XVI

Mientras las doncellas de su madre se encargaban de lavar sus pies para retirar el jugo y la piel de las uvas, al mismo tiempo que otra más se encargaba de trenzarle el cabello, Kagome estaba tan callada que parecía haber perdido la voz.

Sentada sin apenas mover un cabello en medio de la habitación de su madre, no se había percatado que aún sostenía el par de rosas que Koga le había regalado antes de la ceremonia hasta que una de sus espinas le rasgó el pulgar y, como si de pronto le quemaran las manos, las soltó sin ningún cuidado cayendo a su regazo para después resbalar por su falda y acabar en el suelo.

Cuando su abuelo la llamó a su presencia se imaginó todo tipo de razones por las que Lord Higurashi necesitara hablar con ella antes de seguir con los festejos tradicionales de su pueblo pero jamás, ni en sus pensamientos más lunáticos, vaticinó a lo que se enfrentaría al llegar a la ancestral sala de audiencias del palacio Higurashi: Su abuelo, su madre y hermano; todos viéndola con una expresión similar a la pena que ofreces en un funeral.

Era muy abrumador pensar que, apenas esa misma mañana, ya podía imaginar su vida al lado de un joven como Koga para terminar el día comprometida con un hombre que nunca había visto, que ni siquiera estaba ahí para pedir su mano personalmente y que, para hacer el asunto más absurdo, todo lo que había escuchado acerca de él durante toda su vida eran insultos y maledicencias:

"Un bastardo",

"Una bofetada a la reina",

"Una afrenta a los Higurashi y a la viña entera",

"Un indigno de su sangre…del trono"...

Curiosamente, todos esos adjetivos volvieron a escucharse hoy cuando su abuelo, una vez que inició la audiencia pública tradición después de los festejos de la viña, anunció que no recibiría propuestas de matrimonio para ella, pues ya había aceptado la oferta de su majestad, el Rey Sesshomaru, para unirla en matrimonio con su hermano menor, el Príncipe InuYasha y, por supuesto, la ola de reclamos y jadeos de asombro no se hicieron esperar.

Con un gesto quizá demasiado rudo para una señorita, pero que en este momento no se sentía con ganas de recordar sus modales, le pidió a las mujeres que la asistían que se detuvieran y ellas obedecieron alejándose de ella.

Llevó sus manos a sus sienes al mismo tiempo que cerró los ojos para tratar de calmar el repentino dolor que se disparó en su cabeza. Se sentía aturdida y, aunque le estaba costando admitirlo, también desilusionada.

Dio un pequeño salto en su lugar cuando sintió unas delgadas y delicadas manos colocarse sobre las suyas, de inmediato reconoció que eran las de su madre. De pronto sintió su espalda destensarse en la silla de madera en la que se encontraba sentada, las amorosas caricias que los dedos de su mamá dibujaban pequeños círculos en los dorsos de sus manos poco a poco disminuían su malestar.

—Sé que ha sido un anuncio muy abrupto, mi cielo, y tienes derecho a sentirte agobiada —los susurros de su madre eran suaves y llenos de cariño—, pero el Rey ha depositado su confianza no solo en ti, sino en toda la familia, y es nuestro deber corresponderle.

Por fin tomó el valor de abrir los ojos y subir su vista hasta encontrarse con la de su madre.

—Jamás me he negado a cumplir con lo que se espera de mí, mamá —empezó despacio apartando las manos de su madre con ayuda de las suyas—. pero…—Se puso velozmente de pie y le dio la espalda a su madre—, pero esto…

—¿Te preocupa la cuna en la que tu prometido ha nacido? —preguntó su madre con cautela. Kagome aterrorizada por estar dando una idea equivocada de sus sentimientos, volvió a mirar a su madre y negó con la cabeza.

—A pesar de las cosas tan atroces que he escuchado del príncipe, siempre me ha parecido muy injusto que carguen en él la culpa de su propio nacimiento —le aseguró firmemente—. No es eso lo que me aflige, no.

—Entonces, ¿Qué es, mi cielo?

La joven de cabello azabache se mordió ligeramente los labios antes de responder.

—A pesar de que siempre soñé con casarme enamorada, sabía que no podía enamorarme de cualquiera y cumplí: jamás me fijé en sirvientes ni hijos de baja cuna. Cumplí. Con la esperanza de que se me concediera solo una cosa —empezó despacio, pensando a conciencia sus palabras antes de decirlas—. Sabía que solo podría elegir entre los pretendientes que me propusiera mi abuelo. Y, si no obtenía la gracia de los dioses de amar a mi prometido, al menos podría rezar para que fuera alguien a quien yo le gustase y que a mí me agradara.

—Kagome…

—Pero es que mi abuelo no solo se ha negado a escuchar a otros candidatos, quitándome la oportunidad de escoger a mi futuro marido. Uno a quien tuviera la certidumbre de que al menos le agrado y, quien sabe, en un futuro ambos pudiéramos enamorarnos —continuó, sin permitirle a su madre objetar—, sino que me ha prometido a un hombre que no he visto en mi vida ni él a mí.

—¿Tienes miedo de no poder enamorarte del príncipe? —la pregunta de su madre fue acertada, pero solo en una parte.

—De eso, de enamorarme como una tonta y que a mi marido apenas le importe —confesó abrazándose a si misma cuando sintió un escalofrío que le hizo temblar de pies a cabeza—, o que nos tengamos tanta aversión uno al otro que lleguemos a odiarnos.

—Estás siendo muy derrotista, hija —su madre se acercó a ella y la tomó de las manos—, ¿por qué no pensar en que, sí, te enamorarás de él pero él también de ti?. ¿Por qué crees que sea imposible?

—¿Cómo podré si…?

—Eres inteligente, eres hermosa y, sobre todo, eres una buena mujer, Kagome —las manos de su madre, una vez más, intentaban contenerla con suaves caricias—. Sé que encontrarás la manera de ganarte sino el cariño, si el respeto de tu esposo.

Bajó la mirada y, sin darse cuenta, sujetó con más fuerza necesaria las manos de su madre tratando de retener y abrazar sus miedos.

—Además —complementó su madre confiada en sus palabras—, eres exactamente la mujer que el príncipe necesitará a su lado para enfrentarse a lo que le espera como heredero y, si los dioses así lo deciden, como rey.

Un nuevo escalofrío le cimbró el cuerpo. Sonaron como un eco las palabras de su abuelo y Sir Royakan cuando le explicaron las razones de un compromiso tan sorpresivo como el suyo con el príncipe:

"Tu presencia como princesa respaldará el reclamo al trono del príncipe InuYasha, por derecho divino y de sangre"

"Un Taisho no estará solo en este mundo mientras tenga a un Higurashi a su lado"

y ahora en aquel remolino de voces también escuchaba las de su madre:

"Encontrarás la manera de ganarte sino el cariño, sí su respeto…"