Capítulo 14

¡Cuidado con el perro!

Había muchas cosas que Nami no sabía sobre sí misma. No conocía sus orígenes, podía haber sido la hija de una emperatriz o de un traidor al gobierno, pero ella solo sabía que su madre la adoptó como una huérfana de guerra. No sabía porque era capaz de predecir el tiempo, pero en cuanto se le erizaba el vello de los brazos o le picaba la nariz, tenía claro cuando bajaba o subía la presión atmosférica. No tenía memoria de la primera vez que quiso algo y se lo escondió en el bolsillo, pero recordaba con detalle la primera vez que robó a un pirata.

Era un hombre de espalda ancha y barba azul que había matado a dos niños para conseguir la fortuna de sus padres. A Nami el asesinato y la piratería le parecieron motivos suficientes para entrar en su barco una noche de primavera.

A pesar del miedo y la sangre, la tripulación no había conseguido amasar mucha fortuna, pero era suficiente para que a ella se le calentasen los bolsillos y a él se le enfriasen las ideas.

Recordaba aquella noche con el corazón en la boca y los nervios a un paso de asfixiarla. Se había quitado los zapatos para entrar y había dejado cualquier cosa metálica en el puerto para evitar el ruido innecesario.

En todo momento creyó que la pillarían, que algo saldría mal y la degollarían como a los niños pequeños que habían usado de cebo, sin embargo, salió todo sin problemas. Para cuando se marchó del barco y dejó la pequeña fortuna de los pobres padres en su casa, los cristales aún vibraban de forma ligera por el sonido de los ronquidos.

Lo celebró toda la noche acariciando las monedas de oro y las joyas de cristales malos que quedaron para ella.

Al día siguiente los cuerpos de los padres de los niños colgaban del mástil del navío, los dos torturados, sin vida, con las manos de la mujer aún retorcidos en busca de una oración vacía y un collar de perlas al cuello.

Nami nunca volvió a acariciar una moneda con devoción ni a dar un golpe sin dejar huellas de su presencia, así fue como la gata ladrona se hizo un nombre. Un nombre contra el que dirigir la rabia, un nombre que la inculpara.

Así que, una vez que entró en el palacio en busca de Ace, a la chica le resultó antinatural dirigirse al pasillo sin dejar una huella atrás, un sonido extraño, el rastro de alguna prenda de ropa o un mechón de cabello que hablase de su presencia esa noche en el lugar.

En el pasillo el ruido era suficiente como para despertar sospechas, así que Nami fue allí con la certeza de que encontraría algo, a las buenas o a las malas. Por suerte, el edificio era antiguo y de personas con dinero suficiente como para tener una colección de muebles ridículos en cada esquina, así que no le resultó muy complicado pasar desapercibida mientras avanzaba, pendiente hasta de su sombra.

No tardó mucho en llegar al rellano de las escaleras principales, lleno de marines y guardias reales que hablaban con los brazos cruzados, el sueño y la alerta escritas en el rostro.

A pesar de que antes no había estado segura sobre si Ace estaría o no allí, el jaleo le dejó claro que sus sospechas eran reales.

Con la rapidez propia de años de práctica, abrió el cerrojo de una habitación contigua con las ganzúas y se escabulló en la oscuridad. En la habitación había una decena de alfombras enrolladas y cuadros mal apilados. La que habían puesto centrada, junto a la ventana, se encontraba quemada por los bordes. Al acercarse, una miríada de trocitos de piedra se le clavaron en las sandalias mientras abría la ventana y se encaramaba a la fachada.

Abajo, el corrillo de marines hablaba y discutía en la oscuridad.

Nami tomó aire dos veces y se apoyó sobre el alféizar, con la atención puesta en la luz que se derramaba desde una habitación a dos ventanas de distancia. La lluvia y el polvo amenazaban con dejarla resbalar hasta el suelo. Un mal agarre y acabaría a tres pisos de distancia, próxima al cementerio.

Tenía que ir con cuidado. Paso a paso.

Un pie en la hoja de yeso. La mano sobre el alfeizar. Un paso adelante. Media vuelta. Pie sobre…

El murmullo a sus pies se incrementó hasta un nivel alarmante. Porque si ella era capaz de oírlo de manera tan nítida, significaba que estaban gritando. Un temblor la hizo recular y por un momento sintió el corazón en la garganta al perder apoyo bajo uno de los pies.

Con el estómago invertido, se atrevió a dirigir la mirada abajo, segura de que alguien la estaría apuntando ya con un rifle.

El sombrero de paja que encontró haciendo frente al batallón la dejó un momento inmóvil, a merced del frío y la tormenta.

La lluvia la empapaba y a pesar de todo, sintió que el calor que había perdido mientras corría por el bosque la abrazaba de nuevo. A pesar de la baja audición y la distancia que los separaba, a Nami le llegó el sonido de sus gritos antes de lanzarse a la pelea. Y a pesar de todo, de los arrepentimientos, de la huida, de una despedida ácida y de que probablemente aquella sería la última vez que se lo cruzase en la vida, todo mereció la pena cuando lo vio allí luchando por Ace y por ella, por darle la oportunidad de ofrecer pelea.

Con decisión, dio un paso adelante y continuó avanzando por la fachada. El rifirrafe de Luffy le serviría de distracción mientras sacaba a Ace de allí.

Cuando llegó a la ventana iluminada, a falta de oído, se agachó para contemplar el interior.

Una vaharada de calor le enrojeció las mejillas y para su buena suerte comprobó que la ventana no estaba cerrada del todo porque alguien la había abierto antes. En el interior descubrió sin mucho esfuerzo la figura de Ace, atado a una columna de mármol de la vieja estructura. Tenía el cuerpo lleno de heridas y la sangre goteaba de forma constante de la nariz.

El alivio se mezcló con el miedo cuando una figura de uniforme blanco en la que no se había fijado antes salió desde una esquina para propinarle un puñetazo al adolescente que lanzó diminutas gotas de sangre sobre el suelo.

Nami se balanceó de forma peligrosa cuando el brazo de un hombre la sorprendió a apenas unos centímetros del cristal. Escuchó los gritos de abajo más agudos cuando se movió para evitar el vacío.

El hombre que se acaba de acercar a la ventana sacó la cabeza fuera y observó la trifulca que estaba armando Luffy abajo. A Nami la rodeó el empalagoso aroma de una colonia cara, excesiva para un marine, más propia de nobles acaudalados y con dinero.

La chica se apretó tanto contra la fachada que le dio la sensación de que terminaría por fundirse con la pared. El corazón le latía tan fuerte en el pecho que Nami estaba convencida de que el hombre sentiría sus vibraciones. Las hebras de cabello que precedieron al indigesto olor le dieron la sensación de que se apropiaban de la luz anaranjada del interior de la vivienda.

—Es un imbécil armando ruido, no se preocupe, capitán, continúe con el interrogatorio —dijo el hombre mientras daba media vuelta, en dirección al interior de la habitación.

El calor se escapó a raudales de la ventana mientras el hombre entraba y surcó la piel de Nami en forma de manta.

En cuanto se dio la vuelta, ella volvió a asomar la cabeza y los ojos de Ace, hinchados y doloridos, que admiraban la ventana en busca de los gritos confusos de su hermano, chocaron con ella. Por un momento el horror se fundió con el dolor en la expresión funesta de Ace y el guardia que había echado para atrás el brazo con intención de desfigurarle la cara, entornó la mirada en dirección al exterior.

A Nami no le dio tiempo a pensar en estrategias, planes o maldiciones. Saltó el alfeizar con su vara de madera por delante y acertó a dejar inconsciente al noble apestoso de un solo golpe en la nuca. Antes de que el enorme gorila de los puñetazos tuviese tiempo tomar posición, ella dio media vuelta y le acertó una patada al pecho que lo dejó sin aire suficiente para dar la voz de alarma. Tropezó hacia atrás y con ayuda de la oportuna zancadilla de Ace, terminó por golpearse con un mueblecito pamplinoso. Calló secó, con los ojos en blanco.

La habitación quedó un momento en silencio antes de que Ace rompiese las formalidades con un insulto.

—Eres idiota.

A Nami le dolió el insulto tras todo el esfuerzo realizado, pero levantó la cabeza con orgullo y le desató de la columna con un simple gesto de muñeca. Demasiado orgullosa para admitirlo.

—Yo no iba a…

Ace se lanzó encima de ella con fuerza y Nami cayó sentada al suelo con los brazos del muchacho rodeándola.

—Ace yo no…

—Eres idiota y me enfada que estes aquí. Ya le he dicho mil veces a Luffy que yo podía encargarme solo de los problemas, que se eligiese a él o a ti, antes que a mi —repitió el chico, apretándola con fuerza entre sus brazos—. Pero gracias, muchísimas gracias por venir aquí.

Ace pesaba, el pelo le cosquillear en la nariz y le daba calor, pero, por una vez, Nami no sintió incomodidad, sino un alivio capaz de dejarla sin fuerza en los huesos. El alivio de saber que por primera vez desde que había llegado a esa isla había hecho algo bien, una decisión de la que no se arrepentiría por mucho tiempo que pasase o por muy mal que saliesen las cosas con Arlong, era enorme.

La sensación fue tan fugaz como una estrella cuando la puerta tras ellos la abrió una montaña de tela blanca, barba y gaviotas, arrastrando a Luffy del cuello.

Ace se apartó de ella con el miedo reflejado en la mirada mientras el anciano, ancho y corpulento, lanzaba a su hermano sobre ambos.

—Tenéis tres segundos para contarme qué narices ha pasado antes de que os arrepintáis.

Nami tembló, pero para su sorpresa, no fue la única en hacerlo.

—¿Quién…?

—Abuelo, no te esperábamos para cenar —susurró Ace en un hilo de voz.

El hombre bajó la cabeza de una forma alarmante mientras Nami temblaba bajo la visión de las estrellas en su hombro. Las orejas de perro de un gorro más que anodino para un hombre de esa edad, se balancearon sobre sus sienes al moverse.

—¿Abuelo? —croó ella.

Él hombre desvió la mirada en su dirección para escrutarla de arriba abajo de forma milimétrica, ofendido por el nombre.

—¿Habéis adoptado a otra?


Os dije que lo tenía casi terminado, me faltaba el principio, porque como dividí el capitulo en dos quería que fuese bonito jejejeje
Me encanta el inicio del capitulo, creo que me ha quedado sobrecogedor, disfruto mucho de darle trasfondo a los personajes.
¿Os esperabais este final?
(Os dije que olía a perro)