Kougami

Los exámenes comenzaron, y con cada hoja que me entregaban, sentía la presión acumulándose en mis hombros como un peso que no podía sacudirme. Tomoyo confía en mí. Depende de mí. No puedo fallar. No ahora, no cuando todo lo que he hecho hasta este punto ha sido por ella, por la beca, por asegurarme de que su esfuerzo no haya sido en vano.

Había estudiado como un loco, repasando hasta el último detalle. Nada podía quedar fuera de mi radar. Todo estaba en juego. Pero esta vez, no llegué a los exámenes en mi mejor momento. No después de lo que pasó con Ari.

Tuve que ir a cuidado mental con el terapeuta de la academia porque mi concentración se estaba desmoronando, porque no podía dormir, porque mi cabeza estaba en otro lugar cuando tenía que estar enfocado en lo único que había importado hasta ahora.

El terapeuta no me dijo nada que no supiera. Control emocional. Regulación de la ansiedad. Técnicas de respiración. Pero ninguna de esas cosas iba a ayudarme a borrar de mi mente lo que había pasado en la sala de música, lo que había sentido, lo que rechace voluntariamente. Ninguna técnica podía hacer que dejara de pensar en la forma en que Ari me miró cuando le dije que teníamos que esperar. En la decepción en su voz. En la certeza de que ella no iba a hacerlo.

Pero no podía permitirme pensar en eso ahora.

Me pasé una mano por la frente mientras completaba una ecuación en el examen de matemáticas. Cada número, cada detalle, todo tenía que ser perfecto. No me iba a conformar con el segundo lugar. No podía permitírmelo. No después de todo el esfuerzo, no después de todo lo que había pasado en mi vida para llegar hasta aquí.

Y aun así…

Ari.

Su presencia estaba en todo esto, en cada página que pasaba, en cada segundo de los descansos entre exámenes donde mi mente intentaba despejarse y fallaba. Los libros que compró para Gino. Las palabras de aliento que siempre tenía para nosotros. La forma en que había creído en mí antes de que yo mismo lo hiciera. La forma en que me había besado sin miedo. La forma en que se había entregado sin reservas. Y la forma en que la dejé ir.

—Concéntrate, Shinya —murmuré para mí mismo, apretando el lápiz entre los dedos.

Esto es por Tomoyo. Esto es por mí. Esto es por Ari, de alguna manera.

Porque, aunque no pudiera tenerla ahora, aunque hubiera tomado una decisión de la que no podía volver atrás, nunca iba a olvidar lo que me hizo sentir.

Con cada examen que terminaba, sentía un alivio momentáneo, pero nunca total. Aún quedaban más por delante. Y aún quedaban demasiadas cosas que no podía ignorar.

Miré de reojo a Ginoza en uno de los descansos entre exámenes. Estaba concentrado, su rostro tenso, su postura firme. Sabía que estaba dando lo mejor de sí, igual que yo. Porque esto no era solo un examen para él. Era una competencia. Siempre lo era.

Yo lo entendía mejor que nadie. Porque para mí también lo era.

Esto no era solo una lucha por el primer puesto. Era una lucha por lo que ambos representábamos. Por lo que queríamos ser.

Y aunque no lo dijéramos en voz alta, aunque no lo admitiéramos, también era una lucha por ella.

Porque en este juego en el que nos habíamos metido sin querer, donde todo lo que hacíamos parecía entrelazarse con Ari de alguna manera, solo uno de los dos podía llegar primero.

Ginoza

Todo o nada. Esa era la mentalidad con la que había entrado a estos exámenes, porque no había otra opción para mí. Nunca la había habido. Desde el primer día en Nitto, desde el momento en que vi mi nombre en la lista de ingresantes debajo del de Kougami, desde que entendí que, no importa cuánto me esforzara, siempre había alguien que parecía estar un paso delante de mí.

Con cada pregunta que leía, con cada respuesta que escribía, sentía el peso de las expectativas. No solo las de los demás, sino las mías propias, las que he cargado desde que tengo memoria. No puedo fallar. No puedo ser menos que el mejor. No puedo permitirme el segundo lugar otra vez.

Apreté el bolígrafo con más fuerza de la necesaria mientras resolvía una ecuación, sintiendo la tensión en mi mandíbula, el latido insistente en mis sienes. Estaba preparado para esto. Siempre lo he estado. Pero esta vez, no era solo una cuestión de ganar. Esta vez, era personal.

Alice—Ari, pensé de inmediato, porque, aunque intentara corregirme, ya no sonaba natural llamarla de otra forma—había logrado algo que pocos habían conseguido: romper mi orgullo lo suficiente como para aceptar su ayuda.

Con cada página que giraba, con cada problema que resolvía, pensaba en los libros que ella dejó en mi habitación. No dijo nada cuando lo hizo, no me preguntó si los quería, no me preguntó si los iba a leer. Simplemente irrumpió en mi casa, le mintió a mi abuela, acarició a mi perro y los dejo ahí, como si su presencia en mi vida fuera algo inevitable. Como si no tuviera que preguntar porque ya sabía la respuesta.

Fue su manera de decir "No tienes que hacerlo solo."

Pero eso no significaba que iba a conformarme con el segundo lugar.

Kougami. Siempre Kougami. Él estaba en mi mente tanto como lo estaban las preguntas del examen, tanto como lo estaba Alice. No solo era mi amigo; era mi rival en todo lo que importaba.

Terminé un análisis en el examen de lenguaje, apretando la pluma con fuerza. Tengo que ser el mejor. No solo por mí, sino por demostrar que puedo. Que no soy solo el hijo de un criminal latente. Que no soy solo alguien que sobresale por esfuerzo mientras otros lo hacen por talento natural.

En uno de los descansos, miré a Kougami desde lejos. Él siempre parece tan seguro de sí mismo. Siempre con esa calma despreocupada, como si todo le saliera de manera natural, como si ni siquiera tuviera que esforzarse tanto para llegar a donde está. Pero yo sé la verdad. Sé que, debajo de esa fachada tranquila, él también está sintiendo la presión.

Lo sé porque Alice también está en su cabeza.

Y eso me molesta más de lo que debería.

Apreté los dientes, volviendo la vista a mis notas. No tengo tiempo para pensar en eso ahora. No tengo tiempo para preguntarme si Ari está pensando en nosotros ahora mismo, si se ha dado cuenta de cuánto estamos dando de nosotros mismos aquí.

Lo único que importa ahora es ganar.

Kougami y yo competimos en todo. En los estudios, en la academia, en quién se encuentra primero con ella en los pasillos, en quién puede entrar más fácil en su mundo. Y aunque nunca hemos hablado de ello, ambos sabemos que esto también se trata de Alice.

Y yo fui el primero.

Yo la besé primero.

Yo fui quien la vio antes de que Kougami lo hiciera, yo fui quien sintió esa atracción antes que él, yo fui quien tuvo que tragarse su orgullo para recuperarla cuando la alejó con su estupidez. Alice me esperó en su manera silenciosa, en su manera indirecta, en su manera en la que nunca admite nada, pero deja que lo entiendas por tu cuenta.

Y ahora que el camino está libre, voy a tomarlo.

Porque si algo aprendí en mi vida, es que esperar es para los que pierden.

Y yo no voy a perder.

Alice

¿Cuántas malditas preguntas hay que contestar mal para asegurar el tercer lugar?

Esa era la pregunta que había estado rondando en mi cabeza desde que empezó el examen. Era casi una cuestión de estadística, un problema matemático en sí mismo, pero con una complicación adicional: tenía que parecer que lo estaba intentando de verdad.

El problema no era que no supiera las respuestas. Ojalá fuera eso. El verdadero desafío era fingir que no las sabía. No podía simplemente escribir cualquier cosa ridícula, ni responder todas las preguntas difíciles incorrectamente, porque entonces sería demasiado evidente. Tenía que medir mi incompetencia, dosificarla lo suficiente para que pareciera realista, para que los profesores no se preguntaran si lo había hecho a propósito. Porque si sospechaban, estaba jodida.

Suspiré mientras miraba la hoja de respuestas frente a mí. Matemáticas. Una de mis favoritas, por cierto. Cada problema era un pequeño rompecabezas, y resolverlo me daba una satisfacción que pocas cosas podían igualar. Pero aquí estaba yo, con el lápiz en la mano, decidiendo cómo fallar estratégicamente. Elegí una pregunta al azar, una que sabía que todos se romperían la cabeza intentando resolver. ¿Cuál es el error más creíble aquí? Pensé por un momento, haciendo cálculos en mi mente, y luego escribí un número que estaba lo suficientemente cerca de ser correcto, pero no lo era.

Es aburrido. Muy aburrido.

Mientras los demás se retorcían en sus asientos, mientras Kougami y Ginoza libraban la batalla de sus vidas en estas mismas hojas de papel, mientras cada estudiante en esta sala se jugaba su futuro en este maldito examen, yo estaba en un paseo en el campo.

Así se sentía.

Como si estuviera tumbada en la hierba, sintiendo la brisa, mirando las nubes pasar, sin preocupaciones reales. Porque yo ya sé el resultado de todo esto. Porque yo ya decidí mi destino. No necesito pelear como ellos. No necesito desgastarme ni sentir la presión de la competencia. Ya gané el juego antes de que empezara.

Apoyé la cabeza en la mano mientras miraba el resto del examen. Podría terminarlo en menos de veinte minutos si quisiera. Pero no podía. No quiero un sermón. Ya podía imaginarme a un par de docentes revisando mi examen, hablando entre ellos sobre cómo "se nota que lo hizo a propósito." No quiero escuchar eso. No quiero ver sus caras llenas de sospecha.

—No me van a entender —murmuré para mí misma, dibujando pequeñas líneas en el margen de la hoja.

No entienden lo que significa para mí no quedar en primer lugar. Lo importante que es que ellos dos—Shinya y Gino—tengan su oportunidad. No puedo robarles eso.

Porque para ellos esto lo es todo. Para Ginoza, es la validación que ha estado persiguiendo desde que entró a Nitto, la prueba de que no es solo el hijo de un criminal latente, la confirmación de que puede superarlo todo con su esfuerzo. Para Kougami, es su beca, su oportunidad de demostrarle a su madre que todo lo que ha hecho por él ha valido la pena. ¿Cómo podría arrebatarles eso?

Y, sin embargo, el problema era que, al hacerlo, yo tenía que mantener este juego absurdo. Fingir ignorancia cuando sabía demasiado. Fingir que me importaban estos exámenes cuando en realidad ya sabía el resultado.

Avancé a otra sección del examen, esta vez ciencias. Escribí una respuesta claramente incorrecta sobre la composición molecular del agua, lo suficientemente tonta como para parecer un error genuino, pero no tan ridícula como para que se note que lo hice a propósito. Lo corregí, lo taché, lo volví a escribir. No podía permitirme ser descuidada.

Suspiré de nuevo, apoyando el lápiz contra mis labios. ¿Cuántas más tendría que contestar mal para asegurarme el tercer lugar?

La respuesta estaba clara: las suficientes.

No más, no menos. Exactamente las necesarias para que todo encajara.

Y mientras tachaba una respuesta correcta para reemplazarla con algo mal calculado, me di cuenta de lo frustrante que era esto. No porque me importara la deshonestidad. Sino porque sabía que, si alguien descubría lo que estaba haciendo, todo se desmoronaría.

Y yo no podía permitirme que eso pasara.

Quería terminar de una vez, quería salir de la sala de exámenes y olvidar todo esto, pero no podía. Porque si lo hacía mal, si jugaba mis cartas de la forma incorrecta, si me equivocaba en mi propia trampa, todo este esfuerzo sería inútil. Y no podía permitirme que los demás supieran que no soy lo que creen que soy.

Kougami
Entregué el examen con la mandíbula tensa y los dedos ligeramente adoloridos por la presión con la que había sostenido el lápiz. Sentí la hoja deslizarse de mi mano mientras el profesor la recogía, y por un instante, me quedé de pie junto a la mesa, dejando que el aire de la sala me llenara los pulmones. Mi mente todavía repasaba cada una de las respuestas, evaluando mentalmente si había cometido algún error, si había dejado alguna grieta en mi desempeño. No podía permitirme fallar.

Apenas di un paso para salir del aula, Alice pasó a mi lado y dejó su examen sobre la mesa con la misma tranquilidad con la que alguien entregaría un formulario sin importancia. Ni siquiera miró su hoja cuando la entregó. Solo la soltó y se giró, con las manos en los bolsillos de su falda y una expresión de absoluta despreocupación. Como si en lugar de haber salido de un examen hubiera salido de una consulta médica de rutina.

El contraste entre nosotros dos era insultante. Yo salía con la presión aún sobre los hombros, con la sensación de que me había dejado parte de mi alma en cada respuesta. Alice, en cambio, salió como si nada.

No estaba molesta. No estaba tensa. No tenía rastro alguno de la conversación que habíamos tenido días atrás. Nada.

—¿Qué tal te fue, Kou? —preguntó, con una sonrisa ligera, como si todo estuviera bien, como si todo hubiera pasado.

La miré de reojo, sin responderle de inmediato. No me gustaba lo fácil que se veía todo para ella.

—Bien —dije finalmente, porque no tenía sentido mentir.

Alice asintió, como si mi respuesta fuera exactamente la que esperaba. Caminó a mi lado con la misma ligereza de siempre, su paso relajado, su postura despreocupada.

—Sabía que ibas a decir eso —comentó, con su voz tranquila—. Es casi predecible lo mucho que te exiges.

—¿Y tú? —pregunté, no porque esperara una respuesta real, sino porque quería ver si al menos ella intentaba fingir que esto le importaba.

—Oh, lo suficiente —respondió, su tono completamente ligero, sin el más mínimo indicio de que había sufrido en el aula—. Pero nada tan dramático como lo tuyo, seguro.

Fruncí el ceño, mirándola por primera vez con algo más que simple curiosidad. Alice no se veía como alguien que acaba de rendir un examen decisivo. Se veía… bien. Tranquila. Como si en su mundo, los exámenes no tuvieran el mismo peso que en el resto del planeta. Como si ya supiera el resultado antes de siquiera empezar.

Y entonces me di cuenta.

Alice no estaba preocupada porque no tenía nada de qué preocuparse.

—No me digas que lo hiciste otra vez.

Su sonrisa se amplió apenas, con un brillo de picardía en sus ojos que me confirmó lo que ya sabía.

—¿Otra vez qué, Kou?

—Fallaste a propósito.

No lo negó. No intentó siquiera fingir sorpresa. Solo me miró con esa calma suya, con esa actitud de quien sabe exactamente lo que está haciendo y no se molesta en explicarlo.

—Yo lo llamo estrategia.

Negué con la cabeza, sin poder evitar que una risa corta se me escapara, aunque no tenía nada de diversión. Era absurdo. Mientras yo pasaba horas en la biblioteca, mientras Ginoza repasaba hasta el agotamiento, mientras el resto del alumnado sudaba por cada respuesta que escribía en esas hojas, Alice estaba moviéndose en su propia órbita, diseñando su propio resultado sin que nadie pudiera notarlo.

—Sigues jugando con fuego.

—Tú sigues estresándote por cosas inevitables —replicó sin perder el ritmo.

Caminamos en silencio por unos segundos, y sentí cómo mi cuerpo todavía intentaba procesar la diferencia entre nosotros. Para mí, esto había sido una guerra. Para ella, una formalidad.

Pero lo que más me molestaba no era que lo hiciera, sino lo natural que le resultaba.

Alice dejó escapar una risa baja, sin detenerse mientras caminábamos por el pasillo. Todo en ella irradiaba una calma exasperante, como si lo que acabábamos de hacer en el aula no tuviera la más mínima importancia, como si esto no fuera más que una simple formalidad en su día.

—Espero que no descubran mi pequeña trampa —dijo con ese tono ligero que usaba cuando sabía que estaba haciendo algo que no debía—. Honestamente, no tengo ganas de que citen a mi padre para decirle lo que estoy haciendo.

Me detuve un segundo, antes de responder. No porque no lo esperara, no porque no supiera que Alice estaba manipulando sus resultados, sino porque lo decía con una facilidad pasmosa, sin el más mínimo remordimiento. Como si no fuera gran cosa. Como si realmente pensara que nunca la iban a descubrir.

—No es una mala estrategia —dije finalmente, porque tenía que admitir que era cierto.

Alice giró levemente la cabeza hacia mí y sonrió.

—No, no lo es. Es impecable.

No había soberbia en su tono. No era arrogancia, no era provocación. Era solo Alice diciendo la verdad.

La miré de reojo, todavía sin poder entender cómo alguien podía jugar con su propio futuro de esa manera. Para mí, los exámenes eran todo. Mi beca, mi estabilidad, la prueba de que todo lo que hacía tenía un propósito. Para Alice, eran una formalidad más en el tablero que había diseñado para su vida.

—Debe ser jodido ser el primer lugar —dijo de repente, con un dejo de lástima en su voz—. Que todo el mundo espere excelencia de ti. Debe ser agotador.

No me miró directamente al decirlo, pero yo sabía que lo decía por mí.

—A veces.

Alice asintió con la cabeza, como si no esperara otra respuesta.

—Es mejor pasar por tonta. La vida se vive más tranquila así.

No pude evitar soltar una risa seca.

—¿Eso es lo que haces? ¿Pasar por tonta?

Finalmente, se detuvo y se giró hacia mí, cruzándose de brazos.

—No me mires como si fuera una maldita, Kou —dijo, con un brillo de advertencia en los ojos—. Viví ocho años aislada en la mansión Carter. Lo único que podía hacer era estudiar. Es evidente que estoy más avanzada en los contenidos que el resto.

No respondí enseguida. Ocho años. Ocho años sin más compañía que drones y un padre que ni siquiera estaba presente. No tenía sentido que preguntarle qué tan sola se sintió, ya lo sabía.

—Entonces ¿por qué no rendiste un examen de equivalencias y te salteaste la academia?

Alice se quedó en silencio por un segundo. Su expresión cambió apenas, una sombra pasó por su rostro antes de que una sonrisa ligera lo cubriera de nuevo.

—Porque soy una tonta.

Su tono era burlón, pero no conmigo. Con ella misma.

—¿Y qué tiene que ver eso?

Alice suspiró y dejó caer los brazos a los costados.

—Porque me ilusioné. Porque pensé que sería divertido.

No me dijo con qué exactamente, pero no lo necesitaba.

—Pensé que sería lindo conocer chicos. Enamorarme.

No pude evitar mirarla con atención. No me esperaba que lo dijera tan abiertamente.

Alice se encogió de hombros, como si no fuera gran cosa.

—Pero bueno, las cosas no siempre salen como uno quiere, ¿no?

No sé qué fue lo que más me golpeó. Si fue la forma en que lo dijo, con esa resignación disfrazada de indiferencia, o si fue el hecho de que me estaba diciendo que la defraude de una manera bastante clara.

Quise preguntarle si todo esto tenía que ver con lo que había pasado entre nosotros, con la manera en que yo mismo había destruido lo que podríamos haber sido. Pero no lo hice.

El tono en su voz, la forma en que su mirada se perdió apenas un segundo en el pasillo, el leve encogimiento de sus hombros como si no quisiera darle más importancia de la que ya tenía… la indirecta era muy directa.

Pero no lo dijo con resentimiento. No intentó hacerme sentir culpable. Solo lo dejó ahí, flotando en el aire entre nosotros, como un hecho inamovible.

Se ilusionó con enamorarse. Se ilusionó conmigo.

Y yo había arruinado todo.

No respondí. No había nada que decir.

No podía decirle que lamentaba lo que había pasado porque eso no cambiaría nada. No podía decirle que yo también quería lo mismo, porque ya se lo había dicho y también le había dicho que no podía tenerlo ahora. No podía darle lo que ella quería.

A menos que cambiara de idea, no había nada que pudiera hacer para recuperar lo que venía sucediendo con Alice.

Ese pensamiento me golpeó más fuerte de lo que esperaba.

Porque por primera vez desde que todo esto comenzó, desde que nos besamos en la terraza, desde que la sentí en mi piel y en mi mente de una forma que nunca había sentido antes por nadie, supe que esto realmente podía terminar aquí.

Seguiría con mi vida. Ella seguiría con la suya. Nos cruzaríamos en los pasillos, en la biblioteca, en la cafetería. Nos seguiríamos sentando con Ginoza, seguiríamos estudiando juntos, seguiríamos pretendiendo que todo estaba bien.

Pero esto, lo que realmente importaba, lo que habíamos estado construyendo sin darnos cuenta… eso desaparecería.

Y la única forma de detenerlo sería que yo cambiara de idea, y no lo haré.

Porque si me rendía ahora, si ignoraba todo lo que había dicho, si tomaba a Alice en este momento solo porque el miedo a perderla me estaba quemando la garganta, entonces todo lo que había tratado de hacer no habría servido de nada.

Así que la dejé ir.

Como ya lo había hecho antes.

Como probablemente lo haría otra vez.

Porque esto era lo que tenía que ser.

Alice

La ceremonia de fin de semestre tenía esa atmósfera solemne y cargada de expectativas que hacía que la mayoría de los estudiantes se sentaran en sus asientos con la espalda recta y los ojos fijos en el escenario. Algunos con orgullo, otros con nerviosismo, y unos cuantos más, como yo, con un absoluto desinterés.

Estaba sentada con mis compañeros de la rama de artes, escuchando a medias los discursos interminables de los profesores y directores sobre el esfuerzo, la excelencia y la importancia del mérito. Blah, blah, blah. Todo esto no era más que un desfile de validación para los que realmente necesitaban escuchar que estaban haciendo algo importante con sus vidas.

No me molestaba estar aquí, pero tampoco me entusiasmaba. Ya sabía cómo iba a terminar esto.

Acomodé mi falda con calma mientras los aplausos estallaban para los estudiantes de segundo y tercer año que ya habían recibido su reconocimiento. Sabía que nuestro turno llegaría pronto. Sabía que en unos minutos estarían proyectando en la gran pantalla los nombres de los tres mejores del primer año. Y sabía exactamente cómo quedaría el ranking.

Mis compañeros de la rama de artes hablaban en susurros, algunos comentando los resultados de otros cursos, otros simplemente entretenidos con lo que fuera que les sirviera para pasar el tiempo. Yo no participaba en la conversación. No tenía nada que decir.

—Y ahora —anunció la voz firme de la presentadora—, pasamos a los resultados del primer año.

Ahí estaba.

Las luces bajaron un poco y la pantalla gigante en el centro del auditorio mostró la lista con los tres mejores promedios.

Primer lugar: Kougami Shinya.

Segundo lugar: Ginoza Nobuchika.

Tercer lugar: Alice Carter.

Los aplausos comenzaron de inmediato, y aunque sabía que la mayoría estaban dirigidos a los primeros dos nombres, también escuché algunos murmullos y miradas furtivas en mi dirección. Siempre pasa lo mismo.

No me inmuté. No reaccioné. Me limité a sonreír con ligereza y aplaudir con calma como si realmente estuviera celebrando junto a los demás. Como si esto no hubiera sido algo que yo misma había manipulado hasta el último detalle.

Escuché a un par de mis compañeros comentar algo sobre la diferencia de puntajes entre el primero y el segundo lugar. Eso sí me interesaba.

Sabía que estos exámenes significaban todo para Kougami y Ginoza. Sabía que cada uno de ellos había luchado como si su vida dependiera de esto. Y aunque no miré en su dirección, sabía que en este momento ambos estaban calculando la diferencia de puntos, sabiendo exactamente quién había estado más cerca de ganar.

Sonreí, disfrutando la ironía de todo esto. Ellos habían dejado el alma en estas pruebas, y yo… yo estaba sentada aquí, sin una sola preocupación.

Los aplausos continuaban, fuertes, vibrantes, llenando el auditorio con ese tipo de entusiasmo que la gente reservaba para los que consideraban verdaderamente dignos de admiración. Para los que realmente importaban. Para Kougami Shinya, primer lugar. Para Ginoza Nobuchika, segundo lugar.

Y luego estaba yo. Alice Carter, la eterna tercera.

No me importaba. O al menos, eso me repetí.

Me quedé sentada, con la misma expresión tranquila de siempre, los labios apenas curvados en una sonrisa educada, los aplausos resonando a mi alrededor sin tocarme realmente. No había nada inesperado en esto, nada que me tomara por sorpresa. Todo estaba exactamente donde yo quería que estuviera.

Pero los idiotas nunca pueden quedarse callados.

—¿Otra vez tercera? —susurró alguien a mi izquierda, con un tono entre la burla y la incredulidad—. ¿No se cansa de quedarse siempre en el mismo puesto?

—Bueno, es que alguien tiene que rellenar el podio, ¿no? —respondió otro, riendo bajo.

—Digo, es Carter, ¿no? Todos esperaban que hiciera más que esto. Hija de Adam Carter y no puede ni quedar segunda.

—¿Pero, qué esperabas? Está en artes. Probablemente ni siquiera estudió en serio.

—Pero Kougami, eso sí es increíble. Literalmente destrozó los exámenes, es como si hubiera nacido para ser el mejor.

—Ginoza también lo hizo bien, pero todos sabíamos que Kougami iba a quedar arriba. Es natural.

—Carter nunca iba a ser competencia para ellos.

Sentí mis dientes apretarse con fuerza.

No me inmuté. No los miré. Pero escuché cada palabra.

No era rabia. No era frustración. Era una sensación más profunda, más corrosiva. Algo parecido al desprecio, pero sin el ardor de la emoción detrás. Era la certeza de que los rodeaba la misma mediocridad que siempre se aseguraba de hundir a los que sobresalían fuera de sus reglas.

Ellos no me vencieron.

Ellos no fueron mejores.

Ellos ni siquiera estuvieron cerca de alcanzarme.

Pero hablaban como si yo fuera la que se había quedado atrás, como si mi tercer lugar fuera prueba de mi fracaso en lugar de una elección deliberada. Como si ellos tuvieran el derecho de opinar sobre algo que nunca podrían comprender.

Masticando vidrio. Así me sentía.

Mis dedos tamborilearon contra la tela de mi falda mientras mi mente procesaba la ridiculez de la situación. Todos los que hablaban quedaron por debajo de mí.

Todos.

Eran ellos los que se permitían hacer juicios.

Ellos, con sus mentes limitadas, con su perspectiva reducida al pequeño mundo en el que vivían, donde las reglas estaban claras y solo había un camino válido para el éxito. Ellos, que nunca habían sentido la libertad de hacer algo más que intentar ser el segundo mejor en una carrera que nunca iban a ganar.

Era gracioso, en cierto modo.

Porque mientras ellos se deshacían en elogios por Kougami, mientras lo elevaban como la imagen de la perfección, como el símbolo del esfuerzo y la determinación, mientras convertían su éxito en algo que ellos podían admirar sin sentirse amenazados, yo solo podía preguntarme qué dirían si supieran la verdad.

Si supieran que yo también pude haber tomado el primer lugar sin esfuerzo.

Si supieran que Kougami está exactamente donde yo lo puse.

¿Dirían lo mismo? ¿Lo verían igual si supieran que este resultado no era el reflejo de nuestras habilidades, sino el reflejo de mis decisiones? ¿Se atreverían a hablar con tanta seguridad sobre lo que "esperaban de mí" si entendieran que el tercer lugar no era un límite, sino un papel que yo misma elegí interpretar?

—¿Qué te pasa? Te ves extraña.

Parpadeé. Uno de mis compañeros de la rama de artes me miraba con una expresión confusa, como si acabara de notar que no estaba prestando atención a la conversación.

Sonreí, una sonrisa perfecta.

—Nada. Solo estoy disfrutando el espectáculo.

Porque eso era lo que esto era. Un espectáculo de ignorancia.

Un desfile de mediocridad, de gente alabando algo que ni siquiera entendían y despreciando algo que jamás podrían alcanzar.

Apreté los dedos contra mis rodillas, controlando el impulso de reír. Era irónico.

Si yo hubiera querido, si hubiera contestado cada pregunta correctamente, si hubiera decidido que este era el momento de brillar en su pequeño mundo de méritos y recompensas, ahora estarían alabándome. Ahora estarían diciendo mi nombre con el mismo tono reverente con el que hablaban de Kougami.

Pero como no lo hice, me consideraban inferior.

Porque ellos solo respetaban lo que podían entender.

Y yo estaba más allá de su comprensión.

Me recosté en la silla, cruzando las piernas con calma, fingiendo interés mientras la ceremonia continuaba. No tenía sentido molestarse. Esto era exactamente lo que había planeado. El tercer lugar era mi refugio, mi garantía de que nadie miraría demasiado de cerca.

Pero ahora, sentada entre la multitud, escuchando a los idiotas a mi alrededor hablar con tanta seguridad sobre mí, me di cuenta de que también había cometido un error.

Los había subestimado.

Pensé que ignorarían mi presencia. Que me dejarían tranquila en mi rol cuidadosamente construido. Que me permitirían ser invisible en mi propia victoria.

Pero no lo hicieron, porque la mediocridad nunca deja ir a los que se atreven a ser diferentes.

Porque, aunque yo lo disimulara, aunque yo misma lo negara, ellos lo sentían.

Sabían que yo no pertenecía a su mundo, y por eso, me despreciaban.

Apreté los labios en una línea fina, sintiendo el leve sabor a sangre cuando mordí la cara interna de mi mejilla.

Tal vez esto era un error.

Tal vez, en mi intento de jugar a este juego, subestimé lo repulsiva que puede ser la gente

Tal vez en el futuro debería dejar de contenerme.

La idea se deslizó en mi mente con una claridad tan cortante que casi me reí. ¿Por qué no? Nadie aquí cree que una artista podría ganar. Nadie cree que yo llegué hasta aquí porque soy buena en esto. Nadie cree que el tercer lugar es una elección.

Entonces, ¿por qué seguir dándoles el lujo de vivir en su ilusión?

Podía ver sus caras de falsa sorpresa cada vez que mi nombre aparecía en la lista de los mejores. Como si fuera un error del sistema. Como si de alguna manera, con el apellido Carter, con el dinero de mi padre, con todo lo que creen que me rodea, no fuera posible que mi cerebro funcionara mejor que el de ellos.

Podía verlos ahora, aplaudiendo con admiración a Kougami, respetando a Ginoza, ignorándome a mí como si hubiera sido una casualidad estadística que mi nombre estuviera en la misma pantalla. Como si yo no hubiera trabajado el doble que ellos. Como si no hubiera pasado ocho años de mi vida sin otra cosa que hacer más que estudiar.

Tal vez debería dejar de fingir.

Tal vez, solo para ver la expresión en sus rostros, debería ganar.

Debería cerrarles la boca a todos. Debería hacerlo de la manera en que más les dolería. Sin previo aviso. Sin anunciarlo. Sin darles tiempo de procesarlo. Solo levantarme, mirar los exámenes y arrasar con cada uno sin la más mínima piedad.

Debería quedarme con el primer lugar y verlos temblar.

Verlos tratar de explicarlo.

Verlos intentar encontrar excusas, razones, justificaciones, cualquier cosa que les permitiera evitar la verdad.

Me puse de pie antes de que terminara la ceremonia, antes de que siguieran con sus discursos, antes de que alguien pudiera notarlo. Caminé hacia la salida sin apresurarme, con la misma tranquilidad con la que había llegado, con la misma despreocupación con la que me senté a ver este espectáculo ridículo.

Y mientras pasaba por los pasillos del auditorio, mientras empujaba la puerta para salir, me prometí a mí misma que si algún día decidía dejarlos sin excusas, lo haría de una forma que jamás olvidarían.

Ginoza

Segundo lugar. De nuevo.

Había sido una diferencia mínima, pero suficiente. Suficiente para que mi nombre estuviera después del suyo. Suficiente para que cuando el auditorio estalló en aplausos, los dirigieran a él primero. Suficiente para que, por más que intentara convencerme de que no importaba, lo sintiera como una derrota.

Mantuve la compostura mientras los nombres brillaban en la pantalla, con el rostro firme y la espalda recta. No iba a dejar que nadie viera lo que realmente pensaba, lo que realmente sentía. Que no era solo la competencia lo que me carcomía. Era el hecho de que, por más que lo intentara, por más que me desgastara, por más que hiciera todo con precisión, con esfuerzo, con determinación, Kougami siempre estaba delante de mí.

Siempre Kougami.

Él, con su talento natural, con su manera de moverse en el mundo como si todo le fuera dado sin que tuviera que pedirlo. Él, que podía soportar la presión sin quebrarse, que nunca parecía dudar, que podía pasar por todo esto y aun así mantener ese aire de control que a mí me costaba demasiado sostener.

Yo debería haber sido el primero.

Debería haber sido mi nombre el que apareciera en lo más alto, el que hiciera que el auditorio hablara de mí en lugar de él. Porque yo me lo gané. Porque lo trabajé más. Porque lo sufrí más. Porque lo merecía más.

Sentí mis dedos cerrarse con fuerza en el borde de mi pantalón, controlando la tensión que subía por mi espalda. No era el momento para esto. No podía permitirme mostrar debilidad, ni siquiera en mi propio pensamiento. Kougami había ganado, pero eso no significaba que siempre fuera a ser así.

Y entonces la vi. Alice, de pie.

Saliendo del auditorio con la misma indiferencia con la que había recibido su tercer lugar. Como si nada de esto la afectara, como si ni siquiera fuera parte del mismo mundo en el que estábamos Kougami y yo. Como si no le importara en lo absoluto lo que acababa de pasar.

Algo en mi pecho se tensó de una manera diferente. No era enojo. No era frustración. Era… una necesidad repentina de saber qué estaba pensando.

No lo pensé. No lo medité. No analicé si era lo correcto.

Simplemente me levanté y salí tras ella.

Pasé entre los estudiantes sin mirar a nadie, sin preocuparme por las miradas curiosas de los que aún estaban sentados, sin importar que la ceremonia no había terminado. No me importaba nada de eso ahora.

Solo quería encontrarla, quería verla.

Porque Alice no era indiferente. No era alguien que simplemente dejara las cosas pasar sin sentir nada. Y si se estaba yendo ahora, era porque había algo más que nadie más podía ver.

La seguí sin pensar demasiado en ello, dejando atrás el murmullo del auditorio sin preocuparme por si alguien notaba que me iba. Alice caminaba con calma, con la espalda recta y el mismo aire despreocupado de siempre, pero sabía que no lo estaba. No cuando se había levantado en medio de la ceremonia sin siquiera mirar atrás. No cuando salió del auditorio sin importarle si alguien la veía hacerlo.

Mantuve la distancia al principio, sin querer llamar su atención todavía. Solo quería verla, solo quería entender qué pasaba por su cabeza. Porque Alice Carter nunca hace algo sin una razón, porque, aunque pareciera que todo le daba igual, siempre está calculando. Y si se había ido así, era porque algo en este espectáculo la había hartado lo suficiente como para no quedarse un segundo más.

Fue entonces cuando la escuché.

Un murmullo bajo, pero lo suficientemente claro como para que lo captara.

Un idioma que no reconocí.

Me detuve un instante, lo suficiente para asegurarme de que no estaba imaginándolo.

Alice hablaba sola, con un tono que no tenía nada que ver con la ligereza con la que solía expresarse. Su voz era suave pero firme, con un ritmo diferente, como si las palabras fueran demasiado naturales para ella. Como si fuera otro lado suyo que nunca había mostrado en Nitto.

No entendí ni una sola palabra.

Pero la intensidad con la que lo decía, el peso en cada sílaba, era suficiente para hacerme sentir como si estuviera escuchando algo que no debía.

Seguí caminando, acercándome apenas lo necesario.

—¿Qué estás murmurando?

Alice se detuvo.

Por un segundo, pensé que no iba a responder. Pero ella nunca ignora un desafío.

Giró la cabeza hacia mí, su expresión relajada, pero sus ojos tenían ese brillo peligroso, ese que aparecía cuando alguien la tomaba por sorpresa y no le gustaba.

—¿Tienes problemas de audición, Gino?

Mi ceño se frunció al instante.

—Hablabas en otro idioma.

Ella sonrió, con esa maldita sonrisa suya de quien siempre sabe más de lo que quiere decir.

—¿Y?

No me gustó su tono, como si estuviera probándome, como si estuviera viendo hasta dónde podía empujar antes de que me diera por vencido.

—¿Qué idioma era?

Alice inclinó la cabeza apenas, su cabello cayendo sobre su rostro en un ángulo que la hacía parecer más desafiante de lo que seguramente pretendía.

—¿Por qué te interesa?

Quise decirle "porque no es normal que empieces a hablar en un idioma que nadie más entiende en medio de una ceremonia".

Pero no le di esa respuesta.

En cambio, crucé los brazos y la miré directamente.

—Porque lo hiciste lo suficientemente alto como para que te escuchara.

Alice dejó escapar una risa corta, sin humor, y dio un paso más hacia mí.

—¿Y qué? ¿Ahora te molesta que hable sola?

No respondí enseguida, porque lo que realmente me molestaba no era que hablara sola.

Alice no parecía apresurada en lo más mínimo. Se quedó ahí, observándome con esa expresión relajada que no encajaba en absoluto con lo que acababa de hacer. Se había ido en medio de la ceremonia sin importarle las miradas, sin preocuparse por lo que dirían los profesores o el resto de los estudiantes, y ahora, cuando la enfrentaba, solo me sonreía como si todo esto no fuera más que una anécdota sin importancia.

—Felicitaciones, Gino. Segundo lugar otra vez.

Mi mandíbula se tensó apenas. No lo decía con burla, no parecía estar insinuando nada, pero su tono, esa forma tan despreocupada en la que lo dijo, me molestó. No porque no lo supiera ya, no porque necesitara que alguien más me lo recordara, sino porque Alice nunca se había preocupado por los rankings. Nunca le había importado esta competencia. Nunca la había tomado en serio.

Y, sin embargo, ella también estaba entre los primeros tres.

—Gracias —respondí, manteniendo mi expresión neutral—. Me sorprende que te importe.

Alice soltó una risa corta y se encogió de hombros.

—Oh, no me importa en lo absoluto. Pero pensé que estaría bien decirlo. Después de todo, hiciste un buen trabajo.

La forma en que lo dijo, como si hubiera estado observando todo desde lejos, como si esto fuera una simple distracción para ella, solo hizo que me diera cuenta de algo que ya sospechaba. Alice Carter nunca jugó este juego de la misma manera que los demás.

Recordé lo que la había escuchado murmurar antes, esas palabras en un idioma que no reconocía, el tono bajo pero lo suficientemente claro como para que lo escuchara.

—¿Qué estabas diciendo antes?

Alice sonrió y ladeó la cabeza apenas, como si estuviera decidiendo si decirme la verdad o hacerme dar vueltas un rato más.

—Maldiciones. Para toda la banda de idiotas de Nitto que dice estupideces.

No me sorprendió. Sabía que los comentarios la habían molestado. Sabía que la forma en que la gente hablaba de ella como si fuera un fracaso en comparación a Kougami y a mí le estaba carcomiendo la paciencia. Pero Alice no mostraba su enojo de la misma manera que los demás.

No levantaba la voz, no hacía escenas.

Solo se marchaba. Y dejaba que su desprecio hablara por ella.

Me crucé de brazos, observándola con atención.

—No te importan los exámenes. ¿Por qué sí te molesta lo que dicen?

Alice me miró con algo entre diversión y cansancio.

—Porque son mediocres. Porque creen que saben lo que están viendo cuando no tienen idea. Porque se creen superiores cuando ninguno de ellos podría alcanzarme, ni siquiera si quisieran.

No lo dijo con arrogancia.

Lo dijo como si fuera un hecho. Como si estuviera diciendo que el cielo era azul o que el agua mojaba. Y lo peor es que tenía razón.

Me quedé en silencio por un momento, asimilando lo que acababa de decir. Alice no era como Kougami y yo. No veía esto como una competencia porque ella nunca tuvo competencia.

Quizás por eso su siguiente frase no me tomó por sorpresa.

—Estoy pensando seriamente en dejar de contestar mal los exámenes.

Mi ceño se frunció de inmediato.

—¿Eso significa que lo has estado haciendo a propósito?

Alice sonrió, pero no respondió. No necesitaba hacerlo. Ambos sabíamos la respuesta.

El tercer lugar era suyo porque ella lo había decidido así.

La vi con atención, tratando de entender qué pasaba por su mente en ese momento. Pero Alice era como un maldito acertijo, siempre jugando con los límites de lo que estaba dispuesta a mostrar.

—¿Y qué cambió? —pregunté finalmente.

Alice suspiró y miró hacia un punto cualquiera en el pasillo, como si buscara algo en el vacío.

—Nada. O todo. No lo sé. Tal vez me cansé de jugar. Tal vez quiero ver qué pasa cuando los haga pedazos.

Alice no parecía preocupada por mi reacción. Su tono era tranquilo, pero había algo afilado en su manera de hablar, en la forma en que su voz se mantenía controlada, como si intentara contener algo mucho más grande. El enojo todavía estaba ahí, justo debajo de la superficie.

—No es personal, Gino —dijo con su ligereza habitual, aunque sus ojos decían otra cosa—. Hice lo que hice para no afectarlos a ustedes, pero me molesta mucho que hablen de mí de esa manera.

Me quedé mirándola, intentando descifrar qué significaba realmente eso. Sabía que no mentía. Alice no era de las que se contenían sin razón. Si había fallado en los exámenes, si se había asegurado de quedar en tercer lugar, era porque había decidido hacerlo. Porque pensó en el impacto que tendría si terminaba más arriba.

Pero ahora, en este momento, después de escuchar todo lo que se había dicho en el auditorio, después de soportar la ignorancia y la condescendencia de aquellos que nunca podrían estar a su nivel, parecía que su paciencia había llegado a su límite.

—Lo que me molesta —continuó, con un suspiro frustrado— es que asuman que soy idiota solo porque estoy en el tercer lugar.

Entrecerré los ojos, analizándola con atención. Alice no era alguien que se preocupara por lo que la gente pensaba. No solía darles importancia a los rumores, ni a las habladurías, ni a la opinión de quienes no le importaban. Pero esta vez era diferente.

Porque no era solo sobre su posición en los exámenes. Era sobre cómo la veían.

—¿Eso es lo que te molesta?

Alice sonrió, pero sin rastro de diversión.

—Sí. Pero se me va a pasar.

No sonaba como si realmente lo creyera.

—Por eso maldecía en ruso —agregó con un encogimiento de hombros—. El mejor idioma para maldecir.

Por un momento, no supe si estaba bromeando o si realmente lo creía.

—¿Ruso?

Alice asintió con naturalidad, como si no fuera algo impresionante.

—Sí.

Me crucé de brazos y fruncí el ceño. No era la primera vez que me sorprendía con algo sobre ella, pero esto…

—¿Cuántos idiomas hablas?

Ella inclinó la cabeza, como si estuviera contando mentalmente antes de responder.

—Hasta ahora, inglés, cantones, chino, ruso y español. Pero estoy aprendiendo algo de francés en los ratos libres

La miré fijamente.

Alice parpadeó, con una expresión inocente.

—¿Qué?

Solté un resoplido.

—No tienes ni un solo interés en ser modesta, ¿verdad?

Alice sonrió con autosuficiencia.

—No cuando no hay razón para ello.

Me pasé una mano por la cara, negando con la cabeza. Por supuesto. Solo Alice Carter podía decir algo así con total naturalidad.

Alice me miró con una sonrisa ligera, una de esas que parecían completamente casuales, pero que en realidad escondían algo detrás. Siempre lo hacían. Siempre estaba calculando lo que decía, lo que hacía, lo que mostraba.

—Es paradójico que me hables de modestia cuando nunca has sido modesto, Gino. En nada.

Su comentario fue rápido, certero, casi como si estuviera esperando la oportunidad perfecta para lanzarlo. Sentí mi mandíbula tensarse apenas, pero no porque estuviera molesto. Era porque sabía que tenía razón.

Nunca había sido modesto. Nunca lo necesité. Desde que era un niño, aprendí que, si no mostraba con seguridad lo que era capaz de hacer, nadie más lo haría por mí. Aprendí que el esfuerzo solo valía si el mundo podía verlo, si el mundo podía reconocerlo.

—Supongo que tienes razón —dije finalmente, con una sonrisa leve, intentando aligerar el ambiente.

Alice entrecerró los ojos con diversión, como si supiera que estaba tratando de esquivar la conversación.

—¿"Supongo"? ¿Eso es todo lo que tienes para decir?

Negué con la cabeza, dejando escapar una risa baja.

—No sé qué esperas que diga, Carter.

No supe por qué la llamé así. Carter. Alice tampoco lo dejó pasar.

—Tienes días sin llamarme así —murmuró, con una expresión curiosa—. Creí que ya habíamos superado esa fase.

La miré con atención, notando cómo su tono había cambiado apenas. Era sutil, pero estaba ahí.

Si realmente quería avanzar con ella, este era el momento.

Me incliné un poco hacia adelante, acortando la distancia entre nosotros, sin apartar la mirada de la suya.

—Tal vez quería recordarte que no siempre te lo haré tan fácil.

Alice parpadeó, y por un segundo, su respiración pareció detenerse apenas. Fue mínimo, pero lo vi.

Ese era el problema con Alice. Era demasiado fácil verla como una fuerza imparable, como alguien que nunca se veía afectada por nada. Pero en estos momentos, en los espacios pequeños donde no tenía control absoluto de la situación, se notaba la diferencia.

Y si me estaba dando la oportunidad de tomar la ventaja, no iba a desperdiciarla.

—¿Intentas desafiarme, Gino? —murmuró, con una sonrisa ladeada, pero su tono había bajado apenas.

—No. Solo estoy diciendo que me gusta cuando intentas alcanzarme.

Alice soltó una risa suave, pero su cuerpo ya estaba más cerca del mío. No se apartó. No se iba a apartar.

No lo haría porque esto también era parte del juego, parte del equilibrio silencioso en el que nos habíamos estado moviendo.

El problema es que yo no quería jugar más. Quería ganar.

—¿Y qué pasa si te alcanzo? —susurró Alice, con esa mirada que siempre parecía retarme.

—Entonces veremos qué tan lejos puedes llegar.

Fue solo un segundo, una fracción de tiempo en la que nuestras respiraciones se encontraron en el aire, en la que el mundo pareció encogerse a solo este momento entre nosotros. Pero Alice nunca deja que algo se vuelva demasiado fácil.

Retrocedió un paso, su sonrisa volviendo a la normalidad.

—No me subestimes, Gino.

Negué con la cabeza, sintiendo cómo mis labios se curvaban en una sonrisa que no podía evitar.

—Nunca lo haría, Ari.

Alice no respondió de inmediato. Se quedó ahí, con la misma sonrisa en los labios, pero sus ojos decían algo más. Ella entendía perfectamente lo que acababa de pasar. Sabía que la distancia entre nosotros no era la misma que antes, que cada conversación nos acercaba un poco más, que cada palabra que intercambiábamos empujaba los límites que habíamos estado fingiendo que existían.

Ella no se alejaba. No quería hacerlo. Era mi oportunidad.

—No es común verte salir así de una ceremonia —dije, intentando hacer que el tono de la conversación siguiera el curso que quería. No podía permitir que volviera a escapar.

—No es común que tenga que escuchar estupideces tan temprano —respondió con naturalidad, sin apartar la mirada de la mía.

Sonreí, porque eso era algo que solo ella podía decir sin que sonara fuera de lugar.

—Pensé que no te importaba lo que dijeran.

—No me importa —admitió con un encogimiento de hombros—. Pero me molesta la mediocridad disfrazada de confianza.

Su honestidad tenía una forma de desarmar a cualquiera, pero yo no era cualquiera.

—Si realmente no te importa, ¿por qué sigues pensando en eso?

Alice ladeó la cabeza, su cabello cayendo sobre su hombro mientras me observaba con la misma intensidad con la que a veces analizaba a Kougami. Pero esto no era sobre él. Esto era sobre nosotros.

—Tal vez porque quiero hacer algo al respecto.

Alice no quería ser la mejor porque le interesara demostrar algo. Solo quería ver el caos que podía provocar si decidía hacerlo.

Y maldita sea, eso me gustó más de lo que debería.

—Entonces hazlo.

Alice rió suavemente, como si la idea de que alguien la alentara en esto le resultara entretenida.

—Pensé que te molestaría.

Me acerqué un poco más, apenas lo suficiente para ver la forma en que sus labios se separaban con una ligera exhalación.

—Tal vez me gusta verte ganar.

Alice no parpadeó. No retrocedió.

—Eso suena peligroso.

—¿Para quién?

Ella sonrió otra vez, pero esta vez no hubo burla en su expresión. Solo la aceptación de que estábamos en el mismo camino, y que lo sabíamos.

—Supongo que lo descubriremos.

Me quedé mirándola por un momento más, disfrutando del silencio, de la tensión suave en el aire, de la sensación de que algo entre nosotros acababa de cambiar.

Alice estaba demasiado tranquila, demasiado cómoda con la idea de que todo esto todavía era un juego para ella. Pero yo ya había decidido que no iba a serlo más.

Me acerqué lo suficiente como para que su expresión cambiara apenas. No hice un movimiento brusco, ni siquiera la toqué con intención. Fue solo un roce. Un contacto accidental cuando estiré la mano para alcanzar el marco de la puerta, quedando lo suficientemente cerca como para sentir el leve aliento de Alice contra mi piel. Mi dedo apenas rozó la piel de su muñeca, un toque insignificante, casual para cualquiera que lo viera, pero que para ella significó algo.

Lo supe porque se ruborizó de inmediato.

No un leve sonrojo, no una reacción que pudiera ignorarse con facilidad. Fue un cambio real. Su mirada bajó por una fracción de segundo, sus labios se separaron apenas y su respiración se hizo más lenta, como si estuviera procesando lo que acababa de pasar.

—No voy a dejar que sigas con esto si después vas a negar que pasó —murmuró, sin alejarse.

Sabía exactamente de qué hablaba.

Sabía que Alice no era el tipo de persona que permitía que algo como esto quedara en el aire, que se volviera un recuerdo sin peso. No quería otra repetición de lo que había pasado antes.

Y yo tampoco.

—No lo haré —le respondí, sin dudar, con la misma seguridad con la que había respondido a cualquier examen, con la misma determinación con la que había competido contra Kougami desde el primer día. No lo haré, porque no quiero que esto desaparezca.

Vi cómo su expresión cambió. Como si lo que acababa de decir le hubiera confirmado algo que ella ya sospechaba.

Por un instante, por un solo maldito segundo, supe que podía besarla.

La forma en que me miraba, la manera en que su cuerpo estaba inmóvil pero su respiración temblaba apenas, la expectativa en su mirada, todo era una invitación.

No tenía que pensar demasiado. Solo tenía que inclinarme un poco más.

Pero entonces, la voz de Kougami rompió el momento.

—¿Se están escondiendo aquí?

La tensión se rompió en un instante. Alice parpadeó como si acabara de despertar, como si el mundo real volviera a alcanzarla.

Yo no aparté la vista de ella, pero la oportunidad ya había pasado.

Alice se giró hacia Kougami, con su expresión relajada de siempre, como si nada hubiera pasado, como si yo no hubiera estado a segundos de besarla.

Kougami
El auditorio estaba lleno de gente que me felicitaba, con sonrisas satisfechas, con palabras de admiración, con palmaditas en la espalda que no significaban nada. Algunos lo hacían con sincera aprobación, otros con la esperanza de asociarse con el que estaba en la cima. No me importaba. No los necesitaba. No había hecho esto por ellos, ni por sus reconocimientos vacíos, ni por la maldita etiqueta de "mejor estudiante del año". Pero, aun así, esto sí importaba. Seguir en primer lugar sí me importaba. Me importaba más de lo que debería.

Porque esto lo era todo. Porque demostrar que podía hacerlo significaba algo. Porque si no tenía esto, ¿qué me quedaba?

Pero mientras salía del auditorio, dejando atrás las felicitaciones, dejando atrás las caras de quienes solo estaban ahí para llenarme los oídos con sus opiniones innecesarias, dejé de pensar en mi primer lugar.

Porque Alice y Ginoza no estaban.

Mi vista recorrió el pasillo, buscando rastros de ellos entre los estudiantes dispersos, entre los que aún conversaban sobre los resultados, entre los que ya estaban planeando su descanso después de los exámenes. Nada.

Sabía que Alice se había ido antes de que terminaran de decir los nombres. La vi levantarse, la vi desaparecer como si la ceremonia no tuviera nada que ver con ella. Ginoza tampoco estaba en el auditorio cuando salí. ¿Se escabulleron juntos? ¿Se encontraron por casualidad?

Apreté la mandíbula y aceleré el paso, sintiendo la irritación escalar en mi pecho.

Podría ignorarlo, podría dejarlos hacer lo que quieran.

Podría irme, dejar que lo que fuera que estuviera pasando entre ellos siguiera su curso, fingir que no importaba.

Pero no lo hice. Porque no podía.

Y cuando finalmente los encontré, entendí por qué.

Estaban bastante lejos del auditorio, en un pasillo casi vacío, con Alice demasiado cerca de Ginoza, con su expresión relajada, pero con algo más en sus ojos, algo que reconocí de inmediato. Ginoza estaba a centímetros de ella, demasiado cerca, lo suficiente como para que no fuera casualidad.

No podía saber qué habían estado hablando, no podía saber si había sido Alice quien se acercó primero o si fue Ginoza quien tomó la iniciativa, pero sabía exactamente qué estaba viendo.

Vi cómo la mirada de Alice bajó por un segundo, cómo su respiración pareció detenerse apenas. Vi la forma en que ella no se apartaba.

Y eso fue suficiente para hacer que mi cuerpo se moviera antes de que mi mente pudiera detenerme.

—¿Se están escondiendo aquí?

Mi voz rompió la tensión en el aire de inmediato. Alice parpadeó, girándose hacia mí como si nada hubiera pasado, como si yo no hubiera interrumpido algo. Como si no hubiera estado a un maldito segundo de ser besada por él.

Ginoza no me miró de inmediato, pero su cuerpo se tensó.

Yo tampoco aparté la vista.

Porque no iba a irme.