y no se dio cuenta de ello hasta que levantó la vista y ahí estaba, magnífico, imponente.
Recordaba perfectamente que Zakros le había hablado de ese lugar, y eso había sido en el contexto de ir a visitar la cueva donde Rea había escondido a Zeus mientras Cronos devoraba a sus hijos, era un lugar de adoración, donde justamente iban a llevar a cabo un ritual antes de hacer la última prueba, pero eso se había quedado en planes porque… bueno justo ahora no estaba actuando como el guerrero que se esperaba que fuera.
De alguna manera mientras iba subiendo por el camino escarpado, que como en trance encontró, parafraseaba, como trastocado, una plática que sostuvo con el corintio, años atrás.
—La técnica de Escorpio tiene que ser con mucho la más piadosa de todos…
—¿En serio?
—No, es ironía, pero les gusta decir que sí lo es —admitió el rubio con una sonrisa malévola.
—¡Ah! Pensé que sí lo era, ya me lo habías dicho.
—Es parte del protocolo —le dijo cínicamente—, tampoco podía decirte lo que realmente hacemos, y bueno, Sage no es partidario de que digamos las cosas con el realismo necesario para los aprendices —se encogió de hombros.
—¿Sage? ¿El Patriarca? ¿El de los lunares en la frente?
—Exactamente, con el que estuviste hablando la última vez, debería decir, al que estuviste aturdiendo…
—Parece buen tipo…
—Lo es. Ahora… quiero que pongas mucha atención en lo que te voy a decir, Helios —comenzó mientras estiraba el brazo del jovencito y observaba los picotazos que ya estaban cerrando sin mayor problema, producto de la última "terapia de veneno", que le llamaba Zakros—, ¿recuerdas por qué te dije hace años que tú también estarías envenenado?
—Porque nosotros igual que los escorpiones inyectamos veneno a través del aguijón de la mano, por ello es necesario procesar el mismo tipo de veneno adentro del cuerpo… sí lo recuerdo.
—Así es, por eso cada vez resistes más y más los pinchazos de los escorpiones… porque tu cuerpo está asimilando el veneno e incluso produciendo el propio para ser usado en tu técnica, es decir, tú también estás creando un veneno, y un antídoto al mismo tiempo.
Le dijo mientras le revisaba el otro brazo.
—Las primeras veces tuviste fiebre, y en general hubo malestar, pero las últimas veces, las punciones ya no fueron nada para ti.
Hablaba el rubio Arconte del octavo recinto.
—Al final lo que lograrás es crear un veneno propio que será capaz de mermar al enemigo, ahora presta atención —comentó apretando las heridas de las manos del joven aprendiz—, no hay mucha piedad al respecto porque lo que hacemos se divide en dos: un acto defensivo primero, y ofensivo después…
—¿Cómo…?
—Los escorpiones inyectan una cantidad muy baja de veneno las primeras veces, esto es para alejar a posibles enemigos, cuando se sienten en peligro lanzan una advertencia, esto mismo hacemos tú y yo…
—¡Ah! Y entonces mientras avanzan las agujas…
—Exacto, mientras más agujas, el veneno se vuelve a cada pinchazo más y más fuerte, un veneno de mayor calidad… más concentrado, que lo que busca es acabar intoxicando mortalmente al enemigo, lo mismo pasa con los escorpiones, los siguientes piquetes se vuelven mortales… —explicó— al final hay dos opciones, como bien sabes, disparar Antares como golpe final o dejar que el pobre diablo suplique por su vida y de ti dependerá perdonarle o no…
—Pero eso último en sí es piadoso, ¿no? Mientras se siente de los cojones…
—No necesariamente, porque el mismo veneno bloqueará también parte de su capacidad racional de decidir, estará intoxicado, entonces la decisión no depende de él sino de tu veneno, ¿entiendes por qué te digo que no es piadoso?
—No… bueno sí, pero no…
—Cabeza de chorlito —pronunció riendo—, la intoxicación que generas tú, mientras mejor sea, equilibrará la balanza a tu favor, tu sangre estará envenenada, Helios, aunque ligeramente y nunca para convertirte en un peligro como en el caso de los Arcontes de Piscis… pero… hay algunos que pudiesen ser alérgicos a él, por ello es necesario que seas cuidadoso y no estés jugando con tu propio aguijón… —Zakros golpeó con fuerza en la mesa al darse cuenta de que Kardia estaba justo jugueteando con el pequeño aguijón de su dedo, que por aquellos años era un alargamiento casi ridículo abriendo la carne de su dedo índice.
—Sí, sí lo entiendo… lo siento.
Mientras iba sumergido en sus propios pensamientos acabó por encontrar la entrada de una cueva, en cuyo umbral había algunas ofrendas, figurillas de barro, algo parecido a penates(3), que estaba seguro que no tenían ese nombre, pero sólo recordaba la palabra latina y no la griega. Curioso.
—¿Qué mierda es este lugar…? ¿Será la caverna de Zeus? —Inquirió para sí mismo adentrándose.
Aunque al principio parecía una pequeña cueva con un fondo cercano a la entrada, la realidad era que se trataba de un lugar bastante profundo, puesto que caminó al fondo hasta que, literal, ya ni siquiera podía ver la grasa de su propia nariz.
Pisó algo que se movió, un animal, y después sintió una dolorosa punción en el pie ¡Conocía ese dolor! Era un escorpión, lo podía sentir, pero… no podía ver con claridad.
Y después del primero vinieron más ¡Más y más! Por ahí del picotazo veinte dejó de contar. Se había metido hasta lo que parecía una madriguera de escorpiones y ahora estaba entregado a ellos como si fuese una clase de ofrenda viviente.
No le preocupó mucho, porque para él, aquello ni siquiera era algo peligroso.
—Me está doliendo, ¿saben? No era necesario atacarme como una banda de asaltantes —farfulló.
De lo que pasó después, ya no estaba tan seguro, porque en algún punto se sintió tan intoxicado que con claridad se vio superado por el veneno que estaba irrigando en su sangre, y aunque su cuerpo estaba luchando por generar por sí mismo el antídoto, no estaba lográndolo.
Nuevamente el dolor del pecho, nuevamente la fiebre que estaba comenzando a subir.
—Joder no, no ahora —gimió.
Alcanzó a ver como un destello de luz a un animal enorme, más grande que los escorpiones que había visto, y que hasta entonces conocía muchísimas variedades… pero ese… brillaba particularmente con una luz mortecina que le parecía roja.
—¿Qué… coño eres? ¡Por la verga de Zeus! —Blasfemó observando al impresionante animal—, pareces el escorpión que mató a Orión, ¿lo eres? ¡Lo eres!
Cayó de rodillas apretándose el pecho con una mano, tratando de jalar aire hacia sus pulmones sin lograr mucho.
Aquel animal se acercó hasta él, seguido de otros muchos, más pequeños, los escuchaba, los sentía, porque aunque sus sentidos no eran tan agudos como los de su maestro, eran respetables.
—¿Voy a morir aquí…? Sin haber hecho nada, sin haber brillado… sin haber quemado la vida… —Preguntó con voz trémula mientras acaba cayendo de lado, con la visión velada.
Un fuerte dolor en el pecho, algo parecido a que le atravesaban la carne, los huesos y los órganos.
Y se entregó al dolor, como quien abraza su destino y su muerte.
En cierta manera, era su propia muerte, una muerte simbólica.
Cerró los ojos, recordó que él tenía la sangre de Atenea dentro, la había aceptado de aquel viejo extraño, pero… ¿por qué no había mejorado del todo? ¿Por qué después de eso su temperatura se había disparado tanto? Ya antes tenía fiebres, pero jamás había ardido como después de aquel intercambio.
Su corazón se había vuelto más fuerte… le había dado tiempo… pero… seguía enfermo ¡Ahora ardía en vida!
—Puto viejo —se quejó.
Los sentía caminar encima, sentía sus patas, sentía los piquetes por todos lados, pero era como estar en un sueño, no era consciente del dolor.
"Vive, vive para ser algo más que un mortal, a los mortales como yo, la historia los olvida, pero a ti, jamás te olvidarán, hijo mío", rememoró las palabras de su padre adoptivo cuando lo cuidaba por las noches mientras estaba enfermo.
"Tu condición no tiene por qué ser tu tumba, ¿es qué no quieres vivir al máximo? ¿No quieres encontrar a un enemigo digno? ¡Vive!", le había dicho Zakros una vez.
—¡Quiero… vivir! —Gritó en su catarsis.
Se levantó como pudo, débil, sudoroso, ardiendo.
—El veneno… todo está en el veneno… —balbuceó enrojecido por la dificultad al respirar—, si mi sangre arde lo mismo que mi corazón… el veneno que llegue a él… sería el veneno más fuerte…
Invocó las estrellas de su constelación, dibujó con las manos el patrón de Alpha Scorpii, la estrella del corazón, el aguijón de su dedo emergió con el brillo escarlata, a medida que su energía le rodeaba e incluso hacía flotar su desordenada cabellera oscura.
No lo pensó dos veces… después de haber sido literal, ejecutado por aquellos picotazos de los animales, él mismo comenzó a inyectarse con su propio aguijón los puntos cósmicos de la constelación en su propio cuerpo, uno, dos, tres… siete, ocho… doce, trece… su propio veneno estaba atacando su sistema nervioso… catorce…
El dolor que estaba sintiendo de alguna manera parecía ser aletargado por las llamas que consumían su corazón.
Quince… había lanzado la última aguja, Antares, directamente a su corazón inyectándose a sí mismo su técnica mortal.
Cayó en una rodilla se encorvó sobre su cuerpo, se quedó así durante unos segundos que parecieron minutos, lo único que escuchaba era el latir de su corazón descontrolado. Después una descarga eléctrica, que le hizo retorcerse y acabar cayendo a la tierra, en medio del dolor que parecía rebanarle el corazón.
Apretó la tierra en sus puños, como si con ello tratara de aferrarse a la vida que parecía se le estaba escapando. Aún con el aguijón de su mano derecha desenfundado… de la mano izquierda brotó otro aguijón… dos… ahora tenía dos.
—Vaya… esta es la respuesta de los dioses… uno para ser más piadoso, y otro para rematarlos… —bromeó con crueldad.
Tenía la clara impresión de que esa nueva abominación en su cuerpo estaba ligada a su propio corazón en llamas, y si él tenía razón en ese embrionario pensamiento, también contendría un veneno mucho más mortal que el otro… pero… ¿él podría controlar aquello desde su propio corazón?
Eso estaría por verse.
No pudo evitar reír, reír con ganas, de ironía… era una ironía que ahora había ligado su propia técnica a su corazón en llamas.
—Estoy jodido, bien jodido… —farfulló.
Poco a poco la temperatura fue bajando, no del todo, y a partir de entonces, nunca más volvería a la normalidad como cualquier humano, se mantendría siempre en ese perpetuo arder.
¿Qué era? ¿La sangre de Atenea? ¿Su propia enfermedad? ¿El veneno? No lo sabía…
Cuando salió de la cueva se dio cuenta de que era ya de día, él había entrado a aquel lugar por la tarde, así que habían pasado muchísimas horas desde que entró. Por lo que alcanzaba a ver, era temprano por la mañana.
No podía seguir corriendo, ya no podía seguir huyendo.
Tenía que regresar y encarar la decepción de su mentor. Y si eso conllevaba que lo echara, por considerarle inferior y débil… no, ya no quería seguir torturándose con eso.
Echó a andar para tomar el camino que le llevaría de regreso a la casa de Heraklion… con las consecuencias que eso tuviese, aunque ya se imaginaba que no sería fácil y que le esperaba la reprimenda de su vida.
Tardó más en deambular por Creta que lo que le tomó llegar hasta la casa.
—Me dirá: "te lo has pasado de maravilla", después comenzará la arenga, el regaño… —enlistó para sí mismo, todavía sintiéndose arder, aunque… a decir verdad parecía que estaba habituándose a ello.
No tuvo tiempo de seguir bromeando porque antes de que dijese nada, cuando se debatía entre seguir pateando una piedra o entrar, fue Zakros quién le salió al paso.
Primero lo contempló con una mirada fría, sus ojos verdes nunca le parecieron tan terribles, tan abrumadores hasta ese momento… después, la ira que comenzó a crecer en el Arconte de Escorpión hasta que su cosmoenergía se condensó rodeándolo, su aspecto era aterrador, pero… Helios no dio un paso atrás, no iba a huir esta vez.
—¿Qué carajo has hecho? ¡Por los cojones de Ares! —Maldijo el otro, con la quijada endurecida a punto de reventarle— ¡¿Qué diablos te hiciste a ti mismo…?!
Era obvio que se había dado cuenta ya de que no sólo tenía el veneno del Escorpión, sino que… su propio corazón parecía ligado a su técnica, y si esto era posible, sólo se debía a una sola cosa… a que él mismo se había inyectado. Sí, Zakros era demasiado astuto para que algo así pasara desapercibido, empezando por su temperatura.
—Yo… esto era todo lo que me quedaba… mi vida… —tartamudeó, y no por el miedo, sino porque ver la mirada de decepción en su propio maestro, en el que lo cuidó también como cosa bendita desde años atrás… le partió el corazón.
Pese a esa extraña relación que tenían entre los dos… en ese instante se sentía como un hijo que le ha fallado a su padre.
—¡Pudiste haber esperado…! Lo que hiciste es una abominación… ¡Acabas de ligar tu propia vida a tu técnica, estúpido! ¿Crees que eso es lo que te hará mejor guerrero…? —Le ladró fuera de sí el otro— ¿Realmente crees que nuestra principal actividad es desperdiciar nuestra vida así sin más…?
Su furia era tanta que la vibración cósmica en todo su esplendor le mostró, a su corta edad, que efímera era su vida y su existencia y cuan poderoso era ese hombre.
—¡Era la única manera de ganar algo de tiempo…! —Se defendió.
—Muchos antes que tú murieron para que los demás hiciéramos las cosas bien, y Zeus es mi testigo que no soy partidario de hacerlas… pero tú… ¡Tú! Sólo tenías que esperar… —le espetó.
—No podía esperar, ¡No puedo esperar y ser un débil…!
—Yo no instruí a un débil… y ahora te voy a demostrar lo que realmente es ser débil… —siseó el corintio, iracundo como ménade— ¡Si esto quieres, esto tendrás! ¡En guardia!
Gritó incendiando el cosmos hasta el último sentido, desplegando el aguijón de su mano.
—Pero qué…
—Vamos a ver si realmente eres el guerrero que deberías, o sólo serás un saco de carne más, que con mucho gusto mataré… al final, Sage sabía ya que la prueba para ti sería en unos días… —dijo con amargura.
"Unos días, o sea que ya había preparado la prueba final para mí…" y peor se sintió consigo mismo.
Ya no había vuelta de hoja, la decisión estaba tomada.
Una vez más se había sentido tan estúpido como cuando se le había metido desnudo a la habitación, un año atrás, pensando en que… bueno, en que iban a estrechar lazos a la manera antigua(4), donde el mayor preparaba al más joven para la guerra… y le instruiría en otro tipo de… guerras.
Y también se había equivocado.
Zakros se había molestado primero, y luego se había burlado.
—No creas que por entregarme tu cuerpo yo te entregaré el ropaje dorado, ese te lo tienes que ganar con habilidad y fortaleza, no con lo que tienes entre las piernas…
Le citó con claridad mientras le arrojaba una sábana para cubrir sus impudicias.
No había más.
Con el pozo sin fin en su corazón, sintiendo que había traicionado lo más sagrado que tenía con el hombre con el que había vivido esos años, se preparó también e hizo brotar el aguijón de su mano derecha, trazó las estrellas de su constelación en un plano perfecto mientras su cosmoenergía se incendiaba lo mismo que el veneno dentro de su cuerpo… y su corazón en llamas…
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N. de la A.
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(1)Château de Chambord. Castillo de Chambord, construido entre 1519 - 1539 en Francia, en Loira. Entre sus muchas peculiaridades se encuentra su escalera doble helicoidal, única en su época y la imponente terraza, a la que se hace alusión en el presente relato.
(2)Jabón de Marsella. Producido con aceite de oliva puro, se comercializa en la Edad Media —existe desde mucho antes que esto—, para el Siglo XVIII se añaden algunos otros ingredientes y aromas, pero esto obedece principalmente a un bloqueo británico respecto a los insumos necesarios para elaborarlo.
(3)Penates. Dentro de la cultura clásica romana existía la creencia de espíritus protectores del hogar, entidades que salvaguardaban primero las despensas, y después todo el hogar, estos eran los penates.
(4)Los efebos y la guerra. Los efebos recibían de los mayores el entrenamiento necesario para el arte de la guerra, además del ejercicio se cultivaba también al joven en muchos otros temas, aunque no era obligatorio ni mucho menos, algunas veces también era el mayor quién enseñaba al menor otras artes que no eran las de la guerra.
