Disclaimer: nada de esto me pertenece, los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia a fanficsR4nerds, yo solo la traduzco.
ALONG THE WAY
Outtake uno - Bella
17 de diciembre
Manhattan, Nueva York
Me sentía completamente entumecida. Mi cabeza no dejaba de darle vueltas a la llamada que acababa de hacerme Billy. Bella, lo siento mucho. Charlie ha muerto.
¿Muerto? ¿Cómo podía haber muerto mi padre? Era la persona más estable que conocía, una montaña que ningún terremoto podía derribar.
Era una tranquila eternidad que se suponía que nunca dejaría de existir.
Tenía las manos frías y me las froté de forma ansiosa. Se suponía que pronto iba a coger un tren para volver a casa. Se suponía que debía volver a mi vida en New Haven y terminar mi trabajo. Me esperaban en la fiesta de Navidad de Bree en un par de días. Había sido un milagro que Bree hubiera vivido tanto tiempo y quería celebrar cada momento que pudiera.
El entumecimiento se extendió mientras me daba cuenta de que Bree también se iría algún día.
Me sentí mareada y tomé aire profundamente cuando me di cuenta de que había dejado de respirar. ¿Por qué me dejaban todos los que quería?
¿Qué se suponía que iba a hacer cuándo no me quedara nadie en el mundo?
Sentí las primeras señales de un ataque de pánico y me puse de pie rápidamente, dando vueltas por mi pequeña habitación de hotel en un intento de calmarme. Me concentré en respirar mientras iba a la cubitera y sacaba un par de cubitos. Me los puse en la nuca e intenté calmarme. El frío sacudió mi sistema y sentí cómo me reiniciaba.
Tenía que tranquilizarme, concentrarme.
Tenía demasiadas cosas que hacer como para perder la cabeza en ese momento.
Me centré en el frío que me proveía el hielo mientras concentraba mi mente. Fui al pequeño escritorio que había en la esquina de la habitación y rebusqué papel y boli.
Me senté al encontrar lo que buscaba, encendiendo la lamparita mientras consideraba lo que debía hacer.
Lo primero es lo primero, debía ir a casa.
Sentí una losa en el estómago al pensar en ir a casa, pero lo ignoré e intenté tranquilizarme de nuevo. Bien, vale, debía ir a casa y eso significaba conseguir un billete de avión.
En algún momento tendría que llamar a Bree y decirle que iba a pasar un tiempo fuera de New Haven. Se preocuparía si pasaba mucho tiempo sin saber nada de mí y le debía alguna explicación a la única persona que me quedaba en el mundo.
Vale, le enviaría un mensaje a Bree de camino al aeropuerto. Le diría que necesitaba algo de tiempo para solucionar las cosas antes de que pudiera hablar de ello. Ella me daría espacio; sabía que lo haría.
Lo siguiente sería ponerme en contacto con el abogado que llevaba el testamento de mi padre. Sabía que mi padre no dejaba mucho atrás, pero había asuntos legales a considerar. Tendría que encargarme de los trámites de la herencia, de la casa, llamar al seguro y todo lo demás que surgiera.
Empecé a tomar notas en un intento de mantener la mente ocupada.
Hacer una lista me ayudó a centrarme y la repasé unas cuantas veces, intentando desesperadamente encontrar más cosas que añadir. Cuando no se me ocurrió nada más, suspiré y le puse la tapa al boli. Empecé por el principio. Tenía que hacer la maleta.
La habitación ya estaba pagada, pero no importaba. Lo tenía casi todo guardado, ya que por la mañana debía coger un tren de vuelta a New Haven, así que recogí lo último que me quedaba y lo guardé en mi bolsa. Revisé un par de veces la habitación para asegurarme de que no me dejaba nada, y luego cogí mi bolsa y bajé al vestíbulo.
No me molesté en registrar la salida, sabiendo que lo descubrirían fácilmente por la mañana y que tenían mi tarjeta si necesitaban hacer algún cobro más.
Cogí un taxi a la puerta del hotel y le pedí al conductor que me llevara al aeropuerto al subirme en el asiento de atrás.
Me saqué el teléfono del bolsillo, sintiéndome entumecida y agotada, y le mandé un rápido mensaje a Bree.
Me ha surgido algo. Voy a ir a Forks. Te llamaré en unos días. Siento perderme tu fiesta.
Me volví a guardar el teléfono en el bolsillo sin esperar respuesta. De todas formas, sabía que estaría dormida.
El trayecto hasta el aeropuerto se me pasó volando y no estaba segura de si había sido porque apenas había tráfico o porque simplemente no estaba prestando atención. El taxi se detuvo ante la terminal y me bajé, pasándole al hombre unos billetes antes de ir a los mostradores de salidas.
Para mi sorpresa, pude acercarme al primer mostrador que vi, a pesar de la multitud.
―Hola, señora. ¿Cómo puedo ayudarla? ―dijo la animada mujer que lo atendía al tiempo que me sonreía.
Intenté devolverle la sonrisa.
―Estoy intentando ir a Seattle.
Los hombros de la mujer cayeron.
―Lo siento, hay una tormenta en el Medio Oeste. No sale ningún vuelo.
Sentí cómo un puño helado me atenazaba el corazón.
―¿Puedo subirme en el siguiente vuelo que salga?
Ella sacudió la cabeza.
―Lo siento, señora. Todos los vuelos a Seattle están completos.
―¿No hay nada? ―pregunté. Todo mi cuerpo empezó a debilitarse por el estrés de lo que me decía.
―Puedo ponerla en espera, pero estamos completos.
Tomé aire temblorosamente, sintiéndome derrotada. No podía esperar. Necesitaba estar allí, necesitaba ir en ese instante. Incluso aunque no pudiera volar, seguramente podría conducir hasta otra ciudad y coger un vuelo desde allí. Tampoco era que la tormenta fuese a durar tanto como para que tuviera que cruzar el país en coche.
―Vale. ¿Puede decirme dónde están los coches de alquiler?
Ella asintió, señalando hacia su izquierda, y yo cogí mi mochila asintiendo. Ella me echó una sonrisa que parecía desearme buena suerte antes de prestarle atención al siguiente de la cola.
Crucé el aeropuerto en dirección al alquiler de coches.
Cuando por fin lo encontré, sentí el aire salir limpio por mis pulmones al ver el cartel que había en el primer mostrador.
Sin disponibilidad de coches. Pruebe con otra compañía.
Casi todos los mostradores tenían una versión del cartel y volví a sentir el comienzo del ataque de pánico al ver que en el último mostrador todavía había un trabajador. Me acerqué corriendo, segura de que mi desesperación me daba un aspecto de locura.
―Por favor, dime que todavía te queda un coche ―supliqué. El hombre tras el mostrador pestañeó.
―Um, sí, bueno, nos queda uno. ―Me echó una mirada antes de posarla en su ordenador y solté un suspiro de alivio.
―Gracias a Dios ―susurré. Él me sonrió mientras tecleaba en su ordenador.
―¿Durante cuánto tiempo necesitará el coche? ―preguntó. Yo me mordí el labio.
―Yo no... ―Me detuve, todavía con el labio entre mis dientes―. No estoy segura. Estoy intentando llegar a Seattle, pero hay una tormenta en el Medio-oeste que tiene los vuelos cancelados.
El hombre levantó las cejas.
―¿Quieres llevarlo hasta Seattle?
Suspiré.
―Estaba pensando en conducir hasta otro aeropuerto y volar desde allí, pero supongo que tal vez necesite llevarlo hasta Seattle.
El hombre me miró asombrado. Estaba claro que esperaba que le diera una respuesta más definitiva. Suspiré.
―¿Puedo alquilar el coche y devolverlo en Seattle? ―pregunté. Él se aclaró la garganta.
―Um, bueno, sí, es una opción, por supuesto. Tenemos sucursales en casi todos los aeropuertos de los Estados Unidos.
Asentí.
―Vale, digamos que no tengo que conducir hasta Seattle y puedo coger un vuelo antes. ¿Puedo devolverlo en otro lugar?
De nuevo, se aclaró la garganta.
―Bueno, sí, podrías hacerlo. Aunque seguramente tendría que cobrarte el alquiler completo. Tal vez podrías hablar con el agente de la sucursal en la que lo dejes, pero... ―Hizo una pausa en la que pareció dubitativo. Yo asentí.
―Vale, está bien. Me gustaría alquilar el coche una semana.
El hombre asintió y se puso a teclear en su ordenador. Yo me mordisqueé el labio mientras él trabajaba. Tener que conducir hasta Seattle no era lo ideal, pero podía hacerse. Seguramente podría llevar el coche al menos hasta Port Angeles si fuera necesario y luego conseguiría que me llevaran a Forks desde allí. Cuando estuviera en Forks usaría la vieja camioneta de mi padre para moverme por allí.
Asentí para mí, sintiéndome mejor conmigo misma al hacer planes. El hombre me miró un par de veces, pero no volvió a decir nada sobre mi locura de plan de conducir hasta el Estado de Washington. En su lugar, preparó el contrato de alquiler y yo le pasé mi carnet de conducir y la tarjeta de crédito cuando me los pidió. Me pasó el contrato y me tomé un momento para leerlo por encima; en un mundo ideal, tendría tiempo para leerlo a conciencia, pero, aunque fuera capaz de reunir la paciencia para hacerlo, estaba demasiado descentrada para la letra pequeña. En su lugar, repasé las partes que sabía que serían más importantes antes de asentir y firmarlo.
Me devolvió el carnet y la tarjeta con una pequeña sonrisa.
―Aquí están las llaves ―dijo, deslizando un llavero por el mostrador―. Es el último coche de nuestra zona. ―Señaló unas puertas que daban a un aparcamiento y yo asentí.
―Muchas gracias ―susurré. Él asintió mientras yo recogía mis cosas.
―Buena suerte ―dijo. Me despedí con un gesto de la mano mientras salía por las puertas al garaje.
Encontré un solitario coche azul y pulsé el botón del mando mientras iba hacia él. El coche soltó un pitido y abrí el maletero para dejar mi mochila. Rodeé el coche una vez en busca de algún golpe antes de marcharme. Cuando vi que no había ninguno, pulsé la llave de nuevo y el coche volvió a pitar. Estaba a punto de subirme cuando una voz profunda llamó mi atención.
―¡Señora!
Me di la vuelta, preguntándome si me habría dejado algo en el mostrador. Me sorprendí al ver que no era el trabajador del alquiler de coches, sino un hombre con un largo abrigo negro. Su pelo cuidadosamente arreglado estaba despeinado y parecía un poco desesperado. A pesar de todo, era evidente que era un hombre muy atractivo.
―Va a Seattle ¿verdad?
Pestañeé, poniéndome alerta al momento. Los acosadores y asesinos en serie venían en todo tipo de formas y tamaños, y estaba segura de que algunos eran atractivos.
―¿Cómo sabe eso? ―pregunté. Él me miró fijamente; sus hombros cayeron un poco al detenerse junto al coche y sacudir la cabeza. Al tenerle tan cerca, me di cuenta de que era incluso más alto de lo que había creído.
―Lo siento, la he escuchado intentando conseguir un billete. Yo también lo he intentado.
¿Aquello era un truco? ¿Intentaba estafarme? Se pasó una mano por el pelo con aspecto frustrado y confuso, y me dio la sensación de que estaba un poco desequilibrado en ese momento. Me sentí identificada.
Su mirada me repasó rápidamente y me casi me sentí halagada hasta que volvió a hablar.
―¿Le importaría cederme su coche de alquiler?
Pestañeé.
―¿Qué?
―No hay más coches disponibles y tengo que salir de la ciudad. ―Sonaba desesperado y me quedé mirándole, insegura de qué pensar de él―. Joder, lo siento. Estoy un poco disperso. Estaría dispuesto a pagarle tres veces lo que cuesta el alquiler y, además, yo pagaré el coche cuando llegue a Seattle.
Me removí, sintiéndome molesta por su osadía. ¿De verdad creía que iba a entregarle el coche después de haber firmado un contrato?
―¿De verdad cree que voy a entregar mi coche de alquiler a cambio de dinero?
―¿Cuatro veces el precio del alquiler?
Resoplé al tiempo que me cruzaba de brazos.
―He firmado un contrato de alquiler. No puedo ir por ahí entregándolo. Es demasiada responsabilidad.
Él sonrió satisfecho y, maldición, con esa expresión parecía un modelo de alto nivel. Debía de practicar en el espejo.
―Confía en mí, puedo encargarme de ello. Soy abogado.
Rodé los ojos, comprendiéndole al momento. Otro poderoso abogado de Nueva York que creía que podía conseguir lo que quisiera cuando lo quisiera. Sobre mi cadáver.
―Vale, bueno, tal vez puedas ir de abusón con otros para conseguir lo que quieres, pero no vas a conseguir que te de este coche.
Giré sobre mis talones y me subí en el coche. Pude verle por el espejo retrovisor, mirándome con la boca abierta mientras arrancaba. Fue muy satisfactorio dejarle ahí asombrado e inseguro.
Saqué el coche del hueco y me dirigí hacia la salida. Volví a mirar por el espejo, sorprendiéndome al verle todavía ahí ―parecía perdido. Me mordí el labio, volviendo a mirar hacia delante.
A pesar de su arrogancia, en el poco rato que habíamos hablado había vuelto a sentirme yo misma. Era como si mis problemas hubieran dejado de existir mientras le replicaba.
Gemí en alto, dándome cuenta de la horrible verdad. No iba a llegar a ningún sitio esa noche, mucho menos a Seattle, sin nada más dando vueltas que mis pensamientos. Parecía una locura, pero ese tío había sido una buena distracción.
Di la vuelta, recorriendo de nuevo el aparcamiento y deteniéndome junto a él antes de que pudiera cambiar de opinión. Bajé la ventanilla y le vi agacharse con expresión de sorpresa.
―¿Vas a Seattle? ―pregunté. Él asintió en silencio―. Vale, sube. Parece que te sobra dinero para gasolina.
Él me miró fijamente.
―Espera ¿qué?
Resoplé, aliviada de sentirme molesta en lugar de entumecida.
―Voy a conducir hasta Seattle, es invierno y preferiría no ir sola. Sube o búscate la vida.
Él me miró fijamente un momento que pareció eterno.
―¿Estás segura?
Gruñí, empezando a perder la confianza.
―Date prisa. Estás haciendo que entre el aire frío. ―Si no aceptaba en los próximos diez segundos, me largaría sin él.
Él se pasó una mano por la cara, pero estiró el brazo para abrir la puerta. Tuvo que echar el asiento hacia atrás del todo y, aun así, tuvo que doblarse como un acordeón para caber en el coche. Apenas pude contener la risa.
―¿No había un coche más pequeño?
Me encogí de hombros.
―Los mendigos no pueden elegir ―dije, metiendo primera. Él me miró.
―Pagaré una mejora.
Le miré con una ceja arqueada.
―¿Se te ha escapado que tú eres el mendigo?
Él pareció molesto y no pude evitar sentirme un poco victoriosa. Estaba claro que el tío estaba acostumbrado a conseguir lo que quería y ese era exactamente el tipo de gilipollas egocéntrico que necesitaba en ese momento. Era la distracción perfecta.
―Soy Bella, por cierto ―dije, echándole una mirada.
―Edward.
―Diría que estoy encantada de conocerte, Edward, pero has sido un poco imbécil. Con suerte, unos cuantos miles de kilómetros te harán un poco más agradable. ―Le eché una mirada y le vi resoplar con escepticismo. Contuve una sonrisa. Esperé en secreto que no acabara suavizándose. Era maleducado y condescendiente, pero también era una gran diversión.
Me enfrentaría a la muerte de mi padre, pero todavía no. Por el momento iba a intentar disfrutar del viaje sin importar cuánto durase.
Espero que os haya gustado.
Este domingo no voy a poder actualizar, así que subiré el segundo outtake el jueves y el martes pondré un adelanto en el grupo Élite Fanfiction de Facebook. Mientras, contadme qué os ha parecido este capítulo.
Gracias por leer y comentar!
-Bells
