NOTA DE AUTORA:

Esta historia pertenece a una saga titulada Rebelión. Es la séptima y última entrega de la misma.

A quienes están aquí por primera vez, les doy la bienvenida y los invito a leer los libros en su orden cronológico para poder disfrutar mejor esta historia.

A los que me acompañan desde antes, desde siempre, desde el comienzo, en las buenas y en las no tan buenas, en las pandemias y en los nuevos comienzos. A los que han acompañado a Albus Severus Potter y su Amuleto a lo largo de estos largos seis libros: les doy una última y muy cálida bienvenida. Este libro es el trabajo final de años de perseverancia y no habría sido posible sin el apoyo incondicional de ustedes, los lectores, con sus comentarios, sus mensajes, sus chats en Telegrama, sus mails, su infalible cariño.

Este libro es para ustedes.

Ahora sí, una última ronda.

Juntos.


Capítulo 1: Una nueva era

I raise my flags, dye my clothes
It's a revolution, I suppose.
We're painted red to fit right in.
Woah.

I'm breaking in, I'm shaping up
The checking out on the prison bus
This is it, the apocalypse.
Woah.

I'm waking up, I feel it in my bones
Enough to make my system blow
Welcome to the new age, to the new age
Welcome to the new age, to the new age.

(Levanto mi bandera, tiño mis ropas
Es una revolución, supongo.
Nos pintamos de rojo para encajar.
Woah.

Estoy entrando, me estoy poniendo en forma,
Compruebo desde el autobús de la prisión,
Listo, es esto, el apocalipsis.
Woah.

Me estoy despertando, lo siento en mis huesos,
Suficiente como para hacer estallar mi sistema.
Bienvenido a la nueva era, la nueva era.
Bienvenido a la nueva era, la nueva era).

Radioactive – Imagine Dragons


Octubre, 2026

—¿Una copa de champagne, señor? —le ofreció cortésmente el camarero vestido con un traje blanco impoluto, mientras sostenía frente a él una bandeja cuidadosamente balanceada de copas repletas de un líquido ambarino espumante.

—No, gracias —rechazó Albus, mientras sus ojos seguían escaneando el salón de forma metódica.

Acepta la maldita copa, Potter —le siseó la voz de Jasper Yaxley a través de la Lombriz colocada en su conducto auditivo izquierdo—. Eres el único en toda la fiesta que no esta bebiendo.

Albus puso los ojos en blanco, pero colocó con rapidez una mano obstruyendo el camino del camarero, para retenerlo unos segundos más.

—He cambiado de opinión —fingió una sonrisa mientras tomaba una de las copas. El camarero se limitó a asentir con la cabeza antes de seguir su ruta—. Esto es ridículo —masculló Potter, mientras inclinaba la copa contra sus labios y fingía tomar un sorbo. Estaban perdiendo el tiempo, desdibujándose en esa fiesta, mientras que alguien de la Rebelión, en algún sitio, orquestaba un ataque bajo sus narices.

Debes camuflarte como corresponde —siguió recriminándole Yaxley al oído—. Aprende un poco de Nott —agregó con una risa divertida.

Albus torció cuidadosamente la cabeza hacia su izquierda, buscándola. Localizó a Tessa sentada en uno de los bancos junto a la barra. Era difícil reconocerla debajo de los encantamientos de Camuflaje que llevaba encima. En lugar de su cabello oscuro y ondulado, en esta ocasión lucía un color castaño claro, recogido en un prolijo rodete. Sus rasgos mediterráneos se encontraban suavizados, y su piel era de un tono más oscuro que el habitual. Pero sus ojos, negros y profundos como el océano, seguían intactos.

En ese momento, Tessa Nott sonreía plácidamente mientras hacía girar su copa en círculos rítmicos, fingiendo prestar atención a lo que fuese que el hombre frente a ella estaba diciéndole. El hombre se giró para solicitar que le rellenaran la copa, y Tessa aprovechó ese breve instante de distracción para mirar hacia donde estaba Albus y guiñarle un ojo cómplice.

Albus resopló, aunque una tenue sonrisa le curvó los labios, y volvió a su tarea de inspeccionar el salón. Le gustaba trabajar con Tessa. Consideraba que hacían un buen equipo, a pesar de que ella aún tenía mucho por aprender bajo la tutela de su mentor Hamilton Knight. Aún así, Albus había entrenado incontables horas con ella en Hogwarts, dentro de la Hermandad, y se conocían lo suficiente como para poder comunicarse sin necesidad de hablar siquiera.

Se encontraban en el interior de Covent Garden, uno de los teatros más importantes dentro de la comunidad muggle de Londrés, donde se estaba celebrando una gala solidaria para recaudar fondos para alguna de esas causas benéficas que Albus desconocía, y cuya relevancia no era importante en ese momento, al menos para él. El acto en sí habría pasado completamente desapercibido para el Cuartel de Aurores de no ser porque habían recibido información confidencial de una fuente secretta de que esa noche la Rebelión de los Magos llevaría a cabo un atentado en ese mismo lugar. El padre de Albus, y jefe de los Aurores, sospechaba que el objetivo principal era uno de los miembros de la realeza muggle. Se había previsto la presencia de uno de los príncipes en el evento, encargado de dar un emotivo discurso y felicitar a los participantes por sus generosas donaciones.

Albus y los demás estaban allí para asegurarse de que el príncipe saliera de Covent Garden sano y salvo.

Pero llevaban dos horas desde que había iniciado el evento, el príncipe aún no daba señales de presentarse y Albus empezaba a impacientarse. Pronto, los invitados pasarían al interior del teatro para presenciar una puesta en escena de la compañía de Ballet y la posibilidad de controlar la escena sería demasiado difícil para el equipo. Después de todo, eran un grupo reducido. Necesitaban identificar las potenciales amenazas antes de que comenzara el espectáculo.

El cachorro está entrando en el edificio —les notificó Jasper por la Lombriz, usando el nombre código que habían asignado al príncipe.

Tessa dejó de coquetear con el hombre en la barra, inventando la excusa de que debía usar el tocador, escurriéndose entre la gente y acercándose hacia la puerta de entrada. Albus dejó la copa sobre una de las bandejas que pasaba por allí, e hizo un sutil movimiento con la muñeca derecha para deslizar su varita a través de la manga de la camisa y tenerla próxima a sus dedos en caso de necesitarla. Desde la planta más alta de la sala, asomado por sobre la barandilla, los observaba el mentor de Albus, Jasper Yaxley.

No se apresuren —les recordó Jasper.

Tengo ojos en el cachorro —respondió Tessa.

Efectivamente, el príncipe ingresaba en ese preciso instante por la puerta principal, con su hermosa mujer del brazo, y una radiante y cálida sonrisa en los labios.

—Hay mucha gente, Jasper —cayó en cuenta Albus, al ver cómo los invitados se apresuraban a saludar a la realeza, rodeándolos.

No te preocupes por la multitud, Albus. Ellos tienen su propia seguridad para encargarse de eso. Mantén los ojos abiertos para lo que se salga de lo esperable —lo tranquilizó su Mentor. Magos. Su tarea era detectar la presencia de magia.

Albus volvió a sondear la sala, buscando señales de cualquier irregularidad. El salón titilaba con la luz de cientos de candelabros cuyas velas habían sido reemplazadas tiempo atrás por eficientes focos de luz eléctrica. Aun así, las piezas originales se conservaban, una reminiscencia a siglos dorados y de grosera opulencia, con sus estructuras de bronce lustrado y cristales colgantes, desprendiendo destellos de colores por toda la habitación.

Fue entonces cuando los vio. Estaban vestidos con atuendos muggles, al igual que él y Tessa, pero se movían con incomodidad dentro de las prendas. Dos hombres se abrían paso hacia la segunda planta del salón, uno de ellos tirando de tanto en tanto del nudo de su corbata, y el otro moviendo los hombros hacia atrás intentando asentar el molde de su chaqueta. Lanzaban miradas furtivas hacia los laterales, como comprobando que nadie los estaba observando. Y efectivamente, la gente estaba tan entretenida con la llegada de la realeza, que ni siquiera se habían percatado de los dos extraños que subían las escaleras cargando con ellos un maletín sospechosamente grande.

—Dos sospechosos con bulto desconocido subiendo las escaleras de la izquierda —informó Albus, mientras empezaba a caminar hacia ellos.

¿Los reconoces? —le preguntó Jasper, su voz perdiendo esa vibra juguetona habitual y adquiriendo mayor seriedad.

—No estoy seguro a esta distancia —respondió Potter, sin detenerse.

Estoy muy lejos —dijo Tessa.

¡Nott, Quédate con el cachorro! —le ordenó Jasper—. Potter, intenta aproximarte sin que se percaten de ti —le indicó.

—Estoy en eso —confirmó Potter, llegando al pie de las escaleras.

El primer individuo, el que cargaba con el maletín, estaba llegando para entonces al primer nivel. Había varias personas apostadas en las escaleras, reclinadas sobre la barandilla para poder observar desde la altura a los príncipes, dificultándole avanzar.

El segundo hombre giró para mirar sobre sus hombros, y Albus se apresuró a buscar un hueco junto a la barandilla, fingiendo estar distraído. Maldijo por lo bajo, lanzando una mirada de reojo hacia la planta alta con la esperanza de que el hombre no hubiese notado su presencia.

—Cardigan —masculló entre dientes, reconociéndolo por fin, incluso debajo del camuflaje que llevaba puesto.

¿Estas seguro? —inquirió Tessa, observándolos desde la planta baja, ocupando su lugar cerca del príncipe. Su mano derecha descansaba de forma casual junto al tajo de su vestido, donde llevaba la varita mágica oculta en la cara interna de su muslo.

Albus no tenía dudas. En los últimos años había perseguido a Portus Cardigan en al menos unas seis ocasiones, y en todas ellas el hombre se las había arreglado para escaparse. Pero con cada encuentro, Potter había perfeccionado su capacidad para reconocerlo a través del Camuflaje. No tenía dudas de que el hombre que había visto era Portus Cardigan.

—Es él —afirmó y se dispuso a subir lo que restaba de las escaleras. Para entonces, ambos hombres se habían detenido junto a una de las puertas de la planta alta y el primero de ellos estaba ingresando el código en el teclado digital para abrirlo—. Están por ingresar a otra sala.

No tenemos visual del interior de esa sala—dijo una tercera voz, perteneciente a Hamilton Knight.

Albus, no lo sigas al interior de esa sala —le ordenó Jasper, pero Albus ya estaba marchando hacia la puerta.

—Vamos a perderlos —se quejó Potter.

La pantalla táctil se iluminó con luz verde, señalando que el código era correcto, y la puerta se abrió. Ambos hombres ingresaron a la sala que se encontraba del otro lado.

Repito: NO LO SIGAS —insistió su mentor, pero en su voz ya podía notarse su resignada exasperación.

Mierda —maldijo Tessa, mientras observaba impotente desde la planta baja cómo Albus detenía la puerta con la punta de su pie antes de que se volviera a cerrar, para luego deslizarse en el interior.

Un zumbido, como una interferencia, saturó la Lombriz dentro de su oreja, forzando a Albus a apagarla. Inhibidores de Comunicación. Esa sala se encontraba modificada mágicamente. Estaba incomunicado, completamente a ciegas, tal como su mentor Yaxley había previsto.

Frente a él se abría un pasillo pobremente iluminado. Sacó su varita, pero no encendió ninguna luz para no llamar la atención. Avanzó con cautela, sus pasos amortiguados por la alfombra. Unas voces le llegaron de forma apagada desde el extremo contrario del pasillo, detrás de otra puerta.

—¿Sólo cuatro? —preguntó con cierto escepticismo una voz femenina, desde el interior del salón.

—Olivia, querida. Lo importante no es la cantidad, sino la calidad —Albus reconoció sin inconvenientes la voz de Heros Morgan—. El Camaleón dijo que es más que suficiente. Una para cada uno de nosotros.

—¿Y estás seguro de que no nos… lastimará? —preguntó con evidente vacilación otra voz que le resultaba vagamente familiar. ¿Dimitri Kurdan, ese maldito cobarde, estaba ahí?

—Un riesgo que todos aquí estamos dispuestos a asumir, ¿no es así? —lo presionó Heros. Incluso sin verlos, Albus podía imaginarse a Kurdan tragando saliva de manera nerviosa y encogiéndose aterrado bajo la mirada fría e inclemente de Morgan.

—Suelta la varita o te vuelo la cabeza —pronunció con desdén Cardigan a espaldas de Albus, tomándolo por sorpresa, mientras el extremo de una varita se le clavaba en la nuca. Una suave descarga eléctrica, como una advertencia, le recorrió la espina dorsal.

Obedientemente, Albus empezó a arrodillarse para apoyar la varita sobre el suelo. Cardigan pateó la vara de madera a un costado, alejándola de su alcance.

—¡Ey, tenemos compañía! —gritó luego, para que sus compañeros dentro de la habitación lo escucharan.

La puerta se abrió de sopetón. Efectivamente, había tres personas en el interior. Dimitri Kurdan llevaba puesto también un disfraz que no conseguía ocultar la palidez de su piel y el sudor de miedo que le empapaba el cuerpo. Heros Morgan ni siquiera se había molestado en disimular su identidad. Sus rasgos eran perfectamente reconocibles y vestía su ropa negra de siempre, inmutable y sereno, como si no estuviese a punto de ejecutar un regicidio. La tercera integrante era otra antigua alumna de Hogwarts, Olivia Campbell, con quien Albus tampoco había hecho buenos vínculos en sus años como estudiantes.

Pero la atención de Albus se fue directamente hacia el maletín que se encontraba abierto en una mesa en el centro de la sala, en cuyo interior yacían cuatro dispositivos de aspecto complejo y sofisticado.

Antes de que pudiera terminar de apreciarlos, Portus Cardigan le asestó una patada en la espalda, entre ambos omóplatos, propulsándolo hacia delante y haciéndolo caer de rodillas frente a sus enemigos.

—Esta rata estaba escuchando detrás de la puerta —informó Cardigan, ingresando también al salón—. Lo vi siguiéndome desde el salón.

—Apesta a Auror —siseó Olivia, entornando los ojos y frunciendo los labios con asco. Heros inclinó levemente la cabeza hacia un costado, cruzándose de brazos en un gesto pensativo.

—Es mucho más que un auror —dijo con cadencia, un brillo particular encendiendo sus ojos al reconocerlo debajo del camuflaje—. Es un Potter —agregó, mientras sacudía su varita para revertir el hechizo.

Kurdan jadeó y retrocedió instintivamente. Olivia sacó su varita y apuntó con ella directamente hacia el pecho de Potter. Cardigan dio la vuelta para quedar frente a frente a él y comprobar que, efectivamente, había capturado a su némesis.

—Los Autores saben que estamos aquí. Debemos irnos —desesperó Kurdan, sus ojos frenéticos buscando una salida.

—Matémoslo antes —sugirió Cardigan, mientras volvía a levantar su varita. Pero Morgan levantó una mano en el aire y la sala entera se sumió en obediente silencio.

—Dime, Albus… ¿cuántos más de ustedes hay contigo? —ronroneó Heros, mientras se inclinaba frente a él para que sus miradas quedaran a la par.

—¿Qué tal si tú me dices para qué son esas cosas que tienes ahí y quedamos a mano? —retrucó Albus, de rodillas desde el suelo, señalando con el mentón en dirección al maletín. Heros rió.

—En unos minutos, podrás descubrirlo tú mismo —lo provocó Morgan, mientras hacía girar juguetonamente la varita entre sus dedos.

—Me temo que tengo que estar en otro lado. Pero gracias por la invitación —rechazó la oferta Potter, torciendo también una sonrisa.

Albus desenfundó su varita de repuesto oculta en la pantorrilla y disparó contra Morgan. El maleficio golpeó al rebelde en el pecho, propulsándolo hacia atrás contra la mesa y tumbando el maletín. Los dispositivos en su interior salieron despedidos por el suelo.

Cardigan fue el primero en responder. Su maleficio pasó zumbando junto a la cabeza de Albus, chamuscándole el cabello. Albus respondió tan pronto como pudo, rodando por el suelo y buscando algún lugar seguro donde resguardarse. Olivia Campbell también atacó, forzándolo a invocar un escudo y ocultarse detrás de la mesa que segundos antes había sostenido el extraño maletín.

En medio de la confusión, Dimitri Kurdan se arrastraba por el suelo intentando recolectar los dispositivos mágicos dispersos por la sala. Albus le lanzó un disparo, demasiado impreciso y que no llegó a tocarlo, pero sí a asustarlo. El muchacho no se atrevió a cruzar de nuevo por la zona de disparo de Potter, abandonando uno de los dispositivos en la esquina más cercana a Albus.

Albus se asomó por encima de la mesa y disparó una salva de hechizos sin dirección particular, para volver a esconderse. La respuesta de Cardigan y Campbell fue inmediata, golpeando contra la madera y haciéndola crujir.

"Uno en hora cuatro y el otro en hora siete" adivinó así sus posiciones. Tomó una bocanada de aire, calmando sus pulsaciones y el temblor adrenérgico que le sacudía el cuerpo, y esperó la pausa en los ataques para volver a asomarse.

Esta vez, sabía hacia dónde apuntar. Su hechizo impactó directamente contra Olivia, haciéndola gemir de dolor y tambalearse contra la pared. No le resultó gratis: esos segundos de atención que había dirigido hacia la rebelde habían sido tiempo suficiente para que Portus Cardigan lo atacara por el otro cuadrante. El maleficio golpeó contra el brazo de Albus, proyectando un dolor urente y agudo que lo obligó a encogerse nuevamente detrás de la mesa. Lanzó una mirada rápida para analizar el daño: el sitio de impacto tenía una coloración grisácea y amenazaba con expandirse por el resto del brazo.

Desde algún lugar de la habitación, un gemido forzoso le advirtió que Heros Morgan estaba recuperando la consciencia. Dentro de poco, volverían a ser cuatro contra uno.

La puerta de la sala estalló en cientos de fragmentos, astillas de madera disparadas en todas las direcciones, tanto que obligaron a Portus Cardigan y a Dimitri Kurdan a cubrirse el rostro con un brazo para no resultar lastimados. Jasper no esperó a que se terminara de despejar el polvo para disparar contra los Rebeldes. Portus Cardigan no tuvo más opción que adoptar una postura defensiva, mientras retrocedía hacia el fondo de la sala, cerca de donde Heros Morgan volvía a encontrarse de pie y listo para pelear. Dimitri Kurdan continuaba agazapado en una de las esquinas, sus brazos firmemente enroscados alrededor de los dispositivos mágicos que había logrado de recuperar.

Olivia Campbell se removió con dificultad, intentando dar con su varita, la cual se había escapado de entre sus dedos al recibir el disparo de Albus. Pero Tessa Nott le amarró el cuerpo con un juego de cuerdas gruesas y resistentes, inmovilizándola.

Ahora, la pelea se encontraba equilibrada. Albus salió de detrás de la mesa y se colocó junto a sus compañeros.

—Ríndanse y nadie tiene que salir herido —prometió Jasper, aunque su varita mágica seguía apuntando directamente hacia el rostro de Heros Morgan. Había algo salvaje, algo violento en la mirada del mentor de Albus, una ira que no era habitual en él. Para Yaxley, esto era personal.

Pero Heros chasqueó la lengua, meneando suavemente su cabeza, y el gesto provocó que los vellos en la nuca de Albus se erizaran. Había una malicia anormal en ese hombre, una violencia fría y una indiferencia cruel que impactaban y asustaban. Y lo volvían impredecible.

Se movió rápido, antes de que ninguno de ellos tuviese tiempo de reaccionar. En un abrir y cerrar de ojos, había arrancado uno de los dispositivos de entre las manos de Dimitri Kurdan y le había sacado el pestillo de seguridad. Ahora, su dedo pulgar descansaba sobre el botón de activación del mismo, mientras Heros lo sostenía en alto sobre ellos, a la espera.

—¿Ya has deducido para que son, Albus? —siseó, entornando los ojos con diversión.

—Si las detonas, nos matarás a todos —jadeó Albus, su brazo izquierdo escociéndole dolorosamente conforme pasaba el tiempo—. No lo harás.

—Sí, sí lo hará —lo contradijo a su lado Jasper. Los ojos negros de Heros relampaguearon.

—Sí, sí lo haré —repitió complacido de sí mismo.

Yaxley suspiró, y para sorpresa de Albus, bajó su varita. Albus lo observó atónito, pero el auror le hizo un gesto con la mano para que obedeciera, y contra su propio juicio, él también la bajó. La sonrisa de Morgan se ensanchó todavía más, regodeándose.

—Siempre es un encanto verte, Jasper querido —se despidió, haciendo una sutil reverencia.

Pero antes de salir corriendo hacia la puerta destrozada del salón, presionó el botón del dispositivo y lo lanzó hacia arriba.

—¡No! —gritó Jasper, levantando nuevamente su varita para invocar un hechizo que contuviera lo que esperaba que fuera una explosión. Albus y Tessa lo imitaron.

El dispositivo cayó contra el suelo, dando uno, dos, tres golpes… Y explotó. Pero no fue una explosión como las que estaban acostumbrados. No se trataba de ninguna bomba que hubiesen visto antes. En lugar de fuego y caos, la bomba empezó a liberar humo escarlata. Un gas rojo, denso y ondulante, que se extendió velozmente como lenguas hambrientas por el suelo y las paredes, y se enroscó en torno a ellos.

Albus sintió el humo introducirse en su boca, en sus fosas nasales, a través de su garganta y por todos sus pulmones. Por una fracción de segundo, no pudo respirar.

Y luego, cedió. El humo dejó su cuerpo tan rápido como había llegado, y continuó su camino avanzando por el pasillo, hacia el salón donde se encontraban los invitados.

No había rastros de Morgan, Cardigan o Kurdan. Solamente Olivia Campbell continuaba allí, abandonada por sus compañeros, atada por las sogas que Tessa le había arrojado, riendo demencialmente mientras veía avanzar el humo frente a ellos.

—¿Qué mierda es eso? —Jasper la tomó por los hombros y la sacudió, forzándola a que hablara.

—Selección natural —respondió ella.


Las sirenas de los bomberos resonaban en los oídos de Albus mientras que las luces titilantes de sus camiones iluminaban intermitente las ventanas de la ópera, arrojando una destello rojizo sobre la tétrica escena frente a él.

La versión oficial que estaban largando al mundo muggle era un cortocircuito eléctrico que había desencadenado un incendio dentro del teatro. La versión real era mucho más oscura y ni siquiera ellos terminaban de comprenderla.

Jasper Yaxley resopló, enfadado consigo mismo y ansioso mientras aguardaba el veredicto de Lavender Brown, quien en ese preciso instante se encontraba inclinada inspeccionando uno de los cadáveres.

—¿Y bien?

—Llegué hace diez minutos, auror Yaxley —le recordó amablemente Lavender, mientras su varita se deslizaba lentamente sobre el cuerpo. Jasper volvió a resoplar y se frotó la frente con frustración.

—Asuntos Muggles va a comernos crudos —farfulló Albus, mientras chasqueaba la lengua. Se había vendado como había podido el brazo izquierdo, pero la herida seguía escociéndole terriblemente. No se comparaba, sin embargo, con la catástrofe que había sucedido en la planta baja.

Un total de cinco muggles habían sido alcanzados por la bruma roja antes de que ellos pudiesen evacuar el edificio. Todos habían muerto en el acto. Albus nunca había visto algo así. Era tecnología nueva, eficiente y letal. La Rebelión se estaba volviendo cada día más sofisticada.

—No podré contener a la policía mucho más, sanadora Brown. Si la FAE se entera que estamos aquí… —volvió a presionar Jasper.

En el último mes, la Rebelión había recolectado un total de veintidós asesinatos muggles. Las muertes estaban escalando y las consecuencias eran cada vez más graves.

La negativa del nuevo ministro de magia Vittorio de Fazio a cumplir con las estrictas regulaciones que el ministro muggle exigía sobre la población mágica había llevado a que el vínculo entre ambas comunidades se viera severamente fragmentado. El Ministerio muggle había cerrado de forma definitiva sus canales de comunicación con el gobierno mágico y había cumplido la promesa de crear una fuerza especial para hacer frente a los conflictos vinculados a la magia.

Le había tomado su tiempo, pero la Fuerza contra Actividades Especiales ya llevaba en funcionamiento prácticamente un año. La mayoría de los ciudadanos de Reino Unido creía que esta nueva agencia dentro del gobierno se encargaba de lidiar con el terrorismo de estado y las amenazas tecnológicas modernas. Pero los magos sabían que el objetivo eran ellos.

La FAE estaba formada por un grupo elite de personas, entrenadas e informadas sobre la existencia de la magia, que se dedicaba a investigar aquellas situaciones sospechosas que, en la gran mayoría de las ocasiones, involucraban magia. Estaban autorizados a arrestar a cualquier sospechoso de hacer magia en el mundo muggle, así como a usar fuerza bruta si lo consideraban necesario para garantizar la seguridad de su mundo.

Jasper y su equipo habían asistido al evento como agentes encubiertos. El gobierno muggle no podía saber que ellos estaban allí. El cuartel de Aurores ya no contaba con los privilegios para intervenir en los asuntos muggles como en otras épocas. Y el padre de Albus no se podía permitir que dos de sus aurores y una sanadora forense terminaran arrestados por la FAE.

El comunicador flú que colgaba del cinto de Jasper hizo bip, anunciando la entrada de una llamada.

—Estoy ocupado, Knight —atendió Jasper sin ninguna paciencia.

Pues será mejor que te desocupes rápido—la voz gruesa de Hammer respondió desde el otro lado del comunicador—. La FAE está estacionando frente al teatro.

—Mierda —insultó Jasper, pateando una bandeja de plata que yacía en el suelo cerca de sus pies—. Tenemos que salir de aquí.

—No he terminado —pidió Lavender.

—Tendremos que conformamos con lo que tienes hasta aquí —sugirió Jasper, mientras le hacía un gesto con la mano a Albus para que se asomara por las ventanas.

Efectivamente, dos oficiales uniformados con el escudo de la FAE estaban abriéndose paso a través de la perimetral del edificio para acceder al interior.

—Son dos. Pero seguramente tienen refuerzos cerca —anunció Albus, mientras se daba vuelta para encarar a su mentor.

—Vámonos de aquí —ordenó, tomando a Lavender del codo y obligándola a levantarse.

La puerta de servicio del teatro comunicaba con unas largas y empinadas escaleras, que a su vez llevaban hasta la terraza del teatro. Se balancearon por el tejado con cautela, intentando mantenerse ocultos lo mejor posible. No usaron magia. Habían aprendido por las malas que la FAE tenía un radar capaz de detectar actividad energética anormal, como ellos llamaban a la magia. Era una tecnología nueva, que el ministro muggle había ordenado fabricar en los últimos años, y que había demostrado ser muy útil para ellos y muy peligroso para los magos.

Hammer los esperaba con el Traslador listo a dos cuadras de Covent Garden. En un chasquido y con un tirón desde el ombligo, el equipo se trasladó directamente hacia el interior del Departamento de Transporte Mágico. Seamus Finnigan fingió no verlos llegar, mientras alteraba el libro de registros para que su viaje no quedara en los archivos.

—¿Qué sucedió allí adentro? —susurró Hammer, mientras el equipo entero marchaba hacia el subsuelo del Ministerio, donde en los últimos años habían instalado una prisión transitoria.

—No tengo la más puta idea —confesó Jasper, con el entrecejo fruncido y los dientes apretados. En el tiempo que Albus llevaba con Jasper había aprendido que el joven auror detestaba no tener control sobre lo que sucedía a su alrededor. Y esa noche, habían perdido completamente el control de la situación.

—Al menos la familia real se encuentra a salvo —suspiró Knight, encogiéndose de hombros.

—Sí, un alivio. Seguramente sirva de consuelo para las familias de los cinco civiles muertos —exclamó con sarcasmo su compañero.

—Sanadora Brown, ¿logró sacar algo en limpio? —preguntó Hammer, ignorando el comentario mordaz. Lavender se mordió el labio, apesadumbrada.

—No puedo afirmar la causa de muerte sin una autopsia del cadáver como corresponde —respondió metódicamente la mujer.

—Su primera impresión es suficiente, entonces —Yaxley estaba verdaderamente de mal humor.

—Asfixia. Si tuviese que conjeturar la causa de muerte, diría que ese gas, fuese lo que fuese, se pegó a sus pulmones impidiéndoles respirar —se aventuró Lavender. Jasper asintió, deteniéndose frente a la puerta que conducía hacia las mazmorras.

—Gracias —soltó, con una suave inclinación de cabeza.

—¿Seguro que no quieres un informe por escrito? —insistió ella, hablando en voz más baja. Jasper meneó la cabeza y un atisbo de sonrisa curvó sus labios finos.

—Tú nunca estuviste ahí, ¿recuerdas?

El aviso del ataque había llegado a oídos de la Orden del Fénix a través de una fuente secreta de Draco Malfoy. Con los años, Albus (y el resto de la Orden) había aprendido a no preguntar sobre su informante secreto. Pero fuese quien fuese la persona que Draco había logrado infiltrar dentro de la Rebelión, la información que les brindaba se había vuelto fundamental para adelantarse y combatir los ataques sorpresas.

Sin una fuente oficial, Harry Potter había optado por llevar adelante un operativo encubierto con un grupo reducido de agentes. Hamilton Knight y Jasper Yaxley habían sido designados a cargo. Debían introducirse sigilosamente y detectar cualquier posible amenaza latente. Los muggles no debían sospechar su presencia allí. El ministro muggle había dejado en claro que no deseaba que los Aurores se involucraran más en sus asuntos. Sin ir más lejos, tan solo un mes atrás dos aurores habían sido arrestados por la FAE por "interferir" con el trabajo de la policía. Hermione Granger aún se encontraba tramitando la libertad de sus dos agentes, sin éxito.

Tessa Nott los aguardaba frente a la puerta de una de las salas de interrogatorio. Se había cambiado la ropa de gala por el uniforme de Aurora y la expresión seria en su rostro anunciaba su preocupación. Tan pronto como habían logrado evacuar el edificio y poner al resguardo a la familia real, a Tessa le habían dado la tarea de trasladar a Olivia Campbell hacia el Ministerio para ser interrogada.

—¿Ha dicho algo? —preguntó Hammer al llegar junto a su aprendiz. Tessa negó con la cabeza.

—Ni una palabra.

—¿Has dado el aviso? —inquirió Jasper, haciendo un gesto con la cabeza hacia los pisos superiores.

—El jefe sabe —respondió ella, con una mueca que daba a entender su frustración por tener que entregar tan malas noticias a Harry.

—¿Asuntos Muggles? —presionó Yaxley.

—Dijo que intentaría demorarlos todo lo posible —Nott se encogió de hombros.

La Subdivisión de Asuntos Muggles era un nuevo sector que había surgido dentro del Ministerio de Magia. Había sido una de las primeras medidas que había tomado el nuevo ministro al asumir su rol, una consecuencia directa de la ríspida relación con el mundo no mágico. Inicialmente bajo el control del Departamento de Cooperación Mágica Internacional, el sector había crecido exponencialmente en los últimos años, adquiriendo cada vez mayor poder e influencia dentro del gobierno. Si bien a los fines teóricos seguía siendo una subdivisión, el ministro le había otorgado considerables libertades para operar con sobrada independencia.

Su creación se había fundado en la necesidad de hacer frente a posibles conflictos que pudiesen surgir con el mundo muggle, pero lejos de colaborar en la solución de los mismos, Asuntos Muggles se había vuelto una espinilla clavada en el talón de los aurores que les dificultaba trabajar fluidamente. La postura de quien coordinaba el sector, una mujer llamada Irya Selwyn, era clara: no empatizaba con el mundo muggle. Sus discursos estaban plagados de mensajes apocalípticos, anunciando el riesgo al que se encontraban expuestos los magos si los muggles decidían atacarlos.

Albus detestaba reconocerlo, pero en cierto punto, Selwyn tenía razón: en los últimos dos años, desde que la tácita armonía que les permitía coexistir se había quebrado, los muggles habían desarrollado importantes avances en tecnología capaces de contrarrestar las ventajas de la magia. Los detectores de magia eran una prueba de ello, y solo la punta del iceberg. El rumor de un dispositivo capaz de generar inhibir las Apariciones corría por los pasillos del ministerio desde hacía meses. Era solo cuestión de tiempo hasta que la FAE los empezara a utilizar.

Las palabras de Irya Selwyn habían encontrado rápidamente acogida en los corazones aterrados de los magos. Después de todo, la mujer hablaba con conocimiento de causa: sus abuelos habían sido muggles. Conocía el "otro mundo" y las amenazas que representaba. Y estaba dispuesta a evitar la guerra a toda costa. Incluso si eso implicaba un control estricto de la interacción entre ambos mundos. Así que las interacciones con el mundo no mágico eran rigurosamente controladas, evitándolas al máximo. La intervención de los magos debía ser mínima, y únicamente ante una necesidad inevitable. Todo conflicto o enfrentamiento con el mundo no mágico debía ser inmediatamente reportado a la subdivisión para tomar las medidas pertinentes destinadas a amortiguar las consecuencias. El resultado final era una división cada vez más marcada entre los dos mundos, con una desconfianza y un resentimiento que crecían peligrosamente día a día.

—¿Y el dispositivo que rescatamos? —recordó Hammer. Habían perdido el rastro de Heros Morgan, Dimitri Kurdan y Portus Cardigan. Pero en el apuro por escapar, los Rebeldes habían dejado atrás uno de esos novedosos dispositivos, intacto.

—Los Sabuesos no se atrevieron a tocarlo. Dicen que eso le corresponde a los Inefables —explicó Tessa. Jasper abrió la boca para quejarse, pero la chica se le adelantó—. Tranquilo, me aseguré de que lo recibiera uno de los nuestros —lo tranquilizó.

—Veamos si nuestra amiga aquí nos da una mano mientras tanto —invitó Hamilton, colocando una mano en el picaporte y haciendo referencia a Olivia Campbell, que aguardaba del otro lado de la puerta.

—Tú te quedas afuera —Jasper le obstruyó el paso a Albus, antes de que Knight llegara siquiera a abrir la puerta. Potter alzó las cejas, confundido.

—He participado en su captura, me corresponde estar en su interrogatorio —se quejó Albus.

—No te corresponde una mierda —siseó Yaxley, entornando los ojos—. Te dije que no siguieras a Cardigan a esa habitación. Era una orden clara. Y tú hiciste lo que se te dio por las pelotas—. La tensión en el ambiente se acrecentó con las duras palabras del mentor de Albus.

—¿Habrías preferido que los dejara explotar los cuatro dispositivos? —fue incapaz de contener su lengua Potter, sin dejarse amedrentar.

—Habría preferido que obedecieras la orden directa de tu superior —le recordó Jasper, dando un paso hacia él—. Somos un puto equipo y cuando tú vas y la juegas de héroe solitario, nos expones a todos —Jasper inspiró profundo, bajando un poco la intensidad de su enojo—. Sé que estas fechas son complicadas para ti, pero si no puedes entender la importancia de obedecer una orden cuando estamos en medio de una misión, entonces no puedes hacer este trabajo —estaba visiblemente frustrado.

—Puedo hacer este trabajo, señor —afirmó Albus, con dientes apretados y el mentón en alto. Pero Jasper ya había tenido suficiente por un día.

—Estás herido. Haz que te curen ese brazo. No me sirves manco —le hizo un gesto con la mano para que se marchara y le dio la espalda, ingresando a la sala de interrogatorios junto a Hammer.

Tessa permaneció unos minutos más con él, mirándolo en silencio, prolongando agónicamente el tiempo hasta que Albus ya no pudo contenerse.

—Sé lo que vas a decir —se adelantó Potter, evitando mirarla a los ojos.

—¿Ah, sí?—desafió Nott, cruzándose de brazos.

—Te equivocas. Tú y Jasper. Lo que sucedió hoy no tiene nada que ver con eso —aseguró Albus. Tessa arqueó una ceja escéptica—. Estoy bien —insistió inútilmente.

—Pues no lo pareces —lo contradijo, con dureza—. Haznos un favor a todos. Vete a casa con tu familia.


Lysander hizo girar con sumo cuidado la varita en un movimiento contrarreloj milimétrico. Un suave tic proveniente del interior del dispositivo le indicó que lo había destrabado. Sonrió complacido. Se llevó la varita a la boca para sostenerla entre los dientes y tener así ambas manos libres para abrir el aparato.

En el interior del mismo, una cápsula trasparente repleta de colorido gas rojo bailaba en perfecto equilibrio entre las paredes del dispositivo. Un sistema valvular, con una aguja conectada al botón de encendido, pendía laxo junto a la burbuja, listo para hacerla explotar si alguien lo presionaba.

Con movimientos lentos y suaves, Lysander tomó la cápsula entre su dedo pulgar el índice y la desconectó del dispositivo. Exhaló aliviado al ver que su superficie se mantenía íntegra durante la manipulación.

Hizo deslizar las ruedas de su silla por el salón hacia el caldero que yacía en otra de las mesas y depositó la cápsula en su interior. Colocó la tapa de vidrio sobre el mismo, cuyo sellado hermético aseguró con la varita, y se colocó la máscara protectora sobre el rostro.

Inspiró profundo y sacudió una vez su varita con un gesto enérgico, haciendo explotar la cápsula. Contuvo el aliento durante unos segundos mientras el gas se dispersaba dentro del caldero y él lo examinaba a través de su máscara.

—Fascinante —masculló para sí mismo, sin poder despegar la vista.

Perdió noción del tiempo, ensimismado en su trabajo, desentramando el trabajo exquisito que habían realizado con ese dispositivo. Más lo investigaba, más se sorprendía de la inteligencia y la malicia que yacía detrás de tecnologías como esas.

El golpeteo en la puerta de su laboratorio le llegó como un sonido amortiguado y no fue hasta que volvieron a insistir con más fuerza que Lysander comprendió que ya no podía ignorarlo. A regañadientes, se levantó de su silla y desbloqueó la puerta, comprobando quién era el que se atrevía a perturbar su trabajo de esa forma.

—Por Merlín, ¿te encuentras bien? —le preguntó Albus Potter, mirándolo de arriba abajo con franca preocupación. Lysander arqueó una ceja en un gesto burlón.

—¿Te has visto en el espejo, compañero? —retrucó señalando con el mentón hacia el brazo que Potter llevaba vendado. Albus se encogió de hombros, reconociéndole el punto.

—Traigo café —ofreció, alzando frente a él dos tazas humeantes de líquido oscuro.

—Bendito seas, Albus Severus Potter —le agradeció Lysander, arrebatando una de la tazas de su mano y tomando un largo sorbo, mientras giraba sobre sus talones para regresar a la estación de trabajo.

—Dime que has tenido más suerte que nosotros desentrañando esa porquería —le suplicó Albus, mirando con claro rechazo los restos del dispositivo que yacían esparcidos sobre la mesa.

—¿No tuvieron suerte con en interrogatorio? —dedujo Lysander, dejándose caer sobre una de las butacas, disfrutando la breve pausa y olisqueando el aroma que desprendía su café.

—No me dejaron quedarme al interrogatorio —refunfuñó Albus, ocupando una banqueta libre cercana. Lysander inclinó la cabeza, mirándolo todavía con esa sonrisa suya, empática y burlona al mismo tiempo.

—¿Hiciste enojar de nuevo a Jasper? —adivinó de inmediato. Albus chasqueó la lengua, molesto.

—De no ser por mí, no habríamos conseguido este dispositivo —insistió, cabezadura—. No sé porque se molesta de esa forma.

—Se preocupa por ti.

—No necesito una niñera. Sé hacer mi trabajo, y ya no soy su aprendiz —siguió quejándose Potter.

—No, ahora eres su compañero de equipo —le recordó sabiamente su amigo. Albus bebió de la taza en silencio, sabiendo que Lysander tenía razón.

—De todas formas, dudo que logren sacarle algo a Campbell. Pedirá un abogado antes de que lleguemos a sacarle qué son esas cosas y cómo funcionan —dijo poniendo los ojos en blanco.

—Oh, yo ya sé qué son estos aparatos y cómo funcionan —le informó Lysander. La expresión de sorpresa y genuina admiración en el rostro de su amigo hizo que el pecho se le inflara de orgullo.

—No me jodas.

—Ven, te mostraré —lo invitó a acercarse al caldero de experimentación, mientras le daba el ultimo trago a su brebaje.

Poco quedaba del gas original que Lysander había extraído del dispositivo rebelde. En cambio, había logrado fragmentarlo y almacenarlo en pequeños viales, numerados y rotulados con diferentes runas. Albus observó la mesa de trabajo con completo desconcierto, pero para Lysander eso tenía sentido. Mucho sentido.

—¿Qué estoy viendo, Lysan? —preguntó Albus, al ver que su amigo se perdía una vez más en sus propios pensamientos.

—Estás viendo un arma biológica —le respondió en un jadeo. Era la primera vez que lo decía en voz alta, pero ahora que estaba expuesto en el aire, era todavía más real. Y más aterrador. —Este gas es… inteligente. Es una pieza de ingeniería biológica exquisita. Es capaz de reconocer entre muggles y magos.

—Cuando estábamos en el teatro, escuché a Heros Morgan decir que el Camaleón lo había diseñado —recordó Albus. Lysander chasqueó la lengua, no del todo convencido.

—La maquinaria y el sistema de gatillado, sí, tienen su firma sin duda. Pero este gas… Esto es algo que supera los conocimientos de cualquier Rompemaldiciones, incluso de uno experto como el Camaleón —afirmó Scamander.

—¿Inefables?

—Y sanadores seguramente —reconoció Lysander, muy a su pesar. ¿Qué tipo de persona era capaz de crear algo así?

—¿Qué alcance tiene? —Albus empezó a hacer las preguntas técnicas propias de un Auror. Lysander hizo una mueca.

—¿Este modelo? Un rango estrecho. Teniendo en cuenta que el reporte dice que llevaban con ellos cuatro dispositivos, creería que unos veinte metros máximo —conjeturó Lysan. Albus se masajeó el mentón con su mano sana, pensativo.

—Tiene sentido. El humo llego a alcanzar a las personas que estaban más cercanas a nosotros, y luego se disipó —recordó los eventos de esa noche. —¿Habías visto alguna vez algo así? —inquirió luego, mientras se aproximaba un poco más a la mesa de trabajo y espiaba las anotaciones que Lysander había hecho en uno de sus cuadernos.

—¿Visto? No… Pero no creo que la Rebelión sea el primero en intentarlo —le dijo en un tono significativo.

—¿Grindelwald? —adivinó Potter. Lysander asintió.

—¿Puedes investigar al respecto?

—Revisaré los registros que tenemos aquí en Misterios. Si alguien intentó esto antes, debe de estar asentado en algún lado —aseguró Scamander.

—Ten cuidado. Ya sabes que no me gusta este lugar —le recordó Potter en un gesto proteccionista. Lysander sonrió.

—A nadie le gusta este lugar —le guiñó un ojo cómplice, mientras volvía a colocarse guantes para manipular los frascos.

—Intenta no desvelarte con el trabajo… otra vez —le recomendó Albus, palmeándole el hombro mientras salía del laboratorio.

—¡Al! —lo llamó antes de que se le escapara, recordando repentinamente la fecha en que se encontraban. El joven auror giró a mirarlo por encima del hombro, expectante—. ¿Tú estás bien? —le preguntó atravesándolo con la mirada.

Una sombra oscureció el verde de los ojos de Potter. A pesar de que quiso ocultarlo, Lysander pudo leer la tensión en sus hombros y la forma en que su mandíbula se contrajo momentáneamente.

—Solo necesito que termine esta semana —confesó Potter.

—Se hace más fácil con los años, ¿sabes? —compartió un poco de su propia fragilidad. Una mueca triste desdibujó el rostro de Albus.

—¿Si? Porque yo sigo sintiéndolo como si hubiese sido ayer —exclamó con acidez y tras lanzar una última mirada recelosa hacia el lugar, se marchó.

En contra de la ferviente opinión de su querido amigo Albus, Lysander había ingresado a la Escuela de Inefables tras terminar Hogwarts. No había sido una decisión impulsiva y precipitada de su parte, sino el resultado de varios años de meditación.

En otra vida, le habría gustado dedicarse al arte. Habría pintado cuadros en la tranquilidad de su estudio en Ottery St. Catchpole. Lorcan habría transformado el antiguo laboratorio de sus abuelos en una oficina para escribir sus artículos y administrar el Quisquilloso. Habrían llevado una existencia tranquila y pacífica, y eso habría sido suficiente.

En otra vida.

En esta vida, sus padres habían muerto, asesinados durante un ataque Rebelde, cambiando para siempre el curso de sus historias. Su hermano vivía ahora en el extranjero y Lysander llevaba más de dos años sin verlo en persona. Trabajaba como periodista de guerra, y a veces, como algo más que eso. Sus cartas y sus esporádicos llamados telefónicos estaban repletos de historias peligrosas, escapes mortales y batallas aterradoras. Peleaba codo a codo con la Revolución Rusa, en un intento desesperado por recuperar Moscú, y así derrotar a Sergei Romanoff.

Él no podía quedarse al margen, no mientras su hermano se jugaba el pellejo por ayudar a gente que ni siquiera conocía, con el solo objetivo de conseguir un mundo mejor. Sentía el impulso, la necesidad de colaborar, aunque fuese a su manera. No era un guerrero. No tenía lo que se necesitaba para pelear cara a cara con el enemigo. No era como Albus o Tessa.

Pero tenía una mente diferente y una capacidad para pensar fuera de la caja, para ver la realidad desde una perspectiva única, fresca e innovadora. Era creativo y su mente podía desvariar por cientos de caminos que eran impensados para la mayoría de las personas. Era un pensador. Y eso lo convertía en un excelente Inefable.

Serás un cordero en medio de una manada de lobos, le había advertido Hedda antes de entrar. El departamento de Misterios había estado involucrado en demasiadas situaciones ambiguas a lo largo de los años como para poder confiar en su gente. Y la Orden del Fénix no tenía a nadie de confianza entre ellos. Una razón más para que Lysander tomara ese camino. Él podía ser los ojos allí donde todos estaban ciegos.

Así que había aplicado. Había entrado. Y se había abierto camino en un lugar de pocos amigos y pocas palabras. Se había ganado su lugar y ahora ayudaba a la Orden del Fénix como podía, desde adentro. Pero las palabras de Hedda siempre reverberaban en su mente. Estaba entre lobos. No podía olvidarlo. Allí adentro, no sabía en quién confiar y en quien no.

El reloj de la pared anunció que ya eran las ocho de la noche. Lysander pestañó, regresando una vez más al mundo real. El tiempo se pasaba volando allí adentro.

Los pasillos del Ministerio de Magia se encontraban prácticamente vacíos a esas horas. Se había extendido, una vez más, por encima de su horario reglamentario. Y el cansancio de haber estado encerrado todo el día en el subsuelo empezaba a pesarle sobre los hombros. Saludó al pasar a uno de los guardias de seguridad del Atrio y bostezó con pereza mientras daba los últimos pasos hasta la zona autorizada de Aparición.

Un chasquido más tarde, se encontró inspirando aire puro y fresco. El perfume del césped húmedo por el rocío llegó hasta él, revitalizándolo. A lo lejos, se oía el murmurar del arroyo corriendo ladera abajo. El perfil de la casa de su infancia se apareció en el horizonte, alto en la colina.

Cruzó el jardín delantero no sin antes percatarse de que alguien había podado la planta de muérdago y reparado uno de los tablones flojos de la tranquera de entrada. Elevó la cabeza hacia los viejos manzanos que custodiaban el camino y descubrió que también habían recogido la fruta. Una risita escapó de sus labios mientras meneaba suavemente la cabeza.

Abrió la puerta y su corazón dio un vuelto de alegría al encontrarse con que la casa no estaba a oscuras y silenciosa, sino activa y alegre. Había música reproduciéndose de fondo y un perfume especiado llegaba desde la cocina, donde alguien tarareaba alegremente al ritmo de una canción.

Sus pies lo guiaron de manera autómata hacia el hombre pelirrojo y alto que se encontraba en su cocina, picando vegetales y canturreando por lo bajo alegremente.

Lysander sonrió, feliz de verlo allí. Lo envolvió silenciosamente por detrás con ambos brazos, enroscando sus manos en torno a su cintura, y apoyó la cabeza en el espacio entre sus omóplatos, inspirando profundamente el aroma que desprendía su cuerpo. Una mezcla de sudor y sopa de vegetales que le resultó encantadora.

—¿Día largo? —le dio la bienvenida Hugo, manteniéndose estático en la posición en que se encontraba y permitiéndole a Lysander abrazarlo todo lo que considerase necesario.

—No te das una idea —suspiró Scamander, aflojando sus manos lo suficiente como para que Hugo pudiese girarse y quedar frente a él.

Hugo Weasley era varios centímetros más alto que Lysander. Parados uno frente a el otro, el pelirrojo se veía obligado a inclinar su cabeza para poder mirarlo a los ojos. Lysander se puso en puntas de pie para acercarse un poco más a su rostro y le plantó un beso fugaz en los labios.

A pesar de que llevaban varios meses saliendo, Hugo seguía reaccionando con sorpresa cada vez que Lysander lo besaba de forma inesperada. Le tomaba unos segundos comprender lo que estaba sucediendo y su cuerpo se estremecía suavemente ante el contacto, como si los labios de Scamander le provocasen una descarga eléctrica. A Lysander le parecía encantador, y aprovechaba cada oportunidad que tenía para besarlo de improvisto solo para sentir esa electricidad entre ellos.

—Cuando me llamaste para avisar que tenías que cancelar la reserva para la cenar de hoy porque estarías trabajando hasta tarde, pensé que tendrías hambre cuando llegaras a tu casa e imaginé que no tendrías comida preparada, así que se me ocurrió que podía cocinarte algo... —empezó a balbucear Hugo tras recuperar el aliento.

—Estoy famélico. Gracias —lo interrumpió Lysander con una sonrisa antes de que el muchacho continuara desvariando en sus inseguridades. Hugo se sonrojó, sus pecas resaltando contra las mejillas rojizas. Volvió a girar hacia las hornallas, escapando así de la mirada atenta de Scamander y retomando su trabajo.

—No es gran cosa, pero no tenías muchos ingredientes a decir verdad —se disculpó Weasley. Lysander soltó una risa fresca y despreocupada.

—Sí, a veces se me olvida hacer las compras —confesó, mientras se sentaba en la mesa y se dedicaba a observar cómo Hugo trabajaba. El muchacho trozaba y picaba con manos hábiles, revolviendo de tanto en tanto la cacerola desde la que humeaba un aroma exquisito.

Sirvió dos platos abundantes de sopa y colocó uno frente a Lysander para luego sentarse al otro lado de la mesa. Lysan le dio un sorbo y una exclamación de puro placer escapó de sus labios.

—Esto es delicioso, Hugo —lo felicitó. Hugo volvió a sonrojarse, pero una sonrisa de satisfacción curvó sus delgados labios. —¿Tú podaste también los muérdagos?

—Sí, lo siento, debí de preguntarte antes… —de nuevo, comenzó a disculparse una vez más.

—Ha sido muy atento de tu parte —volvió a interrumpirlo Lysander—. Sabes, ese jardín… —inesperadamente, las palabras se le atragantaron a mitad de camino.

—Lo plantó tu madre. Lo sé —completó Hugo, y extendió una mano por encima de la mesa para llegar hasta él. Sus dedos se entrelazaron afectuosamente. Lysander tragó saliva y apretó con un poco más de fuerza la mano de su novio. Eran esas cosas, esos pequeños detalles, los que lo enamoraban de él.

Hugo siguió hablando, llenando el silencio mientras Lysander saboreaba la sopa. Le gustaba escucharlo hablar. Gesticulaba y usaba las manos para trasmitir su mensaje. Hablaba con absoluta transparencia, sin ocultarle nada. Le hablaba de Camelot y de los otros novatos. Él y Allegra Finnigan se ayudaban todo lo que podían, pero la academia era exigente. Le hablaba de los entrenamientos, de los éxitos y los fracasos que de a poco iban coleccionando. Le contaba sobre los entrenadores, algunos más pacientes que otros. Le confesaba su miedo de no estar a la altura de las circunstancias. ¿Y si no aprobaban la Simulación Final? ¿Y si nadie quería ser su Mentor?

—Múdate conmigo —soltó Lysander de improvisto, haciendo que Hugo se atragantara con la sopa.

—¿Qué? —carraspeó el pelirrojo, entre accesos de tos.

—Ven a vivir aquí conmigo —repitió con más firmeza incluso. Cuanto más lo decía en voz alta, más evidente le resultaba que así tenía que ser.

—¿Estas bromeando, verdad? —Hugo ni siquiera encontraba las palabras.

—Hoy fue un día horrible, Hugo. Tú fuiste lo único bueno en él —explicó Scamander—. Quiero esto. Quiero encontrarte en mi cocina todos los días. Quiero escuchar tus historias y comer tu comida, y besarte hasta que se me lastimen los labios —confesó sin ningún pudor.

Hugo volvió a sonrojarse, pero esta vez, no desvió la mirada. En cambio, se puso de pie, dio la vuelta a la mesa, se arrodilló frente a Lysander, y esta vez, él tomó la iniciativa de besarlo.

—¿Hasta que se te lastimen los labios, eh? —bromeó entre jadeos Weasley, después de varios segundos de besos ininterrumpidos. Lysander rió, una carcajada fresca que inundó el salón, borrando las sombras oscuras que había arrastrado con él desde el departamento de Misterios.

Estaba en su casa y Hugo estaba allí. El mundo era una mierda, pero al menos, este pequeño pedazo era de ellos. Y era bueno.


—¿Hace cuánto llegaron? —preguntó la bruja de la túnica roja, cuya capucha le cubría completamente el rostro, mientras marchaba con las manos cruzadas a su espalda por los pasillos de Aquilanest.

—No mucho. Morgan fue el primero en llegar e hizo traer al resto de los involucrados desde el Torreón —informó obedientemente Cordelia Smith, mientras intentaba mantenerle el ritmo vivo con que se movía.

—¿Quién lo acompaña? —siguió interrogándola.

—Trajo a todos los involucrados en la misión… —repitió como si no la hubiese escuchado la primera vez.

—De la Guardia. ¿Quién está de los miembros de la guardia? —la interrumpió Amadeus, leyendo entre líneas lo que verdaderamente importaba saber.

—Solo Duncan Ford está aquí —se apresuró a responder una servil Cordelia.

—Llévame con ellos —le pidió la mujer de la túnica en un tono de voz que simulaba ser gentil, pero que dejaba poco lugar al debate.

Cuando vives en un lugar como Aquilanest, aprendes rápido a hacerte valer por ti misma. La vacilación e inseguridad son vistas como debilidades, y pueden ser potencialmente mortales si no te vas con cuidado. Ella había crecido a la fuerza, bajo extrema presión, con la ayuda de Amadeus que siempre la llevaba al límite. Solo así se podían conseguir los diamantes. Y ella era eso ahora. Una pieza invaluable dentro de aquel lugar.

Duncan Ford se encontraba recostado en uno de los sillones de la sala de estar principal, en torno a una chimenea que se encontraba apagada en ese momento. En el asiento junto a él, sentado en una postura mucho más elegante y altiva, se sostenía Heros Morgan. Tan solo un ojo morado y unos rasguños superficiales delataban que había estado en un encuentro armado recientemente.

Sentados frente a ellos, en butacas sin respaldo, incómodas y de menor altura, había otras tres figuras. Las reconoció de inmediato: eran todos viejos rostros conocidos de los años en Hogwarts: Portus Cardigan, Dimitri Kyrdan y Keith Nox. Él último había sido considerado durante un tiempo como uno de "los suyos". Aunque ella ya no estaba segura de quiénes eran "los suyos" ahora.

—¡Oh, mi querida Pitonisa! —la recibió con su voz eufórica Ford en cuanto la vio ingresar en el salón, seguida de cerca por dos de sus más fieles adeptos. —Me preguntaba si contaría con su presencia en el día de hoy.

—Difícil si no me invitan a participar, ¿no lo cree, señor Ford? —disparó sin reparos la Pitonisa, confiada en sí misma.

Duncan Ford trató de disimular el gesto de desagrado con una sonrisa. Para ella no era ningún secreto que Ford no aprobaba su participación en los interrogatorios. No confiaba en los poderes de la Pitonisa. Amadeus tenía una teoría aún más mezquina: le tenía miedo a sus poderes y le preocupaba cómo éstos podían afectar su rol dentro de la Rebelión. Fuere cual fuese el motivo, Duncan Ford había intentado evitar trabajar con ella todo lo posible. Se había necesitado la orden explícita del Mago de Oz de incluirla en los interrogatorios para poder ser parte activa del trabajo, e incluso así, siempre que podía, la hacía a un lado.

No era el único. Mucha gente dentro de la Rebelión no confiaba en la Pitonisa. Se habían corrido tantos rumores en torno a ella que resultaba imposible diferenciar el mito de la realidad. Lo cierto era que todos compartían una cuota importante de temor hacia la joven bruja capaz de manipular el futuro, el pasado.. Y según algunos, incluso el presente.

Había abandonado sus estudios en Hogwarts para dedicarse tiempo completo a entrenar magia mental. Había leído títulos prohibidos traídos directamente de Rusia, había entrenado mano a mano con el mismísimo Mago de Oz. Había vaticinado eventos del futuro que se habían cumplido al pie de la letra, y había desarrollado un nivel soberbio en Legeremencia. Se había convertido en un arma, y eso causaba miedo en muchos allí adentro.

—Estábamos a punto de iniciar el sumario en relación a los eventos acontecidos el sábado pasado en Convert Garden —explicó Heros, mientras le señalaba la tercera butaca junto a él y le tendía una carpeta con papeles. La Pitonisa la tomó y la dejó sobre la mesa sin siquiera abrirla.

—Te refieres al ataque donde murieron cinco muggles inocentes —corrigió ella, sus ojos duros sobre Heros. El extremo de uno de sus labios de Morgan se elevó en una mueca extraña.

—Un daño colateral —se justificó sin mucho entusiasmo—. Nuestro objetivo era la familia real.

—¿Por qué? —preguntó ella, curiosa. La sonrisa se acentuó en los labios de Morgan.

—Yo no te pregunto por qué haces lo que haces, Pitonisa. Aquí cada uno cumple su tarea. Déjame hacer mi papel, ¿quieres? —Heros Morgan no era fácil de intimidar. De hecho, ella nunca lo había visto siquiera titubear. Tampoco se había atrevido a hacer ninguna movida con él. Ella era buena Legeremente, pero Heros Morgan era brutal. Podría hacerla añicos en un abrir y cerrar de ojos si ella siquiera intentaba introducirse en su cabeza.

—¿Qué es lo que quieres saber? —suspiró ella, aceptando el juego.

—Quiero saber quién de estos traidores alertó a los Aurores de que estaríamos ahí —sentenció Heros, sin piedad.

—¡Mierda, Heros! ¡Sabes perfectamente que yo no soy un traidor! —se quejó Portus, incorporándose de su silla y dando un paso hacia él.

Duncan Ford movió su varita con tal velocidad que ella ni siquiera llegó a verlo. En un pestañeo, Portus volvía a estar sentado en el banco, esta vez con ambas manos amarradas a la espalda.

—Si no tienes nada que esconder, entonces no te importará que revisemos un poco —sugirió Heros e hizo un gesto a la Pitonisa para que avanzara hacia ellos.

Era una técnica que había perfeccionado desde aquella primera vez en que se había introducido, mitad accidental mitad intencionalmente, en la cabeza de ese pobre muchacho encerrado en el centro de rehabilitación con ella. Desde entonces, había aprendido a moverse con más cautela dentro de sus cerebros, a buscar sin destruirlo todo a su paso, a romper las puertas necesarias y a saber cuándo retirarse. Más importante aún, y gracias a la ayuda de la investigación realizada por Sigmund Razin, ella había aprendido que su tercer ojo podía conectarse con esos recuerdos y ver más allá de las imágenes. Podía sentir lo que habían sentido, podía trasladarse a lugares y ver cosas que ni ellos mismos sabían que conservaban. Podía volver el tiempo atrás dentro de sus mentes… Y si se esforzaba lo suficiente, a veces podía mover el tiempo también hacia delante. Podía ver lo que harían en el futuro cercano.

—Quédate quierto. Durará solo unos minutos y sólo dolerá un poco —le prometió la Pitonisa, mientras extendía ambas manos por fuera de su túnica. La superficie de su piel estaba cubierta de runas pintadas a lo largo de sus palmas y dedos, resaltando contra la palidez de su cuerpo.

Portus Cardigan intentó tirarse hacia atrás todo lo que su banqueta le permitía, pero no había forma de escapar de las manos de la Pitonisa. Cuando sus dedos tocaron la frente de Portus, ella pronunció el hechizo de activación, y las runas de sus manos se encendieron.

El salón de Aquilanest desapareció, para se reemplazado por un teatro repleto de muggles. Su hermano Albus estaba ahí. Lucía distinto, pero no tenía dudas de que era él. Presionó un poco más contra el recuerdo, sintiendo ese odio visceral y maligno en Portus. Quería matar a Albus. Realmente lo quería ver muerto. ¿Por qué? Se adentró más, buscando el sentido detrás del odio irracional: "Todo tiene un origen" le había enseñado el Mago de Oz. La clave era encontrar ese punto de inflexión, eso que había llevado a que las personas fueran quienes eran.

Una mujer rubia llora en una cama. Un niño pequeño la observa desde la puerta. Están solos. Su abuelo fue arrestado el día anterior. Unos Aurores pasan junto al pequeño, ignorándolo completamente. Llegan junto a la mujer y la obligan a levantarse. Ella está hecha una piltrafa. Ni siquiera tiene la voluntad suficiente para caminar. Así que la arrastran fuera de la casa. El niño corre detrás de ellos, llorando. Otro de los aurores lo sujeta y le impide que persiga el carruaje que se lleva a su madre bajo arresto. El niño esta asustado y enojado, y odia a los aurores por llevarse todo lo que ama.

Su madre regresa al día siguiente. Pero el niño nunca más vuelve a ver a su abuelo. Antonin Dolohov muere en Azkaban, cumpliendo condena por los crímenes cometidos durante las Guerras Mágicas lideradas por Voldermort.

La Pitonisa suelta el rostro de Portus y sigue con la siguiente víctima: un aterrado Dimitri Kurdan. De nuevo, susurra los hechizos que activan las runas de su piel y pone manos a la obra.

Es un muchacho inseguro. No es popular. No es inteligente. No viene de una familia importante ni poderosa. Está solo en Hogwarts, y sabe que su mejor posibilidad para sobrevivir los próximos siete años en pegarse a los más fuertes. Se equivoca. Elige a Cardigan y a Zabini, creyendo que por ser sangre pura serán los líderes natos de la camada. El tiempo el demuestra que el verdadero líder, a quien todos o bien admiran o bien temen, es un muchacho mestizo que no debería siquiera estar en Slytherin. No sabe qué bando elegir, así que en su lugar, Dimitri decide que pactará con ambos bandos y aguardará hasta que las aguas se aclaren para decidir quién es la mejor opción.

No tiene moral, no conoce la fidelidad. Kurdan irá hacia donde más posibilidades tenga de sobrevivir. Pero Albus ya no es una opción.

No puede esconder el gesto de asco en su rostro al separarse de Dimitri. Si hay algo que ella es incapaz de respetar, es la tibieza.

Llega hasta el último de los tres, Keith Nox. El muchacho no retrocede ni se encoge cuando la Pitonisa se inclina frente a él, sino que la mira directamente a los ojos.

—Yo fui quien les dio la información sobre la gala solidaria a la que asistiría la familia real. ¿Por qué habría de sabotear mi propio plan? —se quejó Nox.

—Talvez te arrepentiste a último momento —sugirió Morgan de forma casual desde su cómodo asiento—. Una cosa es imaginarse matar gente, y otra diferente es hacerlo en la vida real.

—Yo no soy un infiltrado. Tú me conoces, Lily —la llamó por su nombre de pila, uno que prácticamente había quedado en desuso en ese lugar. Lily le sonrió con condescendencia.

—Ese es nuestro problema, Keith. Creemos conocer a la gente que tenemos a nuestro lado hasta que los atrapamos en una mentira —se lamentó Lily, suspirando de forma apática, casi aburrida, mientras sus dedos conectaban una vez más con otra mente.

Una versión más joven de Keith corría por una de las calles estrechas de las afueras de Londres. Estaba asustado, Lily podía sentirlo. Estaba aterrado. Pero antes de llegar a la última esquina, dos figuras se aparecieron obstruyéndole el paso. Frenó en seco e intentó retroceder por el mismo camino por donde había avanzado, pero ya era tarde. Lo había rodeado.

¿Así que ahora tienes un noviecito, Nox? —se burló el más grandote del grupo, mientras sacudía frente a él una foto de Keith abrazado con Lysander, una tierna imagen captada con una cámara muggle mientras ambos se reían sin reparos.

Déjame pasar, Bruce. No quiero problemas —le pidió Keith con calma, pero Lily podía sentir el miedo enroscándose peligrosamente en su pecho y atenazándole el corazón.

Tú eres el problema, marica de mierda —escupió Bruce con odio, y antes de que Keith pudiese hacer algo, avanzó y lo golpeó de lleno en el rostro, haciéndolo tambalearse.

Los otros tres vándalos no tardaron en sumarse. Pronto, eran cuatro de ellos golpeando a un muchacho que yacía tumbado en el suelo, intentando cubrirse el rostro cómo podía, mientras recibía patadas contra las costillas, el abdomen y la cabeza.

Lily no pudo seguir mirando. No quiso saber lo que sucedería a continuación. Habías visto lo suficiente. Sabía lo suficiente. Retrocedió, tambaleándose debilitada por la magia que se había visto forzada a utilizar para llegar tan profundamente en sus mentes.

Las manos de Amadeus estaban junto a ella de inmediato, sujetándola por los codos antes de que pudiese caer. Se reclinó contra el cuerpo delgado de Relish, entrecerrando los ojos e inspirando profundo para recuperarse.

—No han sido ellos —aseguró a continuación, abriendo nuevamente los ojos para mirar a Ford y Morgan—. Quien sea que filtró el ataque al teatro, no fueron ellos.

No se quedó a escuchar las quejas de Ford respecto a lo poco útil que había sido su participación. Ellos querían un culpable, alguien de quien hacer un ejemplo público. Ninguna de las tres mentes que Lily había revisado era inocente, pero no habían cometido el acto de traición de que se los acusaba. Ellos no eran los espías.

—Necesito aire —masculló con la garganta seca.

—Yo me ocupo desde aquí, Cordelia —indicó el pálido muchacho, mientras se empujaba las gafas de nuevo hacia su posición en el puente de la nariz.

Cordelia Smith abrió la boca para quejarse, pero Lily torció su cabeza hacia ella y le sonrió, dándole a entender que se encontraba bien. Solo entonces la chica aceptó dejarlos a solas.

No todos dentro de la Rebelión la rechazaban. La menor de los hermanos Smith, por ejemplo, había llegado unos meses atrás a Aquilanest atraída por el rumor cada vez más creciente de la Pitonisa. Y no era la primera. La misteriosa figura de una niña vidente había despertado muchos adeptos, generando prácticamente un culto. La admiraban y la protegían, y algunos de ellos incluso llegaban a pintarse runas en las manos en señal de respeto y como un signo de apoyo hacia quien creían que podía ser una verdadera profeta en tiempos de guerra.

Otros, como Duncan Ford, la aborrecían. La veían inestable y consideraban sus habilidades poco prácticas e imperfectas. Envidiaban la fe ciega que el Mago de Oz depositaba en ella y la autonomía con que se le permitía operar dentro del castillo.

Muchas cosas habían cambiado en los últimos años. Solo una cosa se mantenía siempre constante, siempre a su lado.

Amadeus.

—Necesito salir de aquí, Amadeus —blanqueó Lily, mientras caminaban lentamente por los jardines, alejándose del castillo. Amadeus suspiró.

—Es muy peligroso y lo sabes.

—Necesito ir a visitarla —insistió la pelirroja.

—Eso es exactamente lo que ellos esperan que hagas —recalcó lo obvio.

—Puedo manejarlo. Solo necesito una de tus lindas pociones —afirmó ella, dedicándole una sonrisa que sabía que siempre lograba quebrarlo. Amadeus se mordió el labio, indeciso.

—Déjame ver que puedo hacer —cedió Relish.

—Gracias —Lily apoyó su cabeza contra su hombro. Sin importar cuántas veces lo hiciera, Amadeus seguía tensándose cada vez que el contacto físico entre ellos era demasiado cercano e íntimo. Lily había aprendido a convivir con eso.

Le tomó un par de horas terminar de recuperarse. Para entonces, Amadeus había reclutado a tres Visionarios, como se hacían llamar los seguidores de Lily. Por supuesto que Cordelia se encontraba entre ellos.

—¿Tienes tu anillo? —chequeó Amadeus, antes de cruzar el umbral de las barreras que custodiaban Aquilanest.

Lily levantó su mano izquierda para lucir la flamante sortija roja. Él asintió con un movimiento nervioso. No le gustaba que Lily saliera del castillo. A sus ojos, ella era demasiado valiosa para tenerla paseando por el mundo ordinario. Pero ese día, haría una excepción. Y Lily se lo agradecía enormemente.

Amadeus le tendió una petaca de metal pequeña para que le diera un largo sorbo. Inmediatamente, sintió el cosquilleo de la poción recorrerle las venas y activarle los sentidos. Por Morgana, Relish verdaderamente había progresado kilómetros desde aquella primera poción que habían fabricado a hurtadillas en Hogwarts. El recuerdo se le antojaba como algo muy lejano, algo que le había sucedido a otra versión Lily.

Sintió cómo Amadeus la tomaba con delicadeza de la mano y se dejó Aparecer por él. En un espiral de movimiento y sofoco que duró una fracción de segundo, habían abandonado Aquilanest.

La última vez que Lily Luna Potter había estado en el Valle de Godric había sido visitando aquel mismo sitio. Desde aquella Navidad, nunca había vuelto a pisar el pueblo de su infancia.

Los contornos de las lápidas se desdibujaban mientras caminaba por los ondulantes pasillos del cementerio, pero Lily ya estaba acostumbrada a los efectos adversos de la poción. Sus pies conocían el camino de memoria. Sabía dónde buscarla.

Se arrodilló frente a la lápida de Ginny Weasley y estiró los dedos para acariciar las letras de su nombre.

Podía oír a Amadeus y a Cordelia trabajando a su alrededor, dibujando las runas mágicas sobre el suelo. Podía sentir la poción palpitando dentro de ella. Sabía que de seguro su familia había colocado alguna trampa o alarma en torno a la lápida, previendo que Lily visitaría el lugar en el aniversario de su muerte. No tardarían en llegar a buscarla.

Pero ella había aprendido nuevos trucos desde la última vez que había estado en ese cementerio, desde la última vez que se había visto cara a cara con sus hermanos. Ya no era más una adolescente frágil y perdida. Ahora, ella era la Pitonisa.

Sabes que puedes conversar conmigo de lo que quieras, cariño. De cualquier cosa. Siempre.

Lily nunca había llegado a hablar con ella. No había vuelto a su casa. No le había contado lo que atormentaba su alma. Y su madre había muerto un 23 de octubre de 2024, tras caer rendida en un sueño del que nunca despertó. Había luchado contra la maldición con uñas y dientes, pero al final, había perdido. Y ahora todo lo que quedaba de ella eran esas últimas palabras, resonando una y otra vez como un disco rayado.

Con su partida, el destino de Lily había quedado sellado de manera irreversible. La vida que alguna vez le había pertenecido se había desmembrado. Ya no había sitio para ella en el Valle de Godric, porque ella ya no era la misma. Así que se había abrazado a su nuevo destino, había asumido los enormes zapatos de la Pitonisa y había recorrido la transformación completa.

—Te extraño, mamá —susurró al vacío. Cerró los ojos, su mano derecha todavía apoyada contra la lápida de mármol fría. Se adentró en el Tercer Ojo de forma instintiva.

Hugo es el primero en llegar. Lo acompaña Lysander y Rose. Uno de los Visionarios dispara primero, asustado e inexperto. Hugo contraataca. Cordelia se lanza sobre ellos, furiosa. Una maldición asesina ilumina el cementerio de verde. Un cuerpo cae sin vida contra el suelo.

—Debemos irnos —advirtió Lily, reincorporándose y limpiándose la sangre que comenzaba a gotear de su nariz. En pocos segundos, Hugo llegaría al cementerio, alertado por las alarmas que Lily y los suyos habían activado al entrar. Si no se iban antes de eso, uno de ellos iba a morir.

Amadeus no necesitaba que se lo repitieran dos veces. Activó el Traslador que llevaba en el bolsillo, sujetó con firmeza a una debilitada Lily y cinco segundos más tarde, el grupo abandonó definitivamente el cementerio.


Se sentó en uno de los bancos de la plaza, sacó un paquete de semillas del bolsillo para alimentar a los pájaros y aguardó. Esporádicamente, arrojaba con parsimonia las semillas en el césped frente a él y las palomas se alborotaban a su alrededor para comerlas. De tanto en tanto, lanzaba una mirada hacia la gente que paseaba frente a él, buscando rostros conocidos. Luego de varios minutos, un hombre con la capucha de su sudadera colocada sobre la cabeza se sentó junto a él en el banco. Durante un tiempo, no conversaron.

—Dime lo que pudiste averiguar —le demandó el primer hombre, mientras lanzaba otro puñado de semillas frente a ellos. Más pájaros se acercaron.

—Estabas en lo cierto. El objetivo era la familia real —confirmó el otro hombre, hablando muy bajo y manteniendo la cabeza gacha y las manos ocultas en los bolsillos de su pantalón deportivo.

—Dime algo que no sepamos, Wence —rezongó James, poniendo los ojos en blanco.

—Están molestos. No sólo no lograron causar el revuelo que esperaban con la muerte del príncipe, sino que además han mostrado una de las cartas que hasta ahora habían mantenido oculta —siguió hablando Lancelot.

—¿Tú sabías? —lo acusó Potter. Lancelot torció levemente la cabeza hacia él. Debajo de la capucha, la sombra de un hombre que alguna vez había sido atractivo le devolvió la mirada.

—No —respondió secamente, sin dar más explicaciones. Pero James le creyó.

—Hemos revisado uno de los dispositivos que logramos rescatar de la escena del crimen antes que llegara la FAE. Sabemos que se trata de una especie de arma biológica que afecta únicamente a los muggles. Lo que no hemos logrado descifrar es cómo lo hace —siguió hablando James.

Lancelot se reclinó sobre el respaldo del banco. En la claridad de la mañana, la herida de su cuello resultaba aún más impresionante que lo habitual. Entrecerró los ojos, como si la luz del sol le molestara. Se tomó su tiempo para responder.

—Núcleos mágicos —dijo finalmente.

—¿Eh? —James curvó una ceja, descolocado por la respuesta inconexa.

—No sé exactamente cómo funcionan esas cosas, pero es algo relacionado con los núcleos mágicos de las personas… o más bien, su ausencia —se explicó un poco mejor.

—¿Quién es tan retorcido para hacer algo así? —resopló Potter, una expresión de genuino desprecio en su rostro.

—No es tan simple —intentó justificar de alguna forma Wence. James soltó una risa sarcástica.

—Han diseñado un arma destinada a matar a un grupo específico de personas, Wence. ¿Qué es lo complejo de entender? —James no lograba descifrar la gama de grises en que transitaba la gente como Lancelot. Para él, el mundo era mucho más claro.

—No creo que fabricar un arma de destrucción masiva haya sido el objetivo de la persona detrás de esta… tecnología —Lancelot seleccionó cuidadosamente sus palabras.

—¿Y qué pensó que haría el Mago de Oz con un conocimiento así? ¿Caramelos? —le preguntó James, atónito. Una sonrisa torcida y amarga se perfiló en la boca de Lancelot.

—Un mundo mejor —suspiró el Rebelde, resignado.

—No me digas: es un idealista —exclamó con sarcasmo Potter, meneando la cabeza.

—¿Crees que los únicos idealistas están en tu bando, Potter? —retrucó Lancelot con desdén.

—Al menos nosotros no intentamos erradicar el mundo muggle en el proceso.

—No me digas que a esta altura del partido aún eres tan ingenuo como para no ver que hay muchos en ese mundo que también nos erradicarían si tuvieran la posibilidad de hacerlo —le criticó Wence.

El viejo James de Hogwarts habría respondido con algún comentario ingenioso, pero los últimos años le habían demostrado que Lancelot tenía su cuota de razón. Se quedaron en silencio durante varios minutos, cada uno rumiando sus propios pensamientos.

—Yo no supe del ataque a Covent Garden hasta después de que sucedió —retomó la conversación Wence—. Eso significa que tienen otro informante, ¿verdad? —había deducido rápidamente. James sonrió perezosamente.

—No me digas que estás celoso —se permitió bromear. Lancelot resopló, molesto. ¿O estaba decepcionado? —Mira, ni siquiera yo sé quién es —por algún motivo que no podía entender, James se encontró justificándose—. La Orden cree que es mejor mantener las fuentes aisladas entre sí, en caso que… —se interrumpió antes de decir algo insensible. Fue el turno de Lancelot de sonreír.

—En caso de que nos descubran —comprendió el Rebelde.

—Cuánto menos sepan el uno del otro, mejor —confirmó Potter.

Era un razonamiento frío, y la mente detrás del mismo no había sido precisamente el padre de James, sino Draco Malfoy. Pero había que reconocerle que tenía sentido. Si la Rebelión descubría a una de sus fuentes, no podían permitirse que ésta pudiese revelar la identidad de los otros infiltrados. Por difícil que pudiese sonar, Lancelot estaba solo allí adentro.

—Entonces debes advertirle que sospechan que hay una rata entre ellos y están buscándola —dijo Wence, encogiéndose de hombros.

—¿Te han pedido que… averigües al respecto? —preguntó de forma dubitativa James. Esta vez, Lancelot soltó una verdadera carcajada, gruesa y agria.

—Malditos Gryffindors, siempre tan correctos incluso para hablar de tortura —se mofó de él—. No, no me han enviado a nadie todavía. Pero no tardarán en llegar. La Rebelión no tiene misericordia con los traidores —hizo una pausa antes de continuar, dubitativo—. Tengo entendido que tu hermana se está encargando de los interrogatorios por ahora.

—Esa mujer no es mi hermana —ladró James de inmediato, con una frialdad poco habitual en él. Lancelot no insistió en el tema, y tras unos segundos, James volvió a relajarse—. Pasaré la advertencia —estaba ansioso por cambiar de tema. Metió la mano en la bolsa de semillas solo para comprobar que se había quedado sin. Se les había terminado el tiempo. Se puso de pie.

—Potter, una última cosa —lo llamó Wence, antes de que se marchara—. Dile a la noviecita de tu hermano que se detenga.

—¿De qué hablas? —se sorprendió James. La advertencia llegó tan de improvisto y a último momento que su instinto lo hizo lanzar una mirada rápida hacia el entorno, asegurándose de que no había nadie más.

—Ese proyecto suyo con los muggles está llegando demasiado lejos —insistió Lancelot.

—Es una organización sin fines de lucro que ayuda a víctimas de atentados mágicos —le era imposible no ponerse a la defensiva cuando Wence le salía con cosas así.

—Precisamente —recalcó el hombretón—. Su nombre ha surgido en las reuniones. Saben quién es —Wence susurró las palabras entre dientes apretados, exasperado porque Potter no parecía comprender la gravedad de la situación.

—Este proyecto es su vida, Wence —le advirtió James, impotente.

—Pues si no se detiene, eso es exactamente lo que le va a costar —vaticinó crípticamente.


Elektra se reclinó hacia delante, apoyando los codos sobre sus rodillas, ambas manos entrecruzadas debajo de su barbilla, mientras aguardaba expectante a que Scorpius Malfoy terminara de leer el borrador que le había entregado.

El rubio giró la última hoja del documento y se quitó las gafas con un suspiro, frotándose con suavidad los ojos.

—¿Y? —Cameron era incapaz de esconder su ansiedad. Sus ojos negros estaban abiertos enormes a la espera del veredicto final.

—Está… bien —respondió Malfoy escuetamente.

—¿Bien? ¿Eso es todo? —se sorprendió Ely, alzando las cejas.

—Lo siento —carraspeó Scor, con dificultad para encontrar las palabras—. Has hecho un trabajo excelente, Ely, de verdad.

—¿Pero…? —leyó la vacilación en su voz. Scorpius se acomodó en el sillón, sus ojos grises evitándola.

—¿Estás segura de que quieres seguir adelante con esto? —le preguntó el rubio. Elektra soltó una risita, pensando que su amigo estaba bromeado. Pero la seriedad en su rostro le borró rápidamente la sonrisa.

—¿De qué hablas, Scor? Llevamos meses trabajando en esto. ¡Por fin he conseguido una audición con el Wizengamot! —le recordó Ely. Scorpius hizo una mueca. Y entonces, lo comprendió—. Por dios, Albus ha hablado contigo, ¿no es así? —meneó la cabeza con indignación.

—Albus tiene un punto… —se apresuró a justificarse Scorpius.

—Por supuesto que estás de su lado. Siempre estás de su lado —se quejó Cameron.

—No, Ely. Estoy de lado. Ambos lo estamos —la contradijo Malfoy—. Presentar este documento ante el Wizengamot equivale a colocarte un blanco en la espalda y esperar a que alguien te dispare —soltó con inusual crudeza su amigo, mientras golpeaba con el dedo índice el grueso documento que acababa de leer para remarcar su punto.

—¿Y qué sugieres que haga? ¿Qué simplemente lo abandone? —se encolerizó la morena—. Esta gente no tiene nadie que los ayude, Scor. Nadie. La policía piensa que están locos o que están inventando historias cuando hablan de varitas mágicas y hechizos asesinos.

—Y el Ministerio de Magia ha adoptado una política de involucrarse lo mínimo e indispensable en los asuntos muggles —le recordó Scorpius—. Te expondrás públicamente y, ¿para qué?

—Para llevarle un poco de justicia a las familias de las víctimas —remató Elektra poniéndose de pie con los puños apretados a ambos lados del cuerpo—. ¿No es ese el motivo por el que decidiste estudiar leyes? ¿O eso solo aplica cuando eres mago? —era un golpe bajo y ella lo sabía. Notó cómo el rostro de Scorpius se contraía al escuchar las palabras, herido en su ego y en su honor.

—Sabes que esto no tiene nada que ver con ser mago o muggle —siseó en un tono de voz peligrosamente bajo.

—Tiene todo que ver —lo contradijo—. Dime que la evidencia con que contamos no es lo suficientemente contundente como para ganar el caso, y retiraré mi solicitud ante el Wizengamot.

—No se trata de contar o no con la evidencia suficiente —suspiró Malfoy—. Tienes que convencerlos de que tienes la razón.

—Entonces ayúdame a convencerlos, Scor —le suplicó Cameron, y se quedó estática aguardando su respuesta.

—Eres imposible, ¿lo sabes, no? —se resignó Malfoy, una leve sonrisa en sus finos labios. Elektra soltó un grito de júbilo y se arrojó sobre él, envolviéndolo en un estrecho abrazo. —Albus va a matarme —masculló por lo bajo el rubio, mientras se preparaba para revisar el documento una vez más.


Se siente bien estar de vuelta, ¿no?

Quedo al pendiente de sus mensajes y comentarios. Háganme saber si les ha gustado este comienzo.

Gracias una vez más.

G.