9. Volveré con el sol
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Bluegard, Chukotka
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Los labios salvajes de Rhadamanthys estaban tatuando la piel blanquísima de él a través de mordidas que enrojecían, que rompían los vasos dejando un ligero amoratamiento, luego la lengua tibia que trazó caminos de fuego imposibles de definir. Sintió que perdió la cordura, la poca que le quedaba, cuando aquellas manos y la boca asesina de él apresaron su miembro erecto.
Nunca había sentido semejante desvarío, todo lo que había creído vivir hasta entonces no era nada, no se parecía en absoluto a eso que estaba experimentando como grabado a hierro candente.
Quiso sonrojarse, siquiera por mostrar un poco de vergüenza al respecto, por sentir tanto… pero ni de eso fue capaz, su única capacidad era gemir, gemir y retorcerse en la cama.
En la penumbra de su habitación pudo contemplar a detalle el cuerpo magnifico de aquel Juez del Inframundo, era perfecto. Se sintió un poco pequeño en comparación con ese hombre, quien no se detuvo en lo más mínimo para asesinarlo a punta de placer.
Sus manos torpes trataban de tocarlo, de acariciarlo, pero tampoco es que supiera mucho; por eso, casi en medio de una risa, fue el feroés quien ayudó con su propia mano a guiar los dedos de Unity y mostrarle cómo le gustaba que tocaran su sexo que parecía a punto de explotar.
Le soltó el cabello dejándolo suelto, lacio y largo, desmayado en la cama, clarísimo, como parte de las sábanas. Luego lo acostó de lado, dándole la espalda, se sorprendió por esa acción, le inquietaba no poder verlo tal como había pasado en la caballeriza, se volvió a tensar cuando levantó una de sus piernas y la sostuvo así mientras se colocaba en el punto exacto y comenzaba a abrir de nueva cuenta su cuerpo que, huelga decirlo, estaba un poco maltrecho.
Le dolía, le dolía bastante, aquello no era algo pequeño, no era lo mismo que juguetear con un dedo, jadeó porque sentía que literal, lo estaba partiendo desde adentro.
—Me duele —se quejó en medio del malestar.
—No me voy a salir, así que acostúmbrate… —contestó como en un gruñido.
No podía creer que le hubiese respondido algo semejante, es más, no podía creerse que lo tratara así. ¡Él era un príncipe! No un jodido pueblerino para satisfacer sus deseos oscuros, pese a lo cual, se quedó quieto a su espalda, no se movió.
—Relájate… concéntrate en el placer, no en el dolor —le susurró al oído.
"Sí claro, como a ti no te están insertando algo por ahí", pensó mezquino.
Después de todo, las manos de Rhadamanthys comenzaron a acariciarlo nuevamente, otra vez sus dedos tocándolo, otra vez se sintió muriendo lento cuando a su espalda lo mordía sobre las marcas que ya tenía. Pasaba su lengua por la nuca, por el cuello. Por supuesto que en eso sí se podía concentrar.
Así, cuando al fin estuvo listo, continuaron con aquello y efectivamente pudo concentrarse en el placer causado por sus manos callosas y lo que hacía. El éxtasis de lo que tenía adentro y que al moverse tocaba muy por dentro otros lugares que le llenaban de gozo.
Su propio cuerpo reaccionaba inepto a lo que estaba experimentando en esos orgasmos tan distintos a los experimentados cuando se tocaba o cuando estaba con Artem. Tendría que corresponderle corriéndose extasiado entre esos brazos desconocidos, en medio de una transacción que sospechaba le arrastraría a su propia destrucción.
Gimió, lo mismo que el amante a su espalda gemía y le llenaba de tibieza por dentro.
Aún temblaba cuando el otro le dejó bajar la pierna que tenía apoyada hacia atrás en las de él. Poco después, cuando el juez salió de su cuerpo se quedó dormido completamente.
El hombre rubio se levantó de la comodidad de la cama y comenzó a vestirse. Observó su obra de arte: la bonita piel del príncipe llena de arañazos, mordidas… y moretones. Eso no le hizo gracia, íntimamente, por muy cruel que fuese, con todo y su estatus como guerrero portador infinito de muerte, destrucción, sangre y carne desgarrada… no encontraba particular placer en lastimar en la cama.
Además, le recordaba terriblemente a su propio compañero, a ese que de vez en vez a lo largo de las centurias, había estado en su cama, ¿para qué negarlo? También Aiacos había pasado por su lecho… sólo que el Aiacos actual… bueno, no lo tocaría ni con un palo, le gustaría acariciarlo con su cosmoenergía o ya de menos con un cuchillo en la garganta.
"Increíble, lo más bonito de Minos es también una tragedia, y en éste es igual", pensó con crueldad mientras lo cubría con la sábana para no seguir observando al joven príncipe de Bluegard hecho una pifia.
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Santuario de Atenea, Grecia
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—No entiendo qué están buscando esta vez —afirmó dolorosamente Sage mientras se metía en la boca el cuarto o quinto panecillo de miel.
—No lo sé, pero a mí me parece que, al igual que hace unos años, planean comenzar con los no vivos, como en Heraklion —contestó pensativo Zakros Oraios quien, de momento y sólo de momento porque nunca se sabía cuando iba a hacer una de las suyas, había sido solicitado justo por el Strategos.
—¿Te refieres al incidente antes de que enviaras a Kardia hacia acá? ¿Te vas a comer ese pan…? —Preguntó no pudiendo aguantar las ganas y viendo que el anterior Arconte de Escorpión no lo tocaba.
—¿Eh? ¡Ah! No, por supuesto, tómelo —contestó empujando el plato hacia su patriarcal presencia, que al fin también era hombre y también tenía sus propios gustos—; sí… cómo aquella ocasión y, si no me equivoco, porque no hay muchos libros al respecto, eso debe ser alquimia antigua y alguna atadura o intercambio con Lamia(1)…
Sage tomó el panecillo, el último en la mesilla, tristemente lo comió a mordidas pequeñas con el té que tenía delante. Ladeó el rostro y observó a su antiguo caballero, tenía que aceptarlo, era inteligente, tanto como fuerte y feroz en batalla, y también era una bomba de tiempo por sí mismo.
Asintió con la cabeza.
—Es probable, muchas cosas se están moviendo, Zakros, y me gustaría que estés al tanto aun cuando ya fuiste licenciado de tu cargo, además, tengo sospechas, no lo sé, tal vez no es nada…
—¿Sospechas? Bueno, eso es una ironía, su alteza siempre tiene sospechas hasta de su propia sombra, eso ya pasaba desde que yo era un crío —se burló con una risa cínica.
—Deja de jugar, me refiero a que algo raro pasa en Bluegard o tal vez no… García no me ha compartido nada extraordinario y, ciertamente lo que está ahí, está sellado y a buen resguardo… sólo es una corazonada —reflexionó.
—Envíe a Dègel…
—Ahora mismo no es buen momento, lo ha estado solicitando, pero quiero asegurarme de que Kardia esté estable.
—Kardia estará bien.
—¿Lo dices con conocimiento de causa?
—Por supuesto, no está en su naturaleza morir, ni darse por vencido —se lamió los labios antes de decir lo siguiente—, no crie a un cobarde, a un estúpido sí, pero no es cobarde además, su propia condición lo convierte en un arma.
—No cabe duda —suspiró el viejo, aún seguía sin perdonarle del todo que enviara al pobre chiquillo hecho un trapo—, en fin, por ahora sólo mantente atento y, si algo sabes de entre tus muchos informantes, házmelo saber.
—Se hará como solicita, entonces, si no requiere nada más, me retiro —dijo poniéndose en pie, seguía siendo un hombre espectacular, de esos a los que no importando lo que pasara, se tenía que voltear a ver—, cosas reclaman mi atención.
—¿En serio? ¿Y cómo que cosas serán tan importantes? —Inquirió con sarcasmo Sage.
—Comida, vino, putas… todo eso —respondió el corintio con una sonrisa descarada.
—¿Pero qué…? ¿Y de eso está contento Sagramore?
—¡Ah! Pues…
—Ya decía yo —soltó una sonora carcajada—, vale, vale, mantenme al tanto, sólo eso y, por favor, no te metas en problemas.
El otro simplemente inclinó la cabeza en una despedida cortés y se marchó. La verdad es que no iría a buscar putas, pero sí vino y comida; tampoco quería toparse a Kardia por ahí, que afortunadamente no estaba, era sólo que… se sentía raro… como si hubiese fracasado con su pupilo por un montón de cosas, por no haber evitado que se auto infringiera las agujas, por no haber controlado un poco más su salud…
Miles de ideas pasaban por su rubia cabeza mientras bajaba con parsimonia las escaleras de mármol que tantos años había recorrido, sólo que ahora carecía de armadura.
Era extraño, no se acostumbraba a esa vida, a diferencia de Sagramore que llevaba mejor la vida sin guerra. Bien se lo dijo una vez Sage, él era un guerrero y su arte era la guerra, no la paz.
"Y yo me pregunto, ¿así se sintió Ovidio cuando lo enviaron al exilio(2) y lloró y lloró por volver a Roma? Una puta mierda…", reflexionó en silencio.
—Ya estoy cansado y viejo…
Más tarde, Dègel tuvo que arrastrar a Kardia hacia una de aquellas reuniones que a veces parecían interminables por todo lo que analizaban durante esos momentos. Entre las cosas que habían ido encontrando unos y otros, además de la red de espionaje dispersa por todo el mundo, literal, el Santuario tenía más infiltrados que nadie en la tierra conocida, y estos reportaban cada movimiento, cada decisión a nivel político… todo… el Santuario casi estaba en todo.
Su compañero había encontrado a bien comerse tantas manzanas que… bueno era penoso pensar que el vestigio de las mismas eran sólo los palitos y los corazones… se comió tantas que ahora tenía un severo malestar estomacal.
Al final, sus cuerpos seguían siendo sensibles como cualquiera, aunque fuesen fuertes y pudiesen controlar la cosmoenergía, aunque fuesen hombres tocados por los dioses.
—No iré —gimoteó tirado en la cama, sosteniéndose la barriga inflamada.
—Te dije que dejaras de darte esos atracones, pero como siempre, nunca haces caso. ¡Levántate! —Contestó el normando.
—No quiero, además, me duele tanto que es probable que eche los intestinos, es más, se me irá la vida por… salva sea la parte…
—¡Qué asco, Kagdia! ¡Levántate! Eso es tu culpa, tienes que cumplir con tus obligaciones —le reprendió tirando de él por el pie como si de un crío se tratase y, bueno, sí era un crío.
Al final lo había sacado a rastras de su templo y había conseguido meterlo obligadamente al Gran Salón donde estaban todos reunidos, antes de ello le había dado un viejo remedio que conocía desde su tiempo en Bluegard, que justo servía para el malestar estomacal, varias veces sus intestinos hicieron de las suyas cuando estaba con Krest en las tierras de los hielos perpetuos, justo porque la comida era diferente a la frugalidad que acostumbraban.
Pasaron el rato contando las estupideces de Manigoldo, por debajo de la mesa se tocaban las manos y se apretaban los dedos para ir contando las tonterías que decía, mismas que sacaban lentamente de sus casillas a Sage. Por el momento llevaba ocho y por ahí de la novena, el Strategos estaba observándolo con cara de pocos amigos, jurarían que sus sacrosantos lunares empezaban a colapsar en la frente con movimientos involuntarios por la furia contenida.
Albafica, el parabatai de Manigoldo, le lanzó una mirada de censura. La cara de Sísifo era un poema y cuando una de las amazonas, Febe "la que no tenía miedo", llevó un documento a Sage, al escuchar al Arconte de Cáncer, no pudo evitar soltar una sonora carcajada, la diversión se acabó al momento en el que el Patriarca pegó en la mesa.
Todos los demás, como movidos por resortes, se quedaron quietos y casi sin respirar, ya sabían que Manigoldo lo había sacado de quicio una vez más y pronto comenzarían los gritos… como en coro de tragedia griega.
—Si los he llamado nuevamente al Consejo de los Justos, es porque algo sumamente importante ha sucedido —continuó el Strategos, volviendo a concentrarse—, es grato compartirles que hemos localizado a la Infanta Atenea… a la reencarnación de la diosa…
Tragó saliva acallando sus miedos con un sorbo de vino sin aguar.
—Mucho tiempo nos ha tomado, sin embargo, hemos dado con la niña que contiene el alma divina de Nuestra Señora… eso significa que la rueda ha empezado a girar y que si nuestros ejércitos se están moviendo, los del enemigo también…
—¿Dónde se encuentra? ¿Están seguros…? —Inquirió Asmita, siempre el más desconfiado de todos.
—Si está diciendo que ya la han localizado, es porque está seguro, ¿crees tú que es un chisme de la fuente o que lo oyeron de las putas del puerto? —Respondió Kardia tomando la palabra sin siquiera pedirla.
—¡Cállate! —Le susurró su compañero dándole una patada por debajo de la mesa.
—Respondiendo a tu pregunta, Asmita, se encuentra en un orfanato en Italia, así que uno de ustedes tendrá que ir por ella, manteniéndola segura hasta que llegue aquí —contestó, ignorando las rudas palabras del Arconte de Escorpión—, por eso he decidido que sea Sísifo quien acuda por ella…
Un gran silencio en la sala, donde casi podían escuchar el ruido del resto del Santuario; por su parte, Sísifo simplemente asintió y observó con sus ojos azules e inteligentes al lemuriano.
—Podría ir yo, conozco bien los recovecos en Italia —interrumpió Manigoldo.
—¡Olvídalo, si te envían a ti volverán cuando acabe la Guerra Santa! —Ironizó nuevamente el cretense, recibiendo un codazo de Dègel.
—¿De qué hablas, idiota? —Increpó el aludido, mientras el guardián de las buenas costumbres y los buenos modales les dedicó una mirada de censura.
—No, será Sísifo, es capaz de ir y volver con total discreción y seguridad, cosa que difícilmente algunos de ustedes lograrían; más tarde te daré las indicaciones precisas —acotó el regente—, mientras tanto, manténganse atentos y por favor, no se metan en problemas innecesarios. Dègel, por favor, quédate conmigo… los demás pueden retirarse…
Dicho lo cual, todos procedieron a salir y dejar solo al Strategos, muy a regañadientes también Kardia se retiró, pero se quedó estacionado en Acuario.
—Señor…
—Dègel, te he pedido que te quedes al final porque mucho me has pedido volver a Bluegard durante estos cortos años, sin embargo eso no había sido admisible porque…
—Lo sé, porque Kardia no se encontraba en buen estado.
—Así es, pero en la actualidad él ya se encuentra mucho más estable de lo que estuvo los primeros años aquí, entonces, ese permiso especial ahora es posible. Me gustaría que hablaras con García, quiero saber cómo se encuentran en esa parte del mundo…
—¿Hay algo que le preocupe? —Inquirió el guerrero de los hielos eternos.
—No precisamente, sólo me gustaría saber que todo está bien allá —puntualizó—, si te marchas ahora, podrás volver sin problema, en un tiempo relativamente corto, antes de que comience lo más crudo del invierno y sea imposible regresar hasta la primavera.
—De acuerdo, haré los preparativos para partir de inmediato y volver tan rápido como me sea posible —ciertamente esto había alegrado el corazón del normando, había pasado ya un tiempo bastante largo desde que se despidió de Unity y Seraphine.
Estaba de buen ánimo por el permiso obtenido, así que con el consuelo en su corazón bajó hacia su templo. Se había olvidado por completo de su compañero que lo estaba esperando ahí aunque era imposible no darse cuenta de su presencia que todo lo incendiaba.
—¿Y bien? —preguntó el cretense saliéndole al paso indagando con los ojos empequeñecidos, celoso de su aparente felicidad, a saber por qué.
—¿Qué?
—¿Qué te dijo el viejo?
—Kagdia, tienes que dirigirte con respeto hacia los demás porque…
—Sí, sí, sí, ya lo sé, pero ¿qué te dijo?
—Nada, solamente me autorizó ir a Bluegard para echar un vistazo porque…
—¡Ah, con tu novio de la infancia! —le soltó con toda la irreverencia de la que era capaz.
—¿Qué dijiste, idiot? —Empezaba a cabrearse.
—Eso, que vas a volver allá donde dejaste a ese sujeto, a tu amiguito —y aquello lo hizo sonar con la visible connotación de que no era sólo su amigo.
—¡Cómo te atreves! ¿Qué demonios pasa contigo? No todo en la vida son esa clase de cosas…
—¡Ah sí, claro! Ahora resulta ¿no? ¿Y cuándo planeas largarte? ¡Me vas a dejar solo! ¿Cuánto maldito tiempo? —Los gritos de los dos eran perfectamente audibles hasta Aries, con total seguridad.
—¡Pero si ya estás bien! No jodas, no requieres una nana y yo no soy tu enfermera —reviró el otro en su defensa—, unos meses, no será tanto tiempo —Dègel trató de conservar el poco juicio que le quedaba.
—¡Meses! Bueno pues… es lo que siempre soñaste ¿no?, regresar con tu amiguito al que tantas cosas le prometiste…
—¡Eres un animal! No te atrevas a ir por ahí Kardia, porque juro que voy a reventarte esa sucia boca tuya… además, no entiendo por qué diablos estás tan enojado ¡Por Hera, bendita!
—No, no entiendes nada, yo me quedaré aquí abandonado, como un imbécil… sí, seguro no entiendes nada… bueno pues vamos aclarando las cosas: eres mi parabatai…
—Ajá, sí lo soy, pero eso no significa que sea de tu propiedad…
—¡Oh sí, claro que sí! Eres mío, pedazo de cabrón… —le dijo rabioso, siseó entre dientes mientras se acercaba hasta su compañero, que era más alto que él, no obstante, eso tampoco le importó, hay que ver que cuando Kardia se ponía furioso, era más aterrador que su tamaño.
—No digas tonterías, además…
Ni siquiera le dio tiempo de terminar la oración porque en un instante lo tomó por la nuca y lo acercó a él, a la fuerza, y cuando el otro quiso oponer resistencia, ya era muy tarde.
Kardia lo pescó de tal manera que no tenía escapatoria, o no la quiso tener, el punto fue que acabó besándolo a la fuerza primero, y más cooperativamente después. Aquel primer beso lleno de celos, de furia, de rabia contenida, acabó convirtiéndose en un medio explorar de los dos los labios del contrario, la lengua tibia de Kardia que se abría paso irreverente, como todo en él, hacia la boca de Dègel donde todo era frío y un ligero y mustio contestar de su compañero confundido.
Hasta que después el normando reaccionó, acabó mordiéndole el labio inferior con tal fuerza que rompió la piel y sintió la sangre de su compañero llenarle los labios, el gusto metálico característico del vital líquido en su paladar, luego lo empujó con fuerza haciendo que lo soltara.
Kardia simplemente se rio y se limpió la sangre con el dorso de la mano, burlándose, después pegó la vuelta para irse, claramente escuchó la serie de maldiciones que le lanzó el otro, como madre judía.
Tampoco le importó. Había dejado claro su punto: era suyo, se largara a dónde fuera.
No se despidieron como los compañeros que eran, ni como amigos, ni como nada. Pero… lo que sí había hecho, fue que guardó algo en el baúl de Dègel, le dejó algo ahí para que recordara que debía regresar…
Que tenía que regresar a él…
"Porque tendrías que ser muy estúpido si piensas que me vas a dejar aquí botado mientras te vas a retozar al hielo, pedazo de cabrón…", se dijo cuando salió del templo de Acuario después de haber ultrajado el equipaje de su parabatai.
Ese algo que le dejó entre sus cosas sería lo que acabaría por quebrar la amistad y confianza con Unity… por supuesto eso no lo sabría Kardia sino hasta pasado mucho tiempo.
Dègel se marchó unos días después de ese altercado, dividido en dos, confundido, enojado… sobre todo confundido. Porque no tenía idea de qué diablos le había pasado para responder así, por qué su cuerpo había respondido con voluntad propia. Tenía muchos días de viaje para auto torturarse.
Ya había enviado la misiva hacia Bluegard para avisar de su arribo, esperaba que en unos días, mientras él estaba en camino, Unity recibiera la carta.
Le hubiese gustado no irse del Santuario así, pero es que ni uno ni otro daban el brazo a torcer. Ambos tendrían tiempo para pensar… o para no pensar. Él mismo ya no quería pensar…
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N. de la A.
1. Lamia – Tradicionalmente dentro del folclore griego un ser femenino que absorbía la sangre de los humanos y consumía su corazón, por ello se considera el vestigio antiguo de un vampiro.
2. Destierro de Ovidio – El ostracismo (éste es el término griego) era el destierro de los ciudadanos por ser considerados contrarios a la buena política y soberanía. El caso aquí referido es el de Ovidio, ciudadano romano, a quién Augusto destierra de Roma por hechos no claros, probablemente por ser contrario a sus ideales; Ovidio escribió muchas obras en el exilio donde denotaba su dolor, siendo la más notoria de este tema Las Tristes, una colección de epístolas que aún en nuestros días sobreviven.
