N/A: Saludos y bienvenido/as a mi nuevo proyecto. Tenía tiempo de querer publicar un fic de esta serie, pero no me atrevía a hacerlo. Es más, tan cobarde llegué a ser, que tengo un fic de más de cien mil palabras en un borrador esperando a ser subido algún día. No obstante, quisiera empezar aplanando el terreno con un proyecto fresco.

Este fic se podría entender como un semi-AU por el hecho de que respeta varias directivas del canon, pero está muy cargado de OCs y conceptos que venía acarreando conmigo desde hace mucho tiempo. El cambio más relevante que quiero hacer (y que van a notar al instante), es que abolí el concepto de que hubo como veintiocho reinas antes de Skywynne, porque sinceramente me parece una locura querer ampliar un lore tan basto (tan sólo entre Lyric y Star debería haber como ochoscientos años de diferencia, según mis cálculos).

Esto es una PRECUELA (sí, bien merecidas las mayúsculas) de la serie original. Los personajes vistos en la serie están a muchos siglos de nacer, y los pocos personajes canónicos no aparecieron en la serie (excepto por Moe, que tuvo un pequeño cameo).

Si alguien por acá leyó mi primer fic, ya sabrá que soy de esos locos obsesionados con la cultura romana y su organización político-militar; este proyecto se basa muchísimo en ello. Además, mi estilo de redacción es en presente y dividiendo la narración en perspectivas de los personajes. Voy a tratar de no irme por las ramas en descripciones, especialmente de batallas, dado que tengo la mala costumbre de irme demasiado hacia la acción; en esta ocasión quiero centrarme más en el desarrollo de los personajes.

A quien agradezco desde el vamos es a mi novia, que me ha apoyado desde que comencé a escribir. Ella es la primera en leer mis borradores y decirme todo lo que debería corregir, amén de que me impulsa a publicar para esta página.

Sin más que decir, disfruten:


IMPERATOR

Capítulo 1:

Perspectiva: Narrador

Mewni: 33 a.S (Antes de Skywynne)

El mundo se encuentra en una situación deplorable: han pasado cuarenta y dos años desde la batalla del río Mewni, donde la antigua reina Moe empató contra las fuerzas del temido rey Dominetórix Lucitor. Lastimosamente, el armisticio no ha hecho más que deteriorarse; debido a la nigromancia de los Lucitor y su altísima industria metalúrgica, todos los reinos de la superficie tienen que pagar tributos para persuadir al rey de iniciar una cruzada de avasallamiento, que podrá solventar a base de resucitar soldados enemigos como levas de no-muertos para su gloria, amén de su (ya de por sí) enorme legión demoníaca.

Los hombres de Dominetórix son terribles; asaltan a cualquier asentamiento o caravana que no esté bajo su protección, matan y violan hasta el hartazgo, y presionan a los monarcas de la superficie para llevarse a sus súbditos más destacables.

Soupina, hija directa de Moe, ha mantenido el reino Butterfly seguro y alimentado gracias a su varita. Su ejército, si bien está más débil que nunca, sigue acunado por las grandes murallas que recubren la capital y por la magia de su reina. Empero, los Lucitor también demostraron su poder cuando asesinaron a su esposo estando ella embarazada. Para más inri, su única progenie no sería otra que un varón al que llamó César, lo que resquebraja la idea de la antigua reina Moe de mantener el liderazgo de la casa Butterfly en un perpetuo matriarcado.

Hoy, año treinta y tres Antes de Skywynne, el joven príncipe César está en sus dieciocho años, esperando el momento para ser digno de ascender al trono del Reino Butterfly.


Perspectiva: César

Llevo todo el día encerrado en la biblioteca de mamá. El único farol del que me valgo para alumbrarme en un sitio tan oscuro parece estar en aras de quedarse sin aceite por décima vez en el día.

—Viene alguien —me avisa Glossaryck con su tono desganado.

Me levanto de golpe; escondo el libro que estoy estudiando entre una pila de manuscritos sobre el escritorio y me tambaleo con la linterna medio-muerta hasta el atril donde reposa el Gran Libro de Hechizos. Para mi fortuna, la visita no es mamá, sino mi prometida: Willow, la paje de mi madre, que ingresa con un plato de comida, atraída por mi tenue luz.

—Amor, aprovecha que está caliente —me sonríe con esa boca de perlas, tan hermosa como siempre.

—Muchas gracias —le devuelvo la sonrisa, haciendo el mayor esfuerzo por no verme nervioso.

Tomo el tenedor enterrado en el puré y me dispongo a comer parado. Willow es tan considerada que incluso picó mis bifes en pequeños trozos para que pueda comer sin sentarme. Aún así, soy consciente de lo mucho que eso le disgusta.

—Cariño —me llama tras un breve silencio al verme comiendo así—, ¿por qué no vamos al comedor y lo haces ahí, sentado y tranquilo?

—Es que pierdo la noción del tiempo aquí —murmuro sin apartar la vista de mi comida—; el Gran Libro de Hechizos es muy complejo, incluso si sus únicas autoras son mamá y mi abuela.

Conversamos hasta que termino la comida en mi plato; ella insiste gentilmente en que deje la biblioteca y pasemos la noche juntos, pero consigo controlar mis tentaciones. Una vez que se va resignada, Glossaryck sale de su libro y me dedica su clásica mirada desaprobatoria:

—¿Por qué estás tan ensimismado en ese libro polvoriento, chico? —me cuestiona y suspira—. Qué lástima, haber perdido a tu padre y que la reina ya no pueda concebir una hija.

Desde que tengo memoria, este enano azul ha sido un mezquino conmigo. La única razón de esto es porque soy varón y, al ser hijo único y no tener tías ni primas, soy el único posible heredero al trono.

—Es por esa mentalidad que Mewni está como está —lo rebato—. Como sea, gracias por avisar.

Vuelvo a mi escritorio para continuar mi investigación; la estrategia militar es algo que mamá no quiere que aprenda, pero yo sé que la necesitaré, pese a que aún no sé cómo aplicarla. Lo único que sé es que tarde o temprano la falsa paz caerá, y mi deber como rey será sobrevivir a ese periodo tan oscuro desde aquí.


Perspectiva: Soupina

Una vez más, mi hijo no se presentó al comedor para cenar juntos. Suspiro con tristeza, pero no me detengo en mi obra: esta sopa es la cena perfecta para muchos súbditos necesitados.

—Majestad —me interrumpe una voz grave y masculina—, ¿me permite robarle un instante?

Llega al comedor comunitario mi querido Gerard Bloodworth, Gran Mariscal del reino y la única persona en la que confío después de Glossaryck. Él sonríe con ese rostro de tez morena que refleja un historial de batallas en cada cicatriz.

—Por favor, querido —señalo la silla que está a mi lado sin dejar de revolver el gran caldero.

Él niega ladeando su mano. Mientras esto pasa, levanto mi cucharón y lleno unos cuantos platos de sopas entre las manos de mis hambrientos ciudadanos.

"Gracias, mi reina", murmura una niña con harapos.

Sigo trabajando en mi sopa; los niños, las madres y los ancianos van primero siempre.

—Aunque no me guste, estoy aquí para hacerle llegar esto. —Lentamente escurre un pergamino de su cinturón, que acaba extendido frente a mí en el lugar— Es una notificación tributaria, o como ellos le dicen, "petición de donación".

Suspiro angustiada y me dispongo a leer lo que se "pide amablemente" para este cuatrimestre: mujeres, pieles, y mucho maíz.

—Lamentablemente, los Lucitor carecen de cualquier semejanza a los modales —gruñe a mi lado—; es mucho pedirles que envíen su correspondencia en horas apropiadas.

Enrollo el documento y le regalo una sonrisa gentil.

—No te preocupes, Gerard. Ya estamos más que acostumbrados, ¿o no?

Me detengo por un instante y beso la mejilla de mi querido soldado. Él se queda por una hora más conmigo, hasta que la sopa se termina y regreso a mis aposentos bajo su protección. Cuando llegamos, me encierro en mi habitación, tomo asiento y enlisto las órdenes que habrán de ejecutarse para mañana al mediodía, sin importar que la hora sea impropia para ello:

«Veinte carretas de maíz, un kilo en pieles…»

Mi pluma se detiene ante una petición que destaca del montón: "una sirvienta de la realeza entre dieciocho y veinte años, que no haya intimado". Trago saliva; mi tensión arterial se dispara. La única mujer en el reino que cumple con esas características es Willow, mi paje y prometida de mi hijo. Es entonces cuando entiendo la terrible situación: he de entregar al amor de mi hijo y su felicidad, amén de perder a mi sirvienta más querida, o desencadenar un conflicto contra los Lucitor.

"¿Puedo pasar?", una voz masculina ingresa en mi habitación de pura madera.

—Gerard, esta noche yo no… —intento encontrar alguna excusa, pero él se pone detrás mío y comienza a masajear mis hombros con esas poderosas manos—... yo… no puedo…

—Tranquila, Soupina —me susurra al oído para descargar una lenta ráfaga de besos en mi cuello—. Deja eso para mañana, quiero dormir contigo esta noche.

Muerdo mi labio inferior y ladeo la cabeza para su lado; él sostiene mi cabellera rosada con amor y también cierta rudez. Lo beso apasionadamente, con grandes atisbos de lujuria, y entre manos y labios acabamos en la cama.


Perspectiva: César

No recuerdo cuándo fue que caí dormido, pero despierto con el Aquilifer bajo mi brazo derecho. Le dedico un último repaso a la parte en la que me había quedado, la cual documenta algunas piezas de armamento que usaba esta extraña civilización ficticia. Para peor, los nombres están en un idioma desconocido -o cuanto menos ajeno a las cortes actuales, pues este libro fue traducido anónimamente-.

—Fabuloso, despertó el princeso —me saluda Glossaryck, que emerge a mis espaldas del Libro de Hechizos— ¿Te apetece aprender algún hechizo para cuando estrenes la varita?

—Por décima vez esta semana, NO —respondo tajante sin dedicarle mirada alguna.

Uso el viejo espejo del lugar para ajustar mi ropa y pasar un paño húmedo por mi rostro. Necesito estar tan presentable como sea posible, o mamá empezará con sus sermones.

—Bueno, ya sabes lo que quiero ahora —me sigue dando charla—, tu parte del trato.

—A eso voy, iré a traerte tu dichoso pudín —suspiro entre tanto que le doy forma a mi melena castaña.

Luego de veinticuatro horas sin ver la luz del sol, finalmente me baño de ella para ir a la cocina. Para mi infortunio, sin embargo, el viejo Gerard está al acecho en cada puerta. Cuando siento sus pisadas tras de mí, sé bien que va a fastidiarme también.

—¿Por fin el hambre te sacó de tu madriguera, príncipe? —me llama con voz seria, aunque no necesita entonar para que me dé cuenta que me está vacilando.

—Es para Glossaryck —respondo seco—. ¿Has visto a mamá?

—Ocupada sirviendo los tributos al reino Lucitor. Lo sabrías si te tomases más en serio la política de tu reino. —Camino por su lado ignorándolo, pero su brazo fornido y cubierto de acero detiene mi avance— César, ¿cuándo vas a madurar?

—Déjame pasar —espeto sin hacer contacto visual.

Él me suelta, pero puedo oírlo murmurar algo: "igual que su padre…"

Glossaryck está sobre las páginas de su tonto libro afeitándose las piernas con una minúscula navaja de barbero.

—Toma tu pudín —pronuncio con desgano.

Él solo asiente y se lo dejo a un lado del atril para no interrumpir su rutina. Estiro mis extremidades un poco y vuelvo al Aquilifer para seguir investigando, lo que irrita visiblemente al enano.

—En serio, tienes el libro más importante de Mewni al lado —pronuncia con la boca llena de pudín; traga y sigue—, y aún así, ¿prefieres un tonto manuscrito que ni siquiera es natal de tu mundo?

—Creía que era una obra de ficción solamente —volteo sorprendido, aunque me arrepiento, dado que él sigue con esa asquerosa rutina de piernas.

—No, es un poco más complicado —responde incómodo, como si hubiera metido la pata al decir eso—: el Aquilifer es una traducción de varios manuscritos de…

—¿De? —lo sigo impaciente.

—Sin combustible —se encoge de hombros con una sonrisa traviesa—. Si quieres saber más, lee un par de páginas de MI libro.

Chasqueo la lengua frustradamente y me dispongo a revisar su dichoso libro de hechizos.

—Pero deja de llenarlo con tus… vellos mágicos —murmuro.


Perspectiva: Soupina

Tras alimentar con desayuno y almuerzo a mi gente, descanso en mi sala del trono. Ingrata es mi sorpresa cuando el general Tharvion se presenta ante mí. Es un demonio de tes verde y robusta, obeso, con gran mentón y colmillos que salen de su boca en lugar de cuernos. Viste con las piezas inferiores de una armadura, pero su asqueroso torso está desnudo, sólo cubierto por una capa con el símbolo Lucitor en su espalda.

—En el nombre de mi señor, el poderoso Dominetórix Lucitor, le hago llegar un cálido saludo de un aliado a otro —parafrasea en una reverencia mal ejecutada.

—Ahórrate las falsedades —lo rechazo tajantemente—. Anoche me llegaron las peticiones de Dominetórix y las cumplí por cuanto pude en tan poco tiempo.

Chasqueo los dedos y Gerard trae las materias primas sobre una carretilla.

—Bien… muy bien… —Tharvion muerde una mazorca y tantea la calidad de una piel—. Con esto ya tenemos lo más importante. Ahora, ¿dónde está la mujercita?

—Tendrás que decirle a Lucitor que modifique su petición —respondo sin atisbo de miedo—; yo no tengo a nadie que cumpla con esas características.

El maldito demonio se enrojece de ira, pero luego recupera su color y comienza a reír:

—Supuse que se resistiría, mi señora —carcajea sin flaquear su postura, ni siquiera ante mi mariscal—. Mi amo dijo que de ser así, debía ser más específico: queremos a la paje de la reina, esa tal "Willow".

Gerard se interpone entre los dos:

—Eso no va a ocurrir —espeta con su mano sobre la empuñadura de su espada—, ella es la prometida del príncipe.

—Prometida o no, es de baja cuna —insiste aún sonriente—, y el amo no la reconoce dentro de la casa Butterfly.

—Tu amo no decide quién es Butterfly o no —Gerard insiste en su desafío—; esa es decisión de mi reina y de nadie más.

—Oh, pero ella aún no está casada, ¿verdad?

Trago saliva ante la sorprendente demostración intelectual de este energúmeno; efectivamente, los Lucitor han mejorado su comprensión de las políticas extranjeras.


Perspectiva: César

Al principio me parecía un despropósito, pero viendo algunos hechizos de mi abuela Moe, he de admitir que la magia de esa varita sería una gran herramienta.

—Oye, esto me empezó a gustar —ojeo una página sobre animar soldados de terracota—. Lo único que no me gusta es… eso de estar bailando para lanzar los hechizos.

—Quizá con práctica y esfuerzo, podrías omitir esa parte algún día —me dice Glossaryck, quien por primera vez actúa realmente amable conmigo.

De repente, alguien irrumpe en la biblioteca. Ladeo la cabeza con el candelabro en una mano para iluminar más allá del atril. Willow emerge de las sombras con un rostro de absoluto pavor:

—Amor… necesito esconderme —murmura entre lagrimas.

Me acerco a ella y acaricio su mejilla, sin poder entender lo que ocurre. Busco alguna respuesta en Glossaryck, pero él se ve tan confundido como yo.

—Los hombres de Lucitor quieren llevarme —confiesa con su voz quebrada.

Me dirijo al gran zaguán que habilita la biblioteca y lo cierro con todas sus trabas.

«Debo asegurarme de que nadie ingrese», pienso, pero el azul me cuestiona como si leyera mi mente:

—¿Cuánto tiempo crees que podrás quedarte aquí?

—El que sea necesario —respondo sin apartar la vista del zaguán.

—No tienen agua, comida, ni armas, y esas velas tarde o temprano se apagarán.

Volteo a verlo pensativo; escruto con pesar el rostro angustiado de mi prometida y siento que algo me impulsa, quizá la sangre de mi padre.


Perspectiva: Gerard

Tengo un gran deseo de cortar esa cabeza verde y hacerla rodar por la sala del trono. El maldito de Tharvion insiste, impulsado por el sadismo de ver cómo nuestro príncipe pierde a su amada.

—Mariscal, se te ve muy nervioso —el cabrón se burla de mí.

Volteo hacia Soupina; sé que ella y su varita son la garantía de que no correrá sangre dentro del castillo.

—Mi señora, apele a la voz de la razón —insiste el demonio—; una plebeya no puede valer tanto como para desencadenar una guerra entre nuestras patrias.

Mi reina suspira y desenfunda ese poderoso artefacto mágico que antaño fue de su madre. Su vista se pasea por la varita, seguramente barajando todos los escenarios posibles.

—He llegado a una decisión —alza la mirada con aspereza—... General Tharvion, yo-

Una patada separa las puertas de fina madera; frente a nosotros irrumpe el príncipe, cuya mirada decidida permanece incluso ante la desaprobación de su madre.

—No van a llevársela —vocaliza con dominancia—, hágase olvidar. Dígale "adiós" a esa idea.

El general extranjero me da la espalda con toda seguridad:

—Oh, pero si es el joven príncipe, César —finge un tono amistoso—, vaya nombre, no cabe duda que tu padre era todo un erudito.

El príncipe camina hasta quedar frente a frente; nunca lo había visto en esta faceta.

—Tiene que haber una solución…

—Quizá la hay… ¿por qué no lo arreglamos con un duelo?

—¡No! —interrumpe la reina, que se levanta con desespero.

Extiendo mi brazo hacia ella para indicarle que no intervenga; el príncipe tiene derecho a interceder por su prometida, y un duelo es mucho mejor que una guerra.

—De acuerdo… si yo gano, te irás con la carretilla y nada más.

—Bien, lo haremos en público, con armas de verdad, no de entrenamiento —agrega irreverentemente.

Yo intercedo tomando al tipo del hombro para voltearlo hacia mí otra vez:

—Tú no decides nada, amigo. El duelo se hará aquí, bajo nuestro términos. —Ambos nos sacamos las máscaras de formalidad y con nuestras expresiones nos decimos cuánto querríamos luchar ahora mismo— Es eso, o quizá quieras pelear conmigo.


Perspectiva: César

Mi futuro oponente me sonríe y extiende su mano sin más. Acepto el apretón y sellamos el duelo.

—Volveré a las tres de la tarde para el duelo.

—En la plaza será —asiento y me hago a un lado para que se retire—, y con armas de verdad.

Mi madre me dedica una mezcla de miedo, ira y decepción en sus ojos, pero Gerard, por primera vez, parece "orgulloso" de lo que hago.

—Ha sido una estupidez —me increpa mamá—, una estupidez que te podría costar la vida, César.

Suspiro algo apenado, pero no hay vuelta atrás.

—Dominetórix quiere desmoralizarnos, eso es todo. —Gerard desabrocha su espada enfundada de su cinturón y me la otorga sin más— Habría hecho lo mismo en tu lugar; el reino sería incapaz de costear una guerra en este momento, mucho menos por una sola persona. Lo único insensato que hiciste fue ofrecer la plaza para el duelo; desmoralizarás al pueblo si pierdes en público.

Suspiro y sostengo el arma de su funda y empuñadura. No tengo idea de cómo usar una espada.


Perspectiva: ?

Recorro los mercados encapuchada, cubriéndome del ojo público y el sol de la tarde. Tanteo las plantas de una pequeña herboristería con el deseo de dar al fin con las hojas de lúpulo que necesito.

—Válgame, qué hermosas uñas tiene, señorita —me dice una chica más joven que yo, que ha notado mi esmalte negro.

Asiento sin más y saco unas monedas de mi monedero. Empero, una turba de gente se aglomera en la plaza. Volteo para discernir qué podría estar pasando, pero solo puedo distinguir el rostro de un joven de tez pálida y frondosa cabellera marrón.

—¿Qué está pasando ahí?

—Ah, de hecho… —la chica asoma la cabeza por encima del mostrador—... ¿El príncipe?

«Entonces, él es el famoso príncipe Butterfly», pienso con mis ojos clavados en su silueta delgada.


Perspectiva: César

Mi madre y Gerard se posicionan a un lateral como mis testigos, mientras que Tharvion tiene a un par de esqueletos detrás suyo. Él exhibe su hacha de guerra como arma elegida, mientras que yo desenfundo la cómoda espada de nuestro mariscal.

—Quiero ver de lo que es capaz un príncipe —me sonríe desafiante.

Willow está junto a mamá, tan expectante y preocupada como ella.

El duelo comienza: me pongo en guardia y espero a que él me dé el primer ataque. Tharvion carga un poderoso hachazo sobre su espalda, pero lo esquivo; el hacha golpea las baldosas de la plaza y logra astillarlas. Intento recuperar mi equilibrio y dirigir mi espada, pero el general levanta su hacha y emite un ataque horizontal con maquiavélica facilidad, como si el enorme arma no pesara nada.

—Tu padre cuidaba el cuerpo tanto como la mente —me dice aún blandiendo su hacha—, pero tú…, ¡tú ni siquiera sabes cómo sostener una espada!

Él carga un hachazo que viene por mi izquierda, pero esta vez intento bloquearlo con la hoja de mi espada. El golpe es tan duro que me arroja a un costado. Me levanto como puedo, sólo para recibir un rodillazo en la cabeza. Aunque no me desmayo, el golpe me aturde lo suficiente como para hacerme soltar la espada. Todos mis súbditos contemplan decepcionados la escena.

—¿Y bien? —él me da la espalda— ¿Dónde está la jovencita?

Esto es suficiente para despertar la desesperación en mí; me abalanzo hacia él y lo capturo del cuello, pero él fácilmente me arranca de su cuerpo y estampa el mío contra las baldosas. Tharvion sonríe sádicamente y tira su hacha; me mantiene en el suelo con un brazo, y forma un puño en su mano libre.

—Hoy vas a recibir la lección más importante de tu vida, príncipe.

Recibo una seguidilla de puñetazos al rostro que se sienten como ser apedreado. La sangre no tarda en manchar el puño del general, pero mi madre intercede y detiene el duelo. Los Lucitor se alzan victoriosos una vez más…, y mi querida Willow es forcejeada por los esqueletos de Tharvion; la escucho gritar antes de desmayarme.


Perspectiva: Gerard

Me acabo de llevar un regaño importante y hasta una cachetada por parte de Soupina. No es de extrañar que una mujer tan benevolente rechace la violencia, especialmente si ésta se relaciona directamente con su único hijo. Por su lado, César lleva un par de horas inconsciente. Recibió toda la atención médica que su madre pudo conseguir en tan poco tiempo, y ahora ella no se aparta de su habitación, esperando a que despierte.

"¡Señor!, puedo oír la voz de un joven; el soldado Tancrede, una joven promesa del reino, se detiene y me ofrece nuestro saludo militar.

—¿Qué pasa, muchacho? —pregunto con cierta agitación, dadas las circunstancias.

—El tesorero me mandó a preguntarle si usted podría firmar unas planillas presupuestales.

Alzo una ceja ante semejante petición; con todo lo que pasó, y en un momento como este, me piden algo así:

—Dile al imbécil del tesorero que se vaya a la-

Un estruendo me hace voltear hacia los aposentos del príncipe; ahí está él, que camina rápido y cabizbajo, dándole la espalda a su madre.

"¡César!", lo llama ella inútilmente; no hay cómo detener su paso.

Comienzo a perseguir al príncipe, dado que no deseo más problemas con la reina.

—¿A dónde vas, César? —le pregunto a sus espaldas.

No hay respuesta de él, más que empezar a correr.


Perspectiva: César

"¡No puedes huir de la realidad, César!", escucho el llamado del mariscal, pero no me detengo. No sé a dónde voy ni por qué, pero necesito algo que calme todo este dolor. Los ciudadanos que me reconocen me ven de muchas formas; ninguna es buena, lo que hace arder mis mejillas. Los guardias que custodian la puerta intentan detenerme gentilmente, pero los ignoro y entreabro el único acceso a la capital del reino para huir hacia ningún lugar. A estas alturas no volveré a encontrar a Willow; la he perdido para siempre, y esto me duele aún más que las heridas. El atardecer se cierne sobre mí, lo que me permite mezclarme con un enorme campo de maíz. Caigo de rodillas sobre la tierra y comienzo a sollozar. Siento que no me queda nada, ni siquiera la dignidad.

"Fue muy injusto lo que te hicieron, príncipe…"

Una mano pálida se posa sobre mi hombro; esas uñas largas y pintadas de negro se graban en mi memoria con fuego.

—¿Quién eres tú? —volteo a verla con el rostro hecho un embrollo de lágrimas e inflamaciones— Disculpa, ¿es tu… granja?

—No, descuida —me sonríe—, solo soy una turista.

—Pues, vaya momento elegiste para conocer mundo —me seco el rostro con la manga de mi camisa y suspiro—. Lamento mucho mostrar esta faceta tan patética.

Ella acaricia mi cabeza por algún motivo. Escruto su figura; parece estar rondando los treinta, con una cabellera simétrica y bien cuidada de un fuerte color azul marino que contrasta con su palidez hasta sus hombros, excepto por una mecha blanca que sobresale de junto a su flequillo. Sus curvas están cubiertas por una caracalla discreta.

—¿Te gustaría vengarte? —me pregunta con esa tranquilidad que ahora resulta inquietante.

Un silencio incómodo nos rodea… esta mujer solo apareció de la nada, y para mi sorpresa y horror, ella pone su helada mano en mi mejilla:

—Yo puedo serte útil, príncipe.

Una sensación quemante se pasea por mi rostro. De un momento a otro, mis heridas desaparecen.

—Tú eres una… bruja…

—Mejor aún —ella se acerca a mi oído y susurra—: yo soy la responsable de que todas hayan muerto hace una década.

La miro estupefacto; esta mujer es responsable de una infinidad de sufrimiento y la destrucción de una cultura entera.

—Soy Morgana —ella ofrece su mano para levantarme.

—Yo soy-

—César, sí —ella mantiene su sonrisa y de un jalón me obliga a incorporarme—, tu familia es reconocida en todo Mewni.

Miro a mi alrededor; todo es demasiado tranquilo para estar frente a una de las mayores traidoras de la historia.

—Los Lucitor vendrán para cazarme —su rostro se acerca insolentemente hasta quedar a centímetros del mío—. Príncipe, ¿quieres hacer una locura? ¿Quieres demostrarle a los Lucitor quién es César Butterfly?

Llevo años estudiando el libro que tanto amaba mi padre; años encerrado en una biblioteca, absorbiendo todo ese conocimiento que no sabía cómo volcar en mi realidad. Ahora, frente a esta mujer, habiendo perdido un pedazo de mi corazón y alma junto con Willow, encuentro un nuevo amor para llenar el vacío que ella dejó: venganza.