En pocas ocasiones había alguna tormenta eléctrica en San Marcos, y aquella noche era una de esas. Del cielo se derramaba agua sin parar, cada cierto tiempo hasta los horizontes más lejanos se destacaban iluminados por los truenos y relámpagos que alumbraban lo que habitualmente sería una noche oscura. El viento hacía que la lluvia cayera con fervor en los ventanales de cristal que se encontraban por toda la casa. No tan fuerte como para impresionar, pero sí lo suficiente como para no pasar por desapercibida.

La hacienda era una fortaleza y estaba hábilmente construida con material resistente a desastres naturales, la corta tormenta, pronosticada tan solo para unas cuantas horas de la noche, no era motivo de alarma. Al contrario, la vegetación de la zona, los ríos y arroyos, podrían beneficiarse del agua tras unos meses de sequía absoluta. Por este motivo todos dormían y seguían con sus rutinas nocturnas como de costumbre.

Luego de una velada tranquila con su familia, ya pasada la medianoche, Sara dormía abrazada a su marido. La noche estaba un poco más fría que de costumbre gracias a la tormenta. El calor que irradiaba el cuerpo de Franco, pegadito al de ella, la confortaba y concebía que pudiese dormir más relajada y a gusto.

Sara abrió los ojos tras escuchar algo que interrumpió su sueño. Al comienzo pensó que se trataba del viento azotando más fuerte los ventanales de la habitación. Una vez pudo despertar completamente, se dio cuenta que el sonido era emitido por su esposo. Lo que Franco decía no era del todo audible o descifrable. Sara creyó escucharlo decir: "para…" mientras su respiración se entrecortaba con la agitación de lo que vivía en aquella pesadilla, "basta," le escuchó decir claramente.

Ya habían pasado cuatro meses desde el regreso de Franco a su hogar. Pero todas las malas experiencias que vivió en Qatar todavía lo perseguían. Ya no con la misma intensidad del comienzo, sin embargo, algunas noches seguía teniendo pesadillas o simplemente malos recuerdos mientras dormía. Tres meses atrás, a insistencia de Sara, había empezado a tener sesiones con un terapeuta experto en trastorno de estrés postraumático. Al principio, Franco no quería ayuda de nadie que no fuese Sara o su familia, pero con la frecuente aparición de sus malos recuerdos, y con la facilidad que un momento de tensión lo transportaba a aquellos momentos que deseaba no revivir, se vio forzado a aceptar ayuda profesional.

En San Marcos no existía nadie correctamente capacitado para ayudarlo. Su esposa se dio a la tarea de encontrar a alguien que pudiera guiarlo a superar sus traumas y que lo ayudara a vivir con su pasado sin que afectara su presente, ni su futuro. Tras una corta búsqueda, con ayuda del Dr. Madero, Sara encontró a un doctor que laboraba en la capital. Franco fue hasta allí, acompañado por ella, para sus primeras dos citas. Ella lo esperaba pacientemente en la sala de esperas mientras él se veía con el doctor.

En su segunda cita, Franco estaba mucho más relajado que en la primera y ya parecía haber entrado en confianza. Al finalizar la segunda cita, Franco le informó a Sara que él y el doctor habían llegado a un acuerdo de tener citas virtuales dos veces a la semana en vez de tener que trasladarse durante horas todas las semanas. Sara solo quería el bienestar de Franco y que él se sintiera cómodo con la persona capacitada para ayudarle. Luego de seis semanas de terapia, Franco había demostrado un avance y desarrollo extraordinario. Su incomodidad en momentos de alta tensión había desaparecido por completo. Aún seguía teniendo una que otra pesadilla, pero le costaba menos tranquilizarse una vez se despertaba. El tener a su esposa, casi siempre, a su lado cuando despertaba, lo ayudaba bastante, ella era su ancla, su imán a la tierra y la realidad en la cual él era el hombre más dichoso y feliz.

Actualmente, Franco tenía cita una vez por semana, y ya lo consideraba como una hora para charlar y expresarse en vez de verlo como un deber o una tarea más que tenía que realizar. Su esposa se sentía extremadamente orgullosa del progreso y la fortaleza que, a pesar de todo, Franco seguía manteniendo.

El doctor había recomendado que Franco no fuese despertado bruscamente cuando estuviese teniendo uno de esos sueños desagradables. Franco y su doctor lograron trabajar en obtener las herramientas necesarias para que él mismo se calmara y pudiese salir de aquellas pesadillas sabiendo que no eran nada más que sueños y no la realidad.

La respiración de Franco volvió a la normalidad y Sara, que aún se encontraba abrazada a él, pudo sentir cómo su cuerpo se relajó y su corazón volvió a mantener un ritmo más estable. De sus labios se escapó un suspiro, ni siquiera se había percatado de que estaba aguantando la respiración. Franco la sujetó con un poco más de fuerza, apegándose más hacia ella y dejándole saber que ya no dormía.

"¿Estás despierto?" Le preguntó.

"Si," le contestó Franco mientras depositó un beso en el tope de su cabeza, la cual le quedaba a la altura de sus hombros. "Ya lo estoy," continuó diciendo al mismo tiempo que su mano empezaba a acariciarle la espalda para relajarla. Ella ni se había dado cuenta de que se había tensado esperando que él saliera de aquella pesadilla.

"¿Volviste a tener otro sueño?" Le preguntó Sara con un poco de preocupación en su tono de voz.

Franco suspiró antes de responder. "Así es, pero esta vez pude darme cuenta de que solo se trataba de un sueño y logré calmarme antes de despertar." La luz de un relámpago iluminó toda la habitación a pesar de que las cortinas estaban cerradas. El poco de luz permitió que Franco le viera la cara a Sara cuando esta se dio la vuelta y se apoyó de su codo para mirarlo a la cara.

"Eso es una excelente noticia, amor," le dijo Sara con los ojos sollozos y llenos de orgullo.

"¿Sabes?" Le preguntó Franco, "algunas veces siento que mi mejoría es lenta y otras veces siento que puedo con el peso del mundo," le confesó este.

"Es arduo trabajo, pero nadie es más dedicado que tú," le afirmó.

"Tengo mucho por lo cual mejorar. Quiero ser el mejor padre para mis hijos y el mejor esposo para ti," le dijo con sinceridad.

Sara se acercó más a él, hasta que sus rostros se encontraron a pocos centímetros de distancia y lo besó. Un beso tierno y corto. "Ya lo eres, amor. Eso no lo dudes nunca," le dijo mientras su mano derecha agarraba la mejilla de su marido para que este la mirara directamente a los ojos.

"Gracias. Yo no sé qué sería de mi sin ti," le respondió Franco. "Tú y mis hijos son mi razón de vivir. Los amo hasta mas no poder." Sara no se pudo contener y abrazó a su marido con todo su ser. Franco se acomodó en la cama para poder abrazarla más a gusto y sentirla más cerca de él. En esa posición se quedaron un par de minutos. Se hallaban completamente relajados. "¿Quieres seguir durmiendo? No fue mi intención despertarte," le dijo Franco.

"No me despertaste tú. Me despertó la lluvia," le mintió.

"Ah, ¿Sí? Pero si a ti te encanta el sonido de la lluvia para dormir," se rió mientras seguían abrazados. "No me mientas, amor, dime la verdad. Te desperté y te espanté con mi pesadilla," le dijo Franco, consciente de que no era la primera vez.

"Está bien, sí me despertaste, pero no me asusté…" Admitió, queriendo decirle algo más y teniendo dudas al respecto. "Más bien, me dio curiosidad," le dijo finalmente.

"¿Curiosidad? ¿Por qué?" Le preguntó.

"Es que creí escucharte hablar mientras soñabas y me dio curiosidad lo que decías. Tú nunca quieres hablar de tus pesadillas conmigo," le dijo Sara en un tono suave y sin una gota de reclamo.

Franco paró una risilla que casi se escapa de sus labios. Su esposa tenía razón, a él no le gustaba contarle acerca de sus pesadillas o de todo lo que tuvo que vivir en aquel infierno cuando estuvo lejos de su familia. No quería asustarla, y mucho menos que ella lo viera de forma diferente por todo lo que padeció en esos largos años. En su última sesión con el Dr. Tunda, su terapeuta, había hablado de cómo le gustaría poder contarle a Sara algunas de sus experiencias de cuando estuvo preso, pero no quería que esto cambiara nada entre ellos. El Dr. Tunda simplemente le recordó a Franco que los últimos, casi-cuatro años también formaban parte de su vida y que eso nunca cambiaría. Él tendría que aprender a vivir con esas experiencias que tuvo, y que si su esposa lo amaba tanto como él decía, ella lo entendería y lo aceptaría tal cual como él era en ese instante de su vida.

"¿Qué dije mientras soñaba?" Le preguntó Franco.

Sara se separó de él, poniendo un poco de distancia entre ellos para poder verle a la cara. Sus ojos ya estaban acostumbrados a la oscuridad de la habitación y pudo verlo claramente. En su rostro vio seriedad y tranquilidad. "¿En serio quieres hablar de eso?" Le preguntó con incredulidad.

"Sí. En algún momento tenemos que hacerlo, es inevitable."

"No si tú no quieres. No quiero que te sientas presionado, amor," le dijo con ternura en su voz.

"Sara, no hay nadie, escúchame bien, nadie en quien yo confíe más que en ti," le aseguró Franco. "No me siento presionado, tú solo me haces sentir compresión, paz y tranquilidad. ¿Entiendes?"

"Sí," le respondió simplemente.

"Ahora sí, cuéntame, ¿qué me escuchaste decir mientras dormía?" La exhortó a que le platicara.

"A ver…" Le empezó a explicar. "Era como si estuvieras tratando de detener algo o a alguien. Te escuché decir 'basta' y creo que 'para', lo demás fueron sólo murmullos, y no lo pude entender," concluyó.

"Ya," Dijo Franco, demostrando entendimiento. "Pues en la pesadilla no recuerdo haber dicho nada, pero eso suena como el método que estoy implementando con el Dr. Tunda para poder darme cuenta que es solo un mal recuerdo y poder salir de la pesadilla. Ese 'basta' y 'para' me lo estaba diciendo a mí mismo," dijo Franco asombrado. "Umm, no puedo creer que esté funcionando," finalizó.

"Pues yo sí. Tú logras todo lo que te propones," le dijo Sara, rotundamente orgullosa. "Cuando te escuché decir eso, pensé que alguien te estaba haciendo daño," le confesó.

"Así era." Se sinceró. Su esposa no pudo evitar el asombro y la tristeza que inmediatamente se vieron reflejados en su rostro. "Ven…" Le dijo Franco mientras se paró de la cama y la ayudó a ponerse de pie. "Sentémonos en las sillas, así estaremos más cómodos, tengo mucho que contarte."

Sara simplemente hizo lo que su esposo le pedía y se sentó en una de las sillas que quedaba al pie de la cama. Ya podía sentir que esta sería una noche inusualmente larga y que Franco le contaría cosas que había querido saber desde el momento en que lo volvió a ver después de casi cuatro años. Ella sabía que él padeció muchos maltratos físicos, y psicológicos, mientras estuvo preso, pero no tenía la menor idea de que tanto había sufrido su marido. Franco se acercó a los dos ventanales que se encontraban en su habitación y abrió las cortinas de ambos, permitiendo que así entrará la luz de la noche de tormenta. La lluvia había disminuido su intensidad y el agua ya no les pegaba a los cristales, pero aún se podían ver rayos, en lo alto del cielo, iluminando toda la hacienda y sus alrededores.

Con la habitación completamente iluminada era más fácil para Franco moverse sin tropezar con nada. Franco tomó la silla que estaba desocupada y la posicionó para que quedara de frente a la otra silla donde ya se encontraba sentada Sara. "No sé ni por dónde empezar," dijo mientras miraba a Sara a los ojos. "Lo primero que tienes que saber es que yo nunca quise hacerles daño, yo pensé que estaba haciendo lo correcto y que podría resolver esos problemas de negocios sin que hubieran consecuencias mayores," dijo Franco con la voz un poco quebrada, pensando en lo mucho que les costaron sus malas decisiones. "No me atreví a ser sincero contigo por vergüenza, por mi maldito ego, y porque no quería que supieras que me habían visto la cara de imbécil."

"Franco, tú no eres ningún imbécil," Sara suspiró. "Tú simplemente eliges ver lo mejor de las personas y eso es admirable. Es una de tus mejores cualidades." Le aseguró su esposa.

"Esa cualidad no me sirvió de mucho en ese momento," admitió Franco. "Mi ingenuidad permitió que cayera en un engaño y que creyera que podía resolverlo tirándole más dinero al problema. Los abogados me lo advirtieron, que había la posibilidad de que quedara preso, pero a mi no me importó y decidí viajar a Qatar sin decirte nada. Pensé que pagando una multa se arreglaban todos mis problemas, pero no fue así. Me equivoque terriblemente una vez más," dijo todo aquello con un tono de culpabilidad mientras extendía la mano para limpiar una lágrima que rodaba por la mejilla de su esposa antes de continuar. "Las autoridades en Qatar decidieron que el pago de la multa no era suficiente y me dejaron encerrado allí mismo. Yo no estaba preparado para eso, nunca pensé que eso pasaría, confiaba en que todo se solucionaría en ese viaje, que un par de días serían lo máximo que estaría fuera y que podría regresar a estar con ustedes.

Ese también fue el último día que vi al abogado que me acompañó," continuó, "le supliqué que por favor no te dijera nada, no quería que te avergonzaras de mí, ni que pensaras que era un inútil bueno para nada. Mis hermanos ya estaban enterados de mi viaje y de lo que iba a hacer, pero tampoco les di detalles de los negocios que estaba tratando de solucionar. Lo que sí les pedí fue discreción y que no te contaran nada." Franco miraba fijamente a Sara mientras hablaba y ella lo escuchaba detenidamente, "ese fue el otro gran error que cometí. Yo no sabía cuánto tiempo iba a estar incomunicado, sin derecho a ver a un abogado o hablar con alguien. Mi silencio me costó muy caro… Empezaron a pasar los días, las semanas, los meses y yo ya no sabía que pasaría conmigo o si algún día saldría. Nadie me decía nada, la barrera del idioma era muy grande y nunca me permitió comunicarme ni siquiera con los demás prisioneros. Había muchas cosas que no entendía y por lo más mínimo me castigaban."

"¿Cómo te castigaban?" Preguntó Sara atemorizada por la respuesta de Franco, pero decidida a saberlo todo. Su tono de voz era muy bajo, pero en ese momento era el único tono que podía alcanzar.

"De diferentes maneras," afirmó. "Me obligaban a trabajar en las minas, a cavar la tierra, a hacer trabajos pesados. Si lo hacía mal, o si tenía algún problema con otro recluso, a veces me ataban de las manos y me colgaban de una cuerda por horas. Algunas veces me sumergían en agua y no me sacaban hasta que no se me iba la respiración. Me pegaban, me quitaban la comida y el agua por días. En los días donde me tocaba comer solo me daban lo suficiente para que tuviese las fuerzas de trabajar." Franco paró de hablar porque claramente podía ver como su esposa no podía contener las lágrimas que rodaban por sus mejillas sin control. "¿Quieres que pare? No quiero que estés mal y esto te está impresionando bastante."

"No, amor," le dijo ella mientras con sus manos se limpiaba las lágrimas que seguían saliendo de sus ojos, "continúa, yo necesito saber, quiero saber todo lo que tuviste que pasar. Saber es mejor que no saber. Siempre," le reiteró Sara.

"Está bien," dijo. Luego de una pequeña pausa y una respiración profunda continuó. "El peor castigo era ver como pasaba el tiempo sin tener nada de noticias y sin ninguna esperanza de que aquella tortura fuese a terminar algún día. Lo único que me mantenía vivo, y luchando, eran tú y mis hijos. Yo no sabía cómo, ni cuándo, pero sabía que algún día volvería a tenerlos en frente de mí, para abrazarlos, besarlos y decirle cuanto los amo." Sara no se pudo contener más y el espacio entre ellos se le hizo inmenso. Se paró de su silla y se echó encima de Franco, lo acogió entre sus brazos y lo apretó muy fuerte como si no quisiera que se despegara de ella jamás.

"Yo lo siento tanto, todo eso que viviste fue horrible y tú no te lo merecías," le decía Sara mientras se aferraba más a él. Franco la posicionó para que ella quedara sentada encima suyo mientras los dos se abrazaban fuertemente. "Franco, aún hay algo que no entiendo," le empezó a decir Sara. "¿Cómo llegaron esos papeles a la pared del estudio? ¿De qué se tratan? Y ¿Cómo demostraban tu inocencia?" Le preguntó Sara confundida.

"Porque demostraban la culpabilidad de mi socio," dijo Franco simplemente. Sara paró su cabeza que estaba hasta ese entonces recostada sobre el torso de su esposo. "Yo escondí esos papeles allí por si algún día los necesitaba. Nunca pensé que no estaría para sacarlos o para decir dónde estaban. Cuando a ese tipo no le quedó más remedio que ser sincero conmigo, y confesar que me había metido en esa situación, también me amenazó. Me dijo que si yo no lo solucionaba, sin mencionarlo a él, vendría tras mi familia. Y yo no podía permitir que algo les pasara a ustedes, así que accedí cubrir todos los gastos que ese estafador había dejado. No creo que él estaba consciente de que yo terminaría preso, pero ahora el que está siendo buscado por las autoridades internacionales es él. Lo último que me contaron los abogados, acerca de su paradero, es que estaba huyendo. Y las pistas del último lugar en el que estuvo eran de una isla en el caribe de donde no podía ser extraditado."

"Espero que logren atraparlo," dijo Sara con rabia y sinceridad.

"Así será, mi amor. Yo no podré estar tranquilo hasta saber que ese tipo no es ningún peligro para nosotros, y mientras esté suelto, lo es," se lamentó Franco con un tono preocupante.

"¿Tú crees que se atreva a hacernos algo?"

"Por ahora tiene que estar muy ocupado escapándose de la justicia. Pero tenemos que estar muy atentos y pendientes de cualquier cosa porque a ese tipo se le acabara el dinero y si eso pasa, quien sabe lo que sea capaz de hacer para conseguir más," dijo Franco.

Sara volvió a recostar su cabeza en el torso de su esposo y así se quedaron abrazados. "Amor, aún no me has contado con qué estabas soñando. ¿De qué se trataba tu sueño?" Indagó, queriendo aprovechar el momento para obtener toda la información posible, Franco estaba demostrando mucha fuerza, y confianza, compartiendo todo aquello con ella, pero ella simplemente necesitaba estar al tanto de todo, fueron demasiados años viviendo en la ignorancia.

"Me estaban castigando porque había golpeado a unos guardias," dijo mientras un suspiro se escapaba de sus labios. "En una oportunidad, corrí por un pasillo largo y oscuro, intentando buscar una salida. Pero fue en vano porque al final solo encontré más rejas," dijo recordando la decepción y rabia que sintió en aquel momento. "Unos guardias me agarraron y me empezaron a pegar con un bastón y yo simplemente me defendí. Al final no sé si me castigaron por correr o por pegarle a los guardias, tal vez fue por todo," terminó de decir Franco.

Sara tragó en seco antes de preguntar. "¿Cómo te castigaron?"

"Me ataron de las manos a un palo que estaba atravesado a lo largo del techo," le dijo, respirando profundo antes de continuar, "y me azotaron en la espalda con un látigo," concluyó tratando de no recordar la sensación de cada azote que recibió en su espalda y la impotencia que sentía al no poder evitarlo.

Franco sintió como Sara se aferraba más a él y podía escuchar con claridad que ahora lloraba más libremente. Parte de su camiseta también se sentía húmeda por lo que estaba seguro eran las lágrimas de su mujer. "Discúlpame, mi amor, no fue mi intención impresionarte," le dijo Franco conmovido.

"No… Es que tu no te merecías nada de eso que te paso," empezó a decir Sara. "Aún no puedo creer que tú también sufrieras de esa manera, recibiendo latigazos y todos esos otros castigos horribles que tuviste que aguantar por culpa de ese maldito hombre." Le dijo Sara entre lágrimas, con un nudo en la garganta y con una horrible sensación de déjà vu que la invadió en aquel preciso momento.

"¿También?" Preguntó Franco, confundido. "¿A qué te refieres, Sara? ¿Quién más tuvo que recibir latigazos?" Franco la separó de su pecho y la sostuvo de los brazos, con sus manos, para verle a la cara mientras le respondía.

Sara logró zafarse de las manos de Franco y eficazmente se paró de la silla, donde estaba encima de su marido, dejándolo allí sentado mientras ella se acercaba a los ventanales que quedaban detrás de las sillas. Franco la vió alejarse, y darle la espalda, e inmediatamente supo que había algo que ella le ocultaba.

Los recuerdos de aquel día, cuando habían hecho el amor por primera vez, se adueñaron de la mente de Sara. Para ella ese siempre sería uno de los mejores días de su vida, pero no podía cambiar la realidad de que ese día también estaba manchado, en su memoria, por la reacción tan violenta que tuvo su mamá al enterarse de su relación con Franco. Una situación tan inhumana que le reveló una de las peores facetas de su madre, la de abusiva. Aun así, ella había decidido justificar a doña Gabriela porque si no lo hacía, no hubiese podido perdonar la humillación y el dolor tan inmenso que le hizo sentir en aquel momento.

"Sara… ¿No me vas a responder?" Le preguntó Franco, parándose de la silla y dando los cortos pasos que lo separaban de ella.

"No hay nada que contar," respondió Sara con la voz quebrada y claramente mintiendo. "No sé porqué dije eso."

"Mi amor, después de todo lo que te he contado, no quiero que entre nosotros exista ningún tipo de secretos. Ahora más que nunca tenemos que ser honestos el uno con el otro. Yo sé que me estas ocultando algo," le dijo Franco mientras la abrazaba por detrás para demostrarle que no estaba enfadado y que solo quería que ella se sintiera segura. "Lo puedo sentir en tu cuerpo," le decía mientras le acariciaba los brazos que ella llevaba cruzados al pecho, como si fueran un escudo de protección. "Lo siento en tu voz y lo siento en el alma. Confía en mí, amor, desahógate conmigo como yo lo hice contigo," continuó Franco. "Tú has sido mi mejor medicina desde mi regreso, permíteme sanarte a ti también," concluyó con un tono amoroso.

Sara suspiró mientras una lágrima solitaria se derramaba por su mejilla y caía en la mano de Franco. Él tenía tanta razón, ella nunca se permitió lidiar con aquella experiencia porque sabía que, si lo hacía, los resultados podrían ser desastrosos. Tampoco le había contado nada a él para evitar problemas con su mamá. Franco y su madre mantenían una muy buena relación a pesar de todo lo que había ocurrido en el pasado lejano y en el pasado más reciente, era algo que la hacía feliz. Saber que dos de las personas mas importantes en su vida se llevaran bien y se tuvieran cariño. Pero Franco siempre tuvo el derecho de saber lo que había pasado después de que su mamá los encontrara en aquella cabaña y ella se encargó de que él no se enterara. Quizá ahora era el momento de sincerarse y de revelar una verdad que por más de veinte años se había callado.

Él fue tan sincero con ella, tan abierto, y transparente, que ella no podría mentirle, "está bien," le dijo Sara. "Te voy a contar a qué me refería, pero antes necesito que me prometas algo. Dos cosas," suplicó.

"Mi amor, te prometo lo que quieras," le dijo él, con firmeza. "Solo pídemelo," agregó.

"Necesito que me prometas que entre tu y yo nunca, jamás en la vida, volverán a haber secretos o cosas que no nos decimos y decidimos callarnos," le rogó Sara.

"Nunca más. Te lo prometo por lo más sagrado que tengo en esta vida, tú y mis hijos," prometió honestamente.

"Bien," dijo y luego se quedó muda pensando en sus siguientes palabras.

"¿Qué es lo segundo que quieres que te prometa?" Le preguntó para que continuara.

"Lo que te voy a contar pasó hace bastante tiempo. Ya han pasado muchos años y necesito que me prometas que eso no va a cambiar nada y que vas a ser capaz de perdonar si es necesario," le pidió su esposa.

"Sara, me estás asustando," le dijo mientras se separaba de la espalda de ella, la cual todavía tenía abrazada, le dio la vuelta e hizo que Sara estuviera de frente a él. "¿De qué se trata todo esto?" Le preguntó mirándola fijamente a los ojos.

"Promételo. Por favor, prométemelo," le suplicó con su voz y con su mirada.

Franco no tuvo más remedio que ceder ante su esposa. "Esta bien, te lo prometo," le dijo tras reconocer que eso era algo que Sara realmente necesitaba escuchar.

La castaña respiró profundamente, preparándose para lo que iba a revelar. "¿Recuerdas el día que mi mamá nos descubrió en aquel pajar dentro de los terrenos más alejados de la hacienda Elizondo?" Le preguntó.

"Claro," respondió rápidamente. "Jamás podría olvidar nada de lo que ocurrió ese día," dijo sin saber que aún no estaba enterado de todo lo ocurrido.

Sara bajó un poco la cabeza, tratando de escapar de la intensa mirada de sus ojos azules. "Bueno… Tú tenías razón," le dijo avergonzada, no de sí misma, sino de los actos de su madre. "Ese día mi mamá sí me pegó," terminó de decir mientras subía la mirada para ver cuál sería su reacción. La cara de Franco estaba completamente en blanco. Ella no sabía que estaba pasando por su cabeza en aquel momento y eso la angustiaba.

Franco no era tonto y siempre tuvo la sospecha de que ese día las cosas se habían salido de control. A pesar de eso, la tranquilidad de Sara siempre fue su objetivo y sabía que ella estaba más a gusto si él pretendía creerse el cuento de que doña Gabriela no le había levantado la mano. Aunque en ese momento cayó en cuenta de que todo había sido más grave de lo que él se había podido imaginar. A Franco no le tomó más que un par de segundos para atar los cabos sueltos y tener la certeza de que Sara había sido azotada por su queridísima madre.

Los ojos claros de Franco se tornaron casi transparentes al llenarse de lágrimas. Él no pudo evitar la rabia y la impotencia que sintió por algo que había ocurrido más de veinte años atrás. Dos lágrimas bajaban por sus mejillas al mismo tiempo, y él solo pudo tomar a Sara y atraparla en un fuerte abrazo. La apretó contra él como si estuviera tratando de protegerla de un peligro que ya no existía. Él solo pensaba en lo que hubiese sido capaz de hacer por Sara en aquel momento, la habría sacado de la hacienda Elizondo sin importar lo que ella quisiese. Nunca la hubiese dejado sola en esa casa con una madre injusta que se atrevía a maltratarla de esa manera.

Culpabilidad fue también uno de los sentimientos que invadieron a Franco en ese momento. Si doña Gabriela no la hubiese descubierto con él, ella no habría tenido que soportar semejante arbitrariedad. Él, mejor que nadie, sabía el dolor corporal y mental que tal abuso producía.

"Franco, por favor, di algo," le suplicó Sara, quien también lloraba mientras se aferraba al cuerpo de su marido.

"Dime que Gabriela no se atrevió a azotarte con un látigo," le suplicó simplemente, sabiendo que lo que pedía no era posible.

"No puedo. No quiero mentirte, ni ocultar nada nunca más," se negó entre lágrimas.

"No entiendo como tu mamá pudo haber sido capaz de semejante bestialidad," le dijo Franco mientras la seguía abrazando con todo su ser, tratando de resguardarla en su regazo. "Todo por culpa mía. Porque te descubrió en esa cabaña conmigo. Si no hubiese sido yo, eso no te habría pasado, tu mamá te maltrató porque te encontró con un Reyes. Tú no tendrías que vivir con esa experiencia tan espantosa. Perdóname, Sara."

"Mi amor…" Le empezó a decir Sara mientras colocaba sus manos en el pecho de él para separarse de aquel cálido abrazo y poder verle a la cara. Franco tenía los ojos llorosos y su mirada era un reflejo de dolor. "Yo no tengo nada que perdonarte. Eso que pasó no fue culpa tuya, ni mía. Mi mamá cometió un acto deplorable en un momento de debilidad y es algo de lo que estoy segura que ella no se siente orgullosa. Se dejó llevar por la rabia del momento, pero eso ya pasó, ya quedó atrás. Yo lo superé y la perdoné," le dijo mientras alzaba las manos para limpiar las lágrimas de su cara. Él hizo lo mismo y limpió las de ella amorosamente. "Y quiero que te quede claro una cosa." Le enfatizó Sara.

"¿Qué?"

"Yo no me arrepiento de nada de lo que pasó ese día. Aunque esas fueran las consecuencias de mis actos, lo haría mil veces más. Sin pensarlo," le prometió.

"Te amo," le dijo Franco a la mujer más fuerte y valiente que conocía.

"Yo más," aseguró Sara mientras se acercaba a él y le daba un beso tierno en los labios.

"Imposible," le devolvió sin separarse de ella mientras profundizó el beso y le atrapaba los labios con su boca. Fue un beso breve, pero repleto de amor y reverencia gracias a las fuertes emociones que ambos sentían después de refugiarse el uno en el otro.

"Si eso quieres pensar no te lo voy a discutir," le dijo Sara con una sonrisita picara.

Franco agarró la cara de su esposa y allí depositó besos tiernos en todo su alrededor, hasta que sintió una sonrisa formarse en aquel rostro que tenía entre sus manos. Nada lo hacía más feliz que hacerla sonreír, especialmente después de que los dos se habían desahogado y sincerado mutuamente. Después de tantas verdades confesadas, Franco no quería que nada permaneciera sin ser dicho. "Yo no sé cómo voy a reaccionar la próxima vez que vea a Gabriela, no sé si voy a poder verla a la cara sin sentir rabia por haberte hecho tanto daño," confesó siendo muy honesto.

"Mi amor…" Le dijo Sara, encontrándo y sosteniendo su mirada. "Recuerda que se trata de mi mamá, ella siempre será parte de nuestras vidas. Eso ya pasó hace mucho tiempo y tienes que perdonar. Si yo la puedo perdonar, tú también puedes," le explicó.

"Pasó hace mucho tiempo, pero yo apenas me acabo de enterar y me duele tanto como me hubiese dolido aquel día. Me duele saber que no estuve ahí para protegerte, me duele que a tu mamá le importara mas darte un castigo absurdo y abusivo que tu propio bienestar," Franco respiró profundo y continuó, "aún así, yo hago lo que sea por ti. La perdonaré y trataré de dejar el pasado en el pasado, pero me tomará tiempo."

"Gracias," le dijo, Sara mirándolo con una admiración profunda. "Ven," lo agarró de la mano llevándolo una vez más a donde se encontraban las sillas. Esta vez ella le dio un empujoncito sutil a su esposo para que él cayera en la silla y así ella poder sentarse encima, con sus dos piernas de un mismo lado, colgando al costado de él. Uno de sus brazos se aferró al cuello de él mientras ella recostaba la cabeza sobre su hombro. Los dos quedaron mirando a la ventana y veían como la lluvia se había convertido en una suave llovizna. Sin embargo, aún se podían ver destellas en el cielo, encargándose de iluminar la noche.

"¿No tienes sueño?" Le preguntó Franco mientras la abrazaba.

"No. Estoy más despierta que nunca," le aseguró suavemente y después depositó un beso tierno en su mandíbula.

"¿Quieres seguir charlando?" Preguntó mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa de satisfacción por el beso que le acababa de regalar su mujer.

"Ajá, pero…" Comenzó a decir Sara antes de respirar profundamente, "ya no quiero que hablemos más de cosas tristes. Estando aquí, contigo, soy la mujer mas feliz del mundo y así quiero estar siempre."

"De acuerdo, mi amor. Haré todo lo que esté a mi alcance para que así sea siempre. Te lo juro," expresó, dándole su palabra. "¿De qué quieres que hablemos entonces?"

"No lo sé," le respondió mientras pensaba. "¿Te puedo hacer una pregunta?" Le inquirió Sara, sonando coqueta.

"Lo que quieras," contestó su esposo con una pequeña risilla que se escapaba de sus labios mientras bajaba su mirada para verle a la cara.

"¿Qué era lo que más extrañabas de mi durante el tiempo que estuvimos separados?" Le preguntó su esposa curiosa.

"Todo, me hacían falta hasta tus regaños," le contestó este sinceramente. "Aunque si tengo que ser específico podría decir que lo que más extrañaba, aparte de tus labios," le dijo mientras le robaba un corto beso antes de continuar, "era tu fuerza y tu valentía ante todo. Siempre que me encontraba a punto de ser derrotado pensaba en ti y en como tú nunca te das por vencida. Eso me daba fuerzas para mantenerme de pie y seguir luchando," le dijo con plena admiración.

Franco pudo ver como a su esposa le conmovieron sus palabras y una sonrisa genuina aparecía en su mirada. "Esa es una de las cosas más lindas que me has dicho," le dijo Sara con cara de niña enamorada.

"Y tú, ¿Qué era lo que más extrañabas de mí?" Le preguntó.

"¿Y quién dice que yo te extrañaba?" Le respondió con otra pregunta, usando un tono juguetón y claramente conteniendo su risa.

"Así que no te hice falta," le dijo Franco con el mismo tono juguetón que su esposa había utilizado, "pues, ya verás." Franco bajó sus manos hasta el estómago de Sara y empezó a hacerle leves cosquillas a todo su alrededor. Sabía que Sara no podría resistir la risa y no obstante pretendiera incomodarse, le gustaban esos juegos.

"No, Franco. Ya basta…" Le decía mientras intentaba zafarse de él. "En serio…" Logró escapar de sus cosquillas parándose de la silla y dirigiéndose a la cama. "Ya no más. Si me sigo riendo así, despertaremos a toda la casa," dijo con una voz risueña.

"Tranquila, la habitación de Gaby está al otro extremo y allá no se escucha nada," le recordó Franco. "Además, en todo caso, seguro creería que es solo el viento o la lluvia," dijo Franco mientras se paraba de la silla y se acercaba a la ventana, recostándose de esta mientras veía a su mujer en la cama. "En serio, ¿Yo no te hice falta?" Le volvió a preguntar.

"Todo el tiempo," le aseguró Sara. "No había un solo día donde no te pensara y te extrañara," le respondió mientras veía como su esposo parecía quedar satisfecho con su respuesta. La mirada de Franco pasó de ser una mirada complacida a una de curiosidad.

"Hay una cosa… Tengo una inquietud," empezó a decir Franco luego de que un pequeño silencio se había creado entre los dos, "mientras yo no estaba, ¿Tú nunca te tocabas? Con la mano, digo, me refiero a…" Desde la distancia a la que se encontraba de su esposa, Franco podía notar que los ojos de ella se abrieron un poco más de lo normal y que inmediatamente sus mejillas se sonrojaron. "O con otra cosa, no sé," quedó aún más intrigado, queriendo conocer la respuesta de Sara.

"Mi amor, ¿Por qué me preguntas eso?" preguntó sorprendida.

"No, señora Elizondo de Reyes. Usted no me puede responder una pregunta con otra pregunta. Eso es jugar sucio," le reclamó como un niño pequeño. "A ver, responde. Recuerda que de ahora en adelante seremos cien por ciento sinceros el uno con el otro. Nada de secretos," concluyó.

Sara respiró profundo y sintió como su cara ardía de pena. "Tienes toda la razón, amor," le dijo mientras llevaba sus manos hacia su rostro y se tapaba la cara con ellas. "Sí, lo hice unas cuantas veces," le dijo. Sus manos hicieron que sus palabras no fueran escuchadas por Franco con total claridad.

"Mi vida, ¿Qué dijiste? Es que no te escuché muy bien. Tienes que decírmelo más alto," le dijo su esposo, obviamente disfrutando de su pena.

Ella echó una de sus manos hacia un lado y habló un poco más alto. "Que lo hice algunas veces," dijo con mayor volumen para poder ser escuchada, finalmente.

Franco sonrió, esa sonrisa grande que permitía que mostrara toda su dentadura y le llenaba la cara de luz. Él empezó a caminar, desde donde se encontraba recostado de la ventana, hasta acercarse a la cama y con una de sus manos tomó la mano de ella que todavía se encontraba tapando su cara y se la retiró diciéndole, "eso no te tiene que avergonzar, amor. Y menos conmigo. Además, yo ya lo sabía," le dijo este riéndose.

"¿Qué? ¿Y cómo se supone que sabías eso?" Le preguntó incrédula y divertida.

Él soltó una pequeña carcajada mientras le decía, "el otro día buscaba el álbum de las fotografías de nuestro matrimonio. Recordé que estaba en el cajón de tu mesita de noche. Pero no recordaba en cual y empecé a buscar en el último cajón. Buscando me encontré con un… Aparato…" Le decía mientras ponía una cara de duda. "Que yo no recuerdo necesitarás anteriormente," le terminó de decir con una extraña expresión en su mirada.

"Ah!" Dijo Sara mientras de pronto lo entendía todo y lo señaló con su dedo índice. "Tú lo que quieres es saber si yo tenía eso desde antes o después de que te marcharas," le dijo Sara con una sonrisa pícara.

"Bueno, sí." Reveló. "Tengo esa curiosidad," dijo simplemente mientras tomaba asiento junto a ella en la cama.

Ella se dio la vuelta para que los dos quedaran de frente y muy divertida le dijo, "amor… Por supuesto que antes no lo tenía," una risilla se escapó de sus labios. "Eso fue un regalo, de mal gusto, que Jimena me obsequió para mi cumpleaños hace ya dos años. Hasta la regañe cuando vi lo que me regaló. Gracias a Dios me dijo que lo abriera en privado. ¿Te imaginas mi cara si hubiese abierto tal regalo en frente de mis hijos? O peor aún, frente a mi mamá. Yo me muero," le terminó de contar mientras se reía con una pequeña carcajada.

"Ajá. Sí que me la imagino," le dijo riéndose junto con ella. Franco se acercó un poco más hacia donde ella estaba sentada en la cama, haciendo que sus caras estuvieran a pocos centímetros de distancia y le preguntó, "entonces, ¿Cuándo decidiste usar el regalo que te dio tu hermana?" Le preguntó, mirándola a los ojos intensamente.

De la nada Sara sintió que le faltaba un poco el aire y que sus labios se empezaban a resecar. "Este… No me acuerdo," le dijo mientras con su lengua se mojaba los labios. Con una voz un tanto más baja y ronca le respondió. "Cuando mis dedos ya no eran suficiente," le dijo seria mientras le miraba la cara y sus ojos localizaban su boca que se encontraba a corta distancia de la suya. "Siempre pensando en ti," le terminó de decir.

Franco no pudo contenerse más y atrapó los labios de ella con los suyos en un beso cálido, apasionado y profundo. Sara inmediatamente le dio permiso a la lengua de él para que acariciara la suya. Se besaban con necesidad y entrega, como si en mucho tiempo no lo hacían, a pesar de haberse besado apasionadamente solo unas horas antes.

Cuando les empezaba a faltar el aire, Franco se separó un poco para susurrarle al oído. "¿Quieres que juguemos un poco? Me encantaría ver lo que haces con tu regalo," le dijo este morbosamente.

Esto produjo una risa genuina y divertida en Sara. "¡Oye!" Le dijo ella mientras su mano le pegaba en el pecho de forma juguetona y coqueta. "Que mente tan retorcida tienes."

"Anda," le suplicó él. "Me encantaría verte," le dijo Franco emocionado.

"Otro día," le prometió Sara. "Ahora solo te quiero a ti y que me enseñes que tan grande es tu capacidad de amar," le propuso su esposa con la sonrisa más hermosa que él jamás había visto.

Eso era todo lo que Franco tenía que escuchar para volverle a devorar la boca a su mujer mientras la ponía en mejor posición sobre la cama, ambos quedando acostados. Él se subió encima de ella mientras sus manos empezaban a tocarla y delicadamente iba dejando un camino de caricias en el muslo de Sara. Franco retiró sus labios de la boca de ella para dirigirse directamente hacia su cuello. Él, inmediatamente, empezó a llenarlo de besos y tiernos mordiscos que la hacían gemir mientras ella echaba su cabeza hacia un lado para darle mayor acceso. Cuando Franco se encontraba en el espacio entre su oreja y su cuello, suavemente le dijo entre besos, "tus deseos son mis órdenes." Con esto último, su voz se encontraba un poco ronca y áspera por el deseo y la anticipación de lo que seguía.