N/A: Buenas a la poca gente hispanohablante que me está leyendo. Estuve viendo que la mayoría de lectores en esta categoría son yankees; supongo que llegué demasiado tarde al fandom hispano de SVTFOE :(
To English readers: Thanks for giving this fic a chance, even if it isn't understandable for you guys. Unfortunately, I won't write an English version of any fic I'll write, since it isn't my mother tongue, and I don't have any experience with English literature, much less writing. However, thank you so much. :)
Y si algún hispano me lee, le agradezco mucho por llegar hasta acá. Si me deja un comentario en el fic me haría mucha ilusión, sería agradable saber que el fandom hispano sigue vivo en algunas personas.
Una vez más agradezco a mi novia por las correcciones ortográficas (aunque esta vez no encontró, ¡yupi!).
Disfruten:
Capítulo 3
Perspectiva: César
Llevo todo el día encerrado en mi habitación bajo llave. Lo único que puedo hacer es sentarme y contemplar la ciudadela desde la ventana, que también está bloqueada. Una vez caída la noche y sin ver una posibilidad de escape (más allá de romper la ventana y hacer que todo el ejército me persiga), escucho que alguien abre la puerta, seguido de varias pisadas. Cuando asomo por mis sábanas, ahí están dos de los reos que recluté:
—¡Príncipe! —exclama uno, y el otro le da un tortazo en la nuca para que baje su volumen.
—¿Cómo llegaron hasta aquí? —susurro entre tanto que abandono mi cama.
—Noqueamos algunos guardias hasta conseguir la llave y su ubicación, señor —el otro me responde.
—Su ejército está íntegro y sin bajas —le sigue su compañero—; el resto se quedó en el sur más allá de las granjas para vigilar si vienen los Lucitor.
Asiento bastante sorprendido por estas muestras de lealtad; significa mucho viniendo de un montón de delincuentes.
—Bien, esto es lo que haremos —busco una lista que hice ayer y se las entrego—: hablen con los artesanos que contraté y díganles que sigan fabricando.
Ellos se miran al unísono antes de cuestionarme: "¿Y usted?"
—No puedo irme todavía —reclamo la llave que obtuvieron—; liberaré a Morgana y sólo entonces nos reuniremos con ustedes.
Ellos no hacen más que inclinarse en reverencia y dejarme solo. Seguramente pensarán, "este tipo está loco", dado que los guardias no tardarán en notar lo que hicieron, pero no importa. Vuelvo a cerrar la puerta, escondo la llave bajo un tablón de madera suelto y me acuesto de nuevo. Pasada media hora, Gerard irrumpe con mala actitud en mi aposento, tal y como me esperaba; sigo fingiendo estar dormido mientras que él tontamente revisa mis cosas cuidando no despertarme. Cuando está lo bastante distraído, recojo el candelabro de bronce junto a mi cama y se lo tuerzo en la cabeza de un mazazo. En cuanto cae inconsciente, afano su espada sin remordimiento y me dispongo a buscar a Morgana.
Perspectiva: Soupina
Tharvion se zampa un plato de sopa; empero, me sigue desaprobando con la mirada.
—Tu hijo pasó un límite muy bien definido, Soupina —esgrime con impertinencia—. Cuando el amo Lucitor se entere…
—No quedó ni un solo soldado tuyo en pie, todos murieron durante la refriega —me dirijo a él, pero mis ojos están clavados en esa bruja que yace acurrucada sobre el suelo rocoso de la mazmorra—. Podría matarte ahora mismo y arreglar todo para que parezca un asalto de bandidos, nada difícil para un monarca.
Me acerco a los garrotes que custodian a Morgana y pateo una pequeña roca hacia ella.
—¿Qué quieres? —murmura como si realmente la hubiera despertado.
Oí hablar de ella hace doce años, cuando los druidas y las brujas estaban en guerra por razones no esclarecidas, dado que ambas facciones eran nómadas. Por algún motivo, esta mujer discrepó tanto de sus hermanas que hizo alianza con los sacerdotes druidas y les ayudó a matarlas a todas en una sola noche. No obstante, cuando consumó su traición, se dice que robó el único manuscrito druídico y se echó a la fuga. Toda su vida ha sido así, huir de todas partes porque nadie quiere recibirla.
—¿No me tienes miedo? —pregunto con voz monótona.
Ella no responde y eso me frustra bastante.
—¿Cómo hacemos, mi señora? —Tharvion nos interrumpe con su teatro de sirviente.
—Tú dímelo, gran imbécil —doy media vuelta y procedo a retirarme—. Una noche entre las ratas seguramente te hará pensar en una mejor solución que la mía.
Perspectiva: Morgana
«Vieja estúpida», pienso tras oír la puerta de la mazmorra cerrarse.
…
Me quedo dormida y al despertar no tengo noción de cuánto tiempo ha pasado, pero una silueta esbelta está parada frente a mi celda.
"¿César?", murmuro frotando mis ojos.
La celda se abre y él me ofrece su mano; lo acepto sin dudarlo. Tal y como lo esperaba, ha vuelto por mí.
—Tenemos que huir —enuncia nerviosamente, más por el temor a ser descubierto que por el de abandonar su reino.
—César, estás cometiendo un error —Tharvion se apoya en sus garrotes—: esa bruja es una delincuente, una marginal. Si la sigues, vagarás por el resto de tu vida, sin nadie que te quiera cerca.
Intento hacer que sigamos nuestro camino, pero él insiste en dar media vuelta:
—Yo recuperaré a Willow —asevera y golpea los garrotes sin mostrar dolor—, no me importa si debo abandonar a mi madre y la corona, porque te juro que soy capaz de quemar el mundo entero por ella.
Ahora sí, César me alcanza una vez más y nos largamos. Conseguimos unos sobretodos hechos del mismo material que los costales de papas; cuando estamos a punto de atravesar las puertas de las murallas, se oye un tremendo bullicio: "¡Vienen en camino!", "¡Es enorme!". Los reos que reclutamos han vuelto como fieras. Los guardias abren a prepo y los dejan pasar:
"¡¿Qué pasa?!", pregunta un soldado rubio.
"¡Viene una legión a la ciudadela!", advierte el más viejo de ellos, "mil demonios y cuatro mil esqueletos, ¡es una locura!"
César se arranca el disfraz y hacemos acto de presencia. Puedo ver al joven príncipe actuar como un adulto nuevamente; temerario y contundente, él es un chico que sabe hablar, pero por sobre todo, sabe hacer.
«Será un gran rey», me permito pensar entre tantas voces que se escuchan al mismo tiempo en el sitio.
Perspectiva: Abbeas
Arrojo una pila de libros fuera de mi escritorio. Es increíble que con una biblioteca tan extensa a mi disposición, aún siga sin poder descifrar la magia de Morgana. Localizarla es lo único que puedo hacer, pero no soy capaz de oírla ni verla desde mi bola de cristal. Para más inri, no hay ninguna señal del imbécil de Tharvion, por lo que asumo ha fracasado.
"Revela lo que está oculto", recito frente a la bola de cristal: Morgana está ubicada en lo que según un viejo mapa debería ser un calabozo.
«Maldito devorador de albóndigas», lo insulto en mis entrañas, dado que esto confirma el fracaso de Tharvion. La única forma de recuperar a Morgana es asaltando la capital Butterfly con una legión. El problema es hallar la forma de que mi padre me conceda tal permiso.
«Nunca va a darme el visto bueno…»
En cada lado de mi escritorio hay un cuchillo y un saco de monedas respectivamente. Dado que matar a mi padre no es opción (ni aunque quisiera, dado que es virtualmente invulnerable), la única alternativa es reunir a cuantos soldados mi dinero pueda comprar. Me levanto sin más y recorro el castillo de piedra volcánica en busca de algún rostro inescrupuloso. Por fortuna me cruzo con el mariscal Belias, que encabeza una entrega de carretillas con ofrendas.
—¿Otra vez jugando a la guerra, principito? —se me adelanta en entablar conversación.
—Tengo un trabajo que requiere de una legión —él camina a mi lado y minimiza mi presencia, pero capturo su antebrazo para que se quede—. Tengo mucho oro, suficiente para pagarte….
Él indica a sus demonios que sigan sin él y enseria su rostro:
—¿Cuál es el trabajo?
—Irrumpir en la capital Butterfly y capturar a Morgana.
Hay un silencio y luego Belias se echa a reír. Hago una mueca de disgusto ante su ironía.
—Atacar una capital por una sola persona es una locura. Además, sacar una legión de tu padre sin que se dé cuenta supondría un enorme trabajo.
—¿Puedes hacerlo o no?
—Quiero diez mil onzas de oro.
Pocos saben que hay un monstruo detrás de ese bello rostro; por algo es el mariscal. Sin embargo, quisiera poder detectar algún atisbo de ironía en él.
—Eso es una locura —le cuestiono—, estamos hablando de un tesoro que supera las arcas de todos los reinos de la superficie. ¡Quizá sea más de la mitad de nuestras arcas!
—Nada de eso —me ataja sin perder la calma—. Oro hay de sobra en el inframundo; diez mil onzas es lo que gasta tu papito al año en salarios para todas sus legiones.
—Pero no tengo esa cantidad ni de chiste, yo-
—Me lo pagarás en cuotas —asiente con esa sonrisa que esconde malicia.
«Todo es por ella», me repito varias veces antes de estrechar su mano. Él se compromete a partir esta misma noche, por más increíble que aquello pueda sonar. Preparo una túnica negra para encubrir mi rostro y una pechera de acero que ha de protegerme. Llegada la medianoche, intento comprobar que mi padre esté distraído; efectivamente, Willow es víctima de sus estúpidas noches de juegos de mesa. Estando libre para hacer mi búsqueda, abandono el castillo para reunirme con el mariscal y mi legión.
Perspectiva: Gerard
Despierto bastante aturdido en la habitación de César. Siento un fuerte dolor en la nuca y paso mi mano por detrás de mi cabeza; cuando veo sangre, comprendo perfectamente lo que me hizo ese mocoso con su candelabro. Camino por los pasillos apoyándome contra la pared hasta dar con algún guardia.
—¡Señor! —balbucea el joven, que no tarda en sostener mi cuerpo endeble — ¡¿Pero qué pasó?!
—El príncipe se escapó —suelto un quejido—. Necesito hablar con Soupina, necesito…
El joven Tancrede me lleva sobre su hombro hasta la presencia de mi reina y amante; el rostro de Soupina refleja su estrés y decepción, no sólo por la irreverencia de su hijo, sino también por mi incompetencia.
—Soupina —murmuro—, no encuentro palabras pa-
El príncipe irrumpe abriendo los zaguanes estruendosamente:
—¡Viene una legión en camino! —nos advierte.
Hasta la reina se levanta de su trono, como si las palabras de su hijo la abofetearan.
—Llegarán al amanecer, creemos —explica uno de esos "soldados" de César—: cuatro mil esqueletos y mil demonios en marcha desde el sur.
Las palabras de un reo me resultarían inverosímiles de no ser porque el príncipe finiquitó a un pequeño ejército y capturó a su general. A estas alturas no me suena descabellado que Dominetórix quiera utilizar este pretexto para esclavizarnos.
—Soupina, la prioridad es la capital —me pongo a su lado para dar con su oído—: cierra la muralla y haz que la guardia prepare las posiciones de defensa.
—Nosotros ayudaremos —interrumpe César con osadía.
—Tú no harás nada, mocoso —lo señalo con el rencor de haber sido noqueado a traición—; tú y estos insurgentes deberían ir al calabozo por haber provocado esto.
—No, tiene razón —para mi sorpresa, Soupina se acerca a su hijo con decisión.
—Madre…
—Pudiste convertir la peor escoria del reino en un ejército en un tiempo extraordinario, y tienes a una poderosa erudita de la magia contigo. —Ella acaricia las mejillas de César, que son pálidas y libres de las marcas distintivas de su madre y abuela— Tienes que proteger a nuestra gente, César… por favor.
Él asiente y acaricia sus manos con un atisbo de ternura que no había visto desde su infancia:
—Lo haré, madre.
Perspectiva: Willow
Mi cautividad en el castillo Lucitor no ha sido tan mala como lo esperaba. El señor Dominetórix, lejos de ser el temible monstruo del que se le acusa, ha sido muy amigable (y casi que gentil), cuidándome de que nadie intente propasarse conmigo. Él me lleva consigo a todas partes, aunque en ningún momento se ha puesto lascivo. Esta noche me ha tocado jugar a sus juegos de mesa en la biblioteca, que resulta incluso más grande y rica que la nuestra en el castillo Butterfly.
«¿Volveré a verte, César?», me pregunto una y otra vez desde que llegué aquí hace dos días. Según entiendo, fui capturada como una especie de "trofeo", quizá como una concubina para el príncipe Abbeas, pero por alguna razón el rey me ha brindado su protección.
Camino rumbo a mi habitación, pero al pasar por una de las puertas de las habitaciones de huéspedes, me topo con una conversación muy interesante:
"Eso no es lo importante, sé muy bien que perderemos"
Acerco mi ojo a la cerradura y puedo distinguir el cinturón del mariscal Belias y el vestido de una sirvienta.
"¿Estás seguro de que saldrá bien?"
¡Claro, querida! Solo traeré al mocoso de Abbeas con su padre y lo culparé de haber invadido el reino Butterfly. Saldré ganando en cualquiera de los casos."
Me dispongo a volver a mi habitación y lo hago justo a tiempo, dado que mi presencia aparentemente había sido notada por Belias. Me encierro con pasador y suspiro agotada.
«¿Un ataque al reino Butterfly?», esas palabras resuenan de nuevo en mi mente. «¿Quizá él sí está intentando rescatarme?»
Perspectiva: Soupina
Mis soldados no han sido capaces de conciliar el sueño, y no los culpo, dado que están a un par de horas de encarar una brutal batalla. Recorro los pasillos amaderados de mi castillo, donde solo se percibe tensión y miedo. Gerard me intercepta con una entrada bastante lasciva, capturando mi cintura para detenerme:
—Soupina, cuando amanezca lucharé por ti —me dice con tanta decisión como urgencia, la misma que refleja cuando me roba un apasionado beso—. Por favor, dale a este hombre el privilegio de-
—Lo siento, pero no puedo hacerlo ahora —aparto sus robustos brazos de mi vestido.
—Sí, está bien… —él agacha la cabeza sin atreverse a pujar más.
—Gerard… —acaricio su áspera mejilla—, por favor, cuida de César.
Él asiente y me deja ir, no sin antes recibir un beso tan apasionado como el que habría dado a mi marido antes de enviudar. Subo hasta la torre principal, donde están mis aposentos, y me dedico a escribir tres cartas: una para César, otra para Gerard, y la última es para Glossaryck. Cuando termino de sellar el último sobre, desenfreno mis alas de mewbertad y me dispongo a emprender vuelo escapando por la ventana contigua a mi escritorio.
