El alba tiñe el horizonte de tonos dorados y carmesí mientras el castillo despierta lentamente a la rutina del nuevo día. Estoy en la sala principal, junto al fuego, con los codos apoyados en mis rodillas y la mirada perdida en las llamas. No he dormido. El eco de mis propios pensamientos me ha impedido encontrar descanso.

Bella.

Su nombre flota en mi mente como un susurro constante, una presencia que se niega a desvanecerse. Desde el primer momento en que la vi junto al río, algo en mi interior se agitó de un modo que no puedo explicar. Intento racionalizarlo, encontrarle sentido, pero me resulta imposible.

Y luego están los sueños.

No puedo ignorarlos más. No son simples fantasías ni imaginaciones fugaces. Los he tenido desde antes de verla, desde antes de que apareciera en mi mundo como una anomalía imposible. En cada uno de esos sueños, la veo a ella. Su rostro, su voz, sus labios que pronuncian mi nombre con una familiaridad inquietante. Pero ahora que la tengo frente a mí, en la realidad, no hay nada de eso en sus ojos. No hay reconocimiento, no hay recuerdos compartidos. Solo incertidumbre.

Pero lo que más me inquieta es la comparación inevitable.

Mi esposa.

Su cabello era tan oscuro como el de Bella, pero la diferencia entre ellas es abismal. Los ojos de mi esposa eran de un azul helado, fríos, calculadores. Nunca me miraron como lo hace Bella, con esa mezcla de curiosidad y duda, con esa intensidad que parece atravesarme. A pesar de todo lo que mi esposa fue para mí, su mirada jamás me provocó este torbellino interno, esta incapacidad de pensar con claridad.

Intento recordar el último momento en que mi esposa y yo nos miramos sin resentimiento, sin reproches ocultos tras la cortesía. Me cuesta encontrarlo. Todo entre nosotros se tornó estrategia, conveniencia y traiciones disfrazadas de devoción. Bella, en cambio, parece incapaz de la falsedad, aunque la rodee el misterio.

Aprieto los puños, molesto conmigo mismo. No puedo permitirme esta distracción. No con la sombra de los conflictos cerniéndose sobre el clan, ni con la amenaza constante de mi hermano esperando cualquier señal de debilidad.

Unos pasos resuenan en el umbral de la puerta. Jacob, mi consejero de guerra y amigo más cercano, entra con su porte inquebrantable. Sus ojos se fijan en mí con la perspicacia de quien me conoce demasiado bien.

—No has dormido —afirma Jacob, sin necesidad de preguntar.

Le dirijo una mirada fugaz antes de volver a centrarme en el fuego.

—No era necesario.

Jacob suelta un bufido, cruzándose de brazos.

—Sí, claro. Porque los líderes pueden gobernar sin descanso.

No respondo. No tengo energía para discutir con él, y Jacob lo sabe. En cambio, se acerca y toma asiento frente a mí, estudiándome en silencio.

—Es por la muchacha, ¿verdad? —suelta finalmente.

Tenso la mandíbula.

—No sé de qué hablas.

Jacob sonríe con ironía.

—Por supuesto que sí. La observas demasiado, y lo que es peor, piensas demasiado en ella. Dime, Edward… ¿quién es en realidad para ti?

Desvío la mirada, incómodo. No puedo responder a esa pregunta porque ni yo mismo lo sé. Pero una cosa es cierta: Bella no es solo una viajera perdida. No para mí. Y aunque intente ignorarlo, el destino parece haber decidido entrelazar nuestros caminos de una manera que aún no comprendo.

Y eso, más que cualquier guerra o traición, es lo que realmente me aterra.

Respiro hondo, tratando de calmar la inquietud que se ha instalado en mi pecho. Me repito que Bella no es más que una desconocida, que su presencia en mi vida es una coincidencia, una anomalía sin sentido. Pero cuando cierro los ojos, su imagen sigue allí. Sus labios entreabiertos, como si estuviera a punto de decir algo que nunca llega a pronunciar. Sus manos, que en mis sueños tocan mi rostro con una ternura que nunca he conocido en la realidad. Su mirada, que parece reconocerme cuando yo ni siquiera puedo entender quién soy cuando estoy con ella.

Jacob sigue observándome, esperando una respuesta que no le daré. Porque la verdad es que la respuesta me aterra tanto como la pregunta.

Finalmente, rompe el silencio con una noticia que hiela mi sangre.

—Tu hermano atacó otra vez —dice en un tono grave—. Robó ganado de los granjeros al sur del bosque… y los mató a todos en el proceso.

Mi mandíbula se tensa. Mi hermano gemelo, el eterno espectro de mi vida, una sombra oscura que se cierne sobre todo lo que intento construir. No es suficiente que busque mi lugar en el clan, que intente socavar mi liderazgo con intrigas. Ahora, su violencia ha llegado a un nuevo nivel.

—¿Cuántos murieron? —pregunto con la voz tensa.

—Cuatro hombres. Dejaron sus cuerpos como advertencia.

Siento un peso en el pecho, una ira fría que se mezcla con la frustración. No puedo permitirme debilidad, no puedo permitirme distracciones… y sin embargo, Bella sigue ocupando mi mente incluso cuando la guerra se cierne sobre nosotros.