Capítulo 3

Promesas aguadas

Nami no sabía mantener promesas, solo sabía cumplir tratos. Para ella los tratos eran sagrados, pero las promesas se podían romper. Ella era fiel creyente del diente por diente.

Se imaginaba que Luffy la iría a buscar tras la comida y se marcharía en cuanto no la viese allí. Comprender que las promesas eran de papel mojado también formaba parte del hecho de volverse adultos. Nami tenía experiencia en el tema de ayudar a los niños a madurar. Ya había convencido a varios de terminar con promesas inútiles de venganza y sueños de futuro alrededor de Arlong Park. Las promesas estaban sobrevaloradas.

Y, aún así, aquella noche, cuando terminó con el trabajo del día, su mente dio vueltas alrededor de la idea de un par de ojos oscuros llenos de ilusión. La risa de Luffy atormentó su sueño hasta bien entrada la madrugada y al día siguiente se levantó con la espalda más dolorida que de costumbre. Aunque el dolor no le impidió salir a cartografiar de nuevo. Sobre el mediodía, con el sol a cuestas, el cansancio de tres noches malas y una paliza mal curada, encontró una muralla enorme que la obligó a sentarse en el suelo y aguantar las ganas de llorar. Hasta entonces había calculado que en una semana habría dado por terminado el trabajo y ahora se encontraba con una maldita ciudad.

Odiaba las islas complicadas, Arlong se empeñaba en repasar las calles dibujadas a mano, así que Nami tenía claro que, en cuanto obtuviera el mapa, mandaría a la isla a un par de hombres pez para que comprobaran el dibujo.

Resentida consigo misma por haber creído que solo perdería un par de días con aquella tortura, regresó a su pequeño refugio para descansar un rato y preparar el material necesario con el que trazar las calles de la ciudad.

La barriga empezó con la vibración de los tambores cuando el sol de la tarde se coló entre las ramas de los árboles y rozó los numerosos bocetos que bailaban al viento, desperdigados entre las hojas verdes y las bellotas. Así que recogió todo con desgana y se deslizó por el tronco hacia el suelo. Primero necesitaba saber como entrar en la muralla y una vez allí podría devanarse la cabeza sobre el método de cartografía que usaría con las calles.

A pesar de que la dirección la tenía clara, aún con la barriga cantarina y el recuerdo de unos ojos negros entrecerrados bajo sonrisas, cambió el rumbo, en dirección al pueblo de los molinos. Por el camino se le ocurrió que quizás sería buena idea que preguntase allí sobre la puerta de entrada a la muralla, a lo mejor alguien era capaz de contarle algo más sobre la ciudad o lo que fuese que se ocultaba tras ella.

Cuando salió de la arboleda y vio las aspas de los molinos rasgando el horizonte, el estómago le burbujeó y el corazón se le aceleró, los nervios la matarían y lo peor de todo aquello era que le resultaba imposible disimular de cualquier manera el motivo. El pómulo le tironeo cuando se obligó a respirar hondo y seguir.

Luffy podía estar allí, en el pueblo. Si se lo cruzaba Nami sabía que sentiría algo y lo que más temía era reconocer el arrepentimiento entre la mezcla de emociones. Porque ella no podía arrepentirse, había elegido su camino, Nami no podía mirar atrás y los ojos negros del niño le hacían dudar. Algún día la duda del "quizás" la mataría y esperaba que no fuese aquel día.

En la pradera, junto al cabo en el que prometió esperar, el nudo de nervios se volvió maraña cuando vio la silueta de un sombrero de paja bordeada por la luz del sol. Luffy se encontraba sentado en el mismo lugar del que ella había huido el día anterior. En su regazo había una bolsita de tela bordeada por manchas de grasa, sin tocar.

El adolescente, en cuanto se percató del sonido de sus pasos, levantó la cabeza y entorno el cuello en su dirección. Una sonrisa llena de dientes e ilusión la recibió, a pesar de la traición, del intento de huida, a pesar de saber que no se había portado bien y que la promesa estaba incumplida.

Luffy sonrió y el ojo morado de Nami chilló de dolor cuando las lágrimas le empañaron la vista.

—¡¿Qué haces aquí?!

El grito salió estrangulado de su boca y Luffy le respondió con un rugido hambriento y una risa llena de diversión.

—Dijiste que aquí nos encontraríamos y pensé que me esperarías, pero me ha tocado esperarte. ¡Ahora mi barriga es tan habladora como la tuya, Nami! Compartimos hambre.

Unas terribles ganas de gritar invadieron a la chica que, tras días de frustración, dolor y cansancio, sintió al fin que había llegado al final de la paciencia. La explosión llegó de forma violenta. Nami se lanzó contra él chico con una fuerza arrolladora que lo hizo caer contra la hierba, con la estúpida comida aplastada entre ambos.

—¡Eres idiota! Yo no quería que me esperases. Me marché porque no quería volver a verte, Luffy. No somos amigos y no lo vamos a ser jamás porque yo nunca he querido ser tu amiga.

Las palabras iban acompañadas de golpes y zarandeos que el chico recibió sin oponer resistencia, como si fuese él el que mereciese la paliza en vez de ella.

De Nami, que era una traidora, una víbora. Nami, que vivía del sufrimiento ajeno y de robar. Nami, que prefería sentir dolor de huesos que llorar de rabia frente a Arlong. Nami, que no merecía amigos, que era horrible, una bruja. Nami, que mataba y hacía daño a todo aquel que la tocara.

Los zarandeos y los golpes ridículos con los que trataba de sacar la rabia al exterior se volvieron sollozos conforme continuaba. La barriga le ardía debido al hambre, la cabeza le zumbaba por el cansancio y el corazón le volvía a doler.

—¡No somos amigos! Te mentí. Soy una mala persona. ¡No quiero amigos!

El chico soltó un gruñido bajo el continuo zarandeo de puñetazos sin fuerza y agarres desesperados.

—¿Sabes? Mi abuelo siempre dice que el amor hace daño y tus golpes duelen muchísimo —dijo Luffy entre risas, con la mano en su hombro. Sus ojos negros se mantuvieron fijos en ella y Nami se apartó, muerta de vergüenza, con las mejillas mojadas y la nariz taponada—. Aunque tú seas un poco mentirosa tu risa no es capaz de decir mentiras, te gusta jugar conmigo, por eso quería compartir mi comida contigo.

Las lágrimas se fundieron con su garganta y al hablar, a Nami le dio la sensación de que lloraba palabras.

—Yo no te quiero. No te puedo querer. Porque yo no merezco tener amigos.

Luffy apartó la comida aplastada de su regazo y la puso entre ambos como si aquello se tratase de una ofrenda de paz en vez de un trapo lleno de manchas y migas de pan.

—Eres igual que yo. Apenas puedes ver por un ojo y no te has quejado ni una sola vez, pero ahora estás llorando porque sabes que estar solo es mucho más doloroso que ser herido. Así que sé que me estás mintiendo, en realidad sí somos amigos. Además, serás rara, pero hasta la persona más rara del mundo se merece tener amigos.

Las palabras del chico le empañaron los ojos, arrodillada junto a él, en el suelo.

—¿No te suena la barriga después de llorar? Yo estoy muerto de hambre.

Luffy volvió a agitar la comida frente a ella, con las mejillas chupadas y mirada suplicante. La barriga de Nami rugió y él no esperó para destapar un bocadillo de queso y jamón duro y revenido tras un día a la intemperie.

Un sollozo la hizo bajar la mirada, con la boca llena de saliva y las piernas flojas.

Tenía tanta hambre que le ardía la garganta y le dolían los costados. Se había obligado tantas veces a no pensar en la comida que verla durante el día le generaba dolor físico. El hambre se unió a las heridas, al cansancio y al miedo que le daba la idea de dejarse llevar por la palabra "amigo". Nami tuvo que tumbarse en el suelo, con el dulce calor del sol en la sien, bajo la atenta mirada de Luffy, ya con la boca llena de migas.

—Me gustaría ser como tú algún día —susurró Nami.

—¿Cómo? —La voz de Luffy se difuminó entre los mordiscos.

—Libre.

Luffy rió con fuerza mientras le acercaba un pedazo de bocadillo que Nami acepto, bajo la dulce y calma mirada de las nubes.

—Uno de mis sueños es ser la persona más libre del mundo.

Ella dio un bocado al pan y se deleitó con el sabor mientras levantaba las cejas para mirarlo.

—¿Y no te da miedo que al ser la persona más libre del mundo los demás vivan bajo tus pies?

Luffy se rascó la nuca en silencio y antes de hablar partió otro pedazo de bocadillo y se lo tendió a ella.

—Entonces, una vez que esté en la cima, liberaré a todo el mundo para que pueda hacer lo que quieran. —Ella asintió complacida—. ¿Tú qué quieres hacer, Nami?

—Yo quiero ser navegante y cartografiar el mundo entero.

Luffy sonrió y cuadró los hombros con solemnidad mientras observaba los destellos de luz en el cabello rojizo. Tragó un pedazo de pan antes de hablar.

—Entonces serás perfecta en mi tripulación.

Nami entornó la cabeza y entrecerró los ojos, interrogante, incapaz de hablar con la boca llena.

—La tripulación del Rey de los Piratas, por supuesto, porque yo, Monkey D. Luffy voy a ser el hombre más libre del mundo, el Rey de los Piratas.

Ella tragó con fuerza y el pan se le fue por el otro lado. La tos la dobló a la mitad y le quemó los pulmones. Si aquella era su venganza por haberlo hecho esperar sin comida ni agua durante un día, estaba bien elaborada. Nami jamás habría sospechado que la intentaría matar mientras devoraba un sándwich de queso.