-ADVERTENCIA: Trigger warnings-
Autolesiones
En este capítulo se tratan temas sensibles que pueden suponer de impacto emocional para ciertas personas. Existe un aviso al inicio y al final de dicha escena.
En ningún caso esta autora desea promover este tipo de acciones, por lo que, si eres sensible a este tipo de temas te recomiendo saltar el contenido advertido. Por un mundo más atento y consciente a la salud mental.
La escena está advertida para que te la puedas saltar.
Capítulo 20
La raíz del traidor
Nami se despertó con la certeza de que la traición se cocía a fuego lento a su alrededor. La habitación estaba teñida del tono azul de la flor de la ancusa, la raíz del traidor.
Cuando eran pequeñas, Nojiko empezó a dejar un rastro de mechones de pelo desde la cama al baño que perseguía a Bellemere entre preocupación y preocupación. El médico que solía atender a Nami de año en año comentó entre hipos que probablemente se debiese a una alimentación deficiente. Su madre se levantó durante dos semanas con los párpados hinchados y los ojos rojos mientras recorría el pueblo en busca de alguna solución. La solución llegó en forma de remedio de vieja y horas entre árboles buscando la florecilla azulada de la ancusa, que convertida en aceite era capaz de aliviar los muchos males que habitaban el cabello de su hermana.
Cuando Bellemere no podía atenderla era Nami la que se teñía los dedos de azul en los masajes diarios a la cabeza de Nojiko. Tras semanas con aquel proceso, el pelo de su hermana decidió quedarse donde estaba y los dedos de Nami se amotinaron contra ella teñidos del color de la dichosa florecilla. La niña se rascaba como podía el tinte azul, pero las preocupaciones crecían como tormentas sobre su cabeza.
¿Se le quedarían los dedos azules para siempre?
¿Y si se le contagia por todo el cuerpo?
¿Tendría que vivir como una persona azul hasta que se muriese?
—Bueno —se rió entre dientes Bellemere de los grandes males de su hija—, a la ancusa también la llaman la raíz del traidor. Ya has descubierto lo traicionero que es el color.
Dos años después, ya con las manos limpias, los males llegaron en forma de escamas azules a su vida, ancas azules apretaron el gatillo que mató a su madre y ella se aventuró al gran azul para dar la espalda a su pueblo en busca de dinero.
La ancusa no se olvidó de ella ni siquiera las noches que pasó en el suelo de la habitación de mapas. Helada, hambrienta y apaleada. Cuando la oscuridad dibujaba sombras tenebrosas y azuladas que la atormentaban las noches que el estómago cantaba.
Nami estaba destinada a la traición, pero le extrañó despertar con aquella sensación en casa de Garp. Allí se tenía que sentir segura. Achacó el sentimiento al miedo de siempre y se centró en algo más urgente y es que, una vez despierta volvió a la vida la preocupación, la ansiedad y el miedo.
Continuaba con fiebre y la habitación olía a hierbas, pero sabía que aquella vez aguantaría despierta. El problema era que no había nada que le pesase en la cabeza y eso quería decir que había espacio suficiente para el pensamiento.
Apenas empezaba a amanecer y las frías sombras azules jugaban con las sombras de las pestañas negras de Luffy, despatarrado en un sillón que había acercado el adolescente a la cama. Durante unos segundos la ansiedad y la preocupación la sobrevolaron, lejanas, al ritmo suave de la respiración de su amigo. Los párpados se movían en sincronía con un sueño agitado y ella se preguntó si, dormido, también jugaba con escarabajos naranjas.
Cuando la ansiedad y aquella sensación azul con la que se había despertado llovieron de nuevo sobre su cabeza, se levantó con movimientos suaves y medidos al milímetro para no inquietar al sueño.
Al poner los pies en el suelo le costó durante unos segundos situar de nuevo el punto de equilibrio. Era como si su estabilidad se hubiese tambaleado en los últimos días y ya no sintiese tierra firme bajo los pies.
O como si se hubiese roto los tímpanos de un golpe.
Nami soltó un suspiro y se tocó la oreja en busca del equilibrio perdido, pero solo encontró dolor.
Tardó unos minutos en reencontrar el apoyo y tuvo que abrir un poco las piernas para anclarse mejor a la tarima.
En cuanto dio un paso adelante se tropezó con los pies y tuvo que abrir los brazos para mantener el poco equilibrio que le quedaba. Echó una mirada rápida en dirección a Luffy y le tranquilizó verlo dar media vuelta en el revoltijo de extremidades que tenía hecho en el sillón con las cejas arrugadas, pero aún dormido.
Se dirigió a la puerta y a medio camino le llamó la atención una figura menuda envuelta en una camiseta grande y unos pantalones atados a la cintura. En el reflejo pudo ver la marca azul y terrible de una nariz serrada.
Nami vio a aquella figura de pelo revuelto y cobrizo, pequeña y moteada por cardenales verdosos y amarillos, más un fantasma o una aparición que una persona y sintió la obligación de preguntarse cómo demonios la niña de las mandarinas, los mapas y las manos azules se había convertido en aquella triste sombra.
El tatuaje con la cara de Arlong la observaba siempre vigilante desde el hombro y le recordaba, como un faro en alta mar, donde debía dirigirse siempre su lealtad.
El azul de la mañana la rodeaba. Era día de traición.
El simple pensamiento, impersonal, frío y calculador la dejó tiritando frente al espejo, con la mano sobre el pomo y el corazón congelado.
La tinta azul le estrechó el brazo y le habló al oído de la cercanía de Arlong, de aquellas aletas frías que esperaban un trabajo bien ejecutado.
Abrió la puerta con rapidez y salió al pasillo dispuesta a dejar el pensamiento a su espalda.
Centró la mente vacía en las vetas que surcaban la madera a sus pies. En la luz de abajo proyectada en el techo sobre las escaleras. Puso las manos sobre la pared para guiarse y las arrugas de la pintura la guiaron por el pasillo.
A aquella hora el mundo dormía, demasiado temprano como para que a los inocentes les despertasen las preocupaciones.
Bajo los dedos la pared tejía una historia de rayones y peleas, enfados y alegrías. Ella se detuvo a ver las filigranas con la pasión de aquella que observaba recuerdos en detalles diminutos.
A su uña la vistió un reflejo azul y extrañada le dio la vuelta a la mano en una suave caricia a la luz. Le recordó al mar, pero el piso de abajo era de madera, tela y muebles.
Tiro de las filigranas azules que se movían al ritmo de las olas en busca de su origen y los reflejos condujeron a sus ojos a mirar entre las barras del precipicio a una enorme figura azul sentada sobre el sofá.
Aún dolorida e inestable se acercó al borde y asomó la cabeza.
Las lágrimas le mojaron las mejillas antes siquiera de comprendiese que eran escamas.
Escamas sentadas en el sofá.
Arlong la había ido a buscar.
Rodeada del silencio infernal de unas orejas enfermas.
Los escalones le escaldan los pies descalzos cuando se acuclilló, aterrorizada y el hombre se movió en el sillón en dirección a la enorme e imponente figura de Garp, que le tendió una taza de café. El aire se volvió esquirlas de hielo en su pecho. Las lágrimas le empaparon las rodillas.
—Me confundí y me arrepentiré toda la vida de haberlo dejado marchar, pero ahora no puedo detenerme en las lamentaciones. ¿Sabes dónde está?
La voz de aquel gigante de escamas era grave y a Nami se le coló sin permiso en los oídos rotos.
—Nami no ha querido dar el nombre de su isla. Es una niña muy desconfiada, pero es evidente que está aquí.
La chica se frotó la cara con furia. Las mejillas le ardían. La garganta picaba. Se obligó a tragar las ganas de chillar.
La traición la abrazaba de nuevo como a una vieja amiga y el odio, la rabia y el rencor la estrangulaban. Pronto no podría ni siquiera respirar.
Su aldea iba a morir porque era débil.
Débil a cualquier tipo de amor con el que fingiese alimentarla.
—Cuando despierte me gustaría hablar con ella.
Garp soltó un largo suspiro que a Nami le revolvió las entrañas.
—Prepárate. Arlong está a punto de matarla. Impresiona verla.
Las tripas, ya removidas, le dieron un vuelco y saboreó la bilis en la lengua.
La iban a matar.
Aquellos a los que había abierto el corazón la querían muerta.
Con la prisa y el miedo en la punta de los pies, Nami salió corriendo en dirección al baño. Cuando alcanzó la puerta las paredes estaban a punto de asfixiarla. Las superficies se habían afilado en su contra. Los cepillos de dientes y las tijeras en el lavabo le apuntaban con su filo. El espejo reflejaba líneas rectas y afiladas, llenas de cortes y amenazas. El cristal duro reflejaba desesperación y miedo.
La reflejaba a ella. A ella y a un mundo convertido en azul.
Abrió la tapa del váter y echó lo poco que quedaba de sí misma allí.
Lo había sabido siempre. ¡Sabía que no tenía que fiarse de nadie! Al final la traición formaba parte de todos los seres humanos. Eran débiles y maliciosos. Salvajes e inferiores. Necios y manipuladores.
Su pueblo había aprendido a odiar a una niña antes que a luchar por ella.
En el mar se debía elegir entre teñirse las manos de azul o sufrir la traición.
Hacía tiempo que había descubierto que el amor de nada valía para una persona cuando se interponía en sus planes.
El amor solo causaba dolor y a ella le dolía tanto…
Se atragantó con su propio llanto y volvió a vomitar. Como pudo se arrastró hasta el lavabo y se limpió la boca con un poco de agua.
A la sordera se sumaron las lágrimas y el cuarto se volvió de niebla añil y trazas de desesperanza. Los mocos le impedían respirar y oler. Y el tacto la congelaba.
El mundo se convirtió en una masa de hielo y dolor conocidos.
Nunca debió confiar en nadie y nadie debió confiar nunca en ella.
Nami se obligó a estrangular los pulmones en busca de aire. Un aire que le heló la garganta, dolorida de tantos días en cama y de un llanto feroz.
A su alrededor las emociones se volvían enormes masas de humo y niebla. Grandes y bestiales.
La ira por haber confiado de nuevo cuando se había inculcado tantas veces la desconfianza, le arañaba.
La furia por haber abierto un corazón que tenía que mantener cerrado la golpeaba.
La traición de Garp la iba a matar. Porque era imbécil, inepta, una inútil. Era tonta. Insensata. Despreciable. Débil.
Se había permitido amar de nuevo. Después de que el amor de su madre le mordiese. Después de que el amor de su pueblo la devorase entera. Después de que Carina escupiese su primer amor.
Después de vivir una vida entera con las manos teñidas de azul.
Llevaba una década desangrándose en el suelo por culpa de un millar de heridas hechas de amor.
La habían apuñalado de tal manera con él que iba a morir allí encerrada, en un cuarto de baño congelado. Sola y desgarrada.
Ni siquiera podía morir en paz, porque si ella moría, su pueblo lo haría con ella. Aunque al parecer, estaba todo perdido.
Arlong la iba a matar y a pesar de todo ella sabía que no moriría a sus manos, sino a manos de un amor teñido con la ancusa.
La marca de Arlong en su hombro se reía frente al espejo.
Oscura y agorera. Repleta de hierro y cadenas.
Porque Arlong llevaba siempre la maldita razón.
Arlong no pensaba cumplir el trato.
Arlong…
Arlong.
Arlong.
Arlong.
La luz del sol se escondió tras una nube. Y su vida volvió a ser azul.
El dolor se hizo más intenso. Se volvió oscuro y brillante. Las venas se volvieron negras, de nuevo, encadenadas bajo el peso del tatuaje, de las palabras de Arlong.
La esperanza aplastada revivió a la tinta. La risa del Gyojin le apuñaló los oídos sordos.
-ADVERTENCIA: inicio de contenido sensible-
A Nami le castañeaban los dientes cuando se levantó y cogió la tijera del fregadero antes de que el peso de la desesperación terminase por ahogarla bajo ríos de desesperación.
Cuando la punta de las tijeras se fundió con su dolor y le rompieron la piel del hombro, en vez de miedo, sintió alivio cuando la sangre brotó oscura, casi negra.
La segunda puñalada siguió rápida a la anterior, el hombro se le entumeció y la tinta brotó de ella.
El tercero, cuarto, quinto… el sexto golpe, resonaron metálicos contra las cadenas.
En el séptimo se le resbalaron las tijeras, llenas de sangre y la nariz retorcida de Arlong se rió de ella. La octava puñalada partió la nariz en dos.
Apretó los dientes antes de asestar el noveno, directo al ojo afilado.
-Fin del contenido sensible-
Su mano se detuvo en el aire de forma violenta y cuando giró la cabeza en busca del culpable, los ojos negros de Luffy le arrebataron el poco aire que le quedaba en los pulmones.
Cargados de preocupación y miedo. Cargados de amor. De aquel del que ella huía. De aquel que la estaba desangrando en el suelo de un baño ajeno, rodeada de dolor. Con el sueño aún prendido al pelo.
Una piel azul y llena de escamas apareció tras ellos y Nami no pudo contenerse, se echó al suelo, aterrorizada, a llorar.
El contacto con Luffy le ardía en la muñeca. Y la cocción a fuego lento de la raíz del traidor, al fin, hirvió.
Bueno... ha sido una montaña rusa de emociones este fic hasta el momento y... ¡va a seguir siéndolo!
A pesar de que el próximo capitulo viene con curvas, quiero ir estabilizando sentimientos negativos. Que este fic tiene más angustia que la casa de Bernarda Alba jajajaja.
Espero que os haya gustado. Tenia el capitulo escrito hace dos semanas, pero no me convencía del todo y lo he modificado mucho para adaptarlo a una idea que me gusta más.
Por cierto, hoy es mi cumpleaños, este es mi regalo a quien me lee ;)
