Capítulo 11
Secretos atormentados
Aquella noche, entre rayos, truenos, amenazas y miedo, cuando Nami y Luffy se fueron a dormir se encontraron con una casa en silencio y una presencia que se retorcía entre las sombras y nunca tomaba forma. Las paredes y las cosas tiradas aquí y allá hablaban de Ace de una forma abrumadora. Su ausencia gritaba en silencio.
Cuando Nami se tumbó a oscuras sobre el colchón y fijó la mirada en el techo, a pesar de que el sueño le enturbiaba las ideas, se dio cuenta de que le resultaría imposible dormir aquella noche. Intentó encapsular el pensamiento, encerrarlo en el recuerdo concreto de los tipos de escarabajos que había conocido hasta el momento, en las formas de meter la mano en un bolsillo y retorcer los dedos para sacar una cartera sin que se dieran cuenta, en el escalofrío que sentía en la espalda cuando la presión empezaba a bajar en el ambiente y le hablaba de tormentas.
Tras un rato formando en la cabeza la imagen de los nudos náuticos que conocía, el toque de los dedos de Luffy en el brazo la sorprendió. Al entornar la mirada en su dirección vio un susurro apagado en la forma en la que se movía la boca del muchacho.
—¿Qué? —preguntó Nami en voz alta. Hizo un gesto sobre su oído para que él lo entendiera— ¿Puedes hablar más alto? No escucho los susurros a menos que me los digas a la oreja.
Luffy pareció calibrar su respuesta durante unos segundos antes de incorporarse, se arrastró por el colchón hasta tomar sitio a su lado. Acercó sin sombra de duda o vergüenza la boca a ella y su aliento le calentó la nuca, como si fuese un niño con un secreto.
Nami ni siquiera se removió, sorprendida por lo mucho que le tranquilizaba la cercanía del muchacho, cuando ella nunca había sido amiga del toqueteo innecesario.
—¿Piensas que Ace se sentirá solo encerrado? —A ella le hormigueó el pecho, enternecida por una pregunta tan inocente y a la vez tan cercana a aquellas que no deseaba responder sobre si misma.
Le dio un par de vueltas al pensamiento antes de contestar. Luffy se estiró emocionado mientras le acercaba la oreja y Nami aguantó la sonrisa que pujaba por formarse en su boca, se giró y habló con los labios a un par de centímetros del lóbulo de su amigo. Nojiko y ella también habían jugado de pequeñas a contar secretos sin que su madre las descubriese, un juego peligroso teniendo en cuenta lo alto que tenía que susurrar su hermana para que ella la escuchase.
—Probablemente, pero también pensará en tí, en el día de hoy, en lo bien que nos lo hemos pasado tirando algas y en el arroz con carne que comerá en cuanto salga. Cuando estás encerrado hay más espacio para los pensamientos. Para los buenos y para los malos, ¿sabes?
Ella volvió a su posición y Luffy escaló con rapidez a su oreja para ocupar el puesto que había dejado libre. Por el rabillo del ojo lo vio con las cejas apretadas, con el pensamiento retenido entre ellas.
—¿Has estado en la cárcel alguna vez, Nami?
La idea le dio un vuelco al estómago, pero negó con rapidez y volvió a retorcerse en busca de la oreja de su amigo.
—No y espero no estarlo nunca. Pero si que me han castigado, cuando no hago lo que debo. A veces es mejor así. Si no, olvido porque tengo que hacerlo. Cuando estoy sola y no puedo hacer nada, vuelvo a centrarme. Últimamente pienso que vendría bien que me castigaran de nuevo. Creo que empiezo a olvidar lo que de verdad tengo que hacer.
Vio a Luffy revolverse, con las ganas de replicar escritas en el perfil de su rostro, así que se adelantó a él antes de que alzase la voz más de la cuenta en mitad de la noche.
—¿A ti no te castigan?
Él negó con tanta rapidez, que el pelo le hizo cosquillas a Nami en la nariz mientras se giraba para permitirle hablar.
—Nunca. Cuando se enfada mi abuelo solo me lleva a entrenar.
Ella arrugó la nariz, interrogante y Luffy continuó con la explicación.
—Ya sabes, me lleva al bosque y me suelta con los animales, o me lanza desde acantilados o…
Ella se entornó para mirarlo y sus ojos, a tan pocos centímetros, chispearon con la incredulidad escrita en ellos.
—¡Eso son castigos, Luffy!
El silencio se rompió durante unos segundos antes de que él se llevase una mano a la boca y le indicase con un dedo que volviese a girar la cabeza para que pudiese hablarle al oído.
Nami se entornó a un paso del enfado y la indignación escrita en el movimiento.
—A mí y a Ace nos sirve para hacernos más fuertes. A ti seguramente no te lo haría sin que estuvieses con nosotros. O incluso te entrenaría con otro tipo de actividades. Apuesto a que te haría recitar de memoria la forma de la isla o algo así. Sus entrenamientos siempre sirven, aunque luego los acabes odiando.
Antes de que continuase con la frase, Nami le giró la cara con las manos y le puso la boca en la oreja con más ganas de quitársela de un bocado que de continuar susurrando. Que Luffy no fuese capaz de relacionar la violencia implícita en su entrenamiento con el de su castigo, la desquiciaba.
—Dejarte solo en el bosque solo sirve como intento de homicidio, Luffy. Nuestros castigos son iguales.
Él, incapaz de mover la cabeza con la fuerza que estaba ejerciendo Nami para mantenerlo en el sitio, habló al frente con la mirada clavada en su amiga.
—Al menos mi entrenamiento sirve para hacerme más fuerte. ¿Dejarte encerrada para que vale?
Ella le soltó las mejillas como si escociesen y volvió a girar la cabeza al techo, dolida por la pregunta.
—Ya te lo he dicho, me ayuda a pensar.
—Eso no te hace más fuerte.
—Que tú no uses la cabeza para pensar no significa que a la gente no le sirva.
El silencio les rodeó un rato, cargado de oscuridad y apatía, hasta que Luffy volvió a entornar la cabeza para susurrarle a la oreja unas palabras en las que el secreto estaba implícito.
—Te pegan, Nami. ¿Eso para qué sirve?
Ella apretó los puños, a una palabra de la réplica, con el corazón en la garganta y el secreto a voces que guardaba derramado entre los dos. Pero se detuvo cuando el recuerdo de las cadenas y los dientes flojos anidó de nuevo en su memoría.
¿Cómo se atrevía siquiera a defenderlo? Lo que le hacía. Lo que hacía a los demás. ¿De verdad podía entender todo el sufrimiento que causaba? ¿Las palizas que le daba? ¿Estaba dispuesta a defender eso por orgullo? Si defendía aquello que le hacía a ella, acaso estaba aceptando que estaba bien que hiciese todo lo que hacía para defender sus propósitos. Y el asesinato de su madre iba implícito en la idea.
El aire se volvió rancio en sus pulmones y el arroz con carne amenazó con salir. Las náuseas se acrecentaron cuando apretó el estómago para impedir que saliese y las costillas le hablaron de una paliza reciente.
La chica se incorporó con las manos en la barriga, la cara verde y la respiración alterada. El pánico la arañó por dentro. No podía defenderlo. No debía justificarlo. Si continuaba así cada día estaría más cerca de convertirse en él.
—Nami, ¿qué pasa? ¿Tienes miedo? ¿Hambre?
La urgencia y la preocupación en la voz de Luffy la devolvió un poco a sus sentidos. Que hubiese enmudecido cuando detuvieron a Ace era una cosa, pero no podía permitir que se siguiesen produciendo episodios de pánico como aquel, el miedo no podía arrebatarle la cabeza y no lo haría.
Contó hasta veinte mientras respiraba al ritmo de los números que danzaban en su pensamiento.
Mientras se miraba más piernas cogió aire, aun con la sensación de que las costillas doloridas le abrazaban los pulmones y se obligó a tumbarse de nuevo. Luffy le acarició los dedos y ella aprovechó el roce para sujetar su mano con fuerza y anclarse a tierra, al presente, al ahora con él, en la oscuridad. En el silencio que había dejado Ace y en el que se tenía que concentrar para salvarlo. El pensamiento de los castigos, de hombres peces y de todo aquello que amenazaba con caer y aplastarla tenía que ponerlos a un lado. Olvidarlos.
—Que… —empezó el chico en voz alta.
Ella giró la cabeza y volvió a susurrarle al oído, con el corazón aún histérico en el pecho y el vello de la nuca erizado.
—¿Parezco un monstruo? —inquirió a aquel oído de palabras infantiles y preguntas insidiosas.
Apretó la mano del chico cuando devolvió la mirada al techo, en espera de su respuesta. Luffy tardó un par de segundos en volver a reaccionar.
—No, eres mi amiga, Nami.
Ella sacudió la cabeza y enfrentó su mirada con fiereza.
—Los amigos también pueden ser monstruos. ¿Soy un monstruo?
El adolescente arrugó tanto el entrecejo que la oscuridad se arremolinó en su mirada.
—No, claro que no.
Ella tomó aire y cerró los ojos.
—Me da la sensación de que cada día estoy más cerca de serlo. De que algún día me convertiré en él.
Luffy se removió incómodo a su lado, tras los párpados que ella mantenía apretados. Nami le apretó la mano para retenerlo allí y evitar que una racha de miedo lo apartase de ella.
—¿Él? ¿El que te pega o el que te encierra?
Ella soltó una risilla llena de tensión contenida y de humor amargo. Abrió los ojos y retuvo la mentira en la punta de la lengua. Porque en aquella oscuridad, encerrados en una isla de molinos, tras una tormenta y la amenaza de perder un amigo a manos del gobierno, era incapaz de decir mentiras.
Ya había tirado sus principios por la borda al decidir quedarse y teniendo en cuenta que Luffy jamás sería capaz de salir de la isla y seguirla, atormentado por la mala orientación, Nami sintió que se le soltaba la lengua antes de hablar.
—No hay dos personas, Luffy. Solo es él el que hace el trabajo sucio. Él y a veces su grupo.
Esta vez su amigo se acercó tanto a su oreja que casi sintió que se la mordía.
—¿Quién?
El peso de la verdad la sepultaba y pesaba tanto que algún día acabaría asfixiada bajo él, pero no podía hablar.
—¿Quién?
Los labios le temblaron, con la "A" dibujada entre ellos, la "R" atascada entre los dientes.
—¿Quién?
Nami le apretó la mano y respiró.
—Arlong. Se llama Arlong.
Lo dijo en una voz tan queda y tan diminuta que apenas fue capaz de escucharse a sí misma, pero los dedos de Luffy se retorcieron aliviados.
—Está bien.
La respuesta le sorprendió y la expresión del chico la dejó confundida. La calma y la determinación se dibujaban en sus pómulos, y le afilaban la cicatriz redondeada.
—¿Está bien?
Él asintió y Nami se dio cuenta de que la verdad le había quitado tal peso de encima que solo le había quedado hueco para el sueño mientras los párpados le empezaban a pesar.
—Le voy a dar una paliza para que no vuelva ni siquiera a decir tu nombre.
Ella sonrió entre la neblina del sueño bajo una sentencia tan ridícula.
—No podrás ni encontrarlo.
Un bostezo desdibujó la "o".
—No me hace falta, tengo una navegante para que me llevé.
Ella negó mientras volvía a girarse hacia el techo, en busca de una posición cómoda para conciliar el sueño.
—Nunca te conduciría a la muerte, Luffy.
—No quiero que lo hagas. Los navegantes guían al capitán allí donde quieren llegar. Así que morir es cosa mía y no voy a morir hasta que me convierta en el rey de los piratas.
—Nunca te guiaría a la muerte.
Él le apretó la mano y su risa hizo eco en las esquinas del sueño.
—¿No ves, Nami? No eres un monstruo. Solo eres un gusarajo de escarabajo naranja.
—Gusano.
Entre risas y de la mano, Luffy la guió al mundo de los sueños. Sin pesadillas que la atormentaran, solo arena, agua, reyes y piratas.
Hoy esta prontito porque tenía la idea ya medio hecha del capítulo y no tengo tanto agobio, espeor qeu os mole.
Me han dicho que es un pelín raro, pero yo lo veo como promedio en el fanfom de Harry Potter, por ejemplo. Es verdad que soy un poco intensa y que a veces me meto unas movidas que flipas, pero no sé escribir de otra forma :(
Bueno, espero que os guste, besitos 3
