Lavellan

Unos minutos antes…

La mirada de Lavellan se fijó en el forcejeo de Solas y Varric, preocupada en lo que iba a causar eso.

Conocía los accidente que podían darse en esos forcejeos. Y nunca acababan bien.

Con premura, llegó a las escaleras, deteniéndose, con los puños apretados y el miedo en su rostro, mientras clavaba la mirada en ellos dos, congelada en su sitio.

No, no, no, pensó, sus ojos sin parar de alternar entre ellos dos, intentando pensar en alguna solución, que no quería ocurrírsele.

Entonces, el mundo dejó de moverse.

Con los ojos desorbitados, vio como Solas se giraba, y, tal y como ella había profetizado, clavó la daga ritual de lirio en Varric, en un accidente desafortunado, con el horror en su rostro. Soltó la daga, dejando que el enano rodase hasta los pies de la escalera, cerca de donde ella se encontraba.

Sus oídos empezaron a pitar, opacando el sonido. Le pareció escuchar un grito, pero, de su alma, salió el mayor de todos. Se alzó como un grito de una valkiria, escuchándose en toda la zona, su garganta rompiéndose en dos, transmitiendo la culpa que la inundó, sin poder evitarlo.

—¡NO! ¡VARRIC! — su voz se rompió en dos, mientras un sollozó la sacudió, sin remedio.

Varric cayó a plomo, inmóvil, pero ella se quedó congelada en el sitio, sin poder hacer nada más que llevarse una mano al rostro, clavándose las uñas, con horror, mientras se encogía por los sollozos. Vio como Rook se abalanzó encima de él, sacudiéndolo, llamándolo desesperada. El enano gimió, débilmente. En su pecho se levantó una llama de la esperanza, haciendo que reaccionase ante ese sonido.

Varric aún vivía.

Se limpió las lágrimas, con furia y se giró hacia el causante del estado del enano.

Solas miraba su mano, cerrándola y abriéndola, como si no creyese lo que había hecho. Entonces, cerró los ojos, convirtiendo la mano en un puño, como si hubiese tomado una decisión. Ella observó como el rostro de Solas cambiaba, se transformaba. Abrió sus ojos, con ese brillo verde empañando el violeta, con la decisión grabada en su rostro.

Como si hubiese decidido que su accidente con el enano era algo que no tuviese más importancia que la de realizar el ritual.

Lavellan sintió como la furia empezó a quemar dentro de ella. Era como si algo hubiera estallado dentro de su pecho, una explosión que reverberaba con fuerza en cada fibra de su ser. Su respiración era profunda y pesada, cada inhalación un intento fallido de calmar la tormenta que se arremolinaba dentro. Su mirada era fija, mientras la clavaba en el elfo, mientras sus labios se apretaban en una línea fina que no podía contener un temblor amenazante. Sentía las manos arderle, abriéndose y cerrándose, como si buscaran algo que golpear, algo que liberar esa energía incontrolable que la consumía.

Y Lavellan decidió, con la frialdad extendiéndose dentro de ella, que ya era hora de hacerse notar por Fen'harel. Ya era hora de deja el miedo atrás. Dio un paso hacia él, furiosa.

—¡Solas! —exclamó, llamándole la atención, con la furia grabada en cada movimiento, en la mirada que le dirigió, en su rostro, en sus ojos, únicos en el mundo.

Él se quedó congelado al escuchar su voz, como si antes su grito no le hubiese alcanzado. Alzó la mirada, lentamente, con la sorpresa en su rostro, como si no creyese que ella estaba allí. Sus miradas se encontraron, el violeta chocando con su azul y rosa.

Y fue como si no existiese nada más. El mundo se detuvo para los dos amantes, que sintieron una conexión tensarse entre ellos, como una línea tensa que nunca había desaparecido, ese vínculo profundo, que los unía casi desde el principio. Solas entreabrió los labios, con un pequeño jadeo, mientras la recorría, de arriba a abajo, como si creyese que no era más que una aparición, un fantasma de su pasado, que le seguía, que le atormentaba.

Pero Lavellan no era ninguna aparición. Y sabía perfectamente lo que estaba viendo en su rostro, al mirarla, con sus ojos violetas desencajados, esos ojos que tanto le gustaban, pero que, ahora, solo podía odiar un poco.

Furia. Una furia que quemaría el mismísimo infierno, si hiciese falta.

Y traición. Nuevamente, una traición fría, como si para Solas hubiese nunca sido suficiente con las anteriores.

Una, tras otra, tras otra.

Traición, que quemaba su alma, que marchitaba su espíritu, que deshilachaba un poco más ese vínculo entre los dos.

Las manos empezaron a temblarle, descontroladamente. Su respiración se agitó, y un torrente de algo dentro de ella empezó a elevarse, sin remedio, algo que opacaba su ser, que la volvía un monstruo sediento de sangre.

Por un momento, temió descontrolarse, perderse a sí misma. Por un momento, pensó en matarlo, mientras observaba su rostro, que tenía una sombra de miedo al mirarla, con esos ojos violetas incrédulos, doloridos, como si no creyesen que, quién una vez llamó su vhenan, pudiese mirarlo de esa forma.

Por un momento.

Solo, por un momento…

Mátalo… te traicionó…

Desátalo…

Es tu destino…

¡MÁTALO!

Lavellan pegó un respingo, encerrando dentro suya todo esos sentimientos, ese poder que la consumía, que la extraviaba. Tragó saliva, intentando no cambiar la expresión, pero volviendo en sí y reteniendo ese poder dentro de ella aún más profundo, dentro de la celda mental, encerrándolo bajo cadenas, bajo cerraduras que solo podía poner la misma Lavellan.

Casi la descubre, no pudo evitar pensar. Aunque eso no cambiaba nada. La rabia seguía latente en su interior, palpitando como un segundo corazón.

Lavellan gritó de furia, intentando acercarse a él, pero la magia le impedía alcanzarlo, conjurando una barrera transparente, que golpeó y golpeó y golpeó, haciendo roturas en ella, pero sin llegar a romperla del todo. Volvió a gritar, frustrada, haciendo que Solas retrocediese un paso, impactado ante su furia, ante ese odio visceral, que no sabía que venía de su corazón, profundamente dolido por su amor.

Realmente, él nunca la había visto en ese estado.

Y era normal, porque toda esa rabia se había acumulado en esos ochos años, junto con el odio, el amor, todo revuelto, mientras su espíritu sufría, cambiando, transformándose, física, mentalmente.

Entonces, Solas negó, ligeramente, en ese movimiento de cabeza que tantas veces había visto, que tanto dolor y amor le había provocado. En su rostro, la sorpresa se mezclaba con mil emociones más, como si no creyese lo que estaba viendo. El dolor hacía que su mirada se endureciese, que le quemase a través de la ropa pero Lavellan, en su estado de furia, no conseguía descifrar lo que podía llegar a estar pensando el dios para poner esa mirada.

Pero le daba igual. Le daba absolutamente igual.

Solo quería llegar hasta él, para golpearlo, para detenerlo, para gritarle.

Para preguntarle. Para abrazarle. Para besarle.

Para hacer justicia.

—¡TÚ!

Una voz desesperada consiguió colarse en su bruma, rompiendo parte de su furia, rompiendo ese hechizo que la apresaba junto al dios. Desvió la vista, moviendo rápidamente la cabeza, provocándole incluso un pequeño mareo. Rook, esa elfa pelirrosa, la miraba con los ojos abiertos, aterrorizados probablemente por su culpa, pero decididos, como si no hubiese tenido otra opción.

Como si el reloj avanzase más rápido de lo que ellas esperaban, queriendo devorar un tiempo prestado.

—¡No sé quién eres, pero ayúdame! ¡Ayuda a Varric! — le suplicó Rook, desesperada, sujetando a su amigo entre sus brazos, con fuerza, pero con delicadeza, como si temiese romperlo.

Lavellan cerró los puños, que había dejado presionando la barrera de magia, en su intento de atravesarla. Unas grietas más aparecieron, provocando un crujido que se alzó en alto. La miró, con ambición en los ojos.

Si solo empujaba un poco más…

Pero, entonces, pensó en Varric. En su fiel amigo. En sus motes, en sus risas, en los momentos que habían compartido juntos, hace tanto tiempo.

En su lealtad incuestionable, incluso después de pedirle una misión suicida.

Cerró los ojos, apartando la furia a un lado, aparcando el odio. Se separó de la barrera, quitando la vista de Solas, quién se había quedado congelado, alternando su vista entre la barrera, entre las grietas y ella, mientras su cuerpo se tensaba, como si quisiese que la rompiese, pero a la vez no.

Quitó la vista de su rostro, que era una mezcla de anhelo, dolor y culpa.

Lavellan se acercó a Rook, decidida a ignorar esa mirada, posando una mano en el pecho del enano, buscando esa respiración débil, esa confirmación que necesitaba. Entonces, Neve, la detective privada que había contratado su amigo enano, se acercó a ellos, con el rostro herido, pero con el ceño fruncido, concentrada. Harding la acompañó, también con la misma expresión, pero quizás con algo más de miedo, aunque con una sorpresa y alivio mezclada, cuando reconoció a Lavellan.

Pero no había tiempo para reencuentros.

Lavellan empezó a taponar la herida, sin retirar la daga, cogiendo el primer trapo que encontró de su bolsa colgada a la cintura. Pero entonces escuchó un respingo. Lavellan alzó la vista, con tensión, hacia ese ruido, que había provocado su fiel exploradora.

Harding levantó un dedo, señalando hacia detrás de Lavellan, como si algo le hubiese llamado la atención. Y jadeó, con un profundo horror en el rostro, como si el mismísimo Hacedor se encontrase detrás de ellos.

—¿Qué es eso? — preguntó, en un susurro, la enana, con miedo.

Lavellan se giró, siguiendo esa mirada asustada. Abrió los ojos, desmesuradamente, sin creerse lo que estaba viendo. Detrás de Solas, la brecha se amplió, se abrió, el verde iluminando aún más la zona, haciendo que el viento provocado por la magia se volviese huracanado. Y, de la propia brecha, dos figuras emergieron, lentamente, como si el tiempo se hubiese ralentizado ante su presencia.

Desde donde estaba Lavellan, no podía distinguir su silueta, quiénes podían llegar a ser. Pero un miedo arraigó en ella, al ver a esas figuras alzándose en toda su estatura, un miedo irracional, casi primitivo, que venía de alguna parte de su interior, una parte de su más profundo subconsciente. Su mirada no puedo evitar dirigirse hacia esa persona, ese elfo que tanto le importaba, al ver que estaba tan cerca de esas presencias peligrosas, su corazón temiendo por él, después de todo. Vio como Solas perdió el color de su rostro cuando las sintió, amenazantes, como si ya supiesen quiénes o qué eran. Se giró lentamente, ocultando su expresión y colocándose esa máscara de desafío, esa máscara de lobo, enseñando los dientes, preparado para luchar. Esas figuras alcanzaron toda su estatura, desafiando también a Solas.

Pero no hubo tiempo para ningún enfrentamiento.

De la nada, todo estalló, haciendo que la magia se abalanzase por todos lados, haciendo que saliesen volando, sin poder evitarlo, provocando que sus oídos volviesen a pitar. Lavellan emitió un grito ahogado, mientras caía al suelo, bruscamente.

Y, aunque se resistió ante esa bruma que venía, perdió el conocimiento, quedándose todo en negro.


Términos élficos usados: Vhenan: Corazón; a menudo usado como término cariñoso, habitualmente, entre amantes.


Hola! Me paso por aquí para informar que en portada de capítulo en Wattpad teneis el aspecto de la Inquisidora Lavellan en esta historia, mi Inquisidora técnicamente.
Como he llegado a mencionar antes, es solo un aspecto guía para quién lo desee, pero en vuestra imaginación puede ser como queráis!