XIX. La maldición de La Venus de las pieles. Tócame.
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" Sinceramente quiero ser tu esclavo; quiero que tu poder sobre mí esté consagrado por la ley, que mi vida esté entre tus manos, que nada me proteja o me defienda contra ti. ¡Qué placer cuando sepa que dependo de tu capricho, de tu gesto, de tus gustos! ¡Qué delicia, si eres tan graciosa que permitas alguna vez al esclavo besar los labios de que depende su decreto de vida o de muerte!"
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Su arma final y más secreta era esa, esa que estaba observando en el reflejo del espejo, era esa mirada profunda que le devolvían sus pupilas dilatadas, acuosas, más acuosas que de costumbre, por la emoción. Sus ojos que siempre fueron el reflejo perfecto de su arma infinita, de su poder, y de su alma.
Esos segundos que acontecen antes de hacer algo terrible, arriesgado, eso que cambiará la vida para siempre. Esos segundos son los más valiosos de cualquier memoria, se podrán olvidar los detalles, las pequeñas cosas, pero nunca los segundos que anteceden a la gran hecatombe.
Él ya lo sabía, que se había enamorado. Era fuerte afirmarlo, porque la sentencia sonaba tan definitiva como la destrucción misma. Ya no había huecos para esconderse.
Dos zancadas y volvió hasta donde estaba de pie Suguru, entretenido en sus propios pensamientos guardando quién sabe qué cosas en la mochila. No había hecho un solo ruido, nada. Sin embargo su compañero lo percibía con pasmosa claridad.
Se volvió hacia él y le sonrió. Satoru fue a enredarse en su abrazo, a pegarse a su cuerpo y sentir cada milímetro de él. Sus ojos, sus ojos tan hermosos, tan elocuentes, pese a ser esa clase de ojos pequeños, fríos, a veces mezquinos, sabía que le devolvían la clase de mirada intensa que era capaz de derretir todo.
Nuevamente acabaron comiéndose a besos, como si no se hubiesen reconocido antes, todo era nuevo.
—Tócame… —pidió Gojo.
Lo empujó a la cama, afortunadamente la cama de Suguru era muchísimo menos ruidosa que la suya, si hubiesen estado en la habitación de Satoru, la cama habría crujido indecente ante el peso de los dos.
—Tócame más… —susurró contra su cuello mientras con las piernas le abrazaba la cadera y lo mantenía contra sus muslos.
Los labios de su torpe amante succionaban, lamían, mordían la carne… ¡Mordían! Hasta ese punto descubrió una cosa perversa de Suguru: le gustaba morderlo, le gustaba dejar pequeñas marcas en su piel blanca, pequeños cardenales, vasos rotos… y a él… a él le ponía a mil que lo hiciera, es más se sentía igualmente excitado solo de saber que aquello le gustaba.
En su desesperación, fue él quien acabó por deslizar los dedos por los músculos de su torso, el saco salió volando, la camisa, los pantalones a medio abrir, y allá iban sus dedos, marcando aquella piel con tatuajes invisibles por caminos imaginarios.
Se entretuvo un momento debajo de su ombligo, en la nubecilla de vellos que descendían hacia el pubis y pudo notar cómo eso había hecho que Suguru tensara los músculos y su piel se erizara.
¡Qué bien se sentía hacer lo que le daba la gana!
¡Qué bien se sentía tomar las riendas de su joven vida, de su destino!
Por eso Satoru Gojo sentía tanto, con tanta intensidad: porque desde que nació fue un número más, era parte de la estadística, un arma infalible, un cañón dirigido que existía sólo para poder estallar todo. No había más sentido. Le habían enseñado a abrazar su destino de muerte, habían tratado de aplastar sus ideas, de eliminar su sentido común, sus deseos…
Pero Satoru Gojo era un incendio imposible de controlar. Era una fuerza de la naturaleza que había colisionado con otra fuerza igual de especial que era su compañero…
… y sus dedos torpes que le estaban despojando de la ropa, de las ideas y de la ingenuidad. Sintió que moría un poco cuando no sólo fueron sus dedos sino sus labios que rodaban sin piedad, asesinándolo
Recuerda que gimió, que cerró los ojos, que los apretó. No por pudor, porque eso no lo conocía, era simplemente que estaba sintiendo todo hasta el alma.
—¿Quieres… apagar la luz? —Farfullo Satoru, quién sabe por qué se le ocurrió eso.
—No… no quiero, quiero observarte y que tú también me observes… —le contestó sin contemplaciones el otro, recargado en uno de sus blancos muslos.
—Eso es muy perverso… —aseguró.
—Lo es…
A Suguru le gustaba eso de Satoru, que no se cortaba, que nada le apenaba, que no conocía el decoro. No en la cama… claro, es que Satoru no había sido iniciado en el conocimiento de las cosas que " podían pasar" y que no estaban tan bien vistas… Eso le perturbaba, porque significaba que lo habían criado con la idea de que no tenía caso que supiese cosas mundanas, puesto que no iba a vivir para ello.
El olor de su piel, el sabor de esta, el temblor de su cuerpo cuando lo tocaba, cuando lo besaba, cuando lo mordía.
No tenía mucha idea del qué hacer, aunque los vistazos que de vez en vez le había dado al porno le habían dejado claro que esas cosas, los lubricantes, eran necesarios, que aunque los preservativos tenían una capa de esto, no era suficiente, al menos no entre hombres.
Y de lo que sucedió después, aparte de haberse ensalivado por todos lados… lo siguiente… era indescriptible.
Aunque habían dicho que no iban ir aprisa, fueron corriendo, precipitándose uno en brazos del otro.
Cuando en su ingenuidad Satoru le preguntó al otro, recuperando de a poco la respiración, qué era lo que habían sentido, Suguru simplemente le observó, sonrió, y negó con la cabeza, con todo el cabello oscuro revuelto.
—Un orgasmo, tu orgasmo, eso fue…
—Se sintió muy bien… me gustó, quiero más de eso… ¿también tú lo sentiste así? ¿Así de fuerte…? ¿Cómo si la vida se te fuera en ello?
—Satoru… —contestó atragantándose con la risa de la simpleza de aquello que acababa de decir—, se me fue la vida entre tus muslos…
Los ojos azul imposible de su compañero le devolvieron la sonrisa.
—No jodas, Suguru, debimos hacerlo desde que llegaste… en cuanto te bajaste del taxi, debimos venir a la cama…
—¿Es en serio? Ni siquiera nos habíamos visto en años…
—¿Y qué? —objetó de inmediato. —Te gusto, me gustas, listo, perdimos mucho tiempo esperando…
Sólo imaginar lo que acaba de decir bastó para que ambos soltaran una carcajada sonora en medio de la noche… abrazados uno contra otro, cubiertos de sudor, rodeados de sus propias energías mezcladas, hechas un caos… eran el caos más bello y mortal que existía…
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Tokyo Radio FM 96
I am not the only traveler
Who has not repaid his debt
I've been searching for a trail to follow again
Take me back to the night we met
And then I can tell myself What the hell
I'm supposed to do
And then I can tell myself
Not to ride along with you
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The night we met, Lord Huron.
