Capítulo 18
Historias de terror y frío
Una noche de primavera algo más fría de lo normal, Genzo se aventuró a contar a las dos revoltosas hermanas su primera historia de miedo. Aún eran demasiado pequeñas para entender de verdad lo que significaba el miedo, pero a Nami le encantaron las sensación repletas de hormigueos y saltos que le provocaron los sustos. La historia le puso los vellos de los brazos de punta y la sangre se le arremolinó en las orejas, vibrante. Y para ella, que se guiaba tanto del tacto y del instinto que a veces lo consideraba un don, que los nervios se le alterasen hasta el límite de la cordura le hizo sentir viva.
Conforme los años fueron pasando y descubrió el verdadero significado del miedo, las historias al amor de la lumbre le resultaron desagradables, un recuerdo infantil y codicioso. Tan inocente que lo despreciaba. Tan iluso que lo extrañaba. Tan lejano que a veces pensaba que era un recuerdo robado. Se le daba tan bien robar que a lo mejor hasta aquella infancia feliz no era más que el recuerdo de otra persona. Era imposible que ella alguna vez hubiese sido feliz.
Estaba condenada a vivir con miedo, rabia y tristeza.
Cuando despertó de aquel sueño que no era sueño, las olas le acariciaban los pies. Tuvo que apretar con fuerza los ojos para que el sol no la cegase y por un momento se sintió libre, sin nombre, edad, ni pesos en la espalda, solo una niña que dormía arropada por el sol. Hasta que una mano llena de escamas frías y afiladas le apretó el antebrazo y la niña sin nombre volvió a llamarse Nami.
A pesar del revés que sintió en el estómago al recordar dónde se encontraba y quién era, abrió los ojos con una lentitud propia de la calma o de la sangre fría de quien había aprendido a enfrentar el miedo con hostilidad.
―¿Has tenido dulces sueños, Nami?
La ironía le arañó los oídos igual que el hierro al chirriar.
Al sentarse temblaba ligeramente, pero procuró que el miedo no se le reflejase en la expresión. La conciencia le había dado el tiempo suficiente para reagrupar las piezas rotas de su muralla y la adrenalina le quemaba las venas.
—¿Qué haces aquí, Arlong?
El gyojin se encontraba sentado sobre las rocas con los pies hundidos en el mar y la vista fija en ella. Nami tuvo la sensación de que los monstruos que habitaban las profundidades habían tomado aquella forma conocida para encadenarla de nuevo y ya no solo tembló de miedo sino de frío.
—Como no venías decidimos acercarnos nosotros a verte. —Los ojos le brillaron, cortantes, mientras se relamía la lengua entre los dientes afilados—. Pero al parecer uno ya no puede ni hablar con los miembros de su tripulación sin que se meen encima. ¿Tienes algo que contarnos, Nami?
Ella apretó los dedos de los pies y echó los hombros atrás, acostumbrada a tomar los golpes de frente. Por el rabillo del ojo no apartaba la atención de la postura relajada de Arlong y el brillo colorido del resto de la banda dentro del agua que los rodeaba. Junto al acantilado, pero a la suficiente distancia como para que las palabras del capitán quedasen a cubierto de los extraños.
—Vienes, me das el susto de mi vida y me acusas de traición, no sé qué esperabas. —A pesar de la seguridad con la que quiso expresarse, los temblores la dejaron a merced del miedo y la angustia.
—No vengo a discutir si me has traicionado o no. Sé que lo has hecho. ¿No sabes que los rumores y las habladurías se extienden antes que las enfermedades? Vine por tus historias en prisión y te encontré en casa de un vicealmirante y sus nietos confraternizando con ellos. Me gusta confiar en los míos, pero al final no eres más que una asquerosa humana. La traición vive en tu naturaleza, como en la de toda la escoria de tu raza.
—Mira Arlong, si quieres podemos discutir cómo…
Nami cerró la boca en cuanto la mano fría y escamosa de Arlong le arañó el cuello. Al tragar saliva, uno de los anillos del hombre le rozó la piel y a ella le dio la sensación de que le ardía.
—No vamos a discutir nada, querida. Tú vas a hacer lo que yo te ordene que hagas, con la boca cerradita y la cabeza baja hasta que nos larguemos de esta puta isla y cuando lleguemos a Cocoyashi te recordaré lo que es la lealtad. ¿Lo entiendes?
El olor de la sangre y los ojos de su madre clavados a la memoria se colaron en la cabeza y el castañeo de dientes le impidió contestar.
Arlong clavó una de sus uñas tras una de las orejas en busca del dolor.
—Te he preguntado si me has entendido.
La adolescente apretó los dientes y asintió como pudo, incrustada entre las enormes manos de aquel monstruo.
—Bien, eso me lleva al siguiente punto. Necesito que vuelvas con el viejo Garp y robes el mapa de la Gran Line que tiene en su poder. Además de ciertas cosas que quiero que hagas. Tu pequeño intento de amotinamiento, al final, puede que nos resulte beneficioso.
—Yo no… —volvió a intentarlo, pero Arlong la cortó de nuevo, con la expresión prieta de quien recibe una ofensa.
—¿Sabes lo que sentí ayer cuando al ir a liberarte de los perros de la marina el maldito Vicealmirante Garp declaró que eras su nieta, Nami?
La niña negó rápido, impulsada por aquel instinto que le hacía agitar los brazos al caer al mar.
—Se me quedaron las aletas frías pensando en el calor de tu sangre entre las uñas. Los músculos se me agarrotaron mientras imaginaba cómo se contraerían si te apretase el cuello, en la justicia que sería verte la piel roja y morada. Me pitaron los oídos con los gritos de tu aldea en las orejas, del imbécil ese con el molinillo en la gorra, de la puta de tu dulce hermana.
Mientras hablaba, el cuerpo de Nami se entumeció, inmovilizado ante aquellas sensaciones ajenas que serpenteaban dentro de ella a través de la palabrería de Arlong.
—Haré lo que pidas. Sabes que lo voy a hacer.
Arlong rió y la sonrisa se le llenó de dientes puntiagudos y afilados.
—Por supuesto que vas a hacer lo que yo te diga, niña tonta. Recuerda siempre que me debes la vida hasta que hayas saldado el trato.
El mar vibró, rugiendo a sus pies, como si las órdenes de Arlong fuesen caricias sobre las olas y ella volvió a sentir el frío en los tobillos, encadenados a aquella habitación en la que Nami procuraba no pensar y a la que se veía abocada siempre.
—Venga ponte en pie y ponte a trabajar, que la chusma esa te estará esperando para desayunar y no queremos hacer esperar al perro de la marina, ¿verdad?
Mientras hablaba, Arlong la sujetó de los brazos y desde la pequeña roca en la que se encontraba la lanzó hacia la orilla de la playa. Al caer, dio varias vueltas entre la espuma y aunque las olas amortiguaron el golpe, sintió la desagradable presión del agua en los oídos entrando a borbotones.
—No te olvides de decirle que te caíste de la forma más patética que se te ocurra y coge el catalejo y la brújula, no se te vaya a olvidar que viniste a hacer algo, no a retozar con el enemigo. Que eso se te da muy bien, ¿verdad, niña?
Nami, aún más ensordecida que de costumbre por el agua, no llegó a percatarse a tiempo del catalejo que le lanzó Chew desde el mar y el objeto le impactó en la cabeza por sorpresa. Entre el golpe y el desequilibrio provocado por el agua, la adolescente acabó en el suelo dolorida y desorientada.
Ni siquiera escuchó las risas de la tripulación, para cuando levantó la cabeza el mar parecía haberse tragado sus miedos, más oscuro que de costumbre. Al ver el reflejo de los finos rayos de sol en el oleaje embravecido le dio la sensación de que dibujaban barrotes de sal sobre el agua. No en forma de amenaza, sino de promesa.
La promesa de aquella prisión en lo alto de una torre, repleta de mapas y del peso de las cadenas.
Cuando los peces se peleaban perdían escamas y en Arlong Park las dichosas láminas habitaban los huecos más pequeños entre los adoquines. Nami solía andar siempre con cuidado, pero era inevitable que se le clavasen en las suelas de los zapatos y los pies los tuviese siempre mojados.
Al llegar a casa los dedos aún nadaban en el agua recalentada del mar y, mientras se preparaba para llamar al timbre, se intentó convencer de que era otro agujero en los zapatos. La ropa y el pelo se le habían secado de camino allí, a pesar de todo, la tela arrugada y el olor a pez muerto hablaban sobre una trifulca en el mar que ella no se encontraba con ganas de relatar a nadie.
Haciendo acopio de un valor que le resultaba ficticio, Nami levantó los nudillos y dio dos golpes en la puerta. Antes de que hubiese llegado a bajar la mano una tercera vez, la puerta, más que abrirse, desapareció en un suspiro y Ace, tan pálido como la leche, se presentó frente a ella.
El pánico se desdibujó ligeramente de su expresión cuando se la encontró a ella plantada en la entrada, desaguisada y encogida, pero presente.
—¡¿Dónde narices te has metido?!
Le gritó el chico, más aliviado que enfadado, pero lo suficientemente alto como para que ella lo escuchase a pesar de la pared de agua que le taponaba los oídos ya dañados. El adolescente entornó la cabeza para gritar algo que Nami no llegó a escuchar bien y la enorme figura de Garp apareció desde la cocina, con la expresión contraída por la preocupación y el enojo.
Nami se encogió aún más sobre sí misma, pero agitó la cabeza y se abrió paso dentro de la casa mientras tras la pared de agua que la protegía de los ruidos del exterior amortiguaba los gritos.
Antes de que consiguiese llegar a las escaleras sin haber dicho una sola palabras, una enorme mano la retuvo por el brazo. El miedo y la adrenalina, repentinos y fríos la hicieron revolverse contra aquella presión de manera tan violenta que tuvo que agarrarse del pasamanos de la escalera para no caer al suelo.
Cuando se giró para enfrentarlos, Garp y Ace la observaban con la boca cerrada y la mirada muda.
Ella soltó el maldito catalejo y la brújula, que cayeron a sus pies con una fuerte vibración y les dio la espalda, sin más ánimo que el de subir las escaleras, cerrar los ojos y dejar de existir.
—Me caí al mar yendo a por esa mierda. Estoy cansada.
Nadie volvió a retenerla mientras cruzaba la casa en busca de la habitación donde había pasado la noche abrazada a Luffy, rodeada de calor y esperanza.
Cuando se quitó las botas y se dejó caer en la cama con los pies arrugados y el corazón agarrotado, lo único que la rodeó fue el frío y el miedo.
Estuvo un rato allí tirada, mirando la pared, mientras la tenue luz proveniente de la puerta se mecía al suave ritmo de la preocupación. Entre el ir y venir de Ace y Garp, el sueño volvió a arrullar, listo para sacarla de aquella pesadilla y ella se entregó con los brazos abiertos a la inconsciencia, deseosa de perderse en la oscuridad y nunca encontrar la salida.
Nami se encontraba en mitad del mar cuando el oleaje se volvió violento. Se despertó con la sensación de que la brisa le llamaba desde muy lejos y con los ojos negros de Luffy anclados a ella.
La mirada del chico, llena de angustia, preocupado, le trajeron de vuelta a la realidad y con la realidad de vuelta recordó cómo había entrado a trompicones en la casa hasta acabar derrotada sobre unas sábanas que ahora olían a pescado muerto. Si lo que había querido era no llamar la atención había conseguido todo lo contrario.
Un terrible dolor de cabeza acrecentado por el ardiente dolor de oídos, la hizo gemir. Chew le había golpeado más fuerte de lo que había pensado y entre la contusión y el miedo, había acabado preocupando a los habitantes de aquella casa. Si el plan era estafarlos había empezado con mal pie.
—Nami, Nami… —La voz lejana de Luffy la atrajo a la superficie del mar de pensamientos, que andaban embravecidos tras el muro de agua que la aislaba del exterior—. ¿Qué pasa? ¿Estás bien? ¿A dónde has ido? Ace y el abuelo están preocupados.
Ella se llevó una mano a la oreja, en busca de romper la pared invisible y acabó acariciando el horrible chicón que le había salido junto a ella después de que el catalejo la dejase atontada.
—Fui a buscar unas cosas a mi barco y me caí al agua. El mar está muy picado hoy. Creo que se me ha metido agua en los oídos. Oigo menos. Me cuesta mucho escucharte y me duele.
La mano elástica de Luffy le acarició el pelo de una forma tan antinatural a la que le tenía acostumbrada que ella se vio obligada a clavarle la mirada sin saber muy bien qué decir. Por lo general sus intentos de robarle el espacio eran torpes e infantiles, no dulces y cuidadosos.
—Has dejado todo lleno de sangre.
Nami, alarmada, movió la cabeza tan rápido como pudo, el dolor y el mareo se intensificaron por el gesto y el paisaje sobre las sábanas se volvió carmín.
El dolor de oídos y las maldiciones acumuladas la volvieron a tumbar de lateral en la cama. Si no había cogido ya una infección, faltaba poco.
—Me caí de cabeza. Te habrías reído del golpe que me pegué —señaló Nami, a gusto bajo la capa de mentiras que el sueño había tejido sobre ella.
Luffy dijo algo y a ella le sonó a murmullo inarticulado.
La infección iba a ser de las grandes. Solo rezaba para que la fiebre fuese rápida, empezaba a sentirse templada.
—No hace falta que me cuentes algo si no quieres, pero no me gusta que me mientas, Nami. Somos amigos.
Ella desvió la mirada de la pared hacía él y lo evaluó con la mentira en la punta de la lengua. El labio inferior le tembló mientras la muralla tras la que había metido todo le escocía dentro.
Los ojos del chico brillaron frente a su debilidad y ella arrastró una mano hacia la muñeca de Luffy para envolverlo entre los dedos, para absorber aquel calor con el que había dormido y que ya tan lejano le parecía.
—Abrázame —Luffy la observó con la duda escrita entre las cejas—. Solo un ratito. Cómo antes. Abrázame.
—Creo que tienes fiebre. Hay que decírselo al abuelo.
Ella negó con las mejillas húmedas, bajo el dolor que la arropaba, incansable.
—Abrázame, por favor.
Durante unos segundos la habitación permaneció estática, repleta de pensamientos, pero el corazón ganó a aquella cabeza repleta de escarabajos y sueños. Cuando Luffy se tumbó a su lado, Nami lo sujetó con fuerza del chaleco hasta tenerlo aprisionado bajo las cuatro extremidades.
—Nami, yo…
Ella apretó más el agarre y hundió las preocupaciones y los problemas en las aguas de aquel abrazo.
—No. Abrázame. Solo abrázame un momento.
El pecho de Luffy tembló con las palabras a un suspiro de la boca.
—Por favor.
Ni siquiera se escuchó a sí misma suplicar, pero su amigo sí tuvo que oírlo, porque los brazos lánguidos se endurecieron y durante unos instantes, los pedazos de una vida entera viviendo entre rotos y descosidos, los mantuvieron unidos dos dulces brazos de goma.
Notas de autora: Bueno, ¡aquí andamos otro días más! la verdad que el capítulo iba a ser más corto y no pensaba terminarlo así. Lo terminé hace dos semanas, peeeero, me enteré de que se acercaba la #lunamiweek de este año y que el primer día iba sobre Luffy y Nami siendo amigos de la infancia y mmm... veís por donde van los tiros, ¿no? jajajaja es que pensé: ¿Lo han hecho para mi?
Así que quería dar la mejor versión del capitulo posible para este día tan especial y ¡creo que es el capítulo perfecto y tiene el perfecto final para este día!
¡Espero traeros el capitulo 19 muy pronto!
