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Tras una cabalgata matutina por la hacienda y sus alrededores, Sara estaba llegando a casa justo a tiempo para desayunar con Gaby. Le encantaba sentir el aire fresco a primera hora de la mañana y había aprovechado que Franco no se encontraba en casa para madrugar y empezar su día más temprano de lo que últimamente tenía acostumbrado hacerlo.

Sara se bajó de su majestuoso caballo negro y con una caricia por su pelaje se despidio de este, "Adios, Sexto. Nos vemos más tarde, después de tu aseo," le prometió al caballo. "¿Me lo llevas a las caballerizas por favor?" Le encomendó Sara, amablemente, al vaquero que se encontraba allí para recibir al caballo.

"Claro que sí, patrona," recibió Sara como respuesta en cuanto el vaquero tomaba las riendas del caballo y empezaba a dirigirlo hacia los establos.

"Gracias," dijo Sara mientras se quitaba el sombrero, color caramelo, que llevaba puesto y empezaba a caminar bajando las escaleras de piedra para llegar hasta la entrada de su casa.

Antes de llegar a la puerta, Sara sintió el celular vibrar en su pantalón. Está lo sacó del bolsillo donde lo llevaba y vio que se trataba de su madre, quien por cuarta vez, en los últimos tres días, la llamaba para intentar hablarle después de lo que había ocurrido en la hacienda Reyes durante la reunión por el cumpleaños del abuelo.

Sara simplemente presionó un botón silenciando la llamada, aún no tenía ganas ni ánimos para enfrentarse con su mamá, ni siquiera por teléfono. Esta volvió a guardar el celular y entró a su casa atravesando una de las puertas de cristal. Sara vió que Gaby ya se encontraba sentada en la mesa esperándola para tomar el desayuno.

"Buenos días, mi amor. ¿Llevas mucho tiempo esperándome?" Le preguntó Sara a su hija, dándose cuenta de que esta estaba acompañada por un arreglo floral de rosas rosadas que se encontraba arriba de la mesa. El arreglo era pequeño y delicado, pero sin duda muy bello.

"Buenos días, mami. No… Sólo unos minutos," le contestó Gaby.

"Señora Sarita, ¿Quiere que les sirva el desayuno?" preguntó Irene apareciendo desde detrás de la barra que separaba el comedor de la cocina.

"Si Irene, gracias," le respondió Sara mientras sacaba la silla que encabezaba la mesa del comedor y tomaba asiento junto a su hija. "Gaby, ¿Y esas rosas? ¿De donde salieron?" Le cuestiono Sara con curiosidad.

"Están hermosas. ¿Verdad?" Dijo Gaby entusiasmada.

"Preciosas," dijo Sara simplemente para que Gaby procediera a decirle de donde habían provenido.

"Me las envió mi papá," le explicó Gaby a su mamá con una sonrisa en la cara y pasándole una pequeña tarjeta para que esta la leyera.

"Que tengas un maravilloso día, princesa. Con amor, -F." Leyó Sara en voz alta. "Wow, que hermoso detalle," expresó Sara con la mirada puesta en la tarjeta mientras una sonrisa genuina y suave se le dibujaba en el rostro. Por supuesto que el primer hombre en regalarle flores a Gaby sería su padre. Ella no esperaba menos de él, pensó Sara, llevándose la mano que tenía libre al pecho y colocándola sobre su corazón.

"Si crees que las mías están lindas espera hasta que veas las tuyas," le dijo Gaby con una risita risueña al ver lo sentimental que se ponía su mamá.

"¿Las mías?" Le preguntó Sara incrédula ya que no había más flores por ningún rincón de la casa.

"Si, las tuyas," le contestó Gaby emocionada. "Están en el despacho. Ven…" Le dijo a su mamá mientras comenzaba a pararse de la silla, "vamos, yo te las muestro," terminó de decir Gaby agarrando a su mamá de la mano y llevándola con ella hacia el despacho.

"¡Señorita Gaby!" Exclamó Irene, "el desayuno ya está listo," dijo esta quien caminaba en dirección a la mesa con los platos de comida en la mano.

"No te preocupes Irene, déjalo sobre la mesa. Ya regresamos, no nos vamos a demorar," le explicó Gaby mientras seguía su camino a lo que alguna vez fue el estudio de Franco.

Luego de la forzosa renovación que se hizo en el estudio, el espacio había quedado mucho más abierto y amplio. Tras el regreso de Franco, Sara se disculpó de mil maneras por permitir que aquel lugar fuese destruido. Sin embargo, Franco no le aceptó las disculpas y le explicó que ella no tenía nada de qué disculparse ya que estaba en todo su derecho de hacerle los cambios que ella creyera necesarios a su casa. Además, le explicó Franco, sí no se hubiese hecho aquella dichosa renovación nunca se hubiesen encontrado los papeles que probaron su inocencia y le otorgaron la libertad para regresar a su hogar.

En la actualidad, el espacio era un despacho ocupado por los dos. Ambos tomaron la decisión juntos y amueblaron aquel lugar para acomodar dos escritorios que se encontraban uno frente al otro y a polos opuestos del despacho, divididos por una pequeña sala en el medio de este. Allí podían trabajar a gusto y atender a todos sus negocios sin tener que estar separados, la compañía era siempre agradable y el espacio era tan grande que cuando necesitaban estar concentrados y sin distracciones no se les hacía imposible conseguirlo.

Gaby abrió la puerta del despacho y le cedió el paso a su mamá. En cuanto Sara puso un pie dentro de este se dio la vuelta para mirar en dirección a su escritorio y lo vio adornado por un imponente arreglo de rosas rojas. Gaby solo observaba como la cara de su madre se iluminaba por la sorpresa y el detalle. Sara caminó hacia el arreglo y retiró la tarjeta que llevaba su nombre y se encontraba en medio de las rosas, está procedió a leerla.

"¿Si ves, mami? A mi papá no se le escapa ningún detalle," dijo Gaby orgullosa. "¿Qué dice la tarjeta?" Le preguntó a su madre, curioseando desde atrás de ella y tratando de ver por encima de su hombro.

"Es una invitación a cenar," le explicó Sara dándose la vuelta para encontrar a su hija casi pegada a ella. "¿Quieres leerla? Toma," le paso la tarjeta a Gaby quien entusiasmada la agarro para leer.

'Buenos días, dueña de mi corazón. Espero que hayas amanecido muy bien, pero deseo aun mas, que me hayas echado de menos. Estas rosas son solo para decirte cuánto te amo y para preguntarte: ¿Me harías el honor de acompañarme a una velada, mañana en la noche? Tú y yo, una rica cena, una botella de vino, un baile, una noche inolvidable, piensalo. Espero tu respuesta con ansias. -F.'

Tras Gaby terminar de leer la tarjeta, pensó que su papá era un poco cursi, pero aun así la llenaba de felicidad el ver como sus padres se demostraban amor y cariño. Gaby se dio la vuelta para devolverle la tarjeta a Sara pero esta ya se encontraba al otro extremo del despacho con su celular pegado a la oreja.

"Buenos días, amor." Le escucho Gaby decir a su mamá, quien obviamente le había marcado a su papá. "Yo amanecí muy bien, extrañándote mucho…" Okay, le quedaba más que claro que su papá no era el único que padecía de ser cursi, pensó Gaby. "¡Si! Las vi, están divinas, gracias por tan hermosa sorpresa," le escuchó Gaby decir a Sara para luego verla y oírla soltar una gran risa tras algo que le dijo su papá del otro lado del teléfono, pero que esta no podía escuchar. "Por supuesto que si, tú solo dime la hora y yo estaré lista," continuó su mamá, "¿A si? Eso está muy bien… Aquí te esperaré. Si, voy a desayunar con Gaby…" Dijo su mamá acordándose finalmente de ella y mirándola. Sara le regaló una tenue sonrisa a su hija y le hizo señas para que empezara a salir del despacho. Gaby puso la tarjeta, que aún tenía en la mano, arriba del escritorio de Sara y prosiguió a salir por la puerta con su mamá caminando detrás de ella. "Esta bien, amor. Que tengas un lindo día. Me saludas a Andrés y Albín. Chao," escucho Gaby a su madre terminando la conversación y cerrando su dispositivo electrónico.

"¿Cómo está mi papá? ¿Hoy regresa?" Le preguntó Gaby a su mamá mientras llegaban al comedor y se sentaban a la mesa para desayunar.

"Si, esta noche estará de regreso," le contestó Sara a su hija. "Todos están muy bien. Tu papá te mando a decir que le alegra mucho saber que te gustaran tus rosas," finalizó Sara mientras tomaba un sorbo de su taza de café.

Gaby asintió con la cabeza mientras se llevaba el primer bocado de comida a la boca. Esta le había mandado una autofoto a su padre, antes de que Sara regresara de su cabalgata, donde ella posaba con sus rosas y le agradeció el lindo detalle.

Ambas desayunaron juntas con tranquilidad para luego encargarse de sus deberes y ocupaciones por el resto del día. Gaby debía ir a tomar clases a la universidad y Sara tenía unas diligencias pendientes en San Marcos. Gaby le recordó a su mamá que al día siguiente tenía que presentar, a primera hora, un trabajo muy importante en la universidad. Esa noche Gaby se quedaría en casa de una amiga para finalizar el proyecto y estar al otro día, más temprano que de costumbre, en la universidad.

En el transcurso de la mañana y parte del día Sara había realizado todos sus pendientes en San Marcos. Cuando se encontraba en el camino de regreso a casa, recibió una llamada que entró directamente al bluetooth del auto. Sara vio que se trataba de su mamá, llamando una vez más. Sara respiró profundo y se resignó a contestar la llamada ya que eventualmente tendría que hacerlo. Esta presionó el botón para contestar, sin mover sus manos, ya que se encontraba justo en el volante.

"Buenos días, mamá," la saludó Sara mientras sus ojos estaban fijos en la carretera por donde conducía.

"Sarita…" Dijo Gabriela suspirando. "Pensé que no me ibas a contestar," expresó genuinamente asombrada.

"Dude hacerlo, pero inevitablemente en algún momento tendríamos que hablar. ¿En que te puedo ayudar?" Le preguntó Sara directamente y sin rodeos con un tono de voz frío.

"Sarita, hija mía. Por favor, no me desprecies, no me eches a un lado. Tu sabes que ustedes, mi familia, es lo único que yo tengo," le rogó Gabriela al sentir que Sara no estaba muy dispuesta a tolerar más arbitrariedades.

"Mamá, ¿Por qué no pensaste en eso antes de ofenderme a mí, a mi esposo, y a mis hijos delante de todo el mundo? Ya no estoy dispuesta a soportar ningún tipo de atropello de tu parte. He tenido suficiente con tus presiones y tus comentarios innecesarios estos últimos años. Ya no más mamá," le dejó Sara muy claro a Gabriela.

"Ya lo sé, Sarita. Sé que me equivoque y que no debí haber actuado de esa manera, por eso necesito hablar contigo, con todos ustedes. Necesito que me den la oportunidad de disculparme. Los quiero invitar a un almuerzo aquí en la casa, a ti, a Franco, a mis nietos, y a Albín. ¿Crees que puedas aceptar la invitación?" Preguntó Gabriela con esperanza.

"No lo sé, mamá. La verdad es que no solo depende de mí. Tendría que hablarlo con Franco y con mis hijos. No se si estemos todos listos para escuchar lo que tienes que decir," dijo Sara simplemente.

"Yo estoy muy avergonzada y los entiendo," dijo Gabriela con la voz casi quebrada. "Pero solo les estoy pidiendo una oportunidad para disculparme."

"Okay, está bien," dijo Sara oyendo la sinceridad en la voz de Gabriela y creyéndole una vez más. "Lo voy a intentar, pero no te prometo nada. Yo te aviso cuando podremos aceptar tu invitación."

"Gracias, Sarita. No sabes lo que eso significa para mí," dijo Gabriela con un tono de voz más estable y ameno.

"Hasta luego, mamá," se despidió Sara y sin esperar una respuesta colgó la llamada.

Sara sabía que a ella y a su familia se les iba hacer difícil disculpar todos los malos comportamientos de su madre. Quizás ni debían hacerlo, ciertamente estaban en todo su derecho, pero al final del día Gabriela no dejaría de ser su madre ni de ser la abuela de sus hijos. No sería posible borrarla y sacarla de sus vidas. Ellos, como familia, debían simplemente crear y ponerle límites a los alcances de su madre. Tendrían que dejarle bien claro lo que no estaban dispuestos a tolerar, de parte de ella, para poder llevar una vida en armonía donde ellos y los demás familiares no se vieran afectados.

Al llegar a su casa, Sara inmediatamente llamó a Franco y le contó acerca de la conversación que tuvo con su mamá. A este no le hizo nada de gracia saber que en un futuro no muy lejano tenía un almuerzo pendiente en casa de su suegra, pero de todas formas entendía que era lo mejor para todos. Al final del día, Sara, sus hijos, y hasta Albín si merecen una disculpa de parte de Gabriela. A Franco no le importaba si doña Gabriela se disculpaba o no con él, pues él ya no estaba dispuesto a aceptar ningún tipo de ofensas contra su familia y una disculpa no cambiaría eso.

"Son las dos y media de la tarde. ¿A qué horas crees que estarán de regreso?" Le preguntó Sara a su marido que se encontraba del otro lado del teléfono.

"Aún no lo sé, amor," le respondió Franco. "Pero yo diría que después de las ocho de la noche. Ahora mismo estamos de camino a la comisaría para llenar unos informes y cuadrar unos últimos detalles con los detectives del caso," le informó su esposo. "Ya después vamos a tomar la carretera, pero sabes que son unas buenas horas para llegar a San Marcos." Concluyó Franco.

"Si, lo sé. ¿Quieres que te guarde algo especial para cenar?" Le preguntó dulcemente su esposa.

"No, estoy seguro que nos pararemos a comer algo en el camino," le explicó Franco. "Además, lo único que quiero y me hace falta eres tú. Dos días sin ti ya se me hacen una eternidad, me rehusó a volver a pasar tanto tiempo separados. Ya tuve suficiente de eso por lo que me queda de vida," le dijo su marido seriamente.

"Tú también me haces falta, amor," le dijo su esposa con cariño. "Te espero con ansias," le comunicó esta antes de despedirse.

Dos días sin su esposo también se le hacían una eternidad y le producían ansiedad por todos los recuerdos que, inevitablemente, regresaban a su cabeza de cuando Franco se había marchado sin dar explicaciones. Esta vez él solo se encontraba en la capital con Albín y su hijo Andrés, alistando los pormenores y coordinando todo con la policía internacional acerca del plan para atrapar a su antiguo socio, Rodolfo Castallenas.

Albín le había pedido a Franco que por favor le contara a Andrés todo acerca de aquel socio y lo que estaban planeando hacer para apresarlo. Él no quería tener ningún tipo de secretos con su novio y mucho menos poner en riesgo su relación por ocultarle algo tan delicado. Franco entendió perfectamente la posición de Albín y accedió a contarle todo a Andrés y también a Gaby, pues entendía que los dos tenían el mismo derecho de saber lo que realmente había pasado y lo que estaría pasando en las próximas semanas. Él no había querido contarles nada porque simplemente quería seguir protegiendo a sus hijos de lo cruel que era el mundo. En su rol de papá, Franco siempre estaría preocupado por el bienestar y la seguridad de sus hijos, pero también comprendía que no podría mantenerlos a salvo si ellos no sabían cuales eran los riesgos y peligros que existían a su alrededor.

Los oficiales internacionales en conjunto con la policía nacional y las autoridades en San Marcos tenían la responsabilidad de tener todos los aeropuertos y puertos de embarque monitoreados para cualquier acercamiento de Rodolfo Castallenas al país o cualquier zona vecina. También habían sido informados y educados acerca de la gran posibilidad de que Rodolfo usaría una identidad falsa, pero ellos prometieron estar preparados para esta posibilidad ya que los oficiales internacionales tendrían acceso a un equipo de vigilancia de primera categoría que contaba con reconocimiento de rasgos faciales y corporales. Aparentemente, no habría manera de que Rodolfo Castallenas se les escapara una vez más y sería atrapado tratando de salir de donde se encontraba o entrando a San Marcos. Aun con todo esto, Franco no confiaba y no creía del todo en los alcances de las autoridades que tanto le habían fallado en el pasado.

Su antiguo socio todavía se encontraba en comunicación con Albín para finalizar el negocio con los ejemplares que este tenía disponible para vender y trasladar. Todo parecía marchar a la perfección ya que Rodolfo no sospechaba que se le estuviera tendiendo una trampa. Eventualmente él se tendría que acercar para hacer el pago físicamente e inspeccionar a los caballos ya que desde un principio Albín le había dejado claro que ese tipo de negocios él solo lo haría en persona y Rodolfo había aceptado, asegurando que él no tendría ningún problema con viajar hasta San Marcos a la hora de cerrar la venta. Franco no perdía las esperanzas de que si las autoridades no podrían apresarlo durante su llegada, lo harían durante el cierre de aquel negocio.

Las horas pasaron un poco lentas para el gusto de Sara, quien se ocupó con los quehaceres de la hacienda y aprovechó para dar otro recorrido a caballo por los previos. A las cinco de la tarde, esta se retiró a la casa por el resto del día. Sara estaba un poco cansada por haberse despertado tan temprano aquel día, así que se dio una ducha y decidió tomar una siesta antes de bajar a cenar. A las siete y cuarto, Sara se sentó a la mesa para cenar sola ya que ni su marido ni Gaby se encontraban en casa. Después de cenar, Sara le dijo a Irene que podía retirarse por el resto de la noche ya que ella se ocuparía de cualquier cosa que hiciera falta. Sara regresó a su habitación para encargarse de algunas cosas antes de bajar hasta el despacho donde quería avanzar con un papeleo que tenía pendiente.

Una vez en el despacho Sara se distrajo con los papeles y cuando volvió a ver la hora, en su celular, ya eran un cuarto pasado de las nueve. Esta no lo pensó dos veces y enseguida le mandó un mensaje de texto a su marido quien respondió de inmediato.

-Sara: Amor ¿Por dónde vienes? ¿Les falta mucho para llegar? te extraño.

-Franco Reyes: Ya llegamos a San Marcos. Nos tardamos un poco más porque Albín maneja como una abuelita para defenderse dice que la carretera no está muy buena. Como en veinte minutos, más o menos, debo de estar en casa. Me esperas despierta ¿Si?

-Sara: Ese es el plan, pero puede que me quede dormida esperando.

-Franco Reyes: No podemos dejar que eso ocurra. A ver, ¿Por que no me cuentas? ¿Qué traes puesto? Así te ayudo a pasar el tiempo.

-Sara: ¿En serio quieres saber? ¿Se te olvida que estás en el mismo auto con nuestro hijo y Albín?

-Franco Reyes: Si. Quiero saber. Anda, no pasa nada, no es como que les voy a compartir el mensaje.

-Sara: Bueno si en verdad quieres saber, solo tengo puesta la bata de salida que va por encima de mi pijama.

-Franco Reyes: Dale, regalame una foto para ver.

-Sara: Que predecible eres Franco Reyes. Jajajaja.

Franco recibió la imagen que su esposa le envió y tuvo que hacer un gran esfuerzo por contener la emoción que se apoderó de él y disimular que acababa de recibir una invitación muy provocativa. La foto que Sara le envió a Franco no mostraba mucho, solo sus piernas cruzadas donde claramente se podía ver la bata de seda blanca que cubría su cuerpo y trataba de ocultar las medias de encaje que formaban parte de uno de los juegos de lencería que su esposa poseía. La gota que derramaba el vaso era el mensaje que iba acompañado de aquella imagen.

-Sara: En el despacho se encuentra Natalie. ¿Será que su amigo Eustáquio si pasa por allí? Su esposo está fuera de la casa esta noche y ella se encuentra muy sola y aburrida sin él.

-Franco Reyes: Segurísimo que Eustáquio se encuentra a la vuelta de la esquina y no tarda nada en llegar. Dile a Natalie que por favor le de unos diez minutos.

Franco le exigió a Albín que manejara un poco más rápido ya que según él estaba muerto de sueño y quería llegar a casa para dormir en su propia cama. Los últimos 10 minutos que faltaban para llegar se le hicieron eternos, pero finalmente llegaron hasta la hacienda. Andrés y Albín lo dejaron, prácticamente, en la puerta de su casa, para ellos entonces darse la vuelta y regresar al pueblo. Andrés tenía la intención de entrar y saludar a su mamá, pero Franco le explicó que ella ya se encontraba acostada y que probablemente se había quedado dormida. Su hijo no insistió puesto que también estaba cansado, solo se despidió de su papá y prometió pasar luego a ver a su mamá.

Franco entró a su casa y guardó las llaves, con la que abrió la puerta, en el bolsillo de su pantalón. Enseguida el silencio y la serenidad de la casa lo acogieron a su llegada. Todas las luces de la casa se encontraban apagadas, salvo la luz tenue del juego de luces que se encontraba sobre la mesa. Esto le brindaba la claridad perfecta para recorrer la casa con facilidad. Franco tenía muy claro a dónde se tenía que dirigir y sin pensarlo dos veces se fue hasta el despacho en busca de su mujer.

Al entrar al despacho, la primera imagen que Franco vio fue la de su mujer tendida y prácticamente dormida en el mueble que estaba en la pequeña sala que dividía sus respectivas áreas de oficina. Ella estaba descalza y llevaba puesta la bata de seda de la cual él ya había visto un poco gracias a la imagen que conservaba en su celular, también podía observar un poco de las medias que le llegaban hasta los muslos con el tope decorado en encaje, estos estaban prácticamente cubiertos, pero un pequeño abierto de la bata le hizo posible curiosear.

Si Franco hubiese tenido que elegir, la prenda de vestimenta más prominente en su esposa se trataba del sombrero, color hueso, que tenía medio puesto en su cabeza. Al estar recostada en el sofá, usaba el sombrero para tapar una gran parte de su cara y así esconder sus ojos mientras bloqueaba la luz que la mantenía despierta. El sombrero se había convertido en parte de su juego. Cuando Natalie y Eustáquio se encontraban, su esposa siempre lo llevaba puesto, al menos al principio del encuentro.

"¿Está dormida?" Le preguntó Eustáquio a Natalie, quien levantó la mano y con esta colocó su sombrero en mejor posición.

"¿Qué hace usted aquí? ¿Cómo entró?" Le preguntó Natalie fingiendo sorpresa y sentándose en el sofá.

"La puerta estaba abierta," le dijo este señalando a la puerta, que ahora se encontraba cerrada, detrás de él. "Cuénteme, ¿La dejaron sola esta noche? Porque yo me puedo quedar y acompañarla," le propuso Eustáquio.

"Mi marido puede llegar en cualquier momento. Nos podría encontrar o podría sospechar," le respondió Natalie tímidamente.

"Eso nunca ha sido un problema," le dijo Eustáaquio soltando una pequeña risa. "Usted lo sabe manejar muy bien, además, ya es muy tarde. ¿Está segura de que él regresará esta noche?"

"Él me lo prometió. Mi marido siempre cumple sus promesas," le dijo Natalie mientras se paraba del sofá y la bata de seda se abría un poco más revelando la sensual lencería en color oscuro que estaba debajo de esta, no del todo, pero lo suficiente para que ésta recibiera un pequeño gruñido de parte de Eustáquio.

"Y su marido sabe que usted…" Le empezó a decir Eustáquio cuando con un dedo terminaba de abrir la bata de seda que cubría la sexy lencería y con aquel mismo dedo la despojó de esta fácilmente y sin tocar su piel. "¿Lo está esperando vestida así?" Le preguntó.

"No. Oh si, no se," le respondió Natalie con un tono de voz tímido pero con una sonrisa muy picara mientras la bata de seda caía al suelo alrededor de sus pies.

"¿A usted le gusta que su marido la mire?¿Que la toque?" Indagó Eustáquio.

"Mucho," le respondió con sinceridad y sintió como un escalofrío la recorrió desde la cabeza hasta la punta de los pies cuando la mirada intensa del hombre que tenía enfrente se paseó por todo su cuerpo.

"¿Que le haría su marido si la viera vestida así?" Le pregunto el.

"No lo sé," le contestó ella mientras tomaba un paso hacia el frente quedando aún más cerca de él.

"¿No lo sabe?" Le preguntó Eustáquio subiendo su mano hasta agarrar el sombrero de está y quitárselo de la cabeza para arrojarlo al sillón que se encontraba al costado del sofá. "¿Quiere saber lo que haría yo?" Le pregunto finalmente.

"¿Qué?" Le preguntó Natalie consciente de lo que pasaría. En el momento en el que los dos se tocaran volverían a ser simplemente ellos porque ninguno de los dos podría mantenerse dentro del personaje.

Franco puso su mano en la espalda de Sara dándole un empujoncito hacia adelante para terminar de pagarla completamente a su cuerpo y con rapidez atrapó los labios de esta, con su boca, en un beso fuerte y apasionado. Las manos de Sara se elevaron hasta la cara de su esposo donde con sus dedos le acariciaba las mejillas y la mandíbula que se encontraban parcialmente cubiertas por una barba muy ligera. Entre tanto, ella disfrutaba de la lengua de su marido rosando y jugando con la suya.

La ropa de Franco siempre era un estorbo para su esposa, quien bajó sus manos y le quitó la chaqueta para empezar a desabotonar su camisa, todo esto mientras ambos se continuaban besando con necesidad y deseo.

"Vamos arriba," le propuso Franco separando un poco su boca de la de su esposa para poder tomar un poco de aire.

"No," le contestó Sara mientras seguía luchando con los botones de su camisa y le regalaba cortos besos en los labios. "Quedémonos aquí," le dijo separando un poco su rostro para mirarlo a los ojos, "te extrañe tanto."

"Yo te extrañe más," expresó Franco con la mirada puesta en los labios de su esposa que ahora se encontraban un poco hinchados y más rojizos.

Al sentir la mirada de su esposo, Sara no pudo oprimir la necesidad de lamer y saborear sus propios labios, esto hizo que su marido volviera a devorarle la boca en un beso ahora más desenfrenado y profundo que el anterior. Franco movió sus manos para ayudarla con los botones y finalmente deshacerse de su propia camisa. Cuando él hizo esto, Sara aprovechó para bajar sus manos hasta el cinturón de su pantalón el cual logró abrir con más facilidad.

Franco solo quería poner sus manos sobre el cuerpo de su mujer pero sabía que esta no se iba a quedar tranquila hasta que él estuviese tan al descubierto como ella. Sin querer, este volvió a cortar el beso para terminar de quitarse los zapatos y el pantalón que le estaba empezando a molestar por el pronto crecimiento de su erección.

"Toma asiento," le exhortó Franco a su esposa mientras ella lo miraba terminar de quitarse cada una de sus prendas de ropa, menos los boxers.

Sara obedeció inmediatamente y se sentó en el sofá, que estaba detrás de ella, y vio cómo su esposo levantó la ropa que se terminaba de quitar y la colocó en el mismo sillón donde se encontraba su sombrero, este hizo lo mismo con la bata que seguía tirada en el suelo. Tomándose todo el tiempo del mundo, pensó Sara, quien se impacientaba por volver a tenerlo cerca.

"Sabes que cuando te pones esa ropa interior…" Comenzó a decir Franco mientras con toda la paciencia del mundo recorría la corta distancia del sillón al sofá y se detuvo justo en frente de su mujer. "Me vuelves loco." Franco se arrodilló frente a ella y con delicadeza tomó su pierna derecha en sus manos y pegó sus labios tibios a la pantorrilla de su esposa que se encontraba cubierta por la delicada y casi transparente media.

"Lo sé," le respondió Sara agradecida por el más mínimo contacto que podía obtener.

Los labios de Franco empezaron a recorrer su cuerpo y dejaban un camino de besos húmedos por donde pasaban mientras sus ojos no dejaban de ver y detallar el atuendo de su esposa minuciosamente. Las medias de ella terminaban por encima de sus rodillas, en la cima contaban con unas ligas de encaje que se encontraban sujetas por unos finos tiros de una tela un poco más gruesa, estos se agarraban a un cinturón que se sentaba alto en la cintura de su mujer cubriendo parte de la tanga que acompañaba el atuendo. Las medias, el cinturón, la tanga, el sostén, todo formaba un delicado conjunto oscuro y transparente que solo gracias al encaje podía cubrir las zonas más íntimas.

Cuando los besos de su marido se detuvieron en la liga de su media, Sara sabía que, irónicamente, la poca tela le obstruía el paso. Franco deshizo los tiros, de ambas piernas, que sujetaban las ligas. Este deslizó las medias por las piernas y los pies de su mujer una a una con dulce lentitud hasta sacarlas y arrojarlas sobre el sillón que ahora parecía un ropero.

De inmediato, Franco devolvió su atención al cuerpo de su esposa y continuó besando justo en donde se había detenido. No tardó mucho tiempo en llegar a la entrepierna de su mujer y delicadamente depositó allí unos pequeños mordiscos que hicieron que Sara se encogiera un poco y que se mordiera su labio inferior. Con tanta atención a otras áreas de su cuerpo, la anticipación hacía que la parte íntima de su esposa se humedeciera cada vez más. Mientras Franco seguía besando y pellizcando con sus dientes, sus dedos se encargaron de deslizar y bajar la tanga de su esposa, dejando al descubierto la zona más íntima de esta.

La boca de Franco no tardó un segundo más en tornarse encima de la intimidad de su mujer y meter su lengua dentro de su cálida humedad acariciando así la campanita de nervios que allí reposaba. Tal acción le otorgó un fuerte gemido de parte de su esposa acompañado del sonido de su nombre "Franco," escapando de los labios de esta en una forma muy erótica. Esto solo provocó que Franco intensificará sus acciones. Franco colocó ambas manos entre la parte baja de los muslos y nalgas de su mujer para acercarla más hacia él. Durante ese acto, también se aseguraba de que las piernas de su esposa quedarán abiertas a su antojo y así poder tener mayor acceso al área que pretendía explorar.

Franco lamio, chupo, beso y mordisqueo la sensibilidad de su mujer y esto le regaló un sin número de jadeos y gemidos de parte de ella, al igual que las manos de esta empujando su cabeza más hacia ella para asegurarse de que este no se detuviera hasta que haya realizado su cometido. Franco podía sentir cómo el cuerpo de su mujer empezaba a tensarse cada vez más. Este intuyo lo que estaba a punto de suceder y con facilidad retiró una de sus manos de donde la tenía e ingresó un dígito dentro de su mujer y luego dos, mientras con su boca seguía chupando y saboreando su esencia. Sara empezó a decir el nombre de su marido, "Franco… Franco… Fra" una y otra vez, en un tono de voz muy bajo y agitado, hasta que ya no pudo más con la sensación de la boca de él en su sensibilidad y con los dedos de este entrando y saliendo de ella.

El inminente orgasmo de Sara llegó con oleadas de ráfagas escalofriantes que dejaron un estremecimiento por todo su cuerpo, manteniéndola en un estado tan alucinante que sintió que perdió el conocimiento por unos cortos segundos. Esta no se dio cuenta cuando Franco abandonó su posición y la paro del mueble para cargarla, haciendo que sus piernas se enredaran en la cintura de él. Cuando Sara volvió a estar en sus cinco sentidos, se percató de que estaba montada encima de su marido quien se encontraba, ahora sentado, en el sofá con ella entre sus brazos y la cabeza de este escondida en la coyuntura de su cuello, mientras se empapaba respirando su fragancia.

La respiración de Sara se seguía normalizando a lo que su esposo le susurraba "te amo, te amo tanto," cerca de su oreja con un suspiro.

"Yo también te amo," le prometió su esposa.

Sara no pudo ignorar la potente erección que se encontraba atrapada entre el cuerpo de su marido y el de ella. Ella no recordaba cuando él se había quitado la ropa interior o cuando logró deshacerse del cinturón, con encaje, que un minuto atrás seguía alrededor de su cintura, pero lo que sí tenía muy claro es que esta noche apenas estaba comenzando.

Las manos de Sara agarraron el cabello de su marido y con un delicado jaloncito sacaron su cabeza de donde estaba escondida en el espacio de su cuello. Ambos se miraron a los ojos y por instinto se besaron al mismo tiempo. Los labios de los dos empezaron a moverse al compás de una melodía que solo ellos podían escuchar. Era un beso lento pero apasionado que transmitía la necesidad que sentían el uno por el otro. Las manos de Franco se dirigieron hacia la espalda de su esposa donde se encontró con el cierre del sostén de su mujer y con agilidad lo pudo abrir de inmediato. Los dedos de Sara continuaban estando enredados y acariciando el corto pelo de su esposo, está dejó aquello a un lado para extender los brazos y que Franco pudiera deslizar y deshacerse del sostén, lanzándolo al sillón con el resto de la ropa.

Durante aquel beso, Sara se alzó sutilmente para poder posicionarse mejor y que la masculinidad de su marido ya no quedará atrapada entre ellos. Al cambiar un poco la postura, el miembro de Franco se encontraba en la posición perfecta para adentrarse en su mujer. Franco agarró las caderas de su esposa, con sus dos manos, para mantenerla fija en aquel sitio mientras, desde abajo de ella, este la penetraba con un movimiento rápido y fuerte.

Los senos de Sara, que se encontraban apretados por el cuerpo de Franco, quedaron un poco más liberados cuando está apoyó sus manos en el pecho de su marido y arqueó su espalda gracias a la sensación tan placentera que la invadía y para poder abrirle más el paso a las veloces embestidas de su marido. La boca de Franco buscaba mantener el contacto con el cuerpo de su esposa, este besaba, lamía y acariciaba con sus labios en donde se le hiciera posible dependiendo de sus movimientos. El cuello de Sara era siempre su opción predilecta pero en aquel momento, este solo podía alcanzar a besar su clavícula y con suerte logró atrapar, en diferentes momentos, los pezones de esta, entre sus labios, por un corto tiempo.

Con cada estocada y cada salida del cuerpo de su esposa era como si Franco estuviera dando brinquitos y por ende Sara también. Las bocas de ambos se necesitaban y Franco intentó atrapar los labios de su esposa varias veces sin tener mucha suerte. Sara hizo su mayor esfuerzo para enderezarse un poco y poder darle a su marido el beso que tanto buscaba. El beso, rápidamente, se hizo tan profundo y veloz como los movimientos del resto de sus cuerpos. Sus lenguas se acariciaban mutuamente y sus labios emitían un sonido erotico mientras que los pechos de ella volvían a estar pegados y seguros contra el torso de él.

El cuerpo de Sara no olvidaba el orgasmo que esta había acabado de tener hacía poco tiempo y con la ayuda de la fricción que se creaba, entre la pelvis de ambos, por la posición en la que se encontraban, volvió a sentir como la tensión del momento empezaba a asentarse en lo más bajo de su vientre. Franco sintió como Sara empezaba a sentirse más apretada alrededor de su miembro y esto hacía que cada vez que él se empujaba dentro de ella, esta se sintiera aún más estrecha. Sus bocas se separaron pero sus cuerpos seguían estando lo más pegados posible. La boca de Franco empezó a besar y chupar levemente el cuello de su esposa sin parar sus movimientos frenéticos que eventualmente los llevó hasta la cima del placer. Los dos sintieron que sus cuerpos explotaron al mismo tiempo en un momento de mutuo gozo y deleite.

Ambos terminaron abrazados y entrelazados mientras una pequeña sensación de hormigueo les recorría todo el cuerpo. Sara se aferró, lo más que pudo, al cuerpo de su esposo y descansó su cabeza en el hombro de este mientras la respiración de ambos se empezaba a calmar y los ritmos de sus corazones, juntos, se normalizaron.

"Esté, aquí, así, abrazada a ti, es mi lugar favorito en todo el mundo," le dijo Sara a su esposo en un susurro que le hizo cosquillas en su cuello.

"Por estar siempre aquí contigo, soy capaz de enfrentarme a lo que sea," le juro Franco.

"Mi amor, quiero que tengas mucho cuidado con ese operativo que van a hacer. A veces los planes no salen como uno los anticipa. Necesito que tengas mucho cuidado porque ese tipo es muy peligroso. Yo ya sé que se siente vivir sin ti y no es algo que pueda volver a soportar. ¿Me entiendes?" Le preguntó su esposa.

"Yo no voy a permitir que nada me pase. Yo voy a estar aquí para ti, siempre," le comunicó Franco, confiando plenamente en lo que decía y abrazando a su mujer con un poco más de fuerza para que ésta se sintiera segura y protegida.

Un par de minutos pasaron y ellos se encontraban en un divino silencio que los llenó de paz y serenidad. "¿Te das cuenta que hemos estrenado otro espacio de la casa?" Le preguntó Sara rompiendo el silencio al darse cuenta que esa era la primera vez que tenían intimidad en, lo que ahora era, el despacho de ambos.

"Y yo que pensaba que ya te había hecho mía en cada rincón de esta casa," le respondió Franco con una pequeña risa.

"Me encanta ser tuya," le dijo Sara depositando un beso en el espacio entre el hombro y el cuello de su marido.

"Eres para siempre mía," le comunicó su marido, mientras la levantaba un poco de donde estaba recostada para darle un corto y dulce beso en los labios. "Ahora sí, debemos de empezar a subir, al menos que quieras dormir en este sofá, los dos juntitos, pegaditos, sudados y abrazándonos. Yo creo que lo podemos lograr si te subes encima de mí," le dijo su esposo muy serio, mientras con una mano le acariciaba el rostro.

"Jajajaja," se rió Sara con una carcajada divertida. "Ni lo pienses, porque si hacemos eso, mañana amanecemos como los dos viejitos que realmente somos." Le dijo Sara bromeando y empezando a apartarse de él para ponerse de pie.

"Okay," empezó a decir Franco mientras ayudaba a su esposa a pararse de donde estaba. "Entonces tenemos que salir de aquí y subir las escaleras sin hacer ruido. No me gustaría encontrarme con Gaby en el pasillo," dijo este aterrorizado por el prospecto de que su hija los encontrara y supiera lo que habían acabado de hacer.

"Tranquilo, Gaby se quedó en casa de una amiga terminando un trabajo que tienen que presentar mañana bien temprano. Nadie te va a pillar," le dijo su esposa muy divertida y burlándose un poco de él, mientras se ponía la bata de seda y la aseguraba amarrandola lo más apretada que podía ya que no iba a tener nada puesto debajo de esta.

Franco solo se puso los boxers. Con una mano agarró sus zapatos y con la otra todo lo demás, incluyendo la lencería de su esposa quien solo llevaba el sombrero y su celular en la mano. "Que chistosa eres. Si me pillan a mi, a ti también te cachan conmigo," le dijo este guiñandole un ojo a lo cual la respuesta de su esposa fue sacarle la lengua y reírse. "¿Estas lista?" Le pregunto franco empezando a dirigirse hacia la puerta.

"Si, vamos," le respondió Sara.

Ambos salieron del despacho apagando la luz y cerrando la puerta detrás de ellos. Los dos parecían dos adolescentes caminando despacio y tratando de no reírse mientras subían las escaleras. Si bien Gaby no se encontraba en la casa, tampoco querían despertar y mucho menos encontrarse con Irene. Con un poco de suerte, lograron llegar hasta su habitación sin ningún contratiempo a pesar de haber hecho bastante ruido mientras subían las escaleras.

Franco dejó la ropa de ambos encima de la silla y Sara se fue directo al baño. Franco no tardó en unirse a esta y los dos se enfocaron en sus rutinas nocturnas. Cuando Sara se metió en la ducha no pasó mucho tiempo para que Franco abriera la puerta de cristal que separaba la ducha del resto del baño. "¿Te acompaño?" Le preguntó Franco entrando sin esperar una respuesta y colocándose detrás de su esposa.

"¿Por qué te tardaste tanto?" le respondió su esposa mirándolo por encima del hombro mientras apretaba la esponja que tenía en las manos haciendo que la espuma brotara de esta.

"Ya estoy aquí," le respondió Franco. Siempre que tenían la oportunidad se bañaban juntos. Algunas veces aquellas duchas se convertían en un encuentro íntimo pero por lo general sólo se acompañaban y se ayudaban para limpiar partes del cuerpo que solos no podrían alcanzar. "Ven, te ayudo," le dijo su marido quitándole la esponja que tenía en la mano y usandola para suavemente lavarle la espalda.

Sara no se sorprendió en lo absoluto cuando el agua caliente que caía sobre su cuerpo no bastó para detener el pequeño escalofrío que el simple y suave toque de su marido le produjo, pues ya estaba acostumbrada a que su cuerpo reaccionara de esa manera con el. Franco empezó a frotar la esponja suavemente en el cuello y los hombros de su esposa mojando un poco de los cabellos que se escapaban del moño al descuido que esta tenía en la cabeza. Franco siguió bajando lentamente por la espalda de Sara, dejando más espuma por todo su camino. Este alejó su mano para alcanzar la botella, de jabón líquido, que estaba en frente de su esposa, pero al estar mojada se le resbaló de las manos cayendo al suelo de la ducha y haciendo que este se quejara con un gruñido.

"Yo lo levanto," le dijo Sara con una pequeña carcajada. Esta se bajó con mucho cuidado para no mojarse el pelo con el agua que caía desde la ducha. Al subir, intencionalmente, Sara se pegó más a su marido e hizo que su trasero rosara cada parte del cuerpo de él que podía alcanzar. Sara abrió la botella de jabón y derramó un poco del líquido en sus manos para luego pasarle la botella a su marido. "Aquí tienes," le dijo dándosela sin darse la vuelta.

El aroma a gardenias se intensificó aún más cuando Sara empezó a lavar y masajear sus senos, delicadamente, con la espuma que había generado en sus manos. A Franco se le resecó la boca mirando como su esposa hacía esto con una media sonrisa en los labios y sin mirarlo ni prestarle atención. Él sabía lo que ella estaba tratando de hacer y lo estaba logrando. "¿Dos veces no fue suficiente?" le preguntó Franco colocando más jabón en la esponja para resumir su actividad en el cuerpo de su mujer.

"No sé de qué hablas," le respondió Sara quien ahora extendía y frotaba sus brazos con la poca espuma que le quedaba en las manos.

"Los dos orgasmos que tuviste…" le dijo su marido mientras colocaba la botella de jabón en su lugar y posicionó su boca detrás de la oreja de su mujer. "¿Te quieres venir otra vez?" Le preguntó Franco sin rodeos y viendo, desde su posición, como una completa sonrisa se formaba en la boca de su esposa.

"Si está dentro de tus posibilidades," contrarrestó Sara divertida.

"¿Tú qué crees?" Le preguntó Franco soltando la esponja que tenía en la mano izquierda para agarrar la cintura de su mujer y pegarla hacia él haciendo que esta sintiera su dura erección en la parte baja de su espalda en donde comenzaba su trasero.

Sara dejó escapar una pequeña bocanada de aire por la pronta acción de su marido. Con su otra mano, Franco tomó la cara de su mujer y la viro para así besarla por encima de su hombro. Sara colocó su mano derecha en la cara de su esposo para poder besarlo con menos restricción. Sara intentó darse la vuelta para seguir besando a su marido con más facilidad, pero Franco no se lo permitió.

"No, quédate así," le pidió sin separar su boca de la de ella y moviéndola para que esta estuviera de frente a la pared que se encontraba a su costado. Sara apoyó una mano en la pared para sostenerse mientras la otra seguía sobre el rostro de su esposo estabilizando un poco aquel loco beso.

Franco bajó su mano derecha hasta llegar a la feminidad de su mujer y darse cuenta que estaba caliente y mojada, pero no por el agua de la ducha. Este dejó salir un gruñido desde lo más profundo de su garganta que murió en los labios de Sara. Los labios de Franco abandonaron el beso para empezar a besar el cuello de su esposa desde su posición detrás de ella. "Abre un poco las piernas," le susurro y Sara no tardó en ceder a su comando.

Franco retiró la mano que se encontraba en la humedad de su mujer y con esta agarró y apretó una de sus nalgas echándola a un lado mientras se bajaba un poco para colocarse en mejor posición y así penetrarla, desde atrás, con un empuje rápido y poderoso. Esto hizo que su esposa soltara un corto grito acompañado de su nombre.

Las embestidas de Franco fueron subiendo de velocidad mientras él seguía devorando el cuello de su esposa y de vez en cuando se regalaban uno que otro beso por encima del hombro de esta. La feminidad de Sara estaba aún muy sensible, gracias a las recientes actividades, y esto hacía que todo se sintiera mil veces más intensificado cada vez que Franco entraba y salía de ella. En un corto tiempo los dos se encontraban envueltos por un sin número de sensaciones placenteras que les permitió llegar juntos al tope del placer por segunda vez aquella noche. Franco salió de su mujer y depósito corto besos en el hombro y la espalda mojada de esta, luego se bajo y levanto la esponja para colocarle mas jabon y retomar su tarea. Ambos tomaron turnos para ayudarse con la esponja y así continuaron en un cómodo silencio hasta salir de la ducha y dirigirse a la cama. El sueño les llegó instantáneamente después de una noche tan rigurosa.

Al día siguiente durante sus recorridos por la hacienda, Sara y Franco se detuvieron en su punto favorito, frente al lago, y se sentaron bajo la sombra de dos árboles para descansar y platicar cómodamente.

"Entonces, ¿El plan de las autoridades es dejar que él mismo se acerque?" Preguntó Sara después de que Franco le contara todo lo que había ocurrido en la capital y lo que había hablado con los oficiales.

"Si, tienen que esperar hasta que él salga de su escondite," dijo Franco refiriéndose a su antiguo socio. "Ellos piensan atraparlo cuando él intente entrar al país, pero yo no estoy muy convencido de que vayan a lograr detenerlo, él debe de saber que lo están buscando y seguro tiene un plan para entrar y salir de San Marcos burlando todas las medidas de seguridad," le explicó a su esposa.

"La policía de este pueblo es todo menos brillante, eso me pone muy nerviosa," le confió Sara.

"Tranquila, mi amor," le dijo Franco tomando una de sus manos en la de él. "Esta vez no son solo ellos, también están los detectives de las otras agencias. Y así sea como ellos lo tienen planeado o a través del negocio con Albín, yo estoy seguro que ese tipo será detenido. No se nos puede escapar."

"No se que me pone mas nerviosa, pensar que se pueda escapar o que Albín tenga que continuar con ese negocio ficticio," le informo Sara. "¿En cuanto tiempo se supone que sucederá todo esto?"

"No se sabe con certeza, pero creemos que la próxima semana él estará listo para dar el siguiente paso y concretar la revisión y venta de los caballos. De eso depende todo y cuando eso pase, entonces sabremos cuándo y dónde todo esto se llevará a cabo," le explicó Franco. "Ya, no quiero que pienses más en eso. Mejor enfócate en nuestra cita de esta noche," le dijo su esposo con una cálida sonrisa mientras le alzaba la mano hasta llevarla a sus labios y dejar en ellas un par de besos cariñosos.

"Me enfocaría mejor si me dijeras a donde me vas a llevar," le reprocho Sara.

"Ya te dije que es un lugar elegante pero sencillo. Está en el pueblo, es un lugar el cual ya hemos visitado antes, pero es una sorpresa y no puedo decirte más," le explicó su esposo.

"Umm, si no me dices a donde es, ¿Como se supone que me vista de manera correcta?," le preguntó su esposa.

"No hay forma de que te pongas algo incorrecto. Lo que decidas ponerte estará bien, creeme," le aseguró Franco.

"Bueno, si tu lo dices, pero…" Le dijo Sara rodando los ojos a lo que Franco le agarraba la cara y la callaba con un gran beso en los labios que la hizo reír mientras se besaban.

Luego de un rato platicando, ambos retomaron sus caballos y cabalgaron juntos hasta la casa. Al llegar, Franco se desmontó de su caballo para luego ayudar a Sara a bajar de Sexto. Ambos se retiraron sus sombreros negros y entraron a la casa riendo por alguna tontería, allí los esperaba Gaby quien les conto del exito que tuvo con la presentacion de su trabajo en la universidad. Sus padres, orgullosos, la felicitaron y los tres se sentaron a almorzar y disfrutar de la compañía.

A las siete de la noche, Franco se encontraba en la sala de su casa esperando a que su esposa bajará para darle inicio a la velada que había planeado minuciosamente. Un par de minutos pasaron cuando Sara empezó a descender por las escaleras. Al llegar al último escalón, Franco la estaba esperando, este extendió su brazo para agarrarla de la mano y darle una vuelta que le permitió apreciar todo su cuerpo y su atuendo. Sara llevaba un vestido sencillo, pero muy elegante, era negro y paraba por encima de sus rodillas. La parte de arriba era ajustada y el cuello era en forma de V, dejando así ver un poco de escote, el vestido también contaba con unas pequeñas mangas que lo hacían pasar más por elegante que por sexy. El atuendo era finalizado por un sencillo maquillaje, un par de zapatillas doradas, de tamaño moderado, un bolso y aretes del mismo color.

"¡Wow! Estas bellizima," le dijo Franco anonadado por su belleza.

"¿Estás seguro? ¿No es demasiado? Porque me puedo cambiar," le aseguró su esposa.

"Estas perfecta," le confirmó Franco mientras se acercaba a sus labios y le daba un beso corto y delicado. "Vamos," le dijo dirigiendose hacia la puerta.

"¿No me vas a dejar que te diga lo guapo que estas?" Le preguntó su esposa riendo mientras lo seguía.

"Claro que sí, pero me lo vas diciendo todo el camino ¿Que te parece?" le preguntó Franco mientras le abría la puerta y le cedía el paso para luego cerrarla.

"Engreído," le respondió su esposa bromeando y con una carcajada.

Una vez en el carro, ambos mantuvieron una conversación muy fluida y relajada. Recalcaron los planes de ir a un almuerzo donde doña Gabriela. Después de haber tenido unas conversaciones con sus dos hijos, todos estuvieron de acuerdo y acordaron darle una oportunidad a Gabriela. Esa misma tarde, Sara había llamado a la hacienda Elizondo, pero no había hablado directamente con su mamá, está simplemente le dejó un recado con Dominga, informando que el Domingo al mediodía podrían estar los cinco para almorzar.

Luego de un tiempo manejando y cuando ya estaban en el pueblo, ambos se encontraban en un silencio un poco tenso. Sara no podía negar que se encontraba un poco nerviosa ya que esa era prácticamente la primera vez que esta salía con su marido, públicamente en San Marcos, desde su regreso.

"¿Estás bien? De repente te quedaste muy callada," observó su marido.

"Si, es solo que…" Empezó a decir Sara un poco incómoda con la idea de que la gente se quede mirándolos. "Para muchos en la región, tú me habías dejado, y luego regresaste y ahora estamos juntos nuevamente. Esta es la primera vez que salimos de esta manera desde que regresaste," le confió su esposa a Franco.

"Lo sé, pero no le debemos explicaciones a nadie. Tu y yo sabemos todo lo que pasó y cuál es nuestra verdad, eso es lo único que importa. La gente puede hablar y decir lo que quiera," expresó Franco.

"Sabes que no me importa lo que digan los demás. Pero, si estoy un poco nerviosa. No lo puedo negar," le dijo Sara sinceramente a su esposo.

"Pues yo no voy a negar que estoy muy orgulloso de que todo el mundo vea que tengo a la mujer más hermosa a mi lado, de que vean cuanto te amo y lo feliz que me haces," le dijo Franco tomando una de sus manos con la de él y llevándola hasta sus labios para darle un corto y dulce beso, mientras su otra mano permanencia en el volante y sus ojos estaban puestos en la calle.

"Gracias," le dijo Sara con una sonrisa en los labios y sintiéndose un poco más serena.

Cuando llegaron al restaurante que Franco había elegido, este estaciono el vehículo y se bajó para ir al lado del pasajero a abrirle la puerta a su esposa y ayudarla a bajar del auto.

"¿No reconoces el lugar?" le preguntó Franco al ver que Sara no le había hecho ningún comentario.

"La verdad no lo reconozco. ¿Debería?" le pregunto tratando de acordarse del restaurante que tenía enfrente. Algo acerca del lugar se le hacía un poco familiar pero no lograba recordar cuándo había estado allí.

"Está muy cambiado, remodelado en realidad. Tenía como quince años cerrado y fue apenas re-inaugurado el mes pasado, pero es el mismo restaurante donde tuvimos nuestra primera cita," le recordó Franco.

"¡Claro! ¿Cómo no me había dado cuenta?" se preguntó Sara, notando el área de San Marcos en donde se encontraba y viendo a la distancia el parque donde se estaba aquel arco bajo el cual pasaron un largo rato aquella noche.

Todos esos recuerdos se le cruzaron por la mente de una forma muy rápida y la dejaron con una gran sensación de nostalgia y a la misma vez felicidad porque después de todo lo que había pasado y después de tantos años, allí estaban ellos dos otra vez, en otra primera cita y más enamorados que nunca.

Ambos entraron al restaurante entrelazados de los brazos. "Buenas noches," saludo Franco a la persona que se encontraba allí para llevarlos hasta su mesa. "Reservación para el señor y la señora Reyes," dijo este con una sonrisa y dándole una apretadita al brazo de su mujer que se encontraba junto al de él.

"Síganme, por aquí," le dijo el anfitrión mientras los llevaba hasta su mesa que se encontraba en el medio del restaurante. Este estaba completamente lleno ya que era viernes en la noche y también era el restaurante más nuevo en San Marcos.

Desde que empezaron a adentrarse, al restaurante, en busca de su mesa, Sara podía sentir las miradas de una gran parte de las personas que se encontraban en aquel lugar. Pero esta no se sintió incómoda como pensó que iba a estarlo, ella estaba en compañía de una de las personas que más amaba en el mundo y se sentía segura y feliz, con él y con ella misma. Lo que la gente pensara o dijera le importaba muy poco. Ella iba a disfrutar de la velada junto a su esposo.

Sara y Franco pasaron unos momentos muy agradables, sin importarle las miradas que, inevitablemente, las demás personas le otorgaban. Ambos cenaron muy agusto, tomaron vino, hablaron de sus hijos, de su familia, de sus vidas juntos, rieron por cualquier tontería y hasta se burlaban de los vistazos poco disimulados que recibían. La música en aquel lugar era muy agradable y tranquila, aun así, el restaurante también contaba con un espacio que tenía una pequeña pista de baile.

"¿Me regalas un baile mientras llega el postre?" Le propuso Franco a su esposa.

"Por supuesto," le respondió Sara con una gran sonrisa mientras colocaba su mano en la de su marido que la esperaba de pie con el brazo extendido.

Ambos se dirigieron hasta la pista de baile en donde solo otra pareja bailaba una canción lenta y romántica que estaba sonando. Los ojos de todos lo que cenaban estaban puestos en ellos, pero no importaba porque para Sara y Franco no había nadie más en aquel salón. Franco puso sus brazos alrededor de la cintura de Sara y esta se recostó en el pecho de su marido, prácticamente abrazados, los dos se movían lentamente al compás de 'Solamente tú' de Pablo Alborán.

Franco susurraba, muy bajo, la canción en el oído de Sara y esto solo hacía que ella no dejara de sonreír como una niña pequeña. En algunas partes de la canción Franco se equivocó o no se sabía muy bien la letra y esto hacía que ninguno de los dos pudieran contener sus risas, al final de la canción ambos estaban soltando carcajadas mientras caminaban de regreso a la mesa. Llegaron justo a tiempo para recibir el postre que iban a compartir. Después del postre, Franco pagó la cuenta y ambos salieron del restaurante agarrados de las manos y dejando atrás a medio pueblo con la certeza de que ellos dos eran la pareja más feliz del mundo.

"No tan de prisa," le dijo Franco a su esposa quien había empezado a caminar en dirección al auto. "Ven, acompáñame a dar un paseo," le pidió su esposo mientras le extendió su brazo para que esta se agarrara de él.

"¿A estas horas?" Le preguntó su esposa después de sujetarse a su brazo.

"Si, vamos. No pasa nada," los dos caminaron en dirección a aquel parquecito que quedaba a pocos metros del restaurante y a aquella hora estaba prácticamente vacío.

Una vez en el parque, Franco ubicó el arco que les había servido de refugio mientras se conocían, hablaban y, sobre todo, se besaban en su primera cita.

"Tenía mucho tiempo, años, que no pasaba por este parque y que no veía este arco," dijo Sara cuando llegaron hasta allí y puso su mano sobre la piedra fría del arco.

Franco se acercó un poco más a su esposa y con una voz dulce le dijo, "vamos a recrear una memoria," esté la pegó contra el arco y ambos se perdieron en un beso cargado con emociones de nostalgia, de alegría y sobre todo de dicha ya que podían revivir aquellos momentos sabiendo que aún tenían miles más por vivir juntos.

Poco a poco, Franco fue dejando los labios de Sara en libertad y con pasos firmes y seguros se echó, lo suficiente, hacia atrás. Este se bajó y se posicionó en una rodilla frente a ella. Sara estaba confundida, pero no dijo nada y se llevó una mano hasta la boca, con sorpresa, al ver que Franco sacaba una cajita roja de su chaqueta y la abría para revelar un anillo. Este tenía un diamante cuadrado, de un considerable tamaño, que estaba rodeado por diamantes más pequeños que bajaban por el aro de platino del anillo.

"Sara Elizondo de Reyes, me seguiría usted haciendo el hombre mas feliz del mundo si… ¿Acepta casarse conmigo otra vez?" Le preguntó Franco muy seguro y con puro amor en la mirada.

"Mi amor," le comenzó a decir Sara una vez pudo encontrar su voz. "Tu y yo no hemos dejado de estar casados," le respondió Sara ahora con lágrimas en los ojos.

"Okay, te voy a preguntar otra vez… Sara Elizondo de Reyes, me seguiría usted haciendo el hombre mas feliz del mundo si… ¿Aceptas renovar nuestros votos de matrimonio?" Le preguntó franco esta vez un poco nervioso.

"Si, claro que si acepto," le respondió Sara con una carcajada mientras una lágrima de felicidad se derramaba por su mejilla.

"Muy bien," dijo Franco poniéndose de pie y colocando el anillo en el dedo anular de la mano izquierda de Sara, para luego guardar la cajita en el bolsillo de su pantalón y tomar la cara de su esposa entre sus manos para mirarla fijamente a los ojos. "Me tenías un poco preocupado," le dijo limpiando con su pulgar la lágrima que reposaba en su mejilla.

"No pensarías que te iba a decir que no," le dijo su esposa riendo.

"Pues la verdad no sabía. Estabas en todo tu derecho de mandarme a volar," le dijo Franco, ahora jugando.

"De mi no te vas a librar tan fácilmente," le comunicó Sara siguiendole la corriente a su broma.

"¡Qué bueno!" Exclamó Franco mientras acercaba sus labios a la boca de su esposa, aun con sus manos sosteniendo su rostro. Ambos se besaron con amor y dulzura quedándose en aquel momento por unos minutos.

Ya en el auto, Franco le informó a su esposa que para celebrar, él había reservado un lugar muy especial y que esa noche no dormirían en la casa.

"Yo no tengo nada de ropa conmigo," le dijo Sara, aunque en realidad esto no le preocupaba en lo más mínimo y ya sospechaba cuál sería su respuesta.

"no te preocupes, yo empaqué una pequeña maleta con las cosas que vamos a necesitar. Está atrás en el baúl " le explicó su esposo.

"Tenemos que avisarle a Gaby," le comunicó Sara sacando su celular para marcar.

"No hace falta. Ella ya sabe que vamos a pasar la noche fuera de la casa."

"Ya veo que pensaste en todo," dijo Sara con una sonrisa de satisfacción en los labios y relajándose en su asiento nuevamente.

El lugar donde pasarían la noche no estaba muy retirado de su casa, era una hacienda cercana que se dedicaba al turismo del área y tenía una serie de cabañas campestres con privacidad y vista al río. Ese lugar solo llevaba dos años funcionando como tal y Franco no estaba enterado de su existencia hasta que su hermano Juan se lo mencionó y le pareció el sitio ideal para aquel día.

Al llegar a su destino, Franco se bajó y fue a abrir la puerta del lado del pasajero. Sara pudo haberlo hecho pero sabía que Franco disfrutaba hacerlo, así que se lo permitía casi siempre. Luego de sacar la pequeña maleta, ambos se dirigieron hasta la cabaña que quedaba a unos tres minutos, caminando, de donde se habían estacionado.

"Esto es hermoso. Ya me imagino como se debe de ver en la luz del día," dijo Sara apreciando la belleza de aquel lugar y de la noche iluminada por un hilo de luces que recorría todo el alrededor de la cabaña y los árboles más cercanos.

Al entrar, Franco depositó la maleta en un sofá que estaba a un lado de la cama. Este empezó a abrir la maleta, "Creo que aquí está todo lo que puedes llegar a necesitar," le comunicó a su esposa quien estaba curioseando el lugar.

"¡Wow, también hay un jacuzzi en la terraza!" Exclamó Sara al abrir el ventanal que daba hacía la parte de afuera y mostraba una vista espectacular del río y el bosque.

"¡Exactamente!" Dijo Franco emocionado mientras abría el pequeño refrigerador y de allí sacó una botella de champán y procedió a remover el corcho que salió volando con fuerte 'pop'. Sara agarró dos flautas que se encontraban en una pequeña mesa y las llevó hasta donde estaba Franco para que éste sirviera el líquido dorado.

Franco colocó la botella en la hielera y tomó la flauta que su esposa le ofrecía, "Salud, por nosotros," expresó Sara chocando su flauta con la de su esposo.

"Por nosotros," repitió Franco mientras él y su esposa tomaban un trago de champán. "Ahora sí, quítate la ropa y camine pal' jacuzzi," dijo Franco muy alegre mientras le daba una nalgadita a su mujer.

"Jajajaja… Oye quien habla, tú también estás vestido," le reclamó Sara.

"No por mucho tiempo," dijo Franco dejando su champán en la mesita y empezando a remover su ropa.

"¿Acaso me trajiste mi vestido de baño?" Le preguntó su esposa mientras colocaba su bebida junto a la de él.

"No lo necesitas, pero sí, empaque mi favorito," le informó Franco con una gran sonrisa de niño chiquito mientras le guiñaba un ojo.

Sara y Franco se cambiaron de ropa colocándose sus bañadores para entrar al jacuzzi. Al entrar el agua estaba caliente, pero poco a poco sus cuerpos se fueron adaptando a la alta temperatura y ambos encontraron comodidad. Franco estaba sentado de frente a la vista del río y Sara estaba sentada delante de él mirando en la misma dirección. Los brazos de Franco abrazaban y sujetaban a su esposa con firmeza. Los dos reían, tomaban, jugaban y se besaban mientras disfrutaban de la noche, de la naturaleza, y sobre todo de la compañía.

Durante una larga sesión de besos la tensión entre ellos se tornaba insoportable para ambos, se deseaban con desenfreno y no encontraban como más demostrarlo a través de besos y caricias bajo el agua. Franco empezó a deshacer el lazo que mantenía la parte superior del bañador de Sara en su lugar, mientras, se seguían besaban con locura y prácticamente el uno se comía los labios del otro. Sara permitió que su esposo separara sus labios de los de ella porque le comenzaba a faltar el aire para respirar. Franco terminó de deshacerse del sujetador de baño de su esposa y su boca comenzó a recorrer el cuello de esta, dejando tras su paso un camino de besos y caricias mojadas.

Franco no tardó en llevarse uno de los pezones de Sara a su boca para chupar y mordisquear con sus labios. "Vamos a la cama," le propuso su esposa jadeante.

"Agárrate fuerte," le pidió su esposo al subir la cabeza que se encontraba prestandole atención a sus senos. Franco puso los brazos de Sara alrededor de su cuello y la levantó agarrando la parte baja de sus nalgas mientras ella envolvió sus piernas en la cintura de él.

Franco salió del Jacuzzi cautelosamente para no tropezar y con mucho cuidado llegó hasta la orilla de la cama. Allí depositó a su mujer ascendiendo sobre ella en cuanto logró despojarse de su bañador y liberar su gran erección. Los dos estaban empapados por el agua del jacuzzi pero no les importaba, ellos solo querían seguir besándose y unir sus cuerpos lo más pronto posible. Aquello ya no era deseo, era una necesidad.

Franco se encontraba desnudo y flotaba sobre Sara, lo único que a esta la cubría era la parte baja de su traje de baño, y su esposo fácilmente la removió soltando los lazos que se encontraban a los costados de su cadera. En cuanto ya no había ninguna barrera entre sus cuerpos, Franco se pegó más a su esposa y ambos volvieron a unir sus bocas en un beso hambriento y apasionado.

Las piernas de Sara se abrieron para darle mejor manejo a su marido sobre su cuerpo, este no malgasto la oportunidad y se posicionó, con ayuda de una mano, justo a la entrada de su mujer. Franco separó su boca de la de Sara y la miró fijamente a los ojos mientras le dijo, "te amo," la penetró dulcemente y la llenó de él.

La boca de Sara formó una perfecta 'O' mientras que un gemido se escapaba de esta. "Te amo," le dijo Sara también a Franco en cuanto pudo ser capaz de hablar y cuando este empezó a moverse sobre ella con un ritmo lento, pero fuerte. Cada vez que Franco salía y entraba en ella, Sara sentía como el miembro de su marido se hundía cada vez más en la calidez de su cuerpo. El nivel de amor e intimidad de aquel momento era abrumador. Desde afuera no se podría descifrar en donde el cuerpo de uno empezaba y el del otro terminaba. Los dos parecían un solo cuerpo ocupando un mismo espacio.

La intensidad del momento llegó a su culminación en una secuencia de besos apasionados y movimientos exuberantes acompañados por jadeos, gemidos y gruñidos por parte de ambos. La espalda de Franco, que ahora se encontraba empapada por transpiración corporal, estaba rojiza por las marcas de los dedos de Sara, quien fuertemente se aferraban a su esposo mientras los dos disfrutaban de las últimas oleadas de su clímax.

Sara y Franco terminaron exhaustos después de haber hecho el amor con tanto fervor y pasión. Los dos quedaron rendidos con los pies entrelazados. Ambos tendidos encima de la cama, Sara estaba boca abajo con medio cuerpo sobre Franco y simplemente cubiertos por una suave sábana blanca que apenas cubría la parte íntima de ambos. En esa posición pasaron toda la noche hasta que los primeros rayos de sol los despertó junto al amanecer de un nuevo día.

Sara y Franco regresaron a su casa un poco pasado de las ocho de la mañana. Justo a tiempo para desayunar con Gaby quien se sorprendió al verlos regresar tan temprano.

"Te tenemos que dar una buena noticia," le dijo su papá a Gaby cuando ya casi terminaban de desayunar.

"No me digan que voy a tener un hermanito," dijo Gaby preocupada, aunque si ese fuera el caso en realidad no le sorprendería, pues sus padres parecían dos jovencitos enamorados…

Sara y Franco se miraron y abrieron los ojos grandemente mientras que al unísono le contestaron con un rotundo 'NO'.

"Uff, menos mal. No estoy lista para dejar de ser la bebe de esta casa. Entonces, ¿Cuál es la buena noticia?" Pregunto Gaby un poco más tranquila.

"Tu papá y yo nos vamos a volver a casar," le dijo Sara mostrándole el anillo en su mano a Gaby. "Bueno, vamos a renovar nuestros votos," le explicó Sara a su hija y vio como una sonrisa aparecía en su rostro mientras esta le agarraba la mano y embobada veía el anillo.

"¿En serio?" les preguntó Gaby sabiendo cual era la respuesta. "¡Eso sí que es una buena noticia!" Exclamó dándole un abrazo a su mamá, quien se encontraba sentada junto a ella para luego pararse de la mesa y también abrazar a su papá. Gaby regresó a su silla después de felicitar a sus padres con amor y felicidad. "Mami, muéstrame el anillo otra vez," le pidió a su mamá, quien de inmediato le pasó su mano. "Wow, ese si que es un gran diamante," dijo Gaby con su celular en mano lista para sacar una foto de la mano de su mamá. "Papi, te luciste. Es hermoso. Buen trabajo," aprobó Gaby.

"Gracias," le respondió Franco a su hija con una pequeña carcajada. "¿Para qué es la foto, Gab?" Le preguntó Franco a su hija.

"Ahhh.. ¿Cuándo le van a contar a Andrés?" Les pregunto Gaby.

"Andrés ya sabe.'' Respondió Franco ganándose una mirada extraña de su hija y una mirada incrédula de su esposa.

"¿Andres ya sabe?" Le preguntó su esposa confundida y al mismo tiempo Gaby les reclamó.

"Pero… ¿Cómo es que Andrés ni vive en esta casa y se enteró primero que yo?" Pregunto Gaby un poco celosa.

"Es que el anillo lo compré en nuestro viaje a la capital. Él estaba conmigo y no me quedó más remedio que contarle mi plan," les explicó Frano.

"Bueno… Siendo así, entiendo," dijo Gaby mientras bajaba la cabeza y empezaba a escribir rápidamente en su celular.

Sara y Franco se quedaron observando a Gaby por un corto tiempo ya que esta parecía haber perdido el interés en ellos y en la conversación de un momento a otro. Ambos siguieron desayunando y Gaby eventualmente levantó la cabeza para hacerles otra pregunta.

"¿Ustedes van a escribir sus propios votos o van a recitar algo que ya existe?" Les preguntó Gaby a sus padres.

"La verdad, no hemos pensado en eso. ¿Qué opinas, amor?" Le preguntó Sara a Franco.

"Lo que tú decidas, eso haremos," le respondió Franco, cediéndole todo el poder a su esposa, pero la que tomó la decisión fue Gaby, no su mamá.

"Eso de recitar algo ya preparado es muy anticuado," les dijo Gaby a sus padres. "Deben de decir algo que les salga del corazón. Yo les puedo ayudar con una dinámica para que estén preparados y puedan idear algo perfecto," les propuso Gaby emocionadisima.

"Yo no tengo ningún problema con eso," le dijo Sara a su hija.

"Bueno, si tu mamá está de acuerdo, yo también. No tengo ningún problema," le aseguró Franco a su hija mientras el celular de él y Sara empezaba a sonar, sin parar, con la llegada de mensajes de texto.

"Listo," expresó Gaby parándose de la mesa. "Esos mensajes son para ustedes. Los dejo porque tengo que ir a empezar una tarea. Chao," Se despidió Gaby marchándose a su habitación.

"Eso fue muy raro," dijo Sara mientras agarraba su celular y empezaba a ver todos los mensajes que tenía. "O no tanto," se dio cuenta Sara al leer los mensajes de texto que veía en la pantalla de su teléfono móvil.

Gaby había enviado la foto del anillo de su mamá al grupo general de la familia Reyes Elizondo con un mensaje para todos y la familia había empezado a reaccionar ante la noticia.

-Gaby Reyes: Mis padres se vuelven a casar️ van a renovar sus votos

-Norma Elizondo: Felicidades hermana, Franco. Se merecen toda la felicidad del mundo.

-Óscar Reyes: Andale mi flaco tu si que no pierdes el tiempo. ¡Mis felicitaciones para los dos!

-León Reyes: Un momento, ¿Entonces los tíos siempre si se habían divorciado? Estoy confundido

-Jimena Elizondo: Que alegría me da esta noticia. ¡Felicidades! Sara, me tienes que dejar diseñar tu vestido. No acepto un no como respuesta.

-Juan David Reyes: León, no seas inoportuno. ¿No sabes leer? Si están casados y van a renovar sus votos de matrimonio.

-Juan David Reyes: Felicidades. Espero que siempre sean así de felices. Yo también espero algún día poder tener la dicha de seguirle sus pasos junto a mi esposa.

-Erick Reyes: Felicitaciones para los tíos y para mis primos. Que viva el amor y los enamorados

-Juan Reyes: ¡Enhorabuena familia! Estoy muy feliz por ustedes.

-Erick Reyes: Juanda, no seas tan pesado. Bajale a tu tonito cuando le hables a León.

-Juan David Reyes: ¿Qué tonito? Es un mensaje de texto, bro.

-Andres Reyes: Familia, estoy saliendo para la casa. Voy a felicitarlos en persona con un abrazo. Allá nos vemos

-Gabriela Elizondo: Felicidades hija mía, sé que Franco siempre te hará muy feliz. Felicidades Franco, siempre serás como un hijo para mi.

-Erick Reyes: No hace falta escucharte para saber que estás usando un tonito, Juanda. Además, los mensajes de texto también se interpretan no solo se leen, bro.

-Muriel Caballero: ¡Felicitaciones, Sarita y Franco! Espero que siempre sean muy felices. ¿Cuándo será la ceremonia/fiesta? ¿Ya tienen fecha? Es que con estos seis meses de embarazo tengo que planificar todo con tiempo…

-Norma Elizondo: Niños, dejen de pelear que este no es el lugar ni el momento.

-León Reyes: No importa nada. Casados, divorciados, casados otra vez o no. Lo que se nota es que los tíos se aman. ¡Felicidades por eso! El abuelo también está muy contento y quiere saber ¿Cuándo es la rumba?

Todos los mensajes de la familia eran muy bonitos y tenían a Sara y Franco conmovidos. Al fin de cuentas Gaby les había hecho un favor. Pues, ya no tenían que contarle a nadie. Las personas mas importantes y los únicos que querrían con ellos en ese día sería su familia. Ambos escribieron un corto mensaje dándole las gracias a la familia por las felicitaciones y los lindos deseos. Sara y Franco se quedaron en la sala de su casa platicando y tomando café mientras esperaban que Andres llegara.

El día del almuerzo en la casa de Gabriela había llegado. Andrés y Albín primero llegaron a la casa de Sara y Franco para que todos pudieran ir juntos hasta la hacienda Elizondo. Al llegar, Dominga los invitó a pasar a la sala donde se encontraba doña Gabriela esperándolos.

"¡Ya están aquí!" Exclamó Gabriela al verlos. "Estoy muy feliz de verlos," les dijo a todos con sinceridad.

"Doña Gabriela, esto es para usted," le dijo Alvin pasándole un ramo de girasoles que este y André le habían llevado. Puede que ellos no estuvieran feliz con la señora, pero la educación iba primero que todo y no se podían presentar con las manos vacías sin nada para su anfitriona.

"Hola, mamá. aquí tienes," le dijo Sara saludándola y pasándole una botella de vino que llevaba en la mano.

"Gracias Sarita," le dijo Gabriela tomando la botella de vino. "Dominga, tenga…" Le pasó el vino y las flores a Dominga. "Ponga estas flores en agua y que ese sea el vino que sirvan con la comida," le instruyó. "A ver Sarita, déjame ver ese maravilloso anillo," le habló a su hija pidiéndole la mano para observar el anillo que estaba sentado en su dedo. "Es hermoso y muy elegante," dijo Gabriela observando el anillo detenidamente. "Felicitaciones a los dos," expresó Gabriela para Sara y Franco.

"Gracias mamá," le dijo Sara simplemente

"Gracias," fue la única palabra que pronunció Franco.

"Bueno, pero ¿Qué están esperando? Anden, tomen asiento," les pidió Gabriela mientras ella misma se sentaba en su sillón favorito.

Sara, Franco y Gaby tomaron asiento en el sofá más grande y Andrés y Albín se sentaron en el sofá de dos asientos. Un silencio incómodo se adueñó de la sala y al darse cuenta que nadie estaba agusto ni diría nada más, Gabriela procedió a la parte más importante de aquella reunión; su disculpa.

"Yo los he invitado hoy a aquí para disculparme con todos ustedes por mis acciones el día del cumpleaños de mi papá. Yo se que estuvo mal y que ese no era el momento ni el lugar para los comentarios que hice. Mi intención no fue ofender a nadie y espero que puedan lograr perdonarme," les pidió Gabriela. "En especial ustedes, Andrés y Gaby, mis nietos bellos. Yo a ustedes los amo, yo amo a todos mis nietos por igual," le dijo Gabriela con sentimiento. "Si por algún motivo soy más dura con ustedes o si creen que tengo alguna preferencia con los mellizos, perdonenme, nunca me había dado cuenta de que ustedes se sentían de esa manera y de ahora en adelante trataré de que no sea así." Gabriela respiro profundo antes de continuar ya que esta era la parte más difícil para ella, "estoy verdaderamente arrepentida de mi comportamiento con respecto a la relación de ustedes dos," dijo Gabriela mirando a Andrés y Albín. "No quiero que piensen que me opongo ni nada parecido. Alvin, yo estoy muy contenta de que Andrés tenga un amigo como tu, un hombre de bien…"

"Novio," le recalcó Sara a su mamá.

"¿Qué cosa?" Preguntó Gabriela haciéndose la que no entendía o en verdad sin entender. Ya se les hacía difícil saber si era sincera o si simplemente se disculpaba para quedar bien y que la familia no la echara a un lado.

"Albín es el novio de Andrés. Tú le has llamado su amigo, pero él no es su amigo. Es su novio," le aclaró Sara a su mamá como si estuviera explicando algo a una niña pequeña.

"Entiendo, tienes razón," cedió Gabriela. "Su novio. Es solo que en mis tiempos esas cosas no se veían y aún me sigo adaptando a ese estilo de vida. De verdad les pido mil disculpas a todos." Concluyó Gabriela.

Todos la escucharon detenidamente mientras Gabriela hablo y le permitieron expresarse sin interrupciones, más que cuando fue estrictamente necesario intervenir. Pero aun así, ninguno estaba completamente convencido de que sus palabras hubieran sido sinceras. Sin embargo Gaby, Andres y Alvin estaban dispuestos a dejar todo lo ocurrido en el pasado y perdonar a Gabriela.

"Por mí no hay ningún problema, abuela," le dijo Gaby quien solo quería que aquel momento tan incomodo acabara.

"Yo no tengo ningún problema con usted Doña Gabriela y me parece muy admirable que se disculpe," le dijo Albín honestamente.

"Por mi, todo está olvidado, abuela. Yo no le puedo ni le quiero imponer a nadie mi estilo de vida. Tan solo te pido respeto y que si tienes algo que decirme, me lo digas a mi en privado y lo discutimos como los adultos que somos," le sugirió su nieto con el tono calmado y sabio que lo caracterizaban.

"Tienes toda la razón, Andres. Gracias mis amores," le dijo a sus nietos. "Y gracias por tus palabras Albín. ¿Sarita?" preguntó Gabriela alentando a su hija para que dijera algo.

"Por mí no hay problemas mamá. Si mis hijos son capaces de olvidar lo sucedido, yo también," le respondió Sara con honestidad y derrotada ante toda una vida de aguantar todas las malcriadeces, artimañas, e histerias de su madre.

"Ya se que a mi no me ha mencionado, pero quiero decirle que aprecio sus disculpas y se que todo lo que dijo debió de ser muy difícil para usted. Pero lamentablemente, no le creo nada…" Le decía Franco a su suegra.

"Franco…" Le dijo Sara poniendo su mano sobre el brazo de su marido quien en retorno puso su mano encima de la de ella para dejarle saber que él no se iba a alterar y que todo estaba bajo control.

"Yo de verdad deseo estar equivocado, Gabriela, y de corazón deseo que usted cambie su forma de ser de una vez y por todas. Por el bien de nuestra familia, por el bien suyo y por el bien de mi esposa, a quien usted también le debe una disculpa. No solo por su manera de actuar y hablar ese día en casa de Juan, sino por toda una vida de maltratos psicológicos y físicos en contra de la persona que yo más amo en este mundo," finalizó Franco con seriedad.

"El tiene razón, Sarita," le dijo doña Gabriela a su hija mayor. "Yo a ti te amo tanto. Tu fuiste mi primera hija y eres quien siempre esta a mi lado sin importar lo que pase y a veces sin que yo me lo merezca. Yo se que a lo largo de tu vida te he hecho mucho daño y por eso te pido perdón, hija. Por favor acepta mis disculpas. Dime que me perdonas," le pidió Gabriela a su hija con una lágrima corriendo sobre su mejilla y con la voz completamente abrumada.

"No llores, mamá," le dijo Sara parándose a abrazar a su madre. "Yo te perdono. Claro que te perdono," le aseguró Sara.

Franco no iba a negar que el ver a Sara abrazando así a su mamá después de que esta le pidiera perdón lo llenaba de satisfacción. El entendía que Sara era digna de mucho más que tan solo las migajas y la forzada disculpa que doña Gabriela acababa de darle, pero también comprendía que los que piden no pueden ser exigentes y se sentía dichoso de al menos haber conseguido algo, aunque poco, de lo que su esposa merecía.

Dominga salió a la sala para informar que ya el almuerzo estaba listo y que todos podían pasar al comedor. El resto de la reunión aconteció sin ningún tipo de percances ni acontecimientos desagradables. Algunos hasta terminaron pasando un rato agradable mientras otros simplemente toleraban la situación.

Once días después.

Era media mañana, Sara y Franco se encontraban en el despacho atendiendo asuntos de trabajo relacionados con la hacienda y algunos de los otros negocios de la familia. Cada uno estaba sentado en su propio escritorio atendiendo a casos diferentes. Cuando de repente el celular de Franco empezó a sonar. Este miró la pantalla y vio que era Albín, su yerno, quien lo llamaba. De inmediato contestó la llamada.

"Buenos días, Alvin," lo saludo Franco.

Sara, desde su escritorio, también estaba atendiendo una llamada de negocios, pero al escuchar que su esposo nombro y saludo a Albín esta se disculpó con la persona que tenía del otro lado de la línea explicando que le llamaría más tarde y cerró su llamada para prestar atención a lo que ocurría en la llamada de su marido. Desde hacía varios días todos estaban un poco nerviosos y alertas porque había pasado más de una semana donde no sabían nada del tal ex-socio de Franco.

La última vez que este se comunicó con Albín, le había comentado que algunos negocios se le estaban complicando y que tenía que atenderlos pero que en cuanto pudiera venir a San Marcos le contactaría. Desde ese entonces había pasado una semana y aún esperaban noticias o indicios de que algo estaba pasando. La ansiedad de Franco estaba un poco más desmedida por tanto esperar sin tener garantías de que pasaría o si las cosas saldrían acorde al plan. El día anterior logró tranquilizar un poco todos esos pensamientos después de haber tenido su cita semanal con su terapeuta. Esto le había ayudado a entender que lo mejor sería enfocarse en las cosas que podía hacer y que estaban a su alcance, en vez de querer controlar algo que estaba fuera de sus manos y sobre lo cual no tenía ningún tipo de control.

"No son tan buenos, Franco," le dijo Albín a su suegro del otro lado de la línea, con un tono de voz un poco exasperado. "Rodolfo Castallenas me acaba de llamar y esto está pasando ya. Hoy y mañana. Todo ha sido muy rápido y no hay tiempo que perder tengo que ir y estar para la inspección de los caballos, la reunión es en una hora. Este tío no ha querido planificar nada con más tiempo y tiene que ser ahora o de lo contrario…" seguía hablando Albín, pero Franco tenía preguntas y necesitaba que Albín le explicara claramente.

"Albín, cálmate por favor," le pidió Franco mientras Sara se acercaba desde el otro lado del despacho y se paraba a su lado. "Te voy a poner en altavoz para que me expliques bien todo lo que pasó," le informó Franco colocando el teléfono en altavoz para que su esposa también pudiera escuchar.

"Vale, pero no tenemos mucho tiempo. Así que escuchen bien para no tener que repetir nada. Empezaré por el principio," les explicó Albín. "Hace un par minutos, Rodolfo Castallenas se comunicó conmigo de un número diferente, no es el mismo que usaba antes pero tampoco es un número local. Aunque eso puede ser modificado. Me dijo que si el negocio se iba a llevar a cabo, iba a tener que ser concluido para, más tardar, mañana. Con la necesidad que todos tenemos de que esto ocurra yo no me opuse ni puse ningún pero, acepte su proposición para finalizar el negocio lo más pronto posible. Según él, dice que mañana llega a San Marcos para cerrar el negocio conmigo y entregar el pago por los ejemplares. Este tipo dijo que hoy iba a terminar de cerrar otro negocio para estar aquí mañana a primera hora ya que sus inversionistas esperaban esos ejemplares para principios de la semana que viene y la transportación toma tiempo.

El quiere que me reúna con uno de sus empleados, alguien que va a revisar los caballos para asegurarse de su estado y de su valor. Para que así él no tenga que perder su tiempo mañana. La reunión es en… Menos de una hora. Según él, también coordinó para que alguien de la asociación que regula la venta de caballos esté presente durante la inspección y la compra final. Ya tengo que ir saliendo para la hacienda donde están los ejemplares, si quiero llegar a tiempo a esa reunión. Yo le dije que allí estaría. Tenemos que estar muy alertas y llamar a los detectives porque la gran cacería sería hoy o mañana cuando él trate de entrar al país. Inclusive, si ya está en el país o en San Marcos, vamos a necesitar todo su apoyo para poder apresarlo mañana cuando me reúna con él." Concluyó Albín terminando de explicar todo lo que había transcurrido.

"Yo voy a ir a esa reunión contigo, Alvin," fue lo primero que dijo Franco en cuanto Albín terminó de hablar. "Esa hacienda está cerca y puedo estar ahí en veinte minutos. Si quieres nos podemos encontrar en las afueras del pueblo para llegar juntos," le explicó Franco.

"Franco, eso puede ser peligroso para ti," le dijo su esposa mirándolo fijamente a los ojos. "Si ese empleado te reconoce o se da cuenta de quién eres, todo el plan se puede venir abajo, o peor, te pueden hacer daño. No te arriesgues," le suplico Sara a su esposo.

"No te preocupes, amor. Yo nunca conocí a ningún empleado de Rodolfo, y además yo no pienso dar la cara, me mantendré escondido y voy a ir armado. Pero no me pidas que deje ir a Albín solo. Yo lo he metido en este problema y es mi responsabilidad acompañarle," le planteó Franco a su esposa.

"Yo no tengo ningún problema en ir solo, pero Franco, si vas a venir conmigo y nos vamos a encontrar a las salidas del pueblo esto tiene que ser ahora," dijo Albín quien todavía se encontraba al otro lado del teléfono y estaba consciente de todo lo que se hablaba gracias al altavoz. "Yo acabo de encender el auto, ya estoy saliendo. Por favor, solo dime que vamos a hacer y que alguien se encargue de llamar a los detectives," suplicó Albín.

"Nos vemos en las afueras de San Marcos en treinta minutos," dijo Franco y colgó la llamada mientras que su esposa tenía un semblante de preocupación e impotencia en la cara. "Mi amor, no te mortifiques. Todo va a salir bien, ya lo veras," le prometió Franco a Sara.

"Yo voy contigo," le dijo Sara mientras empezaba a caminar hacia la puerta del despacho y salía de este.

"No, nada de eso. Tú te quedas aquí dónde estás segura y protegida. Te prohíbo acercarte a ese lugar" le advirtió Franco.

"Franco yo no soy una niña pequeña a quien le vas a decir lo que tiene que hacer. Si tu vas yo también voy," le juró su esposa.

"Amor, eso puede ser contraproducente. Si tu estas hay yo solo voy a estar preocupado por ti y no me podré concentrar en nada más. Tú me eres de más ayuda aquí, por favor quédate y comunicate con la policía de San Marcos. Explicales todo lo que está pasando," le rogó su marido, "Yo en el camino me comunicare con los detectives para que lleguen lo más pronto posible," Franco no dejó que Sara le respondiera y simplemente se acercó a ella y depositó un besos en su cabeza. "Te amo," le aseguró Franco al marcharse.

Sara se quedó perpleja mirando como su esposo salía por la puerta de la casa. Esto le produjo una sensación de angustia que no le gustaba para nada. No sabía por qué, pero algo le decía que las cosas no pasarían tan maravillosamente como su esposo y Albín pensaban. Sexto sentido o lo que sea, ella sabía que algo no estaba bien. Sara abrió la puerta de la casa y salió afuera en donde vio como el auto de Franco se alejaba de la casa en camino a la entrada de la hacienda.

Como no le quedaba de otra, Sara sacó su celular y le marcó a la estación de policías donde habló con la persona correspondiente y le explicó lo que estaba pasando. Hablar con las autoridades de San Marcos y dejarlo todo en manos de ellos no le daba ni un poco de paz, puesto que la policía en la región no eran más que unos inútiles que solo lograban hacer bien su trabajo cuando la suerte y la buena fortuna estaban de su lado, pero Sara no tenía tiempo para esperar por la buena suerte ni por un milagro. Ella sabía muy bien lo que tenía que hacer e iba a tomar cuentas por sus propios medios.

"¡Gonzalo!" Le llamó Sara con fuerza y este se acercó de inmediato. "Gonzalo, necesito que me haga un favor. Reúna a todos los vaqueros y ensillen los caballos. Asegúrese de preparar a Sexto también, y prepárese para abrir el arsenal. Saldremos pronto. Todos tienen que estar listos en diez minutos," le ordenó Sara con amabilidad y propiedad.

"Claro que sí, señora Sarita," le dijo Gonzalo retirándose para asegurarse de ejecutar todas las órdenes de su patrona.

Franco y Albín se encontraron en las afueras del pueblo para juntos llegar a la hacienda Páez. Allí se encontraban alojados los ejemplares que formaban parte del negocio con Rodolfo Castallenas. Eran diez hermosos caballos finos de razas sofisticadas, desde un pura sangre inglés hasta un andaluz. Uno más caro que el último, y todos juntos valían una fortuna. Anteriormente, Albín alojaba una parte de sus ejemplares en la hacienda Reyes y otra en la hacienda Meraki. Habían decidido mover los caballos por estrategia, planificando para ese día, no podían darse el lujo de que Rodolfo cayera en cuenta del vínculo que había entre Albín y los Reyes, así que le encontraron alojamiento a los ejemplares en una hacienda vecina y de confianza que también alquilaba sus establos.

Llegaron justo a tiempo, con un par de minutos bajó la hora acordada. Franco estaba familiarizado con el terreno y se fue por un lado distinto para así quedarse a la distancia, pero con la habilidad de observar todo. Alvin se adentro hasta la hacienda, donde saludó a los pocos vaqueros que allí trabajaban y que se encontraban en la entrada de la casa principal. Esta no era una hacienda de crianza de caballos, apenas contaba con caballerizas, en la parte retirada de la casa, las cuales eran alquiladas porque la hacienda no tenía otro usos para ellas.

Albín siguió caminando hasta llegar a los establos en donde vio dos hombres parados en frente de estos, claramente, esperándolo a él. "Buenos días, señores. Por favor, disculpen la demora, no era mi intención hacerlos esperar," se disculpó Albín.

"No se preocupe, nosotros también acabamos de llegar," le dijo el hombre más joven y fuerte de los dos. "Soy Dante, para servirle," le dijo mientras le daba la mano y saludaba a Albín.

"¿Solo Dante?" Preguntó Albín al no recibir un apellido.

"Solo Dante," le aseguró el hombre.

"Yo soy Albín Duarte. Asumo que este es el señor que viene de parte de la asociación de caballos," dijo Albín refiriéndose al segundo hombre que era un señor un poco más mayor y con un cuerpo que no le permitiría ir muy lejos.

"Así es," le dijo Dante.

"Saul Robles," se presentó el representante de la asociación. "Estas son mis credenciales," le mostró a Albín el carnet que le colgaba del cuello.

"Bueno, ya que estamos todos aquí. Manos a la obra, asegurémonos que todo esté en orden con mis ejemplares."

Albín y los dos hombres se adentraron en las caballerizas, en donde solo se encontraba un empleado, de la hacienda, custodiando y quien no tuvo ningún problema en cederles el paso tras reconocer a Albín. Ya adentro, los establos tenían dos puertas, una daba a un corral donde había paja y productos para el cuidado y el aseo de los caballos, la otra puerta daba hasta una parte trasera donde solo se veía pasto seco y un terreno bastante extenso al cual no se le encontraba final.

Dante y Saul revisaban los caballos y Albín observaba su trabajo, nada parecía estar fuera de lugar, hasta ahora. Dante revisaba los ejemplares y Saul tomaba notas de lo que él decía. Cuando iban por el tercer caballo Dante se disculpó porque le entró una llamada y dijo que no podía dejar de contestar. Este no tardó más de dos minutos y regresó a continuar con su trabajo.

Cuando Dante inspeccionaba el quinto ejemplar este paró repentinamente y miró hacia los terrenos que se encontraban en la parte de atrás de donde Albín se encontraba parado. "Alguien lo vino a ver," le dijo Dante a Albín, quien con el ceño fruncido se dio la vuelta.

Seguro que si, allí parado detrás de él se encontraba un hombre alto y muy apuesto. Detrás de aquel hombre se encontraban cuatro hombres armados que parecían ser su guardaespaldas, o mejor dicho unos matones.

"Albín Duarte, hasta que al fin nos conocemos. Ya nos habíamos visto antes, pero nunca tuve la oportunidad de presentarme," dijo el hombre desconocido. "Me llamo Rodolfo Castallenas y estoy aquí para llevarme tus ejemplares," le dijo este hombre con un aire de grandiosidad.

Alvin podía intuir lo que estaba a punto de pasar, pero prefirió hacerse el ingenuo y seguirle la corriente a Rodolfo para ver hasta donde estaba dispuesto a llegar. "Es un placer," dijo Albín dándole la mano a Rodolfo, quien se la aceptó, para saludar. "Yo pensé que no lo conocería hasta mañana. Pero me alegra mucho verlo por aquí hoy. Así, podremos cerrar este negocio más rápido, a los dos nos conviene. Usted se lleva los caballos y bueno, yo quedo bien pagado," le dijo Albín haciéndose el inocente.

"A ver. Usted no me está entendiendo. Yo si me voy a llevar los caballos, pero no habrá ningún tipo de negocios. Para que le voy a pagar una millonada por estos animales cuando simplemente me los puedo llevar. Por las buenas o por las malas," dijo esto mientras los cuatro hombres detrás de él sacaban sus armas y le apuntaban a Alvin, al empleado de la hacienda, y al representante de la asociación de caballos. "Usted decide como lo quiere hacer," lo amenazó Rodolfo. "Jose, andate con Dante y revisa los alrededores y la entrada de los establos. Si hay algo que no esté en orden, simplemente lo ordenas. No importan las consecuencias." Le ordenó Rodolfo a uno de sus matones, quien lo obedeció y fue a dar el recorrido. "Entonces Alvin, dígame ¿Qué piensa hacer?" le preguntó Rodolfo desafiante.

"¿Que quiere que haga si usted no me ha dado muchas opciones?" Le dijo Albín a Rodolfo honestamente.

En estos momentos, Albín solo deseaba que Franco se hubiera dado cuenta de lo que estaba pasando y que pudiese huir lejos de aquel lugar para comunicarse con las autoridades e ir por ayuda. Pero los deseos le duraron poco en cuanto vio a Dante y a Jose regresando.

"Patron, mire lo que le traemos. No tuvimos que ir muy lejos para encontrar a esta joyita tratando de llamar a la policía, y encima estaba armado," le dijo Jose a su jefe.

"Vaya, vaya, pero si no es Franco Reyes. Mi queridísimo socio que me hundió para salvar su pellejo. Por culpa tuya soy un prófugo," le dijo acercándose a Franco quien estaba siendo agarrado por Dante y Jose. "Esto no pudo haber salido mejor si lo hubiese planificado. ¿Ustedes se conocen?" Le preguntó a Franco y Albín al darse cuenta de las miradas que estos intercambiaban.

"Rodolfo, eres un cabrón miserable. ¿Cómo te atreves a decir que yo te hundí, cuando por tu culpa estuve preso por casi cuatro años?" Le preguntó Franco tratando de evadir la pregunta.

"No, no, no. No me vas a enredar Franco Reyes. No eres, bueno, no son tan buenos actores como creen," dijo Rodolfo mirando a Alvin y a Franco detenidamente. "Ahh, Ya. Lo entiendo todo. Esto se supone que es una emboscada. Ustedes están tratando de tenderme una trampa, pero no se esperaban que yo apareciera hoy. Bueno, lamento decirles que no les va a funcionar. Luis, ve por el camión y muévelo hasta esta parte de los establos que hasta aquí llegamos y estos caballos vienen con nosotros. Date prisa porque algo me dice que la policía no va a tardar en llegar," le ordenó este a uno de sus matones.

"No te vas a salir con la tuya mal parido. Eso te lo aseguro," dijo Franco con rabia.

"A ver," dijo Rodolfo sacando un revólver de su cinturón."Traelo aca," le ordenó este a Jose y Dante quienes le llevaron a Franco y se lo entregaron.

Franco trató de zafarse pero no lo consiguió porque Dante le metió una patada en el estómago que hizo que este se doblara del dolor y cuando finalmente pudo enderezarse, Rodolfo tenía su revólver apuntando hacia su cabeza. Jose fue hasta donde se encontraba Albín y también lo apuntó con un arma.

"Si uno de los dos intenta algo, el otro lo pagará," los amenazó Rodolfo.

El empleado de la hacienda y Saul Robles estaban muy asustados. Esto hizo que se arrinconaran para no estorbar y que no se les fuera a pegar un tiro en aquella pelea ajena que no tenía nada que ver con ellos.

Luis regresó con un camión bastante amplio. Este se desmontó del camión y abrió la puerta trasera para así empezar a montar caballos con la ayuda de los otros dos guardaespaldas y de Dante.

"A ver, ¿Qué voy a hacer yo contigo, Franco Reyes? porque semejante oportunidad no la puedo desaprovechar. No es todos los días que los enemigos te caen del cielo y se te cruzan por el camino para darte la bendición de poder acabar con ellos." A este punto las preguntas y comentarios de Rodolfo no eran más que una burla. "¿Será que te mataré aquí mismo antes de irme? O ¿Te llevo conmigo y te mato por ahí? O no, mejor aún. También te podría dejar vivo para que vivas sabiendo que nunca me pudiste atrapar y que yo estoy lejos, viviendo mi vida, o ¿Quién sabe? Tal vez estoy muy cerca acechando para atacar…"

Fue entonces cuando de repente, el ruido de unos galopes se escuchaban a la distancia y en cuestiones de segundos se fueron intensificando aún más. En un corto tiempo Franco y Albín pudieron ver que se trataba de nada más y nada menos que de Sara. Esta, estaba montada encima de Sexto con su sombrero negro en la cabeza y una escopeta en la mano. No solo se trataba de Sara, si no que estaba acompañada por Gonzalo y unos quince vaqueros más. Todos estaban armados y montados en los caballos, encabezados por Sara.

A Rodolfo Castallenas y sus matones no le dio tiempo de reaccionar de manera violenta ya que la mayoría estaban ocupados trasladando los caballos de los establos al camión. Solo Rodolfo y José se encontraban en una posición amenazante, apuntando con sus armas a Albín y Franco.

"Mire señor," le gritó Sara desde su caballo. "Mejor será que usted baje sus armas y que le diga a sus hombres que se detengan," le exigió Sara a Rodolfo.

"¿Pero y usted quién se cree que es para darme órdenes?" Le preguntó Rodolfo furioso.

"Yo soy quien le va a volar la cabeza si usted no suelta a mi marido en este preciso momento," le gritó Sara con rabia y con unas ganas de bajarse del caballo y de darle su merecido, a ese tipo, con sus propias manos.

"Ahhh. Es la esposita. ¿Esa es la mujer que te gobierna, Franco? No, pues con razón. Ya lo entendí todo. Qué carácter qué se gasta. No me quiero imaginar como debe de ser en la cama. Toda una fiera…" dijo Rodolfo aun bromeando mientras Franco le echaba pestes por hablar así de Sara.

"Pero ¿Usted cree que esto es un juego? No sea estupido, que lo suelte le digo," los comandos de Sara no significaban nada para Rodolfo. Al ver que este no tenía indicios de entender que ya no se encontraba en la posición superior, Sara decidió enseñarle quien tenía el control de la situación. "¿Usted lo que quiere es jugar? No se queje, que se lo busco," le dijo Sara y sin perder el tiempo apuntó su escopeta y le disparó a Rodolfo.

El ruido tan repentino hizo que algunos de los caballos relincharan, pero todos estaban muy bien adiestrados y ninguno trató de salir huyendo. Sexto siempre se mantuvo firme y en pie bajo su dueña. Los empleados de Rodolfo, que se encontraban moviendo a los caballos, detuvieron todo lo que estaban haciendo y levantaron las manos en cuanto escucharon el disparo.

El tiro le cayó justo en el medio del pie, atravesándolo y dejando un agujero sangriento en aquel lugar. Rodolfo no pudo contener el dolor y esto le dio a Franco la ventaja para poder desarmarlo con facilidad. Rodolfo se tiró al piso echando maldiciones y revolcándose del dolor. Franco le apuntó a Dante con el revólver que ahora tenía en la mano para que este soltara a Albín. Dante no se iba a arriesgar por un asalto que ya se había echado a perder, así que de inmediato soltó a Albín y alzó las manos después de entregarle su arma a este.

"Muchachos," le decía Sara a sus vaqueros. "Vamos a ayudarlos. Cada uno agarra a uno de los hombres y lo amarran con las sogas que hay en el establo. el resto ayude a sacar a los caballos de ese camión, por favor," les pidió Sara a sus empleados. Los vaqueros inmediatamente empezaron a obedecer las órdenes de su patrona.

Gonzalo se acercó a Franco quien todavía le apuntaba a Rodolfo con el revólver, a pesar de que este estaba mas concentrado en su herida que en huir. "Tranquilo, Patron. Yo me encargo de éste," le prometió Gonzalo a Franco, quien asintió con la cabeza y se guardó el arma en el cinturón del pantalón para empezar a caminar los cortos pasos a donde se encontraba Sara aun arriba del caballo.

Franco se acercó a Sara y la ayudó a bajar del caballo. Sara noto que este se quejo cuando la bajó, como si le doliera algo. "¿Estás bien?" Le preguntó su esposa preocupada mientras ponía su mano sobre el abdomen de su marido.

"Si, fue solo un pequeño golpe," le aseguró Franco.

"Muy bien. El próximo golpe te lo voy a dar yo cuando me vuelvas a prohibir algo," le aseguro Sara a su marido.

Este solo se rio porque, como siempre, su esposa tenía toda la razón. "Te amo," le dijo mientras la abrazaba fuertemente y una carcajada se escapaba de su boca. Ahora volvía a estar feliz, por un momento llegó a pensar que quizás no la volvería a ver. "Que buen tiro le pegaste al cabrón de Rodolfo," felicito Franco a su esposa.

"Ni tan bueno. En realidad estaba apuntando entre sus piernas," Le dijo Sara muy seriamente y Franco solo pudo reír. A veces su esposa le daba escalofríos. Sara era definitivamente una mujer de armas tomar.

Para no perder la costumbre, las autoridades de San Marcos decidieron hacer su acto de presencia. Llegaron y empezaron a cuestionar sobre lo que había pasado. Sara y Franco se lo explicaron todo de principio a fin y los oficiales se llevaron a Rodolfo Castallenas y sus matones. El representante de la asociación de caballos también se fue con ellos para rendir sus declaraciones. Una vez más la policía de San Marcos tomaría el crédito por un trabajo que no habían realizado, pero siempre y cuando se hiciera justicia a Franco no le importaba. Los detectives de la policía internacional ya se encontraban de camino al pueblo y ese mismo día iban a trasladar a Rodolfo Castallenas a la capital. Para luego ser extraditado a Qatar en donde tenía crímenes por los cuales responder.

Los vaqueros de la hacienda se regresaron en los caballos, llevando a Sexto con ellos. Sara se quedó con Albín y Franco. Todos se irían hasta el pueblo para asegurarse que los detectives se llevarán a Rodolfo lejos de San Marcos.

Un mes después.

El día de la renovación de votos había llegado. Era la tarde de un Sábado, con un clima maravilloso, perfecto para la ocasión. Sara y Franco quisieron hacer algo sencillo, solo para ellos y la familia. Una pequeña ceremonia frente al lago, uno de sus lugares favoritos en toda la hacienda.

Allí en medio de dos grandes árboles, decorados por rosas y flores blancas, se encontraban Sara y Franco parados el uno frente al otro. El traje de Franco y el vestido de Sara eran muy sencillos, pero elegantes. Ambos diseñados por Jimena en un color pardo de tono claro y delicado. En frente de ellos se encontraba el mismo cura que los había casado inicialmente veinticinco años atrás.

Ambos estaban más que listos para renovar sus votos y volverse a prometer amor eterno, y esta vez frente a sus hijos. Luego de la corta parte religiosa de la ceremonia, el padre explicó que compartiría unas anécdotas de cómo la pareja se había conocido y de cómo se habían enamorado.

"En el proceso para la renovación de votos, la iglesia conduce unas entrevistas en donde trata de aprender acerca de la pareja y es por eso que hoy vamos a compartir una resumida historia acerca de algunas de las anécdotas que ustedes mismos nos contaron." Explicó el padre mientras sacaba una hoja de papel para leer. "Sara. Franco." Les dijo a estos que se encontraban de frente y agarrados de las dos manos. "Cuando ustedes se conocieron no fue en la mejor de las circunstancias y al principio se detestaban o pretendían detectarse. Pero no fue hasta que un tiempo después se volvieron a encontrar, cuando aquel sentimiento en verdad creció. Ustedes no se podían ver porque sentían que tenían que hacerse maldades el uno al otro. Nos contaron que se llamaban nombres como por ejemplo; 'bruja', 'imbécil'... Estas, a continuación, son mis favoritas," comentó el padre antes de seguir. "Princesita disfrazada de mugroso peón' o 'zarrapastroso disfrazado de elegante señor'. Se decían cosas desagradables como que Sara olía a sudor de caballo o que Franco apestaba a azufre del infierno. Imagínense pasar de eso a veinticinco años de matrimonio," volvió a comentar el padre mientras la familia se reía y se divertía con las anécdotas que para muchos eran nuevas. Los que más disfrutaban esta parte de la ceremonia eran sus hijos y sus sobrinos, pues Sara y Franco se amaban tanto que era difícil imaginarlos en plan de odio.

"Cuando ambos se dieron la oportunidad de realmente conocer quienes eran, entonces empezó a crecer el amor. Sara salvó a Franco de unas personas que le querían hacer daño cuando no tenía porqué hacerlo ya que él, supuestamente, él no le agradaba como persona. Y Franco se enfrentó contra el enemigo, sin importarle las consecuencias, con el fin de defenderla y hacerla respetar," continuó el padre. "En cuanto se dieron cuenta que clase de personas realmente eran y decidieron tratarse y darse una oportunidad, ya no hubo vuelta atrás. Pocas parejas están juntas de principio a fin, sin rompimientos ni malos entendidos. Y a pesar de malas jugadas de la vida, yo me atrevo a decir que ustedes lo han logrado. Todos los que están aquí presentes tienen que saber que Sara y Franco son un ejemplo de lo que es el verdadero amor. Ahora sí, vamos a proseguir con los votos. Ustedes han preparado sus propios votos," les dijo el padre. "Vamos a empezar con usted Franco. Adelante," lo invitó el padre a hablar.

"Hola amor," saludo Franco a su esposa, sonriente.

"Hola," le respondió esta con la misma sonrisa.

"Le tenemos que dar gracias a Gaby por la idea de cómo vamos a decir nuestros votos el día de hoy," los dos miraron a su hija para sonreirle y al verla se dieron cuenta de que esta estaba llorando de la emoción y alegría. "Okay," Franco respiró profundo. "Gaby solo me dio una pregunta para responder: ¿Quién es mi mamá para ti? me preguntó. Mi respuesta podría ser simple. Yo podría decir que Sara es mi esposa y el amor de mi vida, porque lo es y esa sería una respuesta aceptable. Pero Sara, para mí, es más que eso. Sara es quien cree en mí hasta cuando yo mismo no lo hago. Sara es la persona que me enseñó que el amor no duele ni maltrata, que el amor sana, consuela, y cura. Sara es mi mayor orgullo, porque todos los días le doy gracias a Dios por regalarme a la mujer perfecta para mi. Ella es mi hogar, ella es mi norte, ella es mi lugar seguro. Sara es carácter. Sara es actitud. Sara es fuerza. Sara es dulzura. Sara es amor. Sara es ternura. Sara es serenidad. Sara lo es todo," terminó de decir Franco con el corazón en la mano y llevando sus dedos hasta el rostro de su esposa para borrarle una lágrima que se escapaba de su ojo.

"Ahora es tu turno, Sara. Adelante," la invitó el padre a hablar.

"¿Cómo se supone que yo pueda hablar después de escuchar todo eso?" preguntó Sara con la voz entrecortada y al borde de las lágrimas. Sara respiró profundo dos veces y se preparó para hablar. "Gaby me hizo la misma pregunta: ¿Quién es mi papá para ti? Me preguntó. Franco es la persona que yo tanto odiaba porque en verdad lo amaba," dijo riendo un poco incómoda. "Franco es la persona que me hizo sentir de todo, rabia, coraje, furia, amor, deseo, ternura. Franco es la persona que ve más allá de mi fortaleza y se da cuenta cuando necesito un ¿Como estas?, un abrazo, un beso, un te amo. Franco es la persona que mejor me conoce en todo el mundo, no solo hoy, desde siempre. Franco es mi mejor amigo," prosiguió Sara sin poder contener las lágrimas que brotaban de sus ojos. "Franco es mi confidente. Franco es el padre de mis hijos. Franco es mi esposo. Franco es mi amante. Franco es el hombre más dulce, el más correcto, el más justo, el más elegante. Franco es el más lindo de todos. Franco también es el hombre perfecto para mí," concluyó Sara con la cara empapada en lágrimas. Franco sacó un pañuelo de su pantalón y suavemente le limpió la cara mientras su esposa le decía 'te amo' con los labios sin decir una palabra y él le decía lo mismo a ella.

Cuando Sara y Franco terminaron de decir sus votos, todas las mujeres de la familia y alguno de los hombres se tuvieron que secar una que otra lágrima. En especial Gaby que estaba llorando desde antes que ellos empezaran a hablar. El padre concluyó la ceremonia dando el permiso para que Sara y Franco se besaran.

Antes de besar a su esposa, Franco hizo una seña con la mano y luego la besó. Sara y Franco se fundieron en un dulce y tierno beso frente a su familia. Durante aquel beso una orquesta de mariachi salió de atrás de unos árboles y empezaron a cantar. La más bonita de las flores. La misma canción con la cual Sara y Franco se besaron la primera vez que recitaron sus votos.

"La canción," dijo Sara aun con sus labios pegados a los de su esposo. Ella sabía que Franco se había encargado de que tocaran esa misma canción que inmediatamente la llenaba de bellos recuerdos.

En cuanto sus labios se separaron, ambos se quedaron viendo a los ojos fijamente y al unísono se susurraron un "Te amo."

Fin


Nota: Gracias a todxs por leer esta locura. Había tantas cosas que quería ver de la historia de S & F en PDG2, pero nos dieron tan poquito que con esto me siento mejor. Creo que no me contuve con nada y me regalé todo lo que añoraba. Espero que les haya gustado, mil gracias por compartir esta historia conmigo, me divertí mucho escribiéndola. Sara y Franco siempre serán los más lindos de todos.