Capítulo 3: Lo que clama nuestra sangre
"Some old wounds never truly heal and bleed again at the slightest word."
(Algunas viejas heridas nunca sanan del todo y vuelven a sangrar ante la más mínima palabra.)
George R.R. Martin, A Game of Thrones.
Elektra se removió en el asiento inquieta mientras repasaba una vez más las tarjetas en las que había escrito sus notas para la presentación. Murmuraba por lo bajo y se mordía con tanta frecuencia el labio inferior que Scorpius temió que se fuera a lastimar.
—Ey, tranquila. Lo tienes bajo control —le aseguró Malfoy. Estaban sentados uno al lado del otro y Scorpius empujó cariñosamente su hombro contra el de ella. Elektra levantó la cabeza, despegando por primera vez su atención de las tarjetas de memoria y enfocándose en las inmensas puertas ubicadas frente a ellos, detrás de las cuales se encontraba reunido el honorable Wizengamot.
No era fácil conseguir una audiencia con ellos. Elektra había tenido que insistir durante extenuantes meses para conseguir la suya. Y sospechaba que la única razón por la que alguien le había prestado siquiera atención era porque Hermione Granger había intercedido a su favor.
Pero Scorpius sabía que ese era solo el primer paso. Ahora, debían convencer al Wizengamot de llevar adelante su propuesta. Y ese era el verdadero desafío que Elektra no terminaba de dimensionar.
Conocía a Ely y sabía que su corazón estaba hecho de un material más noble y más solidario que el de la mayoría de los magos. Pero también conocía el mundo mágico mejor que ella. Sí, Scorpius había pasado su infancia en Francia. Pero cuando se trataba de lidiar con los asuntos muggles, Francia no distaba mucho de Inglaterra. Era algo que compartían la mayoría de las comunidades mágicas: siglos de aislamiento y un fuerte instinto de autopreservación habían llevado a que prefieran no inmiscuirse en aquello que no era estrictamente necesario.
Como si eso no fuese suficiente, Scorpius era descendiente de una de las familias sangrepuras más antiguas del país. Conocía cómo pensaban los magos. Sus mayores fortalezas, pero también sus mezquindades. Sí, su apellido estaba manchado, pero seguía siendo un mago. Y uno sangre pura. Y eso le brindaba algunos privilegios inconscientes, tan anclados en el subconsciente de la sociedad que la mayoría ni siquiera era capaz de diferenciarlos.
Ely era hija de muggles. No había escuchado hablar de la magia hasta recibir su carta de Hogwarts, e incluso después, siempre había sido como una extraña visitante, alguien de paso por el mundo mágico, nunca integrada al completo. Malfoy la había ayudado todo lo que había podido. Pero no estaba convencido de que fuese suficiente. Algo le decía que la sociedad mágica aún no estaba lista para dar ese paso que ella les estaba pidiendo.
Unas pisadas aceleradas se escucharon avanzando por el pasillo, como si alguien estuviese corriendo hacia ellos. Una melena pelirroja asomó segundos más tarde por la esquina, con el rostro sudoroso y enrojecido a causa del esfuerzo físico, pero una sonrisa de genuino alivio al verlos todavía allí.
—Pensé que no llegaría a tiempo —jadeó Rose.
Ely se puso de pie de un salto, su rostro iluminándose con un destello de esperanzadora ilusión.
—Viniste —dijo Cameron, mientras abrazaba a su amiga. Rose le devolvió el gesto.
—Gracias —le susurró Scorpius al oído, abrazándola y besándole la coronilla, luego de que se separa de Elektra—. ¿Cómo te ha ido?
Era la primera vez que se veían en una semana. Rose había estado cumpliendo una misión en el exterior. Una mueca se dibujó en el rostro de su novia, insinuando que no había sido tan bueno como ella habría querido. Pero no dijo nada más. Siempre era muy cautelosa con su trabajo. Le había costado entrar al SIMA, y hacía tan solo unos meses que habían empezado a asignarle misiones sin supervisión. Uno de los aspectos fundamentales de su trabajo era mantener la confidencialidad. Rose no podía hablar de las misiones con gente externa al servicio de inteligencia, menos aún con civiles. Había ocasiones en que Scorpius ni siquiera sabía a dónde viajaba. El trabajo de su novia lo inquietaba. Lo único que lo tranquilizaba era saber que Rose llevaba siempre con ella su Amuleto. Si algo salía mal, si necesitaba ayuda o se encontraba en peligro, solo tenía que usarlo para hacerle llegar al resto de los dueños la información necesaria. Hasta la fecha, nunca había sido necesario llegar tan lejos. Rose se había mantenido a salvo. Pero Scorpius era el tipo de persona que prefería prevenir que curar. Y no confiaba en el SIMA. Durante años, esa misma organización había perseguido casi hasta el hostigamiento a su padre y a su abuela. El vínculo entre los Malfoy y el servicio de inteligencia inglés era casi tan ríspido como con el cuartel de Aurores.
—¿Sabes algo de Albus? —inquirió Elektra, lanzando una mirada esperanzada hacia el pasillo.
—Estoy segura de que llegará en cualquier momento —le prometió Rose con una sonrisa empática.
Un chasquido anunció la apertura de puerta del Wizengamot, haciéndolos girar sus cabezas al unísono.
—Señorita Cameron —llamó un muchacho, mientras leía una hoja de pergamino que flotaba frente a él, donde se encontraban listadas todas las audiencias del día—. Están listos para recibirla.
—Tú puedes con esto —le reafirmó Scorpius al ver cómo el color se drenaba de su piel morena.
—Te estaremos apoyando desde las gradas —la reconfortó una vez más Rose. Elektra asintió con la cabeza y, cargando una pila de papeles firmemente apretados contra su pecho, ingresó en el salón.
Las audiencias del Wizengamot eran de carácter público, lo que significaba que cualquier ciudadano del mundo mágico podía presenciarlas si así lo deseaba. En general, eran reuniones burocráticas y tediosas, y solamente las personas con intereses directos asistían. Así que Scorpius se sorprendió de ver en el interior del salón a una veintena de personas.
—Scor —lo llamó Rose, estrujándole la mano con fuerza para atraer su atención y haciendo un gesto sutil con la cabeza hacia las gradas ubicadas a su derecha—. ¿Qué mierda hace Zafira Avery aquí?
Efectivamente, Zafira se encontraba sentada en una de las gradas más elevadas, acompañada por otra dos mujeres. Conversaban y reían entre ellas por lo bajo y cada tanto lanzaban miradas despectivas hacia el centro del salón oval, donde Elektra se encontraba de pie frente al Wizengamot, aguardando para presentar su caso.
Durante los últimos años, Zafira se había mantenido extremadamente activa. Su presencia pública, lejos de apaciguarse tras el golpe de Azkaban, había crecido aún más. La presión del gobierno muggle y la aparente vulnerabilidad del mundo mágico habían sido la plataforma perfecta para desperdigar aún más su discurso supremacista de odio. Y la prensa parecía adorarla. Hermosa y carismática, Zafira se prestaba para ser entrevistada y fotografiada, y jamás perdía la oportunidad de usar los canales de comunicación a su favor. Un año atrás, su casamiento con Frederick Ponce había sido uno de los eventos más esperados de la elite mágica, y los paparazis se habían vuelto locos transmitiendo el minuto a minuto de la ceremonia. Y tan solo cinco meses atrás, la noticia de su embarazo y la próxima llegada de un heredero para la familia había vuelto a ser portada de todos los periódicos.
Zafira era astuta. Había entendido la importancia de controlar los medios de comunicación y sabía cómo exprimirles el jugo. Cada entrevista, cada oportunidad que tenía frente a un micrófono era aprovechado para enviar sutiles (y a veces no tan sutiles) mensajes políticos.
Su presencia en la audiencia de Elektra Cameron no podía ser bueno. Scorpius la examinó con más detalle. Vestía, como era habitual en ella, una túnica escarlata, más sobria que sus atuendos habituales, capaz de disimular con elegancia la incipiente barriga de su embarazo. Una de las muchachas junto a ella conversaba incansablemente, tapándose la boca para que nadie pudiera escuchar o leer sus labios, pero lo que fuese que estaba diciéndole, hacía que Zafira sonriera complacida. Y eso tampoco era bueno. La otra joven tenía un cuaderno sobre sus piernas donde tomaba notas, más atenta a lo que sucedía en la audiencia que lo que cuchicheaban sus compañeras. Una periodista seguramente, adivinó Scorpius. ¿El Oráculo, tal vez? Malfoy frunció el ceño. No le gustaba. Nada de todo esto le gustaba.
Su instinto lo hizo llevarse una mano hacia el colgante en su cuello, entrelazando los dedos con el Amuleto. "¿Dónde estás?" le preguntó silenciosamente al metal, sabiendo que su amigo recibiría el mensaje. Pero el metal se mantuvo frío contra sus dedos, sin respuestas. Algo no estaba bien. Su sexto sentido de Slytherin se lo decía, podía sentirlo escociéndole la piel, alertándolo.
—Damos comienzo a la audiencia número 44.678, solicitada por la señorita Elektra Anna Cameron, aquí presente —leyó el mismo secretario que minutos atrás le había abierto la puerta a Ely.
—Estimado Wizengamot, ante todo agradezco la oportunidad que me han dado de presentar este proyecto con ustedes —comenzó a hablar Elektra cuando el secretario le hizo un gesto cediéndole la palabra. La voz le temblaba a causa de los nervios. Pero a pesar de ello, se las ingenió para continuar—. La Fundación Lumos surgió inicialmente como un lugar de asistencia y asesoramiento para magos y brujas cuyas familias no forman parte del mundo mágico…
—Muggles, quiere decir —masculló la acompañante de Zafira, esta vez en un tono lo suficientemente alto como para que al menos Scorpius y Rose pudiesen escucharla.
—Pero durante los últimos años se ha hecho evidente que ellos no son los únicos que necesitan ayuda. Los ataques y accidentes contra la comunidad no mágica por parte de los magos se ha incrementado un 37% en los últimos dos años, y prometen seguir subiendo —siguió hablando Elektra, ganando seguridad conforme pasaban los minutos y su discurso se embebía con el peso de la realidad—. Esta gente no sabe a quién recurrir. La magia es algo irreal para la mayoría de ellos, y los pocos que se atreven a siquiera considerar que han sido víctimas de ella, son desestimados por las autoridades no mágicas porque sus historias son "demasiado fantasiosas" —Elektra dibujó unas comillas en el aire para enfatizar estas últimas palabras. En las gradas, Zafira soltó una risita divertida. —Desde la Fundación, queremos solicitar la ayuda del Ministerio de Magia para poder brindarle asistencia a las víctimas de estos ataques.
Se hizo un incómodo silencio luego de que Elektra terminara de hablar, durante el cual los miembros del Wizengamot se miraron entre ellos, susurrando por lo bajo mientras cada uno examinaba el archivo que tenía frente a ellos correspondiente a la solicitud de Cameron.
Una mujer se aclaró la garganta, elevando su mano en el aire para solicitar la palabra, rompiendo el tenso silencio de la habitación. Ocupaba uno de los asientos de la primera fila, señal de que su figuraba representaba mayor autoridad que el resto. El asiento principal, reservado para el Jefe Supremo, se encontraba vacío. El cargo le pertenecía actualmente al ministro De Fazio, pero debido a la elevada demanda de trabajo que tenía últimamente el ministro, su presencia en el Wizengamot se reservaba únicamente para los juicios de alto calibre.
—Oh, no —masculló Rose al reconocer a la mujer del Wizengamot.
—Se le otorga la palabra a Florence Selwyn —concedió el secretario la palabra a la mujer que había levantado su mano primero.
—He tenido la oportunidad de leer su propuesta completa, señorita Cameron —habló Selwyn, levantando en el aire la pila de papeles que Ely y Scorpius habían redactado con suma dedicación—. Entiendo que usted está solicitando el financiamiento del Ministerio de Magia para proveer a personas no mágicas de asistencia… —abrió el archivo y se acomodó los anteojos sobre el puente de la nariz para leer—…médica, psicológica y legal para poder hacer frente a las consecuencias devenidas por el uso de magia contra ellos o sus allegados cercanos.
—Así es, señora —confirmó Elektra.
—Supervisora. Supervisora Selwyn —la corrigió la mujer. Ely se sonrojó y asintió con gesto respetuoso. —Usted es hija de muggles, ¿verdad, señorita Cameron? —preguntó a continuación. La pregunta descolocó un poco a Elektra, quien se demoró unos segundos en responder.
—Sí, supervisora. Mis padres son personas no mágicas —a pesar de lo inesperado de la pregunta, Elektra se recuperó lo suficiente como para corregirle el uso de la palabra muggle. No le gustaba que usaran ese término para referirse a sus padres o a cualquiera otra persona que no fuese capaz de hacer magia. A sus oídos, tenía un tinte despectivo con el que no congeniaba.
—Entiendo que esto debe tocar una fibra muy personal para usted —agregó Selwyn, mientras clavaba su mirada de águila sobre Cameron.
—Al igual que cualquier situación que me parece injusta, supervisora —retrucó Cameron, sin dejarse amedrentar. Florence asintió con un gesto de cabeza y se removió los lentes de lectura.
—Entiendo que su corazón está en el lugar correcto, señorita Cameron. Pero lamentablemente, el Ministerio de Magia no puede hacerse cargo de estos gastos…
—La Fundación cuenta con una red de voluntariado que sumado a las donaciones, servirían para cubrir al menos la mitad de los gastos… —la interrumpió Cameron, desesperada al ver hacia dónde se estaba inclinando la balanza. Florence levantó una mano indicándole que guardara silencio.
—Eso sin contar con que la logística para llevar adelante un proyecto de estas dimensiones es prácticamente inviable. Este gobierno está trabajando para reducir al máximo cualquier tipo de interacción con el mundo muggle, y su propuesta viene a hacer completamente lo contrario. Eso sin contar que el gobierno muggle ha dejado muy en claro que no quiere que intervengamos en sus asuntos. Entiendo y empatizo con usted, señorita Cameron, pero esta gente y sus problemas no son nuestra responsabilidad —le explicó con una dureza férrea Selwyn.
—¿No son nuestra responsabilidad? —Scorpius se dio cuenta que Elektra estaba a punto de perder la poca paciencia que le quedaba. Su amiga llevaba meses trabajando en ese proyecto, incontables horas sin dormir, sosteniéndose a base de una inquebrantable determinación y litros de café negro. Florence Selywn estaba tirando de un hilo muy delgado que podría romperse en cualquier momento. —Nuestra gente ha llevado la magia hacia ellos y la ha usado para matarlos, torturarlos o simplemente para divertirse con ellos. Personas inocentes, que nada tienen que ver con los problemas del mundo mágico. ¿Y eso no es nuestra responsabilidad?
—La Subdivisión de Asuntos Muggles fue creada para atender a este tipo de inconvenientes, señorita Cameron —remarcó Florence, imperturbable ante las duras palabras de Elektra.
—¿Inconvenientes? Estamos hablando de personas —jadeó Elektra con la voz quebrada.
—Entiendo su motivación por querer ayudar a aquellos más necesitados —le respondió educadamente Florence, aunque no parecía que verdaderamente lo comprendiera—. Pero nuestra obligación como gobierno es atender a los asuntos que competen proteger a nuestra propia comunidad, sin que eso signifique que no respetamos ni valoramos a los muggles —Selwyn seleccionó de forma muy correcta sus palabras—. Sin embargo, desde el ministerio podemos ofrecerle la asistencia del departamento de Accidentes y Catástrofes Mágicas que cuenta con un equipo entrenado de Desmemorizadores para lidiar con este tipo de situaciones.
—¿Su solución es borrarle la memoria a las personas? ¿Fingir que nada sucedió? —Elektra no hacía ningún esfuerzo por disimular su indignación. Su piel había adquirido un aspecto oliváceo, casi enfermizo. Scorpius conocía esa expresión en el rostro de su amiga: asqueada.
—Lo siento, pero es lo mejor que podemos ofrecerle. Mi voto a su propuesta es negativo —extrañamente, la disculpa de Florence parecía sincera. Como si verdaderamente creyera que esa era la mejor salida.
—¿Alguien más vota en contra de la solicitud de la señorita Cameron? —preguntó el secretario, llamando a votación al resto del jurado.
La votación fue arrasadora. De las veintiún personas que formaban parte del Wizengamot ese día, dieciséis votaron negativamente, y solo cinco personas a favor del proyecto de Ely. Scorpius vio cómo Elektra se desinflaba y empequeñecía conforme las manos se alzaban para votar en contra de su propuesta. Su sueño se hacía añicos frente a sus ojos, mientras Zafira resoplaba con arrogancia y comentaba por lo bajo con su amiga al tiempo que la otra chica tomaba notas a una velocidad sorprendente.
Rose se apresuró a salir de las gradas al encuentro de Ely mientras la sesión de la mañana se daba por concluida. La encontraron caminando como un animal enjaulado en el pasillo, rumiando por lo bajo frases incomprensibles, enrojecida a causa de la impotencia contenida, su mirada húmeda con las lágrimas contenidas durante la sesión.
—Podemos pedir una apelación —intentó consolarla Scorpius, inútilmente. Elektra arrojó la pila de papeles sobre uno de los bancos, enfurecida.
—¿Con qué objetivo? ¿La escuchaste? No tienen el menor interés en ayudar a los muggles —gruñó entre dientes apretados, su piel dorada en ese momento parecía refulgir como el mismísimo sol.
—¿Realmente creíste que una propuesta como esa tenía siquiera una mínima posibilidad de ver la luz? —se burló a sus espaldas la voz de Zafira, como un ronroneo malévolo. Se acercó hacia Ely e instintivamente Rose se interpuso en el camino. Incluso embarazada, Zafira emanaba un aire peligroso e impredecible. La idea de que todavía podía asustarlas pareció complacer a Avery, porque su sonrisa se expandió aún más—. Pensar que ahora podrías estar disfrutando de la tranquilidad de Greenwich en lugar de estar aquí. ¿Tu familia vive allí, no? —deslizó con sutileza, sus ojos claros refulgiendo complacidos al ver cómo la cara de Elektra se desfiguraba al escuchar hablar de su familia.
—¿Cómo sabes dónde vivo? —Cameron dio un paso al frente haciendo a Rose a un lado.
—No deberías jugar a este juego si no estás dispuesta a perder, Cameron —siseó, regocijándose en su victoria. Su expresión cambió bruscamente cuando la puerta del Wizengamot volvió a abrirse y el jurado empezó a salir por la misma—. ¡Señor Hashlight! ¡Qué alegría cruzarlo aquí! —fingió una sonrisa educada, mientras se abría paso hacia un hombre alto y barbudo, con sus dos acompañantes siguiéndola como sombras, dejando atrás a una muy aturdida Elektra.
—Mis padres —balbuceó Cameron con la mirada desenfocada.
—Sólo intenta asustarte —quiso tranquilizarla Rose, pero Scorpius conocía demasiado bien a su novia como para notar que el tono apacible de su voz no coincidía con la turbación que nublaba su mirada. Estaba preocupada. Él también lo estaba. Nada de todo aquello le sentaba bien.
—Necesito ir a casa —decidió Elektra, mientras tomaba apresuradamente las hojas desparramadas por el banco, una urgencia primitiva apoderándose de ella.
—Iremos contigo —ofreció Rose, mientras la ayudaba a juntar las cosas.
Caminaron en silencio hacia la zona de Aparición del Atrio, rumiando internamente las palabras de Zafira. Scorpius volvió a llevarse la mano al Amuleto, buscando a Albus a través de éste. ¿Dónde estás? , volvió a preguntarle. Albus nunca se sacaba el Amuleto. Formaba parte de él. Podía separarse de cualquier cosa, incluso de su varita. Pero jamás del Amuleto. Lo que hacía que Malfoy se preocupara aún más: ¿por qué no estaba respondiendo?
Y entonces, mientras se aferraba al brazo de Rose para hacer una aparición conjunta, sintió el metal quemar en su cuello, la energía de Albus alcanzándolo desde la distancia.
Sus pies tocaron el piso húmedo debajo de un puente ubicado a pocas cuadras de la casa de Ely. Y una inminente sensación de fatalidad lo invadió mientras sacaba la pieza del amuleto de debajo de su camisa para leer el mensaje que su amigo le había enviado.
No traigas a Ely a casa.
Demasiado tarde. Las sirenas invadían el aire, resonando entre las calles urbanas, acompañadas de esa energía eléctrica y ominosa que anticipa una tragedia.
—Ely… —jadeó Scorpius, sin saber qué decir o hacer.
Ella lo leyó en su mirada. Lo supo antes de que él pudiese completar la oración. Sus pies salieron despedidos a través del fango, trepando por el lateral del puente y abriéndose camino a paso vivo hacia la calle que conducía a la casa de sus padres. Su casa. El hogar que la había visto crecer. Donde había regresado tras terminar Hogwarts. Donde había nacido su organización Lumos.
Scorpius salió corriendo detrás de ella con Rose siguiéndolo de cerca. Tan solo cuatro cuadras los separaban del destino. Y con cada paso que daban, el corazón de Scorpius se hundía un poco más en la comprensión de lo que pronto se encontrarían.
No, no, no. Se repetía inútilmente en su mente, mientras las palabras de Zafira finalmente cobraban un sentido demasiado tangible. Cada paso retumbaba dentro de su cabeza como un tambor o talvez era su propia sangre bombeando con más y más fuerza dentro de sus vasos, agolpándose en su cerebro, anticipándose a lo inevitable.
La casa de Elektra se encontraba cercada, con dos patrullas de policía muggle obstruyendo el paso de la calle. No, no eran patrullas de policía. Eran la FAE.
—¡Ely, detente! —le gritó Malfoy, sintiendo que la voz raspaba contra su garganta en un esfuerzo por anticiparse a lo que su amiga estaba a punto de hacer.
La alcanzó cuando estaban a pocos metros de la cinta perimetral. Enroscó sus brazos en torno al cuerpo de su amiga, sujetándola con fuerza para evitar que siguiese avanzando.
—¡Scorpius, suéltame! —le gritó la morena, sacudiéndose con sorprendente fuerza, en un esfuerzo inútil por liberarse de su agarre.
—Ely, por favor —le suplicó Malfoy, sin soltarla. Pero no tenía sentido intentar razonar con ella. Elektra no estaba escuchándolo. Empujaba, arañaba y pataleaba con desesperación, como si la vida se le fuera en eso.
—Necesito entrar. Necesito… —jadeaba entre sacudidas, lastimando a Scorpius con cada golpe. Aun así, él no la soltó.
La puerta de la casa se abrió y Albus Potter apareció por el arco de la misma. Vestía el uniforme de Auror que acostumbraban a usar cuando se veían obligados a mostrarse en el mundo muggle, una forma disimulada de vestimenta que bien podría pasar por el de una fuerza especial policial. Sus ojos se detuvieron primero en Elektra, para luego enfocarse en Scorpius. Bastó con esa sola mirada para hacerlo estremecerse de miedo y sus brazos se aflojaron inconscientemente. Elektra logró librarse y corrió hacia su novio.
—Albus, ¿qué está pasando? —reclamó Cameron, intentando continuar su camino hacia la casa. Pero Albus le tomó la mano, reteniéndola junto a él de una manera más suave que la que había usado Scorpius, pero con un peso simbólico mucho mayor.
—Lo siento mucho —susurró Potter, luchando por encontrar qué decir.
Scorpuis creyó escuchar cómo algo dentro de Elektra se rompía en ese momento. Sus piernas se aflojaron, cediendo bajo el cuerpo de su propio peso y Albus tuvo que dar un paso al frente para sostenerla, evitando la caída.
—No, no… No puede ser —se negó a aceptar Cameron, sacudiendo la cabeza de un lado al otro—. Dime que mis padres están bien. Albus, dímelo —le exigió con la mirada húmeda y la voz agrietada.
—Recibí un aviso de la Red de Vigilancia que habían detectado uso indebido de magia y vine lo más rápido que pude —le dijo Albus, apiadándose de su dolor.
—No, no… —gimoteó ella.
—Lo siento, Ely. Llegué tarde —se disculpó su novio, apoyando su frente contra la de ella, mientras sujetaba su rostro con ambas manos.
—¿Están… muertos? —Elektra necesitaba escucharlo. Albus tragó saliva y tomó coraje antes de responder.
—Sí.
—Por Merlín —susurró por lo bajo Rose, llevándose una mano a la boca para contener el horror. Scorpius pasó un brazo por sobre sus hombros, un gesto que intentaba protegerla de esa energía invisible que parecía estar extendiéndose como un cáncer hacia ellos.
Elektra no lloró. Se quedó allí, arrodillada en el suelo frente a la casa de sus padres, congelada en ese instante en que su mundo se había desequilibrado por completo.
Jasper Yaxley fue el primero que se acercó a ellos. El auror se pasó una mano por los cabellos con un gesto incómodo, la intensidad emotiva que circundaba al grupo resultándole intimidante. Elektra se encontraba demasiado desconectada de la realidad como para notar su llegada, pero a Albus le bastó cruzar una mirada con su mentor para saber que éste traía novedades. Hizo un gesto a Rose para que lo relevara en su lugar junto a Elektra y se puso de pie para conversar con el auror.
—Me he comunicado con el cuartel y nos han ordenado cederle la escena del crimen a la FAE —soltó sin vueltas Yaxley.
—¿Qué? —estalló Albus, haciendo que Elektra levantara la mirada hacia ellos, reaccionando por primera vez en minutos.
—Nueva bajada de línea desde Asuntos Muggles —explicó Jasper con una mueca que reflejaba que tampoco estaba de acuerdo—. Las víctimas son muggles, así que la FAE tienen la autoridad. No podemos intervenir a menos que ellos soliciten nuestra ayuda —se encogió de hombros, dando a entender que no había nada que pudieran hacer al respecto.
—Es una puta broma —resopló Albus.
—No. Debemos entregarle toda la evidencia recolectada por los Sabuesos y retirarnos —Jasper siseó las palabras entre dientes apretados. A pesar de su esfuerzo por mantener la compostura, podía leerse en su lenguaje corporal que aquello tampoco lo complacía—. Una cosa más —agregó en un suspiro—. Quieren llevarse a Elektra para interrogarla.
—¿Por qué? —gruñó Albus, su mirada ensombreciéndose con las oscuridad que anticipa una tormenta.
—¿Por qué crees? Sus padres fueron asesinados con magia y ella es casualmente una bruja —se exasperó Jasper.
—Yo no maté a mis padres —habló Elektra con una voz inusualmente grave.
—Lo sé —le concedió Yaxley— Pero ellos no —hizo un gesto con la cabeza hacia su espalda, donde dos oficiales de la FAE se aproximaban cautelosamente.
A Scorpius no le pasó desapercibido que ambos mantenían sus manos próximas al cinto de donde colgaban sus armas. Junto a él, Albus también hizo un sutil movimiento de su muñeca, preparando la varita que escondía en el antebrazo para sacarla si era necesario. Rose envolvió de forma protectora a Elektra con sus brazos.
—¿Quién de ustedes es Elektra Cameron? —preguntó uno de los oficiales muggles, sus ojos saltando alternativamente entre Rose y Ely.
—Y-yo —tartamudeó Elektra, con ojos inyectados de sangre, pero las mejillas todavía secas.
—Vamos a necesitar que venga con nosotros, señorita —habló el otro muggle, dando un paso cauteloso hacia la chica.
—Yo no he hecho nada —se quejó ella con la voz partida.
—Entonces no tiene nada de qué preocuparse —le respondió el oficial, extendiendo una mano para sujetarla del brazo y forzarla a levantarse.
—No la toques —se interpuso de inmediato Albus, sacando su varita. El otro oficial de la FAE extrajo su arma, apuntando directamente hacia la cabeza de Potter.
—Ey, amigo, vamos a calmarnos un poco, ¿quieres? —intervino Jasper, dando un paso para bloquear la trayectoria del arma dirigida hacia Albus, aunque sus dedos también estaban listos para desenfundar.
—Díselo a tu compañero, amigo —protestó el oficial armado.
—Albus, baja la varita —Jasper le ordenó sin quitar su mirada del oficial armado.
—Dile a este imbécil que suelte a Ely y entonces bajaré mi varita —respondió Albus, rechinando los dientes.
—Es una sospechosa en un doble asesinato —argumentó el oficial que aún sostenía a Elektra del brazo.
—Tienes a la persona equivocada, idiota —siseó Albus, chispas brotando de la punta de su varita. Un click proveniente de la pistola del oficial indicó que la traba de seguridad había sido removida.
—Albus —lo llamó con gravedad Jasper—. Baja la varita —volvió a ordenarle.
Scorpius cruzó una mirada veloz con Rose e hizo un gesto casi imperceptible con la cabeza, indicándole que no se atreviera a moverse. Era como observar una casa de naipes balanceándose a la espera de que la menor brisa la hiciera desmoronarse sobre sí misma. Un movimiento en falso, un mínimo gesto de amenaza…
Notó cómo Albus se debatía internamente entre disparar contra el oficial que sujetaba a Elektra y obedecer la orden que Jasper le estaba dando. Scorpius no podía más que rezar porque su amigo tomara la decisión correcta.
Finalmente, tras lo que se sintió una eternidad, Albus bajó su varita. Scorpius soltó el aire que había estado conteniendo. El oficial que había desenfundado el arma también se relajó, aunque mantuvo la pistola destrabada en tanto su colega esposaba a Elektra y la arrastraba hacia uno de los coches estacionados en la vereda.
—¿A dónde la llevan? —preguntó Scorpius, mientras marchaba junto a ellos hacia el automóvil.
—Eso es información clasificada —respondió el oficial, empujando la cabeza de Elektra para que cupiera en el asiento trasero.
—Soy su abogado —exigió él. El oficial lo miró de arriba abajo y sonrió.
—No en nuestro mundo —le respondió, mientras se subía al asiento de conductor.
—¡Scor! —suplicó ella, las primera lágrimas asomando en sus ojos, las pupilas dilatadas a causa del miedo.
—¡No digas nada, Ely! ¡Te sacaremos de ahí! —gritó Scorpius contra el vidrio del asiento trasero, mientras el automóvil se ponía en marcha, alejándose.
Fabricar una varita mágica requería de una habilidad particular que no todo mago poseía. Había algo innato, algo que no podía enseñarse o transmitirse. Una combinación de paciencia y talento con la dosis justa de perfeccionismo. El abuelo de Aurora solía decir que un buen fabricante de varitas podía hablar el idioma de la magia. Pero ella no lo había entendido hasta que Alexander comenzó a trabajar en la tienda.
Para Aurora, ver trabajar a Alex era una experiencia fascinante. Era como contemplar a un artista llevar adelante una obra maestra. Comprendía la naturaleza de los materiales con los que trabajaba y era capaz de combinarlos con su inusual creatividad de una forma revolucionaria y a la vez hermosa.
Se pasaban horas, a veces días enteros, encerrados en el taller de la tienda dándole vueltas a nuevos diseños, intentando optimizar los diferentes modelos, pensando cómo podían extraerle el mayor jugo posible a cada pieza. Alex siempre encontraba el punto exacto. Por algo había ganado el premio revelación del año en la Gala de Innovadores. Con ello, venía una importante donación para continuar investigando en nuevos elementos capaces de servir como conductores de magia. Con la guerra, muchos de los grandes inversores del mundo mágico se habían planteando redirigir sus fortunas hacia la industria armamentista. ¿Y qué mejor forma de hacerlo que fabricando las mejores varitas posibles del mercado?
A Alex no le importaba el dinero. Nunca lo había hecho por la plata. Su caja fuerte de Gringotts tenía más plata de la que jamás podría gastar. Pero para la familia de Aurora la historia era diferente. Su padre había perdido toda la herencia familiar intentando sostener la tienda en pie durante las últimas dos décadas, y estas donaciones eran un respiro para ellos. Con las deudas prácticamente saldadas, era la primera vez en años que Aurora podía permitirse vivir holgadamente. Y también volver al círculo social del cual su familia había sido injustamente excluido.
Por supuesto que los rumores mezquinos no habían tardado en surgir en torno a la pareja. A la gente le gustaba hablar, era algo que Aurora había aprendido desde pequeña. Sobre todo a la gente rica, que parecía no tener nada mejor en que ocupar su tiempo. Al principio, habían intentado descreditar a Alexander: algo debía de estar mal con ese chico porque nadie en su sano juicio elegiría llamarse a sí mismo Lestrange. El rumor de que Alex había sido un hijo no deseado, fruto de una violación, también comenzó a circular. El muchacho soportó estoicamente las miradas lastimosas que le dedicaban por la calle, los murmullos a su espalda, las negativas de muchas empresas a querer venderle insumos o llevar adelante trabajos conjuntos. Nadie quería nada que ver con el apellido Lestrange. Nadie, experto Aurora. A veces se necesitaba a un marginado para salvar a otro marginado.
Pero conforme Alex fue demostrando que podía brindarle algo muy valioso a la sociedad, los comentarios venenosos hacia él se fueron disolviendo y en cambio se desviaron hacia Aurora. Alexander era un muchacho joven, heredero de una inmensa fortuna, talentoso y, contrario a los prejuicios iniciales, había demostrado ser una buena persona. Aurora, en cambio, era la descendiente de una línea sangrepura caída en desgracia y endeudada hasta el cuello. La gente sacó rápidamente sus conclusiones respecto a ella. Se estaba aprovechando del chico prodigio, sacándole jugo a su dinero y estatus social.
A Aurora le daba lo mismo lo que dijera el resto. Ella sabía la verdad: Alexander nunca habría llegado tan lejos de no ser por ella. Había sido ella quien había convencido a su padre para que le diera un trabajo cuando nadie en el mundo mágico quería vincularse con el apellido Lestrange. Había sido ella quien lo había incentivado a reclamar su lugar en la sociedad, a querer más de la vida que las migajas a las que estaba acostumbrado. Ella había creado a Alexander Lestrange, fabricante prodigio de varitas mágicas. Y si se había visto beneficiada en el proceso, eso era simplemente porque los objetivos de ambos estaban alineados. Ella más que nadie entendía lo difícil que era cargar con los pecados de su linaje. Ella también sufría la mancha en su apellido. Ella también anhelaba reivindicarse. Se merecía los frutos de su cosecha.
Nadie entendía a Alex mejor que ella. Ni siquiera su amigos. Especialmente sus amigos. La combinación del talento de él y la inteligencia de ella daban como resultado una dupla insuperable. Juntos, podía alcanzar la grandeza. Pasar a la historia de la magia. No había techo para ellos. Con sus amigos, Alex había desperdiciado sus capacidades haciendo bromas y trucos baratos. Con ella, revolucionarían la industria de las varitas para siempre. Al menos, ese era el sueño.
—Auri, ¿puedes alcanzarme el cincel que está sobre la mesada? —le pidió en ese momento Alexander, mientras ella soñaba despierta.
—Claro —reaccionó Aurora, tomando la herramienta y la colocándola sobre la mano extendida de su novio.
Alexander se encontraba trabajando sobre una larga vara de madera, colocada sobre un soporte en la mesa principal del taller. Se había colocado unas gafas magnificadoras para observar con detalle el tramado que dejaba el cincel al deslizarse sobre la superficie de madera, extrayendo delgadas esquirlas con cada pasada, dándole lentamente forma al báculo.
Habían optado por utilizar pelo de unicornio como núcleo bajo sugerencia de la propia Aurora. De todas las posibles combinaciones, el pelo de unicornio brindaba un buen balance entre potencia y docilidad. Y cuando se estaba experimentando, siempre era buena idea hacer las primeras pruebas con materiales obedientes.
Pero había sido idea de Alexander no incluirlo dentro de la propia madera, como acostumbraban a hacer con las varitas, sino fusionarlo con algún material más resistente. Habían optado por incluirlo en el interior de un trozo de cuarzo ahumado, reconocido por su particular resistencia. Era una buena combinación: un núcleo poderoso contenido por una piedra resistente, colocada en el extremo superior de un báculo fabricado en caoba oscura. Otra obra de arte.
Era la primera vez que Alexander se animaba a fabricar un báculo. A lo largo de la historia, los báculos habían quedado en desuso por su poca practicidad y la dificultad que implicaba su fabricación. Pero los mejores magos de la historia antigua habían usado báculos y Alex tenía el presentimiento de que parte de su gran poder podía estar vinculado a que éstos instrumentos permitían canalizar un mayor flujo de magia que las varitas convencionales.
Alex bajó el cincel y se levantó las gafas de trabajo dejándolas apoyadas sobre su frente, sosteniéndole el cabello hacia atrás. Retrocedió un par de pasos para contemplar desde la distancia su trabajo.
—Es hermoso —exhaló Aurora, admirando el contraste de la madera caoba contra el cuarzo brumoso. Según cómo impactaba la luz, el cabello de unicornio desprendía un brillo blanco desde el interior de la piedra.
—Aún no está listo —dijo en tono crítico Alex, la cabeza levemente inclinada mientras escudriñaba detalles invisibles a la mayoría de los ojos. Se masajeó el mentón con una mano, pensativo. Aurora prácticamente podía ver los engranajes perfeccionistas dentro de su cerebro. La campana que anunciaba que alguien golpeaba a la puerta de la tienda retumbó en el taller. Alex arqueó las cejas. —¿Esperamos a alguien?
—No —negó ella, comprobando de todas formas el horario en su reloj de muñeca. La tienda se encontraba cerrada y no había programada ninguna entrega de material ese día. La campana volvió a sonar, insistente—. Yo me encargo —le aseguró al tiempo que hacía un gesto hacia el báculo, indicándole que podía continuar con su trabajo sin preocuparse. Alex volvió a colocarse las gafas magnificadoras y tomó nuevamente el cincel.
En el tiempo que Aurora tardó en llegar hasta la puerta de la tienda, la campana volvió a sonar otras dos veces, cada vez con menos tiempo de espera entre medio. Frunció el ceño, molesta. No le gustaba la gente impaciente. No encajaban con ella.
Espió por la ventana que daba al frente antes de abrir la puerta. Una figura masculina se encontraba reclinada contra el marco, los brazos colocados a ambos lados de la puerta, como si hubiese corrido para llegar hasta allí y ahora intentaba recuperar el aliento. Todo en él denotaba un estado de nerviosismo que hizo que Aurora también se inquietara. No necesitaba verle el rostro para reconocerlo. Ese cabello pelirrojo era inconfundible.
—¿No sabes leer el cartel que dice "cerrado"? —lo recibió Aurora apenas abrió la puerta, quedando cara a cara con Louis Weasley.
—¿Alex está aquí? —él ignoró su pregunta, despegándose del marco tan pronto como la puerta estuvo abierta y estirándose para mirar por encima de ella, en un intento por divisar a su amigo.
—Sí —respondió ella, sin moverse de su sitio, bloqueándole intencionalmente el paso—. Pero está ocupado. No puede recibirte.
—No estoy para estupideces, Aurora —jadeó Louis más exasperado de lo habitual. Intentó dar un paso al frente, pero Aurora se movió en la misma dirección, manteniéndose en su camino—. Déjame pasar… Por favor —la voz de Louis vibró en un tono grave, urgente.
Aurora no escondía su desagrado hacia Louis. La vida había sido demasiado generosa con él: todo lo que tenía era gracias a un golpe de suerte y al mérito de las personas que lo rodeaban. Nada era fruto de su propio sacrificio o esfuerzo. Una vida de oportunidades infinitas servidas en bandeja de oro para que él eligiera. Su familia había tenido la suerte de caer del lado vencedor en la guerra contra Voldemort y eso le había dado a Louis una popularidad social tácita, sin que tuviera que esforzarse por agradar o encajar. Ni siquiera su belleza era algo natural: era el efecto secundario de haber cruzado su sangre con la de otra especie. Su impunidad era tal que el mundo entero fingía demencia frente a su extraño mestizaje.
Mientras que personas como ella y Alex tenían que pelear con uñas y dientes para conseguir su lugar en este mundo, Louis lo tenía todo sin poner un gramo de esfuerzo de su parte. Ni siquiera era capaz de aprovechar su habilidad mágica para hacer algo productivo con su vida: se pasaba los días de forma ociosa, argumentando que estaba reparando la mansión Lestrange y aprovechándose de la generosidad de su amigo.
Pero en ese momento, por primera vez, Aurora no se encontró con el muchacho apuesto y seguro de sí mismo de siempre. Su humor parecía haberse desintegrado y no había rastros de su petulante arrogancia. Por primera vez desde que lo conocía, Louis Weasley se veía verdaderamente desdichado, como si el universo le hubiese dado una cachetada inesperada y no supiese cómo enfrentarse algo así. No estaba acostumbrado a que las cosas no salieran a su favor.
Aurora se hizo a un lado, apiadándose de él, dejándolo entrar a la tienda.
Louis se abalanzó hacia el taller trastabillando con sus propios pies, la adrenalina que corría en su cuerpo volviendo sus movimientos torpes y bruscos. Alex se sobresaltó al escuchar los pasos acelerados y el crujir de la madera bajos los pies de Weasley.
Bastó una mirada, tan solo eso, para que el color en el rostro de Alexander desapareciera, dejándolo pálido como un fantasma. Aurora nunca podría comprender ese nivel de conexión, esa capacidad que tenían Alex y sus amigos para comunicarse sin hablar, para entenderse sin decir nada. Algo terrible había pasado, eso era todo lo que Alex necesitaba saber para dejar lo que estaba haciendo, sin importar cuán importante había sido tan solo unos segundos atrás, e ir al encuentro de Louis.
Alex lo abrazó. Sus manos manchadas con aserrín se cerraron sobre los hombros anchos de Louis para contenerlo. Su amigo lo correspondió, sujetándose con fuerza a la tela del overol de trabajo, cómodos en el silencio de su encuentro. No fue hasta pasados varios minutos que Louis por fin recuperó el habla.
—Han asesinado a los padres de Ely —gimoteó con el rostro desencajado. La noticia golpeó a Alex con violencia, haciéndolo retroceder.
—¿Cuándo? ¿Cómo…? —preguntó con mucha dificultad para dar con las palabras.
—Hace unas horas… James me acaba de avisar. Todavía están intentando descifrar qué fue lo que pasó, pero… —las palabras se le atragantaron a mitad de camino, el dolor oprimiéndole las cuerdas vocales con garras de hierro—. La FAE se ha llevado a Ely —exhaló las últimas palabras con voz tortuosa.
—¿Qué? —el grado de confusión en Alex iba en aumento conforme la conversación proseguía—. ¿Ella estaba con ellos cuando murieron?
—No. Estaba en el Ministerio, presentando su proyecto ante el Wizengamot —negó con la cabeza Louis, más perdido de lo que nunca antes lo había visto.
—¿Entonces por qué la arrestaron? —se enfureció también Alex.
—Porque es una bruja —respondió Aurora. Ambos giraron a mirarla, olvidados de su presencia y sorprendidos de escucharla hablar, como si fuese alguien que acabase de llegar.
—No es justo —gruñó Louis.
—No, no lo es —coincidió Aurora por primera vez. Él la miró con desconfianza, como si creyera que estaba burlándose o engañándolo.
Pero Aurora estaba siendo sincera. No era justo. No estaba bien que la FAE pudiese arrestar a una persona sin mayores motivos que su condición de bruja, sin pruebas ni testigos, sin nada que avalara su decisión más que sus propios prejuicios. Elektra no era su amiga, ni siquiera tenía un vínculo con ella. Apenas si habían cruzado palabras en su tiempo juntas en Hogwarts. Pero no se lo merecía. Ninguna bruja se merecía algo así.
—Si llegan a hacerle algo juro que… —empezó a decir Louis al tiempo que algo salvaje asomaba en su mirada, mutando sus bellos rasgos de veela, volviéndolo súbitamente peligroso.
Era excepcional poder ver ese lado de él. Su sangre veela acostumbraba a expresarse en forma de rasgos bellos y atractivos. Pero había fuego en él, algo salvaje que cuando se soltaba transformaba esa misma belleza en algo aterrador.
Debe de amarla mucho, pensó Aurora mientras lo observaba perder la poca entereza que le quedaba. Louis Weasley, que podía conquistar a cualquier mujer, seguía colgado de aquella primera novia de Hogwarts, la insulsa hija de muggles que le había roto el corazón.
—Nada va a pasarle —interrumpió Alex antes de que Weasley pudiese terminar la frase de una forma desafortunada. Louis no era un hombre violento. Pero en ese instante, Aurora lo creía capaz de hacer cualquier cosa por salvar a Elektra. Y por lo visto, también Alex.
Hedda revolvió en el botiquín de la improvisada enfermería de la Mansión Malfoy hasta dar con la botella de líquido trasparente que estaba buscando. Volcó parte de su contenido en el interior de una taza de té humeante y lo transportó con sumo cuidado hasta la cama donde Elektra Cameron se encontraba recostada, esperando a que Victoire Weasley terminara de revisarla.
—No detecto ningún tipo de sensor, mágico o muggle —decretó Victoire, tras terminar la inspección.
—¿Heridas? —insistió Hedda.
—Todo superficial, posiblemente del forcejeo para hacerla entrar en el automóvil y luego en la comisaria —barajó Victoire, lanzando una mirada hacia Elektra en la espera de que la chica confirmara su hipótesis. Elektra tenía un aire completamente ausente, perdida en algún lugar lejano y fuera de su alcance. Victoire suspiró—. Necesita descansar. Mañana, luego de una buena noche de sueño, podrán discutir mejor los pasos a seguir —ofreció como alternativa.
Hedda asintió, al tiempo que tendía la taza de té recién preparada hacia su amiga Ely. Los ojos negros de Elektra contemplaron la taza como si fuese un objeto desconocido e inesperado, como si no supiera qué hacer con eso.
—Bébelo. Te hará sentir mejor —le prometió Hedda con una suave sonrisa en sus labios purpúreos. Elektra aceptó la taza sin quejas, pero no bebió de inmediato.
Victoire las dejó a solas, dándoles un poco más de privacidad. Elektra había estado bajo custodia policial durante veinticuatro horas. La FAE la había retenido todo el tiempo que le era legalmente posible. La habían mantenido en una sala de interrogatorio, sin agua y sin lugar donde descansar, bajo una luz blanca incandescente y cruel, aislada del mundo. La habían interrogado utilizando todas las tácticas posibles: desde un abordaje amigable hasta la versión más hostil que podían permitirse sin caer en la violencia.
Incluso con los muchos contactos con que contaban dentro del departamento de Seguridad Mágica, les tomó varias horas localizar el centro de detención donde la FAE tenía a Elektra. Finalmente, Dean Thomas había logrado abrirse paso hasta ella, haciendo uso de su condición tanto de abogado como de mestizo. Sin evidencia suficiente para retener a Elektra o acusarla por el cargo de asesinato, los oficiales no habían tenido más opción que liberarla. Dean la había llevado directamente a la Mansión Malfoy, el lugar más seguro que podía pensar.
Victoire y Hedda le habían realizado un exhaustivo examen físico, asegurándose de que no presentaba ningún daño físico. Las secuelas psicológicas, sin embargo, eran otra cosa. Elektra prácticamente no había pronunciado palabra en todo el tiempo que había estado en la enfermería y se había estremecido asustada cuando Victoire intentó revisarla la primera vez.
—Esto es mi culpa —habló tan bajito que Hedda creyó haberlo imaginado.
—¿Qué dices?
—Albus me advirtió que algo malo sucedería si yo continuaba con mi proyecto pero no quise hacerle caso —tragó saliva con dificultad. Tenía la boca seca. Se llevó la taza por primera vez a los labios, humedeciéndolos después de horas de deshidratación—. Pero yo seguí de todas formas y ahora mis padres están muertos.
Elektra se encontraba sentada en el borde de la cama con ambas piernas colgando, la taza de té todavía humeando entre sus dedos. Hedda se arrodilló frente a ella, colocando sus manos de hielo sobre las rodillas de su amiga, obligándola a que las miradas de ambas se encontraran.
—Tú no hiciste nada malo. ¿Me has oído? —le habló de forma pausada Hedda, pero con determinación—. Vamos a encontrar a los que mataron a tus padres y vamos a hacerlos pagar por ello.
—Pero eso no traerá a mis padres de regreso, Hedda —lamentó Cameron al tiempo que daba otro trago a su taza. Un bostezo escapó de sus labios, señal de que la poción para dormir comenzaba a surtir efecto. Hedda le quitó la taza de las manos para evitar que se le cayera y la ayudó a recostarse de nuevo. Elektra cayó sumergida en un profundo sueño sin pesadillas.
Cuando Albus entró a la Enfermería, horas más tarde, Hedda seguía sentada junto a la cama de su amiga, vigilándola de cerca a pesar de que aún dormía profundamente.
—¿Cómo está? —preguntó Potter, mientras ocupaba el lugar junto a Hedda.
—Le he dado suficiente poción para que duerma hasta mañana —respondió Le Blanc.
—No fue eso lo que te pregunté —insistió Albus.
—Sus padres están muertos y la FAE cree que ella los mató —resopló con poca paciencia su pálida amiga.
Albus le clavó la mirada pero se contuvo de responderle. Ellos siempre habían tenido una forma particular de comprenderse, incluso en sus peores momentos. Y ese no era un buen momento para ninguno de los dos. Elektra yacía inconsciente en la camilla frente a ellos bajo los efectos de una poción somnífera porque la alternativa era enfrentar una realidad demasiado dura. Hedda conocía ese sentimiento. Todavía podía sentirlo, arañándole las tripas desde adentro, un vacío que nada podría llenar. El dolor de perderlo todo. La desesperación ante la injusticia. El duelo de la vida que podría haber sido y nunca volvería.
Y la culpa. Lo peor era la culpa. Hedda podía leerla en los ojos de Albus en ese momento. No era su culpa. Igual que la muerte de Jaques no había sido de ella. Y sin embargo, no podían sacudirse el sentimiento de encima. Sintió que el pecho le quemaba de impotencia.
—¿Quieres hablar del tema? —ofreció Le Blanc en un tono más pacífico.
Albus suspiró, inclinándose hacia delante, apoyando el peso de su cuerpo con los codos sobre sus rodillas, su mirada fija en Elektra. Hedda aguardó pacientemente a que respondiera.
—Entraron mientras ella estaba en la audiencia del Wizengamot —soltó Potter, restregándose con excesiva fuerza el rostro—. Lograron atravesar toda la seguridad que había colocado en la casa como si nada… —encogió la cabeza entrelazando los dedos detrás de la nuca—. Para cuando llegamos con Jasper ya era tarde.
—¿Pudieron recolectar alguna evidencia?
—No la necesito —respondió Albus con voz grave.
—La necesitarás si quieres que el caso se sostenga ante un jurado —le recordó Hedda. Albus soltó una risa amarga, el rostro oculto bajo el cabello oscuro haciendo imposible que Hedda pudiese ver su expresión en ese momento.
—Me da igual lo que diga el Wizengamot. Fueron ellos, Hedda —siseó, sin esconder el resentimiento que pigmentaba su voz de una tonalidad sombría. —Le dije que no debía seguir jodiendo con ese proyecto. Mierda, nos advirtieron que la tenían en la mira. ¿Por qué no me quiso escuchar? —resopló al tiempo que se ponía de pie, demasiado inquieto como para mantenerse estático en una silla.
—Porque es una idealista —le dijo con fría calma Hedda.
—Podría haber sido ella —sollozó Albus, quebrándose entre el dolor y el enfado—. Podrían haberla matado hoy.
—Ely siempre elegirá hacer lo correcto incluso si eso significa arriesgar su propia vida. Pensé que a esta altura ya lo sabías —le refregó Le Blanc, arqueando una ceja incrédula. Pero sólo consiguió que Albus gruñera por lo bajo y pusiera los ojos en blanco, más irritado que antes.
En el fondo, Albus lo sabía. Pero eso no significaba que lo aceptara. A Hedda también le costaba entenderlo algunas veces. En cierta forma, Ely y James se parecían. Estaban hechos del mismo material noble e inquebrantable que los llevaba a ser valientes y temerarios. Era el material del que se forjaban los corazones de la gente de Gryffindor.
Ella y Albus, en cambio, estaban hechos de otra materia. Una más maleable, capaz de fluir escurridizamente entre las grietas de la vida, deslizándose entre la luz y la sombra, entendiendo que existían matices intermedios.
Talvez ese era en parte el motivo que los llevaba a sentirse atraídos hacia personas como Elektra o James: les recordaban que aún existían cosas buenas en el mundo, cosas por las que valía la pena pelear… E incluso morir. Sin James, Hedda habría sucumbido mucho tiempo atrás a la oscuridad en su interior: el odio incontrolable y la sed de venganza la habría carcomido por dentro. Tal como amenazaban con hacerlo con Albus en ese instante.
—Llevas aquí desde la mañana. Vete a descansar. Yo me quedaré con ella —ofreció Albus, tras recuperar la compostura y volver al asiento junto a su novia.
No discutió con él. Respetó su necesidad de estar un tiempo a solas, de rumiar en soledad sus pensamientos, de pelear contra las sombras que habitaban su mente y aprovechaban esos momentos de mayor debilidad para salir a la luz.
Antes de cruzar la puerta, Albus volvió a hablar.
—Vamos a atraparlos, Hedda. Y van a pagar… Por todo —le prometió su amigo, dedicándole una mirada significativa.
Ella asintió. Sin importar cuánto tiempo les tomara, no iban a dejar que todas esas muertes fueran en vano. Ni Albus ni ella.
Sabía que debía irse a dormir. La oscuridad que cubría la mansión se lo daba a entender. Pero dormir nunca le había sido algo natural. Menos en esos momentos. El asesinato de los padres de Ely habían reflotado sus propios muertos. Sin importar cuánto tiempo transcurriese, la muerte de Jacques seguía sintiéndose fresca como la brisa nocturna que anticipaba la proximidad del invierno.
El monstruo dentro de ella gruñó, encolerizado y sediento. Las emociones violentas despertaban su versión más animal. Le recordaban que habitaba en ella una bestia. Le susurraba al oído que la dejara libre. La bestia podía encargarse de sus enemigos. Sería capaz de rastrear sus huellas, olfatear sus aromas, desenterrarlos de la madriguera donde fuese que estaban escondidos. Podía desfigurarles el rostro con sus garras como ellos lo habían hecho con Gabrielle Delacour. Podía drenarles la sangre con sus colmillos como lo habían hecho con Narcissa Malfoy.
Su monstruo podía traer equilibrio a un mundo completamente desequilibrado. Un poco de justicia. No, justicia no. Venganza. Se corrigió.
Llevaba muchas horas sin alimentarse. La bestia lo sabía y se aprovechaba de eso. Del hambre y de su fragilidad humana. Del dolor que no sanaba. De los recuerdos que no se apagaban. De Jaques.
—Imaginé que te encontraría aquí —le dijo la voz de James a su espalda al tiempo que su aroma la envolvía y la reconfortaba. La bestia resopló irritada por la interrupción, pero Hedda sonrió agradecida de su llegada. Él siempre tenía la capacidad de apaciguarla, incluso sin saberlo.
Los pies de Hedda la habían llevado de forma inconsciente hacia los jardines de la mansión. El otoño ya se había instalado hacía semanas y las noches se habían vuelto demasiado frías. Pero a ella le gustaba el frío contra su piel. La brisa contra su cabello. Las hojas que viraban de colores y caían como un colchón suave sobre el que podía caminar descalza. La ayudaba a calmarse. Y la alejaban del resto de los humanos que habitaban la mansión y cuya sangre caliente y pulsátil se volvía una tentación cuando la bestia se despertaba.
Pero James siempre la encontraba. Sin importar lo escondida que estuviera, él tenía una forma de llegar hasta ella. Se encontraban mutuamente. Se llamaban en el silencio. Estaban conectados. Los dedos de Hedda acariciaron cariñosamente el Amuleto en su cuello antes de girar a mirarlo.
James intentaba sonreír para ella aunque le era imposible ocultar la turbación de su mirada. A esta altura, todos debían de saber de la muerte de los padres de Ely. Lo admiraba. Admiraba su capacidad para sonreír en la adversidad, para seguir buscando un poco de felicidad incluso cuando el mundo se empeñaba en darles golpiza tras golpiza. James no se resignaba a bajar los brazos. Y Hedda lo amaba por eso. Porque esa media sonrisa en sus labios era suficiente para darle esperanzas. Ellos seguían vivos. Eso tenía que significar algo.
No fue necesario hablar. Reclinó su cabeza contra el hombro de él buscando contacto. Su cuerpo estaba tibio y su uniforme de entrenamiento desprendía ese aroma característico que hacía que a Hedda se le erizaran los vellos de la nuca. Inspiró profundamente tratando de absorber todo lo que podía de él. Se quedó allí quieta durante largos minutos, mientras él le acariciaba los cabellos con suavidad.
Su mente estaba tan obnubilada por el dolor que tardó varios minutos en reconocer el otro aroma. Era sutil, imperceptible para la mayoría de los humanos. Pero no para ella. Todo su cuerpo se tensó en cuanto lo identificó, tan familiar como doloroso. Se separó de James para mirarlo a los ojos.
—Vienes de verlo —susurró.
James sabía que no tenía sentido negarlo. Ella podía oler el aroma de Lancelot, casi imperceptible debajo del perfume intenso que desprendía el propio James. Pero estaba allí para que ella lo reconociera: no era el mismo aroma que ella recordaba de su infancia, porque Lancelot no era la misma persona que había sido entonces. Pero ella seguía reconociéndolo. Lo podía oler cada vez que James volvía de una reunión secreta con él. Lo estaba oliendo en ese momento.
En general, evitaban hablar de Lancelot. Desde que la Orden del Fénix lo había aceptado como informante, James había asumido ser su contacto directo. Hedda aún estaba en Hogwarts en ese entonces y había demasiado historia entre ellos como para que pudiese ser objetiva en su trabajo.
No era como si James y Lancelot no tuvieran un historial tampoco. Pero extrañamente, habían funcionado mejor de lo esperado. Al menos no se habían matado mutuamente.
Aun así, su novio evitaba hablar del tema. Al principio, Hedda había temido que se debiera a celos. Pero con el tiempo había comprendido que si James no le contaba más sobre Lancelot era porque intentaba protegerla. Estaba ahorrándole el dolor de saber en lo que se había convertido el hombre que alguna vez había sido su mejor amigo, su confidente, su pareja, su hermano. En general, Hedda no presionaba. Prefería no saber. Una parte de ella seguía guardándole rencor por la muerte de Jacques. Por haberla abandonado. Por haberse convertido en un asesino.
Pero hoy, necesitaba saber.
—¿Fue… él? —preguntó mientras el pánico le comprimía la garganta.
—No —se apresuró a decir James—. Fue Naomi —exhaló, vaciando los pulmones y dejándose caer contra una de las estatuas del jardín.
Saber que no había sido Lancelot no la reconfortó. No si la alternativa significaba que hubiese sido Naomi Mitsumoto. La bruja samurái era una asesina cruel y sádica. Ella había sido la responsable de las muertes en la mansión de Versalles de los Malfoy. Si ella había llevado adelante los asesinatos de la familia Cameron, eso implicaba que había sido una muerte lenta, dolorosa y sangrienta.
Tal vez su bestia interna tenía razón. La sangra llamaba a la sangre. Talvez esa era la única forma que conocía el mundo.
El callejón Knocturn nunca había sido apto para caminar durante altas horas de la noche, menos para una mujer sola. Pero Tessa no era cualquier mujer. Sabía defenderse y estaba autorizada a hacerlo por el Ministerio de Magia. Aun así, esa noche había optado por no llevar su uniforme de aurora ni su placa. Su cita podría sentirse intimidado si lo hacía y era lo último que Tessa deseaba. Llevaba con ella, sin embargo, su varita lista en el sujetador de su antebrazo por si la situación se salía de control en algún punto de la noche.
Entró en el pub manteniendo la cabeza gacha y la capucha sobre su cabello oscuro, camuflándose entre la multitud con una facilidad entrenada. En Camelot, había sido su asignatura favorita y una de las que mejor se le daba. No se trataba únicamente de cambiar el aspecto físico de una persona, sino que había que saber mimetizarse con el ambiente, pasar desapercibida cuando era necesario. Tessa podía leer el lugar y a las personas en él como un libro abierto, y se deslizaba con sorprendente comodidad a través de ellos.
Ni siquiera Marco Vanno, que la conocía desde que era una infante, logró identificarla hasta que la tuvo sentada junto a él.
—¡Me lleva el Basilisco! Casi me das un infarto, Tessa —blasfemó Marco, llevándose una mano al pecho para reforzar el mensaje. Nott sonrió con complicidad y él hombre rió por lo bajo, relajándose en la silla. —Escurridiza como tu padre, ¿eh? —agregó.
—Lo tomaré como un cumplido —retrucó ella, acentuando la sonrisa.
—Siempre —aseguró Marco, guiñándole un ojo al tiempo que levantaba su pinta de cerveza a modo de brindis en honor al difunto Theodore Nott.
El padre de Tessa y Marco tenían un pasado compartido. Ambos provenían de familias manchadas con sangre. Marco había crecido en el lado oculto y más siniestro de Sicilia. Su abuelo habían muerto a manos de la mafia siciliana, asesinado con una maldición imperdonable en una lucha interna por controlar el contrabando de la isla. Su padre había buscado venganza, asesinando al culpable. Y luego él también había seguido el mismo final funesto. Un lado y el otro se tomaban turnos para matarse mutuamente, en un ciclo interminable de rencor que corría tan profundo como las raíces de la propia tierra. La codicia y el poder podían invocar con sorprendente facilidad la oscuridad que habitaba dentro de los corazones humanos. En ese sentido, muggles y magos eran indiferenciables.
El padre de Tessa había evitado que Marco siguiera el mismo destino mortal que sus antecesores. Lo había sacado de las calles, dándole un hogar y un trabajo. Marco se había mantenido fiel junto a Theodore hasta el final. Él y su familia habían abandonado la isla en la última embarcación de refugiados antes de que Theodore fuese asesinado.
Vanno tenía una deuda con Theodore Nott que nunca podría ser saldada. A cambio, intentaba compensarlo ayudando a su hija a encontrar al culpable de su muerte.
Blaise Zabini llevaba más de dos años desaparecido, sin que nadie pudiese dar con su escondite. Pero Tessa estaba segura de que había sobrevivido a la batalla de Azkaban y había regresado a Sicilia. Podía sentir sus dedos moviendo los hilos invisibles de la mafia en su ciudad natal, impune e intocable.
Nott había esperado un año entero a que el Ministerio diera con el paradero de los prisioneros fugados de Azkaban. Había depositado su fe en el sistema con estoica paciencia. Pero al entrar a Camelot, había comprendido que el gobierno tenía asuntos más urgentes que atender que el asesinato de su padre. Decepcionada, Tessa había tomado sus propias cartas en el asunto.
—¿Lo has encontrado? —Tessa no era capaz de ocultar la urgencia en su voz. Siempre que se encontraban se repetía la misma secuencia: ella se ilusionaba pensando que los contactos de Marco finalmente habían dado frutos, para luego decepcionarse dolorosamente con la respuesta.
Por supuesto que aquella vez no fue la excepción. Marco negó con un movimiento pesado de cabeza, verdaderamente apenado por tener que darle esa respuesta. Y Tessa sintió que la herida en su pecho se expandía un poco más de forma desgarradora.
—Pero tengo una pista que podría guiarnos hasta él —le devolvió la esperanza Marco. Se inclinó hacia delante de forma confidente, para que nadie más que ella pudiese escucharlo—. Uno de sus hijos.
—¿Taurus?
Formuló la pregunta con temor, implorando internamente que fuese él. Ese era el otro miedo que la acechaba en cada uno de sus encuentros: la posibilidad de que el nombre de Circe saliera a colación.
—Está en Sicilia —confirmó Marco, dando un sorbo a su bebida y creando así una pausa expectante. Tessa exhaló el aire que había retenido mientras aguardaba la respuesta. Taurus entonces.
—No puedo arrestarlo por viajar a Italia, Marco —suspiró Nott, empezando a sentir que aquella reunión era en vano.
—¿Y qué me dices por tráfico de drogas? —insinuó socarronamente el siciliano, una sonrisa complacida extendiéndose en sus labios gruesos—. Un barco está programado para zarpar la próxima semana con destino a Londres y estará cargado hasta las pelotas con la peor mierda que te puedas imaginar. Taurus Zabini se encargará personalmente de la entrega.
Circe barajó la información con cuidado. Era de público conocimiento que la familia Zabini estaba sucia, pero siempre se las habían arreglado para mantener sus negocios bien camuflados, y más importante aún, restringidos a Italia.
No había sido hasta después de que Taurus saliera de Hogwarts que la empresa familiar se había expandido hacia Reino Unido. Con Blaise en la fuga, Taurus había asumido el lugar de jefe de familia así como el control de los negocios. Tessa sospechaba que Blaise seguía tomando las decisiones y dictando las órdenes, pero Taurus era ahora la cara visible.
El problema estaba en que desde el cuartel de aurores no contaban con evidencia suficiente para arrestarlo, ni siquiera para acusarlo de algún crimen. Taurus Zabini se encontraba bien asesorado por un ejército de abogados que lo circundaban como buitres y mantenían sus cuentas (y sus manos) limpias. Siempre había alguien que se encargaba de hacer el trabajo sucio por él.
Era la primera vez que escuchaban de que Taurus se fuese a hacer cargo en persona de una entrega de mercancía. Era inusual. Demasiado inusual para el gusto de Nott.
—¿Quién te ha dado esta información? —quiso saber.
—La gente habla conmigo porque sabe que yo nunca daría sus nombres a una aurora —le recordó Marco. Tessa se mordió el labio, sabiendo que tenía razón.
—¿Es al menos una fuente confiable?
—Si me dijo que Taurus Zabini estará en ese barco, es porque Taurus Zabini va a estar en ese barco —volvió a insistir Marco.
—Voy a necesitar la fecha exacta, el sitio de entrega… Todo lo que sabes —Tessa revisó en los bolsillos de su túnica hasta dar con un trozo de papel, un comprobante de alguna compra vieja. Lo estiró sobre la mesa y lo tendió frente a Marco, indicándole que lo pusiera por escrito.
—¿Qué vas a hacer con esto? —le preguntó Marco, tras terminar de escribir fechas y datos en el pequeño papel. La conmovió ver que había turbación en la mirada del siciliano. Estaba preocupado por ella.
—Intentaré convencer de alguna forma a mi superior para que autorice un operativo —blanqueó Nott, ajustándose la capucha sobre la cabeza y preparándose para salir del bar.
Era demasiado tarde para ir al Ministerio. No habría nadie allí a estas horas para compartir la nueva información. Por un momento, barajó la posibilidad de caer a la casa de su mentor, pero sabía que Hammer compartía hogar con Jasper Yaxley. Y Jasper odiaba las visitas inoportunas.
Se encontró vagando por las calles, demorándose más de lo habitual en su ruta de regreso a su hogar. Y mientras caminaba, pensaba en Circe Zabini.
En momentos como ese añoraba su compañía. Circe había sido un pilar constante en su vida desde antes de llegar incluso a Hogwarts. Habían crecido juntas y durante años Tessa la había considerado su mejor amiga… Talvez, más que eso.
Qué jóvenes y qué ingenuas habían sido al creer que podían ignorar las deudas sin saldar que existían entre sus familias, los rencores que corroían su sangre y clamaban venganza. Creyeron que podían mantenerse ajenas. Creyeron que serían el testimonio vivo del cambio. Una nueva generación: ella, Circe y Scorpius. Una segunda oportunidad para sus familias malditas. Dejarían el pasado atrás para empezar una nueva vida. Nuevos amigos. Nuevas posibilidades.
Pero Tessa había aprendido por las malas que el pasado rara vez se siente cómodo en el olvido. Siempre encuentra una forma de volver, arrastrando con él lo peor de cada uno.
Les había tomado años construir una hermosa amistad pero solo se necesitó un momento, un instante de cruel sinceridad por parte de Taurus, para destruirla para siempre. Ya no importaba que tanto se amaran, lo mucho que deseaban seguir siendo amigas. El padre de Circe había matado a los padres de Tessa, y ahora que ella lo sabía, no tenía más alternativa que perseguirlo hasta las últimas consecuencias. ¿Qué lugar quedaba allí para la amistad?
Había un dicho famoso entre las familias sangre pura que se transmitía como un mantra casi profético: La sangre siempre es más pesada. Circe jamás traicionaría a su familia. Y Tessa jamás había esperado que lo hiciera.
Había sido una posición imposible. Atrapada entre la fidelidad hacia su familia y su amor por Tessa, Circe había optado en cambio por huir de todo. Su madre la había amenazado con vaciarle todo el dinero de las cuentas y dejarla prácticamente en la calle si se marchaba. Circe se había reído y se había marchado igual. Al menos, así se lo había contado Lucy, la única del grupo que mantenía contacto con ella. Y Tessa podía imaginársela en su mente: arrogante y fría, manteniendo la frente en alto aunque por dentro estuviese sufriendo.
Nadie sabía exactamente dónde estaba Circe ahora. Las últimas noticias de ella habían llegado desde Marruecos, donde había un buen nicho de trabajo para aquellos dispuestos a meterse en las tumbas ocultas del desierto y romper las maldiciones que las protegen. Era un trabajo peligroso pero la paga era excelente, y Circe disfrutaba en partes iguales del dinero y del peligro.
En varias ocasiones, Tessa pensó en ponerse en contacto con ella pero siempre terminaba descartando la idea casi de inmediato. ¿Qué se suponía que iba a decirle? "Hola, vieja amiga. Sé que llevamos años sin vernos pero pensé que era un buen momento para conversar y ponernos al día. ¡Ah, y ya que estamos! Planeo tenderle una trampa a tu hermano para atraparlo y que me guíe a donde se encuentra escondido tu padre. Mi abogado está convencido de que podemos conseguir una sentencia de muerte para Blaise. ¿Tienes idea dónde puedo encontrarlos? "
Se frotó el rostro frustrada consigo misma. Por Morgana, la extrañaba horrores. Extrañaba las charlas inagotables donde filosofaban sobre la vida. Extrañaba las noches de risas que le hacían doler el estómago de pura felicidad. Extrañaba la forma en que Circe la solía mirar, como si nada malo pudiese sucederles cuando estaban juntas.
Extrañaba a su mejor amiga.
Ella ya no es tu mejor amiga, le advertió la voz dentro de su cabeza, haciéndola caer en la triste realidad. Aun así, la extrañaba.
Fin capitulo 3.
Me ha costado mucho llevar este capítulo a puerto. Lo tuve que re escribir un par de veces porque no me terminaba de convencer. Creo que esto es algo que va a sucederme con frecuencia ahora que estamos en el trecho final de la historia, donde cada capítulo se vuelve muy relevante para el final. Y este no es la excepción.
En el libro pasado me preguntaron cuantos personajes más morirían antes de que termine la historia. Como pueden ver: muchos.
No he podido responder personalmente cada review que han dejado, pero hay algunas dudas que han surgido en los últimos capítulos que creo que vale la pena dejar algunos comentarios aquí para que puedan leer todos (en general charlamos estos temas en el chat de Telegram, pero entiendo que muchos no forman parte del mismo, así que aquí va):
*La sangre es más espesa que el agua: me encanta que recordaran esta referencia! Por sí, no es la primera vez que surge en la historia. Es una frase conocida y cuando la escuché hace muchos años me hizo pensar en varios personajes de esta historia y de la original de HP. Cómo nuestras familias definen tantas cosas de nuestras vidas... ¿Qué es mas pesado, finalmente? Me dio la sensación que sería una frase que utilizaría un mago sangrepura... Y de hecho, es algo que veremos de forma recurrente entre las familias de magos de esta historia: la elección entre la familia y el resto. Pero cuando me senté a escribir el POV de Harry, me pareció que había cierta ironía poética en que Lily Evans hubiese tomado algo del mundo mágico vinculado con la pureza de la sangre y se lo hubiese dicho a su hermana muggle. No sé si me entienden: al fin y al cabo, los vínculos de sangre serán vínculos independientemente de si somos magos o no.
*¿Molly y Lily se han encontrado cara a cara? NO! Están en dos lugares diferentes, y no todos los miembros de la Rebelión visitan Aquilanest.
*Aurora: Entiendo que Aurora no resulta el personaje más... agradable a simple vista. Y puedo ver de dónde viene el recelo. Sí, Aurora le da importancia al estatus social de Alex, y creo que este capítulo puede ayudarnos un poco a entender de dónde viene su obsesión con el apellido Lestrange. ¿Tiene algo contra los híbridos? Mmm... no sé si es algo puntual contra los híbridos. Es algo un tanto personal con Louis (envidia en cierta forma). Pero sí, podríamos decir que es una elitista y sería de esas personas que dicen "no tengo nada contra ellos" pero prefiere no frecuentarlos jaja.
*La FAE: son muggles! No, no son magos. Lo que no significa que no cuenten con cierta "ayuda" del mundo mágico. Tranquilamente puede haber (y hay) squibs trabajando con ellos. No es difícil de imaginar: la sociedad mágica los expulsó por no poder hacer magia, forzándolos a vivir en el mundo muggle, y es muy probable que muchos de ellos decidieran trabajar para la FAE. Cuentan con mucha información de "adentro" del mundo mágico, y también una cuota de resentimiento e injusticia hacia lo que les sucedió. En cuanto a magos trabajando con la FAE... también es posible. Siempre habrá alguien que por el precio justo hará lo que sea, si sirve a sus intereses personales.
*Harry: muchos se quedaron con un sabor agridulce con el POV de Harry. Y es normal que se sienta así. Porque es la primera vez que vemos a un Harry... ¿derrotado? ¿Cansado? Es como si todos estos años de pelear contra "el mal" finalmente le están pasando factura. Ha perdido demasiado, y en algún punto, surge la duda: ¿vale la pena? Creo que lo vuelve muy humano esta vacilación, esta fragilidad... Y lo hace aún más puro el replantearse si no serán ellos el problema... Si no es la magia la causa de todos los males, y no la solución.
Creo que he cubierto viarias cosas... Probablemente quedan muchas dudas en el tintero, pero se irán respondiendo a medida que transcurra la historia, lo prometo. El salto en el tiempo hace que queden muchos vacíos en relación a lo que ha estado sucediendo todos estos años que se irá completando a medida que avancemos.
Gracias por la paciencia y la compañía. Y espero que disfruten.
G.
