4. ¿Este es el Escorpión…?
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Ni siquiera por dignidad se dirigieron una sola palabra, ambos se concentraron en medir los movimientos y fuerza del contrario; hasta ese punto Helios nunca había visto la magnificencia y el terror que causaba la técnica de su propio maestro, era muy obvio que aquel hombre era un guerrero en serio y no un aprendiz jugando a sobrevivir, como él.
De todos modos ya no había vuelta atrás.
Había hecho lo que había hecho, no podía dar reversa a eso y, en ese punto donde estaba, lo único verídico era que días antes o después, tendría que enfrentarlo.
"Por supuesto que hubiese sido mejor enfrentarlo… no cabreado como ahora", se dijo en silencio.
El trazo de los puntos de la constelación del Escorpión eran el reflejo meticuloso y perfecto de su maestro, ambas figuras parecían una el reflejo de la otra, donde la única diferencia era por supuesto el tamaño de la cosmoenergía, siendo más brillante y poderosa la del mayor.
—Vamos a ver de qué estás hecho… —rugió Zakros, con evidente mohín de burla hacia el otro.
Sus ojos parecían despedir chispas, las mismas chispas del infierno.
Helios incendió su cosmoenergía de tal manera que parecía envuelto en llamas, todo él, el fuego de su espíritu que devastaba su propio corazón en fuego, como una antorcha humana.
El latido de su corazón acelerado compaginaba con la creciente potencia que estaba incendiando su fuerza. El aguijón de su mano derecha brotó brillante, carmesí, alcanzando el tamaño preciso y ya no aquella uña ridícula y escarlata que tenía en sus primeros años.
Lo último que pensó fue que su petición era legítima: él quería vivir al límite y un día encontrar a un rival digno.
Las primeras cuatro agujas se incrustaron en su cuerpo, haciéndole sentir el poder del veneno y el dolor inaudito de aquello recorriendo su torrente sanguíneo para alojarse en el sistema nervioso.
No pudo verlas. A la velocidad vertiginosa a la que se clavaron, le fue imposible divisarlas: la velocidad de la luz.
La temperatura de su cuerpo continuaba creciendo sin control alguno, incluso las hojas que caían con la ventisca que estaban provocando ambos hombres, al tocar su piel, acababan por incendiarse y disolverse en cenizas.
Con todo en contra, aprovechó el disparo de su maestro para lanzar su propio ataque, sólo algunas de las agujas encontraron el objetivo.
—Vaya, qué interesante, ¿y eso es todo lo que puedes hacer, Helios? Arder en vida y lanzar esos… ¿Cómo llamarlos? ¿Chispazos de luz? ¿Salpicaduras de cosmos? —Se burló sin piedad el otro— ¡Ridículo! Te voy a mostrar lo que es realmente el terror de las Scarlet Needle…
—No… no es todo… —dijo ahogado en su propio arder.
Antes de que la parálisis de su cuerpo siguiera avanzando volvió a lanzar las agujas, esta vez con una concentración mucho mayor de fuerza, de veneno, y sintiendo que en ese último aferrarse a la vida, su corazón en llamas había compaginado con su técnica: lanzó las siguientes agujas que chocaron casi contra las de su propio maestro.
La barrera del sonido se rompió. Todo parecía estar en silencio, detenido, y lo único que tenía delante de sí era la profusa luz roja que era el cosmos de Zakros, y la propia que parecía mezclarse, aquello era lo más parecido a un micro universo.
No se podía mover, no podía respirar bien, lo único que sentía era dolor.
Cayó al piso terregoso como fardo. Zakros se acercó hasta él, sabía lo que seguía: lo iba a ejecutar. Trataba de enfocar sin conseguir mucho, pero… alcanzaba a ver que varias de sus propias agujas se… ¿Habían clavado en su oponente? El corintio tenía sendos huecos en la piel, sangrantes y cual si fuesen quemaduras en carne viva… ¿Era posible que… hubiese asestado el golpe?
No… no era posible; sin embargo, él estaba seguro de tener incrustadas al menos trece de las quince…
Lo último que vio fue el aguijón encendido del Arconte de Escorpión, listo para rematarlo… después, todo fue oscuridad.
Zakros terminó de firmar la misiva que iba dirigida a Sage temblando de rabia, de adrenalina, de un montón de emociones que trataba de contener y que físicamente no podía. Se llevó la mano al pecho, las heridas que le había infringido su pupilo le habían quemado la piel y lo que atravesaron, además del veneno, esa sensación de quemarse vivo le estaba poniendo los cabellos de punta.
—Por las bolas de Heracles —farfulló indignado.
Si no se equivocaba, por lo que había detectado en el cosmos y en general en la persona de Helios, este había ligado las agujas a su propio corazón, lo que significaba que…
Negó con la cabeza. No entendía por qué había tomado semejante decisión, peor aún, cómo es que había sobrevivido al ritual de las quince agujas sobre su propio cuerpo y corazón.
Algo ahí no cuadraba.
…por lo anterior expuesto no es posible otorgar el voto final al candidato, la técnica la tiene, el proceder no; lo envío con su Ilustrísima, confío en que tomará la decisión pertinente, si es que sobrevive…
Había escrito en el papel, mismo que selló con el lacre tibio, imprimió la efigie del anillo del octavo templo, símbolo del Arconte de Escorpión, y después de eso, también se quitó la pesada pieza del dedo. Lo metió en un sobre y lo introdujo en la caja del ropaje sagrado.
Se llevó la armadura y al chiquillo inconsciente, ardiendo en fiebre y casi convulso, en los brazos… después dejó su preciada carga en la balandra que lo llevaría hacia el Pireo.
—No pueden tocar nada de lo que está con él, ¿entendido? Porque si lo hacen, les arrancaré las uñas, luego romperé sus huesos y me daré un baño de sangre… ¿Fui claro? —Amenazó al capitán de la embarcación, a un volumen perfectamente audible para casi toda la tripulación.
—Entendido, señor…
—Apenas lleguen, envía este sobre al Refugio, ellos vendrán por éste, no tardarán…
—Así se hará.
—Bien… —dicho lo cual se volvió hacia el agonizante niño—, adiós, Helios, si sobrevives será por gracia de los dioses, yo me habré equivocado… y entonces sí, habrá nacido un guerrero único, sin par…
Susurró algo en griego antiguo, una oración, después bajó del barco que estaba por elevar anclas.
Sagramore, por entonces, estaba ya de camino hacia el Santuario, llevaba consigo a su propio discípulo; el plan era pasar por Creta antes de eso, ser testigo de la prueba del discípulo de su amante y luego partir de regreso a Atenas… pero cuando llegara a Heraklion se encontraría con la bonita sorpresa de lo que había hecho Zakros.
No había nada más que hacer. Mientras Helios se debatía entre la vida y la muerte en medio del Mar de Mirtos, rumbo al Pireo, a él le restaba esperar próximamente la misiva de Sage, con toda su furia, y seguramente esta vez sí que sería el ejemplo de todos los demás, respecto a lo que no debe hacerse.
Por la mañana, muy temprano aún, cuando las gaviotas apenas volaban en el triste cielo de guardavela, donde todavía no amanece y tampoco es de noche, la balandra tocó puerto.
Tal como había indicado el Arconte de Escorpión, dirigió aquel sobre raro a uno de aquellos hombres raros, esos que no vivían en el Pireo ni en Atenas, sino más arriba de Rodorio, en un lugar que no aparecía en los mapas.
Huelga decir que aquel soldado, algo ebrio aún, en cuanto vio de dónde venía esa carta, sintió con una claridad aterradora como la borrachera se disolvía a sus pies.
No esperó más y tampoco se detuvo hasta que llegó a las puertas del Santuario.
De mano en mano la misiva pasó hasta que llegó a Sage.
Algo le decía que ese documento que traía en la mano una de las amazonas, Febe "la que no tenía miedo", y que era el azote del equipo femenino por esos días, no serían buenas nuevas.
—Señor, esto ha llegado para usted, de forma urgente —dicho lo cual se acercó hasta entregarla en la mano de Patriarca.
—Gracias, Febe, ¿cómo va todo en el campamento?
—Lo mismo de siempre: debiluchas, mujercitas lloronas y una que otra que quizás pueda defender mejor su cabellera que su honra… de ahí en fuera, lo normal, Strategos.
Sage no pudo evitar reír ante semejante declaración llena de honestidad.
La mujer de cabellera rubia cubierta, como el protocolo mandaba, con la máscara de Artemisa le contemplaba con esa curiosa mirada hueca desde el metal.
Y mientras el viejo Strategos leía, los puntos en su frente, en el lugar de sus cejas, subían, bajaban, se pronunciaban… y su gesto se iba convirtiendo en el rostro de la furia contenida.
—Febe, ve por Sísifo.
—Ahora mismo.
Attis dormía, en medio de las pesadillas, se retorcía en la cama y gemía; Sísifo acariciaba su cabecilla con el cabello revuelto, como un gato, al final del día era un cachorro, el cachorro de su hermano.
Seguramente seguía con la misma pesadilla con la que había llegado años atrás: la del ataque del Polemarkhos Arkhon, Rhadamanthys, cuando este ejecutó a Ilias y, aunque sólo era un niño, Attis lo recordaba como si hubiese sido ayer.
—¿Qué sucede, Febe? —Inquirió sin volverse siquiera, sabía perfectamente que la amazona estaba ahí.
—Sage, te solicita.
—Ahora voy, ¿ha pasado algo?
—Carta del patán de Creta… —respondió ella, sin filtros, como siempre.
—¡Ah! Bueno, no digas eso…
—¡Oh, sí! Y seguro la armó buena porque esta vez hasta el sagrado ojo le tembló a Sage… mejor ve rápido o al Strategos le dará algo… —dijo ella encogiéndose de hombros—, yo le echo un vistazo a tu cría…
Sísifo apuró el paso mientras subía por los siguientes templos preguntándose ahora qué había hecho Zakros; de vez en vez se enteraban de lo que hacía o no hacía y, normalmente, cuando eso pasaba Sage estaba de muy mal humor.
Pero… no entendía la premura a esas horas.
"¿Acaso habrá acabado por instaurar un reino propio en la isla? ¿O se habrá inventado Juegos Olímpicos al estilo antiguo?"
Empujó las puertas dobles del Salón del Strategos y ahí se encontró a Sage, en el sitial, retorciendo un pedazo de papel que… bueno, suponía era la misiva referida por la amazona.
"Mala señal…", pensó en silencio.
—Señor…
—Necesito que vayas a toda velocidad al Pireo, hay una balandra ahí, llegó de Creta…
—¿De Creta? ¿Hay algo ahí que necesite…?
—¡Por las barbas de Zeus, sí! Necesito que traigas al discípulo de Zakros, está ahí… al Arconte, en fin, ve ahora, no está bien de salud…
—¿Es el nuevo Arconte? Pero… ¿por qué lo envió así?
—¡Sísifo! No es momento de preguntas, ve por favor…
—Ahora mismo.
Dicho lo cual puso los pies en polvorosa, estuvo por tropezar en el último tramo de Aries, de tan a prisa que iba, saltando por aquí y por allá; le dieron ganas de pedirle a Shion como favor especial que lo teletransportara hasta el Pireo, pero… después pensó en que era mala idea, porque le preguntaría una y mil cosas, lo miraría con recelo y tendría que convencerlo mientras lo miraba con ojos empequeñecidos.
Cuando llegó a la vieja embarcación ya lo estaban esperando.
—¿Viene a recogerlo?
—Sí, ¿dónde está?
—Allá, lo hemos sacado al aire porque está ardiendo y, bueno, creo que no lo logrará… —dijo compungido el capitán, señalándole al joven que estaba retorciéndose en medio de la fiebre.
Sísifo corrió hacia él, al tocarlo se dio cuenta del porqué Sage tenía tanta urgencia aquella mañana.
—¡Por Asclepio piadoso! ¿Cómo se atrevió a dejarte así…? —Dijo indignado el joven nemeo.
Tomó la urna de Escorpio para echársela a los hombros, después tomó al chiquillo entre los brazos y se llevó el cargamento lastimoso.
—Gracias —les dijo a los viejos marineros.
Acto seguido, en cuanto pudo, literal haciendo uso de la fuerza sobrehumana que todos ellos poseían, se fue casi a salto y vuelo hasta que acortó la distancia lo más que pudo, sospechaba que efectivamente aquel niño no sobreviviría si no lo llevaba de inmediato con Sage.
El Strategos ya lo estaba esperando el octavo recinto, el de Escorpión.
Sísifo colocó al niño en la cama, dejó la urna sagrada a un lado de la misma, y contempló con consternación al moribundo. Sage estaba tocado sus sienes, invocando viejos hados de los lemurianos, y aquello parecía funcionar un poco, pero… no del todo.
—¿Por qué envió al niño de esta manera? Y con la armadura así como si fuera una artesanía de turistas…
—No es un niño, es tu compañero… —rumió el viejo dirigente para luego abrir con su potente telepatía la caja de la armadura y extraer la carta lacrada y el anillo. Tragó saliva con trabajo y pensó en mil maneras de castigar a Zakros… pero eso tendría que esperar—. Sísifo, por favor, quédate con él un momento… necesito traer a alguien que podrá ayudarnos…
—Claro, pero… ¿qué hago?
—Mantenlo frío.
El joven griego arqueó una ceja y se preguntó exactamente a qué se refería con mantenerlo frío… ¡Estaba como en llamas! ¿Le echaba agua? ¿Le ponía un fomento de agua fría? Ese día, su mañana había iniciado con el pie izquierdo.
En realidad Sage no tardó mucho en regresar. O tal vez en su angustia de no saber qué hacer sí había pasado mucho tiempo y él no se percató.
—… y aquí está, entonces, necesito que tu aire gélido le ayude a estabilizar su temperatura…
—¿Cómo? ¿Pero… qué le pasó?
—Su temperatura, su corazón arde —le dijo el viejo lemuriano al joven Arconte de Acuario, que miraba con una de sus preciosas cejas bífidas levantada.
—Pero… si está tan mal, ¿qué hace aquí?
—Es el Arconte de Escorpión, es tu compañero…
Dègel por toda respuesta se apresuró a observarlo en la cama donde estaba postrado con los básicos cuidados de Sísifo, que eran un bonito gesto, pero inútiles.
—¿Este niño es el Arconte…? Si es el Arconte… ¿Cómo es que aceptaron a alguien tan enfermo?
Sísifo se volvió primero hacia Dègel y alternativamente al lemuriano: ¡Qué descaro el de aquel joven! Cuestionar las decisiones sobre quién es o no es un guerrero; siendo sincero, él también pensó que era un niño enfermo y ya, pero… no se habría atrevido a cuestionar el por qué Sage quería salvarle la vida y, como bien lo había dicho, era su compañero, les pareciera o no. Por supuesto el Strategos tembló de furia una vez más ante semejante desparpajo y soberbia.
—Harás lo que te diga y eso es: utilizar tu técnica para salvarle la vida a tu compañero de armas, te guste o no, y por cierto… será tu responsabilidad si vive o muere —dictaminó con la potestad que se le otorgaba al máximo regente—, ¿alguna duda al respecto?
—¡Pero eso es injusto! Krest dijo que me convertí en guerrero para…
—Injusto es tener un don y no usarlo por el bien de los demás. Reitero, es tu responsabilidad ahora… —el Strategos finalizó el asunto.
Dicho lo cual y después de dirigirle una mirada gélida al joven francés, de esas de las que no se podía mantener incólume absolutamente nadie, Sage los dejó solos en el templo del Escorpión.
—Merde! —Susurró el guerrero de los hielos perpetuos cuando se encontró a solas— ¿Esto es el Arconte de Escorpión? ¿Cómo es posible…? ¡Es un niño de no más de doce años!
Efectivamente, Helios tenía el aspecto de un niño mucho menor a su verdadera edad, ni siquiera parecía el adolescente que era.
Dègel se acercó hasta aquella piltrafa humana, tocó su pecho con sus manos gélidas, era inaudita la temperatura de ese cuerpo flacucho y, por lo que podía notar, ese desequilibrio tremendo venía justo desde su corazón.
Concentró su aire frío, su cosmoenergía brillaba a su alrededor, congelante, cristalina, comenzó a bañar el cuerpo tendido de aquel niño tratando de enfriarlo sin llegar a herirlo o congelarlo.
—Ahora resulta que soy responsable de ti… ¡Vaya monserga!
"¿Qué habrá sido del otro guerrero? El que sí era un Arconte, parecía de oro todo él…" Se preguntó en silencio.
Ni siquiera tenía idea de cómo se llamaba aquel jovencito, tampoco entendía por qué tenían que escurrirle el bulto a él… pero, algo dentro de sí, le decía que a partir de ese momento, de ese instante, su vida estaba por dar otro vuelco más.
De esos que eran ineludibles y que eran para toda la vida… tenía la clara impresión…
