Capítulo 19

La voz de las pesadillas

Desde que Bellemere falleció Nami no había vuelto a ir al médico. No tenía dinero ni ganas de dar explicaciones y a Arlong no le gustaba que los extraños tocasen sus propiedades. Solía pasar los días con fiebre encerrada dibujando mapas. Adelantaba poco trabajo, pero al menos estaba bajo techo y Nojiko no podía decirle nada.

Le gustaba la soledad. Nadie se preocupaba por aquello que no veía. Además, si alguien se preocupase por ella estaría demostrando que era débil y la debilidad era una emoción que no se podía permitir.

Cuando se levantó a medio día, desorientada y con la frialdad dura y rígida del metal sobre el pecho en busca del latido de su corazón supo que la había cagado. Nami se revolvió entre gruñidos para deshacerse de los dedos fríos del doctor y gimió cuando giró la cabeza y sintió el terrible dolor de oídos.

El mundo se desdibujó mientras ella agonizaba, desfigurado por el calvario. Lloriqueando se llevó las manos a las orejas en un intento por arrancarlas y terminar con aquella tortura. A las manos frías del médico las sustituyó unas más grandes, cálidas y duras que sujetaron las suyas, diminutas, mientras le acariciaba el hombro desnudo para devolverla a la calma.

Las lágrimas trazaban surcos helados sobre las mejillas coloreadas por la fiebre. Alguien enterró un objeto duro y congelado en su oreja derecha y Nami chilló de dolor.

¿Por qué la vida la odiaba tanto?

Ojalá no tuviese ninguna obligación y pudiese dejar de existir sin nada de lo que arrepentirse.

—¿Hay algo que le podamos dar para…?

La voz del hombre se volvió irreal entre sudores y neblina y por suerte, Nami volvió a caer en la oscuridad.


El olor fuerte y dulce del alcanfor, el hinojo y la hierbabuena la trajo de vuelta a la consciencia. Su madre le apartó el flequillo de la frente cuando la sintió moverse y a ella se le escapó una sonrisa.

—Mamá tienes las manos fresquitas.

Una risa aguda se filtró bajo la gruesa pared que la separaba del mundo.

—Te dije que tienes manos de chica, Ace.

—Callate, idiota, ¿no ves que no sabe lo que dice?

Los ladridos se suavizaron lentamente hasta que la bruma volvió a devorarla, con la sonrisa aún colgada en los labios.


Cuando volvió a despertar el dolor le acuchillaba los tímpanos.

—Por favor…

La voz más que vibrar le arañaba la garganta. La súplica le arañaba las entrañas. La vida, en sí, le arañaba.

—Venga Nami, tienes que masticar para que se vaya el dolor.

Ella gimió, azuzada por aquella voz chillona que le endulzaba los oídos enfermos.

—Por favor, me duele —volvió a suplicar.

Alguien le agarró la mandíbula y la obligó a cerrar la boca. La chica lloraba.

—Mastica, Nami. Tienes que masticar.

Ella sollozó y las mejillas se le inflaron, calientes y agrías.

—Le haces daño. No te va a hacer caso y se va a asfixiar —sentenció un tercero.

La mano se retiró de su cuello y ella volvió a tomar aire a trompicones.

—Deshaz las hierbas en un vaso y que se las beba.

—Pero…

—Ya basta, por favor… Me duele —lloró, cada vez más desesperada.

A su alrededor vibró la habitación en un ajetreo vertiginoso mientras el aire la amenazaba de muerte y los latidos del corazón le apuñalaban los oídos.

Alguien le puso un vaso frío en los labios y la obligó a beber un líquido amargo.

Cuando terminó solo podía llorar.

—Mamá. —El sollozo revolvió las hojas amargas en su estómago.

Alguien le limpió la boca y le secó las mejillas calientes, en un débil intento por consolarla.

—No soy tu mamá, Nami, soy Luffy.

Ella sollozó con más fuerza. Rodeada de bruma, dolor y una pesadez que le calaba en los músculos y la inmovilizaba a aquella cama mojada de sudor y llena de enfermedad.

—Mamá, por favor, llévame contigo.

Los latidos del corazón en las orejas se pronunciaron rodeados de silencio.

—No, no te vas a ir a ningún sitio. Te quedas aquí, Nami. ¿Me oyes? ¡Te quedas…!

Los gritos cesaron para volverse pelea y ella, arrastrada de nuevo por aquel sueño intermitente que la abrazaba se dejó llevar otra vez por la inconsciencia.

—Mamá…


La bruma se había atenuado un poco cuando la realidad volvió a recogerla. A pesar de todo, el cuerpo le pesaba y le costaba un mundo el simple pensamiento de levantar los párpados.

Sentía dolor, pero comparado a los anteriores, le resultaba un eco de lo que había sido. Un portazo la obligó a abrir los ojos, cargados aún de sueño y durante unos instantes le pareció un sonido inventado, lejano, imposible. La última vez que había despertado le había costado escuchar los gritos.

—¡Nami, Nami! ¿Estás despierta?

Las palabras le resultaron cercanas y, aunque continuaba existiendo aquella barrera muda que la separaba del mundo, ya era más parecida a la que ella estaba acostumbrada que al muro que la había enclaustrado cuando se encontraba en cama.

—Estoy… —La adolescente carraspeó para suavizar un poco las cuerdas vocales— Si, Luffy, estoy despierta.

—Déjala, ¿no ves que la estás atosigando, burro?

La voz de Ace le costó más escucharla, pero al menos la entendió y aquello le produjo un gran alivio.

Nami se sentía ligera y afiebrada, pero dentro de una burbuja de felicidad que la elevaba en el aire a centímetros de la colcha. Se echó a reír y la risa flotó colorida a su alrededor. Los oídos le zumbaban, vibrantes.

—Tengo hormigas en las orejas —rió.

Sin ningún cuidado se llevó las manos a la cara e intentó rascar la zona interna que no dejaba de hacerle cosquillas. Llevaba puesta una camisa enorme y la manga se le enredó entre las sábanas mientras se frotaba la mejilla.

—Es la medicina, Nami, yo no he visto entrar a ninguna hormiga en el cuarto desde hace dos días, no les gusta el olor de las plantas. Pero si veo alguna la echaré, no te preocupes —le prometió con seriedad su amigo.

Ella negó, cada vez más adormilada pero con la sensación grave y aguda de que Luffy había dicho una mentira.

—Las hormigas son malas, se meten en la cama y te pican los dedos. Se comen las mandarinas.

Luffy la ayudó a desenredar la manga de las sábanas y por unos instantes sintió los dedos fríos sobre la piel desnuda de su hombro. Nami observó el brazo con curiosidad y las líneas oscuras y dentadas de la nariz de Arlong le hicieron entrecerrar los ojos.

—No me gusta que se vea la marca. Es horrible.

El silencio caló hondo hasta que Ace se acercó para bajar la tela y ocultar de nuevo las líneas negras. Ella suspiró con soltura.

—Es tarde, tengo que irme a hacer mapas —dijo mientras se recostaba de nuevo en las sabanas.

Los oídos le molestaron y gimió un poco mientras tomaba mejor postura.

—Lo de las amapolas la ha dejado tonta, Ace, pero se va a poner lista otra vez, ¿no?

Desde el otro lado, Ace habló con una voz tan lejana que casi se perdió tras la muralla.

—No te preocupes, Luffy, aunque no se recuperé tu siempre serás el más tonto.

La tormenta estalló sobre ella, pero para cuando el primer rayo restalló, Nami ya había vuelto a caer rodando al sueño, con una sonrisa en la boca.


Nami retomó el hilo del mundo real una vez más entre fiebre, jadeos y dolor. Y aunque el dolor era fuerte, caliente y pesado, le permitía pensar. Una mano pesada le daba toquecitos en el estómago a ritmo sosegado y el peso de aquella extremidad le dio fuerzas para abrir los ojos.

La mirada de Garp se encontró con la suya en cuanto comprobó que se movía, a ella le dio la sensación de que la miraba un lagarto.

—Pensé que ibas a morir.

Ella parpadeó un par de veces ante una frase tan cruda mientras el anciano le palmeaba el vientre en mitad de la noche.

—Sigo aquí.

Los dos guardaron silencio un rato, a los pies de su cama, como si se tratase de gatos, las figuras de Ace y Luffy ronroneaban en mitad del sueño.

Ella se incorporó con tal de observarlos un poquito mejor y tuvo que contraer la expresión debido al dolor de oídos. Garp le sujetó el hombro y la obligó a recostarse de nuevo.

—Si me vuelves a asustar así sin decirme que algo te duele te castigaré hasta que tengas ochenta y los dos monos estos tengan que venir a verte con los bastones por delante.

Nami asintió.

—Vale.

El silencio volvió a rodearlos y ella observó el techo con recelo, a la espera de que el adulto se marchase y le dejase pasar la fiebre en soledad.

—Tenías perforados los tímpanos. La infección casi te mata.

Ella le dedicó una mirada de reojo antes de volver a abrir la boca.

—Estaba sorda de antes, abuelo. Mi madre me recogió en mitad de una batalla. La guerra me dejó sorda.

Garp continuó con los golpecitos suaves sobre la colcha. Un calor dulce y revoltoso se instaló en sus pies, junto a Ace y Luffy y ella fue consciente de que, si cerraba los ojos, sería capaz de dejar la mente en blanco y disfrutar de la suave calidez.

—¿Quién te ha hecho esto, Nami?

Ella se observó los pies en busca de la fuente de calor mientras la sensación le reptaba por las piernas. La mirada de Garp era dura y fría, pero no detuvo los golpecitos. Allí sumergida quiso creer que podría ser feliz.

—Nadie, me caí. Dejé atracado mi barco junto a un acantilado y como tenía pensado irme pronto me olvidé el catalejo y la brújula —la mentira se unía tan bien a su lengua que cualquiera diría que vivía allí—. Hacía una marejada del carajo. Ojalá no hubiese salido de casa.

El anciano detuvo la mano y el calor se detuvo junto a su cadera. Garp la evaluó como una vieja lechuza y Nami se contuvo antes de tragar saliva, lo observó y sonrió arrugando los ojos en una imitación sublime de la inocencia. Había observado detenidamente a Luffy para que los detalles de la actuación quedasen plasmados en su pequeño teatro.

—Se nota que vas al mar con privilegios y dejaste de ser bribón hace mucho, viejo.

El viejo Garp se echó a reír de manera tan sonora que provocó que sus nietos se removiesen como si se cociesen a fuego lento.

—Eres astuta como un gato, niña. —Le concedió en un alarde de amabilidad y algo más que Nami vio reflejado en sus ojos pero le costó distinguir—. Pero como me entere de que has mentido. Aunque haya sido la mentira más nimia de los cuatro mares, aprenderás a contar ladrillos antes de que te deje salir de casa.

Ella levantó la mirada para observar al anciano con la vista que había conseguido tras tantos años de sordera y de robo. Evaluar los pequeños detalles le había dado mucha ventaja a lo largo de los años para no terminar abandonada en el fondo del mar.

—Me puedes pegar igual que a Luffy. No me asustan los golpes.

El hombre se removió incómodo, pero volvió a mover la mano al ritmo de los tambores sobre la colcha y a Nami se le escapó una sonrisa complacida.

—Cada niño es diferente. Luffy tiene la cabeza muy dura. Tú pareces de papel. Me da la sensación de que estás siempre a un soplo de volar lejos con el aire o de rasgarte en dos. No creo que nadie deba ponerte nunca una mano encima de nuevo.

Ella procuró ignorar la insinuación que dejaron caer aquellas palabras. Sosegada y con el calor ya en la nuca la adolescente suspiró y se removió para recostarse de lado. Los oídos le punzaron por el cambio de movimiento.

—De todas formas no estoy mintiendo, viejo. No tendrás que hacer nada.

Una suave risa se le escapó entre dientes. Las plasmadas se volvieron dulces zarandeos en alta mar. El sueño la reencontró arrullada y contenta, alejada de las pesadillas y la alta mar.


Nota de autora: Tengo una parte más escrita, pero creo que, con la idea que tengo para el fic, es mejor dejarlo para el proximo capítulo, poco a poco nos vamos acercando al final y tiene que quedar todo listo para el gran desenlace y la siguiente escena es muy importante.

También quería hablaros de algo más importante y es que en mi pais está habiendo una gran catastrofe en Valencia, debido a unas inundaciones y una muy mala gestión por parte de los politicos han muerto muchas personas, si podeís ayudar de cualquier manera toda ayuda es poca, os dejo por aquí el enlace para donar en Cruz Roja.

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Si no puedes donar nos viene bien cualquier tipo de difusión, de verdad, es muy triste y desesperanzador todo lo que está pasando.

Gracias