Disclaimer: los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es beautypie, yo solo traduzco con su permiso.
Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to beautypie. I'm only translating with their permission.
Capítulo 8
Hogar
Había sido… perfecto hasta ahora. Fácil, incluso. Vivir como la misteriosa y dócil Fortuna, tanto en el escenario como fuera de él. Durante mucho tiempo, incluso había olvidado quién era antes de ese fatídico día en que Edward Cullen le había dado la oportunidad de ser parte de este mundo surrealista.
Pero su felicidad idílica bajo las luces del escenario solo podía durar un tiempo, y el mundo siempre había sido innecesariamente e incluso sádicamente cruel.
Era jueves por la noche otra vez, lo que todos ya llamaban la noche de Fortuna. Incluso se había comprado un conjunto de lencería azul claro especial y a medida para esta semana. El número que había preparado era nuevo, y había pasado varias mañanas perfeccionando su baile en el escenario. En verdad, estaba emocionada.
—Hermosa —la felicitó Angel en el probador, acariciando la tela sedosa del pecho de Fortuna—. Veo que tus propinas han sido bien aprovechadas. Aunque me pregunto dónde gastas el resto. No me digas que sigues viviendo en ese basurero.
Fortuna simplemente se encogió de hombros, ajustándose la pieza mientras se miraba en uno de los espejos.
—Me gusta mi apartamento.
—Por favor —se rió entre dientes la pelirroja, apoyándose en el tocador—. No estás ahorrando para escaparte, ¿verdad? Sabes que una vez que estás aquí, estás de por vida.
—Oh, Ángel —suspiró Fortuna dramáticamente—. ¿Por qué querría irme de Bluewave? Es el lugar más feliz de la Tierra.
—Por supuesto que lo es —dijo Ángel mientras se reía, sacudiendo la cabeza con incredulidad—. Después de todo, aquí es el mundo de Dama Fortuna. Ve a por ellos.
Y lo hizo. Fortuna salió al escenario como lo había hecho incontables veces antes, y fue recibida con aplausos y vítores emocionados de la multitud apenas visible. La canción que había elegido para la noche era hipnóticamente lenta y dulce, como siempre lo era.
Bailar era como una terapia para ella ahora. Se perdía en él, especialmente cuando cerraba los ojos. No oía nada más, todos sus pensamientos no eran más que un zumbido, excepto la música y su propia respiración uniforme.
Pero esa noche, escuchó algo más.
—¡Bella! ¡Yo, carajo... la conozco! Déjenme entrar...
No pudo evitar abrir los ojos instintivamente hacia la voz vagamente familiar, de otra vida anterior, justo cuando había bajado expertamente del poste. Y de inmediato, se detuvo en seco.
—¡Esa es mi…! ¡Bella! Cariño, vamos a casa...
Estaba oscuro, pero aún podía reconocer los mechones rubios reflejados en las luces tenues que iluminaban las puertas de entrada en el otro extremo del pasillo. Su corazón comenzó a latir fuerte en sus oídos mientras veía al hombre luchar entre las garras de los dos porteros. Pronto, el resto de la multitud también giró la cabeza con curiosidad hacia el alboroto.
Entonces finalmente se encontró con sus cálidos ojos marrones.
—Demonios —maldijo Bella para sí misma, poniéndose de pie. De repente se sintió tan... desnuda, con la hermosa pieza azul con la que se había sentido tan cómoda hacía un minuto. Nunca antes había sentido esta vergüenza tan abrumadora y culpable, desde que había subido por primera vez al escenario muchos meses atrás.
Su respiración salía en jadeos agudos y superficiales mientras salía rápidamente del escenario y entraba al camerino, aferrando los lados de una de las mesas.
—¡Bella! —Todavía podía escuchar a Jasper llamándola vagamente desde afuera.
—No —gimió para sí misma, cerrando los ojos con fuerza, sintiendo ya que las esquinas se humedecían. Podía sentirlo venir ahora. Los recuerdos de la vida pasada que había pensado dejar atrás, el dolor...
—¿Fortuna?
Miró a su izquierda y se distrajo y se sintió aliviada por un momento al ver a Tanya, vestida más modestamente esa noche con un simple vestido negro, sin aliento y luciendo como si hubiera corrido a la habitación. Bella no pudo evitar abrazar a la chica, a pesar de no haberla visto durante mucho tiempo.
Y una vez que presionó su rostro contra el cuello de la rubia, no pudo evitar llorar.
—Lo vi —susurró Tanya suavemente, acariciando los hombros desnudos de la chica—. Deja que se encarguen de ello.
—No... puedo... —jadeó Bella, agarrando los hombros de Tanya con fuerza.
Tanya se apartó un poco, levantando el rostro de Bella.
—Deja que se encarguen ellos —repitió, sonriendo solemnemente—. ¿Quieres ir a casa?
—Claro —suspiró Bella.
Tanya se apartó sin decir palabra para recoger el abrigo de Bella del perchero, envolvió a la chica con la tela y cerró fuertemente las correas. La guió con delicadeza hacia el estrecho pasillo que conducía a la salida trasera.
Sin embargo, una figura en el pasillo las detuvo en seco.
Bella tragó saliva mientras volvía a mirar a Edward, después de un largo tiempo sin siquiera ver al hombre. Estaba vestido formalmente con traje y corbata, y tenía ambas manos metidas en los bolsillos oscuros. Por primera vez, su mirada verde salvia no era juguetona ni suave en absoluto. Era gélida.
Esto debía ser lo que Jacob había visto. Edward no parecía feliz en absoluto, y eso la aterrorizaba. Sobre todo, le rompía el corazón.
—La llevaré a casa. —Bella notó que ni siquiera Tanya podía mirarlo a los ojos.
Los ojos de Edward se volvieron hacia la rubia.
—¿Te dije que hicieras eso? Ya no se encuentra a tu cargo.
Tanya dejó escapar un suspiro lento.
—Edward. Está alterada. No puede actuar después de esa escena. Tú de entre todas las personas...
—Ya nos ocupamos del instigador. Tiene que hacerlo.
Bella apretó los dientes inconscientemente.
—Edward —intentó Tanya de nuevo, su voz más firme esta vez.
—No, está bien —decidió Bella, alejándose suavemente de los brazos de Tanya. Se desató el abrigo y lo dejó caer bruscamente en el suelo, dejándola nuevamente con nada más que la prenda azul.
Se obligó a no temblar mientras su mirada fría vagaba instintivamente por su cuerpo prácticamente desnudo.
—Es mi trabajo, ¿no? —dijo suavemente, sonriendo—. Te dije que confiaras en mí para hacer mi trabajo. Así que eso es lo que haré.
Bella... Fortuna se dio la vuelta y regresó por donde había venido sin mirar atrás. Continuó murmurando el nombre de su personaje en voz baja... para internalizarlo, hasta que su respiración se estabilizó. No tomó mucho tiempo. Estaba... cómoda de nuevo.
Edward tenía razón. Esto era mejor.
Ella le devolvió la sonrisa dulcemente a la multitud mientras volvía al escenario, y ellos la recibieron y aplaudieron abiertamente una vez más.
~DF~
—Tú.
Edward mantuvo una expresión neutral mientras cerraba la puerta de la sala de conferencias y luego se sentó en la silla de madera frente a su viejo amigo.
—Yo —dijo rotundamente, reclinándose en su asiento y cruzando los brazos.
Jasper se acomodó en su asiento, luchando contra las esposas detrás de él.
—Estoy bastante seguro de que es ilegal mantenerme aquí así.
Edward no pudo evitar reírse ante eso.
—Me encantaría verte intentar demandarme.
—Carajo —maldijo el rubio, entrecerrando los ojos—. Así que teníamos razón, hace todos esos años. Eres un bastardo y turbio criminal.
Sus ojos verdes estaban pensativos ahora, mientras escudriñaba al hombre frente a él de pies a cabeza.
—¿Por qué estás aquí?
—¿Por qué crees? —espetó Jasper furiosamente—. Me llevaré a mi chica a casa.
La expresión de Edward traicionó un asombro genuino por unos momentos.
—¿Tu… chica?
—Técnicamente lo sigue siendo —dijo Jasper, con la voz quebrada—. Hemos estado juntos durante mucho tiempo, Cullen. Seis años. Se supone que debía casarme con ella. Yo... Ella me pidió que la siguiera aquí, y no lo hice. Mi trabajo, mi familia... No podía irme tan pronto. Y ahora...
Edward observó cómo el rostro del hombre se contorsionaba con dolor y arrepentimiento, sus ojos marrones miraban hacia la mesa.
—Es mi culpa —susurró, con lágrimas formándose y su respiración entrecortada esta vez—. Ella no estaba bien, no era ella misma después de Charlie. Debería haber venido antes.
Edward mantuvo su mirada neutral, pero sus manos se habían cerrado en puños sobre la mesa.
—Déjala ir —dijo finalmente Jasper, sus ojos mirando al hombre suplicante—. La conozco. Ella no es así. Ella me dijo que era camarera... ¿Cómo pudiste obligarla a hacer esto?
—No le obligué a hacer nada —dijo Edward monótonamente—. Ella lo solicitó. Yo le ofrecí. Ella lo aceptó.
—Maldito bastardo —gritó Jasper, sentándose y retorciéndose contra las esposas—. Es Bella Swan. Debajo de todo, no importa lo que diga, sigue siendo la misma chica inocente que conociste hace todos esos años. No merece estar aquí.
Edward entrecerró los ojos, sus labios temblaron por un momento mientras se inclinaba hacia adelante.
—¿Cómo era?
Una pausa tensa.
—¿Disculpa?
—Dijiste que sigue siendo la misma chica que conocí hace todos esos años —dijo lentamente—. Entonces dime. Antes de que viniera aquí, ¿cómo era?
—¿Por qué m…?
Edward golpeó la mesa con el puño, ganándose un salto de la rubia. Sus ojos estaban muy abiertos y vidriosos mientras decía: «Responde la pregunta, Hale. Y sé específico. Si dices las cosas correctas, te prometo que podría arriesgarlo todo».
~DF~
Su despertador indicaba que eran las 3:11 a.m. cuando escuchó los golpes frenéticos en su puerta.
Bella saltó inmediatamente de su cama. Tragó saliva profundamente mientras se dirigía hacia su pequeña sala y hacia la ventana. Estaba demasiado oscuro afuera para ver algo y llovía mucho.
Volvió a sobresaltarse cuando los golpes comenzaron de nuevo.
—¿Q-quién está ahí? —decidió gritar, aferrando la mano alrededor de la cerradura para asegurarse de que permaneciera cerrada—. Jacob, ¿eres tú?
—Bella, abre la puerta.
No. ¿Qué?
Pero lo era. Los ojos de Bella se abrieron de par en par una vez que abrió la puerta y vio a su visitante matutino. Edward vestía la misma ropa formal que había usado esa noche, pero esta vez estaba empapado. Su cabello broncíneo era un desorden mojado y no parecía haber un trozo de tela o centímetro de piel que no estuviera empapado.
Sin embargo, sus ojos todavía eran fríos y no pareció parpadear ni una vez durante los largos segundos que ella permaneció estupefacta.
—¿Has... caminado hasta aquí? —preguntó finalmente sin aliento, ajustando instintivamente su camisola y sus pantalones cortos poco decentes.
—Para aclararme la cabeza. —Entró sin previo aviso, y la puerta de madera le golpeó ligeramente el costado.
Bella lo observó caminar frenéticamente por la sala durante un rato mientras sus ojos recorrían cada centímetro del apartamento, salpicando agua por todas partes. No le pasó desapercibido la forma en que arrugó la nariz al ver su desordenada cocina abierta y su sofá destartalado.
Decidió que no iba a volver a hablar por su cuenta, así que le preguntó: «¿Cómo sabes dónde vivo?».
—Porque eso importa —dijo sarcásticamente, pero su expresión permaneció en blanco.
—Está bien. ¿Necesitabas algo?
—No. —Dejó de caminar de un lado a otro y se puso de pie en medio del espacio—. No... no sé.
Bella no sabía qué decir a eso, excepto repetir: «Está bien».
Caminó lentamente hacia el baño y sacó una toalla limpia del armario superior. Sus ojos estaban fijos en su rostro, apenas parpadeando, mientras ella se acercaba a él con cautela para entregársela.
Cuando él no hizo ningún movimiento para aceptarla, decidió simplemente hacer el trabajo ella misma.
Edward permaneció como una estatua y continuó mirándola mientras ella usaba suavemente la toalla para limpiar las gotas de su ropa de aspecto caro. Una vez que eso estuvo hecho, frunció los labios y decidió secarle el cabello, de puntillas, y también el cuello.
Fue cuando presionó la toalla contra su mejilla que sus ojos finalmente se cerraron y sus labios comenzaron a temblar.
—Jasper te está esperando. ¿Tienes una maleta lista?
Su mano se detuvo en el aire, y su respiración se entrecortó al escuchar el nombre.
—Jas... ¿De qué estás hablando?
Los ojos de Edward se abrieron de nuevo, y allí estaba. La suavidad que había extrañado. A pesar de todo, su corazón se agitó en su pecho mientras recordaba la última vez que la había mirado de esa manera. En ese sofá, en la habitación privada...
—Necesito que te vayas. Y tiene que ser ahora.
—¿Ir a dónde?
—A casa.
Bella soltó un suspiro nervioso.
—Estoy en casa.
—No, tu hogar es Wood Village.
La toalla cayó al suelo cuando la mano de Bella cayó a su costado. Instintivamente, dio un paso atrás, sus piernas temblando mientras lo hacía.
—Tu hogar es la pequeña casa con el techo rojo al final de la calle —continuó Edward, con la voz ligeramente temblorosa—. Donde colocas adornos navideños desde octubre, porque es tu festividad favorita.
—Edward. —Su respiración estaba entrecortada ahora—. Por favor...
—Tu hogar está a unas cuantas cuadras de tu burritoría favorita —continuó de todos modos, dando un paso adelante para acortar la distancia entre ellos—. Vas allí cada dos noches con tus amigos. A veces sola. Siempre pides lo mismo: arroz integral, frijoles negros, maíz, crema agria...
—Detente —gritó Bella, hundiéndose en el sofá y enterrando el rostro en las manos.
—Tu hogar es con Jasper Hale —dijo, con la voz moderadamente estrangulada—. Seis años es mucho tiempo. No lo hagas esperar más.
—¿Qué... demonios... estás tratando de hacer? —logró decir entre respiraciones histéricas.
—El hecho de que tu padre esté muerto no significa que el resto de esa vida haya muerto —dijo Edward—. Todo sigue ahí.
—¡Ese nunca fue el punto! —gritó finalmente—. Edward, puedes lidiar con tu mierda aferrándote a un recuerdo, pero yo no soy así. No, no siento nada más que dolor cuando pienso en ese lugar. Créeme, lo he intentado durante años, pero... el día que vi su cuerpo en ese dormitorio, esa parte de mí murió junto con él. Y nunca ha sido mi hogar desde entonces, ni lo será nunca. Jasper nunca podrá entender eso y nunca lo entenderá. Y aparentemente, tú tampoco puedes.
Edward apretó la mandíbula.
—Entonces encuentra otro lugar. Cualquier lugar menos aquí. De ahora en adelante, esto solo va a empeorar y yo... no puedo tenerte aquí. Es... inconveniente para todas las partes.
Bella bajó la mirada al suelo. Su corazón nunca se había hundido tanto antes. Después de varios segundos, susurró: «De acuerdo. Está bien».
Lo escuchó soltar un suspiro tembloroso.
—Me iré —dijo ella temblorosa, secándose la humedad de los ojos—. Yo... no quiero quedarme donde claramente no me quieren. Eso es patético. Está bien. Sólo... puedes irte tú solo.
No lo miró mientras se dirigía al baño. Mantuvo los ojos cerrados y las manos aferrando los lados del lavabo mientras esperaba escuchar que la puerta principal se abría y cerraba.
No se oyó ningún sonido. En cambio, oyó pasos suaves y chirriantes que terminaron justo detrás de ella.
—No puedes decir eso —lo escuchó susurrar casi con enojo—. Que no... te quiero.
Bella rió amargamente ante eso.
—Por favor.
—No puedes —repitió de todos modos, su respiración ahora entrecortada—. No tienes idea de cuánto he luchado hasta ahora. No sabes las cosas que ya he hecho y todavía estoy dispuesto a hacer. Por tu bien.
—Todo lo que has hecho es tratarme como una mierda —espetó finalmente, dándose la vuelta rápidamente—. Un día me dices que soy especial, luego desapareces por completo, y luego me dices que me vaya a la mierda de tu vida... ¡Diablos!, incluso de mi trabajo al día siguiente. De verdad crees que no soy capaz de tomar decisiones por mi cuenta. Como si siguiera siendo esa estúpida quinceañera que conociste hace tantos años. Mierda... Está muerta, Edward. A quien ves ahora mismo... la chica que acogiste tal como era... eso es lo que soy. Así que si ese viejo recuerdo es todo lo que ves después de todo este tiempo, entonces tienes razón. Me iré a la mierda. Estoy harta de que me tomen por idiota.
De repente, jadeó cuando él dio un paso adelante y la sujetó por los hombros, agarrándola con fuerza. Sus ojos verdes estaban realmente furiosos ahora.
—¿Tú…? ¿Así es como me ves? ¿Cómo ves todo lo que he hecho por ti? ¿En serio?
Bella entrecerró los ojos.
—Sí. Vete al diablo.
—Tú… —La mirada feroz de Edward recorrió frenéticamente su rostro. Luego, en un tono peligrosamente bajo que le erizó la piel de la nuca, dijo—: ¿Quieres que te muestre lo egoísta que puedo ser?
Bella se quedó sin aliento cuando sintió que una de sus manos se deslizaba por el costado de su cadera, sujetándola casi con demasiada fuerza.
—Si no sales por esa puerta esta noche, Bella Swan, nunca más te lo voy a ofrecer.
Ella resopló, sus labios se curvaron en una sonrisa perversa.
—¿Eso es todo?
La levantó entonces, apoyando su cuerpo sobre el lavabo y empujándola bruscamente contra la pared.
—¿Me estás diciendo que esto es lo que eres, entonces? ¿La verdadera tú? ¿Que todo este tiempo, en realidad quieres que te metan en la mierda por la que me he estado rompiendo el trasero para protegerte?
—Puras palabras. Como siempre.
Sus labios se separaron en un suave suspiro cuando la otra mano de él vagó por su cuello hasta que la agarró por la mandíbula. Para su pesar, sintió que sus muslos se apretaban alrededor de sus caderas.
Sus ojos verdes salvia se oscurecieron un poco cuando ella lo hizo.
—Pequeña descarada.
—Dime, Edward —susurró ella, sus ojos marrones más nítidos que nunca y sin rastro de la inocencia de ojos abiertos que él había notado antes—. Ahora que finalmente has descubierto todo eso, ¿realmente me quieres? ¿Tal como soy?
El hombre no le respondió. No necesitaba hacerlo. Porque finalmente también había decidido escucharla por una vez y demostrárselo.
Bella soltó un suspiro de satisfacción cuando Edward se rindió y capturó sus labios con los suyos. Este ya no era el beso dulce pero desesperado que habían tenido anteriormente; no, esto era puro fuego. Y ninguno de los dos se contuvo esta vez.
No pudo evitar gemir cuando sintió que él presionaba descaradamente su aparente dureza entre sus piernas mientras la besaba profunda y desesperadamente, su lengua deslizándose fácilmente entre sus labios para marcarla como suya. Sus manos vagaron por los costados de sus piernas, subiendo hasta que tomó su trasero para acercarla aún más a él.
Cuando instintivamente extendió la mano para desabrocharle la camisa, él lo tomó como una invitación a deslizar sus manos debajo de los pliegues de su camisola de seda, donde acarició y frotó descaradamente sus pechos. Cada línea que sus dedos dibujaban sobre su piel desnuda y sensible era electrizante. Y cada gemido suave y desdichado de él entre besos solo empeoraba la tensión en la boca de su estómago.
Sin embargo, antes de que pudiera alcanzar la hebilla de sus pantalones, su mano detuvo la de ella.
—Métete en la cama —le ordenó en voz baja, y ella casi pierde el control en ese momento.
Sin embargo, arqueó una ceja cuando se sentó en sus sábanas y se dio cuenta de que él no la había seguido. Y unos segundos después, escuchó que se abría la ducha. Bella no pudo evitar sonrojarse al darse cuenta de que él no estaba siendo completamente egoísta después de todo. Se estaba lavando de la lluvia para ella.
Pero no tardó mucho en reunirse con ella. Y la respiración de Bella quedó atascada en su garganta mientras lo veía entrar con confianza en su dormitorio vistiendo absolutamente nada.
Dios...
—Ahora tú —susurró.
Se mordió el labio mientras se levantaba e hizo exactamente lo que le decía. Sus ojos verdes salvia ya no estaban inhibidos mientras vagaban hambrientos por su cuerpo hasta que se reveló por completo a él.
—Tal como eres —confirmó en un murmullo, antes de arrojarse con ella sobre sus propias sábanas.
Luego, antes de entrar en ella, vaciló. Presionó su frente contra la de ella y cerró los ojos con fuerza, con una expresión conflictiva grabada en sus rasgos.
—Bella, yo... —se atragantó—. Lo digo en serio.
Sus manos vagaron para sostener suavemente los lados de su rostro.
—¿Qué es en serio?
Abrió los ojos entonces, y su corazón se rompió al ver la desesperación y el dolor dentro de sus ojos verdes vidriosos.
—Si no me dejas ahora... nunca podré dejarte ir de nuevo, sin importar el costo. Incluso si nunca podré perdonarme a mí mismo. E incluso si eso nos mata a ti y a mí.
Bella solo sonrió suavemente. Trazó una línea a lo largo de su mandíbula mientras susurraba: «Bueno, hasta entonces... Vamos a disfrutar el momento».
Edward finalmente le devolvió la sonrisa, la dulce sonrisa torcida que ella adoraba desde que la había visto hacía tantos años, y sus mejillas ardieron bajo su tierna mirada.
—El mejor —estuvo de acuerdo.
Y por ahora, o para siempre, eso era suficiente.
