Capítulo 9

Una cárcel para escarabajos

Cuando Bellemere la encontró, Nami no tenía nombre. Era una niña muy pequeña, raquítica, de a saber cuantos meses, huérfana, muerta de hambre y sin un nombre con el que referirse a ella. Su madre solía contar que se enamoró de su sonrisa en un mundo lleno de guerras, gritos y llantos y a ella le encantaba imaginar el encuentro entre pompas de jabón y magia. Con los años comprendió que aquella primera sonrisa había sido culpa de la sordera y no de la magia.

Nami ensordeció debido a las bombas y los gritos durante los primeros meses de su vida. Bellemere ahorraba todos los años entre trabajo y hambre para que el médico de la aldea le revisase los oídos. Los niños pequeños podrían tener graves secuelas y según el hombre, mayor y más borracho que sabio, Nami había perdido bastante audición debido a ellas. Le costaba escuchar el canto de las aves y nunca había conocido el sonido de las cigarras en verano.

A ella no le entristecía la pérdida de audición, no podía añorar lo que nunca había tenido. Pero Bellemere sufrió mucho cuando supo que nunca llegaría a escuchar las olas del mar y, en un intento por acercarla a ese basto mar de misterios, le puso el nombre que ahora llevaba a todas partes consigo. El primer regalo de su madre, el único al que se había aferrado con uñas y dientes para no perderlo cuando la esclavizaron.

Al final el mar se volvió su enemigo y su aliado. Una parte más de sí misma. El lugar al que acudía cuando era incapaz de entender sus propios sentimientos.

A él acudió el último día en la isla de Dawn y mientras Ace y Luffy, descalzos, peleaban entre agua y arena, ella se detuvo a admirar las olas que al día siguiente la alejarían de allí.

Se acercaba un temporal, concluyó una vez que las ensoñaciones la devolvieron a la realidad. Y con el temporal le sería más sencillo escapar sin que la siguieran. En el improbable caso de que Ace o Luffy consiguiesen un barco, les sería imposible salir a navegar con una marejada en ciernes.

—Nami, ¿alguna vez has conocido una sirena? —la pregunta de Luffy terminó de despertarla mientras volvía a bajar la cabeza al suelo y respiraba tranquila el olor salado del mar.

—No, —caviló unos segundos la frase que pendía de su lengua—, pero conozco un pez vaca.

Luffy abrió mucho los ojos y Ace resopló mientras le lanzaba un pedazo de alga a la cara. Ella gritó un momento antes de sentarse, con la lengua salada y arena en las cejas. La mirada llena de promesas de guerra.

—Aquí no puede haber peces vaca, Nami.

Ella resopló.

—O es que no los has visto.

Luffy se tumbó en la arena y rodó en su dirección, con los ojos bien abiertos, llenos de una ilusión que amenazaba con robarle el aliento.

—¿Has encontrado tesoros?

Ella entrecerró los ojos, se incorporó y sonrió con orgullo.

—Mejor aún, los he robado.

A Luffy le brillaron los ojos.

—Como los piratas.

Las palabras llegaron en forma de golpe y Nami se tambaleó al escucharlas. Aturdida por el ataque inesperado.

—Jamás. Yo nunca seré pirata, Luffy. Yo robo a esos desgraciados.

Los dos se miraron durante unos segundos, en silencio, hasta que Luffy se tiró sobre la arena para recoger un cangrejo del suelo con el que jugar.

—Entonces tendríamos que llevarnos mal, pero me caes bien.

—El secreto de los ladrones es caer bien a la gente hasta que le metes la mano en la cartera.

El chico se echó a reír.

—Solo tengo escarabajos y cangrejos en la cartera, Nami. Y no vas a caerme mal aunque los robases. Me has dado de comer tus lentejas. Somos amigos.

Entre resoplidos incrédulos, la chica se puso en pie y se acercó al mar silencioso que la observaba, el único testigo de sus planes traicioneros.

—Algún día os haré daño y no te quedará más remedio que odiarme. Se me da muy bien ser odiada por los demás. Es mi talento natural —habló con altivez, pero por dentro se retorció aquella voz que le hablaba de una vida sencilla junto a Luffy y Ace. En una isla llena de molinos en vez de hombres pez.

—Tu talento es hacer mapas y dibujar. El miedo no es un talento.

—¡Yo no tengo miedo!

—Tú…

Un grito los interrumpió y, mientras ambos giraban la cabeza en dirección al eterno pacificador de sus discusiones, una enorme ola los arrastró a los dos rodando a tierra.

Cuando el agua salada se retiró, Luffy respiraba entre toses en el suelo, con una estrella marina pegada a la frente.

—¡Ace! —La reprimenda nació de forma natural y Nami se sobresaltó al escucharse a sí misma de una forma tan cercana con otra persona que no fuese Nojiko.

—¿Si os ahogo me llevarán a la cárcel o me darán un trofeo por acabar con el aburrimiento?

Ella se acercó al chico con el pelo ondeando al viento y los puños cerrados.

—Para cuando llegue la marina vas a estar muerto —la amenaza nació llena de veneno y Ace se echó a reír mientras corría.

—¡No mates a mi hermano!

Mientras los tres luchaban entre arena y agua, con los rayos de sol en forma de garabatos en la piel, los insultos y las risas de música de fondo, Nami decidió olvidar la cuenta atrás, el olor a lluvia y las nubes de tormenta. Solo durante un ratito. un ratito más a su lado.


Cuando el sol cayó y la ropa mojada se volvió helada, los tres emprendieron la marcha de nuevo a casa. Ace con la voz ronca de tanto gritar, les iba contando, alegre, la forma de sobrevivir a un ataque de oso negro hambriento y ella hacía apuntes conforme el relato se alejaba cada vez más de la realidad.

El sol le había quemado la piel de las mejillas y se sentía los moratones verdosos un poco tirantes. El agua marina le había pegado el pelo a la cara y Luffy, agotado por tantos juegos con un elemento que ya de por si lo machacaba, disfrutaba de las vistas desde la espalda de su hermano.

Ace y ella estaban tan enzarzados en sus propias discusiones que la exclamación, alta y clara de Luffy los pilló de sorpresa.

Cuando los dos se giraron en su dirección, captaron el brillo anaranjado de un brillo enorme plantado en la mejilla del chico. Él la observaba con una ilusión tan brillante que podría haber ensombrecido el mundo. El corazón le vibró bajo el peso de aquella emoción.

—¡Nami, mira! Eres tú, has venido volando —la emoción asustó al insecto, que se alejó en dirección al nido de pelo negro y ensortijado que era el cabello de Luffy.

—¡Eso es un escarabajo, yo soy una persona!

El cuerpo de Ace tembló con la risa contenida guardada aún en el estómago.

—Araña con las patas igual que tú.

—Yo no…

—¿Portgas D. Ace? —La voz, grave y fuerte los sobresaltó a los tres, Nami no había escuchado el sonido de sus pasos, aunque aquello no le sorprendió, lo que más le inquietó fue el hecho de que Ace y Luffy no lo hubiesen escuchado antes, como la última vez que habían sido sorprendidos por pisadas en el bosque.

Los tres se giraron con cautela. Nami dio un paso atrás alertada, por los ojos de quien teme, de un peligro evidente.

La gaviota de la marina la hizo temblar mientras los dos hermanos contemplaban al hombre que los había alcanzado por la espalda sin inmutarse. Era un hombre alto, joven, de cabello negró y cejas afiladas al que ella no había visto nunca.

—¿Sí? —La pregunta de Ace salió sin cautela previa, sin medir lo que podría suceder después, porque ella estaba segura de que, si lo hubiese medido, jamás habría dado ese paso al frente.

Un destello desde el rabillo del ojo captó la atención de la chica, entre los arbustos distinguió una cara y una gorra de gaviota más. Alertada, Nami se giró en redondo y capturó la mirada de dos docenas de ojos tras los arbustos que los rodeaban.

La espalda de Ace se tensó cuando ella se acercó, sin pretenderlo, al costado de Ace y agarró del pantalón a Luffy, con los dedos contraídos por la tensión y el creciente miedo.

—Porgas D. Ace —repitió de nuevo el jefe de aquel corro de guardias, ya sin la pregunta implícita en el nombre— por el cargo de rebelión y de asesinato al rey quedas oficialmente detenido bajo las ordenes del gobierno de Goa desde este momento.

Nami solía sacar pecho con la rapidez que tenía para ofrecer respuestas a los problemas. Aquella vez, le costó dos segundos más entender el significado de las acusaciones. Sus ojos, tan abiertos que le resultaba doloroso, se entonaron con una lentitud pavorosa hacía Ace que ni siquiera había movido un solo músculo frente a las palabras.

—Te sugiero que te entregues sin armar ningún escándalo —advirtió cuando vio a Luffy incorporarse de golpe, aún sujeto a los hombros de su hermano.

—Tiene que haber habido un error, él no… —Se apresuró a decir la chica, aún con la sorpresa a medio digerir en la boca del estómago.

—Procedan.

La orden sacó de su escondite a una docena de hombres de la marina que salieron con las armas ya apuntadas en dirección a los tres, cargadas y a punto.

Ace bajó de la espalda a su hermano con prudencia mientras las armas seguían el movimiento con prudencia. Luffy levantó el puño, desafiante y la promesa de muerte se dirigió a su frente.

—Luffy, basta —la orden del adolescente llegó fría, sin miedo, con una autoridad que producía sarpullidos—. Nami está aquí, tienes que protegerla a ella, no a mi. Yo no he hecho nada, soy inocente. No me va a pasar nada.

Luffy se giró en dirección a un ruido que ella no terminó de captar del todo. Unas esposas colgaban de la mano del guardia.

—Díselo a Dadán. Llamad al abuelo.

La instrucción paralizó a Luffy que miró a Nami y a Ace de forma respectiva con una indecisión palpable. Ella deseó que se moviese y a la vez, temió el momento en el que un paso en falsa detonase los cañones.

―Ace, no…

Un puñetazo tumbó a Luffy al suelo y un fuerte golpe derribó a Nami. El aliento de Luffy, desacompasado por el miedo le revolvió el flequillo y a ella, a pesar de sus intentos por ser fuerte, se le empaparon las mejillas de lágrimas impotentes.

―¡Soltadlo! ¡Es inocente! ¡Quitadle las manos de encima a mi hermano! ¡Ace es inocente! ―Los gritos del chico se le metieron a Nami en la cabeza y dieron tumbos entre recuerdos de hombres pez y sangre.

Una bota recubierta de hierro se clavó en el suelo junto entre la cabeza de Luffy y ella. Nami tembló y su pecho vibró entre sollozos aterrorizados.

―Anda, bonito, cierra la puta boca si no quieres que le reviente la cabeza a tu amiga.

La realidad se volvió cada vez más imprecisa, rodeada de las vibraciones de su pecho y los jadeos sin aliento. Los pies a su alrededor se movían de un lado a otro. Un zumbido punzante la ensordeció por completo y el mundo giró y giró dejándola allí tumbada, sobre el suelo frío, con las piedras punzantes clavadas en la mejilla.

El frío de la bota te pellizcaba la piel.

Sentía las manos pegajosas por la sangre. Los ojos muertos de su madre le devolvían la mirada desde el reflejo del metal.

Cerró los ojos y aguantó la respiración.

—Nami.

Apenas fue un susurro, pero la calidez del aliento en la frente la sobresaltó.

No se atrevió a abrir los ojos hasta que una mano le rozó la mejilla llena de lágrimas congeladas.

—Nami tenemos que…

La familiaridad de Luffy, de los pantalones vaqueros que tanto asociaba ya a él, de aquellos dedos suaves, de una voz que ya sentía suya, la arrebató de aquel mar oscuro en el que se había sumergido y el ascenso fue tan rápido, que, en vez de respirar, sollozó. Y una vez que empezó a llorar ya no pudo parar.


Siento la tardanza pero entre el trabajo, el TFM, las navidades y todo se me ha hecho más cuesta arriba que la cuesta de enero.
El caso es que empezamos con la esperada trama jejejeje.
¿Te lo esperabas?

(Por cierto, voy a estar editando mañana pequeños detalles, no os alarméis)