—¡Cállate, cabrón! ¡No te atrevas a decir eso!

La voz de Garfiel retumbó en la estancia como un trueno, cargada de rabia y dolor. Sus

puños temblaban de furia, sus colmillos rechinaban con cada palabra. Pero lo peor no era

su ira. Lo peor era la decepción que ardía en su mirada, como un fuego que consumía

cualquier rastro de respeto que alguna vez tuvo por Subaru.

—No puedo verte como mi capitán… No después de esto.

Subaru sintió cómo el suelo se desmoronaba bajo sus pies.

—No… no, por favor… — su voz fue apenas un hilo quebrado, ahogado por la

desesperación.

Sus piernas flaquearon, y un frío insoportable se instaló en su pecho. Buscó

desesperadamente un resquicio de esperanza en los rostros de sus amigos, en aquellos a

los que consideraba su familia.

Pero solo encontró desprecio.

Ram, con los brazos cruzados, lo miraba como si fuera la cosa más insignificante que había

pisado el mundo. Su indiferencia era peor que una daga clavada en su espalda.

Otto, el Otto que siempre había estado ahí, que siempre había intentado comprenderlo…

ahora apartaba la mirada. Sus puños estaban apretados con tal fuerza que sus nudillos

estaban blancos.

Petra lloraba. Lloraba como si su alma se estuviera despedazando, sus sollozos agudos y

desgarradores llenaban el silencio como el sonido de un cristal haciéndose añicos. Se

cubría el rostro con las manos, sus delgados hombros temblaban sin control.

—Frederica Onee-sama… — su voz tembló entre lágrimas, pero no terminó la frase. No

podía.

Beatrice estaba allí, a su lado.

Pero no dijo nada.

Sus pequeñas manos aferraban con fuerza su vestido, sus hombros temblaban levemente.

Sus labios se entreabrieron, como si quisiera hablar, como si quisiera decir algo, pero

ninguna palabra salió.

Y entonces…

Emilia.

Emilia no hablaba. Ni siquiera lloraba.

Solo lo miraba con aquellos ojos amatistas, amplios y brillantes por la tristeza infinita que

reflejaban. Pero no era rabia lo que había en ellos. No era odio.

Era algo peor.

Duda.

Subaru sintió que se ahogaba.

—¡No me quedaba otra alternativa! —gritó, arrodillándose en el suelo. Sus manos se

aferraron a la madera como si pudiera hundirse en ella y desaparecer—. ¡No podía hacer

otra cosa! ¡Tienen que creerme!

Pero nadie respondió.

Solo el silencio.

Un silencio cruel. Un silencio que lo devoraba todo.

Garfiel escupió al suelo.

—Dices que no te quedaba otra alternativa… — su voz era un gruñido bajo, cargado de

veneno—. Pero el hecho de que estés aquí, suplicando como un maldito gusano…

solo significa que sabías lo que estabas haciendo.

Subaru sintió cómo algo dentro de él se rompía.

"¿Cómo… cómo pudo acabar todo así?"

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

El sol brillaba en lo alto del cielo, proyectando su luz dorada sobre los jardines de la

mansión de Roswaal. siete meses habían pasado desde los eventos del Santuario y la

calma reinaba sobre los aposentos del campamento de Emilia.

En el jardín delantero, el sonido del esfuerzo rompía la tranquilidad de la mañana.

—Tsk, si sigues cayéndote así, Cap'n, dudo que logres impresionar a la señorita Emilia.

—Garfiel se cruzó de brazos con una sonrisa burlona en su rostro mientras observaba a

Subaru tambalearse, empapado de sudor.

—Ja... ja... —Subaru se inclinó con las manos en las rodillas, tratando de recuperar el

aliento—. Lo dices... como si no hubiera mejorado nada.

Garfiel chasqueó la lengua, pero una sonrisa de orgullo se dibujó en su rostro. No podía

sentir otra cosa que no fuese admiración hacia su capitán. Subaru ya no era el enclenque

que conoció meses atrás y aunque todavía estaba lejos de alcanzar su propio nivel, cada

gota de sudor, cada caída y cada intento frustrado eran prueba de su inquebrantable

determinación. Verlo levantarse una y otra vez, sin importar cuántas veces fallara,

despertaba en Garfiel un respeto genuino.

—Hah... supongo que no está tan mal, Cap'n. —Murmuró para sí mismo, cruzándose de

brazos con satisfacción.

—El contratista de Betty no debería entrenar para impresionar a la semielfa. —La voz de

Beatrice se escuchó desde la sombra de un árbol cercano. Estaba sentada sobre una raíz

expuesta mientras observaba atentamente el entrenamiento de ambos chicos. — En todo

caso, debería entrenar para no dar más preocupaciones a Betty, supongo.

Subaru, sin perder el ritmo, se irguió con una sonrisa traviesa y, en un parpadeo, se acercó

a Beatrice. Antes de que ella pudiera reaccionar, le atrapó los mofletes y comenzó a

estirarlos juguetonamente.

—¡Eres demasiado adorable, Beako!

Beatrice parpadeó, sorprendida al principio, pero rápidamente recuperó la compostura.

Inflando las mejillas, lo miró con la altivez de siempre.

—¡Por supuesto que lo soy! ¡Betty es la más adorable del mundo! —exclamó con orgullo,

aunque no pudo evitar que una pequeña sonrisa se asomara en sus labios. Sin embargo,

hizo un leve puchero de molestia—. Pero Subaru no debería abusar tanto de los mofletes

de Betty, supongo.

Después de la divertida interacción, Subaru entrelazó sus dedos con los de Beatrice y

comenzó a caminar hacia el comedor con una sonrisa relajada. La calidez de su pequeña

mano le transmitía una sensación de confort que se había vuelto extrañamente adictiva.

Beatrice, a su manera, también parecía cómoda con la cercanía, aunque fingiera

indiferencia.

Sin embargo, su momento de tranquilidad se vio abruptamente interrumpido cuando, de la

nada, un Otto visiblemente alterado irrumpió en escena, con el cabello algo revuelto y una

expresión de pura desesperación.

—¡Subaruuuu! ¡Dile a Ram que no es justo que me obligue a hacer doble turno solo porque

anoche me tomé un par de copas! —se quejó con los ojos vidriosos reflejando su

sufrimiento.

Subaru apenas pudo contener la risa.

—¿Un par? —repitió con incredulidad, recordando perfectamente la imagen de Otto

tambaleándose en el pasillo, cantando a todo pulmón sobre las injusticias de la vida—.

Hermano, después de lo de anoche, creo que deberías reconsiderar tu relación con el

alcohol…

Otto no se rindió. Con un dramático movimiento de brazos, intentó defender su causa con la

convicción de un hombre acorralado.

—¡Sabes que lo hago porque estoy sometido a mucho estrés!

Beatrice, quien había estado observando la escena con evidente fastidio, dejó escapar un

suspiro exasperado.

—Vamos, Subaru, este comerciante borracho no merece nuestra atención, supongo.

—declaró con desdén, fulminando a Otto con la mirada, claramente cansada de sus quejas.

Subaru, sin embargo, solo sonrió, dándole un guiño cómplice a Beatrice.

—No seas tan dura con él, Beako. —respondió con una sonrisa de medio lado—. Sé muy

bien lo arpía que puede ser Ram cuando se lo propone…

—¿Hablas de mí, Barusu?

La fría y afilada voz de Ram atravesó el aire como una cuchilla bien afilada. Un escalofrío

recorrió la espalda de Subaru, quien, al girarse, encontró a la sirvienta observándolo con

una expresión que no auguraba nada bueno.

—¡A-ah! —Retrocedió un paso instintivamente, sintiendo cómo un sudor frío le perlaba la

frente—. N-no, claro que no… Solo hablaba de… ¡Otras cosas! ¿Te he dicho ya que te ves

especialmente guapa esta mañana, Ram-sama?

La respuesta de Ram fue un arqueo de ceja acompañado de una mirada llena de desdén.

—Tus depravados intentos de conquistarme no funcionarán, Barusu. Pero gracias. Veo que

no tienes tan mal gusto después de todo.

Subaru dejó escapar un suspiro de alivio. Había logrado desviar la atención, al menos en

parte. Sabía que Ram nunca admitiría que apreciaba el cumplido, pero él podía notar esas

pequeñas señales. Beatrice y Otto, testigos silenciosos de la escena, compartieron una

sonrisa divertida. Las interacciones entre Subaru y Ram siempre eran un espectáculo digno

de ver.

El comedor estaba tan animado como de costumbre, con todos reunidos alrededor de la

mesa para disfrutar del desayuno. Subaru, sentado junto a Beatrice, conversaba

alegremente mientras esperaba la llegada de cierta persona. Y, como si el universo

respondiera a su expectativa, Emilia apareció bajando las escaleras.

En el instante en que la vio, la reacción de Subaru fue casi automática. Sus ojos se

iluminaron, y una sonrisa genuina se dibujó en su rostro.

—¡Buenos días, Emilia-tan! ¡Luces tan brillante como siempre! —exclamó, poniéndose de

pie con entusiasmo y extendiendo los brazos hacia ella, como si su sola presencia pudiera

alegrarle el día.

Sin embargo, la realidad pintaba un cuadro diferente. Todos en la mesa intercambiaron

miradas de complicidad al notar el evidente contraste entre las palabras de Subaru y la

expresión de Emilia. Sus ojos reflejaban fatiga, y las sutiles ojeras bajo ellos delataban una

noche difícil.

Petra, con su dulzura innata, fue la primera en romper el silencio, observando a Emilia con

genuina preocupación.

—¿Se encuentra bien, Emilia-sama? —preguntó con una voz suave, entrelazando sus

manos con inquietud—. Parece que no ha dormido mucho…

Emilia le dedicó una sonrisa cansada antes de suspirar y acercarse al grupo.

—No te preocupes, Petra-chan. —levantó una mano en un gesto tranquilizador—. Solo me

quedé despierta hasta tarde estudiando… Tengo que mantenerme al día con todo lo

relacionado con la candidatura.

Subaru la observó fijamente. Su expresión reflejaba una mezcla de admiración y

preocupación, pero, como siempre, su entusiasmo le ganó la partida.

—¡Emilia-tan es tan responsable…! ¡Es como un ángel dedicado a salvar el reino!

—exclamó con los ojos brillando de devoción.

La sonrisa de Emilia se tornó ligeramente incómoda, pero antes de que pudiera decir algo,

la inevitable respuesta de Ram cortó el aire.

—Ya basta, Barusu. —La voz de la sirvienta, aguda y fría, apagó la conversación de

inmediato, atrayendo la atención de todos en la mesa—. Tus ladridos matutinos me dan

dolor de cabeza.

Subaru se encogió de hombros, aceptando el comentario con la resignación de quien ya

está más que acostumbrado. Si Ram pensaba que llamarlo perro de Emilia-tan iba a

ofenderlo, estaba muy equivocada. Al contrario, lo tomaba casi como un título honorífico.

A pesar de la breve interrupción, la calidez habitual de la mañana se restableció

rápidamente. Beatrice permanecía a su lado, como siempre, mientras Otto y Garfiel

intercambiaban bromas con la facilidad de dos buenos amigos. Petra y Frederica

conversaban sobre los asuntos cotidianos de la mansión, y en la cabecera de la mesa,

Roswaal supervisaba la conversación, recordándole a Emilia algunos puntos clave de su

candidatura.

Todo parecía tan normal…

Y es que de hecho, todo era normal. La vida de Subaru había encontrado un ritmo estable y

tranquilo desde los eventos del Santuario. Si alguien le hubiera preguntado, habría

respondido sin dudarlo: Nunca había sido tan feliz desde que llegó a ese mundo. En los

últimos siete meses, su existencia había alcanzado un equilibrio que jamás habría

imaginado. Por primera vez sentía que tenía un lugar, un propósito.

Sus días comenzaban con entrenamientos intensos junto a Garfiel, quien, a pesar de sus

métodos brutales y desmedidos, había visto en Subaru un progreso que él mismo nunca

creyó posible. Quién iba a decir que terminaría formando una conexión tan especial con

aquel chico impulsivo y agresivo que conoció en el Santuario. Aunque Garfiel nunca lo diría

en voz alta, Subaru sabía que estaba orgulloso de él, y, para su propia sorpresa, también

sentía lo mismo por su feroz compañero.

Luego estaban sus momentos con Beatrice. Atrás quedaba la imagen de una altiva y

misteriosa espírita encerrada en su biblioteca. Ahora, ella era su sombra constante, siempre

a su lado en las buenas y en las malas. Con el tiempo, había comenzado a abrirse no solo

con él, sino también con los demás miembros de la mansión. Para Subaru, su presencia era

un refugio. No le importaba que lo regañara o se burlara de él; al contrario, cada palabra

suya le resultaba reconfortante. Su compañía llenaba un vacío que ni siquiera se había

dado cuenta de cuánto lo había afectado.

Con Otto, las bromas nunca cesaban. A pesar de las constantes quejas del comerciante,

Subaru siempre encontraba una razón para reírse junto a él… o de él. Ya fuera por sus

historias exageradas o las desastrosas situaciones en las que se metía, Otto se había

convertido en alguien indispensable en su vida. Un amigo de verdad, quizás el más genuino

que había tenido nunca.

Petra, con su energía inagotable, era otra fuente de alegría. Sus risas y charlas

despreocupadas le recordaban que, a pesar de todo lo que había vivido, la vida seguía

adelante y valía la pena disfrutarla. Subaru la veía como una hermana pequeña, y pocas

cosas lo divertían más que ver su rostro enrojecerse cuando le decía que sería una madre

excelente algún día. A su corta edad, la madurez y el esfuerzo de Petra lo sorprendían cada

día más.

Y, por supuesto, estaban Ram y Frederica. Tan diferentes entre sí, pero ambas igual de

importantes para él. Ayudarlas con las tareas de la mansión, aunque no siempre fuera

sencillo, le daba un propósito, una sensación de pertenencia que nunca antes había

experimentado. Cada gesto de gratitud, por pequeño que fuera, lo hacía sentir útil y

necesario. Si pudiera elegir, le gustaría que Ram lo tratara con un poco más de

consideración y no lo molestara tanto. Pero, siendo sinceros, tampoco es que le importara

demasiado. En el fondo, Subaru estaba convencido de que ella le tenía cierto aprecio… solo

que esa era su peculiar manera de demostrarlo. O al menos, eso quería creer.

De Roswaal no sabía muy bien qué pensar. Después de todo lo ocurrido tenía claro que lo

mejor era mantener las distancias. Aunque, por su promesa, ya no haría nada que pusiera

en peligro al campamento, Subaru no podía evitar sentir un profundo recelo hacia él. Aquel

payaso de voz melosa y sonrisa enigmática seguía despertando en él una incomodidad

indescriptible. Su aura misteriosa le resultaba insoportable, como si en cualquier momento

pudiera revelar un nuevo y retorcido plan.

Pero, por encima de todo, estaba su puesto como caballero de Emilia.

Solo pensar en ello le provocaba un escalofrío de emoción. Todo lo que había vivido—las

batallas libradas, las decisiones imposibles, las promesas que hizo, las muertes, cada una

más desgarradora que la anterior—lo habían llevado hasta este momento. Había peleado

con todo su ser, había arriesgado su vida una y otra vez, y al final, Emilia lo había aceptado.

Le había dado un lugar a su lado.

Pero aquello no era solo un título. Para Subaru, ser el caballero de Emilia era la prueba

definitiva de que todo su esfuerzo había valido la pena. Que cada sacrificio, cada lágrima,

cada herida tenía un propósito. No importaba cuánto hubiera sufrido, porque al final, su

mayor deseo se había hecho realidad.

Y, sin embargo, su relación con Emilia era… extraña. Se habían besado. Le había

confesado su amor una y mil veces. Y aunque Emilia nunca había rechazado sus

sentimientos, tampoco le había dado una respuesta clara. No porque dudara de él, sino

porque había prometido que lo haría cuando estuviera lista.

Subaru respetaba eso. Sabía que su candidatura la consumía por completo, que su futuro

como reina de Lugunica no le dejaba espacio para pensar en el amor. No tenía derecho a

apresurarla, ni a exigirle algo que aún no podía darle.

Después de todo, estaba seguro de que, tarde o temprano, Emilia correspondería sus

sentimientos. No importaba cuánto tiempo tardara; él la esperaría. Siempre.

Una sonrisa inconsciente se dibujó en su rostro mientras observaba la tranquilidad que lo

rodeaba.

Todo estaba bien. Todo era, por fin, normal.

Pero… incluso en esa felicidad llamada normalidad, había algo que hacía que no todo fuera

perfecto.

El día transcurrió sin sobresaltos. Las horas se deslizaron suavemente, sin interrupciones ni

eventos extraordinarios. Ahora, Subaru se encontraba sentado en una pequeña silla al lado

de una cama, con la mirada perdida en la figura dormida frente a él.

El tenue resplandor de la luna se filtraba por la ventana, bañando la habitación en una luz

azulada y etérea. Una calma silenciosa envolvía el lugar, una paz que, aunque

reconfortante, también le recordaba lo que faltaba. O, mejor dicho, a quién.

—Sabes, Rem… —murmuró Subaru con apenas un susurro que se deslizaba entre las

sombras de la habitación—. Garfiel y yo estamos entrenando cada vez más duro. ¡Estoy

deseando que despiertes y puedas ver lo fuerte que me he vuelto!

Como siempre, la única respuesta fue el suave murmullo del viento colándose por la

ventana.

—Por cierto, tu hermana hoy me echó la bronca por llegar tarde a la cena… Pero no fue

culpa mía, ¡Lo juro! —rió con suavidad, sacudiendo la cabeza—. Es que Petra me

entretiene demasiado. Me pregunto qué cara pondrás cuando despiertes y veas que es una

sirvienta ahora.

Cerró los ojos por un instante, imaginando su expresión de sorpresa, esos ojos azules

llenos de ternura y devoción…

—Y Otto… bueno, Otto… me está empezando a preocupar su gusto por el alcohol. ¿Te

acuerdas del día que bebiste y te convertiste en un gato? —dejó escapar una risa

nostálgica, sintiendo el calor de ese recuerdo— ¡Estabas adorable! Sinceramente, aún

tengo grabada la escena de Emilia y tú abrazadas… —su voz tomó un matiz melancólico

mientras su mente lo arrastraba a ese recuerdo—. Hablando de Emilia… cada día se

preocupa más por la candidatura. Me sorprende lo responsable que es… y cada día está

más guapa… Es realmente increíble.

Su pecho se oprimió al decirlo. Orgullo, nostalgia, una pizca de culpa… Emilia estaba

avanzando, persiguiendo su sueño con una determinación inquebrantable. Y él estaba allí, a

su lado, apoyándola en cada paso.

Pero entonces, ¿por qué sentía que una parte de sí se quedaba atrás?

—Lo siento, Rem… —susurró con un tono cargado de emoción—. Parece que estoy

hablando demasiado otra vez… Te echo de menos.

El peso en su pecho se hizo insoportable por un momento, pero aun así, sonrió con tristeza.

—Juro que te salvaré, Rem. Te traeré de nuevo junto a mí.

No importaba cuánto tiempo tomara. No importaba cuánto tuviera que sacrificar.

Él la traería de vuelta.

Aunque no lo quisiera, esto también se había convertido en una rutina para Subaru.

Cada noche venía a verla, sin falta, y le contaba todo tipo de cosas, desde lo más trivial

hasta lo más profundo de su corazón. A veces le hablaba de los pequeños incidentes del

día, otras veces simplemente divagaba sobre sus pensamientos más íntimos, aquellos que

no podía compartir con nadie más.

Había llegado a un punto en el que lo hacía tanto por ella como por sí mismo. Hablar con

Rem le daba una extraña sensación de paz, como si, al decir las palabras en voz alta,

pudiera liberar parte del peso que cargaba sobre sus hombros. Por unos minutos podía

fingir que ella estaba ahí, escuchándolo, riendo con él, respondiendo con su dulce voz.

Y, aunque intentara evitarlo, a veces una lágrima traicionera escapaba de sus ojos. En esos

momentos, cuando el silencio lo envolvía y solo su voz llenaba la habitación, se permitía ser

verdaderamente vulnerable.

Era irónico, pensó, cómo incluso en ese estado, atrapada en un sueño sin final, ella seguía

siendo la única que veía su lado más frágil.

Pero no le molestaba. No con ella.

Porque Rem siempre había sido la única persona a la que le permitía ver ese lado suyo, la

única que nunca lo juzgó, la única que, sin importar qué, lo amaba incondicionalmente.

Subaru se levantó lentamente de la silla, echando una última mirada a su doncella dormida.

Su rostro seguía tan sereno como siempre, tan hermoso y tranquilo… tan inalcanzable.

Una sonrisa melancólica se dibujó en su rostro mientras murmuraba con suavidad:

—Buenas noches, Rem. Hasta mañana.

Con esa breve despedida se giró y salió de la habitación, sintiendo cómo el peso de la

noche se aferraba a sus hombros, más pesado que nunca.

Al llegar a su habitación, Beatrice ya lo esperaba, como siempre.

La tenue luz de la lámpara proyectaba sombras suaves en su rostro sereno. Cualquiera que

la viera, con su pequeña estatura y su expresión orgullosa, asumiría que era solo una niña.

Pero Subaru sabía la verdad. Había aprendido a no dejarse engañar por las apariencias.

Beatrice era mucho más que eso.

Y él se había acostumbrado a compartir su cama con ella, a encontrar consuelo en su

presencia.

Desde que hicieron el contrato, no había pasado una sola noche sin que durmieran juntos.

Si alguien de su mundo original lo viera, seguramente lo miraría con desprecio o

incredulidad. Dormir noche tras noche junto a alguien con su aspecto... era fácil

malinterpretarlo. Pero a Subaru le daba igual. No había nada extraño en ello, nada

reprochable. Solo eran un contratista y su espíritu, unidos por un lazo que iba más allá de lo

mundano. Si alguien pensaba lo contrario, el problema era suyo, no de ellos.

Porque lo que Beatrice le ofrecía era mucho más que compañía.

Ella era su refugio, su respiro en medio de la tormenta.

Las pesadillas que lo perseguían —las visiones de sus incontables muertes, los recuerdos

de los mundos que dejó atrás, las veces que vio morir a sus seres queridos— se habían

vuelto más soportables desde que dormía a su lado. Con ella allí, las sombras de su mente

parecían menos amenazantes, menos aplastantes.

Cuando Subaru se recostó junto a Beatrice, dejó escapar un suspiro profundo y cerró los

ojos. La calidez de su pequeña pero reconfortante presencia era lo único que le permitía

relajarse.

—¿Otra vez hablando con esa chica? —preguntó Beatrice de repente. Su voz era tranquila

pero con un leve matiz de curiosidad.

Subaru abrió los ojos y la miró.

—Sí… No te imaginas cuánto la echo de menos, Beako —murmuró con suavidad.

Beatrice lo observó en silencio mientras sus ojos reflejaban algo parecido a la melancolía.

Ver a Subaru así… roto, vulnerable… no era algo que le gustara. Por mucho que él

intentara ocultarlo, ella podía verlo. Y ese dolor que cargaba, de alguna forma, ella también

lo sentía.

—A Betty no le gusta que su contratista esté triste —dijo con firmeza, intentando disfrazar

su preocupación con su típica actitud altiva—. Haremos que despierte. Todos

recuperaremos los recuerdos sobre ella. Y mientras tanto… tu Betty siempre estará a tu

lado, supongo.

Subaru la miró y en sus ojos se reflejó una emoción cruda, una que luchaba por contener.

Por un momento quiso llorar. Pero en lugar de eso la abrazó con fuerza, como si temiera

que, si la soltaba, su único refugio se desvanecería.

—Gracias, Beako. No sé qué haría sin ti —murmuró con una voz temblorosa pero llena de

gratitud.

Beatrice, sorprendida al principio, no dudó en corresponder el abrazo.

—¡Por supuesto que no harías nada! —respondió con orgullo, aunque su tono tenía una

calidez innegable—. ¡Porque soy la única que puede soportar tus estupideces, supongo!

Subaru dejó escapar una risa leve, enterrando el rostro en su cabello.

Después de eso ambos se acomodaron en la cama, sumergiéndose en un silencio

reconfortante. En ese pequeño espacio compartido, donde las sombras del pasado no

podían alcanzarlos, el peso del mundo se desvanecía, aunque solo fuera por un instante.

Un nuevo amanecer se alzó sobre el campamento de Emilia, trayendo consigo la inmutable

rutina de siempre. Cada día parecía reproducirse sin cambios, como si el tiempo

transcurriera sin alterar nada en su interior.

Después de su entrenamiento matutino con Garfiel, Subaru se dirigió al comedor, donde,

como de costumbre, se reunía con el resto del campamento para desayunar. Cada

conversación, cada gesto sutil, incluso la forma en que se servía la comida, seguían la

coreografía de los días anteriores. Lejos de aburrirlo, esa repetición le ofrecía una

reconfortante estabilidad.

Pero esa paz se vio de pronto interrumpida cuando la voz de Ram resonó con firmeza en la

sala:

—Emilia-sama, Roswaal-sama. Ha llegado una carta directamente de la capital.

Sus palabras captaron la atención de todos de inmediato. Un silencio expectante se instaló

en la mesa, mientras las miradas se volvían hacia Ram. Con la elegancia habitual, ella

extendió la carta a Emilia, quien la tomó con un atisbo de curiosidad en el rostro,

preparándose para leerla en voz alta.

"Saludos a la candidata al trono, Lady Emilia, y a los distinguidos miembros de su facción.

Por la presente, deseamos recordarles que en la noche de hoy se llevará a cabo la reunión

anual entre las cinco candidaturas reales. Como bien sabrá, dicho evento tiene como

objetivo principal reforzar la imagen de estabilidad y entendimiento entre las aspirantes al

trono, demostrando ante el pueblo la unidad y el compromiso con el bienestar del reino.

Aunque de naturaleza ceremonial, su asistencia es considerada de suma importancia y se

espera su comparecencia sin falta.

El encuentro tomará la forma de una elegante gala, en la que se darán cita diversas figuras

de gran relevancia dentro del país, incluyendo nobles, miembros de la aristocracia y otras

personalidades de alto prestigio. La ocasión requerirá vestimenta formal acorde a la

solemnidad del evento.

Al caer la noche, se enviará un destacamento para escoltarla a usted y a su facción hasta la

capital, donde se celebrará la reunión. Confiamos en su puntualidad y en que honrará con

su presencia tan importante acontecimiento.

Con nuestros más altos respetos,

La administración de la capital."

—¿A qué se debe esa expresión de asombro, Emilia-sama? No me diga que ha olvidado

por completo que se lo mencioné hace dos semanas… ¿Verdaaaaad~? —canturreó

Roswaal con su característico tono burlón, alargando la última sílaba mientras clavaba su

heterocrónea mirada en la semielfa.

El rostro de Emilia se congeló.

Un escalofrío recorrió su espalda cuando la verdad la golpeó de lleno: lo había olvidado.

—¡Oh no…! —musitó con los ojos muy abiertos, llevándose ambas manos a la cabeza—.

¡Lo olvidé por completo! ¡Soy un desastre! ¡Tonta, tonta, tonta…!

Sus orejas temblaban de la pura frustración mientras se reprochaba a sí misma. Su

angustia era tan evidente que los presentes intercambiaron miradas incómodas.

—Ehh… Emilia-tan, tranquila —intervino Subaru, dando un paso adelante con una sonrisa

conciliadora—. Has estado con mil cosas estas semanas. Que se te pasara esto no es el fin

del mundo.

—Pero sí lo es… —gimió Emilia, dejando caer los hombros con desánimo—. No puedo

darme el lujo de olvidar algo tan importante…

—¿Importante? —Subaru ladeó la cabeza—. ¿No es solo una de esas reuniones de trajes

elegantes y caras largas? Vamos, entramos, fingimos que nos importa, sonreímos un rato y

nos vamos. Fácil.

Pero Emilia no compartía su despreocupación.

—Subaru… seguramente tendré que dar un discurso… y no tengo nada preparado…

—susurró, con los nervios apoderándose de su voz.

—¿Eso es todo? —Subaru soltó una carcajada y se golpeó el pecho con orgullo—.

¡Déjamelo a mí! Si algo se me da bien, es hablar sin parar. Te ayudaré a escribirlo, ¡e

incluso a ensayar si quieres!

Emilia parpadeó, sorprendida por su determinación. Sus mejillas adquirieron un leve tono

rosado y, por primera vez desde que Roswaal le soltó la bomba, su expresión se suavizó.

—Gracias, Subaru… De verdad, no sé qué haría sin ti.

Subaru sonrió con esa confianza desbordante tan suya, como si su sola presencia bastara

para borrar cualquier preocupación.

—Bueno, parece que hoy vamos a estar ocupados… —intervino Otto, cruzándose de

brazos con aire resignado—. Quedemos esta noche en la entrada de la mansión. Y

recordad, hay que ir elegantes.

Mientras hablaba, lanzó una mirada de reojo a Garfiel.

El aludido frunció el ceño de inmediato.

—¿Qué insinúas? ¡Mi increíble yo puede ser muy elegante! —protestó, ofendido.

—Sí, claro… —suspiró Otto, sin molestarse en discutir—. Pero, por si acaso, Frederica, ¿te

importaría echarle una mano con la vestimenta y darle algunos consejos de etiqueta?

Frederica, que había estado observando en silencio, sonrió con confianza.

—Déjamelo a mí. Me aseguraré de que Garfiel luzca como un caballero impecable esta

noche.

Ram, que había estado escuchando con indiferencia, decidió añadir su propio comentario

sin la menor reserva:

—Ni con tres años de práctica esa bestia se parecería a un caballero.

Garfiel gruñó en respuesta, pero su expresión de fastidio solo hizo que el resto contuviera la

risa.

Con el ambiente relajado de vuelta, el desayuno llegó a su fin y cada quien retomó sus

actividades.

La jornada transcurrió sin mayores incidentes, salvo por el tiempo que Subaru dedicó a

ayudar a Emilia con su discurso. No le supuso un gran desafío; después de todo, hablar y

llenar silencios incómodos era una de sus especialidades.

Por lo que entendía, el discurso no requería un contenido particularmente profundo, sino un

tono formal y diplomático. Con eso en mente, le proporcionó algunos consejos clave,

redactó la introducción y dejó que Emilia se encargara del resto.

Si hubiera sido por él, lo habría escrito entero, pero conocía demasiado bien a Emilia como

para saber que jamás aceptaría algo así.

Cuando el sol comenzó a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y

púrpuras, llegó la hora acordada.

Tal como habían planeado, todos se reunieron en la entrada de la mansión, sus siluetas

recortadas contra la luz crepuscular. Ataviados con atuendos elegantes, el grupo parecía

sacado de un evento de la alta nobleza, aunque algunas presencias desentonaban un poco

más que otras.

Subaru, Otto y Garfiel vestían trajes negros, cada uno adaptado a su propio estilo.

Subaru llevaba una corbata azul cielo, en sintonía con los colores característicos de Emilia,

un detalle pequeño pero significativo. Otto, más sobrio y sin ganas de destacar, había

optado por una corbata en tonos verdes, acorde con su afinidad natural. Garfiel, en cambio,

lucía visiblemente incómodo en su atuendo: camisa blanca, chaqueta ajustada y el cuello

ligeramente desabrochado, como si en cualquier momento fuera a arrancárselo de pura

frustración.

Por su parte, las damas no se quedaban atrás.

Emilia vestía un hermoso vestido plateado con detalles en azul celeste, el tejido reflejando

la tenue luz de la tarde con un brillo sutil. Su largo cabello plateado estaba recogido en una

trenza parcial, con mechones sueltos enmarcando su rostro, dándole un aire etéreo y

encantador.

Frederica, fiel a su elegancia natural, llevaba un vestido esmeralda que resaltaba el brillo de

sus ojos verdes. Su porte distinguido la hacía destacar sin esfuerzo, como si hubiera nacido

para este tipo de ocasiones.

Ram, en contraste, vestía un elegante vestido rojo con bordados negros, sencillo pero

imponente. Su expresión, como siempre, era de ligera indiferencia, pero la forma en que se

desenvolvía exudaba una confianza que hacía imposible ignorarla.

Por último, Beatrice, aunque fiel a su estilo habitual, había puesto esmero en su apariencia.

Su vestido azul marino con bordados plateados combinaba con un lazo a juego en su

característico cabello rizado. Su expresión altiva permanecía intacta, pero el brillo en sus

ojos delataba que, pese a su actitud, no le desagradaba tanto la ocasión como quería hacer

creer.

—¡Vamos, di algo ya, supongo! —exigió Beatrice, con un leve rubor en las mejillas y los

brazos cruzados—. Es evidente que Betty se ve absolutamente deslumbrante esta noche.

¡No puedes ignorarlo!

Pero Subaru apenas le prestaba atención.

Su mirada estaba fija en Emilia, quien, distraídamente, ajustaba un mechón de su brillante

cabello plateado. Con ese vestido blanco, parecía sacada de un cuento de hadas, etérea y

radiante bajo la tenue luz de la mansión.

—Santo cielo… Emilia-tan, estás… deslumbrante —murmuró Subaru, completamente

embobado.

Emilia, al notar su mirada intensa, sintió cómo el calor le subía a las mejillas. Se llevó una

mano al rostro, como si eso pudiera ocultar su rubor.

—¿De verdad crees que me queda bien? No suelo usar este tipo de vestidos…

—¡Te queda perfecto! Casi siento que debería arrodillarme y jurarte lealtad eterna… Bueno,

más de lo que ya lo hago, claro.

Ram, que observaba la escena con su habitual expresión de hastío, dejó escapar un

suspiro.

—Barusu, cierra la boca antes de que empiecen a caérsete las babas. Es vergonzoso verte

así.

Subaru se aclaró la garganta y puso cara de dignidad ofendida.

—¡Oye, Ram! Un hombre puede apreciar la belleza de su dama sin ser ridiculizado.

—¿Y dónde está ese hombre del que hablas? No veo ninguno por aquí.

Mientras Subaru balbuceaba alguna réplica inútil, Garfiel se removía incómodo en su traje

formal. Se aflojaba el cuello de la camisa con una expresión de absoluto sufrimiento.

—Gah… Esto es horrible… ¿Cómo demonios pueden soportar esta cosa?

—Porque tenemos modales, Garfiel —respondió Otto con aire de superioridad, ajustándose

la corbata—. Algo que claramente aún te falta.

—¡Tch! Ni aunque me pagaran me pondría esto otra vez…

Frederica se acercó con su acostumbrada calma y, con una sonrisa, le arregló el cuello de

la camisa.

—Oh, vamos, Garf. Te ves muy guapo esta noche.

Antes de que Garfiel pudiera reaccionar, Beatrice resopló con impaciencia y cruzó los

brazos.

—¡Eso es lo que estaba esperando escuchar!

Subaru parpadeó y miró de reojo a la pequeña hechicera, que lo observaba con un brillo

expectante en los ojos. Finalmente, comprendiendo su indirecta, le revolvió el cabello con

una sonrisa.

—Oh, Beako, tú siempre te ves hermosa, pero hoy… hoy luces especialmente preciosa.

Beatrice se quedó en silencio por un instante. Luego, con un leve carraspeo, desvió la

mirada con satisfacción.

—Hmph. Bueno, supongo que eso era lo mínimo que podías decir, patán.

—¡Qué frío!

—¡Estáis todos muuuuuuy guapos, pero creo que ya va siendo hora de salir! El carruaje os

está esperando afuera. —La voz de Roswaal, tan melodiosa como siempre, resonó en el

vestíbulo, interrumpiendo la quietud del momento. Su presencia irrumpió con la teatralidad

que solo él sabía desplegar, y su amplia sonrisa le daba un toque aún más peculiar.

—¿Es que no vienes con nosotros, Roswaal? —preguntó Subaru, con una ligera inclinación

de cabeza mientras miraba al marqués, curioso por la ausencia de su compañía.

—Vaya, Subaru-kun, me alegra que te preocupes por mí, pero… siento decirte que no iré

con vosotros. Ahora que eres el caballero de Emilia-sama… ¿Qué pintaría yo en ese

carruaje? —Roswaal hizo un exagerado gesto de desdén, como si la idea le pareciera

completamente fuera de lugar. Su tono, tan lleno de jocosidad, contrastaba con la seriedad

que se respiraba en el ambiente.

—Y-ya veo… —Subaru respondió con una voz algo vacilante. Miró a Roswaal con una

sonrisa forzada, sin poder evitar que sus pensamientos se colaran en su mente. Aún no

lograba acostumbrarse a ser llamado el caballero de Emilia. La simple mención de ese título

le hacía sentirse sumamente feliz.

Uno a uno, todos comenzaron a caminar hacia la puerta mientras sus atuendos brillaban

bajo la luz del atardecer.

Mientras esto sucedía, cierta doncella de pelo anaranjado los observaba en silencio desde

un rincón de la mansión. Sus ojos siguieron cada detalle con una mezcla de admiración y

envidia mal disimulada.

Emilia-sama parecía una princesa de cuento, resplandeciente en su vestido plateado, su

cabello cayendo en suaves ondas que parecían brillar con cada movimiento. Frederica se

veía distinguida y segura, mientras que Ram, con su porte altivo y su vestido rojo, exudaba

una elegancia natural que Petra no podía dejar de notar. Incluso Beatrice, con su expresión

siempre orgullosa, lucía hermosa en su atuendo.

Y ella… Ella solo llevaba su uniforme habitual.

Se mordió el labio con frustración. Quería verse así de bonita, quería ser parte de esa

escena, no solo una espectadora. Pero en lugar de eso, se quedaría atrás. Otra vez.

Un suspiro interrumpió sus pensamientos.

—Petra.

Ella alzó la vista y encontró a Subaru mirándola con una expresión suave pero firme.

—Sé que tienes ganas de venir, pero aún eres muy pequeña para estas cosas —le dijo con

un tono que intentaba ser comprensivo—. Además, tienes una misión importante: cuidar a

Rem por mí.

Petra bajó la mirada. Sabía que Subaru solo quería hacerla sentir mejor, pero eso no

evitaba el nudo en su pecho. ¿"Demasiado pequeña"? Si le dieran la oportunidad, estaba

segura de que se comportaría mucho mejor que Garfiel, quien probablemente arruinaría la

noche con alguna salida impulsiva.

Apretó los puños por un momento, dudando, antes de finalmente soltar lo que realmente

tenía en mente.

—Subaru-sama… ¿Crees que yo también me vería guapa en un vestido como el de

Emilia-sama?

La pregunta lo tomó por sorpresa. Subaru parpadeó, y por un instante, su rostro se tiñó de

un ligero rubor.

—¿Eh…?

La expresión de Petra seguía siendo seria, pero en su interior, el corazón le latía con fuerza.

Apenas podía creer que había dicho eso en voz alta.

Cuando Subaru reaccionó, lo hizo con una sonrisa amplia y genuina.

—¡Por supuesto! —exclamó con entusiasmo—. ¿Qué te parece esto? Cuando tengamos

tiempo libre, iremos juntos a la capital, tú y yo, y te compraré un vestido.

Los ojos de Petra se abrieron de par en par.

—¿Lo dices en serio?

—¡Jamás te mentiría, Petra! ¡Es una promesa!

Para sellar sus palabras, Subaru le revolvió el cabello con suavidad, como solía hacer. Petra

sintió cómo su corazón daba un vuelco. No era exactamente la respuesta que esperaba,

pero aún así, un cálido sentimiento de felicidad la envolvió.

Antes de que pudiera responder, una voz interrumpió el momento.

—Vamos, Subaru. Nos están esperando fuera, supongo.

Beatrice estaba en la puerta, observando la escena con los brazos cruzados. Su tono tenía

un deje de impaciencia, pero también una pequeña sonrisa que delataba su indulgencia

hacia él y hacia la menor de las doncellas.

Subaru le dedicó una última sonrisa a Petra antes de girarse para marcharse.

Petra se quedó allí, viendo cómo todos salían al exterior, listos para la gala. Sus ojos

siguieron a Emilia una vez más, y luego bajaron a su propio uniforme.

Una vez todos estuvieron acomodados, el carruaje emprendió su trayecto hacia la capital. El

interior destilaba lujo en cada detalle: los amplios asientos de terciopelo, los grabados

dorados en la madera pulida, la tenue iluminación que proyectaba sombras suaves sobre

las paredes. El traqueteo de las ruedas sobre el empedrado era un eco constante, casi

hipnótico, apenas interrumpido por el murmullo de la conversación entre los pasajeros.

Subaru, sin embargo, permanecía en silencio. Sentado junto a la ventana, su reflejo en el

cristal le devolvía una expresión que no terminaba de reconocer en sí mismo. Sus ojos

recorrían el paisaje oscurecido por la noche, pero su mente estaba lejos, perdida en un

presentimiento que no lograba sacudirse.

Beatrice, sentada a su lado con los brazos cruzados, no tardó en notarlo.

—Oye, Subaru… ¿Te pasa algo, supongo?

Él parpadeó, volviendo a la realidad, y forzó una sonrisa ladeada antes de responder.

—¿Eh? Nah, nada. Solo estaba pensando en lo bien que te queda ese vestido, Beako.

Beatrice entrecerró los ojos, escéptica. Luego chasqueó la lengua y desvió la mirada,

murmurando algo sobre su "estúpida manía de guardarse las cosas".

Subaru exhaló lentamente, recostándose contra el asiento.

No tenía pruebas, ni una razón lógica para sentirse así… pero en el fondo de su pecho, algo

pesaba. Un presentimiento frío, incómodo, que se aferraba a sus entrañas.

Tal vez era porque todo había estado demasiado tranquilo últimamente. Tal vez porque la

vida rara vez le daba treguas sin pedir algo a cambio.

No podía explicarlo, pero aquella noche… tenía la corazonada de que algo muy malo

estaba por suceder.

Fin. Capítulo 1. El filo de la calma

Ni Re: zero ni sus personajes me pertenecen.