Capítulo 12
Como el perro y el gato
En Goa el cuartel de la marina se encontraba en la Calle de los Canes, en la esquina con la avenida principal que conducía al palacio. Por la noche solía haber mucho ajetreo con los borrachos y maleantes detenidos el día anterior que pasaban la noche en los calabozos entre vómitos y quejas. Por la mañana, si tenían suerte, se los llevaba la familia, sino, esperaban entre mareos y dolores de cabeza las doce del medio día para salir a la calle con multa en mano y la promesa de pago en veinticuatro horas.
Los terroristas tenían un trato especial, por supuesto. El asesino de un rey debía ser llevado a Impel Down, si es que la administración conseguía contactar con la prisión, esas cosas solían tener un horario.
A las nueve no, porque era hora del desayuno de los funcionarios. A las diez empezaba el papeleo, salvo los lunes, que era hora de entrenamiento. Entre las once y las doce, si hacía buen tiempo y los Den Den Mushi funcionaban de forma correcta era el momento de las llamadas, aunque sí tenían en cuenta el cambio de horario internacional, pillaba demasiado temprano para Impel Down y para entonces era la hora de los cafés en la prisión.
Cómo detuvieron a Ace un domingo y era lunes y habían llegado reclutas nuevos, los horarios se vieron interrumpidos. No todos los días se mataba a un rey y esas cosas de los interrogatorios y torturas llevaban tiempos especiales.
Además, los reclutas resultaron ser unos incompetentes.
Se les enseñó las instalaciones previas al cuartillo de limpieza hasta que tuvieron el cubo y la fregona entre manos y ahí acabaron las presentaciones hasta que terminase la hora del café y estuviese todo como los chorros del oro.
El chico derramó el agua sucia en apenas cinco minutos y la niña solicitó ir al baño en diez. Así iba el país, pensó el marine con el puesto de conserje mientras los mandaba a los dos a las letrinas de los presos para evitar que gastasen el papel del baño de marines. Si los iban a echar pronto no tenían necesidad de privilegios.
En las escaleras los dos nuevos reclutas se devolvieron la mirada mientras bajaban.
—Ese ha dicho que no hay papel en el baño de los calabozos, Nami. Si quieres le preguntó por el baño de arriba.
La chica soltó un suspiro mientras agarraba la mano a su compañero y lo metía en el primer cuartillo que encontró. Uno lleno de camas deshechas y olor a cigarro.
—No vamos a hacer pis, Luffy. Va a ser mejor que te quedes callado y me sigas, ¿vale? Yo hago las cosas de pensar y tú miras. Si te preguntan algo dices que sí a todo y si hay pelea te dejo meter un puñetazo.
Él puso mala cara mientras resoplaba.
—Yo quiero pegar más de uno.
Ella se encogió de hombros.
—Pues dos. Ahora calla y sígueme.
Antes de salir Luffy torció la boca, con las palabras ensortijadas entre los dientes.
—Si es pequeño no vamos a caber los dos en el baño.
Ella le pisó el pie ya en el pasillo, en busca de miradas indiscretas en los alrededores.
—Shhhh.
En cuanto llegaron al piso bajo, rodeado de barrotes, las miradas se giraron hacia ellos de manera suplicante y Nami recordó que llevaban puestos los uniformes. A medida que avanzaron, en un intento por encontrar alguna cara conocida, las manos salieron entre las rejas, en forma de súplicas de borrachos y mendigos. A pesar de la cantidad de rejas, tras ninguna encontraron la cara familiar de Ace. En los calabozos nada encontrarían de criminales buscados, era evidente.
—Sacadme de aquí, os prometo que pagaré, solo dejadme llegar a casa, mi familia me espera —suplicó un hombre de ojos pequeños y costras de suciedad en la piel.
Nami se estremeció y Luffy le apretó la mano vacilante.
La primera frase suplicante dejó paso a una decena de peticiones descarriadas y voces roncas.
La puerta del baño cada vez parecía más lejana mientras el pobre y viejo marine que vigilaba las celdas pedía silencio a gritos.
—¡Más pagar y menos quejarse!
Nami bajó la mirada y llegó casi corriendo a la puerta del diminuto baño en el que empujó a Luffy a la fuerza. Ignorando las quejas y lamentos.
El chico se acuclilló sobre la tapa del váter sucio y a un papel de reventar con la boca torcida y el ceño arrugado.
—No me gusta este sitio.
—Ya, a mí tampoco, ¿has visto a Ace?
Luffy negó con fuerza.
—Yo tampoco lo he visto. Hay que preguntar a los presos o a los marines. Será mejor que distraigamos al viejo ahora, mientras toman café los demás. Así puedo revisar el registro de entrada de los detenidos.
Su amigo entornó la cabeza, interrogante.
—¿Empiezan los puñetazos?
Nami volvió a suspirar.
—Vamos a atascar el inodoro, anda.
Nami miró su alrededor en busca de material y decidió, con la vista fija en la suciedad y el espacio tan reducido de la tubería que con los calcetines y una gorra sería suficiente.
Luffy le ayudó a quitarse los zapatos y a la de tres lanzaron los dos las cosas sobre el agua mugrienta y sucia.
No hizo falta mucho más. Al tirar de la cadena el agua turbia se arremolinó de forma siniestra en busca de salida y Nami tuvo que apartar al chico del desastre antes de que se ensuciase las chanclas.
Cuando sacó del asqueroso baño a Luffy, lo hizo entre gritos de auxilio.
—¡Las tuberías no tragan! ¡Está rebosando! —gritó Nami mientras corría en busca del hombre mayor que descansaba tras la recepción a las celdas.
El tipo salió corriendo en dirección al baño entre maldiciones y escupitajos, acostumbrado, al parecer, a ese tipo de espectáculos. Nami dejó a Luffy discutiendo con el hombre mientras ella se inclinaba con disimulo tras la mesa en busca de los papeles necesarios. Desde las celdas la mayoría giró la cabeza, pendientes de la escena.
A pesar de la organización que ella habría creído necesaria para aquel lugar, una libreta roñosa con manchas de alcohol y café, le ofreció un montón de nombre con horas y números. Le llevó cierto tiempo reconocer las letras, pero en cuanto lo hizo, el nombre de Ace, corto y conciso, junto a la inscripción del cargo como: magnicidio, le ofreció un respiró pequeño.
"Traslado confidencial. Pendiente de Central" la firma de dos hombres daban fe del traslado "Irvin" y "Toga".
La frustración por la poquísima información que le ofrecían la letra desastrosa del terrible registro la hizo soltar un gemido. Iban a tener que…
—Yo a ti te conozco, niña.
Nami se giró en redondo a la voz que había interrumpido sus pensamientos. Uno de los presos, un hombre de mediana edad, con ropa desaliñada, pelo ralo y con el labio partido la observaba desde detrás de los barrotes con una sonrisa llena de huecos y desfigurada. La espalda de la chica se tensó, incapaz de poner nombre a aquella cara, pero con la certeza de que lo había visto en otra ocasión.
Con suerte la reconocería de aquellos días haciendo mapas por la isla.
La forma de un tatuaje que se enroscaba bajo su camisa le habló de otro tipo de suerte.
—Dejaste sin un berry a mi tripulación hace unos meses y después tus compañeros mataron a mi capitán y a mi banda. Tú eres la secuaz de Arlong. La gata ladrona.
El ruido de fondo, los gritos salvajes, las maldiciones del viejo y la risa de Luffy se apagaron para ella y el mundo se volvió silencio.
—No, se confunde.
Dio media vuelta para evitar la confrontación y en busca de la salida más cercana. Los nervios le quemaban, la sangre burbujeaba.
—Eres tú, sí que eres tú. Me juré que te mataría, esas promesas siempre tienen rostro, ¿sabes, zorra? He imaginado tantas formas de estrangularte que me decepcionaría si no murieses como en mis sueños.
Ella volvió a negar mientras retrocedía poco a poco hacia las escaleras. Luffy, al fondo, ni siquiera había levantado la mirada del charco, mientras saltaba divertido por los gritos del guardia.
—No sé con quién me ha confundido, pero no soy esa. Así que déjeme en paz.
—¡Nami, mira! Flota tu gorra —gritó Luffy desde el otro lado del pasillo de rejas.
El preso que la mirada hambriento de muerte desde detrás de la celda, enseñó la dentadura mellada al escuchar su nombre. A la chica se le enfrió la cabeza igual que las ideas, el miedo, que tan bien conocía y de forma tan fiel la acompañaba, la abrazó, ya con las manos sobre el dintel de salida.
—Nos llama el supervisor desde arriba, Luffy, tenemos que irnos —la excusa salió parcheada e inestable, pero su amigo no lo escuchó mientras jugaba dando vueltas sobre la tela que navegaba entre las celdas.
—Pero mira esto, es…
—¡Luffy! —El grito fue tan severo que la mitad de los presos la observaron, el miedo le dio valor para mantenerse en su sitio, con los dedos congelados y la sangre en los pies, a un paso de salir corriendo.
Ya habría huido de no ser por Luffy, que esta vez sí, la observó sin rastro de diversión, alarmado por el tono y la urgencia.
—Nos vamos.
Apenas tuvo tiempo de explicarse cuando el hombre que la aterrorizaba tras las rejas se puso a gritar.
—¡Se os ha colado un puto gato en las celdas!
Luffy lo observó, con la confusión marcada en el rostro y la mirada de Nami clavada en la frente.
—¡Corre!
El guardia ni siquiera tuvo tiempo para pensar en lo que estaba sucediendo. Luffy saltó sobre el charco, aplastando la tela mojada de la gorra de Nami y la alcanzó en dos zancadas.
—¡Se escapa! ¡La gata ladrona huye!
Los gritos la persiguieron mientras subía de dos en dos los escalones. Al llegar a la planta no se detuvo, agarró a Luffy de la muñeca y lo condujo directo a las escaleras. Tras ello, la voz grave y profunda del guardia los persiguió.
—Creo que nos siguen —gritó Luffy, mientras tomaba la delantera de la carrera, tirando de Nami hacia arriba— ¡Hay que salir ya!
—¿Y Ace, Luffy? Tenemos que ir a por él —la desesperación le recorrió los huesos mientras los marines que entraban por la puerta principal tras el desayuno observaban la escena paralizados por la sorpresa.
—¡Él me dijo que te protegiese! Se enfadará si nos pillan.
Ella negó, con las costillas doloridas y los pulmones a medio gas tras una carrera tan repentina.
—Lo van a enviar a prisión, Luffy, si lo llevan a Impel Down no habrá forma de salvarlo. ¡Tenemos que sacarlo ahora! ¡Tiene que estar en este edificio!
—¡La gata ladrona se ha colado en el cuartel! ¡Detenedla!
El muchacho miró por encima de su hombro y la observó con la concentración dibujada en el rostro, antes de observar el ventanal que alumbraba las escaleras.
—Hay que salir de aquí.
Ella jadeó, sin aliento mientras Luffy la empujaba a la ventana.
—¡Ace…!
El chico envolvió uno de sus brazos como si fuese un chicle en torno a su cintura y sacó la lengua a los marines que subían las escaleras a zancadas, tras ellos.
—¡Volveremos a por mi hermano! ¡Y entonces sí habrá puñetazos!
Nami abrió la boca para gritar algo, pero el poco aliento que habría recuperado, Luffy se lo robó cogiendo carrerilla en dirección al cristal. El mundo estalló a su alrededor en pedazos brillantes y ella se refugió tras el brazo levantado de Luffy para protegerse de las esquirlas. El sol los deslumbró mientras ella chillaba y Nami gritaba.
El saltó pareció durar una eternidad, con la risa de Luffy de música de fondo, el sol a la espalda y el suelo a metros de distancia.
Rodeada de incredulidad la mente le dio un golpe de realidad. Mareada ante la idea de que todo había salido mal por su culpa. Llevaba ya un tiempo preguntándose cuanto tardaría en arrastrar a su miseria a Luffy. Ahora que se estaba esforzando por salir del pozo la vida la apuñalaba ¿Es que nunca se apiadaría de ella?
He rehecho el capitulo 3 veces, no estaba muy convencida de él, pero bueno. Y entre eso y que en el despacho últimamente solo hay casos complicados, me cuesta un poco escribir. Tengo claro lo que tiene que pasar pero no el cómo tiene que pasar.
Lo peor es que ayer me reventó la batería de mi portátil ):, pero bueno, menos mal que esto lo tengo salvado en Drive 3
