Buenas aquí les dejo una adaptación de un libro que me gusto, los personajes de inuyasha no me pertenecen si no a "Rumiko" ni la historia ni los personajes del libro sino a "Shelby" espero que les guste

Asesino de brujas

Libro 1

La bruja blanca

(poco a poco, el pájaro construye su nido)

Cap. 25

Sangre, Agua Y Humo

Kag

Desperté con el rostro hundido en el pecho de Inuyasha, sus brazos en mis costillas y las manos apoyadas en la parte baja de mi espalda. Me arqueé sobre él somnolienta, saboreando la sensación de su piel contra la mía… luego, me quedé paralizada. Mi camisón se me había subido por encima de la cintura durante la noche y mis piernas y mi estómago estaban expuestos y en contacto con él.

Mierda, mierda, mierda.

Me apresuré a bajar el camisón, pero él se despertó de pronto ante el movimiento. Instantáneamente alerta, vio mi expresión de pánico y miró la habitación vacía. Torció la comisura de sus labios en una sonrisa y el rubor subió por su garganta.

-Buenos días.

- ¿Lo son? -Me aparté de él, mis mejillas traicioneras se ruborizaron. Él ensanchó la sonrisa y tomó su camisa del suelo antes de ir hacia el cuarto del baño-. ¿A dónde vas? -pregunté.

-A entrenar.

-Pero… es el día de San Nicolás. Tenemos que celebrarlo.

Asomó la cabeza con expresión divertida.

- ¿Sí?

-Sí -afirmé antes de salir de la cama para unirme a él. Se hizo a un lado para que yo pasara, extendiendo la mano para sujetar un mechón de mi cabello suelto-. Iremos al festival.

- ¿Iremos?

-Sí. La comida es maravillosa. Hay unos macarons de jengibre…

-Dejé de hablar, con la boca ya llena de saliva y sacudí la cabeza-. No puedo describirlos como corresponde. Es necesario experimentarlo. Además, quiero comprarte un regalo.

Soltó mi cabello a regañadientes y avanzó hacia el armario.

-No tienes que comprarme nada, Kag.

-Tonterías. Comprar regalos me encanta casi tanto como recibirlos.

-:-

Una hora después, paseábamos con los brazos entrelazados por el East End.

Aunque el año anterior había asistido al festival, no me había interesado decorar los pinos con frutas y caramelos, o añadir un tronco a la fogata en el centro del pueblo. Me había involucrado más en los juegos de dados, en los puestos de chucherías… y en la comida por supuesto.

Las especias de los dulces de canela flotaban en el arie, mezclándose con el hedor a pescado y humo. Miré el carro de galletas más cercano con anhelo. Las galletas de mantequilla, las madeleines y las palmeritas me devolvían la mirada. Cuando intenté tomar una, Inuyasha puso los ojos en blanco y tiró de mi para que avanzara. Mi estómago gruñó de indignación.

- ¿Cómo es posible que aún tengas hambre? -preguntó incrédulo-. Has comido tres platos en el desayuno esta mañana.

Hice una mueca.

-Eso era atún. Tengo un segundo estómago para el postre.

Las calles estaban atestadas de personas festivas envueltas en abrigos y bufandas y una capa suave de nieve lo espolvoreaba todo: las tiendas, los puestos, los carruajes, la calle. Las guirnaldas con lazos rojos colgaban de todas las puertas. El viento movía los lazos y hacía bailar sus cintas.

Era precioso. Pero los panfletos pegados en cada edificio, no.

LAS HERMANAS OLDE

COMPAÑÍA ITINARANTE

Os invita a honrar al patriarca

SU EMINENCIA, EL CARDENAL FLORIN MYOGA.

ARZOBISPO DE BELTERRA

Asistiendo al espectáculo del siglo mañana temprano

El sétimo día de diciembre

En la catedral saint-cecile dcesarine.

Joyeux Noel!

Puse un panfleto bajo la nariz de Inuyasha, riéndome.

- ¿Florin? ¡Qué nombre tan horrible! Con razón nunca lo usa.

Me miró con el ceño fruncido.

-Florin es mi segundo nombre.

Arrugué el papel y lo lancé en una papelera.

-Una verdadera tragedia. -Cuando intentó hacerme avanzar, aparté mi brazo del suyo y cubrí mi cabeza con la capucha-. Muy bien, hora de separarnos.

Aún frunciendo el ceño, él observó la plaza atestada de personas

-Creo que no es buena idea.

Puse los ojos en blancos.

-Puedes confiar en mí. No huiré. Se supone que los regalos son sorpresa.

-Kag…

-Quedamos en una hora en la tienda de pan. Cómprame algo que merezca la pena.

Ignorando sus quejas, me giré y serpenteé entre los compradores hacia la herrería al final de la calle. El herrero, Abe, siempre había sido amistoso con los pobres del East End. Le había comprado muchos cuchillos, y le había robado uno o dos. Antes de lo ocurrido con Tremblay, me había mostrado una hermosa daga con mango de plata y detalles de oro. Combinaba a la perfección con el cabello y ojos de Inuyasha. Esperaba que no la hubiera vendido.

Me quité la capucha y, apelando a mi vieja actitud, entré a la herrería. Las brasas ardían en la forja, pero salvo un barril de agua y una bolsa de arena, no había nada en la habitación térrea. Ni espadas. Ni cuchillos. Ni clientes. Fruncí el ceño. El herrero no estaba en ninguna parte.

- ¿Abe? ¿Estás aquí?

Un hombre robusto y barbudo entró por la entrada lateral y sonrió.

- ¡Ahí estás! Por un segundo, creí que habías tenido un accidente. -Mi sonrisa flaqueó ante su expresión furiosa y miré alrededor-. ¿El negocio está en auge?

-Sí que eres atrevida al volver aquí, Kag.

- ¿De qué hablas?

-Los rumores dicen que has entregado a Manten y a Hiten. El East End está infestado de guardias gracias a ti. -Avanzó un paso con los puños apretados-. Han venido aquí dos veces, a preguntar cosas que no deberían haber sabido. Mis clientes desconfían. Nadie quiere hacer negocios con los guardias olisqueando.

Maldita sea. Quizás no debería habérselo contado todo a los Chasseurs.

Saqué una bolsa de mi capa con un movimiento veloz.

-Pero he traído una rama de olivo en son de paz. ¿Ves? -Sacudí la bolsa y las monedas tintinearon alegremente. Sus ojos oscuros permanecieron desconfiados.

- ¿Cuánto?

Lancé la bolsa en el aire con indiferencia deliberada.

-Tanto como para comprarte una daga de plata con detalles de oro. Un regalo para mi esposo.

Escupió al suelo con aversión.

-Casarte con un cerdo azul. Creía que ni tú podías caer tan bajo.

La furia cosquilleó en mi pecho, pero no era el momento ni el lugar para pelear por el honor de mi esposo.

-Hice lo que debía hacer. No espero que lo comprendas.

-En eso te equivocas. Lo comprendo.

- ¿Eh?

-Todos hacemos lo que debemos hacer. -Miró la bolsa en mi mano con expresión hambrienta-. Recuerdo la daga de plata con oro. Preferiría cortarme los dedos antes de verla en manos de un cazador, pero el oro es oro. Espera aquí. Iré a buscarla.

Me moví con incomodidad en el silencio y toqué la bolsa de dinero.

Casarte con un cerdo azul. Creía que ni tú podías caer tan bajo. Quería decirle a Abe que podía irse a la mierda, pero parte de mí recordaba lo que sentía al odiar a los Chasseurs. Odiar a Inuyasha. Recordaba huir entre las sombras cuando ellos pasaban, inclinar la cabeza cada vez que veía un atisbo de algo azul.

El miedo aún estaba allí, pero para mi sorpresa… el odio había desaparecido.

Prácticamente me morí del susto ante el ruido que oí contra la puerta. Seguro que era un ratón. Despejando la mente, enderecé los hombros. Ya no odiaba a los Chasseurs, pero ellos me habían hecho autocomplaciente. Y eso era imperdonable.

De pie en aquel lugar familiar y asustándome por nada, comprendí cuánto había cambiado. ¿Y dónde diablos estaba Abe?

Inexplicablemente enfadada con Abe, con Inuyasha, con el arzobispo y con cada maldito hombre que se hubiera interpuesto en mi camino, me di la vuelta y avancé hecha una furia hacia la puerta lateral por la que Abe había desaparecido.

Quince minutos eran suficientes. Abe podía llevarse mis couronnes y metérselas por el trasero. Intenté abrir la puerta, decidida a decírselo, pero me detuve en seco cuando mi mano tocó el picaporte. Mi estómago dio un vuelco.

La puerta estaba cerrada.

Mierda.

Respiré hondo. lo hice otra vez. Quizás Abe no había querido que lo siguiera a su recámara privada. Quizás había cerrado la puerta para evitar que yo me escabullera dentro y robara algo valioso. Lo había hecho antes. Quizás solo estaba siendo precavido. Un escalofrío me recorrió de la columna cuando comprobé la puerta principal. Aunque no podía ver a través del hollín y la

suciedad de la ventana, sabía que pocas personas se aventuraban hasta aquel sector de la calle. Giré el picaporte.

Cerrada.

Retrocediendo, evalué mis opciones. La ventana. Podía romperla. Salir antes de que… Abrieron la puerta lateral y durante un único segundo glorioso, me engañé a mí misma viendo en la puerta la silueta de Abe.

-Hola, Kag Kag. -Manten avanzó, haciendo crujir sus nudillos-. Eres una perra difícil de atrapar.

El pánico invadió mi cuerpo cuando Hiten apareció extrayendo un cuchillo de su capa. Los ojos oscuros de Abe aparecieron detrás de sus hombros.

-Tenías razón, Kag. -Curvó los labios en una sonrisa-. Todos hacemos lo que debemos hacer. -Luego desapareció en la habitación contigua antes de cerrar de un golpe.

-Hola, Manten. Hiten, tu ojo se ha curado bien. -Mostrando indiferencia a pesar de mi histeria creciente, busqué con visión periférica algo que pudiera usar como arma: el barril, la bolsa de arena, las pinzas oxidadas junto a la forja. O podía…

El oro resplandeció salvajemente. Mis ojos de posaron rápidamente en el agua, en los fuelles adjuntos a la forja. Estábamos en un espacio cerrado. Nadie me vería hacerlo. Nadie sabría que yo había estado allí. Habría desaparecido mucho antes de que Abe regresara y las posibilidades de que él informara a los guardias o a los Chasseurs de mi participación eran ínfimas. Tendría que correr el riesgo de incriminarse. Tendría que explicar cómo habían sido asesinados esos hombres en su herrería.

Porque los mataría si me tocaban. De un modo u otro.

-Nos has traicionado -rugió Hiten. Me acerqué poco a poco a la forja, centrando la atención en su cuchillo-. No podemos ocultarnos en ninguna parte. Esos bastardos conocen cada uno de nuestros refugios. Casi nos matan ayer. Ahora, te mataremos a ti.

Un resplandor desquiciado iluminó sus ojos y supe que lo mejor era no hablar. El sudor cubría mis palmas. Un movimiento equivocado, un paso en falso, un error, y estaría muerta. El oro brillaba más fuerte, más urgente, serpenteando hacia las brasas ardientes en la forja.

Llama por llama. Conoces ese dolor. Sabes que desaparece. Quémalo, susurró la voz.

Me aparté instintivamente, recordando la agonía de las llamas de Yuka, y sujeté otro patrón. Brillaba con inocencia en la arena, flotaba cerca de los ojos de Hiten… y de los míos. Cegándome.

Ojo por ojo.

Pero no podía renunciar a mi visión por la de Hiten. No cuanto ellos eran dos.

Piensa. Piensa, piensa, piensa.

Continué retrocediendo, los patrones aparecían y desaparecían más rápido de lo que podía seguirlos. El anillo de Midoriko quemaba más a medida que me aproximaba a la forja. Maldiciéndome por no haberlo recordado antes, deslicé la joya por mi dedo. Hiten captó el movimiento y entrecerró los ojos al ver la bolsa de dinero en mi mano. Bastardo codicioso.

Con un toque cuidadoso del pulgar, dejé al anillo de Midoriko En el nudillo… pero se deslizó demasiado rápido por mi piel húmeda y cayó al suelo tintinando.

Una.

Dos.

Tres veces.

Observé horrorizada cómo Manten ponía su pie encima del anillo. Con ojos brillantes y una sonrisa desagradable, se agazapó para recogerlo. Mi boca se quedó seca.

-Entonces, este es tu anillo mágico. Tanto alboroto por una pepita de oro. -Se guardó la joya en el bolsillo con una sonrisa burlona mientras se acercaba más. Hiten copio sus movimientos-. Nunca me has caído bien, Kag. Siempre te has creído mejor que nosotros, más inteligente, pero no lo eres. Nos has fastidiado demasiadas veces.

Atacó, pero yo fui más rápida. Tomé las pinzas ignorando el calor ardiente en mis palmas y golpeé su rostro con ellas. El olor nauseabundo a carne quemada llenó la habitación y Manten se tambaleó hacia atrás. Hiten avanzó para atacarme, pero intenté golpearlo con las pinzas. Se detuvo justo a tiempo, contorsionado por la furia.

-¡Quédate atrás! -Agité las pinzas hacia él para asegurarme-. ¡No des ni un paso más!

-Te cortaré en pedazos, joder -Manten atacó de nuevo, pero lo esquivé agitando las pinzas sin parar. El cuchillo de Hiten rozó mi cara. Retrocedí pero Manten estaba allí. Su mano sujetó el extremo de las pinzas y me las arrebató con fuerza bruta.

Estiré la mano hacia la bolsa de arena y guie desesperada el patrón hacia sus ojos… lejos de los míos.

Hiten gritó cuando la arena se alzó en una ola y atacó. Tropezó hacia atrás, cubriendo su rostro con las manos, arañando su piel, intentando quitar los cuchillos diminutos de sus ojos. Lo observé con fascinación salvaje hasta que Manten se movió a mi lado. Vi algo borroso. Giré, alzando las manos en defensa propia, pero mi mente se volvió perezosa y lenta. Él alzó el puño. Lo miré. Incapaz de comprender qué quería hacer con él. Incapaz de anticipar su próximo movimiento. Luego, atacó.

Tu visión por la de él.

El dolor estalló en mi nariz y me tambaleé hacia atrás. Él sonrió, me aferró de la garganta y me alzó en el aire. Di un grito ahogado, arañé su mano y lo hice sangrar, pero no aflojó su agarre.

-Nunca he matado una bruja. Debería haberlo esperado. Siempre has sido un fenómeno. -Se acercó más a mí, sentí su aliento caliente y asqueroso en mi mejilla-. Después de que te descuartice, te enviaré con tu cerdo azul, trozo por trozo.

Luché con más vigor, las luces nublaban mi vista.

-No la mates demasiado rápido. -las lágrimas y la sangre caían en los ojos destrozados de Hiten. La arena se mezclaba con el polvo dorado a sus pies. El oro tintineó una vez más antes de desaparecer. Él se agachó para recuperar su cuchillo-. Quiero disfrutarlo.

Manten aflojó su agarre. Tosí y farfullé cuando sujetó mi pelo en su puño y tiró de mi cabeza hacia atrás para dejar expuesta mi garganta. El cuchillo encontró la cicatriz que tenía allí.

-parece que alguien se nos ha adelantado.

Puntos blancos cubrían mi visión y luché contra ellos.

-Ah, ah, ah. -Manten tiró de nuevo de mi cabello y el dolor se expandió por mi cráneo-. Otra vez no, kag kag. -Inclinó su cabeza hacia el cuchillo en mi garganta-. Ahí no. Demasiado rápido. Empieza con su cara. Córtale una oreja… No, espera. -Me sonrió, sus ojos ardían de odio-. Mejor quitémosle el corazón. Esa será la primera parte que le enviaremos al cerdo.

Hiten deslizó el cuchillo por mi garganta hasta llegar al pecho. Centré la atención en su cara asquerosa, pensando en manifestar otro patrón. Cualquier patrón. Y apareció brillando más fuerte que antes. Tentándome. No dudé. Apreté los dedos, tiré fuerte de la cuerda dorada y las brasas de la forja volaron hacia nosotros. Me preparé para el dolor, golpeé el estómago de Manten con el codo y me aparté. Cuando las brasas golpearon sus caras, mi piel ardió. Pero conocía aquel dolor podía soportarlo. Lo había soportado.

Apretando los dientes, tomé el cuchillo de Hiten y se lo clavé en la garganta, corté piel, tendón y hueso. Su grito terminó en un borboteo. Manten me atacó a ciegas, bramando de furia, pero usé su impulso para clavar la daga en su pecho… y en su estómago, su hombro y su garganta. Su sangre me salpicó la mejilla.

Cuando sus cuerpos cayeron al suelo, me derrumbé y le quité el anillo de Midoriko al cadáver de Manten. Me lo puse en el dedo justo cuando alguien llamaba la puerta.

-¿Todo bien ahí dentro?

Me quedé paralizada ante la voz desconocida, jadeando y temblando. El picaporte se movió y una nueva voz acompaño a la primera.

-La cerradura está rota.

-Hemos oído gritos. -Llamaron de nuevo, esta vez más fuerte-. ¿Hay alguien ahí?

El picaporte se movió otra vez.

-¿Hola? ¿Alguien me escucha?

-¿Qué pasa ahí?

Conocía esa voz. Confiada. Jodidamente inconveniente. Me erguí de un salto y caminé con dificultad hasta el barril de agua rogando que la puerta resistiera la fuerza de Inuyasha. Maldije en voz baja. Por supuesto que Inuyasha estaba ahí, con magia flotando en el aire y dos cadáveres ardiendo en el suelo. Me resbalé con la sangre cuando incliné el barril. El agua cayó diluyendo la peor parte del hedor. Las brasas sisearon ante el contacto y humearon un poco mientras un olor nauseabundo a quemado invadía la habitación. Incliné el barril de nuevo y me mojé también. Las voces guardaron silencio cuando el barril se resbaló de mis dedos y cayó al suelo. Luego…

-Hay alguien ahí. -Sin esperar confirmación, Inuyasha pateó la puerta. Se curvó ante su peso. Pateó de nuevo y la madera crujió de un modo ominoso. Corrí hacia la forja y bombeé los fuelles a toda velocidad. El humo del carbón llenó la sala, espeso y negro, Inuyasha rompió la puerta. Yo seguí bombeando hasta que mis ojos se llenaron de lágrimas y mi garganta ardió. Hasta que dejó de olerse la magia. Hasta que no se olió nada.

Solté el fuelle justo cuando la puerta explotó.

La luz del sol entró e iluminó la silueta de Inuyasha entre las volutas de humo. Inmenso. Tenso. Expectante. Sujetaba su Balisarda y el zafiro brillaba a través del humo movedizo. Había dos ciudadanos preocupados detrás de él. Cuando el humo se disipó, vi mejor su rostro. Sus ojos recorrieron la escena veloces. Los entrecerró al ver la sangre y cuerpos y… al verme palideció.

-¿Kag?

Asentí, sin confirmar en mi capacidad de habla. Mis rodillas cedieron.

Él avanzo rápido, ignorando la sangre, el agua y el humo, y cayó de rodillas a mi lado.

-¿Estas bien? -Me sujetó de los hombros, obligándome a mirarlo. Apartó mi cabello húmedo de mi rostro, inclinó mi mentón, tocó las marcas en mi garganta. Detuvo sus dedos sobre la cicatriz delgada. Su máscara fría de furia se quebró y solo quedó el hombre nervioso debajo de ella-. ¿Te…? ¿Te han hecho daño?

Hice una mueca de dolor y sujeté sus manos para detener su evaluación. Las mías temblaban.

-Estoy bien, Inuyasha.

-¿Qué ha sucedido?

Rápidamente, le narré la experiencia aterradora, sin mencionar la magia. El agua y el humo habían hecho su trabajo… al igual que la carne carbonizada. Con cada palabra, su rostro estaba cada vez más rígido. Cuando terminé, temblaba de furia. Exhaló con intensidad y apoyó la frente en nuestras manos unidad.

-Quero matarlos por haberte tocado.

-Demasiado tarde -dije débilmente.

-Kag, yo… si te hubieran hecho daño… -Alzó sus ojos hacía los míos y, una vez más, la vulnerabilidad en ellos atravesó mi pecho.

-¿Cómo…? ¿Cómo has sabido que estaba aquí?

-No lo sabía. Venía a comprar uno de tus regalos de Navidad.

-Hizo una pausa y movió la cabeza para indicarles a los dos ciudadanos que se marcharan. Aterrados, salieron corriendo por la puerta sin decir una palabra-. Un cuchillo.

Lo miré. Quizás era la adrenalina que aún latía en mi cuerpo. O que él había desobedecido al arzobispo. O que me había dado cuenta desgraciadamente de que tenía miedo. Que esta vez de verdad tenía miedo.

Y necesitaba ayuda.

No. Lo necesitaba a él.

No me importaba la razón.

De rodillas en aquel suelo sangriento, rodeé su cuello con mis brazos y lo besé. Él se apartó por una fracción de segundo, sorprendido, pero luego aferró la tela de mi capa en mi espalda y me aplastó contra él, con la boca brusca e incesante.

El control me abandonó. Por más cerca que Inuyasha me sostuviera, quería más. Quería sentir cada centímetro de él. Lo aferré con fuerza y moldeé mi cuerpo a su forma rígida… a la expansión amplia de su pecho, de su estómago, de sus piernas. Con un gemido bajo, él quitó las manos de mis muslos y me alzó. Rodeé su cintura con mis piernas y me recostó en el suelo, haciendo más profundo el beso.

Algo cálido empapó la espalda de mi vestido y me aparté abruptamente, tensa. Miré a Hiten y a Manten.

Sangre.

Estaba recostada sobre su sangre.

Inuyasha lo notó en el mismo segundo que yo y se puso de pie de un salto, alzándome con él. Dos manchas rosas cubrían sus mejillas y parecía agitado.

-Debemos irnos.

Parpadeé desanimada cuando apareció la realidad gélida y el calor entre los dos se enfrió. Había matado. De nuevo. Hundiéndome en su pecho, miré hacia donde yacían Hiten Y Manten. Me obligué a mirar sus ojos fríos y muertos, clavados en el techo, sin ver. La sangre aún brotaba de sus heridas. Las náuseas sacudieron mi estómago.

Vagamente consiente de que Inuyasha se apartaba, bajé la vista hacia mi capa. El terciopelo blanco estaba destrozado: manchado de rojo de forma permanente.

Dos muertes más. Dos cuerpos más que dejaba a mi paso. ¿Cuántos se unirían a ellos antes de que no pudiera hacer nada más?

-Toma. -Inuyasha colocó algo en mi mano inerte y rodeé el objeto instintivamente con los dedos-. Un regalo de Navidad adelantado.

Era el cuchillo de Hiten, aún resbaladizo por la sangre de su dueño.

De mi hogar.

Continuara…

Pd: gracia por sus comentarios xD

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